A mi estimada señora Winter, yo no siempre fui ese hombre... Nací en mi preciosa Marsella en 1992 de un matrimonio endogámico. Mi padre era un hombre severo y de carácter bruto, con brazos bañados por el sol, él extrañamente —y esto lo revisaré después— se preocupaba mucho por mis estudios. Poseía una taberna a orillas de una playa. Mis abuelos, y otros hombres antes de ellos, eran germanos arraigados por aquella tontería de los arios, sin embargo, como ellos nosotros también perseguimos ideales reales a nuestros ojos, y de estos beatos nació mi santa madre, cruelmente dañada por nuestra sangre. Era una mujer hermosa, llevaba flores en las costillas, cada que respiraba salían pistilos de sus orificios coloreando mi mundo con acuarelas y sonrisas blanqueadas, sin embargo, mientras crecía dejaba las cosas de niño para juzgar como hombre, y aunque al hombre que yo era desconocía entonces, observé muy de cerca a quien fui de niño y a quien se quedó conmigo inherente al tiempo. Dios no le dio ningún tipo de inteligencia a mi madre, ella era torpe y se alzaba en halos de fantasía de los cuales era a cada día más difícil de bajar, pienso, era el pecado del padre cobrado hasta en la cuarta generación del hombre. Porque éramos malvados. Como fuese, me crie entre la arena blanca, los olivos y la espuma de las olas, bajo el perenne sol veraniego y la mirada compasiva de toda Marsella, desde pequeño oí decir acerca de lo desafortunada de mi situación, quien venía de una familia de pecadores, enfermos y decadentes incestuosos, pese a ser, a sus palabras, “un jovencito particular”. Mira, yo nunca me consideré poco suertudo por “el egoísmo del padre”, según, habría de pedirle cuentas a él por todas mis desgracias; pero yo realmente me hallaba muy cómodo entre los suaves pechos afectuosos que me consolaban como para reflexionar profundamente acerca de ello. Puedo recordar, además pago aquí mi deuda de lo que atrás prometí aclarar, cuan orgulloso estaba mi padre acerca de mí, aun cuando era un tipo vulgar —excesivamente vulgar— y rígido, siempre que podía me sacaba de mis pensamientos con un grito, sólo para exhibir cuanto más preparado para la vida estaba que él y que otros muchachitos acaudalados. Recuerdo, por ejemplo, que una vez me pidió —ordenó— recitar de memoria Ezequiel 18, sin clemencias a errores o yo sería duramente reprendido, y bien lo hice escuché la ligera ovación de los clientes; sí, anduvo tan engrandecido que esa noche me demostró, como en otras, que no sólo su corazón estaba contento, sino que su verga también. Así fui de gran manera instruido por mis padres. Yo no recuerdo haber aprendido acerca del amor, no obstante, los abrazos de mi mamá eran los más fuertes y calientes, sospechaba que ella podía abrazar con igual intensidad a un saco de papas y no lo entendería; mucho menos me hallé acompañado debajo de mi padre. Tampoco con los amables clientes. Incluso Dios habría de negarme este consuelo porque yo era hijo del pecado, explicó un hermano. Así, perseguí ilusiones herejes —era entonces un estudiante al ministerio de Dios— hasta Yorkshire, Reino Unido, donde enfrenté continuamente cielo e infierno, y como es evidente ahora, fui enteramente vencido por mis demonios... Mi estimada Señora Winter, su hijo era realmente encantador como un querubín, ¡de otro modo no pude haber sido seducido! Verdaderamente le digo, yo nunca fui esa clase de hombre antes de conocerlo, y sí usted me pregunta, el muchacho tenía enteramente la culpa, ¡debió verlo lucirse! Y como tal, me sentí obligado a retribuir perversión con perversión. Le dije al niño que necesitaba ayuda en la bodega, dulcemente me creyó, golpeé su cabeza y lo llevé a una casa destartalada que yo había descubierto en el kilómetro 2.500 hacia Hoxby, lo amarré bien y volví a mis tareas habituales en el seminario. Al volver lo hice preparado, me desnudé porque supe que me ensuciaría y no quería eso, se asustó tanto al verme así que despotricó cual venado, ¡divino! Azoté su culo hasta que la sangre bajó por sus muslos, me gustó tanto su pene que lo corté y también sus bolas, quise que cantara algo para mí ya eunuco, pero para entonces, no sé cuándo, estaba muerto. Procedí filetear sus nalgas, era poca carne por lo que adicioné el pene, lo cocí con papas y otras verduras; quedé tan satisfecho que decidí guardar las bolas, pero al día siguiente estaban muy duras, partí el cuerpo en dos y con él lo despedí en el río que hoy se conoce como San Luis, sí usted busca bien, hallará una bolsa deportiva de los Nickers. Por favor, no culpe a Dios por las cosas del hombre pues su obra es perfecta, y en el libre albedrío reposa su gloria, consuélele el hecho de que su hijo, nuestro dulce querubín, murió virgen —no tuve el corazón para tocarlo, insisto, no soy ese hombre—, y que yo no aspiro a entrar en el vergel en el que ahora reposa. Lo cierto es que mi situación ahora me alivia, soy el último de una familia de depredadores y transgresores, nunca tuve hijos por lo que quiero creer que conmigo el castigo tiene un fin, el pecado del padre pagado en el hijo. Hoy moriré en la silla eléctrica, 20 de agosto del 2021... No escribo regularmente, pero se me dio la ocasión de participar en un evento, aprovechando que lo hice se me ocurrió dejarlo aquí también, para mi posteridad. Como aficionada siempre busco crecer, las críticas son bienvenidas ♥
No había leído la etiqueta que le pusiste al relato y me fui sorprendiendo a medida que lo iba leyendo. Es indebidamente grotesco este relato, de verdad creo que pude odiar a cada uno de los personajes, el padre controlador y abusador, la madre consentidora y abusadora y el hijo fruto de las aberraciones, que aún encima experimenta con el canibalismo. Creo que respiré aliviada al saber que iba a correr la suerte de ser tostado en la silla eléctrica y eso que no soy yo muy fan de la pena de muerte. Creo que el relato en sí mismo, tenía la finalidad de mostrar una historia increíblemente retorcida y lo has hecho muy bien. Además has dado un curioso desenlace, que te hace pensar que la pesadilla ya se acabó (o se acabará en breve) por lo que creo que has dado un buen cierre a la historia. Con la historia también creo que quieres dar a entender, que el pobre alma nació inocente y al ser fruto de tamañas aberraciones, constantes abusos y sabe solo Dios lo qué, pues al final se convirtió en otro engendro más. A la hora de la narrativa, la encuentro bien, se entiende perfectamente cada parte del relato y consigues lo que quieres con el relato. Me gustaría decir que quiero seguir leyéndote, pero tampoco es que vaya a querer seguir leyendo relatos de esta índole que me ponen los pelos de punta, pero estoy segura que más o menos, escribas lo que escribas, disfrutaré de lo que escribas. Así que te animo a seguir publicando por aquí y seguir creciendo como autor. Un saludo, nos leemos.
Oh my ♥ Honestamente no tenía esperanzas en tener buena crítica, mucho menos que me invitaran a continuar escribiendo. ¡No tienes idea de cuánto me has ánimado! Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer y además de hacerlo con atención, lo que comentas era exactamente el propósito, ¿el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, o es malo por naturaleza? Quizás sí él no hubiese sufrido tanto no habría sido un asesino, pero viniendo de una familia tan decadente guardar esperanzas en ello sería una tontería... Ha sido un placer, nos leemos.