Solo un alma

Tema en 'Relatos' iniciado por JulioCuatroMundos, 27 Octubre 2015.

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    JulioCuatroMundos

    JulioCuatroMundos Todo el olvido en un solo momento de reflexión.

    Piscis
    Miembro desde:
    2 Octubre 2013
    Mensajes:
    12
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Solo un alma
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1380

    Solo un alma existió en la frialdad de la noche, solo él espero sin reproche. Ni la luna lo va a consolar, pero no se cansa de esperar...

    A veces creemos que la vida es injusta. Siempre los que luchan se llevan la peor parte, y quienes están sentados esperando la nada, siempre algo reciben desde arriba. Cinco años han pasado. Tal vez más, tal vez menos, es irrelevante.
    El viejo cruza todas las tardes, cuando el ocaso casi termina, y vuelve a la noche, ni muy tarde ni demasiado antes de tiempo. Va caminando despacito como si fuera en un paso doble, en un ritmo desprolijo, a veces a causa de los pozos de la vereda y la zuela resbaladiza del calzado.
    Un par de veces conversó conmigo, y me contó su historia, la cual me recuerda a una vieja película que vi cuando niño en la televisión. Por aquel entonces, yo creía que esos cuentos solo se veían allí, en la tele. Pero no, acá también pasan esas cosas, en estas ciudades atestadas de ruido y con poco verde, a la vera de un río, tormentoso e inocente de las historias que se suceden a su margen, bajo su control implícito.
    Lo cierto es que el viejo no falta nunca, ni un solo día. Parece un guardián o un guerrero testarudo y orgulloso pero muy bondadoso y fiel. Se parece a vos, es por eso que te lo estoy contando.
    Como dije, dos o tres veces se quedo un rato a conversar conmigo, porque yo lo saludo, porque lo escucho. Me contó un poco de su vida, me contó a donde iba todos los días, a la ida y a la vuelta. Quién hubiera creído, quién hubiera imaginado que un personaje con su facha, su poca fuerza y su debilidad al frío, dedicara lo poco que le pueda quedar de vida, a una misión tan noble, por el bien de otra alma que, si bien había compartido poco mas de cincuenta años a la par suyo, ningún bien le hace a él andar a esas horas de la noche, en que vuelve por la vereda caminando, agachando la cabeza como vencido, pero con una leve esperanza en sus ojos y en su corazón, algo le llena el alma y le da el coraje y las ganas de hacerlo todos los días. Ir, hacer lo mismo, hacer el mismo camino, al mismo horario, día tras día.
    Su mujer, que como dije, llevaba más de cincuenta años a su lado, casados, esta internada en un hospital geriátrico, a la vuelta de donde yo siempre lo veo. Padece de síndrome de alzheimer y tiene una cadera fracturada. Su vida diaria consiste en vivir en el desorden progresivo y la desorientación de una enfermedad que provoca un cambio de humor y comportamiento, que ya no le permite integrarse con el mundo exterior. Muchas veces me he preguntado si el viejo será capaz de tolerar el comportamiento infantil que cambia totalmente la perspectiva de un pasado que fue ficticio. Si se quiere, no existió explicitamente, pues los recuerdos de su compañera ya no volverán. De todas formas, ninguno de los dos parece tenerle miedo a la muerte, ya que es difícil que llegue por medio de la irreversible enfermedad. Incluso es más probable que a él lo termine abrumando la edad, y eso a mi me da mucho miedo.
    Yo no la conozco a la señora, jamas la he visto; pero el viejo de alguna forma me conecta con ella, con sus historias de vida, con su pasado, incluso con su difícil presente, con la imposibilidad de gozar de pasatiempos que antes ambos disfrutaban, con la rutina de ahora, con su oscuro camino. El viejo ha estado en el ejercito, me lo contó, una o dos veces, hasta donde se acuerda. A veces alarga un poco la historia, a veces la acorta o me cuenta lo mismo varias veces. Entre lo que se de él, nunca me dijo su edad, ni su nombre. Nunca pregunté, yo solo lo escucho. Eso es lo que a él le hace bien. Todo el mundo, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y abuelos, merecen ser escuchados.
    Recuerdo que, cuando le empecé a tomar cariño, lo esperaba sentado en la vereda a la hora que pasaba, con un vino bajo el brazo para la cena. Todos los días, esperaba la hora y dejaba lo que sea que estuviera haciendo para ir a esperar a la vereda, a ver si pasaba el viejo, elegantemente vestido y a pasito corto. Y si acordaba de mi, si aunque sea me saludaba. A veces, con charla, a veces, sin ella, con un simple saludo, él siempre me recordaba. Y yo me ponía contento, porque sabía que le hacía bien al pobre viejo que iba y venia a su batalla día tras día, semana tras semana, mes a mes, hace años.
    Él tiene tres hijos, varones los tres. Un contador, un militar y un policía retirado que ahora tiene un negocio de remises. Dos de ellos viven lejos. Uno vive acá, pero nunca y quién sabe desde cuando, lo ha visitado ni ha preguntado por él, siquiera lo ha visto en la calle, siquiera ha visto que su viejo es un guerrero de todos los días, un guerrero del olvido, de los que luchan porque el olvido no los alcance, y de los que nadie se acuerda, ni sus propios hijos. Vergüenza ajena me da pensar en ello. Yo lo escucho una vez por día, después él no tiene a nadie, vive solo en una casa vacía. Anda, habla solo, toma mate, vaya uno a saber que hace.
    Otra cosa que recuerdo, que paso hace no mucho tiempo, es que un día el viejo dejo de pasar. Un día no pasó. Al otro día tampoco. Y pasaron tres días, y pasaron cinco días y él no pasó por la vereda donde yo lo esperaba. Empece a pensar lo peor. Comencé a hablar con los vecinos, a preguntar. No quería que me dijeran que el viejo había muerto, o que le había pasado algo a su mujer. Pero sin embargo deseaba saber de él urgentemente. Pasaron varios días, nadie sabia nada, nadie lo había visto. Pensé entonces en averiguar donde vivía, mi corazón estaba triste por dejar de ver de golpe a aquel viejo errante que tanto me inspiraba, del que me había un gran amigo.
    Si alguna vez, él me hubiera podido dar un sabio concejo como uno de los tuyos, lo hubiera guardado bien, y te lo hubiera contado, de la misma manera que te cuento ahora esta historia.
    Un día, como todos los otros días de la miserable rutina, crucé por la senda peatonal del semáforo de la esquina, y estaba el viejo, del otro lado, saliendo de ese lugar al que los niños ya no van a visitar a sus abuelos, donde es posible que te pueda invadir tanta pena ver como viven, tanta nostalgia, tantas cosas que pensar. El viejo se quedó ahí para saludarme, se quedó parado luego de reconocerme. Entre todas las cosas, silenciosas o ruidosas, que puedan pasar por su mente, todavía se acordaba de mi. Y eso me provocó una inmensa felicidad, al igual que tranquilidad.
    Hoy en día hay pocos días en que lo veo. Se que se acuerda de mi, de quien alguna vez lo escucho, y lo seguiría escuchando. Él es el menor de siete hermanos y el único con vida, y sigue luchando. La edad lo sigue avanzando, quién sabe hasta cuando aguantará. Pero mientras tanto... ahí va... el Hércules de los recuerdos, el hombre más valiente con el que me haya cruzado en las veredas de la vida. No se si estaré para cuando el viejo ya no esté, pero se que él luchará hasta su último suspiro, hasta que todos sus resoplos de aire se terminen y vos lo vas a ver, vos vas a estar aunque yo ya no esté, aunque me haya perdido en el laberinto científicamente construido de mi andar...

    No se si la historia fue de tu agrado, pero te la quería contar... y pedirte perdón, por si una sola vez no te escuche, por si una sola vez, solo un alma se me perdió...
     
    Última edición: 27 Octubre 2015

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