Microrrelato Inquietos, soñolientos para los durmientes... en esa quieta tierra

"Di que está bien Joe (lo guardare para mas tarde)"

Sentí en cálido murmullo del atardecer juvenil. Pretexto básico para iniciar mi relato.

Ann lleva el lindo suéter turquesa que mama le dio. Sonríe. Es lo virtuoso encarnado.

Ann es... especial en sus términos personales. Ni la obvia renuncia a encontrarle significado a la tibieza y lógica de su común estética, ni la dolorosa expresión de paz maltratan su especial magnetismo. Le amo fraternal y platónicamente.

-Cariño, ¿aún le temes a mi evaporación espontanea?

Me saca de mi letargo y sonríe más. Una sonrisa pícara. Algo juguetona. Se levanta del banquillo de madera hueca (un regalo de los y bosques de nuestra nación) y encamina hacia mí. La habitación se ahoga en el azul de sus ropas; y en el azul de sus ojos. La opaca iluminación que entra por el gran ventanal, o el inquieto avivamiento de la alfombra carmesí complican mi juicio sobre si las mejillas de Ann se han sonrojado por el pasajero verano, o han palidecido a la llegada del largo otoño.

Le perdí noción al tiempo.

Delante de mi se detiene.

¡Quien averigüe lo que pasa por su mente no terminaría de apreciar la seriedad de lo íntimo de nuestra situación!

-Aun temo que te esfumaras si no estamos frente a frente... -detiene mis palabras con una caricia en mi mejilla.

Suave es su mano.

-Poco se de la felicidad, y aún menos de la soledad, pero conozco bien la razón de tus preocupación... -alzando el optimismo en la mirada, me previene a aceptar con dicha su cariño- tal vez sea que de un modo a otro la compartimos.

Gracias Ann.

-Eres la sal en tierra...

Te pido comprensión.

La admiración a mi hermana no es el camino a mi clímax. Es un capricho que me permito.

-Euan, no es más que sarcasmo, little piece of Midlothian.


Desde el inicio...

Puedo darte tres razones por las que el recuerdo del aroma de los de los pasajes verdosos del norte de Irlanda me elevan a perderle al valor a esta tierra que no me pertenece.

El taoísmo y el olor del tofu en carbón no me enrollan.

Es algo nauseabundo.

Y, sin saltarme al epilogo... o mejor aún, al colofón, relató como me reconocí entre tantos rostros inexpresivos. Un sangre viva, un irlandés con pinta de revoltoso...

Papá viaja para no morir. Mamá se deja arrastrar para no ser olvidada. Ann es dichosa entre tanto que conocer...


Es deprimente concederme el beneficio de la comprensión. Nairobi, Uruguay, Francia, unas semanas chinas y el recuento es ya frívolo si no lo continuo.