The Loud House Matrimonio de Conveniencia

Tema en 'Fanfics sobre TV, Cine y Comics' iniciado por Sylar Diaz, 12 Diciembre 2022.

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    Sylar Diaz

    Sylar Diaz Sei mir gut Sei mir wie du wirklich sollst

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    3 Agosto 2019
    Mensajes:
    60
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    Matrimonio de Conveniencia
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    47
    Lincoln, uno de los artistas de comic más exitoso de su época, pretende no pagar por los meses que le debe a su criada Ronnie Anne. La latina, sin embargo, tiene un plan para aprovecharse de su patrón... un plan extremadamente placentero para el que resulte ganador...
     
  2. Threadmarks: Matrimonio de Conveniencia 01
     
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    Matrimonio de Conveniencia
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    4076
    Aquella mañana de abril de 1987 empezó tan cálida y llena de vida como cualquier otra del mismo mes. Con el sol levantándose lentamente sobre el horizonte, desvaneciendo con su luz dorada las pocas sombras que aún se aferraban a las montañas y al pueblo, dándole a Royal Woods una apariencia mágica y apacible que sólo se logra apreciar durante algunos pocos momentos tanto en el amanecer y como en el anochecer.

    Los miles de pájaros, que recién habían vuelto de sus respectivas migraciones para la puesta de huevos, despertaron rodeados por el hambriento piar de sus polluelos tan pronto como la totalidad del firmamento fue ocupada por la brillante luz del sol. En las afueras del pueblo, y al igual que las aves, Liam Hunnicutt terminó de despertarse y se dispuso a comenzar la jornada laboral en su granja; una de muchas que recién descubrían la facilidad con la que la soya se adapta a la fría temperatura de Michigan.

    Al contrario de lo que sucedía en el denso bosque de pinos que le daba el nombre y delimitaba los bordes del pueblo -lugar en el que los muchos animales que vivían en libertad despertaban con gracia y tranquilidad-, la nueva interestatal que desembocaba en Detroit y en otras grandes ciudades al sur, ya empezaba a llenarse por cientos de conductores groseros y apresurados. Uno de esos conductores groseros y apresurados era Chandler McCann, quién ya iba veinte minutos atrasado y cuyo jefe, su padre, le había dicho el mes pasado que lo despediría tan pronto volviese a llegar tarde.

    Pero incluso el pueblo mismo de Royal Woods ya comenzaba a vibrar con actividad. Los jóvenes repartidores de periódicos pedaleaban a toda velocidad en sus bicicletas por las zonas residenciales mientras arrojaban el ejemplar más reciente de El Informador de Royal Woods a las puertas, y no pocas ventanas, de todos los hogares a la vista, y Rusty Spookes, también conocido como "el lechero sin suerte", conducía su blanco camión mientras repartía la tambien blanca bebida a no pocas mujeres atractivas y solteras... pero como lo indicaba su apodo, ninguna estaba interesada en él.

    En una de las zonas más densamente pobladas de toda la villa, justo sobre la avenida central, en un viejo edificio de paredes rojas y de tres pisos, Tabitha "Tabby" Adlon ya estaba cerrando con llave la puerta de su departamento en la segunda planta para dirigirse a su trabajo en la tienda de discos de vinilo e instrumentos musicales a unas calles de allí, dispuesta, como todos los demás en el pueblo, a iniciar su día con el pie correcto.

    Debido al perpetuo bullicio que envolvía la zona, sus padres nunca dejaron de tratar de convencerla de mudarse a otra parte, pero Tabby siempre les decía que sería extremadamente difícil encontrar otro lugar para vivir tan cerca del centro y de todas las oportunidades laborales que sólo estaban disponibles ahí, además que su departamento era perfecto para ella, o al menos así le parecía a la joven mujer; las habitaciones eran amplias y tenían el techo alto, los suelos de duela estaban en perfecto estado, las gruesas paredes lograban aislar casi cualquier ruido proveniente del exterior y el agua caliente apenas y se cortaba o enfriaba. En realidad, Tabby adoraba su hogar… pero sí tenía que reconocer que no todo era perfecto en el edificio.

    —¡¿Cómo que tú no tener dinero?! —gritó en un mal inglés una furiosa voz femenina desde las escaleras al primer piso.

    Tan pronto como la oyó, todos los músculos de Tabby se congelaron con algo muy parecido al terror, impidiéndole apresurarse a volver a abrir la puerta y huir al interior de su departamento como planeaba hacer.

    —Mira chica, lo que pasa es que ahora estoy algo corto de dinero. Ya te pagaré el mes que viene ¿de acuerdo? —contestó el característico vozarrón de su vecino del departamento de arriba, con un tono en extremo desinteresado que ya le resultaba a ella igualmente característico.

    Antes de que Tabby lograra coordinarse al menos lo suficiente para siquiera poder exhalar el aire que seguía dentro de su pecho, por las escaleras que conectaban los tres pisos del edificio con la planta baja apareció un rostro albino, el barbudo rostro de su vecino, un tipo extremadamente serio y mal encarado que siempre usaba camisas en un muy específico tono de naranjado.

    Con ojeras debajo de sus ojos apáticos e indiferentes, con un bello espeso y grueso asomándose por entre los botones de su vieja camisa a la altura del pecho, mismo que cubria tanto sus antebrazos como casi la totalidad del metro con noventa de su fuerte cuerpo; Lincoln Loud parecía más una estrella porno retirada que un escritor de historias de misterio y ciencia ficción para la editorial de novelas gráficas Wunderbar.

    —¡No! ¡No de acuerdo! ¿Tú deberme ya dos meses! ¡Tú pagar ahora! —volvió a ladrar la furiosa voz de Ronalda Santiago, una mujer menuda de piel morena que había trabajado durante el último año como la criada del albino.

    Tanto el hombre como la mujer pasaron de largo a Tabby, quién seguía congelada afuera de su departamento por el miedo, y gritándose siguieron subiendo por las escaleras hasta el último piso del edificio; el departamento de Lincoln.

    —Bueno. ¿Y si te pago con otra cosa en vez de dinero? ¿Este reloj de bronce, quizás? —Lincoln señaló el viejo reloj de pulsera que había obtenido de una venta de garaje por unos pocos dolares.

    —No. Reloj bonito, pero no suficiente. Tú deberme más. Sabes que más. Mucho más.

    Finalmente, enfrente de su departamento, Lincoln abrió la puerta y entró a su hogar antes de cerrar la misma con una patada, sin esperar a que su criada lo siguiera dentro. Ronalda, sin embargo, ya esperaba que su patrón hiciera aquello por lo que se apresuró a pasar antes de que la puerta la golpeara en la nariz.

    Al ver que no había podido deshacerse de la latina, no le quedó más opción a Lincoln que seguir negociando.

    —Pues no puedo pagarte con dólares este mes, así que dime ¿Qué es lo que quieres a cambio de dejarme en paz?

    Aquella pregunta ciertamente tomó por sorpresa a la mujer, pero siendo consiente que nunca tendría una oportunidad igual de buena que aquella no tardó ni siquiera medio segundo en responder.

    —Yo, inmigrante ilegal. Para mí lo mejor ser casarme. Así no deportar. Yo no quiero volver México. Si tú hacer conmigo matrimonio de conveniencia tú saldar deuda y yo hacer gratis todo lo que tú querer todos los días por un año hasta divorcio.

    Al oír hablar a su criada una sonrisa burlona se posó en el rostro de Lincoln, ¡aquella inmigrante idiota le acababa de confesar que era una ilegal! Deshacerse de ella sería tan fácil como levantar el teléfono y llamar a la policía… aunque al fijarse un poco mejor en la delgada blusa que ella estaba usando, tan llena en el área de los pechos, el peliblanco se convenció de que quizá podría obtener algo más de su criada antes de deshacerse de ella.

    —Estás loca. Sé que se dice que las de tu país son expertas en la cama, pero tienes que admitir que tú eres bajita y muy amargada, y a mí me excita que las mujeres sean voluptuosas y apasionadas. Solo me casaré con una mujer con esas características.

    Ronalda no dejó que aquello la desanimara.

    —Yo follar mejor que diez blancas juntas —aseguró Ronalda, y al escuchar esa respuesta, Lincoln supo que había logrado engañarla—. Yo antes vivía en pueblo. En pocas semanas todos los chicos vienen sólo yo. Nada las demás. Yo hacerme famosa. Las demás envidia. Las demás pegarme. Tres en total. Yo, sola. Ellas más que yo. Ellas más grandes que yo. Gran pelea. Ellas malas en la cama, malas en la lucha. Ellas perder. Ellas llorar y pedirme perdón. Después, ellas ser mías en la cama muchas, muchas veces.

    El gesto burlón desapareció del rostro de Lincoln, pues realmente no esperaba oír algo como aquello ¡En especial nunca creyó que su huraña criada fuera capaz de esa última parte!

    Al empezar con su plan, Lincoln sólo esperaba engañar a la latina estúpida para convencerla de dejarlo tener sexo con ella sólo para después denunciarla a inmigración… pero la sonrisa que ahora le dedicaba Ronalda delataba que quién había caído en la trampa del otro había sido él y no al revés.

    Sabiendo que tenía a su empleador justo dónde quería, Ronalda siguió hablando.

    —Desde entonces mandé yo en pueblo. Ya ves. Yo, pequeña, sí, pero muy fogosa y fuerte. Todas las mexicanas somos muy, muy fogosas y yo lo soy más. Tú, más grande y más fuerte, claro, pero yo poder dominarte. Limpiando encontré tus revistas pervertidas debajo de cama. Sé lo que te gusta. ¿Tú gustas cuero y látigos? ¿Tú querer dominación? ¿Tú querer sexo muy violento? ¿Querer todo eso todos los días y gratis por un año?

    Con el rostro colorado al saber que su fetiche secreto había sido descubierto, Lincoln tuvo que hacer grandes esfuerzos para no sonreír, en parte por la incredulidad y en parte por un creciente interés ante aquellas palabras. ¡Aquella mosquita muerta no le llegaba ni a las clavículas, pero aun así aseguraba poder dominarlo en la cama!

    Pensó en llamar a la policía en el acto y así desembarazarse de su creciente problema con la criada, pero no pudo evitar echarle un segundo vistazo a la mujer delante de él. Con cejas pobladas y los dientes frontales algo chuecos, Ronalda era algo fea de cara, pero tenía labios gruesos y llamativos, sus ojos cafés tenían un destello intenso que le daba a su mirada un aspecto feroz y desafiante, el cabello negro y lustroso que le caía en una cola de caballo casi hasta la cintura despedía un aroma dulce e intenso que sólo podía compararse en encanto con su piel naturalmente bronceada y reluciente. El menudo cuerpo de la latina dejaba ver, bajo la suavidad realmente seductora de sus curvas, una constitución firme y fibrosa, casi musculosa. Sus pechos, aunque no eran nada pequeños, lucían tan firmes y tan bien formados como los de una adolescente y su trasero siempre lograba desviar la mirada de Lincoln cada vez que ella se agachaba. La criada vestía de modo discreto como siempre; pantalones de mezclilla y blusa, sin adornos ni joyas, pero la verdad sea dicha, ella aun así podía resaltar de entre la multitud.

    Mientras el albino, aún indeciso, estudiaba su cuerpo desde abajo hacia arriba, Ronalda empezó lentamente a tomar diferentes poses provocativas y cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los de ella, Lincoln descubrió que ella lo estaba retando con la mirada, relamiéndose los labios antes de sentarse en el sofá abriendo las piernas y contoneándose. Lincoln decidió aprovecharse de esta oportunidad que recién se le presentaba.

    —Te propongo un trato. Si eres capaz de dominarme como dices, me caso contigo. De lo contrario te abriré de piernas aquí mismo antes de echarte a la calle. ¿De acuerdo?

    Al oír aquello, la sonrisa de Ronalda se acentuó y sus ojos refulgieron con satisfacción.

    —De acuerdo. Tú ahora reír, pero luego tú llorar y yo mandar.

    Lincoln se aproximó a la pequeña latina y ella se puso de pie.

    En honor a la verdad Lincoln no tenía intención de hacerle daño. Sólo planeaba agarrarla con fuerza, quizá zarandearla tras un breve forcejeo, tumbarla en el sofá, abrirle la camisa, abrirle las piernas, clavársela hasta el fondo y pasar un buen rato a expensas de ella. Por desgracia para él, la criada latina tenía otros planes.

    Un pie que parecía hecho de hierro se clavó como un cañonazo en el estómago de Lincoln, provocando que el incrédulo albino cayera al suelo doblado en dos.

    Sin perder tiempo, Ronalda comenzó a patearle la espalda y los brazos, mismos que apenas y habían logrado reaccionar lo suficientemente rápido para cubrir su pálido rostro de la paliza. Sin embargo, y aún tomado por sorpresa por el ataque, Lincoln logró aferrar con una de sus manos un pie que se dirigía a su cara con toda la intención de partirle el cráneo, y tirando de él la hizo caer.

    Estando ahora los dos en el suelo, ambos rodaron entrelazados en una nube de patadas y puñetazos hasta que Lincoln logró terminar encima de ella y aprovechando su recién adquirida ventaja logró darle una bofetada a su atacante. Ronalda respondió a la cachetada con los puños, logrando conectar un gancho de derecha a la mandíbula que lo derribó, quedando ambos nuevamente de costado sobre el piso alfombrado, pero esto tampoco los ralentizó pues siguieron atacándose con pies y manos hasta poder ponerse de rodillas uno enfrente del otro.

    Lincoln aprovechó que tenía brazos más largos y la envió al suelo de un puñetazo, pero ella volvió a levantarse en un segundo. Un nuevo golpe tuvo el mismo efecto, tres, cuatro, siete veces Lincoln logró derribar a su pequeña rival de un solo golpe, pero ella volvió a levantarse como un muñeco de resorte tras cada vez. Con sus finos y musculosos brazos tensos y sus puños cerrados, Ronalda logró conectar un directo en la cara de Lincoln que prometió dejarle un ojo morado.

    Gracias al shot de adrenalina que aquel puñetazo le obsequió, Lincoln logró reunir la fuerza suficiente para sacudirse el dolor y volver a tumbarla de una trompada, pero la diablesa volvió a levantarse y devolvió el golpe. Tres veces más volvieron a intercambiar golpes de esta manera, pero a la cuarta fue Lincoln el que cayó.

    Lincoln, a diferencia de Ronalda, no tuvo tiempo suficiente para levantarse. Aquella guerrera de piel canela cayó sobre el atacándole con las rodillas y los puños tan pronto como su espalda tocó el suelo.

    Aun así, Lincoln logró ponerse boca abajo y colocar ambas manos sobre su nuca para protegerse de tantos golpes y patadas como fuese posible y así permaneció por casi un minuto completo, hasta que sintió como ella se montaba en su espalda para poder golpearlo mejor. Sólo entonces decidió actuar y se puso a cuatro patas bruscamente para quitársela de encima. Ronalda no logró reaccionar a tiempo por lo que cayó al suelo con toda la gracia de un costal de cemento y Lincoln aprovechó esta oportunidad dorada para inmovilizarla entre sus brazos y el piso, quedando ambos en una versión mucho más violenta de la posición del misionero.

    Ardiendo de deseo y excitación como nunca antes, Lincoln afianzó el agarre de sus brazos sobre el cuerpo de ella antes de comenzar a restregarse contra su prisionera, rozando su entrepierna con la de ella mientras Ronalda intentaba por todos los medios liberarse del doloroso abrazo en el que el albino la había atrapado.

    Justo por eso, Ronalda no pudo girar la cabeza a tiempo para esquivar los labios de Lincoln cuando estos reclamaron su boca en un beso voraz, un beso que tenía más en común con una mordida que con un gesto de amor. Teniendo tanto los brazos como las piernas inmovilizadas, Ronalda no pudo hacer nada para evitar que aquel beso durara más de dos minutos.

    Ya todo parecía que estaba a favor del albino cuando él la agarró de la blusa, haciendo que los botones de la prenda reventaran, cometiendo así un error del cuál no se recuperaría; pues fue tanta su lujuria que Lincoln nunca reparó que por arrancarle la ropa había soltado a su presa cuando esta no estaba aún vencida.

    Descubriendo que de pronto tenía uno de sus brazos libres, Ronalda usó toda su fuerza en un puñetazo que logró aterrizar en medio del rostro del albino.

    Lincoln quedó medio aturdido por aquel golpe que ya no esperaba y Ronalda aprovechó para quitárselo de encima.

    Se levantaron a la vez, pero Lincoln logró terminar un poco más arriba gracias a su ventaja en cuanto a altura y lanzó un directo de izquierda a la boca de la criada que lo había retado, logrando hacer que esta estuviese a punto de desplomarse contra una de las paredes de la sala. Allí la persiguió con un gancho de derecha al hígado y otro al estómago. Ronalda, a causa del menor alcance de sus puños, falló un golpe recto a la barbilla del albino y tuvo que soportar un golpe en represalia que le amorató un ojo.

    Lincoln ya se creía nuevamente vencedor cuando sintió como le aplastaban la nariz con un golpe que parecía salido de la nada. Sabiendo que estaba en desventaja, Ronalda comenzó a lanzar golpes como una posesa mientras intentaba escapar del rincón donde estaba acorralada.

    Al sentir su sangre escurrir por sus labios, Lincoln empezó a castigar con sus puños las delgadas costillas de su diminuta rival. El primer golpe hizo que Ronalda mascullara de dolor, pero los demás no parecieron tener efecto alguno.

    Poco a poco, golpe a golpe, Ronalda hizo retroceder a Lincoln. Este tenía en favor su posición, su peso y su tamaño, pero nada de eso logró evitar que Ronalda se liberara de su posición desfavorecida y lo empujara a punta de puñetazos hasta el centro del salón donde Lincoln decidió plantarse. Su honor como hombre se lo exigía. No podía seguir retrocediendo frente a aquella zorra en miniatura.

    Se la imaginó vencida y desnuda en el suelo, con las piernas abiertas, gimiendo y llorando de impotencia mientras él la poseía. Ese pensamiento multiplicó sus fuerzas y durante cuatro o cinco minutos el centro del salón presenció una tormenta de puñetazos y patadas de incomparable bestialidad, hasta que una patada en la barbilla envío volando a Lincoln a la alfombra y al reino de los sueños.

    Cuando Lincoln despertó, ya habían pasado más de cinco minutos, estaba completamente desnudo y Ronalda estaba sentada sobre su pecho, mirándole con expresión divertida.

    —¡Tú perder! Ahora nosotros prometidos. ¡Nosotros casarnos! Yo, tu esposa. Tú, mi marido.

    Al escuchar esas palabras, Lincoln sintió una sensación aterradora, muy parecida al vértigo… o a una excitación monumental, recorrer su estómago.

    —¡Oye, espera un momento! No podemos casarnos así como así.

    —Tú prometer.

    —Era broma.

    —Nuestra pelea no broma. Tus puños no broma. Mis puños tampoco broma. ¿Tú recordar? —insistió Ronalda, sentándose en su cuello y aplastándole la cara a Lincoln con su ingle. A través de la tela de su pantalón, su sexo se sentía húmedo y caliente—. Ahora tú cumplirás tu promesa. Yo, buena esposa, buena en la cocina, buena en la casa, buena en pelea, muy buena en la cama —añadió con expresión lasciva, arrancándose lo que quedaba de su blusa con una mano.

    —Bueno, si así está la cosa vamos a celebrarlo.

    —No hasta boda.

    —Pero eso tardará meses mientras lo organizamos como es debido. ¿Por qué esperar?

    —Porque tú ser hombre que miente mucho, y porque mis puños son mejores.

    —Pues eso vamos a verlo.

    Cuando Ronalda quiso reaccionar, Lincoln se la quitó de encima y azotándola contra el suelo le desgarró el sujetador. Sus pechos morenos y firmes oscilaron libres mientras Lincoln atacaba el cierre de los pantalones de mezclilla. La primera mitad del cierre cedió, pero antes de poder terminarlo de abrir, Ronalda le clavó el talón del pie izquierdo en las costillas.

    Lincoln estuvo a punto de soltarla, pero logró mantenerla sujeta por el cuello y la estampó de nueva cuenta contra el piso. Ronalda gimió de dolor y Lincoln repitió el golpe. La resistencia de Ronalda se derrumbó y Lincoln finalmente soltó su cuello para poder terminar de arrancarle los pantalones. Debajo de ellos, y leal a su forma de vestir, ella llevaba unas braguitas grises de lo más corrientes, pero prácticas. Lincoln ya estaba por tomarlas cuando de pronto Ronalda entrelazó sus dos piernas con el brazo de su pálido atacante, amenazando con romperle el codo y obligándolo así a dejar en paz su ropa interior.

    Viendo la oportunidad, Ronalda intentó ponerse de pie, pero Lincoln alcanzó a agarrarla por su largo cabello y la arrojó de nuevo al suelo. Luego tiró de su cabeza hacia arriba y sosteniéndola firmemente por su trenza, comenzó a golpearla como si fuera una pera de boxeo. Ronalda ya estaba inconsciente cuando Lincoln agarró finalmente sus bragas y le arrancó la última cobertura de su feminidad.

    La criada, sin embargo, tenía una resistencia asombrosa. Al cabo de un par de minutos ya estaba recuperando el conocimiento. Lincoln estaba de rodillas a su lado, y lo único que vestía eran los restos desgarrados de las bragas de Ronalda, colgando de su pene erecto como un adorno excéntrico.

    —Vamos dormilona. Aún nos falta el desempate y no tenemos todo el día —Ella lo miró con asombro.

    —¿No me violaste?

    —No, yo peleo limpio —una sombra de incomodidad pasó fugazmente por el rostro de Lincoln al oír las palabras de su criada—. Además, sólo estamos empatados. ¿Te quedan ganas de continuar?

    Gringo de mierda, el día en que me falten agallas para golpear no mereceré mi nombre.

    —¿Y qué tiene de especial tu estúpido nombre?

    —¡Era el nombre de mi bisabuela! —y tras rugir aquello, Ronalda se lanzó contra Lincoln con una ferocidad aún mayor al de una tigresa hambrienta. Usando los pies y los puños le hizo retroceder sin cesar hasta expulsarlo del salón y acorralarlo al final del pasillo que llevaba a la puerta de salida. Al borde de sus fuerzas, Lincoln logró colocarle un golpe en la base del estómago que la dejó momentáneamente sin aliento.

    —¿Y qué con que tú estúpida bisabuela se llamara así? ¡Apuesto a que sólo se trataba de otra estúpida zorra frijolera!

    Los ojos de Ronalda llamearon de furia. Antes de que Lincoln pudiera comprender su error, cayó sobre él tal diluvio de golpes que solo la pared a su espalda le impidió caer.

    Lincoln intentó defenderse desesperadamente y sólo tras conectar un nuevo golpe en la sien de la latina fue que logró escapar del pasillo y regresar al salón. Ronalda lo persiguió allí y lo remató con una patada lateral a la cabeza que acabó definitivamente con él.

    Lincoln despertó diez minutos después sintiendo algo suave, cálido y muy húmedo que se frotaba con fuerza contra su rostro. ¡Era el pubis de la criada, la criada luchadora que ahora era su prometida! Sintiendo que el albino acababa de despertar, Ronalda tomó con mucha más fuerza la cara de su vencido rival antes de restregarla con renovado ímpetu contra su clítoris hasta que se derrumbó entre gemidos de placer. Cuando Lincoln intentó tumbarse sobre ella para poseerla, ella le rechazó.

    —No. Esperar boda.

    —¡Pero si ya estamos comprometidos!

    —Da igual, tu esperar boda. Antes no.

    —¡Tú ya te has divertido! ¿Por qué yo no?

    —¡Porque mis puños son los mejores!

    Lincoln dio la única respuesta posible en aquella circunstancia. Lanzó un gancho ascendente contra las tetas de Ronalda que la hizo aullar de dolor cuando su pecho izquierdo fue lanzado hacia arriba hasta casi tocar su mandíbula, y luego le clavó un nuevo gancho al hígado que la dobló en dos. Lincoln intentó patearla mientras yacía sobre la alfombra, pero la latina rodó por el suelo y se aferró a sus piernas haciéndolo caer a él. Rodaron en una confusión de puñetazos, patadas y maldiciones en dos idiomas hasta que Ronalda quedó nuevamente encima de él y procedió a machacarle la cara con una lluvia de golpes que le hicieron perder nuevamente el conocimiento.

    Cuando él albino despertó una última vez, no sólo volvió a encontrarse con que la criada estaba masturbándose con su cara una vez más, sino que ahora Ronalda también lo tenía bien agarrado de su dolorosamente erecto pene, impidiéndole así volver a resistirse hasta que ella terminara de disfrutar.

    Y sabiendo que él ya no podría resistirse, Ronalda usó la cara del albino para llegar al orgasmo no una, sino tres veces.

    Sólo hasta después de que ella terminara de divertirse a expensas de él, fue que Lincoln comprendió que estaba atrapado en su propia trampa, y que, en lugar de lograr tener sexo rápido y fácil con una estúpida inmigrante, era ella la que había obtenido lo que deseaba de su patrón.

    En el departamento de abajo, y tras escuchar toda la pelea de sus locos vecinos, una Tabby completamente aterrada y anegada por los nervios contaba afanosamente su poco dinero ahorrado tras meses de trabajo, ya completamente convencida de que tenía que mudarse a otra parte.
     
  3. Threadmarks: 02-. La prometida de Lincoln defiende a puñetazos su castidad.
     
    Sylar Diaz

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    4878
    Lincoln tiene problemas para pagar a Ronalda, su criada latina, a la que intenta engañar para tener sexo con ella. Ronalda rechaza los avances de su patrón y le propone un matrimonio de conveniencia. Lincoln pretende meramente convertir a la criada en concubina y se lo juegan a una pelea, pero tras su derrota Lincoln intenta hacer el amor con su flamante prometida latinoamericana, pero ella le rechaza de nuevo.

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    Tabby Adlon abrió una de las ventanas de su hogar, un viejo departamento en el segundo piso de un edificio en la zona central de Royal Woods, y soltó un suspiro de fastidio cuando lo que entró, en lugar de un poco de viento fresco, fue una ráfaga de aire aún más caliente y seco. Todo Michigan había estado sufriendo de una intensa ola de calor desde inicios de julio, nada realmente grave, sólo un aumento en la temperatura local apenas y suficiente como para cubrir cada parte de su joven y delgado cuerpo con sudor, así como para avivar en el corazón de todo el mundo el temor a un nuevo incendio forestal… en fin, nada grave.

    Resignándose a que no conseguiría ninguna clase de alivio de parte de la naturaleza, Tabby volvió a cerrar la ventana y regresó su atención a la inquieta mujer que no paraba de husmear curiosamente por su hogar. Paulina Kidder acababa de salir del baño del departamento, quizá por tercera o cuarta vez seguida, y abandonando en el proceso tanto su chamarra deportiva como sus patines de roller derby, pero manteniendo su sonrisa, se plantó firme en medio de la sala junto con la aparentemente desinteresada pelinegra que la estaba acompañando. Vistiendo un elegante, y muy ceñido al cuerpo, vestido carmesí de una pieza, mismo que no lograba disimular el pronunciado escote, guantes negros que le llegaban hasta el codo, y un corte de pelo que sólo dejaba a la vista uno de sus ojos, Lorraine Goldfarb era la viva imagen de una de aquellas inadaptadas obsesionadas con las novelas eróticas de vampiros.

    Aquellas dos atractivas mujeres aparentaban ser sumamente dispares, sin embargo, en lugar de quedarse lo más alejadas posible la una de la otra, como sus estereotipos inclinaban a uno a pensar, estaban planeando comprar el departamento de Tabby por y para sí mismas.

    Ignorando a su mente que ansiaba encontrar una oportunidad idónea para preguntarles a la gótica y a la deportista cómo es que podían andar con ropa así de estrafalaria en un día tan caluroso, Tabby preguntó.

    —¿Y bien? ¿qué les pareció el departamento, señorita Polly, señorita Haiku?

    —¡Me encanta el lugar! —Los ojos, así como la sonrisa de la loca musculosa que insistía en ser llamada "Polly Pain" resplandecieron encantados—. ¡Todas las habitaciones son de vista amplia y todas tienen el techo alto, el cedro rojo del piso está en perfecto estado y apuesto a que con estas gruesas paredes de ladrillo nada de lo que suceda en la calle nos despertará por las mañanas!

    Al oír todos los elogios y el tono fascinado con el que una de sus compradoras potenciales se refería a su hogar, Tabby sintió a partes iguales un gran dolor por tener que vender el lugar, así como una gran alegría ¡porque finalmente podría vender el lugar!

    —Yo sólo tengo una duda que me inquieta —y casi como si se hubiera accionado una palanca invisible que le devolvió la vida de repente, la otra loca, la gótica que insistía que la llamasen "Haiku" se puso de pie y se acercó a la dueña del departamento—, ¿por qué alguien querría vender barato un lugar tan bueno y bien ubicado como este?

    Ciertamente Tabby ya esperaba que alguna de las dos le hiciese una pregunta así, pero lo que no esperaba era el cambio de actitud tan radical en ambas potenciales compradoras, quienes de pronto parecían dispuestas a hacer lo que fuera con tal de sacarle la verdad.

    Intimidada, pues a simple vista relucía la musculatura de una y la navaja apenas y escondida dentro del brassier de la otra, Tabby descubrió que ya no podía mentirle a ese par de dementes sin tartamudear cada palabra. Así que, esperando una respuesta por parte de la rockera, y Tabby sin saber qué decirles, las tres mujeres se quedaron en silencio y viéndose fijamente las unas a las otras por casi un minuto entero hasta que el timbre de la puerta sonó.

    Interpretando esa oportuna interrupción como la oportunidad para recomponerse un poco e ignorar la intensa mirada que le seguían dedicando la heredera de Drácula y la hermana perdida de Sarah Connor, Tabby se apresuró a atender a su inesperada, pero muy bienvenida, visita. Sin embargo, la poca calma que apenas comenzaba a recuperar la abandonó tan pronto como abrió la puerta y descubrió quién había tocado el timbre; del otro lado del marco estaba su vecino del departamento de arriba.

    Lincoln Loud, un escritor de cómics con una constitución y un ceño más propia de un soldado… o quizá de un modelo retirado, le sostenía la mirada desde el pasillo.

    Sin embargo, aquel hombre de piel y cabello blanco había cambiado bastante durante los últimos tres meses y no sólo físicamente –el evidente aumento en su corpulencia era prueba fehaciente de que había comenzado a hacer un poco más de ejercicio y a comer mejor–, sino que también su actitud había mejorado considerablemente, pues Lincoln pasó de ser un tipo huraño y de pocas palabras a un sujeto sumamente amigable y que siempre buscaba hacer conversación. Tabby tenía que reconocerlo, por su nueva actitud Lincoln se le comenzaba a figurar más como un carismático muchachito que protagoniza un entretenido programa de televisión que como el ceñudo hombre al que ella había conocido en un inicio.

    Aun así, la presencia del hombre seguía intimidándola… en especial cuando estaba acompañado por su malencarada criada latina… cada vez se les veía más seguido a ese par de dementes paseando juntos

    —Espero no haber interrumpido nada, señorita Adlon —aquellas palabras tomaron a Tabby por sorpresa, ¡el irritable, y muy atractivo, vecino de arriba sabía su nombre! Eso sólo podía significar malas noticias—, pero mi prometida y yo nos enteramos apenas ayer que usted está por mudarse así que creímos que sería un buen gesto el darle un regalo de despedida… por favor, tome.

    «¡AL DIABLO CON LA CAUTELA, QUE LAS LOCAS QUE QUIEREN COMPRAR MI HOGAR SE LO QUEDEN!» Pensó aterrada Tabby, antes de tomar entre sus manos la humeante cacerola repleta de comida que Lincoln le alcanzó «¡TABITHA ADLON NO SERÁ LA SIGUIENTE MUJER ASESINADA TRAS UNA PELEA ENTRE UN MAFIOSO Y UNA ILEGAL! ¡espera! ¿acaba de decir "mi prometida y yo"?»

    —Este… uhm… ¿gracias?

    Sin saber qué decir o hacer, Tabby sólo pudo ver impotente como el albino daba media vuelta y sonriente, volvía a subir las escaleras hacia su departamento, quedándose ella otra vez sola con las dos mujeres que esperaban una respuesta.

    ¿Cómo era posible que una persona pudiera mejorar tanto su actitud en tan poco tiempo como Lincoln Loud? Soportar tres meses en los que tu antigua criada, ahora tu prometida, te mantiene en una forzada castidad es la única respuesta posible.

    Tras resultar vencedora en aquel primer combate con Lincoln, y tras mudarse al departamento de su antiguo empleador, Ronalda no solo se negó en redondo a tener sexo con su vencido prometido, sino que para dejar bien en claro que era ella la dominante en aquella relación, la latina comenzó a pasearse por la casa usando solamente ropa interior, así como gozar de largos maratones de películas porno en la televisión de la sala.

    Lincoln, siendo el hombre con gran apetito sexual que siempre había sido, ignoró por muy poco tiempo aquel monumento de mujer que gozaba de torturarlo mostrándole aquello que él no podía tener. Así que solamente tras la primera semana de ver diario a Ronalda desnuda en su departamento, el albino intentó aprovecharse de su criada.

    Aquel primer acercamiento terminó de la única forma en la que podía terminar; en un enfrentamiento verbal sumamente violento, y Lincoln, creyendo realmente que se había sobrepasado con su criada, desistió tras recibir la primer cachetada sólo para ser llamado cobarde inmediatamente después. Fue necesario que aquella escena se repitiera tres veces en tres días consecutivos para que Lincoln comprendiera finalmente a que iba el juego que le proponía Ronalda, así que al medio día del día siguiente, justo cuando estaba más excitado, fue que saltó sin previo aviso sobre la latina. Y vaya que la pelea subsiguiente fue tremenda, pero aquella diminuta virago mexicana terminó por alzarse una vez más con la victoria, aunque esta vez por muy poco margen, lo que terminó por animar a Lincoln a intentarlo de nuevo un par de días después.

    Sin embargo, a cada nuevo enfrentamiento siempre le seguía una nueva victoria por parte de Ronalda, quien gozaba de cabalgarle el rostro a Lincoln, siempre usando la lengua y la nariz del albino para proporcionarse a sí misma satisfactorios orgasmos con los que festejaba su triunfo.

    Tras que aquello se repitiera de forma más o menos idéntica por más de un mes, fue Ronalda la que innovó el juego que ella había propuesto en un inicio, pues tras una nueva victoria de su parte y tras gozar una vez más de su merecido orgasmo de recompensa, ella sorprendió al vencido Lincoln con una maravillosa paja que lo hizo terminar en tiempo record. Lincoln, desmoralizado tras tantas derrotas consecutivas, creyó que aquello sería cosa de una única vez, sin embargo, un par de días después, tras obtener una nueva victoria, y tras usar el rostro del peliblanco como juguete sexual una vez más, Ronalda volvió a usar sus manos para llevarlo a él al clímax.

    Fue así como surgió una nueva dinámica en aquella competición en la que los prometidos se hallaban inmersos; ambos peleaban, ella resultaba vencedora y según la pelea le hubiera resultado más o menos difícil, la impúdica criada dejaba a Lincoln en ayunas o le masturbaba. En un par de ocasiones en las que Lincoln había logrado derribar a su adversaria sólo a puñetazo limpio, ¡Ronalda incluso reconocía su esfuerzo con una mamada electrizante! No obstante, el coito siempre quedaba fuera de discusión hasta la prometida "noche de bodas". Lincoln y Ronalda llevaban más de tres meses revolcándose desnudos y todavía no habían tenido verdadera intimidad.

    Tras tantos meses de peleas y orgasmos, Lincoln comenzó a reconocer que la idea de casarse con la latina dejaba de desagradarle; no sólo nunca había probado comida tan sabrosa como la que ella cocinaba, sino que gracias a los constantes retos por parte de Ronalda ya no había ni un solo día aburrido ahora que ambos vivían juntos. Sin embargo, sí había algo que no lo dejaba satisfecho de su situación actual, y es que quería ser él quien llevara los pantalones en la relación, pero para lograr aquello debía de vencerla primero en un combate… y para lograr eso era más que obvio que debía cambiar su estrategia al momento de luchar, por suerte para el peliblanco, no le llamaban "el hombre del plan" por nada.

    Tras entregarle la olla con comida a su tímida vecina de abajo, y repasando mentalmente su nuevo plan de acción, Lincoln entró a su departamento dando un portazo. Lo primero que lo recibió fue la imagen de una desnuda Ronalda Santiago masturbándose vigorosamente en medio de la sala de estar mientras veía una película porno en la televisión.

    Aquella escena, tan extraña para una persona cualquiera, le resultó perfectamente natural al albino, de hecho, contaba con ella. Así que sin perder tiempo y sin darle a ella tiempo de reaccionar, Lincoln la agarró de los cabellos y tirando de ellos violentamente la derribó del sillón y la azotó contra el suelo antes de arrastrarla hasta el centro del salón. Ese había sido su campo de batalla predilecto durante los últimos tres meses.

    —Muy bien, es momento de que te folle como la puerca en celo que eres realmente, ¡sucia puta! —gritó Lincoln lo último en español al tiempo que se quitaba la ropa.

    —¡Wow! ¡Me encantada verte así de animado! —respondió Ronalda en un perfecto inglés, mientras se ponía de pie—. ¡Mientras más tosco eres, más me excita patearte el trasero! Ven aquí, que mi conchita necesita otra lamida. —Y tras decir aquello, la latina comenzó a relamerse los dos dedos que hasta hace unos momentos habían estado dentro de su coño.

    Sin esperar más nada, ambos adultos corrieron al encuentro del otro y chocaron con furia en el centro mismo de la sala, y tras un breve forcejeo, y aprovechando la evidente diferencia en cuanto a tamaño, Lincoln levantó a Ronalda del suelo antes de lanzarla de un empujón contra una de las paredes. Ronalda rebotó contra el muro y antes de que tuviera tiempo de reponerse del golpe, él la atrapó entre sus fuertes brazos de tal forma que esta no encontró ángulo alguno en el cual pudiera soltar siquiera un solo golpe.

    Sin que pudiera hacer nada por impedirlo, la diablesa de piel cobriza empezó a sentir como los brazos de su rival se cerraban con fuerza sobre su cuerpo, aplastándola en un fortísimo abrazo del oso. Nerviosa por no poder soltarse, Ronalda intentó clavar uno de sus puños en el hígado del albino, pero nunca logró conectar el golpe, así como tampoco pudo evitar que él la volviera a aventar con fuerza contra otra de las paredes.

    Tras tres meses de derrotas, Lincoln había aprendido finalmente la lección. Ronalda no resultaba siempre victoriosa porque golpeara con más fuerza, sí, su técnica era buena, pero ese no era el motivo por el cual ella ganaba cada combate, sino que ella resultaba victoriosa porque siempre había mantenido su mente fría y centrada. Si él quería tener siquiera una oportunidad, debía alejar de su mente todo deseo por cogerse a la latina y centrarse en la pelea.

    Manteniendo la misma estrategia, el albino siguió azotando a su criada de una pared a otra, siempre procurando conservar la cercanía suficiente para poder seguir estrujándola entre sus brazos para que la latina no lograse reponerse nunca de los golpes y que así no lograse usar sus puños que tan buen resultado le habían dado en el pasado.

    Con las costillas y la espalda sumamente adoloridas, así como la garganta presa de una creciente desesperación, Ronalda se vio obligada a usar una táctica que nunca había tenido que hacer en el pasado, e intentó patear la ingle de su atacante con una de sus rodillas, pero aquel golpe nunca logró conectar con su objetivo.

    Al ver que su desesperado intento por soltarse había fallado completamente, Ronalda cayó completamente en el pánico y recurrió a una medida aún más humillante que un golpe en los genitales. Clavó un feroz mordisco en el brazo de su agresor y sólo así logró liberarse. Y tan pronto como se vio libre del interminable castigo en el que se había visto envuelta, Ronalda desencadenó una verdadera lluvia de golpes y patadas sobre Lincoln. Quien, tras verse en la misma situación en todas las peleas pasadas, levantó la guardia y tan bien como pudo resistió la terrible aporreada que estaba recibiendo antes de volverse a lanzar contra su rival. Su ataque, sin embargo, fue interceptado esta vez por una certera patada en el estómago que le hizo caer al suelo.

    Ronalda, aún con el pánico atenazándole el corazón, no esperó siquiera a que el cuerpo de Lincoln llegara al suelo para írsele encima y comenzar a patearle mientras gritaba.

    —¡Vamos, maricón de mierda! ¡Acabamos de empezar! Levante y pelea, ¡pelea!, ¡PELEA!

    Lincoln, que ya tenía mucha experiencia tras verse en la misma posición durante tantas peleas con su criada, logró patear la pantorrilla de Ronalda derribándola a ella también. La mujer intentó ponerse de pie tan rápidamente como acostumbraba a hacer, pero su cuerpo estaba tan adolorido que lo único que logró fue evitar que Lincoln se incorporara completamente. Así que ambos quedaron de rodillas frente a frente, agarrados de las manos y haciendo fuerza.

    Durante unos momentos ambos prometidos, y rivales, se empujaron con todas sus fuerzas sin lograr ventaja, hasta que la pequeña latina logró plantar uno de sus pies firmemente sobre la duela del piso, y valiéndose de su nueva ventajosa posición flexionó sus músculos bronceados al tiempo que empujaba también con su peso corporal, logrando así hacer retroceder poco a poco a su adversario masculino mientras que ella sonreía malévolamente.

    Al ver como los brazos de hierro de la latina lo hacían retroceder lentamente, Lincoln comenzó a sentir un sudor frío descender por su espalda y la desesperación apoderarse de su garganta. ¡Una mujer no podía ganarle en un duelo de fuerza! Fue aquella desesperación la que le dio energías y tras empujar con un renovado ímpetu, Lincoln logró recuperar todo el territorio que había perdido.

    Durante un par de minutos tanto el patrón como la criada permanecieron en equilibro, inmóviles, pero con los brazos comenzando a temblar a causa del esfuerzo mientras que el sudor empapaba sus cuerpos. Pero cuando, milímetro a milímetro, Ronalda se vio obligada a inclinarse hacia atrás, con el sudor goteando cada vez más rápido por su frente y por el valle que se formaba entre sus pechos, fue que aterrada descubrió que ya nada podía hacer para remediar su situación. Ahora Lincoln tenía la ventaja de la posición superior, reforzada por su mayor estatura y por su peso corporal.

    Sabiéndose vencida, Ronalda escupió en la cara de Lincoln a modo de un último desafío. Este, sabiéndose finalmente vencedor, sólo se limitó sonreír antes de devolverle el escupitajo. Y tras un último gran empujón por parte del albino, Ronalda cayó finalmente de espaldas al suelo.

    La latina intentó incorporarse, pero un puñetazo por parte de Lincoln terminó por dejarla aturdida el tiempo suficiente como para que él le inmovilizara los brazos con los suyos y le dedicara una mirada burlona antes de posicionar su cadera entre las piernas de ella.

    —Ahora… finalmente te voy a follar… como a la puta que eres…

    Ruborizándose intensamente al escuchar esas palabras y al sentir la verga de su antiguo patrón en su entrepierna, Ronalda intentó inútilmente zafar una de sus manos del agarre en el que la había atrapado Lincoln contra el piso.

    —Puto maricón de mierda… —Con ambas muñecas siendo sostenidas con fuerza por sobre su cabeza, con una verga entre sus piernas abiertas forzosamente, y sin posibilidades de remediar su situación, Ronalda descubrió que, por primera vez en su vida, un hombre la había vencido— su… suéltame… no quiero…

    Manteniendo su sonrisa burlona, Lincoln acomodó un poco mejor su cadera sobre la entrepierna de ella antes de empezar a presionar hacia abajo, obligándola a abrir aún más las piernas y dejando completamente desprotegido aquel coño que tantas molestias le había causado. La boca de Ronalda no pudo evitar abrirse en un gemido sordo cuando la punta de la intimidad de él comenzó a hacer presión sobre la entrada de la de ella.

    —Pues te jodes… —Sin perder más tiempo, Lincoln arqueó las caderas mientras daba su propio gruñido excitado, su glande rozando los húmedos labios exteriores del coño de Ronalda, empezando a separarlos lentamente.

    Meter los primeros centímetros fue bastante fácil; aquellos labios suaves, húmedos y flexibles se abrieron para él, acogiendo la punta de su verga y estrechándose a su alrededor. Pero al ir un poco más profundo, Lincoln se encontró con una resistencia imposible. El rostro compungido de Ronalda indicaba que ella le estaba negando el libre acceso a su coño. A pesar de que la había vencido en el combate físico, el albino tendría que luchar una vez más para siquiera profundizar la penetración tan sólo un centímetro.

    —¡Maldita puta! —siseó Lincoln, apoyando completamente su peso contra la latina y forzándola a abrir completamente las piernas. Entonces dio un fuerte empujón de sus caderas contra las de ella, logrando meter su verga un poco más.

    Ronalda volvió a soltar un gemido mudo, jadeando y estremeciéndose, al sentir como el grueso falo de su rival se enterraba lenta, pero irremediablemente, en su interior. Así como estaban, con Ronalda aprisionada debajo de Lincoln, fue que ella descubrió cuan más pequeña era ella respecto a él, cuan fuerte era el cuerpo de aquel hombre a quien odiaba a comparación del suyo. Cada centímetro que Lincoln lograba meterle era una victoria en una lucha contra la obstinación de la criada, y para cuando él había conseguido meterle la mitad de la polla dentro de su apretado coñito, ella, vencida ya en ambos frentes, gemía abiertamente al tiempo que lloraba de impotencia, con su pelvis dando débiles espasmos contra la cadera de él.

    La boca de la criada respondona se abrió en un grito mudo tan pronto como el bastardo de su patrón comenzó a follársela con la pasión que los tres meses de forzada castidad le habían provocado. Deslizando su cadera hacia atrás, sólo para moverla inmediatamente después hacia adelante, fue que Lincoln empezó a penetrarla, reteniéndola entre el cuerpo de él y el piso mismo, bombeando su verga una y otra vez, forzando la penetración un poco más tras cada penetración.

    Y es que la intención que tenían las caderas de él era más que evidente; tras cada potente arremetida el falo de él lograba entrar un poco más en aquel coño apretadito que se le había resistido. Así, inmovilizada como estaba, Ronalda nada pudo hacer cuando la verga de su conquistador venció finalmente toda resistencia que ella pudiera oponer y entró en su cuerpo completamente.

    Un solitario suspiro fue lo que se escapó de la garganta del albino tan pronto se percató de que la base de su cipote ya podía rozar la húmeda y muy apretada grupa de Ronalda—. ¡Tú… maldita… puta…!

    Ronalda, por su parte, sólo pudo responder a aquellas palabras con una mueca que ya nada tenía de intimidante, pues su pecho se negaba a absorber siquiera el aire necesario para gritar.

    Con la mirada fija en aquella patética expresión de la furcia que lo había humillado tantas veces en el pasado, fue que Lincoln soltó los brazos de Ronalda sólo para aferrar en su lugar la garganta de la latina y comenzar a penetrarla con gusto. Tirando de sus caderas hacia atrás, justo hasta que la punta de su verga apenas y permanecía dentro de ella, Lincoln se dejó caer con todo su peso sobre el cuerpo postrado de su rival, logrando así que su pito entrara hasta límites casi imposibles. Luego, repitió aquel movimiento, una y otra vez, deslizándose lentamente hacia atrás sólo para empujar hacia adelante con fuerza, aplastando a la criada contra el piso de duela.

    Ronalda, por su parte, sólo podía gimotear su humillación, con la garganta aun negándose a permitirle hablar y con su grupa abierta completamente alrededor de una polla que llegaba a profundidades a las que ninguna otra había llegado jamás. Las sensaciones que su cuerpo reportaba al cerebro superaban lo que ella creía era el límite, transcribiéndose a su conciencia como una holeada inmensa. La idea de saberse vencida y humillada funcionó también como un amplificador del placer que muy a su pesar, ella estaba experimentando, pues tras soportar sólo algunos pocos instantes de aquel tratamiento tan rudo, fue que Ronalda se corrió, y sus paredes se cerraron sobre el miembro de su antiguo empleador.

    —¡Puta… puta…! —Lincoln comenzó a balbucear entre dientes tan pronto como sintió el estrujón casi doloroso en el que la vagina de Ronalda tenía atrapado su miembro. Sin embargo, sintiendo su propio final cerca, Lincoln tuvo que soltar la garganta de su criada, y en su lugar, se aferró con ambas manos a la larga cabellera negra de su vencida rival al tiempo que aumentaba la velocidad de sus penetraciones.

    Los pulmones de la latina no perdieron tiempo en dar buena cuenta del oxígeno que volvía a circular, sin embargo, en lugar de gritar algún insulto u amenaza, todo lo que la garganta de Ronalda pudo exclamar fue un inmenso gemido. La pobre criada aún no se recuperaba de un orgasmo cuando su cuerpo se vio invadido por otro… ¡e inmediatamente después, otro más!

    Aquello también fue demasiado para el albino.

    Sintiendo como los músculos de su abdomen y de sus nalgas se tensaban hasta casi resultar doloroso, Lincoln apenas y pudo salir de la grupa bien follada de Ronalda antes de eyacular sobre el cuerpo inmovil de su rival, bañando su vientre, así como su rostro con leche de hombre.

    Tras recuperar un poco el aliento, Lincoln se puso finalmente de pie mientras que Ronalda se quedó en el suelo, sollozando entre gemidos. Ya no era la ama dominante y castigadora que empezó el combate, segura de vencer una vez más, sino que ahora en su mirada llorosa se podía percibir cierta temerosa sumisión… pero eso no era suficiente. ¡Lincoln quería someterla completamente!

    —Tu humillación no está completa aun —dijo el restaurado amo y señor de la casa. —Alza tus puños y pelea conmigo si te atreves, maldita puta. Sé que aún crees que puedes ganarme y quiero que me des una de esas chupadas de polla que sólo tú sabes hacer.

    A pesar de que ya no le quedaban energías, Ronalda respondió al reto de Lincoln y se levantó, los puños prestos, y se lanzó como una exhalación contra el bastardo que acababa de violarla.

    Su furia apenas y contenida la hizo lanzar golpes como una posesa. El único pensamiento que recorría su mente era la de triturarle los testículos a golpes a Lincoln. Su técnica era tan buena como siempre, pero su mente ya no estaba centrada debidamente en la pelea y Lincoln aún iba a matar. Esta vez el duelo boxístico ni siquiera fue un duelo. Sí, Ronalda colocó un par de buenos ganchos de derecha al hígado y vio a su rival acusar el impacto, pero Lincoln contraataco con verdadera saña y al final fue ella la quedó en el suelo inerme mientras Lincoln la remataba con sadismo mucho después de que quedara KO.

    Confirmando su victoria, Lincoln agarró a su vencida prometida por los cabellos y la arrastró como un fardo por toda la sala de estar antes de restregarle el rostro en el charco de fluidos que habían quedado en el piso justo dónde ella se había derribado entre orgasmos. La confiada mujer había sido vencida y yacía en el suelo hecha un ovillo, sollozando y con los ojos llenos de lágrimas, incapaz de hablar, llena de marcas y moretones por todo su cuerpo, con la ceja partida, el ojo morado. Lincoln se limpió la sangre que le escurría por la nariz y la miró.

    —Pensaba llamarle a los de inmigración tras partirte la cara, maldita puta mexicana, pero me divertí tanto el día de hoy… es tan excitante este juego tuyo que he decidido mantener mi promesa de casarme contigo. Tienes un buen cuerpo, y me encanta como gimes. También debo decir que me gusta lo que haces en la cocina, Ronalda, serás mi puta hasta que este matrimonio falso se termine.

    —La noche de bodas nosotros hacer gran desempate, cerdo —Tal era la impotencia que experimentaba Ronalda, que empezó a hablar en aquel mal inglés que Lincoln no le había escuchado desde que le enseñara a hablar debidamente el idioma—. La noche de bodas te enseñaré quien llevar pantalones aquí, maldito cerdo asqueroso. La noche de bodas tú morir.

    Lincoln escupió en la cara de Ronalda, esta le respondió poniéndose nuevamente de pie y dándole un golpe que más parecía una cachetada, y en unos segundos estaban de nuevo rodando por el suelo. Lincoln estaba en la gloria ¡Era tan increíblemente excitante el hacer realidad una de sus primeras fantasías sexuales!

    En el departamento de abajo, arrinconada y con la mirada fija tanto en una navaja de bolsillo como en los prominentes nudillos de un puño, Tabby estaba segura de que estaba a nada de sufrir un paro cardiaco.

    —Así que era por eso que pedías tan poco dinero por este lugar —Polly Pain se tronó los dedos que formaban su puño derecho, casi sin prestar atención a los ruidos de golpes y muebles rompiéndose que comenzaban a volverse a oír por sobre su cabeza—. ¿Qué crees que debamos hacer, Haiku?

    La aludida se pasó su navaja stiletto de una mano a la otra, y tras cavilar sus palabras por un momento más, respondió con voz monótona—. Polly, sabes que necesitamos mudarnos y realmente me gustó el lugar… pero por esta situación con los vecinos no creo que nos convenga.

    Tan desesperada estaba Tabby por mudarse, que ni siquiera fue consciente cuando habló —Puedo hacerles otro descuento… ¡LA MITAD DE PRECIO SI PAGAN HOY!

    Las cejas del estereotipo de loca deportista se levantaron al tiempo que la expresión de Morticia se transformó por primera vez en una sonrisa.

    —Bueno, sí así está la cosa… —Polly relajó el puño y la reluciente navaja volvió a desaparecer dentro del brassiere de la pelinegra—. ¿Dónde firmamos?

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    Próximo: La noche de bodas, Ronalda y Lincoln libran el desempate de su enfrentamiento sexual. ¡Solo uno quedara en pie!
     
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    Sylar Diaz

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    Matrimonio de Conveniencia
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    5187
    Lincoln intenta cogerse a Ronalda, su criada, quien le responde afirmativamente si es que él logra dominarla en una pelea. Ronalda vence en este primer combate y, para humillar aún más a su empleador, se niega a acostarse con él hasta el día en el que se concrete el matrimonio de conveniencia que le permitiría a ella conseguir la ciudadanía legal. Tras varias derrotas consecutivas, Lincoln finalmente viola a Ronalda después de lograr derrotarla en una nueva lucha cuerpo a cuerpo, pero ella jura vengarse. Ahora ha llegado el combate definitivo ¡Ha llegado la noche de bodas!

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    A pesar de que el sol acababa de ocultarse tras el horizonte y de la gruesa capa de nieve gris, –nieve pegajosa y sucia a causa de innumerables vehículos y transeúntes–, que cubría completamente el asfalto de las avenidas y calles del pueblo, una pareja paseaba tranquilamente agarrados de la mano sin reparar en nada de lo que les rodeaba en aquella noche de febrero… o al menos así parecía hasta que una ráfaga de aire helado voló con fuerza sobre la avenida central, consiguiendo levantar el grueso abrigo de piel de la mujer latina.

    —¡Hijoesuputamadre! —farfulló Ronalda en su nativo español, la mujer que hacia sólo un par de meses había sido sólo una simple criada, de un único suspiro al sentir como todo su calor corporal la abandonaba de improvisto—. ¡Odio este maldito frio y esta maldita nieve! ¡Los odio!

    —Y aun así pediste como postre una copa grande de helado de fresa durante la cena —comentó a su lado Lincoln, quien había sido su empleador, mientras que, con su mano libre, pues la izquierda seguía sosteniendo la de ella, procuraba abrigar un poco mejor a la mujer—. Aún recuerdo la cara de incredulidad del mesero cuando insististe en que querías comer helado con este clima.

    Pero aquel no era uno de los paseos habituales de aquella peculiar pareja, si es que podía contarse como "paseo" a sus habituales competencias de insultos discretos (ya llevaban meses sin pelearse a gritos) durante sus acostumbradas caminatas a través del pueblo cada que necesitaban comprar víveres. No, este paseo era especial, pues antes de que Lincoln y Ronalda decidieran cenar acompañados por dos de sus amigos más cercanos en su café de siempre, habían acudido con un juez del Registro Civil para que los casase…

    —¡¿Y qué con que me guste comer helado?! Además, estoy hablando del asqueroso clima de este maldito país, no de mis gustos gastronómicos —alejando por fin de un revés la mano con la que Lincoln no paraba de toquetear su abrigo, fue Ronalda la que retomó primero la marcha hacia el departamento en el que ambos vivían—, porque espero no tener que recordarte que tú pediste de postre un sándwich de mantequilla de maní y chucrut.

    Sin molestarse en defender su refrigerio favorito, pues sabía que Ronalda sólo seguiría burlándose, Lincoln optó por hacer lo más maduro antes de seguir caminando junto a su esposa: imitar con voz chillona las últimas palabras de la latina.

    Si alguien ajeno a ellos dos se encontrase de repente observándolos desde lejos, quizá pudiera confundir lo que había entre Lincoln y Ronalda con una juguetona camaradería forjada desde la misma infancia, misma que se había transformado naturalmente en afecto romántico. Y si dicho alguien se enterase, por pura casualidad, de que ambos habían sido prometidos y de que acababan de casarse, quizá creyera que en efecto los unía el más puro amor y confianza.

    Pero esa persona no podría estar más equivocada, pues la de ellos era una relación, un matrimonio, sin rastro alguno de amor. Lo único que Lincoln deseaba era humillar y masturbarse con el coño de la mujer que siempre había visto como una estúpida inmigrante ilegal, y lo único que Ronalda deseaba de él era obtener el papeleo y el dinero que le permitirían vivir cómodamente en el país. Ambos se encontraban atrapados en un empate en una lucha física y de voluntades, una lucha que decidiría quién tendría las riendas mientras durara aquel matrimonio por conveniencia.

    Durante los cinco meses que siguieron a aquel combate en el que Lincoln logró cogerse por primera vez a su sádica prometida, quedó claro que la ramera latina no se daría nunca por vencida, pues no pasaba ni siquiera un par de días sin que aquella furcia saltara sobre su antiguo patrón e intentara doblegarlo usando sus puños y patadas. Pero Lincoln tenía bien memorizado el método para contrarrestar los envites de Ronalda, y fue así que tras cada nuevo combate fue él quien le demostraba a la criada el poderío y vigorosidad de un verdadero hombre, follándola contra su voluntad después de darle una paliza.

    Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha en la que ambos habían decidido concretar la boda, los combates se iban alargando y el bastardo albino tenía más y más dificultades en dominar a la bruja latina. Finalmente, pues ninguno de los dos quería llegar al registro civil con el cuerpo lleno de moretones y levantar así sospechas, acordaron una tregua un mes antes de casarse… y también acordaron que el que resultara victorioso en la noche de bodas fuese quien llevaría, figurativamente hablando, los pantalones en el año que duraría aquel matrimonio falso.

    Fue así, manteniendo ese falso aire de cordialidad frente a la vista de los demás, que ambos esposos llegaron finalmente al edificio de paredes de ladrillo rojo en el que vivían y, aún agarrados de la mano, subieron por las escaleras que conectaban los tres departamentos sin encontrarse con ningún vecino hasta que llegaron al suyo, en el último piso.

    —Cuando dijiste que invitarías como tú testigo de nuestra boda a la chica de la lavandería china, no creí que se tratara de una chinita tan extrovertida y agradable —Sólo hasta que cruzaron el umbral y cerraron la puerta a sus espaldas, fue que Lincoln volvió a hablar en voz alta mientras le ayudaba a su esposa a quitarse el abrigo de piel—. Sigo sin creer que una chinita apellidada Chang sepa hablar mejor el idioma que tú cuando te conocí.

    Ante el comentario burlón del que ahora era su marido, Ronalda se limitó a tronar su boca mientras le quitaba con un poco más de brusquedad el saco que él había elegido usar para salir.

    —¿Cuántas veces debo recordarte que, aunque la lavandería le pertenezca a su padre, Sid trabaja en el zoológico de…? —pero la queja murió en sus labios tan pronto como ella terminó de quitarle el abrigo y le dio la espalda a Lincoln—. ¡NOS HAN ROBADO!

    —No, esto es obra mía —aclaró tranquilamente el albino, aún desde la puerta del departamento mientras se quitaba la corbata—. Les pedí a unos amigos que se deshicieran de nuestros viejos muebles mientras nosotros estábamos fuera, creí que renovar nuestro "nidito de amor" reforzaría nuestra mentira. El camión de la mudanza con los nuevos llegará por la mañana.

    Aún con la boca abierta por la incredulidad, Ronalda volteó a ver a Lincoln sólo para inmediatamente después volver a fijar su vista en la sala del departamento. Casi todos los muebles habían desaparecido, dejando tanto el piso como las paredes desnudas.

    —Me… me parece bien. Un buen plan para no levantar sospechas, y también no nos conviene destrozar la casa… porque el día de hoy te castraré, malnacido—respondió Ronalda, recuperándose rápidamente de la sorpresa inicial, sin embargo, algo volvió a distraerla—. Espera… dijiste "unos amigos" ¿Cuáles de tus pendejos amigos entraron a mi casa sin que yo me enterara?

    —Descuida, sólo entraron Liam y Zack —al oír esos nombres, la latina sonrió y se relajó casi por completo; si bien no eran perfectos, aquellos dos no eran quienes la molestaban—, Ay no ¡¿cómo pude olvidarme?! también vinieron mis otros dos grandes amigos: Rusty y Stella. De hecho, en lugar de ayudar a sacar los muebles, Rusty sólo vino a comerse tu comida mientras que Stella se probó algunos de tus suéteres… creo que incluso se llevó algunos a casa.

    Tan rápido como había aparecido la sonrisa en el rostro de Ronalda, también desapareció.

    Sí había una persona que sacaba completamente a Ronalda de sus casillas, ese era indudablemente el engreído Russell Spokes. Pero ni el desagrado que la latina sentía por ese patético y mentiroso pelirrojo era comparable con el odio que sentía por la larguirucha zorra asiática que se empeñaba en coquetearle a Lincoln.

    —¡Muy bien, si querías que te matara sólo debías decirlo!

    Lincoln apenas y pudo terminar de desabrocharse la camisa cuando la amenaza de Ronalda de castrarlo se cumplió finalmente, pues la rodilla derecha de la mujer impactó contra sus testículos casi al mismo tiempo en el que la frente cobriza de ella le aplastaba la nariz.

    Desplomándose directo al suelo con ambas manos cubriendo su ingle y con sangre escurriéndole por la cara, Lincoln no pudo impedir que Ronalda lo agarrara por su blanco cabello y que aventara su cráneo contra la dura duela del piso. La cabeza del albino hizo un sonido sordo al impactar limpiamente contra la madera y su cuerpo se estremeció, perdiendo al instante casi toda la fuerza. Procurando presionar su ventaja, Ronalda se le subió a la espalda y comenzó a pisotearlo como si pretendiera hacerlo puré debajo de sus pies.

    Aquello pronto demostró ser un error, pues cuando el albino finalmente reaccionó, le bastó con medio incorporarse para que Ronalda cayera aparatosamente al suelo, y entonces él sólo tuvo que cerrar su mano derecha y dejarla caer con fuerza para reventarle el labio de un puñetazo.

    Advirtiendo que de quedarse en el suelo se hallaría en absoluta desventaja, Ronalda se alejó tanto como pudo de él e intentó levantarse, logrando incorporarse al mismo tiempo que Lincoln.

    Ahora que ambos volvían a estar de pie, empezaron a girar frente a frente, con las ropas nupciales desarregladas y parcialmente desgarradas, buscando un ángulo por el cual atacar. Macho contra hembra, blanco contra latina, amo contra criada. La suya no sólo era una lucha entre razas, ni una lucha entre clases o sexos, sino una lucha entre orgullos, una lucha a muerte por la supremacía.

    La primera victoria había sido para la hembra, cuando forzó al macho a reconocer la superioridad de sus puños y así consentir en aquel matrimonio de conveniencia. Pero después el macho había tomado su revancha, al doblegar tanto el cuerpo como el sexo de la criada. Ahora estaban empatados, y peleaban por dominar definitivamente al otro.

    Sintiendo el sabor de su sangre bajar por sus respectivas gargantas, y con adrenalina y odios puros llenando sus venas, ambos cargaron el uno contra el otro, ciegos y rabiosos por luchar, chocándose de frente como dos trenes sin frenos, a mitad del departamento; golpeándose con pies y puños, castigando sus cuerpos sin piedad durante largos minutos hasta que Ronalda demostró que, entre los dos, ella poseía la mejor técnica, derribando al bastardo con una patada circular a la sien.

    Lincoln, por su parte, dejó en claro que tenía una mayor claridad de mente al contestar antes de terminar de caer al suelo con un par de puñetazos; uno que se clavó en el pubis de la ramera y otro que impactó contra su rodilla izquierda, derribándola a ella también.

    Al tener ahora a su odiada adversaria en el suelo frente a él, Lincoln intentó ponerla boca abajo al tiempo que le retorcía el brazo derecho para inmovilizarla, pero la diablesa reaccionó a tiempo y logró atontar a Lincoln con un nuevo cabezazo. Pero mientras volvía a desplomarse, el albino alcanzó a aferrarse al sudoroso cuerpo de la latina, provocando que ambos contrincantes rodaran por el suelo y se retorcieran como serpientes intentando lograr una ventaja contra su contrincante.

    Así duraron por bastante tiempo, sin lograr una clara ventaja sobre el otro, hasta que valiéndose de sus fuertes muslos Ronalda logró envolver con ellos la cadera de Lincoln, y Lincoln consiguió rodear el cuello de Ronalda con sus grandes manos. Él poseía una fuerza superior a la de su diminuta adversaria, pero ella había demostrado en incontables ocasiones que su resistencia al daño era muy superior.

    Durante varios segundos se torturaron mutuamente hasta quedar al borde mismo del desvanecimiento. Las costillas de él tronaban bajo la musculatura de la latina al tiempo que el aire dejaba de circular hacia los pulmones de ella. Sin embargo, fue Ronalda la que cedió primero y quién quedó inerte en el suelo del salón. Notando que había logrado doblegarla, Lincoln levantó el rostro de ella por medio de su larga cabellera, y le aplastó la nariz de un rodillazo.

    Tras tener que sufrir aquella sucia táctica un par de veces más, la mañosa luchadora reaccionó finalmente y logró liberarse al propinarle a Lincoln un puñetazo que impactó a escasos centímetros de sus genitales, logrando así alejarse a gatas. Sin embargo, no llegó lejos, pues el albino se recuperó en tiempo record del ataque y se le aventó encima, aplastándola boca abajo entre el piso y su cuerpo.

    Parcialmente inmovilizada debajo del hombre que ella más odiaba, Ronalda ya esperaba escuchar uno de los acostumbrados comentarios burlones de su antiguo patrón, comentarios con los que ofendía a su nacionalidad o su estatus de ilegal, pero lo que obtuvo a cambio fue la sensación de una mano moviendo a un lado lo que quedaba de sus bragas sólo momentos antes de que la pelvis de Lincoln impulsara hacia su ingle un pene completamente erecto.

    Debido a la brutalidad de aquel empujón por parte de sus caderas, la verga de Lincoln no tuvo problema alguno en enterrarse hasta la parte más profunda del sexo de Ronalda, y de arrebatarle a ella un grito de dolor… junto con uno de placer. Tras el mes en el que ambos se abstuvieron de pelearse y de masturbarse con el cuerpo del otro, Ronalda descubrió que se había desacostumbrado a la considerable envergadura del pene de Lincoln; pues tras cada penetración que él le propinaba, un nuevo gemido se le escapaba a ella desde la garganta.

    —Ya… extrañaba… abrirte de piernas… pinche prietita —Y ahí estaba, el maldito comentario de Lincoln finalmente hacía acto de presencia.

    —¿Cómo… me dijiste, maldito… blanco de… mierda? —bufó Ronalda, sintiendo como su sangre comenzaba a hervir a causa del coraje—. ¡Aquí lo único prieto es tu futuro! ¡MALNACIDO!

    Y ni bien dijo eso, Ronalda comenzó a luchar con renovadas fuerzas por evitar que Lincoln continuara violándola y reclamara para sí la victoria definitiva. El semental albino advirtió la increíble resistencia que aún exhibía la latina, pues de repente apenas y lograba seguir penetrándola mientras la mantenía sujeta.

    Tomando aquella resistencia férrea por parte de su esposa como un reto a su virilidad misma, Lincoln puso todo su empeño en someter de una vez y por todas a Ronalda, pero ella seguía retorciéndose ferozmente, dificultándole en gran medida el mantener su posición favorable, sin contar que ahora era él quien comenzaba a sudar a mares y a faltarle el aliento a causa del esfuerzo.

    Advirtiendo la debilidad de Lincoln, Ronalda redobló sus esfuerzos y logró finalmente darse la media vuelta para encarar una última vez al albino, aunque contra la verga que seguía arrancándole gemidos nada pudo hacer.

    Consiguiendo, gracias a su nueva posición, envolver el tórax del albino entre sus piernas y brazos, la zorra latina utilizó la fuerza que le quedaba para empezar a apretar el abrazo del oso en el que acababa de atrapar a Lincoln.

    Sin forma alguna de zafarse, y sin ninguna otra alternativa, Lincoln tuvo que responder a la táctica de Ronalda redoblando los envites de su verga contra el sexo de ella, pues aún con todo y que ella intentó liberarse, no pudo evitar que Lincoln continuara cogiéndosela con gusto.

    Lincoln oscilaba sus caderas con poderosas embestidas, clavando tras cada nuevo intento aún más profundo su verga en la vagina de su odiada rival, mientras que ella cerraba con mayor intensidad la pinza de sus muslos alrededor del cuerpo del macho, como sí quisiera partir al albino en dos. Sin embargo, pronto la pasión también empezó a afectar a Ronalda, pues inconscientemente ella comenzó a impulsar sus propias caderas al encuentro de las del maldito que pretendía violarla cuando en realidad era ella quien lo domaba, mientras que las manos y dientes de Lincoln se aferraron con abandono a la cabellera y al cuello de la latina respectivamente, marcando como propio aquel cuerpo sensual, bronceado y poderoso.

    Verga invasora y brazos musculosos, coño húmedo y muslos seductores. Su lucha sexual por la supremacía los redujo a ambos a un estado pasional casi animal, hasta que finalmente el ancestral combate entre sexos terminó como siempre lo ha hecho durante los últimos miles de años; la vagina triunfante de Ronalda comenzó a ordeñar toda la lefa que la verga vencida de Lincoln podía proporcionar. Aquel orgasmo fue uno colosal y prolongado, no obstante, el colapso sexual del albino fue el detonante para el colapso físico total de ella. Pues mientras el sexo de Ronalda había logrado vencer la verga de Lincoln, ella había dejado de luchar por liberarse y alejarse del albino. Con un último gemido, uno compartido, ambos perdieron el conocimiento tal como estaban; abrazados, magullados, sudorosos y satisfechos.

    Tan agotados estaban tras su combate que lo más seguro era que, bajo otras circunstancias, hubieran podido quedarse dormidos juntos hasta el mediodía del día siguiente, pero al ser aquel uno de los inviernos más severos en la historia del pueblo y al ellos sólo poder abrigar sus cuerpos desnudos con los restos de sus ropas hecha jirones, fue que Lincoln y Ronalda recuperaron la conciencia sólo un par de minutos después de haberla perdido.

    Y apenas volvieron en sí, con el cuerpo adolorido a causa de su reciente pelea, así como los dedos de pies y manos ligeramente entumecidos a causa del frio, tanto Lincoln como Ronalda ahogaron un grito de sorpresa al descubrir cuan cerca estaban el uno del otro.

    Lincoln fue el primero en reaccionar, ponerse en pie y apartarse, aunque el estado aturdido de su mente no le permitió alejarse más que un simple par de pasos de la latina, quien, por su parte, y mostrando una timidez poco característica de ella, intentaba cubrir su desnudez con los jirones de tela que tenía cerca. Y es que esta situación no era para menos; en los poco más de once meses que llevaban juntos, ellos dos nunca habían dormido juntos. ¡Ni siquiera desayunaban a la misma hora!

    —Oye… Ronalda… —Decir que Lincoln estaba incomodísimo sería minimizar demasiado la situación—, sobre lo que acaba de pasar… yo…

    —¡Cierra el pico! —lo interrumpió ella, recuperando al menos en apariencia algo de su carácter abrasivo —. Fui yo la que empezó todo esto, ¿lo recuerdas? Buscaba desquitarme de ti, de tus abusos a los que me habías sometido desde que empecé a trabajar para ti…

    Al oír esas palabras, al oírlas dichas por Ronalda, Lincoln sintió como su rostro se coloraba por la vergüenza y una buena parte de arrepentimiento. Ya estaba por disculparse ante la acusación de su esposa, pero la mujer siguió hablando, no dejándole oportunidad a él.

    —Así que planeé hacerte una oferta que sabía que no rechazarías… te ofrecí lo que sabía que deseabas ¿No es así? sexo y violencia. Fui yo quien te buscó pelea y… ¡bueno! la encontré. Y créeme, si yo te hubiera vencido en este último combate, como planeaba hacer, te hubieses enterado de lo que te convenía, pero no gané… —¿Acaso eso significaba que ella le concedía la victoria? Entonces ¿por qué él no se sentía satisfecho con eso?—. Lo único que te pido, antes de que me obligues a cumplir con mi parte del trato, es que me des un tiempo a solas para poder vestirme y pensar.

    Lincoln reaccionó a esa petición como si se hubiese tratado de una orden, y casi sin fijarse en lo que hacía, volvió a su dormitorio, se puso el primer pantalón que vio, así como un par cualquiera de zapatillas, antes de volver a la sala de estar para tomar su abrigo del perchero junto a la puerta y finalmente salir del departamento. Ronalda ni siquiera se había movido de su lugar durante los pocos minutos que duró aquella operación.

    Salió del apartamento hacia el pasillo y sin miramientos empezó a bajar por la única escalera, sin encontrarse en todo su trayecto a la planta baja con nadie. Pero la situación cambió tan pronto como llegó al recibidor del edificio; una solitaria persona estaba parada frente a la puerta principal del edificio. Lincoln bajó la cabeza y caminó hacia allí. No quería que lo reconocieran, ni entenderse con ningún vecino.

    Iba casi a medio camino del largo corredor hacia la puerta principal cuando notó que aquella persona ignoraba el cigarro prendido que tenía en la mano mientras que lo observaba inmóvil. Intentando aparentar desinterés, Lincoln miró de reojo a la mujer y advirtió que no solo lo estaba observando fijamente, sino que también descubrió su identidad. Se trataba de Gaby McCann, o "Giggles", su nueva vecina del departamento de abajo del suyo. Y sin poder mantener su fachada de apatía, Lincoln finalmente dejó de avanzar al advertir la forma en la que el rostro rechoncho de la mujer se contraía en una máscara de odio conforme él se acercaba. Era obvio que ella estaba ahí para bloquearle la salida.

    La mujer había llegado al edificio el mes pasado, tras que las extrañas dos inquilinas anteriores se mudaran tras sólo haber ocupado el departamento durante poco más de tres meses. Según les había dicho tanto a Ronalda como a él cuando recién se mudó, Gaby trabajaba como comediante física… significase eso lo que significase.

    —Buen día… yo… adiós —se apresuró a saludarla fría pero cortésmente, justo como ella venía haciendo todos los días desde que se mudara, pero antes de que Lincoln pudiera desaparecer tras la puerta de entrada, la rechoncha mujer castaña habló.

    —¡¿Qué le has hecho?!

    —¿Qué… a quién…? —Lincoln no había querido decir aquello, no había querido decir nada, pero la inquietud creciendo en su pecho sólo se intensificó al ver el rabioso estado anímico de su vecina.

    —¡¿Hablo de la pelea que acabas de tener con tu mujer! ¡Esta se escuchó mucho más intensa que las anteriores! —El corazón de Lincoln dio un vuelco al escuchar aquellas palabras. ¡Nunca había siquiera sospechado que lo que hacían Ronalda y él pudiera ser escuchado por algún vecino! Con razón tantas personas se habían marchado del apartamento debajo del suyo desde que todo aquel plan del matrimonio de conveniencia empezara—. Ya que parece que tu estúpida mente de neandertal no me escuchó, repetiré mi pregunta ¡¿QUÉ LE HAS HECHO?!

    Lincoln, quien desde la infancia siempre había sido conocido por todo el mundo como "el hombre del plan" se encontró sin palabras frente a su furiosa vecina. Su mente, incapaz de proporcionarle de alguna excusa, sólo atinó en congelarlo en el lugar y palidecer su rostro. Y al ver el estado pasmado, casi catatónico, del albino, la actitud de la castaña mujer tampoco mejoró… sino todo lo contrario.

    —¡Respóndeme o si no…! —justo entonces Gaby McCann reparó en el estado ensangrentado y magullado en el que Lincoln se encontraba frente a ella. Eso, anudado a su propia histeria apenas y contenida, fue que su agitación se intensificó hasta transformarse en un arrebato frenético e irascible—. No me digas que la has matado... ¡Asesino! ¡CERDO ASESINO! ¡Llamen a la policía! ¡POLICÍA!

    —Vecina ¿puedo saber por qué está haciendo tanto escándalo? —Al oír aquella enérgica, pero extrañamente gentil voz, una voz a la que él había llegado a acostumbrarse y reconocer entre una multitud, Lincoln volteó para ver a la mujer que acababa de llegar a la planta baja.

    Parada al pie de la escalera que conectaba los tres pisos del edificio, y vestida de modo discreto; pantalones de mezclilla y blusa, Ronalda lucía tan agotada y golpeada como Lincoln sabía que lo estaba él, sin embargo, su rostro sólo demostraba calma y seguridad.

    —¡Ya no tienes por qué cubrir a este bastardo! —volvió a gritar Giggles, centrando toda su atención en la pobre mujer migrante que planeaba proteger—. ¡SÓLO NECESITAS LLAMAR A LA POLICÍA Y ÉL YA NO PODRÁ VOLVER A HACERTE DAÑO!

    Si Lincoln había sentido alguna clase de alivio al oír y ver a su esposa, todo eso fue reemplazado por un pánico absoluto al oír a la vecina del departamento de abajo. El caos provocado por sus peleas y violaciones mutuas aparentemente podía ser escuchado por todo el mundo dentro del edificio, por lo que todos los vecinos y conocidos seguramente pensaban que él maltrataba a Ronalda tanto física como sexualmente ¡Ningún Juez dudaría siquiera en encerrarlo y dejarlo pudrirse en alguna cárcel por el resto de su vida! Ronalda sólo se vería beneficiada mientras que él, el hombre que ella decía odiar, vería el resto de su vida arruinada.

    —¿Y yo por qué le haría eso a mi esposo? —Respondió Ronalda, manteniendo su tono calmo de voz mientras avanzaba a paso constante hasta poder envolver entre los suyos el brazo derecho de Lincoln, reconfortándolo nuevamente—. Escuche Gabriela, agradezco que se preocupe por mi bienestar, pero esto de los golpes e insultos no es más que un juego que nos gusta jugar antes de hacer el amor. Quizá lo hemos llevado muy lejos, lo admito, pero eso fue porque no sabíamos que podían oírnos desde afuera de nuestro apartamento.

    —Pe…pero… la sangre… los moretones… —cómo todo perro de presa que ha seguido por mucho tiempo el rastro de un animal herido, Gaby McCann parecía resistirse a cambiar de opinión, sin embargo, Ronalda fue rápida en darse cuenta e insistir.

    —Yo dejo que Lincoln me haga lo que él quiera porque me gusta que lo haga, sé que tanto puede que yo gane la pelea y me gane así el derecho a violarlo a como que la gane él. Es eso lo que me excita, lo que nos excita y une como pareja. Permito que él me folle como quiera, porque sé que yo puedo hacer lo mismo y porque lo he aceptado a él como mi hombre ¿entiende? Él es mío y yo suya.

    Lincoln se quedó en silencio. Sentía su rostro colorado y caliente. Miró hacia abajo. —Yo pensaba que... —dijo, pero al advertir que no podía decir más nada a no ser que revelara la naturaleza falsa de su matrimonio, volvió a guardar silencio.

    En esas palabras de Ronalda vio, de repente, el otro lado de la impaciencia e irritabilidad de su esposa, su ferocidad, sus silencios. Había intentado mirar a Ronalda como a alguien indeseable y frío, mientras que lo que ansiaba en realidad era tocar su suave piel morena, sus brillantes cabellos negros. Cuando ella lo miraba fijamente, como desafiándolo repentina e incomprensiblemente, él pensaba que estaba enfadada con él. A pesar de que a diario lo hacía, Lincoln temía insultarla de verdad, ofenderla imperdonablemente. ¿A qué le temía ella? ¿Al evidente deseo de él? ¿Al de ella? Y sin embargo no era una muchacha sin experiencia, era toda una mujer, una amante experta, ¡ella, que presumía de haberse ganado a todo un pueblo con sus encantos!

    Mientras permanecía de pie en la planta baja del edificio junto a Ronalda y su vecina, todo esto pasó como una ráfaga por la mente de Lincoln, como una inundación que se abre paso a través de una represa. —Yo pensaba que las paredes de nuestro apartamento eran lo suficientemente gruesas —dijo finalmente—. No creí que se escuchase lo que hacía en la intimidad con mi esposa, lo siento mucho, señorita McCann.

    —Exacto, lamentamos el malentendido, y nuevamente le agradezco su preocupación por mi bienestar—concluyó Ronalda suavemente, antes de despedirse de la confundida mujer castaña.

    Lincoln se pasó todo el corto viaje de regreso a su departamento confundido, furioso, y muy apenado. Cuando Ronalda abrió finalmente la puerta del hogar y se dirigió inmediatamente hacia la cocina, él fue hasta allí, sin molestarse siquiera en pensar en una excusa.

    —¿Ronalda, puedo hablar contigo? —le preguntó.

    Ella asintió brevemente con la cabeza, frunciendo sus pobladas cejas negras y mordiéndose el labio inferior con sus torcidos dientes de conejo.

    Sin embargo, Lincoln no dijo nada por lo que Ronalda aprovechó la oportunidad para volver a huir, metiendo toda su cabeza en una alacena.

    —No sé tú, pero yo tengo mucha hambre así que me prepararé un tentempié —exclamó con voz temblorosa, mientras buscaba inquietamente el contenido de la despensa.

    —¿Lo que dijiste allá abajo... lo dijiste solamente para evitarte una visita al Ministerio Público? —preguntó él de repente.

    Ella no dijo nada, seguía empeñada en estudiar cuantos comestibles se le cruzaran en el camino.

    —¿O dijiste esas palabras porque en realidad las sientes? —le volvió a preguntar él. Y ella finalmente dejó la despensa en paz.

    —Sí —le contestó. Y se quedó allí de pie sin poder decir una palabra más. Después de casi dos minutos de silencio ella volteó la vista para mirarlo—. Sí, lo que dije lo dije en serio —repitió con una voz suave y muy baja—, y lo dije porque quería decirlo. Sí queremos que este matrimonio falso funcione necesitamos ser sinceros; me gusta cómo luce tu cuerpo sin ropa, tampoco eres mal peleador ni mal amante… y también me gustan los libros con dibujos que haces para ganarte la vida —Él todavía seguía allí de pie, con el rostro reflejando la más absoluta incredulidad—. ¡Por dios que hambre tengo! Se me antoja un sándwich. ¿Quieres que también te haga uno a ti?

    —Si te digo algo privado —dijo él—, algo que solo lo saben las personas en las que más confió...

    —Yo te diría un secreto mío —dijo ella—. Sí, así... quizá era así como debimos comenzar este matrimonio falso.

    Comenzaron, sin embargo, con un aperitivo de media noche.

    Al perder la excusa de tener que seguir aparentando que se odiaban a muerte, ambos descubrieron que eran igualmente tímidos. Cuando Lincoln cogió la mano de ella, la de él tembló, y Ronalda, quien había revelado que las personas que la querían la llamaban "Ronnie", se apartó de él con el ceño fruncido, pero no tardó en ser ella quien retomó suavemente el contacto. Cuando él acarició su suave y brillante cabellera, ella parecía solamente estar soportando sus caricias, y entonces él se detuvo. Cuando trató de abrazarla, ella estaba rígida, rechazándolo. Luego ella se dio vuelta y, feroz, repentina y torpemente, lo envolvió entre sus brazos.

    No fue la primera noche, ni las primeras noches en las que no quisieron tener sólo sexo, sino que verdaderamente intentaron hacerse el amor, las que les dieron a ninguno de los dos demasiado placer o comodidad. Pero juntos aprendieron el uno del otro, y juntos pasaron por la vergüenza y el temor, hasta llegar a la pasión. Fue entonces cuando sus largos días en su solitario apartamento, y sus largos paseos por el pueblo, fueron una verdadera alegría para ambos.
     
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