Paloma

Tema en 'Relatos' iniciado por Lionflute, 20 Mayo 2015.

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    Lionflute

    Lionflute Usuario popular Comentarista empedernido

    Aries
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    Título:
    Paloma
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2467
    Fue desde lo de Paloma que todo comenzó a cambiar entre Alonso y yo.

    Me es difícil encontrar otra persona que pueda describir como a Alonso. Nos conocemos desde cuando yo tenía catorce y él dieciséis. Yo estaba comenzando a dar mis primeros pasos en el violonchelo y el ya llevaba unos cuantos años tocando el violín. Nos conocimos dentro del conservatorio cuando por equivocación entré a la sala donde él estaba estudiando y nos miramos por unos instantes antes de caer en cuenta de lo que sucedía.

    —Disculpa, pensé que no había nadie —le dije mientras él sostenía su violín casi a punto de ponerse a tocar frente al atril de la habitación. Era un chiquillo rubio, de cabellos tiesos y larguirucho con la mirada firme como la de un lobo.
    —No pasa nada —me dijo bajando el arco y manteniendo su instrumento bajo su barbilla —. ¿Eres nuevo aquí? Creo que nunca te había visto.

    Y lo que siguió después es solamente otra historia como tantas sobre amistades. Desde entonces nos topamos de casualidad en otras salas un montón de veces y entre tantas casualidades empezó a formarse una linda amistad como tantas en éste mundo.

    Ya al tercer año de conocernos habíamos ingresado a la orquesta del conservatorio. Yo mejoré bastante con el violonchelo de modo que pude ingresar aun sin tener la misma cantidad de experiencia que mi amigo, el cual por cierto se ganó nada menos que el puesto de concertino, el primer puesto entre los violines y el segundo en jerarquía dentro de la orquesta sólo después del director.

    Se nos hizo costumbre que todos los martes, luego del ensayo, a las seis de la tarde, nos juntábamos en la entrada del conservatorio y salíamos por un café al recinto que se encontraba justo enfrente y ahí hablábamos de Bach, otras veces de Mozart, que Tchaikovsky, tan ruso, que Ravel, tan sublime y mejor ni hablemos de Schumann, que nos lanzábamos las sillas por la cabeza. Lo esperaba siempre con ansias cada martes, porque para ser sincero, dentro de la competencia musical, era el único a quien consideraba realmente mi amigo. Él, por su lado, se hizo amigo de gran parte de la orquesta y otros más dentro de los mismos cursos que tomaba, sin embargo el martes siempre era nuestro, sagrado... Claro, hasta lo de Paloma.

    Paloma era su hermana menor que, cuando yo la conocí, ella tenía unos diecisiete años y era una joven alegre y revoltosa que no se quedaba quieta aunque la situación lo ameritase. Era una bomba de colores y alegría por donde pasara pero tenía la mala costumbre de enredarse con la gente equivocada. En general, salía con tipos bastante idiotas, pero eso nunca afectó mucho a nuestra relación porque salía con ellos aparte, nosotros teníamos que recogerle los pedazos cuando volvía llorando a casa.

    Para ser más preciso, la conocí en la época en que comencé a frecuentar la casa de Alonso. Era un día de mayo, si mal no recuerdo, con él teníamos que ensayar un dueto de Hoffmeister para un concierto al que nos inscribimos en el conservatorio y que sería a la semana siguiente. Como ese día no pudimos reservar sala y estaban todas llenas, él me ofreció ensayar en su casa puesto que sus padres no estaban y además vivía tan sólo a unas cuadras del recinto. Al entrar en la casa se escucha una voz desde el segundo piso.

    —¡¿Alonso, eres tú?! —sonó la voz desde la escalera.
    —¡Sí, vengo con Tobías! —le dijo él —, tenemos que ensayar, ¿no te molesta, verdad?

    Entonces unos pasos frenéticos bajaron la escalera y apareció ella sin zapatos y vestida con una ropa muy holgada. Igual de rubia que su hermano y con un lindo cabello ondulado, se acercó con ojos curiosos a saludarme.

    —Hola, me llamo Paloma —me dijo sonriendo.
    —Yo soy...
    —Tobías. Alonso ya lo dijo —me interrumpió y luego miró a su hermano —. ¿Es él el chico del conservatorio del que siempre hablas?

    Y fue igual de impertinente durante todo el ensayo. Ella no era músico, pero su padre, pianista, desde pequeña le inculcó un gran amor por la música. Se sentó en un sofá del salón y se dispuso a escucharnos mientras nosotros tocábamos y no dudó ningún segundo en mencionarnos lo que creía que no estaba correcto. Debo decir que fue un poco molesto en su momento al punto que Alonso tuvo que reprocharle que guardara silencio si quería permanecer ahí, pero ella estaba tan segura de sus comentarios que respondió solamente con un “bueno, yo trataba de ayudar”. No sería hasta luego del concierto, cuando nuestros profesores repitieron casi al pie de la letra los comentarios de Paloma, que nos daríamos cuenta de que ella tenía razón. Desde entonces no dudamos en pedirle su opinión cada vez que un concierto importante se acercaba y fue desde entonces que nos hicimos amigos los tres. Luego de unos años, solíamos salir juntos a bares a conversar o salíamos a bailar y bueno, Paloma fue parte importante de todo eso hasta que comenzó a salir con Nicolás.

    Nicolás era simplemente un bueno para nada. Ok, no me caía del todo mal, pero realmente no hacía absolutamente nada de lo que pudiera él sentirse orgulloso. No estudiaba, no trabajaba y no tenía ningún ánimo de hacerlo. Fue el único novio que Paloma se atrevió a presentarnos y nunca entenderé bien el porqué, después de todo sabíamos que salió con un par de chicos prometedores: Un deportista que al tiempo supimos que ganó varias competencias y un chico interesado en las ciencias que con el tiempo se volvió un destacado médico. Claro, estos fueron unos desgraciados a nivel personal con ella, pero al menos parecían candidatos más dignos de presentar que el vago Nicolás.

    Aquel día salimos a bailar y mientras Paloma y su novio que recién nos presentaba estaban en la pista, Alonso y yo nos bebíamos una cerveza sentados en otro rincón del recinto.

    —Es un verdadero papanatas —decía Alonso —, uno simpático, pero de aquí a diez años seguro termina en la calle.
    —Al menos Paloma es feliz y bueno, después de todo ella es joven. Nadie dice que acabarán casándose.
    —Si llegaran a hacerlo, ni aunque me pagaran tocaría en esa boda —dijo él mientras sonreía y acercaba la cerveza a su boca.
    —De todos modos, seguro no tendría para pagar —concluí entre risas y entonces brindamos por ello.

    Pero la alegría no duró mucho para nadie.

    Un par de noches después nos fuimos a otra fiesta Paloma, Nicolás y yo. Alonso no nos acompañó porque al día siguiente era su examen de violín y prefirió quedarse estudiando en casa para luego descansar bien. Entonces nosotros llegamos a la fiesta en casa de uno de los trompetistas de la orquesta que nos invitó a Alonso y a mí y nos dijo que llevásemos a quien quisiéramos, por lo que decidí invitar a Paloma y pues, por consecuencia, a su novio que ya se había inmiscuido lo suficiente entre nosotros como para negarle ése privilegio.

    La fiesta era como una fiesta cualquiera, pero al rato me quedé solo cuando Paloma y su novio se fueron a un rincón de la casa a tocarse (como si nadie lo supiera) mientras yo me servía un poco de gaseosa sin muchas ganas. No era muy amigo de la gente ni tampoco un gran conversador, entonces me pasé el resto de la fiesta apoyado en una pared mientras bebía un poco de gaseosa y alcohol y escuchaba la música aquella que para mí sonaba como un estruendo ordenado. Paloma era la única que conocía ahí y prefirió los manoseos de su novio en una casa desconocida que al menos estar conmigo y hacerme algo de compañía. Encima ya estaban ambos borrachos y aunque volvieran, seria lo mismo que su ausencia. El poco alcohol que bebí se me había subido a la cabeza y ese pequeño resentimiento con Paloma se transformó en verdadero rencor, entonces cuando ella volvió, yo estaba suficientemente enfadado como para que cualquier cosa que me dijera me pudiese interesar demasiado.

    —Nos vamos —me dice Paloma con una sonrisa y en evidente estado de ebriedad.
    —Hagan lo que quieran —le respondí sin mirarla.
    —¿Estás enojado, chelito? —me dijo como intentando burlarse.
    —Si quieres irte, puedes hacerlo cuando quieras, ¿no eres adulta ya, acaso?

    Nicolás también estaba ebrio, pero no le interesaba para nada lo que estaba ocurriendo. Estaba pegado a la espalda de Paloma y la abrazaba medio toqueteándola y resoplaba en su cuello como una bestia. Entonces Paloma se enojó y lo tomó de un brazo y ambos salieron de ahí sin decir palabra alguna, pero hubiera deseado que no hubiera sido así. Habíamos llegado a la fiesta en el auto de los padres de Nicolás y era algo que debí recordar antes de dejarlos partir.

    A las ocho de la mañana me llama Alonso entre sollozos, que hubo un accidente, que un auto chocó en plena avenida y que Paloma salió volando por el parabrisas. Ambos fallecieron ahí esa noche y no fue hasta la mañana que pudieron reconocer los cuerpos.

    Evidentemente Alonso debió posponer su examen y yo... yo sentía la culpa quemándome por dentro como brasa ardiente. Estuve ahí y de haber estado más sobrio pude haberlo evitado, pude haberle dicho a Paloma que iba con ella, que mejor yo la llevaba a casa, que no fuera en el auto con ese bueno para nada borracho, que... que tantas cosas que no dije y que ya era tarde para siquiera pensarlas.

    Alonso nunca me lo dijo, nunca me planteó siquiera la idea, pero él lo sabía, estoy seguro de eso. Él sabía que yo pude haberlo evitado, él sabía que Paloma estaba conmigo y que la culpa era mía. Nunca me lo hizo saber con palabras, pero las cosas que hacía eran prueba más que suficiente.

    Los meses pasaron y la muerte de Paloma estaba tan presente como el primer día, pero el dolor comenzaba a ser menos intenso para ambos. Nuestros conciertos ya no sonaban igual sin sus comentarios y los ensayos eran mucho más silenciosos. Alonso seguía siendo el mismo de siempre, un poco más opaco desde el accidente, pero esencialmente el mismo, hasta esa tarde de martes en la que no llegó.

    Yo estaba parado en la entrada luego del ensayo y lo había visto ahí, pero simplemente no apareció. Pasó una hora y de él no había rastro. Supe en ese instante que él no me perdonaba lo de Paloma, que él sabía que era mi culpa y que no estaba dispuesto a perdonarme.

    Resulta que aquella tarde se fue de amoríos con una clarinetista dentro de una sala del conservatorio y me lo contó al día siguiente entre disculpas. Pero había olvidado nuestro día sagrado y no podía ser sino a propósito. La clarinetista fue la excusa, a mí no podía mentirme, a mí que lo conocía desde hacia años.

    Poco a poco con Ruth, la clarinetista, se empezaron a hacer más amigos y cómplices y de pronto yo empecé a quedar de lado. Nunca me presentó formalmente a Ruth, aún cuando toda la orquesta sabía de su relación y las tardes de martes comenzaron a quedar en el pasado poco a poco y casi sin que nos diéramos cuenta y ya a esas alturas yo no hallaba cómo pedirle perdón por Paloma.

    Las conversaciones entre nosotros se remitían casi exclusivamente a los ensayos y conciertos y rara vez se tocaba el tema de Ruth. Éramos simplemente dos músicos al servicio de una partitura que, sin Paloma mediante, no eramos más que marionetas de un pentagrama.

    Yo quería disculparme, en serio, pero se me atravesaban las palabras y me dolía el rencor de Alonso y para cuando me di cuenta, ya no había forma de pedir perdón. Los meses pasaron; uno, dos años y entonces él volvía y entre miradas me recordaba que no me perdonaba, que el rencor estaba ahí, silencioso. Quizás ni él estaba consciente de lo mucho que me odiaba por ello y tal vez ni se lo propuso, pero era así: Él me detestaba sin advertirlo.

    La amistad estaba probablemente rota de modo irremediable, pero él seguía manteniéndome suficientemente cerca. Los ensayos y los conciertos seguían ahí y vez que era posible me pedía tocar a dúo con él y un día, durante un concierto de la orquesta, supe la razón de todo esto.

    Estábamos en medio del segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven, en la primera entrada de todas las maderas cuando al mirar al director, vi sus ojos posados en mí. No había motivos, puesto que ningún pasaje de los violonchelos podía darle una indicación a él como concertino que le pudiera ser útil. Pero me miraba con ojos llenos de rencor, llenos de odio y lo supe en un instante, sin que su arco lo delatara, sin que las cuerdas dejaran escapar un ruido extraño, sin que nada más que la tensión en el aire y Beethoven me revelaran la verdad en aquel instante: Él planeaba mi muerte.

    Finalizado el concierto se había acercado para saludarme, pero yo no pude responderle nada coherente. Volví a mi casa con el alma en la garganta. No sabía cómo ni cuando, pero él iba a matarme. Tenía que hacer algo, pero qué. La culpa me estaba matando. Él deseaba mi muerte con tantas ganas que ni siquiera tuvo que decírmelo y yo nunca tuve el valor de decirle la verdad con tanta certeza como él lo hacía ahora conmigo. Estaba atrapado, no había salida y tendría que enfrentarlo. Pero cómo enfrentar a Paloma después de tanto tiempo, como abordar el tema sin tener que sentirme aún más culpable. Le estaría dando más razones para matarme. Debía hacer algo para arreglar esta cagada que se me fue de las manos, volver el tiempo atrás, no sé, algo que me extirpara la culpa o el odio que Alonso sentía por mí.

    Pero nada fue necesario. La tarde del ocho de abril, Alonso fue encontrado muerto junto a su violín en el salón de su casa. Tenía un corte de diez centímetros en su garganta, el arco en la mano y las partituras desperdigadas por el lugar. Alguien al parecer pudo entrar por la ventana que daba a la calle aprovechando el sonido del violín y sin que Alonso se diera cuenta, se aproximó por detrás y lo degolló en el acto. Quien haya sido, no robó absolutamente nada.

    Ahora nunca podré pedir disculpas, nunca podré redimirme de lo que he hecho y sé que ahora Alonso y Paloma me miran desde el otro lado, apuntándome. Quizás lo mejor sea ir a verlos para contarles con calma lo que ha sucedido.
     
    Última edición: 21 Mayo 2015
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    Knight

    Knight Usuario VIP Comentarista Top

    Libra
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    Ah Lion, no tenía idea de que escribieras tan bien. Tienes una excelente ortografía y narración. Fluída y hermosa, el manejo de tus personajes está bien equilibrado. Y qué decir de tu historia, me dejó algo afligida pero ese final me gustó mucho, nos deja en una incertidumbre terrible. No pudo haber sido mejor.

    Ay que bueno estuvo :( espero que sigas escribiendo hombre.
     
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    Cygnus

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    Escritor
    La narración es muy bonita, disfruto mucho las prosas a manera de crónica, esos saltos en la historia que siempre nos mantienen al pendiente, con las diversas aclaraciones para que no nos perdamos en ningún momento. El narrador nos toma de la mano y no nos suelta hasta el final.
    La ambientación es rica, y en todo momento se nota el contexto vívido, tu vida misma que es la música, reflejada en el cuento. Eso siempre le da un aire importante de realismo, pues es tu entorno.
    Los personajes no son simples ni planos, van progresando y variando conforme pasa el relato, que sabe muy bien aprovechar los espacios y resumen en "pocas" líneas lo ocurrido durante varios años sin que suene torpe, todo fluye de maravilla.
    La narración en primera persona nos permite adentrarnos un poco más en el sentir del protagonista y de Alonso, cómo la muerte de Paloma lo transforma en un ser que no se reconoce a sí mismo, que ha olvidado todo lo pasado con Tobías por el rencor ciego que siente, al notarlo como el que dejó morir a su hermana.
    Aunque como sólo tenemos su versión, no podemos saber realmente si Alonso llegó al punto de quererlo matar o fue simplemente que Tobías vio eso en sus ojos sin ser capaz de detectar la verdad. Tal vez todo se trataba de otra cosa, o de un odio profundo que no buscaba hacer más daño en la vida.
    El final no me gustó, es un Deus ex machina brutal a mi punto de vista, la vida del protagonista se salvó gracias a un asesino anónimo que entró en escena de último momento. Intenté ver la perspectiva de que él mismo se había suicidado y lo que Tobías vio como un odio asesino era en realidad el desgano de seguir viviendo, pero no me cuadró por la descripción del cuerpo de Alonso en el momento de su hallazgo, además de ser poco común que alguien se suicide de esa forma. De todos modos no lo descarto.

    Estuvo muy bonito. Hay un "Ok" que me destanteó terrible por allá a la mitad del relato, ya que la narración no daba para esa palabra de carácter tan coloquial, es un lenguaje familiar pero no tanto. Por lo demás lleva muy bien el ritmo, es agradable y entendible, sin rebuscamientos ni licencias abusivas.
    Saludos.
     
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