Saint Seiya [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Kazeshini, 6 Enero 2013.

  1.  
    Kazeshini

    Kazeshini Caballero de Junini

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    [Longfic] Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    76
     
    Palabras:
    4843
    [Saint Seiya/ Los Caballeros del Zodiaco] – Saga: CATACLISMO 2012

    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 75: IZANAMI: EL ENCUENTRO GÉLIDO CON LA DIOSA JAPONESA

    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    —Ya que insistes en luchar, te acabaré rápidamente con la mejor técnica que poseo: ¡‘Shin'en no kagami’!!

    El ‘Espejo del Abismo’ invocó una inquietante presencia junto a Takeru. Se trataba de una especie de fantasma humanoide, vistiendo una de las armaduras de bronce pertenecientes al ejército de Atenea.

    —Esa cloth —señaló entre dientes Jakov, reconociendo el diseño de aquellas piezas metálicas. Su contrariedad era evidente—, es la de Corona Boreal…

    —¿Entonces esto es lo que más odias, Dragón Marino? —preguntó de manera retórica el ‘Yōkai’, con esa perpetua sonrisa amable que lo caracterizaba—. Les dije que podía leer en lo más profundo de sus corazones, y eso es justamente lo que está mostrándote mi técnica. Aún no eres capaz de superar la frustración de no convertirte en un Caballero de Atenea, a pesar de todos los años de esfuerzo que sacrificaste para tal fin.

    El guerrero de larga cabellera castaña se supo desnudado e indefenso ante ese reflejo de sus truncadas aspiraciones pasadas.

    —¡Cállate, demonio! ¡Soy un General Marino ahora!

    Dicho esto, su ira lo impulso a correr dispuesto a acabar con ese ominoso espectro. Ansiaba destruirlo con sus propias manos.

    —No debiste hacer eso, Jakov…

    Por inercia, la aparición extendió ambos brazos, para arrojar sin aviso una poderosa ventisca.

    —Esta técnica… —pronunció el General deteniéndose en seco, e intentando protegerse con los antebrazos de la fría ráfaga que le impactó de lleno—. ¡Son las ‘Lágrimas Enjoyadas’!

    Por más que el atacado intentó contrarrestar el ken de Corona Boreal, su fuerza había sido multiplicada a tal nivel, que incluso con su poder de Marina no logró contener la violencia con la que el viento y los cristales de hielo lo aporrearon y lo mandaron a volar, hasta estamparlo de espaldas contra la base de la estatua dedicada al dios nipón de la luna.

    —Vaya contrariedad —se lamentó el de armadura de hueso, denotando preocupación—, espero que mi señora Izanami no me regañe por haber dañado el Monumento de Tsukuyomi.

    —Soy yo el que… te castigará por esto, monstruo —replicó altivo el custodio del Atlántico Norte entre jadeos. Respirar le dolía y su escama lucía tan maltrecha como su cuerpo, pero, aun así, luchaba por moverse. Por desgracia, férreos bloques de hielo fusionaron sus brazos y piernas contra la roca de la efigie—. No quisiera estar en tu lugar cuando… logre liberarme…

    —Lo siento, pero nuestro combate ha llegado a su fin —sentenció con cierto dejo de lástima el de cabellera gris desordenada, mientras empezaba a desvanecerse junto con su invocación entre la blancura de la nieve—. Lamento mucho que el General Marino más fuerte de Poseidón no haya sido capaz de superarse a sí mismo… Será imposible que rompas el hielo que tú mismo has creado con tus inseguridades, así que, muere en paz, Jakov.

    —¡Espera, infeliz! ¡Todavía no he terminado contigo! ¡No te atrevas a escapar de ese modo!

    Pero las desesperadas palabras del Marina fueron en vano. Apretando dientes, se sintió impotente en su soledad, ya que se supo subestimado y humillado por su enemigo.


    ==Maravilla Suprema. Palacio Yahirodono. Corredor Principal==

    Fue un amplio ambiente de estilo asiático minimalista el que atravesaron con prisa Camus y Nisa, hasta que se detuvieron frente a dos enormes puertas de madera que les impidieron el paso.

    —La habitación principal de este palacio se encuentra tras esos portones —le informó la dama en armadura azulada a su acompañante—. Allí se encuentra Izanami, la diosa más importante del panteón japonés.

    La atención del guerrero se centró en la bella y colorida ilustración de estilo Yamato-e que adornaba la portentosa entrada. Se trataba de dos personas, un hombre y una mujer, en elegante y estilizada pose, conviviendo con diversos animales en una escena del Japón tradicional.

    —Supongo que la mujer en esa pintura es la deidad que mencionas —destacó muy serio el otrora Acuario—, pero, ¿quién es su acompañante?

    —Es su esposo, Izanagi. Quien por fortuna no se ha involucrado en esta guerra —resaltó ella con cierto alivio—. Aunque debes saber que Izanami no muestra la apariencia que ves en esa ilustración. Quien está tras esa puerta se ve ahora como una pequeña e inocente niña. Aunque de seguro no la subestimarás por su aspecto, debes saber que detenerla será el mayor reto de nuestras vidas.

    —¿Detener a mi señora, dices? —dijo la suave voz de un hombre desde la nada—. Sabes bien que Izanami podría eliminar sin esfuerzo a sus trescientos sesenta y dos ‘Yōkai’, si aquella fuese su voluntad.

    Ante el sobresalto de la pareja invasora, el etéreo ser de Takeru se materializó ante ambos. Con cautela, se le plantaron y alzaron la guardia.

    —Oye, Jorōgumo, ¿entonces para esto me suplicaste que no mate a este sujeto en el Kamidana de Susanoo? Pues déjame decirte que escogiste a un aliado bastante débil para traicionar a nuestra diosa.

    —Mi nombre no es Jorōgumo, sino Nissa —renegó con disgusto la de larga melena oscura. Siempre le irritó esa actitud jovial que siempre mostraba quien ya no consideraba como su compañero—. Y será mejor que te apartes de nuestro camino.

    —Disculpen mi escepticismo, pero no entiendo la prisa que tienen para reunirse con Izanami. No importa lo que le digan, jamás la convencerán para que cambie de opinión en sus objetivos o los de la Alianza Suprema.

    —Entonces la obligaremos a desistir en sus intenciones —añadió Camus con su usual formalidad.

    —Si es que antes consiguen derrotarme.

    —¡Que así sea, entonces! ¡‘Ataúd de Hielo’!

    Un desprevenido Bake-Kujira fue encerrado en un sólido bloque de hielo, creado por la repentina técnica de Acuario.

    —Bastante ingenuo de tu parte creer que podrías contenerme con esta prisión helada —le hizo notar confiado el japonés, al tiempo que cruzaba cual fantasma el sarcófago traslúcido—. Soy capaz de atravesar cualquier tipo de materia.

    —¡A excepción de la creada por un ‘Yōkai’! —lo contradijo efusiva Nissa, quien para ese momento ya había desplegado su energía cósmica—. ¡‘Encantamiento de Jōren’!

    La antaño Santo Femenino aprovechó la guardia baja del enemigo, para expulsar desde sus manos una infinidad de hilos de seda de araña, que enseguida fueron entretejidos sobre el cuerpo de su rival, quien por primera vez se vio contrariado al ser incapaz de traspasar el capullo blanco que lo inmovilizó de manera sofocante.

    —Continúa sin mí, Camus —le apremió la dama, sin dejar de ejecutar su ken sobre su igual. Lo asfixiaría empleando la totalidad de su energía de ser necesario—. Lo detendré el mayor tiempo que me sea posible.

    —Entonces te espero ahí dentro, Nissa —manifestó solemne el portador de la armadura de Neptuno, para abrir los portones de par en par y adentrarse en los aposentos de la deidad shinto.

    —No hagas esto, Jorōgumo —le instó con un tono más condescendiente Takeru desde el interior del envoltorio de tela araña que lo maniataba—. No provoques una guerra entre ‘Yōkai’. Romperás el corazón de mi señora, cuando se entere que dos de sus Guardianes más fuertes se están matando entre sí.

    La respuesta de la aludida fue aumentar más la presión de su seda.

    —Entonces que así sea —decidió el Guardián, encendiendo su cosmos de tonalidad grisácea—. Perdóname, Izanami, por lo que estoy a punto de hacer…


    ==Maravilla Suprema. Vestíbulo principal del Palacio Yahirodono==

    Grande fue la sorpresa de Camus cuando cruzó los adornados portones, ya que ante él se presentó una de las escenas más bellas que había contemplado en su vida. Por un momento olvidó el apremio que tenía por hallar a la enemiga, cuando sus ojos se encontraron con tan sublime e irreal paisaje. La amplia habitación de Izanami consistía en un onírico ecosistema compuesto enteramente de hielo. Animales y plantas, que parecían haber sido tallados en cristal, convivían en armonía alrededor de pequeños estanques engalanados por la nieve.

    El antecesor de Acuario sacudió la cabeza, para salir del sosiego que le producía tal escenario. Luego, notó la presencia de dos figuras humanas no muy lejos de él: Una niña y un hombre ataviado en una maltratada armadura dorada estaban sentados frente a frente. Con precaución se acercó a ambos.

    —Debes disculpar el silencio de mi acompañante —musitó la pequeña de cabellos celestes al recién llegado—. Él es Sorrento de Sirena, un General de Poseidón.

    Para sí, Camus se preguntó qué hacía un aliado del dios de los mares en ese lugar, pero más que eso, le inquietó lo ausente e inexpresivo que lucía el Marina. Su mirada, opaca y fija en la nada, era evidencia de su estado catatónico, mientras que sus dedos, inmóviles y tiesos, tenían entrelazados un fino hilo rojo.

    —Supongo que tú debes ser Izanami —infirió el de armadura alba, intentando ocultar el nerviosismo que le producía esa niña a pesar de su serena presencia—. ¿Qué fue lo que le hiciste a ese hombre?

    —Al principio, él no quiso jugar ‘ayatori’ conmigo, pero, como habrás notado, lo convencí de hacerlo —le contó la deidad, esbozando una inocente sonrisa—. Es la segunda vez que gano hoy.

    Dicho esto, el ausente Sorrento se desplomó de costado sobre el tatami en el que descansaba. Sus ojos, abiertos de par en par, denotaban su estado inerte.

    —No respondiste mi pregunta…

    —Pues… solo empleé un poco de mi poder para calmarlo y evitar que me haga daño —Con cierta reserva, la pequeña se acercó a Sorrento y acarició su lila cabellera con ternura—. No te preocupes. Estará bien cuando despierte.

    —No lo entiendo. Suponía que un dios acabaría enseguida con la vida de quien se atreviese a levantarle la mano, pero parece ser que no eres igual que Morrigan, ni que el dios prepotente que me otorgó la armadura de Neptuno y me reclutó como su Guardián.

    —¿Cómo te llamas, guerrero?

    —Mi nombre es Camus de… Camus nada más.

    —Debes saber algo, Camus: Entiendo bien las convicciones de Atenea, sus Santos y las de quienes se han aliado con ellos. Respeto mucho su valentía y por ese motivo no deseo hacerles daño. De hecho, ordené a mis Guardianes detenerlos sin usar la fuerza de no ser necesario. Por desgracia, la guerra entre mi bando y el griego comenzó cuando mi ‘Yōkai’ Fuyumi se atrevió a herir a la mismísima Atenea.

    —Para que lo sepas, alguna vez fui uno de los doce Santos Dorados al servicio de la diosa que dices ustedes se atrevieron a mancillar. Mi lealtad está con ella, incluso más allá de la muerte.

    El aplomo con el que el invasor pronunció sus palabras no pasó desapercibido para su interlocutora, quien se encogió de hombros en señal de tristeza.

    —Entonces asumo que tú tampoco querrás jugar conmigo, ¿cierto?

    Un tenso silencio de varios segundos se produjo entre ambos, en los que el de melena azulada caviló incontables formas para ejecutar un primer movimiento, siendo que se encontraba a pocos pasos de la chiquilla. A punto estuvo de proceder, pero se detuvo cuando, tras un fuerte estruendo, las puertas del vestíbulo se despedazaron de golpe.

    Los animales de hielo huyeron despavoridos, cuando una figura emergió desde la entrada para de aterrizar bruscamente a los pies de la deidad.

    —¡Takeru!

    El aludido apenas escuchó el grito de preocupación de su diosa. Su atención estaba concentrada en la guerrera que lo había mandado a volar de modo tan salvaje. Aturdido aún, apenas logró recomponerse y ponerse en pies, solo para detener con ambas manos la poderosa patada que Nissa le arrojó para triturarle la cabeza.

    —¡Deténganse ahora mismo! —reaccionó indignada la infante, viendo a dos de sus más queridos Guardianes luchando ferozmente frente a ella—. ¡No consentiré que mis ‘Yōkai’ se hagan daño entre sí!

    Izanami empleó una ligera parte de su cosmoenergía para detener en seco a sus dos Guardianes, quienes apenas en ese momento notaron que habían estado batallando frente a su regidora.

    —Mi señora —se refirió a ella Takeru, arrodillándose ante ella en señal de sumisión y respeto—. Me disculpo por mi comportamiento imprudente, pero debo advertirle que Jorōgumo ya no se considera como una aliada nuestra. Nos ha traicionado a pesar de que usted le brindó su confianza, y que la nombró como uno de los cuatro grandes ‘Yōkai’ de élite de su ejército.

    —Ya soy consciente de ello —reconoció ella con suma tristeza. Apartó sus brillantes ojos para no contemplar a la guerrera que hace poco le sirvió—. Aunque, por el aprecio que le tengo, estoy dispuesta a darle una última oportunidad para que luche a mi lado otra vez.

    Ante el asombro de todos los presentes, Nissa imitó a Bake-Kujira y se hincó en una rodilla frente a la diosa shinto.

    —Es al panteón japonés al que le debo conservar la vida y la juventud durante todos estos años —señaló muy seria la antes Amazona de Plata, clavando con determinación su mirada celeste sobre la aguamarina de la pequeña—. Y es justamente al convivir durante todo este tiempo con ustedes, que puedo asegurar que Izanami es una deidad bondadosa, que no desea el sufrimiento de nadie. Por eso le suplico que no manche sus manos con la sangre de millones de inocentes.

    La aludida respiró hondo antes de relajarse y sentarse en la tradicional pose de seiza. Con amable benevolencia le contestó:

    —La mayoría no son inocentes y eso lo sabes bien. Admito que los humanos son capaces de los actos nobles y desinteresados, pero, al mismo tiempo, el más recto de ellos puede cometer la más terrible de las acciones, si se llegan a presentar las circunstancias. La Tierra no necesita a una especie tan inestable como regente. Necesita a la especie perfecta que Nü Wa no pudo crear, pero que yo daré nacimiento en su reemplazo.

    —Ya es suficiente, Jorōgumo —reprendió irritado el guerrero fantasmal a quien se encontraba arrodillada junto a él—. No toleraré que una traidora como tú siga incomodando a mi señora con sus palabras.

    —Está bien, Takeru —lo atajó la chiquilla con suma calma—. Hace poco me dijiste que mi actitud debía ser más acorde a la de una diosa, y ahora pienso acoger tu consejo —Con un porte más digno, señaló al ausente General Marino que yacía a poca distancia de ella—. Fuiste el más leal de mis guerreros, y eso jamás lo olvidaré. Ahora, mi última orden para ti, es que tomes a Sorrento y que te resguardes junto con él lejos de este lugar… Me responsabilizaré por los actos de mis Guardianas y habré de resolver este conflicto de una vez por todas.

    —Así lo haré, mi señora —El ‘Yōkai’ bajó la cabeza y, tras levantarse, acomodó a Sorrento entre sus brazos, para después cerrarle los párpados—, pero aunque no desee que intervenga en esto, no abandonaré esta habitación… Usted no está sola.

    Viendo que su guerrero se alejó a una distancia prudente, la diosa encaró con seriedad a Nissa y Camus, quienes enseguida notaron un evidente cambio en ella. Aunque seguía luciendo como una niña, esa ternura e inocencia se habían esfumado de su talante.

    —Escúchame, Jorōgumo. Tú y yo conocemos el significado de permanecer en un lugar gris y oscuro como el ‘Yomi’. El inframundo japonés es bastante parecido al mundo de los humanos, ya que allí reina el sufrimiento y la existencia no tiene sentido. Aunque es cierto que los mortales tienen sus momentos de felicidad, la mayoría de la vida humana implica un interminable ciclo de daño mutuo y desazón.

    —Entonces, por favor permítenos demostrarte que esa existencia que llamas gris vale la pena vivirse —intervino el criomante, encarando a la deidad con decisión—. Creo que al menos merecemos que nos dejes luchar por nuestra supervivencia y la de toda la humanidad.

    —Me parece justa tu petición —cedió la diosa en un suspiro—, pero debes saber que, si fracasan, nada impedirá que se cumpla la profecía maya y que migremos la totalidad de las almas humanas para crear un solo ser espiritual perfecto en el centro del Universo.

    —Que así sea entonces, Izanami —añadió la portadora de Jorōgumo con aplomo, pero también con sumo respeto. Enseguida se colocó hombro con hombro junto a Camus—. No tememos morir por nuestras convicciones.

    Cuando la japonesa se puso en pies, una gélida aura azul rodeó su infantil cuerpo, dotándola de una presencia tan majestuosa como intimidante. Tan abrumador fue el despliegue de su cosmos divino, que provocó un movimiento telúrico que ahuyentó a los pocos animales cristalinos que aún se mantenían en la habitación. Incluso el mismo Takeru se vio pasmado ante tal demostración de poderío.

    —Mi corazón… se está congelando —pudo decir Camus, casi sin resuello.

    Ni siquiera el legendario Guerrero Azul era capaz de soportar tan brutal descenso de temperatura. El agua en las células de Camus y Nissa empezaba a tornarse en microscópicos cristales de hielo, que se traducían en dolorosos pinchazos en la totalidad de los seres de ambos. Por un momento, incluso tuvieron la sensación de que sus espíritus estaban siendo congelados gradualmente.

    —Resistan un poco, por favor. Pronto acabará ese dolor que sienten, ante la más piadosa de mis técnicas.

    La pareja fue paralizada ante la abrumadora presencia cósmica de una diosa, cuyo poder jamás lo habrían siquiera imaginado. Al mismo tiempo, sintieron la benevolencia y ternura que también era capaz de transmitir. Aquellas emociones eran tan grandes como el temor que los embargó de repente. Un miedo que los lastimaba aun más que el intenso frío que llenó el lugar y que evocaba en ellos un terrible sentimiento de insignificancia.

    A lo lejos, Bake-Kujira vio como Izanami extraía un par de afiladas armas arrojadizas desde el interior de las anchas mangas de su yukata.

    —«Tan pronto mi señora piensa utilizar sus ‘kunai’ —reflexionó él, sobremanera inquieto—. No creí que llegaría a tales extremos para castigar a esos dos».

    —¡AGUA BLANCA – ‘IPPAKU SUISEI’! —exclamó la deidad, arrojando sus cuchillas para clavarlas en la tierra cercana a los pies de sus sosegados oponentes.

    Agua brotó desde donde estaban incrustadas las hojas de metal y lentamente fue ascendiendo a lo largo de las piernas de Camus y Nissa, hasta irlos cubriendo poco a poco.

    —No entiendo cómo es que este manantial no se congela a pesar de la inmisericorde temperatura —masculló el legendario Acuario con la cabeza gacha. El agua que lo rodeaba le producía una agradable sensación de bienestar y calidez, que a la vez le invitaba a cesar su lucha.

    —Resiste, Camus —le exhortó su compañera, tomándolo de la mano para sacarlo de su letargo. Ella también tenía su espíritu apagado, pero era capaz de soportar de mejor modo el ken divino—. Lo que intenta hacer Izanami con esta técnica no es ahogarnos, sino mantenernos en animación suspendida por toda la eternidad. Debemos congelar el agua antes que nos cubra por completo, o no podremos despertar jamás.

    Los cosmos de ambos se fusionaron por primera vez en décadas, permitiendo que la pareja consiga el prodigio de ralentizar poco a poco el avance del líquido sagrado creado por una diosa.

    —Su esfuerzo es admirable, pero no se puede combatir la fluidez y adaptabilidad del agua líquida con su estado sólido. Seguro saben que el agua puede extenderse más rápido si se convierte en su estado gaseoso.

    El hielo que ambos formaron a sus propios pies, junto con el agua que emergía de las ‘kunai’, de repente transmutaron en un vapor tan denso, que enseguida los cubrió de pies a cabeza. Apenas los dos guerreros aspiraron la niebla, su aroma les evocó una sensación tan profunda de nostalgia, que los obligó enseguida a dejar de resistirse y caer rendidos de rodillas.

    —¡‘Polvo de Diamante’!!

    A la velocidad de la luz, una intensa estampida de esquirlas de hielo emergió desde la entrada del recinto, ansiosa por impactar sobre la chiquilla.

    —¿Quién osa interrumpir mi prueba de este modo? —inquirió Izanami, deteniendo sin esfuerzo la ráfaga y a la vez su propia técnica. Era la primera vez que sus delicadas facciones lucían molestia, ya que vio de reojo que dos nuevos invasores se habían adentrado en sus aposentos.

    —Mi nombre es Hyôga, Santo de Oro de Acuario —se presentó el Dorado muy formal—. Y, junto con mi compañera, hemos venido para apoyar a Atenea en esta batalla contra ti.

    —Atenea jamás ha estado en mi palacio —precisó la pequeña, cerrando los ojos y calmando su instancia de batalla—. La última vez que sentí su presencia fue cuando Natassia y Fuyumi iniciaron su combate.

    En ese momento, las miradas de diosa y humana se cruzaron por unos segundos.

    —Te ves… diferente, Izanami —le hizo notar la doncella de Cisne con cierto recelo.

    —Tú también, Natassia —contestó la aludida, notoriamente incómoda.

    La japonesa tuvo sentimientos encontrados al volver a ver a quien aprendió a apreciar. A pesar del poco tiempo en el que la conocía, el cariño que le profesaba era sincero, y por eso le dolía saber que ahora tendría que pelear también contra ella. No quería aceptar que ese momento llegaría tarde o temprano.

    —Natassia me contó que Izanami no era un ser malvado —intervino el recién llegado, al notar la tensión que empezó a reinar entre su alumna y la deidad—, pero no puedo creer eso, al ver que torturas cruelmente a dos personas que se te están oponiendo.

    —¿Qué clase de diosa sería si me atreviese a atormentar a quien se enfrenta a mí? Lo que estoy haciendo es comprobar que la humanidad sí merece existir, y si para ello debo emplear mi poder divino, así lo haré. Siendo sincera con ustedes, mi deseo no es pelear, pero al ver a los ojos de ustedes dos, sé que no tenemos más opción. Es obvio para mí que Natassia y tú tienen las mismas convicciones de Nissa y Camus.

    —¿Dijiste… Camus?

    No había duda. Ella acababa de pronunciar el nombre de su querido mentor, cuyo espíritu se había mantenido encerrado en el monumento en memoria de los doce Caballeros Dorados legendarios en el Santuario de Atenea. Por inercia, y sin prestarle atención a nada más, Hyôga acudió con prisa hacia los dos guerreros que habían estado enfrentando a la deidad. Para ese momento, la espesa neblina que los cubría ya se había disipado y fue capaz de verlos con claridad. Una mezcla de incredulidad y regocijo lo invadió cuando identificó a aquel maltrecho hombre de larga cabellera azulada, ataviado en una extraña y agrietada armadura alba.

    —Hyôga… —pudo pronunciar el antecesor de oro, con el aliento apenas recuperado—. Habría deseado reencontrarme contigo en otras circunstancias, pero me alegra mucho volver a verte.

    —Sin duda es usted, maestro —le contestó, al tiempo que lo ayudaba a reincorporarse. Por poco, lágrimas de añoranza afloraron de sus ojos—. No sabe lo mucho que me hizo falta su guía en todos estos años.

    —Mal haría en aconsejar a todo un Santo Dorado —Camus esbozó una sonrisa apenas perceptible—. Me enorgullece saber que eres el justo portador me mi querida armadura de Acuario.

    Aunque la apariencia amenazante del ropaje metálico que portaba le intimidaba, Natassia acudió también al auxilio de Nissa y la ayudó a levantarse.

    —Jamás habría imaginado ver juntos nuevamente a esos dos —le comentó la Guardiana, conmovida—. Ahora que se han unido tres generaciones de Caballeros de Atenea, estoy segura de que conseguiremos la victoria.

    La joven de bronce asintió con seguridad al escuchar a la antigua Amazona de Triángulo Boreal y, con gran convicción encaró al ser divino, quien había decidido no intervenir y permitir que los cuatro aliados se junten.

    —Izanami, por la estima y respeto que te profeso, lucharé contra ti con lo mejor que tengo. ¡Eso es lo que esperan de mí Atenea, mi maestro Hyôga, el señor Camus y la señorita Nissa!

    —Es su turno de atacar entonces —determinó la ataviada en vestiduras floreadas con gran humildad—. ¡Demuéstrenme el verdadero valor de la voluntad humana y su ferviente deseo de seguir existiendo!

    Con los ánimos renovados, el cuarteto se dio a la tarea de incendiar al máximo toda la energía cósmica que les fue posible, hasta el punto de armonizar y fusionar sus auras congelantes en una sola.

    —Creo que solo tenemos una opción en este momento —expuso implacable Camus, sin retirar la mirada de la infante que los observaba con expectativa—. Debemos desplegar al mismo tiempo la técnica definitiva de los Caballeros de Cristal.

    —¿Eres capaz de ejecutarla, Natassia? —le preguntó Nissa, aún concentrada en maximizar su energía.

    La aludida no contestó, así que su mentor decidió hablar en su lugar:

    —Enseñarle esta técnica será uno de los mayores legados que heredaré a mi alumna, así que, por esta ocasión, Natassia habrá de apoyarnos con todo tu cosmos para reforzar lo que los tres haremos a continuación.

    En sincronía perfecta, Camus, Nissa y Hyôga alzaron ambos brazos juntos, para evocar la forma de un cántaro sobre sus cabezas.

    —¡‘EJECUCIÓN AURORA’!!!

    Cuando los tres guerreros echaron adelante las manos, un trío de potentes rayos congelantes fueron disparados al mismo tiempo.

    —«Entonces este es el poder de la mayor técnica de los Guerreros Azules —pensó la joven de melena celeste, impactada ante tal despliegue de poder—. Yo no puedo quedarme atrás».

    Ante la sorpresa de los presentes la sucesora del Cisne alcanzó por primera vez el ‘Cero Absoluto’ e, imitando la pose ofensiva de sus mayores, exclamó a todo pulmón:

    —¡‘Ejecución Aurora’!

    Fueron cuatro poderosas estelas heladas las que se juntaron en su trayectoria, antes de impactar sobre la indefensa diosa.

    —Todavía no es suficiente —proclamó Izanami, extendiendo la palma de su mano izquierda para detener el haz celeste. Aunque el ken de Acuario multiplicado por cuatro insistía en avanzar, parecía no costarle mucho esfuerzo contenerlo—. Si esto es lo mejor que tienen, no podrán de hacerle frente a los demás dioses de la Alianza Suprema.

    —¡No se rindan, amigos! —instó Nissa con vehemencia a sus tres acompañantes—. ¡Pongamos nuestras vidas en esta última ofensiva!

    —A pesar del extremo frío que son capaces de generar, su ataque conjunto me transmite también el calor en sus corazones. Sin embargo, esto no será suficiente para… —La deidad del sintoísmo calló de repente, cuando notó que una gruesa capa de agua congelada se había formado desde sus pies hasta cubrir su cintura—. Tengo un mal presentimiento… Este hielo no ha sido creado por ellos cuatro…

    —¡Izanami, cuidado!! —le advirtió desesperado Takeru, quien hasta ese momento había sido mudo testigo del combate.

    Tan distraída estaba ella en detener las cuatro técnicas y en liberarse de su prisión helada, que apenas escuchó la alerta de su Guardián. Le fue imposible evitar que un veloz rayo dorado salido de la nada, colisione directamente en el centro de su pecho.

    Los combatientes detuvieron la cuádruple ‘Ejecución Aurora’ cuando contemplaron la horrible escena que se presentó de repente ante sus atónitos ojos: El pequeño cuerpo de Izanami había sido atravesado por las tres afiladas puntas de un resplandeciente tridente dorado.

    —No… puede ser… —pudo balbucear ella entre lágrimas de dolor e incredulidad, al tiempo que tosía sangre y se desplomaba sobre sus rodillas. No le fue posible soportar su propio peso combinado con el del arma que laceraba sus entrañas.

    —Un dios no debería ser así de descuidado —le reprochó una atronadora voz masculina desde las alturas—. Te lo digo por experiencia propia.

    Los aún confundidos guerreros se quedaron pasmados ante la presencia de quien se materializó justo frente a la mancillada pequeña. La esplendorosa figura de un hombre ataviado en una resplandeciente escama había hecho presencia en territorio nipón.

    —Tú eres… Poseidón… —resaltó la chiquilla herida aún en vulnerable pose. Intentaba ocultar la desesperación que sentía al intentar extraer sin éxito el instrumento que perforaba dolorosamente su corazón y pulmones.

    Con total indiferencia, el dios de los mares empuñó su arma, y con el diminuto cuerpo de Izanami aún ensartado, lo levantó cruelmente para aumentar el suplicio de su víctima. Era la primera vez en toda su existencia que la deidad oriental sentía un dolor así de terrible, por lo que no pudo evitar pegar un grito de sufrimiento tan estremecedor, que logró conmover y aterrorizar a todos en la habitación.

    —¡Maldito seas!! —exclamó Takeru. Sus facciones habían sido deformadas por la furia, cuando se abalanzó para destrozar a quien se había atrevido a martirizar de un modo tan desalmado a su regidora—. ¡Déjala en paz ahora mismo!!

    —Por lo visto, quienes conforman el panteón japonés no representan una seria amenaza para nosotros los griegos —comentó implacable Poseidón, agarrando por la garganta al Guardián y deteniendo en seco sus ímpetus—. ¿Imponer pruebas para demostrar el valor de la existencia humana? Vaya pérdida de tiempo… Ahora mismo les enseñaré a ustedes dos cómo debe comportarse un verdadero dios.

    Continuará…
     
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    Escrito en Ecuador por José-V. Sayago Gallardo


    CAPÍTULO 76: ¡IMPERIO! EL REY DE LOS MARES DEMUESTRA SU AUTORIDAD


    ==Maravilla Suprema. Vestíbulo principal del Palacio Yahirodono==

    A pesar de sentirse indefensa ante quien la atacó a traición, Izanami intentó sobreponerse a su aguda tortura y a la hemorragia incontenible que manaba de su boca.

    —Déjalo... en paz... —le exigió, entre sanguinolentas toses, al tiempo que sus manitos se aferraban a la asta del tridente que perforaba su ser—. No permitiré que... le hagas daño...

    —Infeliz... —lo maldijo el Guardián de Bake-Kujira, forcejeando para liberarse de la mano que constreñía su cuello. Su colérica mirada de tonalidad verde alga daba a entender que, de poder hacerlo, destrozaría sin piedad al agresor de su diosa—. Jamás te... perdonaré por esto...

    —No tengo nada en tu contra, seas quien seas —replicó Poseidón con prepotencia, arrojándolo de espaldas sobre el suelo. Enseguida extrajo su arma del pequeño cuerpo de la japonesa y lo hundió cruelmente en el brazo derecho del aludido, para así contenerlo sobre el piso roto de la habitación—. Esto evitará que continúes interviniendo en lo que no te compete.

    Por más que el ‘Yōkai’ quiso atravesar la materia del trío de cuchillas con su poder fantasmal, no fue capaz de hacerlo, ya que era un objeto divino el que lo había sellado. Incluso intentó liberarse con su propia fuerza física, pero no consiguió más que herirse de gravedad.

    A una distancia prudente, Hyôga, Camus, Natassia y Nissa contemplaban horrorizados la escena. Un inquietante silencio reinaba entre los cuatro aliados, quienes, presas de la extrema tensión del momento, se mantenían paralizados.

    —Él es Poseidón —les hizo saber el de Acuario, sin poder ocultar el desasosiego en su voz—. Según me informó Jakov, decidió romper el sello del ánfora en la que se mantuvo encerrado por décadas, para volver en esta época y librar la guerra contra quienes amenazan al panteón griego.

    —¿Entonces ese sujeto tan despiadado es nuestro aliado? —le preguntó un tanto titubeante la Guardiana de Jorōgumo.

    —Me dijeron que no le convenía regresar para enemistarse con Atenea otra vez, pero, por lo que acabamos de ver, es evidente que continúa siendo el mismo ser implacable y severo que conocí hace años en el Santuario Submarino.

    Dando soberbios pasos, la deidad helénica se acercó a la acorralada infante, quien sostenía con desesperación su torso para contener el profuso sangrado. La diosa lucía pálida e inmóvil, completamente a merced de su oponente, pero, aun así, sus brillantes y altivos ojos aguamarina daban a entender que su espíritu no había sido amilanado.

    —¿Qué es lo que pretendes al... agredirme de un modo tan rastrero?

    —Consideraré como enemigo a cualquier secuaz de Zeus —contestó con dureza el ataviado en escama.

    —Supongo que te refieres a... Júpiter.

    —No me interesa cómo se haga llamar ahora. Lo que importa es que debo detener sus ambiciones. Siendo que los regentes principales del panteón griego fueron derrotados por los humanos, no puedo permitir que mi hermano se alíe con deidades de otras civilizaciones para apoderarse de la Tierra, el ‘Otro Mundo’ y, principalmente, de los océanos. Es por eso que, antes de enfrentarme con él, primero habré de acabar con los suyos, a fin de demostrar que todavía soy capaz de plantarle cara.

    —Si no soy más que un obstáculo para ti, entonces atácame nuevamente y acabemos con esto de una vez...

    Tan desafiantes palabras no pasaron desapercibidas para el arrogante Poseidón, quien enseguida se encomendó a la tarea de desplegar su energía cósmica divina, cuya sola expansión provocó un considerable seísmo en gran parte del territorio nipón.

    —¡Ya es suficiente! —exclamó el Santo Femenino de Cygnus, harta de tan solo ser testigo de lo que ocurría entre ambos entes divinos. En un impulso de repentina ira, se había arrojado con el puño en alto, dispuesta a atacar al emperador de los mares—. ¡Aunque Izanami sea nuestra rival, no merecía que la traten de ese modo! ¡Alguien así de cruel no podría ser aliado de nuestra diosa!

    —No se metan en esto, humanos —ordenó el dios, deteniendo en seco a la chica con un simple ademán, para luego mandarla a volar con violencia—. Creí que estaba claro que intento detener a quien nos amenaza.

    —¡Natassia!

    Por fortuna para la imprudente joven, su mentor contuvo su trayectoria antes de que se estrellara contra uno de los muros de la habitación.

    —¡Déjeme, por favor, maestro! —le exigió la chica, al notar que las manos del rubio la sostenían de modo férreo por las hombreras—. ¡Sé que usted también desconfía de él! ¡No es justo que...!

    Pero la Amazona calló al encontrarse con el semblante del Dorado. Su mirada estaba clavada con rabia sobre el rey de los océanos, dándole a entender que él también habría deseado abalanzársele y agredirlo. Ya más calmada, centró su atención en Camus y Nissa, para percatarse de que ambos contemplaban con impotencia lo que ocurría. Tenían puños y dientes apretados, producto de la frustración de saber que no serían capaces de intervenir en lo que vendría a continuación:

    —Desaparece de una vez, intento de diosa —amenazó la deidad mediterránea con portento, a quien tenía prácticamente de rodillas ante sí—. ¡‘IMPULSO AZUL’!

    Tras pronunciada la técnica divina, el techo entero del Palacio Yahirodono estalló en pedazos, para dar paso a un amplio rayo de luz cósmica de la mencionada tonalidad, el cual impactó con toda su potencia sobre la pequeña.

    —¡No permitiré que alguien como tú me derrote, Poseidón! —aseveró la malherida doncella asiática con vehemencia. Aunque se sentía abrumada por el tremendo poder de su rival, se las arregló para liberar de golpe su energía divina, al máximo que le fue capaz en su lamentable condición.

    Tan brutal fue la colisión de ambos cosmos divinos, que enseguida los espectadores del combate —a excepción del aprisionado Takeru— fueron despedidos con estrépito lejos de la escena. Los predios japoneses se sacudieron en un tremendo movimiento telúrico, que desmoronó la mayoría de las estructuras cristalinas que lo adornaban a su ancho.

    —¡Desiste de una vez, Izanami! —le instó el de larga cabellera azulada, haciendo un esfuerzo por aumentar la presión de su arremetida.

    —¡Jamás!! —renegó la japonesa, encendiéndose sus ojos en una intimidante tonalidad azulada, que daba a entender el monumental esfuerzo que realizaba por defenderse.

    Aunque poco a poco iba mermando su resistencia física a causa de la pérdida de sangre, la ataviada en yukata continuaba luchando para contener el ‘Impulso Azul’ con nada más que su aura divina.

    —Esto es imposible... —pronunció un sorprendido Poseidón entre dientes, al ver que su ken estaba siendo contrarrestado poco a poco—. Aun cuando está agonizando, sigue teniendo la fuerza para oponerse a mí...

    —¡Y también tengo el poder para destruirte! —alegó la pequeña, rebozando un maravilloso halo divino—. ¡Así que desparece de...!

    Pero calló de repente, cuando percibió una inquietante perturbación cósmica. Tras esto, una delicada y apacible voz masculina acarició lo más profundo de su alma con cada palabra que pronunció:

    «Si tan solo todos los seres humanos pudieran ser testigos del gran sacrificio que los Santos de Atenea hacen por ellos, seguramente cambiarían para bien, ¿no lo crees, Izanami?».

    —«De entre todos los dioses de la Alianza, jamás habría imaginado que precisamente tú serías conmovido así por los humanos... Brahma» —reflexionó ella enternecida. En medio de su martirio, se permitió esbozar una ligera sonrisa.

    Tanto fue su shock emocional al sentir a su compañero más querido desaparecer, que se desconcentró por milisegundos en el momento más crítico, permitiendo así que la técnica del griego la alcance con tanta fuerza, que nada fue capaz de hacer para evitar que su pequeño cuerpo sea desintegrado en el acto.

    Casi al tiempo que la luz anaranjada del hindú se extinguía en el Calendario Maya, lo hacía también la azul de la nipona.

    —¡Izanami!!! —gritó Takeru de modo desgarrador, estremeciendo a los guerreros humanos, que, tras dolorosos pasos, lograron hacer presencia nuevamente en los destruidos aposentos de la desaparecida diosa.

    —La victoria es mía —sentenció el emperador marino en tono ceremonioso, una vez que la calma volvió al lugar y todo rastro de energía divina se había dispersado.

    Ninguno dio crédito a lo que acababa de ver. Quien poseía al heredero de los Solo había logrado lo que ellos no: acabar con la amenaza que la diosa más importante del panteón japonés representaba para la humanidad. Pero, incluso así, ni Hyôga, Camus, Natassia o Nissa, se sintieron satisfechos o triunfantes. Muy en sus adentros, lamentaron la desaparición de aquella sosegada chiquilla.

    —«En verdad hubiese querido jugar ‘ayatori’ una vez más contigo —se lamentó la portadora del Cisne para sus adentros. Entre todos, era la que más afectada se veía—. Ojalá nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, Izanami».

    —Ustedes pertenecen al bando de Atenea, ¿cierto? Esa armadura dorada me es familiar. —declaró Poseidón, mirando de soslayo al custodio de la Onceava Casa, quien lo observaba con marcado recelo, al igual que sus tres acompañantes—. No les obligaré a hacerlo, pero deberían seguirme junto a mis Marinas. Aunque admito que mi interés no es altruista como el de mi sobrina, solo por esta ocasión he decidido aliarme con ella para detener a Zeus. Si lo que han visto hasta ahora les ha parecido atroz, no imaginan lo cruenta que será la batalla que se avecina para nosotros.

    —Solo te seguiré porque confío en lo que nos contó mi sucesor —resaltó muy serio Camus, dando un atrevido paso al frente—, pero si intentas algo en contra de Atenea o la humanidad, debes saber que te destruiremos sin dudarlo.

    Poseidón no contestó a las osadas palabras del ataviado en armadura blanca. Decidió que lo mejor sería tragarse su orgullo y no extender una discusión que consideró innecesaria. Sin demora, marchó hacia el sitio en el que vio al inconsciente Sorrento.

    Aún con desconfianza en sus corazones, los cuatro guerreros lo escoltaron a una distancia prudente y en silencio.

    —¡Maldito seas!! —le increpó iracundo el de cabellera gris desordenada, todavía recostado y con el tridente aferrado dolorosamente entre su hombro y el suelo—. ¡Pagarás por haber mancillado a mi señora!!

    —Haz lo que te plazca, guerrero —le dijo la deidad con indiferencia, mientras atraía a su mano el arma divina, dejando así libre al herido e inerme ‘Yōkai’—. A partir de ahora, ya no tienes que servir a nadie.

    Apenas Poseidón alcanzó a su desmayado General, le transmitió parte de su cosmoenergía divina con su mano libre, para así ayudarlo a salir del profundo letargo en el que se encontraba sumido. Lo primero que Sirena vio cuando abrió los párpados, fue la imponente figura del rey de los océanos, de pies frente a él.

    —Mi señor, será un honor servirle nuevamente —atinó a decir el maltrecho protector del Atlántico Sur, levantándose de entre un grupo de baldosas rotas, para luego arrodillarse enseguida—. Por favor permita que continúe peleando a su lado.

    Poseidón posó la mano sobre la derruida hombrera de su Marina, invitándolo en silencio a reincorporarse y seguirlo. Junto con los demás guerreros humanos, abandonó el demolido Palacio Yahirodono.

    En soledad y vacío interno, quedó un abatido Takeru, quien, sin la presencia de su diosa, se sintió desorientado y no supo qué debería hacer a partir de ese momento. Desconsolado y sin ánimos para siquiera levantarse, dejó que lágrimas de frustración y dolor fluyeran por su lívido rostro.


    ==Maravilla Suprema. Monumento a Tsukuyomi==

    Varios minutos transcurrieron desde que el Dragón Marino quedó atrapado en la base de la estatua dedicada al dios lunar japonés. Había luchado para romper el sólido hielo que sujetaba sus cuatro extremidades contra la roca, pero su esfuerzo resultó extenuante e infructuoso.

    —¡No me rendiré! —exclamó Jakov con decisión, continuando la tarea de hacer estallar su cosmos—. ¡Demostraré que te equivocas, Takeru! ¡Uno siempre puede superarse!!

    Tras un sobrehumano esfuerzo, al fin el Marina del Atlántico Norte fue capaz de quebrar los bloques helados en sus agarrotados brazos y piernas. Sin darse tiempo para disfrutar de su logro, se dispuso a abandonar la escena con apremio. Había sentido aparecer una fuerte presencia y algo en su interior le obligaba a acudir en su apoyo.

    —Se supone que eres el General Marino más importante de mi ejército —le reprochó el gobernante de las aguas, llamando su atención—. No debió costarte tanto liberarte de esos grilletes gélidos.

    Era la primera vez que el castaño se encontraba ante la majestuosa presencia de su dios, pero enseguida supo reconocerlo como tal. Por un momento obvió el hecho de que a Poseidón lo acompañaban varios guerreros, entre ellos su colega Hyôga. Por inercia, se retiró el casco e hincó la rodilla en señal de respeto.

    —Le ruego me disculpe por no haber logrado detener a uno de los Guardianes de la regente de este territorio, pero yo, Jakov de Dragón Marino, le juro que daré mi vida para apoyarlo en su lid contra Izanami.

    —La diosa japonesa ya fue erradicada —le comunicó el Acuariano, un tanto afligido—. Aunque aquello no implica que dejaremos de luchar contra cualquier otro enemigo que nos amenace.

    La confusión y extrañeza eran evidentes en el semblante del antaño aspirante a Corona Boreal. Casi en un resuello, comentó algo que heló la sangre de todos los presentes:

    —Te equivocas, amigo. El cosmos de Izanami nunca desapareció de este lugar...

    Un veloz rayo de energía descendió veloz desde el firmamento, para chocar bruscamente a pocos metros del monumento. Tras el estruendo que produjo el impacto, el polvo levantado por el mismo se disipó, dejando ver a ‘Amenonuhoko’ clavada en el terreno. La bella ‘Lanza de los Cielos’ resplandecía llena de vida, al ser rodeada por una etérea aura celeste.

    —Esto no puede estar pasando... —murmuró Poseidón para sí, con una mezcla de incredulidad y frustración. A la joven Natassia le resultó inquietante el hecho de notar gotas de sudor rezumando del rostro de Julián Solo. Jamás habría imaginado ver a un dios así de nervioso.

    Los cielos y la tierra callaron, al aparecer de la nada una entidad luminosa con forma humanoide. Tras disiparse el resplandor que la cobijaba, los presentes sintieron que sus corazones se estrujaban cuando contemplaron a una mujer adulta, cuyos finos rasgos orientales eran resaltados por su larga y lisa melena azul cielo. Su sola mirada, de límpida tonalidad aguamarina, chispeaba con furia e intimidaba con solo verla, mientras que su presencia resultó de por sí impresionante para Poseidón y sus acompañantes, y más aún cuando una compleja armadura de color añil se ensambló sobre su esbelta figura.

    El maravilloso ropaje divino era adornado por sendas joyas y ostentosos grabados que evocaban al folklor japonés, mientras que las cuatro alas que se desplegaban a sus espaldas, le dotaban de un aspecto majestuoso a su portadora.

    —Estamos en graves problemas... —comentó una vacilante Nissa, reconociendo a la recién aparecida—. Aunque el diseño de esas piezas metálicas es nuevo para mí, quien las viste es Izanami en toda su gloria...

    —No me habría gustado utilizar la Armadura Suprema que Viracocha forjó para mí, pero las circunstancias me lo han exigido —dijo la diosa con una voz autoritaria, al tiempo que empuñaba su lanza y acechaba con su hoja a Poseidón. Atrás quedó la inocente y tímida chiquilla que fue hace poco, para ser reemplazada por una impredecible y agresiva fémina—. Me gustaba el cuerpo infantil que Yggdrasil me encomendó, pero aquello me estaba haciendo demasiado humana. Y ahora, que me han forzado a mostrarles mi apariencia original, no tendré ninguna contemplación con cualquiera que se atreva a interferir en mi camino.

    Continuará...
     
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