Ñ de Ñandu Observábamos en la tele una propaganda en la que aparecía un ñandu, mi amiga se rió. —Son aves muy chistosas —comentó. —Claro, hasta que te agarran mala. — En lo personal no me gustaban. Me dirigió la mirada. —¡Vamos! ¿Te da miedo una avecita que esconde su cabeza en tierra? — Me provocó con media sonrisa. —¡N-no!... No tanto —admití, más que nada por el hecho de que nunca me encontraría con uno cara a cara. — ¡Pe-pero ellos no se esconden en la tierra! — Volvió a mirarme curiosa, mientras pagaba los dulces que había comprado en el local. —¿En serio? ¿Y qué hacen entonces? —¡Comen piedras! ¡Para digerir la comida! —contesté, feliz de tener ese dato tan… Inservible. — Osea, podría comerse algunos de tus huesos sin que le pasara nada. — Ahora la que sonreía era yo, mientras salíamos del negocio. —¡Pe-pero para eso deberían estar del tamaño de unas piedrecillas! — Ya íbamos caminando por la vereda. —A-aparte, nunca veríamos uno. — Exactamente lo que yo pensaba ¿Acaso le había dado cosa un comentario tan poco justificado como comer huesos? Era claro que no lo hacían. —Obvio que no nos encontraríamos uno, estamos en mitad de la ciudad —dije agraciada. Hasta que por el callejón de la esquina de al frente… Apareció un Ñandu… ¿Había mencionado que también había un zoologico cerca? Con un grito mi amiga y yo volvimos al local corriendo, la señora extrañada pensó que habíamos visto un fantasma, raro a plana luz del día. Fue un momento raro cómo la peculiar ave.