MI MIEDO ES CARONTE

Miedo, eso es lo que sentía aquel cuerpo al sentir como su vida se escapaba en tan solo segundos, aquel miedo que sintió cuando le hablaron de él, Caronte, un ser que cobraba para que puedas pasar el rió Aqueronte, el encargado de llevar a las sombras errantes de los difuntos recientes.

Su poco aire se iba, ante la triste mirada de sus seres queridos, los sollozos dejaron de escucharse, el silencio invadió ese espacio, el dolor se alejó y de sus labios se escapó un suspiro, no había más que oscuridad, pareció que un parpadeo tardó horas, y al momento de abrir los ojos, notó que el ambiente en el que estaba se había paralizado y se desvanecía poco a poco.

Levantándose del piso frió en que estaba, buscó ayuda pero en aquel lugar parecía que él no existía, pues nadie le tomaba importancia, sus pasos lo llevaron a un gran rió oscuro, miró con tristeza de donde había venido, aquel lugar de donde venía no estaba, el camino de regreso ya no existía, no había más que seguir adelante, los llantos se oyeron por doquier y todos los seres se aglomeraron en un sector , él acercándose para ver de qué se trataba, notó su peor miedo hecho realidad, aquel imponente hombre, aunque viejo, pero con una gran mirada que acababa con cualquier, ese ser estaba parado mirando como las almas de los humanos se acercaban para poder ingresar, pero él empujándoles con sus remos se los prohibió.

— Muertos recientes, acercaos —dijo con voz fuerte, varios se acercaron y entre ellos se incluyó Deo, los miro a todos con asco, y comenzó a insultar a cuanta gente obesa veía, ya que según él le era más difícil transportarlos.

Dejo entrar a unos cuantos, y señalándolo con un remo le dijo— tenes con que pagar— busco en todas sus ropas pero no encontró nada de valor, sintió un golpe fuerte en el estomago, que lo dejo arrodillado en el suelo, notó como el dolor en ese lugar era más fuerte de lo que sería en vida, comprendió que solo había que rogar y antes de que lo hiciera escuchó sus palabras.

—Si no tienes un óvolo no pasas — le dijo muy serio.

—Yo... puedo ayudarlo— dijo aquel hombre jadeante, por el golpe que se le había propinado

—Lárgate, para poder pasar tendrás que vagar cien años por las riveras de Aqueronte— su risa malévola lo congelo, quiso insistir pero él lo callo con un gran rugido que hizo temblar todo ese lugar, sus ojos temerosos vieron como él se convirtió en un demonio alado con un gran martillo en la mano, negándose a dejarlo pasar.

Desde ese momento Deo ha contado cada día que pasa, rogando para que los cien años sean más cortos y así no sufrir mucho, aun no podido llegar al otro lado del rió, aun que admito que él no se ha cansado de rogar a Caronte.