Quien es buscada por un joven curioso, también ha de estar perdida en otro plano intentando encontrar algo. Quizás unas voces, quizás un propósito. El Diario de Anilapo Entrada quinta. Diario de Anilapo, fecha desconocida. Aún no he encontrado las dos voces que faltan. Cada día que pasa parece una iteración constante, ineludible e infinita. Me levanto al alba y me preparo para rastrear posibles candidatos, pero hasta ahora los resultados han sido infructíferos. Hoy he empezado temprano, a pesar del dolor de cabeza que lacera mi tranquilidad. Extraigo una aspirina del interior de mi saco, mientras camino por la urbe gris. Acto seguido, ingiero la pastilla. Ya casi más por costumbre que por necesidad. Lentamente recorro las sendas desoladas, oyendo ecos lejanos que ofician de rastros disonantes e inalcanzables. El cielo está nublado, pasan las horas y no logro dar con nadie. Muchas veces me he asomado a una ventana solitaria, para apreciar el paisaje yermo. Hace tiempo que ningún alma pasa por estos lares, pero no debo dejar ningún rincón sin revisar. Es curioso cómo la jornada va muriendo, mientras que la dificultad de mi búsqueda recobra una vitalidad bastante inusual. Los ecos siguen en el horizonte, mis pasos obstinados e impetuosos quieren dar con ellos. En cambio, la noche suele encontrarme a la intemperie, con las manos vacías… otra vez. Entrada décima segunda. Diario de Anilapo, fecha desconocida. Está lloviendo fuerte. Detesto que los vendajes que uso se humedezcan. Las gotas se desploman sobre la ciudad dormida, escurriéndose entre los vidrios rotos y los muros demacrados de los edificios inhabitados. Este lugar es demasiado sombrío, y cuando hay precipitaciones, esa sensación se intensifica considerablemente. Me refugio bajo la frondosidad de un árbol que regentea la plaza central, el único exponente de una abundante vegetación que el pasado se encargó de suprimir. Ya sea por el abandono, ya sea por la soledad, en estos parajes no gobierna la luz del sol. El frío helado hace mella en mi piel, provocando que una toz prolongada sacuda mi cuerpo. Esto va de mal en peor, pero no debo rendirme. Sencillamente eso está prohibido, gracias a una férrea convicción. No fracasaré, no lo haré. Estoy cansada y tengo sueño. Alguna vez he visto una que otra figura en lontananza, pero jamás pude comprobar si se trata de una persona o de una ilusión. La mente puede ser muy engañosa. Demasiado, de hecho. En varias ocasiones, durante mi búsqueda, me he cruzado con una persona muy parecida a mí. Durante esos encuentros, le digo que se despoje de mi cuerpo y de mi rostro, que me desagradan los imitadores. Entonces, la enigmática efigie me responde: “Lo mismo podría decirte yo a ti. Dime, de entre nosotras… ¿quién es la farsante?” Y sigo mi camino, preguntándome si soy una impostora que ha usurpado la identidad de alguien más. Entrada vigésima sexta. Diario de Anilapo, fecha desconocida. Tuve que cambiar todos mis apósitos, ya estaban demasiado desgastados. Otra vez ese maldito dolor de cabeza. Su particularidad intermitente me tiene hastiada. Me he quedado sin aspirinas, tendré que sobrellevar el dolor como pueda. Oh, y también el mareo. El clima húmedo empeora las cosas. Otro día, otro peregrinaje solitario, el mismo resultado. He aprendido muchas cosas desde que decidí hacerme cargo de esta iniciativa. Por ejemplo, soy capaz charlar con el silencio utilizando sólo la mirada al localizar las improntas de lo que ya no está. También he hallado inscripciones en las paredes ruinosas de algunas edificaciones. Incluso me he sorprendido al descubrir que yo misma escribí unos cuantos mensajes que han perdurado hasta estos días y que la memoria no logró conservar. Pero aquellas relecturas desbordantes de nostalgia no suelen durar mucho, no debo distraerme. Tengo que continuar. La noche ha vuelto a encontrarme sin compañía una vez más, como si fuera ya una obligación. Sin embargo, esta vez ha dado conmigo en medio de una ocupación: de nuevo he fraguado una inscripción, para compartir un pedazo de mi periplo con la mirada curiosa de algún eventual viajero que pasará por aquí. O conmigo misma, dentro de muchos soles y lunas venideras. Entrada vigésima novena. Diario de Anilapo, fecha desconocida. Lo mismo de siempre, no hay candidatos. Mis ojos miran el camino moldeado por las pisadas de un pasado ya irrecuperable. No hay candidatos. Veo el cielo que se extiende como un manto que cubre todo cuanto me rodea. No hay candidatos. Observo la ciudad despoblada, que está sumida en un sueño tangible. Un charco que descansa sobre la vereda. Una puerta que restringe la nada. Un sendero que se bifurca y que cuyas divisiones conducen a ningún lugar. Una ventana desprovista de utilidad. No hay candidatos. Mi vista localiza un espejo que está inclinado sobre una pila de basura. Veo mi reflejo, nada más que mi reflejo. Es una alegoría, una sinécdoque de mi actual situación. Nadie más que yo. No hay candidatos. A veces me pregunto si soy dueña de mi suerte o si la suerte se ha adueñado de mí. Sigo intentando. Le anuncio al crepúsculo que, por más que insista en avisarme que ya se terminará la jornada, no claudicaré. Pero ahora ni siquiera puedo oír los ecos. Es como si se hubieran esfumado. O es que en verdad nunca los oí. Entrada cuadragésima novena. Diario de Anilapo, fecha desconocida. He perdido la cuenta de todas las veces que recorrí las callejas desvencijadas de esta ciudad. Quizá cientos de veces, quizá miles. Una mayor cantidad de veces me he preguntado si hallaría a alguien, algún alma que acudiera a mí. No importa, eso no cambia nada. Estoy casi como al principio. No pude encontrar a nadie, deberé emigrar hacia otra parte, esperando producir un vuelco repentino en mi suerte. Puede que así las voces ya no sean tan esquivas. Una inquietud ha estado asaltándome últimamente. Es que soy incapaz de distinguir si sé lo que busco, pero ignoro dónde está. O si, por el contrario, sé dónde está lo que busco pero desconozco qué es. El mareo, la toz, el dolor de cabeza, el malestar. Debo descansar un poco, antes de retomar la tarea. Mañana será otro nuevo día en la Ciudad Gris.
Bastante creativo pero falta información, aunque no hace concordancia al tema, quizás más adelante te des cuenta, que Opalina no es como piensas que es, las personas suelen cambiar, y en este momento te puedo decir con seguridad que éstas palabra han salido mas de ti, que de Opalina, ya que el antónimo a ella es la pura muerte y ganas de morir, no hay necesidad de esperanzarse por situaciones irreales y crearse idea que en aquel silencio alguien la podría llegar a acompañar o salvar. ¡Saludos y mucha, mucha locura!
Más o menos. Opalina es tu creación, en cambio, Anilapo es enteramente mía. Una copia, ella es parte de otro universo, con pequeños vestigios de la original. Una reinterpretación muy libre, quizás. Saludos también (y más locura).