Aventura [Días de Abecedario] C de Chocolate

En una selva de la América Precolombina, el audaz Elliot Onion se encuentra atrapado por un grupo de indígenas. Incapaz de escapar de las cuerdas que lo sostenían de pies y manos sin hacer gala de sus capacidades sobrehumanas, incapaz, también, de alcanzar su dispositivo de disfraz para revelar sus orejas y jugar un rato a ser dios. Igualmente, ambas cosas estaban claramente prohibidas con éste tipo de civilizaciones en particular. No es posible predecir los cambios erráticos que un evento cómo éste podría llegar a producir de cara al futuro, así que La Luz prefería jugar a lo seguro.

Elliot había ido a confirmar los rumores acerca de la peligrosa planta originaria de éstas tierras: el cacao. Con sus brutales concentraciones de la única sustancia capaz de vulnerar el casi perfecto sistema inmunológico de los Lightlings, la Theobromina. Ahora los nativos lo estaban aprisionando.

Pasó bastantes días en una celda que no era más que un pozo cavado en el suelo con muros sólidos. Cuando uno de los aborígenes le bajaba comida, otros siete u ocho lo amenazaban desde arriba cómo diciendo "no intentes nada."
Y por supuesto, sólo recibía algunos granos de cacao y otras cosas en cantidades mínimas: caña de azúcar y leche, sobre todo. De vez en cuando le caía alguna otra fruta que le salvaba el día, y eso era todo. La dieta de los Nahuas, que así se hacían llamar sus captores, consistía principalmente en algo que para él era total y absolutamente venenoso.

Pero Elliot, no lento ni perezoso, se dió a la tarea de, con los pocos materiales que tenía, intentar de descubrir algún modo de consumir el cacao sin morirse. Fue así que se dió a la tarea de moler, aplastar, triturar, calentar, mojar, secar, juntar con otros ingredientes y demás, en combinaciones aleatorias durante días y días.

Hasta que por algún motivo los Nahuas decidieron echarlo, al parecer siguiendo órdenes. Lo cuál a Elliot no le hacía ni pizca de gracia. Al fin y al cabo, tal cambio de actitud sólo podía significar una cosa.

— ¡Darkness! — Gritó Elliot estando sólo por fin.

— ¿Sí? — Preguntó la soberana de la oscuridad saliendo de entre las sombras de los árboles.

Era una mujer bella a su modo; incluso para los elevados gustos de los Lightlings, resultaba atractiva. Y eso era en gran parte lo que la hacía tan molesta para alguien como él. Por más que ella fuese la causa de su viudez, no podía evitar tratarla cómo a una dama. Sentía a la vez repulsión y atracción, y se enfadaba consigo mismo por ello, cada vez que la veía. Lo cuál era cada vez más frecuente.

— ¡¿Qué haces aquí!? Estás muy lejos de casa ¿No te parece? — Preguntó el Lightling, perdiendo la compostura por un breve instante.

— Lo mismo que tú: Estudiar el arma definitiva contra tu gente. — Respondió Lady Darkness, sin perder la calma ni un poco. — Y he de decir que gracias a ti he podido disfrutar bastante de ello.

O sea que lo había estado vigilando.

Darkness sacó de un bolsillo dimensional el intento más reciente de Elliot de formular el cacao en algo comestible para los suyos.

— Y lo más gracioso, es que al final me diste un arma totalmente deliciosa. ¿Sabes lo que eso significa? Por más que quieras, no habrá forma ética en la que puedas borrarla del Multiverso. ¿Sabes que nombre le están poniendo los Nahuas ahora mismo? Te lo diré, es más, me encargaré de que cada Lightling sepa de la existencia de ésta arma llamada Chocolate. Voy a humillarte tal cómo hiciste conmigo. Serás conocido cómo el inventor del chocolate a lo largo y ancho del Multiverso. ¡Jajajaja!

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— Y por eso es que no me gusta que me llamen Inventor del Chocolate. — Dijo Elliot a sus compañeros al terminar de relatar la historia.

— ¡Pero si vives diciendo que lo inventaste, idiota! — Respondieron sus compañeros al unísono.