La Gala de Luces

La Gala de Luces​

Los colores cálidos que se esparcían por el cielo infinito esa tarde inolvidable era uno de los espectáculos más hermosos que un ojo humano puede presenciar. El sentimiento de satisfacción y tranquilidad que causa tal hermoso paisaje era un placer irresistible para el chico que caminaba por un sendero amplio, desde una altura a la cual el inmenso océano era apreciable.

Al mirar aquella magnífica creación misteriosa, los problemas que acechan a un adolescente de dieciséis años día a día parecen ahogarse con el agua salada; los momentos de tristeza, inseguridad y dolor se desvanecen al momento de posar sus ojos en una imagen tan maravillosa; y su alma se purifica al ser conquistado por emociones tan preciosas.

Los auriculares supraurales que llevaba puesto en la cabeza le compartían una música que a él le encantaba, la cual unida con la brisa que le acariciaba sus mejillas y cabello castaño claro formaban un paraíso de ensueño en su mente, iluminado por las mágicas luces de las cuales sus verdes ojos creían haberse enamorado.

El templado viento sacudía suavemente las hojas y ramas de los árboles que producían ese relajante sonido imperceptible por los oídos del muchacho, debido a que se encontraba inmerso en su mundo melódico.

Ya era hora de marcharse. Observó unos cuantos segundos más la gala de luces y luego dio media vuelta para seguir con el sendero de piedra, el cual lo guiaría hasta el final de la colina cubierta de césped y flores de infinitos colores.

Pero un ser idéntico al suyo se encontraba presenciando el mismo espectáculo unos cuantos metros más alejado que él. Sentada al borde de un precipicio con la mirada fija en el horizonte. Contemplando las nubes pintadas de naranja y rojo, con un tono violeta y azul; al sol que cada vez se escondía más y más llevándose consigo los preciados resplandores.

Sus ojos se abrieron con asombro, y llevó sus manos a los auriculares que bajó a la altura de sus hombros lentamente. ¿Qué es lo que ahora veían sus ojos? Una emoción completamente nueva acababa de invadirlo, pero esta vez una mucho más fuerte y bella.

¿Quién iba a pensar, que en tan solo unos segundos sus ojos olvidarían por completo el amor que sentían por el cielo y se someterían a esa muchacha de cabello marrón y ojos azulados?

La chica, al levantarse, se percató de aquel muchacho quien, fascinado, la observaba con vehemencia; y no pareció asustarse, ya que le devolvió el mismo gesto.

Cuando los ojos de la doncella se fijaron en los suyos la felicidad no podía ser más real. Pudo observar completamente su rostro, un rostro que nunca antes había observado, de tez blanca y pálida, de una expresión brillante, curiosa; y un largo y lacio cabello que le llegaba hasta la pequeña cintura. Su corazón comenzaba a latir frenéticamente y su rostro tomaba un leve color rojizo que coloreaban sus mejillas.

En ese momento, una cálida brisa de verano levantó los cabellos de la muchacha, haciéndolos danzar de una manera radiante. El blanco vestido que llevaba puesto se levantó ligeramente y los últimos rayos de luz la iluminaron con hermosura. Una figura que quedaría en su mente hasta el día de su muerte.

Los ojos del chico no pudieron resistirse ante esta imagen, y lo enamoraron de pies a cabeza. Un brillo resplandecía en sus ojos, cómo si hubiese encontrado el significado de su existencia y el anhelo de querer escuchar su voz, querer acercarse, tocarla y protegerla nacieron en un abrir y cerrar de ojos, volviéndose lo más importante en su vida.

Fue entonces que descubrió su sonrisa. La sonrisa más hermosa de todos los tiempos, de toda la historia; la sonrisa que desde hoy en adelante quería contemplar para siempre.

De pronto, la muchacha levantó su mano y lo saludó desde lejos. El chico, torpemente, hizo lo mismo, pero con una cara de embobado total. Este gesto la divirtió y soltó una pequeña carcajada, la cual no pudo escuchar debido a la distancia.

Ante esto, comenzó a acercarse, sin desviar la mirada de su hermoso rostro, y su nuevo amor lo imitó. Comenzando a acortar distancia como si una energía poderosa los estuviese jalando y ellos sin poder resistirla. Es más, no queriendo.

Al momento de estar frente a frente, ruborizados y felices, el muchacho cogió una flor, la miró a los ojos, y se la extendió. La muchacha la tomó, y le dio unos cuantos giros con los dedos mientras observaba aquel tierno regalo.

Entonces ambos se miraron y al mismo tiempo pronunciaron la misma palabra.


–…Hola.