Espero que me escuches...

Tema en 'Relatos' iniciado por Elayne, 13 Marzo 2014.

  1.  
    Elayne

    Elayne Lo onitumo lati sọ: wuyi lati pade rẹ.

    Cáncer
    Miembro desde:
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    Escritora
    Título:
    Espero que me escuches...
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    7407
    Etto Hola, hoy traigo la historia que hacemos para una actividad yo, Delirium y Pumi Russo...
    Bueno, espero que les guste :)
    La canción es

    Espero que me escuches


    Capitulo 1: Tócame.

    I

    El timbre insistente se escurría entre mis sienes, taladraba mis huesos y se acomodaba con fuertes patadas al fondo de mi cráneo. Justo cuando creía que por fin se detendría, empezaba desde cero. Me arranqué las sábanas húmedas, puse los pies en el suelo con el ánimo del soldado que se dirige a dar muerte a su peor enemigo, y me arrastré hasta la pequeña sala.

    — ¿Qué?—mascullé con la intención de que del otro lado de la línea se dieran cuenta del error que suponía llamarme en la madrugada.

    —Hooolaaaaaa —mierda—. ¿A que no adivinas dónde shtooooy? —Las carcajadas al final del intento de canción me mordieron los oídos y estuve a punto de colgar, cuando recordé que esa chica no bebía y para estar así de borracha debió haberse metido un barril entero.

    Reconocía la voz con facilidad aunque había hablado con ella sólo un par de veces: era una rara de la Facultad de Comunicación Social con la que alguna vez salí yo y mis amigos. Pero no la conocía ni de lejos. Lo único que sabía era que alguna vez le gustó a mi mejor amigo, pero que luego de tanto rechazo, se dio por aludido y se retiró ¿Para qué la estaría llamando?

    —¡AZUL! —El grito maligno me hizo temblar hasta la médula—-. ¡Abre la puerta!

    Me aguanté las ganas de explicarle que si no se callaba, yo misma iría a donde sea que estuviese y la haría atragantar con un palo. Tragué los insultos que se me amontonaban y conté hasta cinco. Si la trataba mal, seguro Guille me echaría una buena bronca.

    —Florencia, son las dos de la mañana. Voy a colgar—intenté ser sutil y mantener el tono a un nivel que todavía podría considerarse amigable. Lo más amigable que concebiría ser con una desconocida, y además borracha, que me despertaba a aquellas horas inhumanas.

    Unos golpes frenéticos en la puerta me bajaron el alma al piso. No podía ser posible. Ella no conocía la dirección, ¡por Dios si era un milagro que supiera su nombre! Me paré de un brinco y me acerqué con cautela a la tabla convertida en tambor, deseando estar equivocada con tanta fuerza que el celular crujió bajo mi palma.

    —Azul, azul, azul, como el mar.

    Doble mierda.

    Espero unos minutos, manteniéndome estática para que ningún movimiento alertara de alguna presencia del otro lado de la oscuridad. Con algo de suerte, pensaría que era otro departamento y podría volver a la cama como si nada pasara. Un timbrazo que estalló desde mi mano hizo saltar a mi corazón y miré espantada al aparato.

    Estúpida, ¿cómo no lo apagaste?

    La risa del otro lado de la puerta y los consiguientes estruendos que emitía la puerta pusieron en alerta a mis sentidos todavía atontados. Si se levantaba la vieja del frente podía darme por muerta. Entreabrí la puerta y tiré con fuerza de su blusa hasta meterla dentro de la estancia. Agucé el oído para notar si la ruidosa cerradura del otro lado chillaba. Agradecida, exhalé el aire rascándome los pulmones. Un día más a salvo de la reprimenda lluviosa que me dejaba empapada y con una larga lista de adjetivos no tan agradables que lanzarle. Mi silencio contribuía a no enfurecer —más de lo usual— a la bestia.

    Regresé a mirar a la chica desparramada en el sillón. El olor a licor agrio se extendía hasta mis fosas nasales y arrugué la nariz por reflejo: la cerveza barata me ponía de malas.

    —Florencia, ¿qué haces aquí?

    La pregunta me supo estúpida en cuanto la pronuncié; esa chica no podía ni mantenerse en pie —probablemente había llegado por gracia divina—, mucho menos iba a responder.

    Como si estuviera escuchando, Florencia recogió sus piernas, balbuceó algo ininteligible y fuertes ronquidos patearon mis esperanzas de lograr que se largara.

    Gruñí, mirándola con rencor. ¿Y ahora qué? Planeando llamar a alguien para que la recogiera, un sollozo ahogado petrificó mis intenciones de rebuscar su bolso en busca de un celular. La figura alcoholizada todavía dormida atormentó mi conciencia al ver su rostro marchito en una expresión desesperada.

    Suspiré y alcé las manos con resignación. Alcancé la cobija al filo del sofá y la extendí sobre sus piernas; tampoco quería que me la vomitase. Vigilé que no se despertara sorpresivamente y con un encogimiento de hombros, demasiado cansada para pensar en algo que no fuera la calidez del lecho, la dejé allí.

    Me metí bajo las cobijas y cerré los ojos, sintiendo que una corriente eléctrica de relajación me sedaba.

    Navegando entre el sueño y la lucidez, dejando que mi cuerpo se amoldara al colchón y mi mente poco a poco se uniera a la deriva, un aullido casi me mata del susto. El corazón me daba puñetazos desde debajo de la piel y mordí mi lengua para no gritar al unísono de esa voz infernal. Corrí hasta la sala y encontré a Florencia en posición fetal en el suelo, enredada en la manta con los ojos llorosos.

    Agarré mi camiseta, más aliviada que furiosa durante el corto período que me tomó enfocarme en que no ocurría nada grave. Con los mis latidos regulándose, sopesé la idea de ahogarla con mis propias manos. La liberé de su prisión y la levanté hasta regresarla a los cojines.

    —Rompió conmigo, lo di todo…, cambié tanto… —balbuceaba con estupor una y otra vez.

    Me la pagarás caro, Guille.

    II

    Llevé los dos cafés hasta la mesita del centro y me senté con precaución de no incordiar a la muchacha a mi lado. Me costó más o menos un cuarto de hora hacer que se calmara de su ataque de histeria y no estaba dispuesta a renunciar al aire de tranquilidad comenzaba a inundar mi hogar.

    —Yo lo amo.

    Asentí por enésima ocasión y aspiré el aroma alentador de la bebida. Ya había pasado por esto unas cuantas veces con algunas personas, así que lo mejor sería aceptar lo que se venía con calma y paciencia. Quizá hasta podría echarme una siesta si volvía a contar la historia de cómo se conocieron en un baño —romantiquísimo— y de las muchas aventuras que pasaron en el poco —ridículamente poco— tiempo que pasaron juntos.

    —Extraño tocar los pirciengs de Dani—, dijo con un ademán cariñoso explorando un cuerpo que no estaba allí.

    Un partidazo ese Dani, ironicé, asintiendo de nuevo.

    Estiré los músculos de las piernas y los flexioné hasta hacer que chasquearan. Sería una larga noche.

    III

    Cuando le abrí la puerta a esa loca, realmente creí que estaba haciendo una buena obra. Ahora que puedo pensármelo mejor, tal vez fuera el karma, viniendo por fin a cobrarme la escasa suerte que alguna vez tuve.

    Desde hacía cuatro meses que venía cuando se le daba la gana a contarme lo que se le ocurriera. Al menos ya no mencionaba al tal Dani. La cara de perro apaleado que ponía cuando salía el tema a colación era suficiente para desencadenar una sensación de malestar en mi estómago. Para mi desgracia, algo de la empatía de mi madre al dolor ajeno se me pegó en algún momento de mi infancia. Además, ya he soportado el desastre de ser abandonada por alguien a quien amaba profundamente y no es que lo haya sobrellevado precisamente bien; recordar esos meses de ser un alma en pena sin nada más que condescendencia hacia mí misma, me asquea. Por eso, y porque en el fondo Florencia me comenzaba a caer medianamente bien, toleraba aquellas escandalosas irrupciones en mi vida.

    Así que, en resumen, la soportaba todo lo que podía. Bueno, lo hacía. Hasta hoy, que la situación fue de digerible, a convertirse en una tragicomedia en la que la única manera de solucionarlo todo sería un suicidio… o un homicidio.

    Caminábamos juntas por el centro, buscando ropa nueva para Florencia, que había perdido casi toda después de la “discusión” que tuvo con su novio; como cualquier persona racional, al final, cabreada y con el corazón hecho trizas, había quemado “accidentalmente” muchas de las cosas que había tocado el tal Dani con sus <<asquerosas manos de traidor>>, en las palabras de Florencia. Como sea, tenía un escaso fondo monetario y había que restituir un armario completo. Aparte de posada, consuelo y comida, ahora también prestaba dinero.

    Tu vida es perfecta, Azul, jodidamente perfecta.

    Embobada en los escaparates, ni siquiera me di cuenta de que dos chicas se les habían acercado hasta que una de ellas saludó a Florencia con confianza.

    —Dani —, contestó con los ojos desorbitados y la respiración agitada. —Co… ¿cómo te ha ido? —Forzó una sonrisa y apretó mi brazo.

    Escucharla titubear y hablar quedamente me dejó con la boca abierta: esa no era la loca que conocía y aguantaba. Qué rayos habría sucedido entre ellas dos para ese tipo de reacción.

    —Espera, ¿Dani?—, cuchicheé distraída antes de que Florencia hundiera su codo en mi costado y me hiciera dar un brinco.

    La mirada asesina de Florencia me advirtió que mantuviera la boca cerrada. Suficiente decir que Florencia es del tipo risueño que tenía los labios en un permanente puchero para conseguir lo que quisiera. Contra los instintos de darle una bofetada y pedirle una buena explicación, adopté el papel de estatua y me mantuve al margen hasta que éstas se despidieron luego de un intercambio corto e incómodo.

    Caminamos dos cuadras más, en las que Florencia inhalaba y exhalaba hondamente, sujetándose la cabeza como si temiera que se le cayera.

    — Así que…, qué coincidencia, tiene el mismo nombre de tu ex—, dije para relajar el ambiente luego de varios minutos de silencio absoluto.

    Obviamente, no pensé bien el concepto de “relajar”, porque apenas terminé, Florencia reaccionó con un lloriqueo atronador sin pies ni cabeza que me hizo querer llamar a esas chicas que producían el efecto calmante sobre ella. Me sentí culpable por la falta de tacto que me caracteriza, agarré su mano y nos conduje a casa.

    Apenas llegamos, la dejé en el sofá y le traje una taza de café; la tradición que tengo cuando se trata de tocar un tema difícil. Lo que se venía entraba en otra categoría, en la que ni diez cafés podrían echarme una mano.

    —Esa chica, Danielle, fue mi novia—, soltó de sopetón.

    No tuve tiempo ni para que la información se adentrara en mi razonamiento, cuando me atrajo de un tirón y mis labios se pegaron a los de la recientemente-descubierta-lesbiana. Abrí los ojos desmesuradamente, y la empujé hasta despegarme del agarre.

    — ¡Qué te pasa!—, exclamé sobresaltada, rodeando la mesa hasta quedar del otro lado.

    Florencia me miró suplicante y me rogó que tuviera sexo con ella. Es lógico pensar que casi se me caen los ojos de la impresión. Reaccionando de forma natural, le expresé con afectuosidad que podía irse a meter esa propuesta por donde más le entrara.

    —Necesito olvidarla, por favor, ya no lo soporto más. —Se desmoronó en los almohadones y continuó llorando. —Por favor, por favor—, imploró convulsa.

    Me encogí sobre mí misma e intenté alejar mi mente del dolor de Florencia.

    No puedo hacer nada, soy heterosexual, me repetí para no sucumbir ante las lágrimas que vencían mi resistencia. Las mujeres me atraen de forma artística y eso es todo, podía asegurarlo después del último desliz con un compañero de clases. No puedo hacer nada… ¿verdad?

    La voz de Florencia perforaba mi pecho. La quería, pero no de ese modo.

    —Hazlo por mí, por favor, Azul, por favor…

    Apoyé la frente en la fría pared. Sé cuánto sufrimiento puede causar una pérdida de ese tipo, y también entiendo el desesperado intento de borrar las caricias, las palabras, los recuerdos; de extirparlos y amoldar otras piezas en los espacios para minimizar el hoyo hundido que te atrae a su amarga base, de la que es tan duro escapar una vez que se ha tocado las profundidades del tormento personal que todos llevamos dentro.

    Debo encontrar una razón.

    Soy heterosexual, pero también es seguro que soy una persona extremadamente curiosa. He besado varias chicas en el calor de momento, saboreando el brillo labial y la suavidad de la piel blanda; he disfrutado cada gota de satisfacción culpable, pero jamás me imaginé pasando del inocente intercambio salival a un contacto más íntimo. Bien, si me atrae lo prohibido y me considero arriesgada, ¿qué significa esa huella de temor? Seré grosera, pero no cobarde.

    Una hora después, las dos nos enredábamos en el sillón, pateando cada vez más lejos la manta.

    Aquí empieza la tragedia— ¿o la comedia?—: acurrucadas en los brazos de la otra, mecidas por el esponjoso placer, Florencia se levantó, comenzó a llorar, recogió sus cosas y salió corriendo, vociferando que eso jamás podría funcionar. Me quedé recostada en la madera pegajosa, pensando en si la noche en que la conocí, debí haberme pensado mejor eso de ahogarla; me habría ahorrado tanta estupidez.

    Dejé que mi boca escupiera el grito quemándome las entrañas y me maldije, maldije a Florencia, y maldije a Guille, que era el que en principio tenía la culpa de la mierda caótica que se introdujo en los cuatro últimos meses de mi existencia. Espero que me escuches Florencia, perra.
    Capítulo 2: Quiéreme.


    –Recuerdo cuando formaba parte de tu historia, recuerdo como brillabas en mi memoria…– en gimoteos cantaba la ingenua de mí. Tartamudeando por el frío que sentía. El agua en la tina me hacía sentir segura, como si ningún fuego pudiera tocarme, pero no era suficiente, el fuego dentro de mí cedía ante mis impulsos. El maquillaje corrido en mi rostro era la prueba exacta de que lloraba, de que dolía, más aún de lo que podía dolerme las heridas auto infligidas. – Recuerdo que aprendí de ti, recuerdo al estar a tu lado por fin era feliz… pero que tonta soy– Me recosté en la tina, dejándome llevar por el sueño y las ganas de desaparecer de este mundo. Como la sangre que abandonaba lentamente mi cuerpo usando mis delgadas muñecas como puerta de salida.

    Alcé la mirada encontrándome con mi reflejo, más allá de él veía el edificio que se convertiría en mi segunda casa de ahora en adelante. Me encogí, intentado no llamar demasiado la atención, intentando pasar desapercibida, para jugar el papel que he estado jugando desde siempre. La chica invisible, la chica solitaria. La chica ilusa de los mandados.

    Hubiera deseado tanto seguirlo, hubiera deseado jamás levantar la vista del guion y desear pasar a ser otro personaje. De ser así probablemente estaría muerta, pero no estaría sufriendo tanto como había echó desde que la conocía.

    -Azul… - volví a tartamudear, antes de cerrar los ojos por completo. Mañana sería un nuevo día, mañana yo ya no existiría más.

    ¿Qué fue lo que me llamó la atención de Danielle? ¿Su sonrisa? ¿Su rubia melena? ¿Sus ojos de color brillante y llenos de vida? Claro, en esos momentos no supe ver la soledad, el dolor y el vacío que había dentro de ellos. Simplemente había sido tan superficial como los sentimientos de ambas al comenzar con las miradas, las proposiciones indecentes, los acercamientos, los abrazos, los besos y las caricias.

    Recuerdo todo de ella. La primera vez que la tuve encima de mí, abriéndome las piernas, haciéndome enredar las manos en la sábana que había debajo de nuestros calientes cuerpos. La primera vez que me había echó sentir viva después de toda una vida de dolorosa soledad. La primera vez que gemía fuertemente el nombre de alguien.

    Danielle.

    El nombre del dolor, el nombre de la confusión, el nombre de la persona que me había dado tanto y que me lo había arrebatado al final, todo por mero capricho.

    ¿Por qué tanta crueldad? ¿Por qué después de enamorarme, seducirme y abandonarme, me quitaba la nueva esperanza que tenía en la vida? Pero después de ello, estaba Azul. Azul ha sido la chica más honesta, más buena que he conocido en mi vida. Después de que Danielle me hubiera tirado como un trapo sucio y viejo, después de abrirme el pecho y ver como mi corazón iba deteniéndose a cada latido. Azul con sus ojos llenos de vida me había curado, me había acariciado, me había sonreído y al final me había enamorado. Mucho más de lo que hubiera podido pensar que podía sentir. Mucho más del dolor que me había causado Danielle con su cuchillo, filoso y frío.

    Las lágrimas volvían a salir de mis ojos cerrados, sin encontrar alguna manera de retenerlas. Me pesaba el cuerpo, Me pesaba la vida y los recuerdos. Todo por fin terminaría cuando no quedara nada, cuando ya no mirara el cielo tan azul como el nombre de mi amada.

    Recuerdo la primera vez que la toqué. La primera vez que le confesé todo lo que era y lo que nunca sería. Mis miedos, mis tristezas, lo indefensa que era. Me mostré como el insecto que era y cuando Azul me aceptó, aunque fuera en contra de sus convicciones, creí que tal vez sería verdad, que tal vez la oruga podría quedarse en el interior cálido de esa mujer, para esperar el tiempo en que me salieran sus alas y pudiera surcar los cielos con esa mujer tomando mi mano, dándome la seguridad de que no podía caerme, no mientras ella estuviera ahí. No mientras ella me sonriera de la manera tan sincera en que lo hacía, no mientras me respondiera el amor…

    Entonces el miedo me cegó.

    “Esto no funcionará”.

    Mirarla tan tranquila al despertar, mirarla como si aquello que sentía no fuera nada. Tal vez me equivoque, sí, lo había hecho. Había decidido dejarla antes de que ella lo hiciera. Había decidido negarme al bienestar que me hacía sentir, había decidido ser yo por primera vez la villana del cuento. Y el disparo me salió por la culata.

    Pensamientos tontos. Miradas esquivas. Todo lo que había sentido, todo lo que anhelaba se me iba de las manos por un sólo capricho, por mera estupidez. ¿Cómo podría darlo todo? ¿Cómo dar algo que ya habías dado momentos atrás? ¿Cómo prometer palabras, sentimientos y emociones cuando los habían roto antes? ¿Cómo podía volver a confiar? ¿Cómo podía volver a creer?

    Me enjuague mis lágrimas por las noches. Me puse de pie por las mañanas. El amor obsesivo que había sentido alguna vez por aquella chica esbelta y rubia se iba desvaneciendo. Danielle se había vuelto más que la palabra dolor, había provocado en mí un resentimiento profundo y desgarrador. Por culpa de sus juegos, por culpa de sus engaños no podía estar con Azul, por culpa de su sonrisa, por culpa de sus actos no la volvería a tocar. No era tan simple, no era como un sentimiento que me dijera “alto”. De pronto Danielle había dejado de ser eso, un sentimiento para volverse un hecho. Un hecho parado frente a la puerta de Azul, un hecho con el amor de mi vida y el odio de mi corazón unidos.

    – ¡No! – mi gritó había sido tal, que ambas me habían volteado a ver asustadas, sorprendidas. Azul enredada en su sábana, era la imagen delatadora que podría explicarlo todo y sin embargo para mí no era sino que una víctima más de aquella rompecorazones, rompe ilusiones de cruel corazón. Azul no era tonta. Pero ¿Por qué dejarse embelesar por Danielle? Azul era mía. ¿Por qué arrebatármela?

    Y arremetí contra Danielle. Mientras Azul intentaba alcanzarme con sus manos para que la dejara. No era correcto, nunca fue correcto dejarme llevar por la rabia, entonces miré Azul, y una sola pregunta escapó de entre mis labios.

    – ¿Por qué?

    – Dijiste que no funcionaría.

    Tenía razón. En acto de cobardía, al dejarla, mis palabras se habían vuelto en mi contra para atacarme sin piedad. Saliendo de tan dulces labios que había tenido la dicha de probar una noche y que jamás en la vida podría olvidar.

    Di media vuelta y sin volver a decir nada, con Danielle herida en la cara y Azul mirándome partir, decidí que aquello no tenía sentido. Que tal vez hacían bien en estar juntas. ¿Cuándo conoces a alguien igual de cruel? Lloraba, no lo podía evitar. En algún lugar de mi corazón, en algún lugar de mi esperanza que me era arrebatada. La idea de que Azul me buscara, la idea de volvernos a encontrar y volvernos a amar como aquel acto tan, aparentemente, lejano. Todo se derrumbaba. Ya no quedaba nada más que frío, crueldad, obscuridad y dolor para mí.

    ¿Por qué tanta crueldad?

    ¿Por qué?

    Abrí los ojos, rojos por el llanto y la fuerza de intentar reprimirlo. Miré como mis muñecas seguían derramando sangre lentamente. Me sentí confundida de repente. Estúpida y confundida. Me reincorporé y con la fuerza que aun me quedaba llamé a Azul.

    –Me muero… sin ti– confesé en un susurro, esperando que ella atendiera mi angustia al otro lado del teléfono. Esperando al fin, volver a soñar, volver a despertar y volver a comenzar.

    – ¿Hola? ¿Florencia?– preguntaron al otro lado de la línea. Yo no escuché. En esos momentos, yo ya no me encontraba ahí.
    Capitulo 3: Ámame.

    «Uno tras otro. Eran pocos pero avasallantes, eran largos y certeros. Me atrapo de inmediato, como si fuera su pequeño juguetito erótico. Esa tarde soleada de un jueves, por séptima vez una mujer me besó. Recuerdo la expresión de su rostro y la canción que tocaba en la radio de lejos, como también recuerdo sus labios pegados a los míos. Mientras su mano acariciaba brevemente mi mejilla, bajo suavemente a tocar mi pecho. Luego me reí con intriga por el momento, mis manos inútiles sudaban por nerviosismo el cual quería esconder.

    —Me gustas Danielle—decía, entonces metió sus manos por debajo de mi polera favorita—, ¿te gusto?

    Me quede descolocada por su voz profunda que desnudaba mi seguridad, tan fácilmente, se coló en mi cabeza y “ella” ocupo mi pensamiento entero, mientras una respuesta errática se formaba en mis labios. Para mí, no había razón para no desearla, me atraía desde el momento que la vi sentada en la sala.

    Inútilmente nos tironeamos hasta llegar al cuarto que estaba en un lado del pasillo. Nos quitamos la ropa hasta desnudarnos, luego ella me domino con su cuerpo y sin perder la sensualidad me hizo…»

    —Joder, cállate, ya me traumaste con decirme que pasó a los catorce años.

    —¡Oye! Es normal que haya experimentado esas cosas a esa edad.

    —¿Normal? Vamos Danielle, eso es pedofilia.

    —Ya, que dramática.

    Converso por teléfono con Azul, la cual por curiosidad me preguntó cómo había sido mi primera vez, yo entre bromas le confesé cosas del pasado. Bueno, son cosas que cualquier chica haría, no sé porque se alarma tanto.

    —Oye, ya debo irme a la universidad. Nos vemos en la tarde.

    —Espera, espera, espera, ¿a qué hora se supone que visitaremos a tu princesa bipolar?

    —No iré contigo.

    —¿Qué? ¿Ahora me aíslas de la situación?

    —Mierda, entiéndelo Danielle, no creo que Florencia tenga ganas de verte.

    —¿Quien decide eso? ¿Tu? Te recuerdo que también tienes parte de culpa y de más por buscarme—Y quien pensaría que seriamos amigas. Técnicamente seria una amiga con derechos, aunque ya no tenemos nada. De hecho ignora mis avances desde que Florencia nos encontró en el apartamento.

    —Perfecto, jode a Florencia con tu presencia, para que vuelva a cortarse las muñecas de forma «accidental»

    —¡Solo iré no la veré! Y ya no te cabrees por gusto.

    —¿Cómo?

    —No entraré

    —Y ¿Te quedarás afuera? No sé si creerte… mejor no. Aunque…

    Y le corté. Porque hasta que Azul decida lo que quiere hacer se me haría tarde para el trabajo. Tantas cosas había pasado desde la última vez que vi a Florencia, recuerdo su lloriqueó y su terrible forma de desquitarse con las cosas. Cuando terminé me pidió que tuviera una última noche con ella, pero con puro desdén la rechacé, pensando sinceramente en que le haría más daño. Aunque dejó de importarme tanto cuando me contaron que andaba con una belleza de la Facultad de Economía. Azul era la belleza de la que hablaban, un día mientras estaba en metro, rumbo a mi departamento, me dijo si era la tal «Danielle» de la que hablaba la descerebrada de Florencia. Yo le dije que sí, ella riendo con cinismo intercambio números de celular conmigo y empezamos a llamarnos.

    El primer encuentro con Azul, fue en un hotel de quinta, que después de haber tomado mucho me confesó que estaba muy enamorada de Florencia, pero que esta, insegura de sí misma, la rechazó. Así que nos acostamos, aunque yo no fui la que empezó, a pesar de que tengo la reputación de ser una reverenda «perra» nunca me metería con la pareja de alguien. Pero bueno, Azul me gustaba y me recordaba mucho a alguien.

    Luego de ello estuvimos saliendo por dos semanas. Y cuando iba suceder una segunda vez, Florencia tocó la puerta, yo pensando que era el pizzero le abrí y mirándome como a punto de llorar y me atacó. Desde ahí me aleje de Azul, como ella de mí. Aunque seguíamos llamándonos.

    Hasta que pasó el supuesto accidente, desde ahí nuestra amistad se volvió un problema. Azul, no me hablaba y si lo hacía, era para informarme de Florencia. Aunque realmente no me interesaba, empecé escucharla atenta, mientras se quejaba inconformé, para luego decirme lo mucho que la quería. Yo creo que terminamos siendo íntimas, entonces le conté parte de mi historia, para que dejara de sentirse peor.

    Bueno, ahora Florencia se dignaba a verla por fin, para ella era una odisea ser ignorada y que las únicas respuestas que le podía dar eran monosílabos vacios. Florencia era autodestructiva, de hecho siempre lo había sabido, pero no me metía en ello pues no me gustaba involucrarme. Así que esta semana había sido de locos, además de que mi madre me llamaba insistentemente. No contestaba porque a veces me daba flojera escuchar un sermón de iglesia por mi sexualidad.

    II

    Salgo del trabajo cansada, de lejos avisté a Azul, la cual me mira sin hallar que decir.

    —¡Oigan mi novia me vino recoger!—les digo a mis compañeros de trabajo.

    —Mierda, deja de decir estupideces—dice murmurando, obviamente no me callare.

    —Oh amor, cuanto te amo—le estampo un beso y más de curioso se queda mirando.

    —Joder—Se despega de mí—. Deja de hacer cosas vergonzosas.

    Me rio por su sonrojo aparente, mientras comenzamos a caminar hacia el metro, ella da unas revisadas al celular, mientras mira hacia adelante para no tropezarse. Luego se queda pensativa, ensimismada en sus pensamientos.

    —¿Tienes hora?

    —¿Qué? ¿Tu celular no tiene?

    —No está a la hora.

    —Pues son las cinco.

    —No miraste tu celular…

    —Por si no lo recuerdas te dije que vinieras a mi trabajo a las cinco.

    —Ah—joder, a veces Azul parece retrasada de tanto pensar en Florencia—. A Florencia le están haciendo un chequeo, dice que demorara una hora y media.

    —¿En serio? ¡Entonces vamos a tomar algo!—La jalo de la chompa mientras ella se intenta despegar.

    —No, demoraremos mucho…

    —¡Vamos! Y te termino de contar mi historia.

    —Me vas a traumar.

    Carcajee ante tal hecho y nos adentramos a un café, mientras yo pido un capuchino; ella un helado, de pronto me encuentro con toda su atención. Y no sé qué decirle, de pronto se me hace un nudo en la garganta, mientras el café pasa agriamente a mi garganta. Los recuerdos se me hacen realidad de repente, como una regresión la miro confundida.

    —¿Pasa algo?

    —Me acordé de ella. Ya sabes, de Lourdes.

    —Tu primer amor, no me dijiste por qué ese día estaba en tu casa.

    —Es que ella era mi tía.

    Ella se queda callada, come un poco de helado mientras lo procesa y me deja continuar.

    «Era verano, en un pequeño pueblo en donde el mar ocupa el frente y los lados, es por decirlo una península, en ella vivía con mi familia. Unas personas un tanto conservadoras y calmadas, todos eran tranquilos e incluso el pequeño niño que tenía como hermano. Samuel y yo vivíamos esperando cada fin de semana a mis padres, pues trabajaban en una empresa dedicada a la extracción de minerales. Así que ellos venían cada fin de mes a vernos y atender nuestras necesidades. Estábamos a cargo de mi abuela Madeleine, pero en realidad era cómo si nadie lo estuviera. Y la casa, siempre estaba sola o parecía estarlo.

    Cómo mi abuela no podía ocuparse de nosotros, mi madre empezó a pensar la manera de contratar a alguien de confianza. A mí realmente me daba igual quien viniese; tenía catorce y aunque era la edad de la “rebeldía”, era tan aburrida que no pensaba mucho en divertirme. Así que no me iba a interponer a la llegada de alguien nuevo en esta casa.

    —No quiero contratar a ninguna niñera.

    —Y ¿Quién se supone que nos cuidará cuando estemos solos?—Pregunté despectivamente.

    —Tu tía vendrá.

    Nunca me importo cómo dije, era la misma cosa, ¿no?

    —Cada cuanto vendrá.

    —Vendrá a comer. Supongo—dijo riendo mi mamá—. Tu tía no le gusta cocinar.

    Otra boca más, realmente sería interesante verla haciendo el ridículo. Eso pensé, hasta que la vi, era tan corriente, venía a vigilarnos un rato, pero siempre estábamos callados ¿Había realmente algo que decirnos? Éramos como unos fantasmas, hasta ignoraba tal vez nuestra presencia. A penas y saludaba a mi abuela, pero a nosotros sólo atinaba a ver. Comenzó a echarse en los largos sillones de la sala, con un cigarro mentolado siempre en la mano.

    —No fume aquí—realmente no sé porque me salió esas palabras un día, pero ella me miró como a una extraña miraba a otra.

    —No me trates de usted—dijo riendo brevemente.

    —No fumes aquí—dije más diligente.

    Y apagó el cigarro en el piso, mientras clavaba su mirada en mis pupilas era como una imagen difícil de sacarse de la memoria. A veces, me dedicaba esas expresiones sin ningún motivo, tal vez era pura lesera, quien sabe, solo sabía que a veces podía dar miedo detrás de esa retorcida sonrisa.

    Según las explicaciones de mi madre, mi tía Lourdes siempre se quedaba sola en su casa, mientras su marido trabajaba en otro pueblo, cómo dirigente de algún partido, que sé yo. La conocía desde antes, pero cada vez que venía a casa siempre se quedaba en el cuarto de mi mamá e incluso se quedaban hablando por ratos. Igualmente no veía mucho, llegaba a la escuela a eso de las cuatro de la tarde, a esa hora me ponía a cocinar lo que iba a hacer la cena y el desayuno. Ella aparecía cuando yo venía y Samuel era recogido por mi abuela Madeleine así que siempre estábamos en casa en las tardes. »


    —Ya veo, entonces esa pérfida entraba a tu cuarto de noche y…—dijo Azul imaginando lo peor.

    —¡No! De hecho fui yo quien la ¿sedujo? Déjame terminar ¿sí?

    —Está bien.

    « Nunca dudé, tampoco me imaginé algo con ella. Solo comencé a mirarla con distintos ojos. Y a veces deseaba poder encontrarme con ella a solas, esa idea rondaba por mi cabeza muchas veces, sin embargo pensaba en ello, como algo épico.

    —Alo—contesté el teléfono.

    —No nos esperes, olvide decirte que había una reunión larga en la escuela de Samuel-dijo mi abuela en el auricular.

    —Y ¿A qué hora piensan aparecer?

    —Supongo que a las siete. Te veo luego— y cortó.

    Escuche una vez que si persistes en tu deseo, se cumplirá, ¿ese deseo que sentía, podría dar cavidad a la existencia? No existe las casualidades, existe el momento que uno deseo por mucho. Existe la hora, la voluntad y aquella sensación de inseguridad por miedo al rechazo. Y a pesar de que en esos momentos aun no sabía lo que iba a suceder, sentí que ese algo pasaría.

    —¿Así que no hay nadie?—preguntó.

    —Vendrá más tarde-dije con nerviosismo.

    Se sentó en el sillón largo mientras yo hacía la tarea. Parecía interesada, yo solo quería llamar su atención aunque no entendía por qué. Persistió con su mirada por largo rato, la mano empezó a sudarme, a la vez mis piernas se adormecieron por el frío repentino. Ella fumaba nuevamente un cigarro mentolado, para cuándo decidí mirarla, solo por esa excusa tan cobarde.

    —¿Qué?

    —Te dije que no fumes.

    —¿Y?

    —No fumes— porque te hace daño y eres muy linda como para morir con cáncer.

    —Ocúpate de tus problemas.

    —Mi problema eres tú.

    Se rio, se burlo en voz alta. Mis palabras eran sentidas, pero más como una riña. Yo también me reí, pero ¡Qué estúpida! ¡Qué ingenua! Ella pensaba seguramente lo mismo. Realmente no era lo que quería mostrar, no, necesitaba reivindicarme, tratarla con dureza. Mostrar mi adultez, mi madurez femenina, hacerla avergonzar de la forma más sutil posible.

    —No quiero que vengas a mi casa.

    —Uh, eso no lo decides tú.

    —Le diré a mi madre.

    —¿Qué? ¿Le dirás? Quéjate cuando haiga una razón.

    —Y me quejaré—alzó una ceja con ironía—. Me quejaré de lo floja que eres.

    —Tú lo sabías desde antes que viniera ¿no?—Repentinamente se dio cuenta de mis mentiras, de mis feas mentiras—. ¿Por qué me provocas?

    Yo no la quería provocar.

    —Mírame cuando te hablo niñita.

    Detestaba su risa.

    —Mírame Danielle.

    ¿Por qué estaba tan cerca?

    —Tus labios… ¿serán deliciosos?

    Nos comimos la boca. Asediadas por la prisa, yo con locura y con poca calma, ella lasciva e incluso, supo manejar mejor esa situación. No hubo prisa, fue certera, delicada hasta llegar al detallismo. Me perdí en sus ojos de los que mi madre me había hablaba, esos ojos verdes que Lourdes escondía entre pestañeos. Y luego sentí ese fugaz arrepentimiento, me reproché por cobarde.

    Pero entonces ella se alejaba cada tanto, con la mirada tensa, con los ojos alborotados de miles de emociones que ni yo podría describir. Mi abuelita llamó al otro lado de la puerta y aquella escena acabo tan rápido como empezó.

    Lourdes abrió la puerta, saludó a mi abuela mientras la charla se extendía con mi hermano Samuel, me había quedado parada desde el principio.

    —¿Danielle?—Me llamó mi abuela—. Linda, calienta la comida.

    Hice caso, así que me desaparecí rumbo a la cocina, mientras todos se sentaban en la mesa. Y repentinamente, me entró un amargo sabor de boca. Mientras más miraba a Lourdes, más era ese desesperó.»


    —Maldición, ya es hora.

    —Jaja te terminó de contar otro día.

    —Pues deberías escribirlo. Parece todo una novela erótica—yo me rio, mientras me paro y pagamos la cuenta.

    —Y ¿Quiénes lo leerán?

    —Gente como yo…

    —Sí claro, muchas Azules como millares…

    «Un día mientras hacia las tareas, mi mirada se poso en sus figura, echada en el sofá, mientras leía una revista.

    Absorta en sus ideas, tal vez. Me pregunte un millón de cosas, una era por ejemplo la razón de porque no le robaba un mísero beso.


    —Con esa mirada me vas a comer entera-dijo Lourdes cuando me atrapó viéndola.

    —Ni que fueras tan especial-respondí rápidamente.

    —¡Oh! Tan hiriente como siempre.

    Y se rio a mis acuestas. Mientras ella continuaba leyendo la revista semanal, me rasqué la cabeza pensativa para luego seguir con las labores.

    “Lourdes, bésame” “Lourdes ¿Por qué no me miras?” “Lourdes…”

    Y los pensamientos nuevamente atacaron en mi cabeza. Alborotadamente cerré el cuaderno, mientras guardaba mis cosas. Ella prestó atención a mi repentino movimiento, nos miramos con desconcierto total. Se ensimismo con mi cara, no pensé mucho y me atreví a caminar a su dirección, con muchas dudas aún. De mi boca no salieron palabras, y si así era, pues estaba hablando otro idioma por el nerviosismo. Me sonrío, sentí su suspiro repentino, me tocó la cara y sin forzar nada nos acercamos cautelosamente, mientras nuestros dedos se quedaban cortos en las profundas caricias. Rozamos nuestros labios, con mucha frescura, con muchas preguntas. Y vehemente, sin ninguna razón propiamente dicha, le robe un beso intenso.


    Joder, era como besar el cielo.

    Y debía admitir que me puso contenta, pues para bien o para mal, podía tenerla para mí. Lourdes empezó una relación conmigo, que duro 5 ó 4 años, ella fue a paso lento, me conoció tanto que empezaba a creer que era sabia. Ella me enseñó muchas cosas, con ella fueron mis primeros tragos, mis primeras escapadas de la escuela, hasta los besos. Era como vivir al máximo, era tan especial de solo pensarlo, pero cuando cumplí dieciocho todo lo que habíamos construido se desmoronó, no era más que una burda mentira.

    Ella se embarazó de su marido, las cosas empezaron a hastiarme de solo pensar que la compartía con ese cretino. Pues mi tío era petulante y agresivo, claro, menos con ella. Empecé a llorar en silencio de sola imaginarla andar con él, los celos me cegaron tanto que desee que no tuviera a ese niño. Ella se alejo de mí por mis arrebatos. Dejo de hablarme, de verme y fui para ella una conocida más. Solo le importaba cuidar del ser que llevaba adentro, mientras mi familia decía con alegoría lo bien que el embarazo le había acentuado.

    La odie mil veces más luego, de solo pensar que no quería nada conmigo por el bien de la niña que había nacido.

    Y así pasó un año, yo termine la escuela y me preparé para la universidad. Para cuando pensé que me pediría que no me vaya, no pasó. Me quedé esperando un retazo de su amor, un pequeño trozo de ella. La rabia y la cólera se apoderaron de mí el día anterior de irme, todos mis parientes fueron para despedirse de mí, incluida ella. Y cuando dejo a la niña en manos de mi abuelita, me la lleve a mi cuarto. Pensé en terminar eso de la manera correcta. Pensé, pero ella me confesó que aun sentía ese amor que me había cambiado por completo, el alma me volvió al cuerpo al escucharle decir que aun pensaba en mi. Solamente que yo, no empecé a creer en nada, menos cuando me dijo que una vez que me fuera debía olvidar completamente de su existencia.

    Rabia. De solo escucharla, me torne irascible y le pegué. Le grité, le di tantas cachetadas como pude e incluso mi familia me quiso parar, mi madre se asustó y mi abuelita se cuestionó. Entonces con unas últimas lágrimas les dije a todos los presentes, que ella y yo éramos amantes.

    Luego de eso, luego de ese impulso estúpido, ella me miró tan asustada, tan apenada y sobretodo decepcionada. Tal vez es más fácil decirlo que recordarlo, pero cuando lo dije, me di cuenta del error garrafal en ese instante, ella tomó a su hija y se largó de la casa. A partir de ahí no la volví a ver, mi mamá lloró bastante y mi abuelita casi le da un infarto. E incluso mi padre me miraba con asco, pero mi tío no dijo ni una palabra y también fue a casa con su esposa. Y así termino siendo mi primer amor, una tremenda y jodida herida, que se llenaba de pus cada día. Una infecciosa adicción por Lourdes.”

    Camino rumbo al hospital con Azul, ella me mira insistente con muchas preguntas, entonces yo le tomo la mano por un momento. Ensimismadas cada una, yo pensé entonces en lo que me pasó ¿Qué debía hacer? ¿Qué le podía decir? Me siento culpable, ella ama mucho a Florencia, la quiere tanto, mientras yo soy la cuña que sobra en su relación. Y que las haría infelices, como yo lo soy.


    —Azul debo entrar contigo—me suelta la mano, estaba a punto de gritarme, pero entonces la tomo de la mano y la atraigo. Le doy un beso, como despedida, como un adiós. Ella me corresponde, pero sé que no será feliz conmigo— Lo siento… Azul, quiero que seas feliz con Florencia y se cuanto se quieren ¿Perdón si? Perdón por casi cagar tu relación…

    —Oye Danielle.

    —Dime.

    —Vamos que se hace tarde, debemos aclarar las cosas con Florencia.

    Me toma la mano, me hace mirar adelante, me sonríe dulce y me brinca el corazón por primera vez en años. Y mientras entro al hospital, pensando en que decir, los nervios se apoderan de mi, para cuando la enfermera nos lleva a su habitación. La miro y se crispan los pelos, me di cuenta que no sería fácil

    —Hola—esa simple palabra me llena de cuestionamientos ¿me dice a mi?

    —Hola Florencia…—salió de mis labios temblorosas.

    —Hola Danielle me da mucho gusto verte.

    Ello me deja helada, esa sinceridad, esa confianza que nunca había visto nunca. Azul sonríe aliviada, se acerco a la cama y beso tiernamente a Florencia, está abrazo a Azul mientras me mira. Se separa, Azul se sienta en la cama, mientras Florencia continúa.

    —Oye Danielle, te pediría que te sientes, se siente cómo una tensión muy enorme…

    —Perdón—susurro a penas—. En serio, perdón.

    —Espera…

    —¿No me odias Florencia? Casi te matas… yo, debo decirlo, perdón.

    —¡Hey! No quiero que digas mas, porque la verdad, debo agradecerte muchas cosas…

    Azul y yo la miramos sin entender. Entonces yo me le acerco y luego de mucho tiempo, acerco mi cara para entender mejor ese pensamiento mientras le pregunto: ¿Qué te comiste para hablar cosas como esas? Ella ríe, mientras yo sin entenderle, quedo aun mas pasmada.

    —Sin ti yo nunca hubiera conocido a Azul. Tampoco, hubiera salido del closet por miedo. Te debo en parte mi felicidad, Danielle.

    —¡Pero la cague, la embarre, siempre te hacia llorar!

    —Es cierto, pero no te guardo rencor. Fuiste sincera a la primera además de me trasmitiste más seguridad en mi. Por primera en vida me sentí deseada, tal vez no entiendas mis motivos, pero sé que lo entenderás. Confió en ello.

    Mis manos sudan ante tales declaraciones, mis manos tiemblan. Una y otra vez, me toco la frente, que transpira mi sudor, convirtiéndolo en una denudes de mi alma ¿Por qué me siento de la misma forma que Florencia? ¿Por qué mis sentimientos se alborotan al hablar de este tema? Soy lesbiana, nunca me llamo la atención los chicos y puedo recordar como se lo contaba una y otra vez a Florencia, con el fin de que se aceptara. Pero ¿De dónde saque esa confianza yo?

    Lourdes.

    Fue de ella. Joder, fui una niña.

    Me desmorono en la puerta, Azul se me acerca mientras yo se lo impido.

    —Debo irme.

    —¿Pasa algo?

    —Florencia, gracias por perdonarme, por no vivir con este rencor. Te mereces a Azul, te mereces muchas cosas… ahora debo irme.

    Fue de nuevo, como si algo ahorcara mi garganta y dejarme sin respiración. Te quiero ver Lourdes, quiero escuchar tu voz. Quiero saber que existes y quiero decirte, perdón.

    Me fui hacia el metro con muchas ideas, muchas de ellas que divagaban en mi cabeza. Luego, decidida busque en celular, mientras esperaba el tren, el numero de mi madre. Lo marco, con mucho cuidado. Esperando que el tren llegara, que el tren pudiera venir por fin. Y que ella me pudiera perdonar.

    —¿Mama?

    —Danielle. Te llame muchas veces

    —Lo siento no pude contestar.

    —…Tienes que venir.

    —¿Qué paso?

    —Tu tía, Lourdes.

    —¿Qué paso con ella?

    —Lo siento Danielle pero tu tía murió ayer. En el hospital y antes dijo tu nombre, me dijo que, me pidió que la perdones por cobarde.

    Mis piernas temblaron y se cayeron como dos palitos. Mire a la nada, hasta que sentí que todo se había cortado, la señal, la presencia, el momento. Los momentos que nunca más podría volver, que tampoco podría revivir, Lourdes estaba muerta.

    Mis ojos se tornaron acuosos, entonces el tren apareció subo a la rampa, mirando a la poca gente, mirando la ventana. Mi celular, vuelva a sonar, es mi madre, le contesto mientras me doy cuenta que tengo la voz chillona. Me lee una nota que me dejo y cuando termina le pido que me llame mas tarde.

    Y entre risas y llanto, sin mucho que decir, repito lo mismo.

    “¿Gracias? He vivido bien, no he mentido al mundo, tampoco me mentí a mi”



     
    Última edición: 2 Abril 2014
  2.  
    Sumine-chan

    Sumine-chan Intérprete de la Condolencia

    Géminis
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    23 Agosto 2012
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    Escritora
    Hola, muchas gracias por participar :)

    Primera parte:
    Tienes un pequeño detalle con los guiones, solo para que lo tengas en cuenta porque realmente esto no es concurso así que no seremos muy estrictos con eso: cuando escribes la intervención del narrador el punto va después del guión, no antes.
    Aparte de eso no es necesario que escribas "Hooolaaaaa" puedes describir la manera en la que se dice la palabra y va mejor porque leer esa clase de palabras es cansado. Me gusta la actitud de Azul y la forma en que evoluciona su relación con Florencia.

    Segundo:
    Hay algunos errores ortográficos, te comiste acentos y repetiste algunas palabras.
    Está medio rara la parte donde Florencia en la tina tartamudea el nombre de Azul y cierra los ojos. Uno pensaría que su mente está inmersa en ella, pero inmediatamente después comienza a hablar de Danielle.

    Me pesaba el cuerpo, Me pesaba la vida y los recuerdos.

    Ahí se te ha ido una mayúscula después de la coma.

    que tal vez la oruga podría quedarse en el interior cálido de esa mujer, para esperar el tiempo en que me salieran sus alas y pudiera surcar los cielos con esa mujer tomando mi mano

    En esa parte no hay congruencia. A la oruga le salen las alas de mariposa ¿no? pero "me salieran sus alas" ¿cómo?

    En general me da la impresión de que no es la misma Florencia de la primera historia... igual y con la tercera parte ya hay más cohesión.

    Tercera:
    Te comiste acentos: Me atrapo de inmediato. Es un ejemplo en la primera línea.
    Aquí pusiste uno donde no va: Nunca me importo cómo dije, era la misma cosa, ¿no?
    Aparte creo que hay que revisar las comas de tu escrito algunas están fuera de lugar.
    Esto: Quéjate cuando haiga una razón.
    Voy a suponer que ese "haiga" no se refiere a un automóvil grande que es la única definición aceptada de la rae. Cuidado con esos errores, matan todo el escrito.

    Claro que esas son cosas técnicas. En general me gustó la historia que hicieron, y relataron tres partes del mismo relato cada quién con su sabor y eso es lo que se pedía en la actividad, aparte de utilizar la canción como referencia y me parece que eso también lo hicieron bien.

    Calificación: Muy Bueno
     
    Última edición: 31 Marzo 2014
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