Tragedia Una mañana sombría y una noche luminosa

Tema en 'Relatos' iniciado por Sylar Diaz, 24 Marzo 2023.

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    Sylar Diaz

    Sylar Diaz Sei mir gut Sei mir wie du wirklich sollst

    Libra
    Miembro desde:
    3 Agosto 2019
    Mensajes:
    60
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Título:
    Una mañana sombría y una noche luminosa
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    29
    ¿Qué pasaría si sabes que aquella persona a la que has visto durante toda tu vida y a la que le tienes más confianza no es quién ella cree?
     
  2. Threadmarks: Una mañana sombría y una noche luminosa
     
    Sylar Diaz

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    Título:
    Una mañana sombría y una noche luminosa
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    2
     
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    Luchando por controlar el latido incontrolable de su corazón, Amando estrujó entre sus dos manitas el extremo inferior de su playerita verde marino y procurando no ser visto por ninguno de los monitores de pasillo, se alejó del baño, lugar al que supuestamente le urgía ir, y sin perder más tiempo que el estrictamente necesario para esconderse cada vez que oía a alguien acercarse, terminó por llegar al armario de las escobas; la “oficina” no oficial del conserje de la escuela.

    Y como ya esperaba ahí estaba el hombre peliblanco con el acostumbrado uniforme de mezclilla, leyendo, como siempre que tenía tiempo libre, las tiras cómicas del periódico con una sonrisa relajada en el rostro. La sonrisa del conserje, sin embargo, se ensanchó hasta permitir que un par de amarillos dientes frontales se asomaran al ver al pequeño rubio acercarse por el pasillo.

    — ¡Hola peque-Mando! ¿Ningún maestro te vio dirigirte hacia acá o sí? —dijo el conserje con tono cómplice mientras apartaba sin mayor cuidado su periódico, había perdido todo su interés en él—. Porque odiaría que te metieras en problemas por mi culpa.

    — ¡No te preocupes Mike! Seguí tus indicaciones y justo como me prometiste nadie notó que ni siquiera entré al baño —el pequeño no pudo evitar dar un brinquito por la emoción—, ¡eres, cómo que, un maestro planeador!

    — ¿Qué puedo decir, guapo? me gusta hacer planes —la sonrisa del hombre se ensanchó un poco más antes de arrodillarse para quedar a la altura del niño de cinco años delante de él—, ahora, ¿estás listo para ver por fin eso de lo que te he estado contando?

    Los pequeños puños de Amando temblaron por la emoción ante el recuerdo de la nueva aventura que su nuevo mejor amigo le había prometido.

    — ¡¿La tarántula arcoíris que vive junto a la caldera de la escuela?! —Otro brinquito y un nuevo temblor de ansiedad—. ¡Por supuesto que quiero verla! ¡¿En serio tiene alas de mariposa como me dijiste?!

    El conserje sólo le guiñó un ojo al pequeño antes de tomar una de sus manitas para que caminaran juntos hacia el sótano de la caldera, sólo que seguían un camino diferente al que Amando esperaba recorrer; desviándose del pasillo principal varias veces y dando, por consiguiente, algunas vueltas extra. Sin embargo, nadie los sorprendió ni una sola vez y para la mente infantil de Amando era preferible retrasarse un par de segundos que ser atrapados por alguno de los maestros que patrullaban los pasillos.

    Finalmente, después de dar un rodeo bastante amplio alrededor de la cafetería, ambos llegaron a la puerta doble de madera pintada en chillante color azul pastel que delimitaba la entrada al sótano de la caldera.

    Entonces, el pequeño no pudo contener por más tiempo su curiosidad y ansiedad por ver a la criatura que según el conserje habitaba únicamente en el lugar más apartado y oculto de toda la escuela primaria. Zafándose finalmente del agarre con el que Miguel había estado masajeando su hombro, Amando se precipitó corriendo hacia las puertas dobles y bajando de dos en dos los escalones, como si estuviera jugando avioncito en el patio de juegos, llegó al fondo del sótano. Ni siquiera se había dado cuenta que el hombre atrás de él había puesto el seguro a las puertas después de entrar.

    — ¡Y bien… ¿Dónde está la…?!

    El golpe a su nuca llegó sorpresivamente. Impulsando sin miramientos el pequeño cuerpo del niño contra una de las paredes y después de que sus rodillas cedieran al dolor y a la sorpresa, al suelo.

    Amando estaba demasiado sorprendido por el golpe, inclusive, para llorar, así que se quedó paralizado en el piso, con las pupilas dilatadas y las manos aferradas tercamente a su playerita. El costado del cuello y uno de sus hombros, el derecho, le dolían mucho por lo que le costó levantar la cabeza para ver a su atacante. Miguel Ángel Parada, el nuevo conserje… su amigo… aún tenía el puño cerrado y el brazo extendido cuando su mirada amistosa y cómplice se transformó en un gesto que Amando nunca había visto antes: alegría y deseo incontrolables.

    Tan aturdido cómo estaba, Amando se arrastró de espaldas un poco hacia la pared del fondo. Todavía le costaba coordinar su cuerpo como para moverse con libertad por lo que no avanzó mucho.

    —Me d-duele… —su voz sonó ronca y sus ojos comenzaron a llenarse finalmente de lágrimas— me d-duele mucho…

    Entonces, para el horror del niño, vio como aquel hombre que por meses se había comportado amigablemente con él y con su hermana mayor se desabrochaba la bragueta de sus pantalones mientras que su sonrisa crecía conforme se le acercaba a paso lento.

    —Siempre fuiste el nene más lindo y el más bueno… —el hombre se abalanzó sobre Amando tan pronto como liberó su pene de sus pantalones. Manteniendo a el niño sujeto entre una de las paredes y su cuerpo mismo, el mal aliento del tipejo golpeó limpiamente en el rostro bañado en lágrimas debajo de él—. ¿Verdad que eres el niño más lindo… aún más que tú hermana mayor? Por eso te escogí a ti.

    Su cuellito ya empezaba a tornarse en un alarmante color morado ahí dónde el conserje lo había golpeado, y aunque el dolor en esa zona era casi insoportable eso no le impidió estremecerse hasta la medula cuando sintió como una de las manos de su atacante se posaba limpiamente sobre su, muy mojada por orines, ingle.

    Aquello fue el estímulo necesario para sacar a Amando de su aturdimiento.

    Reuniendo toda la fuerza que su cuerpecito pudiese juntar, el pequeño niño rubio cerró su puñito y lo lanzó directamente al rostro del albino que babeaba sobre él mientras que con sus pies procuraba alejarse del pedazo de carne que colgaba entre las piernas del sujeto y que cada tanto se rosaba con su entrepierna. Ya nada importaba, tenía que salir de ahí.

    Pero el puñetazo no había generado ningún tipo de reacción en el conserje. Apartando apenas con un manotazo el puño de su mejilla, el monstruo que aún gemía sobre el pequeño ni se molestó por responder a la agresión, en su lugar se apresuró por bajarle los pantaloncitos con bordado de oso, sólo para poder posar ambas manos en los costados del niño, y como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, colocó su miembro contra los calzones manchados de amarillo antes de empezar a empujar hacia delante. Después de descubrir que, aunque lo golpeara con todas sus fuerzas él apenas y sentía los golpes, Amando intentó cerrar las piernas, pero el cuerpo de Miguel se agitaba insistentemente entre ellas, evitando que el pequeño lograra oponerse a nada.

    Entonces, con un movimiento lo suficientemente fluido como para que incluso el inocente Amando descubriera que no era la primera vez en aplicarlo, el conserje hizo a un lado su ropa interior únicamente con su pene y se empujó hacia delante una vez más, y después otra, y después otra y siguió insistiendo con los empujes hasta que la carne aún inmadura de Amando cedió, entre sangre y sudor, a la insistencia y violencia ciega a la que era víctima.

    Advirtiendo que la punta había logrado penetrar por fin, el conserje sujetó con más fuerza aún las caderas del niño, cortando la circulación sanguínea y haciéndole aún más daño a la piel debajo de sus manos. Amando sintió como su interior se rasgaba y se rompía conforme un objeto caliente, grande y ancho, sumamente desagradable, se introducía dentro de su cuerpo por aquel lugar que sus padres y maestros siempre le advirtieron que ningún extraño debería tocar.

    Pero la tortura estaba todavía demasiado lejos de terminar. Completamente ajeno a los llantos y suplicas porque se detuviera del pequeño niño a de primer grado, Miguel empezó a empujar su cadera contra la pelvis de su más reciente víctima, desgarrando cada vez más el recto de Amando y sacándole por consiguiente más sangre y llantos con cada penetración.

    Aquello fue demasiado para la pobre criatura.

    Presa de una desesperación y de un dolor que creía imposible, no le quedó más opción a Amando que gritar por ayuda con las fuerzas que le quedaban… llamando a sus padres y hermana mayor, y a pesar que sus gritos y llantos de impotencia llenaron el sótano de la caldera con un eco sinfín, dicha ayuda no llegó sino hasta media hora después; cuando el profesor Guzmán, el maestro encargado de la clase de Amando, el coach Ubaldo, designado como monitor de pasillos durante la semana y una muy preocupada y molesta Loren, llegaron por casualidad al sótano después de descubrir que el pequeño niño rubio no estaba en los baños.

    Amando apenas y estaba consciente cuando los dos adultos lograron separarlo de aquel monstruo.


    -o-


    — ¿Ya vez papi? Te dije que tenías que jalar la puerta y no simplemente empujarla más fuerte —la voz de Loren sonó aguda y un poco silbante a causa de la perdida reciente de algunos de sus dientes de leche—, ahora vamos completamente tarde para la entrevista que planeó mamá para Amando…

    Con el rostro colorado, no a causa exactamente del esfuerzo, Carlos fue el primero de los dos en asomarse al interior del viejo convento, un vestíbulo desprovisto de cualquier adorno que no fuera el discreto escritorio a modo de recepción fue lo único que lo recibió a él y a su hija. Sentadas tras el escritorio estaban tres monjas; una joven con amplios lentes circulares y un par de gemelas morenísimas y mal encaradas a sus costados.

    Intimidados por el silencio aplastante que reinaba en el interior del edificio, tanto padre como hija caminaron en silencio un par de pasos dentro del recibidor antes de detenerse justamente al lado de la puerta. Sin embargo, todo intento por no hacer ningún ruido lo suficientemente fuerte como para llamar atención indeseada se arruinó cuando las siguientes en entrar fueron Karla y su madre, la castaña tarareando una melodía que había oído de la televisión y Rita hablando por teléfono con su padre, Albert, para comprobar una última vez si su pequeña sobrina Iris se estaba comportando. Loren ya estaba por preguntar por su hermano menor cuando vio pasar al niño rubio despreocupadamente a su lado. Amando, a diferencia de sus padres y hermanas, no se detuvo junto a la entrada del convento, sino que avanzó tranquilamente por el vestíbulo hasta quedar justamente frente a las monjas del escritorio.

    —Hola.

    —Buenas noches y bienvenido al orfanato Tepoztlán—dijo la monja de lentes sin despegar la mirada de la pantalla de la computadora frente a ella y sin notar que estaba hablando con un niño de ocho años—. Debido a la hora, me temo que no podremos ayudarle en mucho. Por favor vuelva otro día y, por cierto, feliz navidad.

    —Feliz navidad.

    Sin saber cómo actuar ante las palabras recitadas de forma casi automática, el resto de la familia se acercó a las recepcionistas tan silenciosamente como les era posible. Las otras dos monjas apartaron al instante la mirada del simpático niño güero frente a ellas para concentrarse en los adultos que se acercaban.

    —Oh, lo sentimos mucho, hermanas, por importunarlas a esta hora y todo eso, pero ya nos esperaban… —Al acercarse lo suficiente al escritorio, Rita notó molesta que en los lentes de la monja indiferente se alcanzaba a reflejar una partida de solitario. Y como ya esperaba, las otras dos mujeres de hábito no respondieron ni reaccionaron a sus palabras, sólo fruncieron poco más el ceño y permanecieron en silencio, observándolos.

    Sabiendo que su esposa e hijas, especialmente Loren, tendían a irritarse fácilmente, Carlos fue el que retomó la conversación mientras que intentaba relajar el estrés acumulándose tanto de su esposa como de su hija con algunas palmadas en el hombro.

    —Hermana… creo que ya sabe perfectamente en qué nos puede ayudar… somos la familia que ha estado llamando por teléfono ¿recuerda? —apenado por no poder decirlo libremente a pesar de que había pasado tanto tiempo, Lynn se recargó en la superficie del escritorio y se inclinó hacia delante para poder susurrar en el oído de la monja de lentes que finalmente les prestaba atención—. Somos los Carvajal, venimos para ver a la última víctima del caso Parada. Nos habían dicho que estaba en este lugar y que podíamos verle.

    Los ojos de la monja, reducidos por sus gruesos lentes hasta darles la apariencia de puntos negros, se fijaron en la cara de los adultos de pie frente a ella y después recorrieron uno a uno los rostros de los pequeños niños que los acompañaban. Casi como si se lo hubieran dicho de antemano, su mirada se detuvo al llegar a Amando, quien, despreocupado, se entretenía viendo el techo y las paredes desnudas del vestíbulo. Al niño al descubrirse observado por los nuevos tres pares de ojos, se ocultó tanto como pudo tras su padre y empezó a observar atentamente, a su vez, a las monjas.

    Entonces, sorprendiendo a los patriarcas y a Loren, el rostro de las gemelas se iluminó con una sonrisa radiante antes de soltar, cada una, una minúscula carcajada. Amando, aunque al inicio se ocultó un poco más, no pudo evitar sonreír también.

    Aquella transformación había durado apenas un instante y al siguiente el rostro de aquellas monjas había vuelto a ser la misma máscara de seriedad y antipatía.

    —Oh, sí, claro, ya los recuerdo, son la familia Carvajal Hernandez… —la mujer de lentes se levantó finalmente de su asiento y para sorpresa de todos, padres e hijas por igual, su altura apenas y cambió—, por favor perdonen mi actitud, pero no estamos acostumbrados a recibir alguna visita a esta hora.

    Dando unos cuantos pasos pequeños pero rápidos, a la inquieta Karla le parecieron más una serie de brinquitos como de pajarito, la casta mujer rodeó el escritorio y tras pararse muy derechita frente a Carlos y su esposa, les estrechó la mano a ambos padres y les sonrió amablemente a los niños.

    —Señores, por favor entiendan que esta visita sólo fue posible debido a que nuestro psicólogo de planta afirman que el que las víctimas de un evento traumático se conozcan entre sí puede resultar benéfico para su proceso de superación —Rita apartó con cuidado la mano de Karla que acababa de darle un tirón a la manga de su suéter—, así que sólo estamos cediendo por una única ocasión a sus peticiones porque creemos que algo bueno puede resultar de esta situación, en fin ¿tienen alguna pregunta antes de que prosigamos?

    —Yo sólo tengo una pregunta; ¿por qué nos está diciendo todo esto ahora, hermana? —Carlos se cruzó de brazos al imaginar a dónde quería llegar la monja frente a él—. ¿El chico este, la última víctima del monstruo, sufre alguna clase de secuelas especialmente graves?

    —No señor Carvajal, les estoy diciendo todo esto para que entiendan que este no se trata de un procedimiento habitual…

    Un nuevo tirón a su suéter, uno muchísimo más fuerte al anterior, provocó que Rita se tambaleara, interrumpiendo inintencionadamente a la monja de los lentes. Irritada, y un poco apenada, por la actitud de su hija, Rita volteó molesta hacia Karla. La pequeña se encogió al ver la cara de disgusto de su madre.

    —Amor ¿lo que quieres decirme no puede esperar siquiera un poco?

    —Es que Amando y Loren acaban de irse —con esas simples palabras, Rita sintió como su pecho se contraía.

    Dando una rápida mirada a sus alrededores, Rita descubrió que no sólo sus dos hijos mayores ya no estaban a su lado, sino que las monjas de piel negra también habían desaparecido de detrás del escritorio. Aterrada ante la idea de que su pequeño, y algo atolondrado, hijo se hubiese perdido dentro de un edificio desconocido, provocando así que tanto las monjas como su hija Loren se vieran obligadas a buscarlo, Rita ya estaba a punto de gritar los nombres de su pequeño, pero la monja de los lentes se apresuró a calmarla.

    —Descuide señora Carvajal, sus retoños acaban de marcharse junto a las hermanas Juana e Inés mientras yo les explicaba a ustedes las singularidades de esta visita —Rita tuvo que suponer que aquellos eran los nombres de las monjas que acababan de desaparecer junto a sus hijos—, sabemos por experiencia que en casos similares al suyo lo mejor es que los pequeños sean los primeros en conocerse… de hecho intentamos que los tres hermanos fueran juntos a conocer a Tlilic, pero esta chiquita —Loren infló un poco el pecho con orgullo— insistió en quedarse junto a ustedes.

    —No es que no confiemos en su juicio hermana —dijo Carlos— pero nos gustaría estar junto a nuestro hijo cuando se encuentre con… Tlilic ¿nos puede indicar el camino?

    Caminando por delante con sus pasos cortos y rápidos que tanto le causaban gracia a Karla, la monja de los lentes guio a la familia hasta una zona llena de oficinas en la parte trasera del convento. Las paredes estaban pintadas en colores pastel y cubiertas con unos pocos viejos carteles informativos sobre la maternidad y la adopción.

    Entonces se detuvo a un lado de la puerta que se encontraba al fondo, a un lado había instalada una pequeña mesa de madera con jabón líquido y toallitas húmedas. Sobre sus cabezas y casi tocando el techo un letrero descolorido decía "Zona de entrevistas; tres años o menos".

    — ¿Ese tal Tlilic está realmente en esta habitación? —la voz de Rita reflejó perfectamente su desazón.

    —Por supuesto señora ¿en qué otro lugar debería estar? —respondió la monja antes de aplicar un poco de jabón líquido en ambas manos y entrar a la oscura habitación junto a Karla.

    Carlos hizo gesto de seguirla pero su esposa lo detuvo con una simple mirada de reproche; pues ella había accedido al plan de buscar a otras víctimas del mismo monstruo que había lastimado a Amando con la idea de que conocer a otro niño cercano a su edad y que también hubiera vivido una experiencia similar sirviera como un apoyo en su recuperación… y sólo después de haber hecho el viaje de seis horas por carretera hasta un orfanato olvidado por la mano de dios era que se enteraba que el dichoso Tlilic se trataba en realidad de un voluntario en el convento y no de un adolescente de doce años como le habían dicho en un inicio.

    Desde la puerta, ahora abierta, se alcanzaba a apreciar que el interior de aquella habitación destinada para las entrevistas de adopción estaba sumergida en una tenue luz cálida. Carlos y su esposa se acercaron a paso lento al marco de la puerta.

    Rita fue la primera en entrar. La quietud dentro de esa oficina era aún mayor que en el resto del edificio. Carlos, genuinamente deseoso por conocer al otro niño entró después y ambos esposos permanecieron juntos en el umbral.

    Las paredes estaban cubiertas por muchos más carteles proporcionando información acerca de la adopción, seis mesitas de madera estaban acomodadas en dos hileras pegadas a las paredes y algunas pequeñas sillas vacías amueblaban el lugar. Los débiles rayos de luz amarilla que eran proyectados por lámparas empotradas al techo le daban al ambiente un toque acogedor.

    En la mesita más alejada a la entrada, en una de las esquinas del fondo, estaban reunidas las tres monjas y sus tres hijos, quienes muy entretenidos, le hacían caras y gestos a un pequeño bulto de tela azul marino que Amando abrazaba con todas sus fuerzas, pero con un gran cuidado.

    No fue hasta que el niño rubio se girara un poco para encarar a sus padres con la sonrisa más amplia que ambos recordaran verle desde el día del accidente que Rita pudo distinguir claramente la cabecita blanca que sobresalía de la manta. Al ver a aquel niño delgado y sucio intentar esconderse un poco más entre su capullo de algodón, todo lo que pudo sentir fue náusea y rechazo. Aquella criatura, aunque extremadamente joven y delgada, era idéntica al monstruo que la había engendrado. Idéntica al bastardo que le había hecho daño a su hijo.

    — ¡Santo cielo, Amando! ¡¿Qué estás haciendo?! — Rita cruzó toda la habitación con tan sólo cuatro zancadas y antes de que cualquiera de las religiosas pudiera reaccionar, intentó empujar al niño peliblanco lejos de su hijo—. ¡Suelta esa cosa antes que…!

    Pero Amando, en una actitud rebelde que no había mostrado nunca antes, se alejó de su madre en el momento justo para esquivar su agarre. Manteniendo al niño huérfano bien protegido entre sus dos brazos habló.

    —Sabes que él no es una cosa, mami… es un niño… sólo un niño —el hermoso rostro de Amando se contorsionó en una mueca de dolor al ver la mugrosa carita casi inexpresiva de aquel pequeño de tres años, y que insistía en esconderse tanto como pudiera en una gastada mantita azul—. ¿A quién se le ocurriría dejar a un pequeño solito aquí?

    —Creí que cuando llamaron por teléfono… y pidieron ver a Tlilic… —la monja de los lentes intervino finalmente, por la forma en la que abría y cerraba la boca era más que obvio que no esperaba que las cosas se desarrollaran así— creí que… estaban interesados en adoptarlo…

    — ¡Por teléfono nos dijeron que tenía doce años! —Ladró Rita—. ¿Acaso esperaban realmente que alguien querría adoptar al hijo de un monstruo como lo fue Miguel Ángel Parada? ¡¿Esto es una broma?!

    —Su madre era la que tenía doce años —aclaró una de las monjas pelirrojas que hasta ese momento no habían dicho nada—. Debido a que la pequeña pertenecía a una comunidad indígena que prohíbe la interrupción del embarazo, tuvo que atravesar todo el periodo de gestación…

    —La pobre murió durante el parto —complementó la otra— al pequeño lo llamamos "Tlilic" porque es el nombre que su madre había querido ponerle…

    Intentando no sonar grosero, y sobre todo intentando evitar una pelea en público, Carlos se arrodilló frente a su hijo y tomando una vez más el papel de mediador habló en un tono suave. Moviéndose lentamente para no agitar más al pobre, el hombre logró separar a aquel niño de los brazos de su hijo.

    —Amando, campeón… los niños que están en lugares como este generalmente provienen de familias rotas o peligrosas y muchas veces esas conductas las terminan heredando los…

    Pero el niño rubio volvió a sorprender a sus padres al no dejarse distraer con palabras suaves y tranquilizadoras.

    — ¡No me importa de dónde viene! —Aprovechando que su padre seguía hincado frente a él y que las monjas estaban evitando que Rita se le acercara, Amando aprovechó para poner una de sus dos manitas sobre uno de los brazos de su padre y con el otro volver a abrazar al niño que recién había dejado de ser un bebé—. Él nos necesita y yo sólo sé que nosotros podemos ayudarlo, papá… míralo… al menos míralo una vez…

    El pequeño peliblanco soltó un pequeño suspiro al lograr esconder finalmente su rostro dentro de su manta. Su manita torpe, sin embargo, no sólo había tomado una de las orillas de su mantita, sino que también sujetaba un único mechón del encrespado cabello rubio de Loren, quien, junto con Karla, acababa de colocarse al lado de su hermano y de su padre para poder seguir haciéndole caritas al nene, intentando relajar así el ambiente tenso que flotaba entre las monjas y sus padres. Al ver las caras graciosas que su hermana mayor hacia cada vez que Tlilic tiraba del mechón dorado al intentar apretar más el abrazo de su manta, tanto Amando como Karla no pudieron evitar reírse un poco… Carlos también rio.
     
    Última edición: 26 Marzo 2023
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