Aquellas miradas eran gélidas, llenas de resentimiento. Ella los observaba desde abajo, y de la misma forma. Su nombre es Annie, una adolescente que siempre fue considerada por sus compañeros de curso como una verdadera molestia. Momentos antes habían tenido una rispidez, otra discusión que se sumaba a la lista, ya extensa, de problemas e inconvenientes por diferencias de posturas. La muchacha abandonó la recepción, evitando de esa manera un nuevo choque con quienes permanecían en la planta de arriba. Al salir de la universidad, trató de tranquilizarse. Elevó su vista al cielo, para descubrir que el firmamento estaba atiborrado de pesados nubarrones. Incluso algún que otro chubasco caía muy cerca de ella. Preparó el paraguas, pero reculó después de pensarlo un poco. Al diablo con ellos, con el mal clima, con todo el mundo. Iría caminando hasta su casa, sin importarle si se mojaba o no. Asimismo, evitaría tomar el bus, porque necesitaba reflexionar y distenderse un poco. O de lo contrario, explotaría en cualquier momento. Se tapó la cabeza con su capucha (aunque la humedad la tenía sin cuidado, no era lo mismo con el frío), luego de colocarse sus auriculares y seleccionar su canción favorita. El título del track se denominaba «Cloudy»; al igual que el estado del día, al igual que el color de su espíritu. Empezó su andar, sumergiéndose en la vorágine de la ciudad, entre ese mar embravecido de extraños a quienes les era indiferente. El sonido del bajo acarició sus tímpanos y relajó sus manos, las cuales estaban en los bolsillos delanteros de su sudadera. Esa melodía, tan dulce como amena, parecía tener un efecto terapéutico sumamente potente. La nostalgia vino a ella, en una visita inesperada. Rememoró su infancia, cuando siempre estaba tranquila, aún en soledad. Esos recuerdos parecían postales repletas de añoranza, de un pasado perdido que se echaba de menos. Es que se sentía hastiada de las desavenencias, de lo poco que se identificaba con los demás. Ello, sumado a los constantes viajes que tenían que hacer sus padres por motivos netamente laborales, solía languidecer los escasos vínculos que formaba con ciertas personas. Abstraída como estaba, no se dio cuenta de las numerosas manzanas que había dejado atrás; como si de hecho soltara un débil rastro de su moral, la cual se corrompió desde hacía ya un tiempo considerable. Ahora ese carácter le hizo ganar una reputación negativa, obteniendo el desprecio de la mayoría de la gente que la conocía. No importaba dónde fuese, en todas partes terminaba por suceder exactamente lo mismo, siendo semejante a un estigma constante. Se detuvo repentinamente. Su propio reflejo, desde la vitrina de una tienda, le estaba enseñando el enorme cambio que su apariencia experimentó por el paso de los años. Por momentos, era incapaz de reconocerse. No se había modificado únicamente su aspecto, sino también su personalidad. Toda ella era distinta. El contraste resultó ser, sin lugar a dudas, demasiado notorio. Parecía un gran montículo de memorias lúcidas que permanecían enjauladas en el cuerpo de otra persona. Estaba anocheciendo cuando arribó a su hogar. Sus progenitores no se hallaban presentes, de seguro llegarían muy tarde otra vez. Eso ya no le afectaba tanto como antes, se había resignado. Subió las escaleras a paso rápido, a segundos de romper en llanto. Se refugió en el baño, donde tantas veces había escondido sus pesares. El espejo le devolvía la imagen de alguien detestable, no por lo que pensaran los demás, sino por su propia decepción. Se había traicionado a sí misma, aparentando algo que no deseaba ser. La prepotencia le conminó a romper ese maldito cristal con un golpe, resquebrajándose en un sonoro estallido. Entonces vio su manga izquierda, empapada en sangre. Su mano era como una rosa deshecha, con los pétalos de un rojo tan intenso como el líquido vital que surgía de sus heridas. Miró su figura, ahora deformada por aquel impacto. Cambiaría, destruiría completamente lo que era. De su pecho brotó una sensación liberadora. La mueca de aflicción que antes exhibiera iba siendo reemplazada por la esperanza. No se permitiría sufrir de ese modo, nunca más.
Tuve que releer varias veces el final, para ver si se me escapaba algo. Lo cierto es que me incita a pensar, que encontró cierto placer en el dolor que se inflingió y que eso de alguna forma la liberará en lo sucesivo. Pero prefiero la versión en la que haberse hecho daño se hizo darse cuenta de cuántas cosas malas había tragado hasta ahora, tantas cosas le habían hastiado y le habían convertido en alguien que ni ella misma podría reconocer, por lo que ahora, con toda la fuerza del mundo, renacerá e intentará ser mejor, intentará quererse más y redescubrirse a sí misma. En parte me sentí identificada con la protagonista de la historia, a veces una se da cuenta de en qué punto de la vida está y no entiende cómo ha llegado hasta ahí. Cómo ha permitido tragar con cosas que realmente su propia alma no quiere procesarlas y eso te hace no sé, convertirte en alguien un poquito más gris cada día. Como siempre, una historia exquisita y la narrativa también, nada más te voy a señalar un pequeño fallito que vi y que si gustas, puedes corregir en el relato: Como entiendo que te refieres a las manos, eso debería ser "las". En cualquier caso, muy bueno el relato y espero poder leer más cosas tuyas, que como siempre, es un placer. Nos leemos, un saludo.
Voy a sincerarme en este punto. Quise inclinarme a que la protagonista se decantara por la segunda versión. Aunque tampoco descartaría que se diera la primera, al menos por una vez y de manera superficial. Supongo que, se sienta placer o no a la hora de lastimarse, uno puede ser capaz de sentir cuándo es ese momento en el que se ha "tocado fondo", y queda en cada uno también el decidir si quedarse allí o tratar de volver a subir. Y en este caso, queda claro, la decisión fue la de intentar ascender, o al menos, el proponérselo. Así que tus conclusiones han sido acertadas, una más que la otra, pero ambas pueden ser válidas. Listo, corregido. Y muchas gracias por seguir leyendo. ;)!
En verdad me sentí identificada con el relato, pues suelo tener una manera de penar diferente al resto de la gente. Solo que no la expreso, si no seguramente me sentiría como ella. Es muy difícil socializar e intentar llevarte bien con los demás si no entiendes o difieres en cuanto a los puntos de vista de las cosas o la situaciones. En cuanto al final, me dejo sorprendida y no sé muy bien que pensar. Al principio pensé que se había muerto, pero al volver a leerlo y ver el comentario de Ichiinou me hizo cambiar un poco el punto de vista. En definitiva, buen trabajo, espero que sigas escribiendo así y poder seguir leyéndote
Algo tarde, pero vengo a responderte. Es que, si te tomaste unos minutos de tu tiempo para leer mi relato y comentarlo, lo menos que puedo hacer es obrar de la misma manera para contestarte y agradecerte. Me sorprende que te hayas sentido identificada, y más teniendo en cuenta que me parece (en parte) que la gente que tiene una personalidad como la de la protagonista no abunda. Que sí, que debe haberlos, pero jamás me imaginé que me toparía con alguien que me confesara que se siente identificada. Es algo bonito saberlo, francamente. Pues eso, fue lo que más me llamó la atención de tu post. Y, sana costumbre, muchas gracias por pasarte. :)