Microrrelato Destino Ciego

Yo no veo los colores de los demás, ni su aura. Como la lluvia torrencial, un manto fino y gris ha cubierto mis ojos. Antes tampoco podía ver bien, pero hablo de una manera distinta de ver, hablo de la percepción. Un cambio que me hizo mejorar, dejar atrás un conjunto de imágenes borrosas.
Fue una tarde soleada de agosto. El cirujano, un hombre mayor de piel caucásica y barba tupida, me confesó que el procedimiento sería rápido e indoloro. No tenía miedo, o no quise demostrar que podría tener miedo.
Sentí cómo mis pupilas se enfriaban por la anestesia, el escalpelo cortando una capa fina a la altura del iris y los rayos de color verde quemando la superficie expuesta. Los defectos iban desapareciendo lentamente, eran el cadáver infecto de un recuerdo que se ha olvidado.
A ello le siguió un día de oscuridad. Y un dolor tan fuerte y profundo, que apenas podía abrir los párpados.
Luego, una luz muy fuerte.
«Vas mejorando muy bien. Te felicito.»
Un diagnóstico alentador, varios meses después de la operación. Desde ese entonces, soy otro. Gano la calle y veo música, aves que vuelan hacia la nada y gente que se materializa abruptamente y vuelven a materializarse de forma inesperada, con otras caras y cuerpos. Son muchos, y no me pregunto cómo hacen para llevar a cabo tal espectáculo, porque de vez en cuando es bueno no saber ciertas cosas. Las calles se me hacen atractivas e infinitas, y me suelen contar historias.
Una vez unas escaleras blancas y taciturnas me relataron un testimonio trágico, sus lágrimas del color de la sangre eran una prueba fehaciente de alguna muerte o herida aciaga. Me sugirieron tener mucho cuidado cada que ande por los distintos caminos de la gran e inextricable ciudad a la que pertenezco. Llevo su advertencia en una fotografía cruel.
De repente, una carta con una pregunta. La damisela quiere saber qué es lo que busco exactamente. La respuesta es simple, o no tanto, como todo lo referente a mi persona.
Busco experiencias y sensaciones.
Ya sea felicidad, llanto —aunque, me es difícil lagrimear actualmente… consecuencias de la cirugía, o de que soy un tanto insensible a veces; o, por qué no, ambas cosas—, misterio, incertidumbre, locura.
Busco ver ahora lo que antes no podía ver bien. Recuperar el tiempo perdido, quizás.
Aunque, a veces pienso que ya es tarde. Diez años he vivido sin ver las cosas como son en realidad, aquel cristal tornasolado era efectivo, pero yo necesitaba distinguir cada matiz por mi cuenta.
Ahora que puedo y soy capaz necesito, no… debo poder disfrutar esto plenamente. Mis ocurrencias, delirios, aciertos, desgracias, alegrías, dudas, errores y yo.
Al menos hasta que mis ojos se apaguen definitivamente.