Pistas ¿Es de día? ¿Es de noche? No tengo idea. Llevo horas en esta habitación, encerrado, viendo como los detectives entran y salen a su antojo, mientras yo me encuentro esposado a la mesa. — “Siempre fue un muchacho reservado. No le gustaban los problemas. Imagínese mi sorpresa cuando me enteré que mi propio hijo… con esa mujer…” Fueron las palabras de tu madre, antes que le diera un ataque de ansiedad y se negara a seguir con la entrevista— me relata el detective sentado frente a mí, encendiendo un nuevo cigarrillo sin dejar de observarme. — “La pubertad cambia a los hombres. Transforma a un inocente cordero en un despiadado lobo hambriento ¿Me entiende?” Esa fue la declaración de la señora Evans, la vecina de tu maestra, y debo aclarar que continuó con risas y gemidos incomprensibles, pero bastante explicativos de lo que escuchaba cada noche— exclama con enfado el otro detective, golpeando la mesa con un folder lleno de hojas en un intento de asustarme. Pero desde hace una semana que el terror y la tristeza me desgarran por dentro. No me interesa nada de lo que dicen. Mi mente no deja de pensar en el último momento que la vi con vida, la dulce sonrisa y el beso en el aire que mi amada maestra me mando al terminar las clases, para luego recordar su cuerpo sin vida en el suelo, rodeada de un charco de su sangre. — Así que el mozo sigue sin decir nada— la voz del detective suena cansada, pero llena de sarcasmo— No dirás nada de su asqueroso amorío; la solicitud de transferencia de la victima; las maletas hechas en el departamento, el testimonio de tú ataque al maestro Clarence, las treinta puñaladas y desmembramiento de la victima…— se burla de mi silencio intentando incomodarme. Dejo de prestar atención. Toda la evidencia apunta a mí y nadie parece pensar lo contrario. Pero estoy seguro de que no fui yo quien la asesino, y saber eso me congela la sangre de miedo. Estos oficiales pierden el tiempo desenterrando nuestros secretos, los secretos de dos amantes. En eso nos transformamos Claudia y yo, maestra y alumno, desde que caímos en la tentación de la lujuria. Lo único que me queda de ella son nuestros recuerdos felices juntos, recuerdos que me dan fortaleza. Me obligan a levantarme con brusquedad, me llevan por pasillos apenas iluminados, de regreso a mi celda. El tiempo avanza, manteniéndome dentro de esta pesadilla. El olor del petricor me llena la nariz de repente, anunciando la lluvia que azota en el exterior. Mi mente me lleva al acogedor dormitorio de mi maestra, abrazándonos desnudos sobre la cama, compartiendo el calor y felicidad abrumadoras, mientras la lluvia golpea los cristales con fuerza. Me acuesto para dormir con aquel agradable recuerdo, ya que cada vez se hace más difícil. Todo apunta a mí, pero ahí afuera camina libre un asesino que ha probado la sangre. Tengo miedo por el bienestar de todos.
Primero que nada, este tu va sin acento ya que no es un pronombre personal, sino, un posesivo. Ha sido interesante y me ha sorprendido la calma que tiene el personaje a pesar de que es culpado por un asesinato que no cometió y todavía, no saben que hay un asesino suelto. Me parece que se ha resignado ¿no? Pues, la verdad, es que miedo no se transmite por el relato, más bien, dejadez por parte de él o quizás, es simplemente, un delirio suyo. Está para una continuación. ¡Un abrazo!
