Volviendo a Nunca Jamás

Tema en 'Relatos' iniciado por Dororo, 11 Julio 2013.

  1.  
    Dororo

    Dororo Entusiasta

    Aries
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    1 Marzo 2011
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    Escritora
    Título:
    Volviendo a Nunca Jamás
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2079
    Para la actividad: Identidad perdida, de Fenix Wayne.

    Éste es mi primer y, a no ser que a Fenix le dé por hacer muchas actividades en historias multimedia, seguramente último songfic, así que por favor sean benévolos. Puede que les parezca que la canción no va con la historia, es posible, pero en mi cabeza va perfecta porque es todo lo que puedes desearle a alguien que se va, no importa dónde. La canción está al final, creo que ése es su lugar. Sin más, gracias por leer.


    VOLVIENDO A NUNCA JAMÁS

    Resulta curioso cómo funciona nuestra memoria, las vivencias lejanas que se empeña en rememorar y aquellas otras, mucho más recientes, que esconde bajo un manto negro provocando una profunda oscuridad que por más que me empeño soy incapaz de alumbrar.

    En ocasiones me desespero y me lanzo a un vacío de recuerdos que sobrevienen en forma de imágenes incoherentes y entonces, mientras caigo en ese abismo intentando inútilmente unir las piezas que conforman el puzle, cosquillea en mi nariz el olor de los naranjos que inundaba el ambiente en casa de mis padres antes de la primavera, el sabor de del arroz que la tía Felisa cocinaba los domingos, las tardes jugando al fútbol en el patio de la escuela… Siempre me he jactado de tener una memoria prodigiosa y en cierto modo sigue siendo así. Aún puedo nombrar a cada uno de aquellos compañeros de equipo y en cambio, a veces, soy incapaz de encontrar el nombre de mi propio hijo.

    En los periodos de lucidez, de momento son muchos, miro a mi alrededor y aunque sé que no estarán siempre conmigo, me esfuerzo por disfrutar y grabar cada pequeño detalle. La expresión satisfecha de mi nieto Pedro cuando vuelve de la escuela con una buena nota bajo el brazo y el brillo orgulloso en la mirada de Juan, su padre. La risa contagiosa de Julia, mi nuera, y la sonrisa traviesa que ilumina el rostro de la pequeña Genoveva tras cometer alguna diablura. A pesar de contar con sólo tres años es una niña muy despierta, obstinada y tenaz. ¡Se parece tanto a su abuela! Estoy seguro logrará cualquier propósito que persiga en esta vida. Desgraciadamente, yo ya no estaré aquí para verlo y si estoy, tampoco podré recordarlo.

    Al principio fueron pequeñas cosas como olvidar un grifo abierto, unas llaves que se pierden, esa respuesta que tardaba demasiado en brotar de mis labios o una pregunta repetida con insistencia. «Te estás volviendo olvidadizo con los años, papá», me reprochaba mi hijo con humor y mucho cariño, achacándolo a la edad, y yo encogía los hombros y me prometía a mí mismo que a partir de ese momento pondría mucha más atención. Qué lejos estaba de imaginar la realidad.

    La primera vez que me perdí en la calle y tuvieron que acompañarme a casa sentí mucha vergüenza. Ocurrió de repente y fue como si un sudario blanco lo cubriera todo; desorientado, me acomodé en un banco con la mirada fija en la nada. Ni siquiera sé el tiempo que pasé allí sentado hasta que aquella mujer me preguntó amablemente dónde vivía, pero ya había anochecido, así que debió ser mucho.

    La miré atónito, pensando que era una pregunta bastante tonta. Entonces, abrí la boca para contestar y tuve que cerrarla, lo había olvidado. Busqué la respuesta en mi mente, podía ver en mi cabeza la imagen del pequeño piso que compartía con mi familia, la fachada de ladrillo de los bloques e incluso la frutería de la esquina, pero no encontraba una dirección. Ella debió notar la expresión confusa en mi rostro y el pánico que me embargó. «No se preocupe», me dijo dulcemente, mientras me sostenía del brazo para levantarme. «Yo le ayudaré». Al final acabé recordando.

    Después de aquel episodio mi hijo insistió en visitar al doctor. Me hicieron muchas pruebas antes de dar un diagnóstico definitivo, aunque creo que el neurólogo sabía desde el primer momento que andaba mal conmigo. «Principio de alzheimer», anunció y toda mi vida se vino abajo.

    Fue tanta la rabia, la frustración y la tristeza. Una inmensa tristeza que se anudó en el estómago y se quedó ahí para siempre y miedo, mucho miedo. Había visto y oído lo que esta enfermedad hacía con las personas, en que convertía sus vidas y las de aquellos que están a su lado. Yo no quería eso para los míos.

    Durante días apenas hablé con nadie y mi malhumor era más que notorio. No podía evitar llorar, lo hacía a solas, refugiado en mi habitación, arropado por estas cuatro paredes entre las que me encuentro seguro. Estaba confuso y enfadado, muy enfadado. Conmigo mismo, con mi familia, con el mundo en general. Ese enfado todavía hoy late en mi interior y sé que tengo momentos de conducta agresiva, o debo tenerlos, o los tendré algún día, aunque agradezco no ser plenamente consciente de ello.

    En aquellos primeros meses me retraje en mí mismo. Dejé de ir al parque a jugar a la petanca y mis tardes de dominó en el hogar del jubilado. Apenas salía de casa. Era más consciente que nunca de mis fallas de memoria, así que procuraba no relacionarme para que nadie más pudiera notarlas. Pensaba en la muerte, era una idea que no lograba sacarme de la cabeza y me hacía muchas preguntas, de esas para las que no se tienen respuesta.

    Mi hijo intentó animarme y comunicarse conmigo en infinidad de ocasiones pero yo no quería escucharlo, no quería ver el dolor en sus ojos ni que él viera la desesperación en los míos, de modo que solía fingir que todo andaba bien y cuando cometía algún error o se evidenciaba alguna de mis pérdidas de recuerdos, me enfurecía con los que tenía alrededor para caer en un estado de depresión. Supongo que estaba muy asustado. Todavía hoy continúo muy asustado.

    A mis setenta y cuatro años, la vida me ha enseñado que en toda situación siempre hay un punto de inflexión, un momento en que, si quieres, puedes cambiar las cosas y darle un nuevo giro a tu realidad. El mío llegó una tarde cualquiera, seis meses después de que me diagnosticaran.

    Estaba sentado en el salón de casa, sumido en mí mismo, cabizbajo y en silencio, cuando sentí que el sofá se hundía por el peso de alguien más. Desconcertado, levanté la mirada para encontrar a Pedro, con su hermana sobre las rodillas. Él me sonrió abiertamente, pero no dijo nada, sólo se sentó allí, a mi lado, y prestó atención a la televisión. Me quedé algo confuso, ni tan siquiera me había percatado de que estaba puesta.

    No puedo recordar cómo y no creo que nunca vaya a recordarlo, muchos de los detalles de aquella tarde son ya una laguna en mi cabeza pero estoy contento de poder acordarme todavía de lo esencial. De repente me encontré con Genoveva sobre mi regazo, mientras charlaba animadamente con mi nieto, contándole acerca de mi infancia, de lo duras que eran entonces las cosas, de cómo mi padre y mi abuelo iban a trillar a la era y cambiaban su trabajo por cupones para harina. Una harina blanca con la que mi abuela horneaba un enorme pan que nos duraba todo un mes…

    «¡Entonces el pan todavía sabía a pan, no como ahora! A veces mí hermano Carlos y yo nos encaramábamos a uno de los perales del tío Paco para robarle la fruta… ¡Tendrías que habernos visto correr cuando nos perseguía con una vara de nogal!... Y si nos atrapaba, nos llevaba a casa de las orejas y entonces mi abuelo fingía estar muy enfadado y nos amenazaba con un severo castigo para que nos soltara. Jamás he tenido las orejas tan rojas como en esa época, aún me duelen al recordarlo. Pedro ahogó una risotada cuando su hermana alargó la mano y me acarició suavemente la mejilla. Por un segundo la miré extasiado, antes de continuar hablando. Pero si teníamos suerte, nos tumbábamos junto al canal para ver la caída de la tarde y acompañados por el croar de las ranas, disfrutábamos de nuestro botín. —Suspiré. Podía saborear aquellas peras en mi boca—. Ninguna fruta me ha sabido nunca tan dulce.

    —Yo quiero peras del tío Paco, abuelo, —irrumpió la pequeña Genoveva emocionada. Y ambos la miramos sonrientes.

    Ya no se pueden comer, Veva, cortaron el peral hace muchos años para que pasara la carretera —le explicó mi nieto y levantó sus ojos para encarame. ¿Verdad, abuelo? La niña frunció un mohín de disgusto.

    Yo asentí ligeramente y bajé la vista a mi regazo.

    Supongo que te he contado estas historias demasiadas veces… —No podía recordarlo. Un nudo apretado se formó en mi garganta al sentirme como esos viejos que no dejan de explicar las mismas cosas una y otra vez.

    Sí, ya me la habías contado antes. Un silencio incómodo se hizo entre nosotros, en algún momento de la conversación habíamos apagado la televisión—. Pero no importa, me gusta escucharlas, forman parte de quienes somos, tú, papá, yo, la familia… Mi familia. Lo miré directamente a los ojos mientras un agradable calor medraba en mi pecho. Él sonreía—. Y quiero memorizarlas para poderlas contar algún día. Además, Veva no las había oído nunca. Ahora estará una semana pidiéndoselas y mamá tendrá que engañarla con que son del las del tío Paco si quiere que vuelva a comer peras alguna vez—susurró con guasa, tratando de que su hermana no lo escuchara.

    Estallé en una espontanea carcajada al imaginar la cara de mi nuera, Genoveva podía ser muy terca si se lo proponía, y Pedro rió conmigo. Cuando dejamos de reír, el silencio volvió a ocupar un lugar prominente entre nosotros pero esta vez se sentía distinto, era un silencio cómplice y reconfortante.

    Cuéntame más cosas, abuelo. Me pidió, sonriendo de nuevo, Veva aplaudió entusiasmada. Yo le sonreí de vuelta y durante mucho rato continué hablando.»

    Aquella tarde, mientras mis nietos me escuchaban con una mezcla de dicha y orgullo en sus ojos, me di cuenta que, sin importar los años que pasaran, siempre recordarían esa conversación y otras muchas, que siempre conservarían la imagen de su abuelo, mi imagen, en su memoria y merecían que ésa fuera una imagen feliz.

    Dicen que tener esta enfermedad es cómo deshacer el camino andado en la vida y volver poco a poco a la infancia. Como regresar al “País de Nunca Jamás” y ser uno de los niños perdidos. Sé que algún día no recordaré quién fui, que vagaré en un mundo de tiniebla donde todo y todos me serán desconocidos, que necesitaré quién sea mis ojos, mis manos y mis oídos, quién me sostenga como yo sostuve a otros un día. Pero esté dónde esté nunca perderé mi identidad, mi memoria me sobrevivirá en aquellos que quiero. Ellos recordarán por mí.

     
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  2.  
    Zil Kendrick

    Zil Kendrick Toro de Daffy ❤️

    Libra
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    Pluma de
    Escritora
    Buen día mi querida Superior, sabe esperaba con mucha emoción este escrito suyo. Puesto que es algo nuevo para usted pero sabe, quedo fantástico, cuando lo leí sin música, me pareció algo reflexivo, un poco triste, pero cuando lo leí y puse la canción lo transformo totalmente.

    Entiendo lo que el señor llego a sentir, la impotencia de no recordar todo, el sufrimiento que sentía al sentirse sólo, pero nunca estuvo sólo siempre hubo gente a su alrededor, y lo bueno es que al final de todo se dio cuenta que aunque no recordara mucho, otros si lo recordarían y era mejor recordarlo con una sonrisa que con una tristeza reflejada en su rostro.

    La canción le da mucha vida más vida de la expresa en el escrito, quedo muy bien, cada sentimiento que contó, cada cosa que narro, me imagine cuando eran perseguidos por tío Paco. Jejejejeje pobres chicos en ese entonces, a veces pienso que aquella vida era dura, si algo dura, pero se viva mejor que en estos tiempos, o eso pienso yo.

    Esta parte, el final me encanto

    Ese fue un cierre magnifico para este escrito, me gusta mucho como escribe, espero se anime a experimentar con más cosas mi Superior, se despide su querida Teniente, que tenga un excelente fin de semana.
     
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  3.  
    Yuki Crosszeria

    Yuki Crosszeria Iniciado

    Tauro
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    Qué lindo!!

    Me ha hecho sentir muy sentimental, y la canción le da un cambio porque la esencia es el deseo; "si él no recordaba, recordarían por él", tal como lo esperaba, lo supiste plasmar más que excelente en el fic, además de tocar una fibra muy sensible.
    ¿Raro?, para nada está muy bien elaborado y es bastante sensible, realista y bello.
    Me ha encantado la forma de describir todo y me lo he ido imaginando todo párrafo tras párrafo

    Felicidades!, creo que tendrás que escribir más Song Fics. :)
     
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  4.  
    Fénix Kazeblade

    Fénix Kazeblade Creador de mundos Comentarista destacado

    Cáncer
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    Escritor
    Al terminar de leerlo casi mi invade el llanto, esa ultima idea que plasmas es un idea que me he plantado desde siempre muy dentro de mi, cuando alguien se va este mundo,
    cuando observamos como él que tal vez para nosotros jamás vuelvan a ser las cosas iguales, permanecer allí en ese halo de esperanza que plasma lo que verdaderamente somos
    en este mundo.



    Por mas que las cosas pasen, nuestra esencia prevalece en todo, no se puede decir que se olvida por siempre algo queda de aquellas personas que nos han marcado de una de otra forma.

    Tu forma de escribir a mucho orgullo llamándote mi hermana mayor, es ya lo he dicho varias veces simplemente fantástica, extraes de cada detalle por mas mínimo que sea su alma, todo su sentir y emanas forjandolo en algo fantastico.
     
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