SINOPSIS Soy invisible a la vista de todos los humanos, no sé si soy humano o algún otro tipo de ser, sólo sé que nadie puede verme pero yo sí puedo verlos a todos… Así que… ¿Por qué has sido tú, la única capaz de verme entre toda esta gente?
— ¡No me vas a creer esto amiga! —Gritó una chica de unos… ¿Quince? ¿Dieciséis años? No lo sé, simplemente me imagine que sería una adolescente todavía. Suspiré y revoleé los ojos, escuchando la tan aburrida platica que mantenía con su amiga. Ninguna de las dos notaba que estaba en medio de ellas, recostado en la mesa que las separaba a ambas. Como siempre. Nadie podía verme. Inspiré tanto aire como se me permitía y lo solté en un largo suspiro, frustrado porque nadie pudiese notarme o siquiera sentir mi presencia. Me levanté de un salto, ocasionando que la mesa de menease y que las bebidas de ambas chicas se tambaleasen y cayeran al suelo, ocasionando un gran charco de… Lo que sea que hayan estado tomando. Uno… Dos… Tres… — ¡Ah! —Ambas pegaron un chillido ensordecedor y miraron la mesa con miedo —. ¡Un fantasma! ¡Un fantasma! —Volvieron a vociferar y salieron disparadas de la cafetería, pálidas como papel. Una limpia carcajada se escapó de mis labios al ver esto, siempre era lo mismo, caras aterrorizadas, ojos desorbitados… Todo, solo por el simple hecho de que algo que no debería moverse, se moviera de la nada. Los humanos eran divertidos. Pero aun así esa diversión no podría llenar el vacío de mi corazón al no ser visto… Otro suspiro se escapó de mis labios y levanté la mirada, tratando de quitar el semblante triste que seguramente tendría. Al alzar mi mirada, me encontré de frente con unos preciosos ojos cafés, que me miraban expectantes y confundidos a la vez. No es posible que te mire a ti. Me mordí el labio inferior y volví a suspirar, miré sobre mi hombro esperando encontrarme a la persona que seguramente era a la cual la chica de los —cautivadores— ojos cafés estaría viendo. Fue una sorpresa ver que lo único detrás de mí era la pared de color blanco inmaculado de la cafetería. No, no puede ser. Con la mayor velocidad a la que podía, devolví mi vista al frente para ver de nuevo a la chica que seguramente me había visto, pero ella… ya no estaba ahí. Se había ido. Se había largado como si yo fuera un ente peligroso… Y aun así, ha sido la única persona que ha podido verme. Debo encontrarla, a como dé lugar.
Interesante premisa, debo de admitir. Aunque no soy exactamente fan de esa clase de historias, (y mucho menos si se tiene un título en inglés) pero debo añadir que, al finalizar la sinopsis se me vino a la mente el anime de Noragami, y quizá, por eso le di una oportunidad a la historia y comencé a leerla. Ahora: ¿Qué puedo decir del prólogo? No mucho, en realidad. Y esto porque fue algo corto y realmente no llegamos a nada. Simplemente nos mostraste lo que ya la sinopsis presentó; al chico que nadie puede ver y a la chica que sí. Al leer el prólogo, no sé, me imaginaba que se contaría la historia del cómo el chico llego a esas circunstancias. Que por cierto, lo interesante aquí es saber el origen del chico, ¿es en verdad un fantasma? ¿Es un ente extraño? ¿Recuerda su pasado? ¿Qué es en realidad él? La chica, ¿por qué desapareció de esa forma? ¿Por qué la miraba con expectantes y confusión? ¿Vio algo en él que le recordó a alguien? Tantas preguntas, que esta bien para tener al lector intrigado, sin embrago, si se abusa de este método, puede ser muy perjudicial. Pero probablemente solo me este adelantando injustamente. Necesitaría leer más para poder tener una idea más general. Así que, me despido sino antes decirte que, te ánimo a que continúes y des lo mejor de ti, Kemi.
Lo entiendo, y muchas gracias por tomarte el tiempo de leer y más aún de dejarme un comentario constructivos, realmente lo aprecio. Teniendo en cuenta lo que dijiste, sí, creo que tienes razón, se ha quedado corto, pero quise tomar el prólogo como una introducción. Pero tendré en cuenta tu opinión y recomendación para los siguientes capítulos. Con cariño, Kemi Carvajal
CAPÍTULO PRIMERO A este paso mis oídos explotarán. La música retumbaba contra las paredes, volviéndose cada vez más y más alta, aumentando su volumen con cada segundo que pasaba. El ruido hería mis oídos, pero aun así no tenía intenciones de largarme del bar todavía, debía primero olvidar lo que había pasado. Debía olvidarlo a él. — ¡Lexa! —Escuché mi nombre justo en mi oído, ocasionando un sobre salto en mí y que instintivamente lanzará un codazo a quién fuera que me haya hablado. Un quejido apenas audible se hizo paso hasta mi sistema auditivo y me giré, para observar a un hombre de contextura grande, encorvado, sosteniéndose el estómago y respirando con algo de dificultad. Rápidamente reconocí quien era e hice una mueca de culpabilidad. — Perdón —dije sobre la música, a la vez que le ayudaba a sentarse en una de las sillas al lado mío. — No te disculpes, debí tener cuidado con una chica que sabe Sambo1 —me respondió él de igual manera, a la vez que se sentaba derecho en la silla. — Sí, sí, pero debí haber reconocido tu voz aunque sea. Daniel me dio una sonrisa tranquilizadora y me acarició el cabello, como cuando fuimos tan solo unos infantes. Le devolví una sonrisa a mi mejor amigo y me senté más derecha. — Bueno, Dani, ¿qué estás haciendo en La Fosa? A ti no te gustan estos lugares… — Es verdad, pero sabía que estarías aquí. —Se encogió de hombros, y miró hacia la botella de Whisky vacía en frente mío, hace poco que la había terminado. Él frunció el entre cejo y levantó la mirada hasta encontrar la mía—. ¿Estabas tomando? Bajé la cabeza avergonzada, no podía mentirle, porque era más que obvio que si había estado haciéndolo. — Sí… —Dije en un susurro, que fue inaudible por la música que había olvidado que estaba ahí. — Nos vamos. —Daniel se levantó de la silla y se acercó a mí, para tomarme del brazo con más fuerza de lo normal. — No. Suéltame. —Le espeté, haciendo fuerza para que me soltara, pero no conseguía nada. Yo era fuerte, pero él lo era mucho más. Suspiré con cansancio, siendo arrastrada por Daniel entre toda la multitud. Al salir —por fin— a la calle, el viento frío y gélido de otoño me azotó el rostro, y Daniel me soltó, colocando sus ojos grises sobre mí, estos me miraban duramente, pero sobre todo con decepción. — Vamos, dilo. Dime que no es bueno que tome, que me puede pasar lo mismo que a él. Dilo. —Casi le grité al soltar estas palabras, pero el nudo en mi pecho me impidió hacerlo—. Como si lo que dijeras pudiese hacerme cambiar de opinión… Quería bajar la mirada, dejar de ver esos ojos grises que siempre estaban ahí, odiaba decepcionarlo. — Lex… —Comenzó pronunciando, mirándome con suma paciencia, pero detrás de eso con preocupación. Suspiré y no pude más, aparté la mirada al tiempo que un automóvil —demasiado conocido, aunque no quisiera— se estacionaba en frente de nosotros. Observé que era el chofer de mi padre quien conducía el auto. Me introduje dentro del auto, sin darle una sola mirada a Dani. Solo cuando iba a cerrar la puerta, dije suavemente unas pocas palabras. — Buenas noches, Dani. Cerré la puerta y el auto comenzó a avanzar sin que yo dijera una sola palabra más. Miraba por la ventana, suspirando y pensando en cómo haría para superar lo que le había sucedido a aquella persona que había sido tan importante para mí. Me levanté con pesadez y con un dolor impresionante, parecía que me estuvieran amartillando el cráneo. — Dios, ¿cómo puedes tener resaca sin haberte emborrachado siquiera, Lexa? —Hablé en tercera persona, mientras masajeaba suavemente mis sienes. Me dirigí hacia el baño, arrastrando los pies en el encerado suelo. Saqué de unos cajones unas pastillas y me las tragué, bajando con un vaso de agua. Las pastillas comenzaron a hacer efecto cuando ya salía del apartamento completamente organizada, lista para un nuevo día en la prestigiosa ciudad de Nueva York. Bajando en el ascensor recibí un mensaje de mi jefe, diciendo que había un percance y que todos los trabajadores comenzaríamos la jornada laboral a las nueve en punto. Observé la hora que se proyectaba en mi móvil. Diez para las siete —normalmente entraba a las siete y media—, tenía demasiado tiempo de sobra. El ascensor se detuvo en la primera planta del edificio y comencé a caminar hacia la entrada principal. — ¡Señorita Lexa! —Me giré, para encarar al dueño de la voz que me llamaba. Era tan solo el recepcionista del vestíbulo. — Buenos días Rogers, ¿me necesita? —Hablé de forma neutral, pero cortés. La jaqueca aún seguía presente. — Bueno, el Sr. Adams llamó, dijo que vuestro chofer estaría esperándola afuera y que no había necesidad de llamar un taxi —Dijo con un acentuado tono latino. Le agradecí la información y me despedí cordialmente, mientras salía de la edificación. Justo como lo había dicho Rogers, un auto de color platino un poco alargado se encontraba estacionado en todo el frente del edificio. Con paso rápido me acerqué a él y me adentré, cerrando la puerta tras de mí. — ¿A dónde Srta. Adams? —Preguntó el chofer llamándome por mi apellido, como si yo fuera mi padre. — Diríjase al Manhattan Mall2, por favor. —Inmediatamente el auto comienza a circular por la vía, dirigiéndose hacia al lugar que solicité ser llevada. Tengo un extraño presentimiento… No tardamos mucho en llegar al centro comercial y me bajo del auto, dándole gracias al chofer. Me interno en la gigante edificación que compone al Manhattan Mall. Observo cada vitrina, esperando que algo me pueda llamar la atención, pero no hay nada interesante así que decido ir a alguna cafetería para tomar un tinto que acabe por completo con el dolor de cabeza. Camino sin mucha prisa hacia una pequeña tienda cafetera que no está a más de veinte metros, cuando he llegado a la puerta de entrada y estoy por ingresar, escucho dos gritos femeninos seguidos por las mismas voces gritando ‘Un fantasma, un fantasma’ y luego en frente mío se planta un chico riendo a carcajadas con demasiada fuerza, sin dejar de mirar a una mesa que tiene un reguero. Levanto la mirada para verlo, pues es más alto que yo. Sus carcajadas se apagan, seguidas de un semblante algo triste y al mismo tiempo que un suspiro se escapaba de sus labios. Rápidamente se compone y mira hacia el frente, dándose cuenta que estoy aquí. Él abre los ojos con sorpresa, y yo me sorprendo por dentro. Veo como se muerde el labio inferior y suelta nuevamente un suspiro, mira detrás de él y aprovecho ese momento para salir corriendo despavoridamente de ahí. Era él… ¡Era él!... Pero, él está muerto… Sigo corriendo hasta encontrar unos baños, donde entro sin importar a quien haya empujado. Me paro frente al lavabo y me hecho una manotada de agua a la cara. Menos mal no me había puesto maquillaje esta mañana, ahora lo agradezco. Él no puede estar vivo, seguramente ha sido un producto de mi imaginación, al fin y al cabo soy diseñadora de interiores, tengo una grandísima creatividad. Sí, seguro fue eso. Me observo el rostro en vidrio del baño público y noto las ojeras que tengo bajo los ojos. Hago una mueca de disgusto. Será mejor que ahora sí me maquille. Termino de maquillarme y salgo del baño, directamente hacia la cafetería en la que antes lo había visto. Al entrar en el local lo registro con la vista de manera disimulada. Suspiro con alivio al no verlo ahí. Sí, había sido parte de mente. Con una sonrisa, tomo asiento en una de las mesas cercanas a la ventana. Sin mucha demora una mesera toma mi orden y se va, comienzo a ver por la ventana a las personas ir de un lado a otro en el mall3. El café no se tarda en estar frente mío, lo cojo sin dejar de ver por la ventana y tomo un sorbo, dándome cuenta que no tiene nada de azúcar. Hago un gesto de disgusto y miro al frente para dejar la taza en la mesa y agregarle azúcar, pero me asusto al verlo nuevamente ahí. — Entonces si puedes verme, ¿verdad? —Pregunta con una resonante voz gruesa, tan característica de él. Agito la cabeza y trato de calmar mi respiración. Él no está ahí, no lo está. Le agrego tres cucharaditas de azúcar al café y comienzo a revolver el contenido, tratando de no mirarlo. — ¿Sabías que es de mala educación dejar a alguien hablando solo? —Vuelve a hablar, recostándose sobre la mesa para mirarme a los ojos, yo le devuelvo la mirada, perdiéndome en esos ojos verdes moteados de miel. Aparto la mirada cuando creo que el café ya ha tomado suficiente sabor dulce. Tomo un sorbo, mirando nuevamente hacia la ventana, deseando poder ignorarlo por completo. — Oye, chica, no me ignores —Siento que la mesa se mueve, pero eso no es posible, él es una creación de mi mente, sería ilógico que si toca algo eso se mueva—. Mira, no sé quién eres, pero eres la única persona que ha podido verme desde que tengo memoria, más bien desde que desperté hace un tiempo. — Oh, ¿en serio? Pff, por favor, eres solo parte de mi imaginación. —Pronuncio entre dientes, no quiero que los demás comensales crean que estoy loca, aunque viéndolo a él, probablemente lo esté. Él alza una de sus cejas bien pobladas y me mira socarrón. — Si fuera solo una alucinación, ¿podría hacer esto? —Dice y seguidamente levanta la mesa por un momento dejándola caer en un golpe seco. Ahogo un grito al ver esto y me aprieto contra el asiento de la cafetería. Él había levantado la mesa, él lo había hecho. Miro hacia la mesa, luego a él y devuelvo mi vista hacia la mesa. Hago esto como cinco veces, incapaz de creer en lo que acaba de suceder. Me tomo el café en rápidos sorbos y dejo la taza en la mesa, voy a mostrador y dejo un billete de veinte dólares frente a la cajera y salgo con demasiada prisa del local. Debo alejarme de él, lo más rápido que pueda. — Sabes, las caras de la gente que estaban en la cafetería fue completamente de risa al verte salir. Tendrás una mala reputación en ese lugar —Escucho otra vez esa voz, miro al lado mío y ahí está él siguiéndome el paso con total tranquilidad y una sonrisa de dientes completos. — Deja de seguirme —Murmuro por lo bajo, lo suficiente algo para que me oiga, o eso creo. — Disculpa, no te oí, ¿me lo repites? Suelto un gruñido, ya hasta parezco animal. Suspiro y hago como que no lo oí. Sigo mi camino a paso ligero hasta salir del centro comercial, seguida de cerca por él. Llamo un taxi y sin demora me subo, él me sigue y se sube cerrando la puerta. Lo miro de reojo, fulminándolo. Calma Lexa, es solo tu imaginación, a pesar de haber levantado esa mesa. — Por favor lléveme a 149 West 45th Street4. —Me dirijo hacia el conductor del taxi. — Si señorita. El auto comienza a dar marcha y yo solo trato de seguir ignorando al que está a mi lado. Luego de cinco minutos en silencio —aproximadamente—, el tonto que está a mi lado empieza a picarme con un dedo en el brazo, probablemente para llamar mi atención. Hago un gran esfuerzo para gritarle que me deje en paz. Inhala, exhala. Inhala, exhala. Saco mi celular para observar la hora y revisar mensajes. Todavía faltaban cuarenta y cinco minutos para las nueve. Seguí revisando mensajes y respondiéndolos a la vez, cuando el auto se detiene enfrente de mi lugar de trabajo. Le doy el dinero al conductor y me bajo, para seguidamente entrar por la puerta principal del prestigioso edificio que pertenece a la empresa en la que elaboro. — Buenos días Lex. —Escucho que dicen tan rápido como entro en el vestíbulo y observo que es Mareia la que me saludó. — Oh, buenos días Mare, ¿cómo amaneciste hoy? —Devuelvo el saludo, acercándome al mostrador para recoger mi tarjeta de empleado, lo que indica que si he venido a trabajar. La miro detenidamente y observo que su cabello hoy es de color blanco. Ella ama cambiarse el color de cabello cada mes—. Te queda bien el blanco, por cierto. Resalta tus ojos. Le guiño un ojo. — Jajaja. Que bien que te guste, Lex. Y amanecí muy bien, gracias por preguntar, ¿y tú? ¿Algo nuevo? —Me mira picarona, ella sabe que fui anoche a La Fosa. — Oh, claro que sí, he conocido a un chico súper guapo que es invisible a los demás, ¿no te parece maravilloso? —Dice él, con un tono de voz chillona, tratando de imitarme. — Yo no hablo así —Digo entre dientes, mirándolo con molestia. Él solo sonríe con inocencia. — ¿Disculpa? ¿A quién le hablas? —Mare me mira confundida. — Eh, a nadie, perdón —Trato de excusarme y le doy gracias por pasarme mi tarjeta de empleado, me dirijo al elevador para poder llegar a mi piso de trabajo. Ya dentro de las cuatro paredes de metal, me recuesto contra una y masajeo mis sienes para disipar un poco el estrés. — Uf, al fin solos… Lex era tu nombre, ¿verdad? —Lo veo ponerse una mano en la barbilla y mirando prácticamente a la nada—. Se me hace conocido, pero no sé de donde… — Lexa —Le corrijo—. Ese es mi nombre completo. Él se encoje de hombros y me mira sonriente. —Mira, no sé si eres el fantasma de Adrián o lo que sea, pero ¿quieres dejar de molestarme? A este paso voy a creer que estoy loca, y no tengo tiempo para lidiar con algo que no es real. Él suelta un suspiro y me mira con seriedad. — Después de lo que pasó en la cafetería, ¿todavía piensas que no soy real? —Suelta una especie de gruñido y se toma la cabeza entre ambas manos—. Soy real, ¿sí? Soy invisible e inaudible a los demás humanos, pero soy tangible —Baja los brazos y toma una de mis manos, acariciando el dorso de mi mano con su pulgar. Es agradable ese gesto—. ¿Lo notas? Puedes sentirme, no soy un producto de tu imaginación. — Pero… Eso no es posible, tú estás muerto. Tú vida acabó el veinticinco de septiembre y ya estamos a once de noviembre —Digo sin pensarlo bien, temblando un poco en el momento que salen las palabras de mis labios. — ¿Muerto? ¿De qué hablas? —Ladea la cabeza, mirándome realmente confundido. ¿No sabe de qué estoy hablando? Estaba a punto de responderle, pero el ascensor se detuvo y comencé a caminar hacia mi puesto de trabajo. Luego tendría tiempo para aclarar todo, ahora tenía cosas más importantes que hacer. Abro la puerta del apartamento y con paso atropellado me acerco a mi habitación para tirarme en la cama. —… Y entonces él dijo que eso la hacía ver gorda y ella le pegó una bofetada, luego no sé qué sucedió, pero enseguida se estaban comiendo la boca como salvajes. En serio, era algo asqueroso ver la baba bajar por la barbilla de ambos… —Escucho un sonido de asqueo y yo suelto un gruñido de exasperación. Todo el día. Todo el infernal día ha estado hablando cosas sin sentido. Joder, que parece una maquina destinada a molestarme la existencia. Tomo la almohada más cercana y así taparme la cabeza, en un intento de amortiguar todo el vómito verbal que sale de su boca. Dios, yo no soy muy creyente, pero has que cierre el pico. ¡Por favor! —… Pero él ya no quería hablar, así que lo tomó del brazo y comenzó a arrastrarlo hacia el baño de los hombros. Obviamente no les seguí, eso hubiera sido asqueroso de ver, ¿imaginas lo que podrían haber hecho ahí? —Ay Dios, ¿ahora de qué está hablando este loco? No lo soporto más y lanzo la almohada que había usado de amortiguadora, esta impacta contra su cara y hace que se vaya de espaldas. — ¿Te puedes callar? ¡Me desesperas! —Le grito con todas mis fuerzas, esperando tener al fin un poco de tranquilidad. — Uy, pero que grosera. Y yo que quería agregarle un poco de diversión a tu vida —Lo miro por el rabillo del ojo, observando cómo se sienta en el piso en forma india. Él hace un puchero y se cruza de brazos—. Mal agradecida. Revoleo los ojos y me acuesto boca arriba, cerrando los ojos disfrutando del tan ansiado silencio. Sin mucha demora llego a sentir un desnivel en el colchón, algo pesado que hace que se hunda por un lado de la cama. Suelto un gruñido contenido, y me volteo de cara al colchón, tratando de no dejar salir un grito de exasperación. Si no me calmaba seguro que lo tiraba a patadas de la cama. Cálmate Lex, cálmate. — ¿Te digo algo? Por alguna razón, me pareces conocida, como si ya te hubiese visto, como si ya nos hubiéramos conocido, como si… Como si…—Volteo mi cabeza para mirarlo y también para poder respirar. Él suelta un suspiro, está recostado mirando al techo y con los brazos detrás de su cabeza, como si fueran una almohada—. No lo sé, es extraño ¿sabes? Imito su acción y también dejo escapar un suspiro. Me reincorporo en la cama y me siento al estilo mariposa. — Hay algo que me inquietó desde que te vi hoy —dijo en un susurro, queriendo tragarme las siguientes palabras—. Tu nombres Adrián Conel, tienes 26 años y… Tú falleciste en un accidente automovilístico el veinticinco del pasado mes, justo el día de tu cumpleaños… Bajo la mirada, esperando las siguientes palabras de él o quizás una risa, lo cual podría ser más probable. Pero nada de eso llegó, me pareció extraño este hecho y levanté la vista para observarlo. Sus ojos habían tomado un color completamente blanco, no había ni pupila ni iris. Me asusté y ahogué un grito de terror, decidí tocar su hombro para que reaccionara, pero su temperatura había descendido de manera espeluznante, parecía que se hubiera congelado, ahí, encima de mi cama. Comencé a entrar en pánico, ¿qué debía hacer? No podía llevarlo a urgencias, es decir ¡Es invisible! Solo me tacharían de demente y seguro que termino con un psiquiatra. Corrí hasta el armario y empecé a tirar toda clase de mantas, cobijas, abrigos que fueran de utilidad para hacerlo entrar en calor. Luego me encargaría de hacerlo volver en sí, primero me preocuparía por el frío abismal que azotaba su cuerpo. “¿Qué? ¿En dónde estoy? ¿Y Lexa?” —Miraba a mi alrededor, sin comprender absolutamente nada. Todo era de un inmenso color azul cielo, ¿no podía ser blanco o negro como en las películas? Además, ¿qué hacía él ahí? ¿No estaba con Lex hace tan solo un segundo? Comencé a caminar sin rumbo alguno. Para donde se mirase solo existía ese tono azulado mezclado con blanco. Y agregándole, comenzaba a hacer frío. Mucho frío. “Adrián Conel, hijo de Michael Conel y Elizabeth McGarden. Nacido el veinticinco de septiembre del dos mil diez. Veintiséis años. Supuestamente fallecido el día de su cumpleaños por los humanos. Especie Iningel. Raza Zafiro. Transformación hace dieciséis días. Recuperación de memoria, inmediatamente.” —Una voz femenina, tipo robótica comenzó a soltar toda clase de información, desconocida para mí, pero en el momento que dijo la última palabra esa misma información fue tomando sentido en un dos por tres, causando un gran dolor en la parte derecha de mi cabeza. Imágenes una tras otra se iban vislumbrando en todo el entorno azulado. Un niño abrazando a sus padres, el mismo niño riendo y luego llorando. El niño creciendo, descubriendo cosas. El niño en la escuela, con una niña que le sonríe mucho. Ahora es un adolescente, descubriendo su cuerpo, compartiendo noches de pasión con la niña que había visto, pero ahora tan joven como el chico. Avergonzándose, siendo retado por sus padres, siendo halagado por sus triunfos. Y así, iban pasando imagen por imagen, recuerdo tras recuerdo que comenzaba a sospechar que eran sus memorias, regresando al lugar al que pertenecían, a su corazón y mente. Y llegó lo último, lo más reciente, el día de su cumpleaños. ~Solo podía pensar en su sonrisa y en lo que la extrañaba después de un mes de estar separados. Ya quería verla, besarla y demostrarle que tanto le había echado de menos. Iba conduciendo el auto en dirección a Nueva York, la ciudad de él y de ella también, donde la conoció y se enamoró, así perdidamente como lo estaba actualmente. La música que llenaba el auto aislaba cualquier sonido que viniera del exterior. Estaba sumergido en la música, cantaba la letra de la canción a todo volumen al tiempo que recordaba esos hermosos ojos achocolatados, como si fueran una bebida caliente en un día helado. Estaba tan concentrado, cantando y pensando en aquella mujer que tanto amaba, que había saltado por completo un pequeño pero no insignificante hecho. Alguien estaba sentado a su lado, alguien con una capucha color azul marino que por la oscuridad parecía ser negra. Al encapuchado no se le veía nada, ni siquiera manos o pies y el orificio donde iba la cabeza era un hueco sin fondo, sin sombras que revelaran algunas características quién era aquella persona. El chico seguía cantando, mirando constantemente el reloj, en unos pocos minutos sería el veinticinco de septiembre. El día de su cumpleaños, y no podía esperar, cumpliría veintiséis años. Faltaba tan solo un minuto. Treinta segundos. Cinco segundos… Tres… Dos… Uno. En ese momento una luz cegadora comenzó a resplandecer dentro del auto, logrando que el joven comenzara a perder el control al conducir. No podía ver, se sentía ciego, era tan resplandeciente que lo único que podía hacer era cerrar los ojos para verdaderamente no perder la vista. La escena mostraba que el encapuchado había desaparecido y el móvil iba a toda velocidad descontrolada hacia un precipicio. No había manera de parar o hacer una maniobra para evitar la caída. La vida del chico iba a terminar, ahí y en ese instante. Pero algo sucedió, justo en el momento que el auto salía volando la luz se apagó tan rápido como apareció, dejando el auto vacío, sin siquiera el chico en él. Había desaparecido, salvándose de una muerte segura. Pero, ¿y él? ¿Dónde estaba?