Buenos días/tardes/noches a todos. Vengo con un original que por fin me atrevo a publicar después de 1554876554557 releídas. Es de género Paranormal Fantasy o Ciencia Ficción, como quiera entenderse, y será bastante largo. Largo tipo libro. Eso es lo que planeo, vamos. Como es verano y no tendré clases así serias hasta el año que viene espero poder acabarlo. Sé que el principio es confuso, pero a lo largo de los siguientes capítulos iré explicando poco a poco el cómo y el por qué de los Akasha y todo lo relacionado con ellos. Hay que tener en cuenta unos cuantos puntos a leer esta historia, primero que nada no está situada en otro mundo/universo. La historia se narra en el mismo mundo y con los mismos acontecimientos históricos (más algunos añadidos). Lo único que cambia es la existencia desde la prehistoria de los llamados 'Akasha', gente con habilidades sobrehumanas. Para no dar mucho spoiler, eso es lo único que diré. He clasificado la historia para adolescentes maduros porque aunque no lo parezca al principio el rating irá subiendo con el paso de capítulos. Se tratarán temas adultos y habrá escenas también, sea por acción o por cualquier otra cosa, que también tendrán cierto contenido adulto. (Siempre respetando las reglas del foro, claro está). Espero que disfrutéis de la lectura. Este es el preludio y bueno, trataré de tener el primer capítulo pronto. Saludos. 21 days of Chaos. —Preludio— Light is meaningful only in relation to darkness, and truth presupposes error. It is these mingled opposites which people our life, which make it pungent, intoxicating. We only exist in terms of this conflict, in the zone where black and white clash. -Louis Aragon. Las cosas bellas nacen para ser apreciadas, observadas por todos. Se crean para traer luz a un mundo lleno de oscuridad; aparecen de forma esporádica ante aquellos perdidos, olvidados, condenados, aparecen e iluminan el mundo, le dan color a todo lo que su mirada toca, otorgan vida a aquellos que han olvidado como vivir. Las cosas bellas aparecen de tantas formas y colores distintos, de una manera tan variada y subjetiva que al final, siempre habrá algo bello para cada uno de nosotros. Para el joven Rol, la cosa más bella que había visto en su vida estaba ahora frente a él sonriéndole como si no hubiera un mañana, mirándole con unos ojos que contenían el mundo. Para Rol no era un qué, sino un quién. Ella era pequeña, frágil y delicada como una flor. Tenía el cabello tan rubio que el sol se reflejaba como un halo a su alrededor, dándole la apariencia de un ángel. Su piel era pálida e impoluta, sus labios llenos y rojos como la sangre. Y sus ojos… Rol nunca había visto unos ojos como aquellos. Eran tan verdes que brillaban como esmeraldas. Realmente parecían dos piedras preciosas reluciendo en su rostro. Ella era perfecta y tal perfección le estaba sonriendo a él, mirándolo como si fuera perfecto también. Se dice que desde el inicio de los tiempos aquellos con grandes espíritus pueden reconocerse entre sí. La leyenda cuenta que entre los grandes Akasha hay conexiones, destinos compartidos; se dice que los Akasha nacen con una gota de sangre que pertenece a la persona que amarán durante toda su vida. Esta gota de sangre ejerce una influencia sobre el Akasha, y cuanto más fuerte sea su espíritu más fuerza ejercerá la gota de sangre de aquel que está destinado a ser su mundo. No era común que dos gotas de sangre se reconocieran a primera vista. No era normal que se llamaran con tanta fuerza desde el primer instante. No era normal que sus cuerpos vibraran con tanta fuerza ni que sus habilidades cobraran vida a voluntad. Para Rol, que todo lo sabía sobre los Akasha, que su sangre hirviera ante la visión de aquella joven no era algo normal. No lo era y sin embargo no le importaba. En aquel momento lo único que de verdad era importante era aquel ángel que brillaba como el mismísimo sol, aquella mujer con la sonrisa más bella que había visto en su vida. Para Orian, Rol era todo lo que alguna vez buscó y nunca encontró. Era alto y con cabellos negros como el azabache, con el perfil de un dios griego, pero a la vez lleno de imperfecciones que lo hacían perfecto. Lo único que Orian podía ver eran sus ojos, dorados como el oro puro, brillantes como el mismo sol. No podía apartar la vista de aquellos orbes que parecían encender su cuerpo en llamas. Su sangre ardía en sus venas, haciendo vibrar su cuerpo como nunca lo había sentido. El mar a sus espaldas rugía furioso, sus olas elevándose cada vez más alto en el cielo. Alrededor del par de Akasha la tierra crujía y reventaba, grandes roturas aparecían donde antes no había nada. Sus habilidades estaban desatadas, pero a ninguno de los dos parecía importarle. Su vida era ahora el otro, sus espíritus estaban completos. No había nada más que ellos dos, nada más que sus miradas encendiendo un fuego desconocido hasta entonces en sus cuerpos. Rol dio un par de pasos, acercándose a Orian. La joven estiró sus brazos y muy delicadamente depositó sus palmas sobre el rosto de su compañero. En el momento en que se produjo el contacto ambos sintieron sus espíritus romperse, su factor akasha desaparecer durante un instante, para luego volver a nacer con tal fuerza que acabaron de rodillas en el suelo. Ambos sabían entonces que desde ese momento compartían un mismo espíritu, una misma voluntad. Ambos compartían el akasha que había en sus cuerpos, podían sentirlo, latiendo como uno solo. Y era perfecto, porque cada uno era el todo para el otro. Rol tomó el rostro de Orian y la besó, porque no había nada más que decir. Mucha gente diría después que el océano entero se elevó en el aire, danzando en el cielo con formas increíbles. Otros dirían que por todo el mundo se sintió la tierra vibrar, que allí donde ellos estaban la tierra se partió en dos. Y todos ellos estarían en lo correcto. Las habilidades de los Akasha Orian Saunders y Rol O'Hara habían cambiado el mundo ese día. Y no solo el mundo, sino también la historia. Se dice que después de su inesperado e increíble encuentro (nunca antes visto) Akashas de todo el mundo acudieron a comprobar con sus propios ojos a la pareja de Betas, se dice que incluso recibieron la visita del único Alpha de aquella época, el mismísimo dios del trueno. También dicen que de aquella pareja nació un hermoso bebé, un hermoso bebé del que se esperaban grandes cosas. Del que se decía cambiaría el mundo. Pero, como todo, la historia de Rol y Orian fue pronto olvidada. -------- — ¿Orian Saunders?— Una voz cansada resonó en la sala vacía. Una mujer de unos 25 años levantó la vista de su móvil. Tenía los cabellos dorados como el oro y los ojos verdes como esmeraldas. También tenía el estómago tremendamente hinchado, como si tuviera un bebé de unos cuantos meses en su interior. Lo que era muy probable, ya que aquella era la consulta de un ginecólogo. —Yo misma. — La joven se levantó de su asiento y recogió su bolsa. Aún con cuatro meses de embarazo se movía como si nada hubiera cambiado. Poseía la gracia de una bailarina, moviéndose de una forma que una persona normal no sería capaz. La enfermera la observó con una sonrisa, Orian era ya una paciente habitual y era algo realmente bello de mirar. —Por aquí, señorita Saunders. La enfermera la guio a través de una serie de pasillos hasta llegar a una gran puerta metálica. Aquella era una consulta diseñada para Akashas, especialmente para mujeres como Orian, mujeres Betas tan escasas y preciadas en el mundo. Y también tan complicadas de tratar durante el embarazo. Para la joven enfermera no era raro que la doctora encargada de Orian fuera una Omega especialmente contratada para tratar con Akashas más poderosas. Casos como el de Orian requerían la atención especial. Con un saludo la enfermera se despidió y siguió su camino en silencio, dejando a Orian en la consulta. La joven llevó sus manos a su barriga, mimándola con amor. —Mi bebé bonito… Dale fuerzas a tu mami, ¿vale?— Orian miró la puerta con una mueca. —Algo me dice que esto no será bonito… —Suspirando, llamó a la puerta con delicadeza y esperó que se le permitiera el paso. Una vez que escuchó la confirmación de la médica entró en la consulta. La mueca ya había desaparecido de su rostro, pero no su preocupación. Sabía que algo le pasaba a su pequeña hija, sabía que había algo diferente con ella. Necesitaba la confirmación de una profesional, pero nada podía contradecir su instinto de madre. Más aun siendo una Akasha con tanto poder como era. —Buenos días, Orian. ¿Cómo te encuentras? — Le saludó la médica. Era una mujer adulta, de unos cuarenta años de edad. El cansancio se le notaba en el rostro, pero también era notorio que en su momento fue una persona muy bella. Tenía el pelo rojo como el fuego y una piel delicada. La joven Saunders se sintió un poco cohibida en su presencia. —Buenos días, Marie. Siento haber pedido una cita de urgencia, pero estoy muy preocupada por mi hija. La doctora la miró con simpatía. Ella había sido una madre joven y podía entender ese tipo de preocupaciones. Marie era una Akasha de nivel Omega y su habilidad era de tipo curación y análisis. Podía detectar cualquier dolencia y ponerle remedio. Además, podía captar el aura de los Akasha, la emisión de su voluntad, su espíritu. Cuanto más factor akasha hubiera en su cuerpo, más brillante percibía dicha manifestación. —Está bien. Levántate y ponte dentro del cuadrado marcado en el suelo. Ahora mismo veremos que no hay nada mal con… Marie se quedó sin habla durante un momento. Orian brillaba con su habitual color esmeralda fulminante, pero su estómago brillaba con una tonalidad diferente. Los bebés no poseían una emisión notoria de akasha hasta su nacimiento. Y eso ya era algo raro. Que la hija de Orian demostrara una emisión estando en su interior era algo que nunca había visto en toda su carrera como médica. Tampoco era algo que hubiera leído en la historia de la medicina o de los Akasha. Lo más increíble de todo aquello era la tonalidad del espíritu del bebé. No era esmeralda como el de su madre ni rojo como el de su padre. Para Marie, mirar hacia el espíritu del bebé era como mirar al sol. Solo había una criatura viviente en aquel momento que brillara de esa forma. La doctora calló de rodillas al suelo ante aquel pensamiento. Aquello era imposible… No podía ser verdad. Hasta el momento nadie sabía cómo o por qué nacían los Alphas, pero sí se sabía que el 99% de ellos eran masculinos. Aquel bebé era una rareza dentro de las rarezas. No solo presentaba las características de un Alpha ya dentro del útero, sino que además era un Alpha femenino. Algo solo visto una vez en toda la historia. La primera Alpha, la madre de todos los Akasha. — ¿Marie? Oh Dios, Marie. Dime que pasa, dímelo. ¿Qué le pasa a mi hija? ¿Está bien? Dímelodímelodímelodímelo… Al ver la reacción de la doctora Orian perdió completamente el control de sí misma. Algo malo pasaba con su hija, algo malo pasaba con su bebé… Su voluntad aplastó los alrededores. Marie no podía levantarse del suelo y las cañerías de todo el edificio y las de todo lo que había en un radio de más de quince km a la redonda estallaron al unísono. Todo lo que poseía agua en ese radio estalló. No las personas, pues por suerte Saunders poseía un limitador. —Orian, por favor, cálmate. Tu bebé está bien. Tu hija está sana y salva. Está viva y sin ninguna enfermedad, no hay nada malo con ella. Por favor, relájate. Marie trató de levantarse del suelo, pero Orian todavía no levantaba su presión sobre su cuerpo. La joven de cabellos dorados poseía una habilidad de manipulación de la realidad y de su propio cuerpo con la cual podía controlar las partículas de agua de todas las cosas. Las personas incluidas. En aquel momento estaba presionando a la doctora contra el suelo de forma involuntaria. Marie percibió que la joven madre estaba demasiado sacada de quicio como para regresar a la realidad en aquel momento. Suspirando, no le quedó otro remedio que usar su habilidad. Además de ver las voluntades de otros Akasha, podía atenuar la intensidad de sus sentimientos. No poseía demasiado factor akasha, por lo cual lo único que podía hacer (y para lo único que lo deseaba, si era honesta) era relajar a las personas o atenuar sus sentimientos negativos hasta volver a las personas a un estado no peligroso. Por eso la habían escogido para aquel trabajo, era la única Omega que sin necesidad de ser poderosa podía controlar a Akashas de niveles mucho mayores. Ante el contacto del espíritu tranquilizador de la doctora, Orian regresó a la realidad. Era como el abrazo de una madre, algo tranquilizador y relajante. En unos momentos percibió lo que estaba haciendo y deshizo el efecto con un parpadeo. El agua volvió a su riego habitual (lo más habitual que puede haber después de los destrozos causados por su estallido) y Marie pudo levantarse del suelo. Orian la miró mortificada. —Oh, Marie, lo siento tanto… Yo… pensé que algo malo le había pasado a mi bebé. Yo no podría vivir si algo le pasara a ella. Saunders se llevó las manos al estómago, frotándolo con amor y cariño. Sus ojos estaban anegados de lágrimas. —Está bien, Orian. Tu situación también me tomó por sorpresa. Ven, siéntate. — Ambas mujeres tomaron asiento. — Deberías llamar a tu marido. Habrá sentido tu desesperación a través del vínculo. Conociéndolo, ya habrá destrozado la mitad de la ciudad en tu búsqueda. — ¿Rol? Oh, dios mío, tienes razón. Si ha sentido lo mismo que yo debe de estar volviéndose loco ahora mismo. — Orian buscó con rapidez su teléfono entre el desorden que era su bolso. —Oh, aquí estás... — La joven pulsó la rellamada y esperó. Después de un par de tonos sin contestación comenzó a preocuparse. —Vamos, contesta… La llamada conectó en ese momento. — ¿Orian? Dios, Ori. ¿Estás bien?, ¿dónde estás? ¿Qué ha pasado? —Rol, cariño. Lo siento tanto, yo… perdí el control. Estoy en la consulta de Marie ahora, creo que deberías venir. Es importante. — Orian miró con preocupación a la doctora. Necesitaba saber qué sucedía con su hija en ese instante. —Dame un segundo. Conseguiré que Manny me teletransporte ahí. Saunders suspiró aliviada. Ese suspiro fue el instante que su marido tardó en aparecer. Lo hizo acompañado de un hombre mucho más bajito que él, un amigo de la pareja desde hacía años. Su nombre era Manny, un Akasha de nivel Omega de tipo teletransportador. Era rubio y de ojos marrones y se veía tan preocupado como su marido. Rol se lanzó sobre Orian y la abrazó con fuerza, con cuidado de no presionar a su hija con su cuerpo. La mantuvo así unos segundos, después se separó y la observó brevemente, comprobando que nada le hubiera pasado. —Estás bien… Si algo te hubiera pasado… Dios, Ori, me has dado el susto de mi vida. Cuando te sentí gritar a través del vínculo… Estabas tan desesperada. Por suerte mantuve el control a tiempo, estuve a punto de derribar más edificios de los que debía. La pareja se rio ante el comentario de Rol. El joven había sido contratado por una empresa que demolía edificios pues, al fin y al cabo, la destrucción era su mayor habilidad. —Lo siento Rol… Lo siento mucho. — Orian se giró hacia Manny, observándolo algo triste, pero agradecida. — Gracias por traérmelo tan rápido, Manny. Eres el mejor; no sé qué haríamos sin ti. —Destrozarlo todo a vuestro paso, desde luego. — El hombre los miró con una leve sonrisa. Percibió el ambiente tenso y comprendió que lo mejor era marcharse. —Espero que no sea nada grave, chicos. Mantenerme al tanto, ¿vale? Con un saludo rápido, el hombre se desvaneció en el aire. Una vez Manny hubo desaparecido la pareja se volvió y observó a la doctora. Marie observaba a ambos con curiosidad. Como siempre que los veía juntos sus voluntades convergían en una sola. Era un color verdoso con tintes rojizos que brillaba intensamente. Lo curioso es que todo aquello mezclado con la luz de sol del bebé le daba un aire celestial a ambos Akasha. —Por favor, sentaos. Tengo mucho que contaros. — La doctora tecleó algo en su ordenador, desactivando los micrófonos de la habitación. Solían estar activados en todo momento en caso de accidente, pero aquel tema no podía salir a la luz. Rol tomó las manos de su esposa entre las suyas. Podía sentir su tristeza por la conexión, era desbordante. Si aquello tenía que ver con las cosas extrañas que habían estado pasando últimamente… —Primero quiero que me cuentes, Orian, qué fue lo que te trajo aquí. Toda información es bienvenida. Saunders apretó las manos de Rol con mucha fuerza. La pareja se miró, comprendiendo qué debían responder. —Desde hace unas semanas, precisamente desde que mi hija comenzó a ser más activa, cosas raras han estado pasando en casa. —La joven Akasha llevó una de sus manos a su estómago para acariciarlo con cuidado. —Cuando mi bebé empieza a dar patadas o se mueve mucho las cosas se rompen, algunas desaparecen o simplemente se distorsionan de formas que no deberían ser posibles. A veces me duele y otras es como si algo increíble sucediera en mi interior. Nunca me había sentido tan viva y eso me preocupa… Marie asimiló la información dada. No podía correr el riesgo de transcribir aquello. No sin asegurarse de que estaba en un lugar seguro y lejos de ojos y oídos. — ¿Eso es todo? — Ante el asentimiento de la madre, Marie se llevó una mano a la sien derecha y la masajeó con cuidado. —Bien. Esa información no era necesaria para el diagnóstico, pero si para esclarecer la situación. Voy a deciros algo y necesito que me escuchéis bien y mantengáis la calma. Nada de descontrol. Debemos ser rápidos ya que probablemente una unidad de los Iron Dogs esté en camino. — Ambos padres compartieron una mirada de preocupación, pero se prepararon para escuchar los que venía. —Orian, en tu interior llevas algo que jamás había visto en mi vida. Solo he sabido lo que era puesto que en la universidad se nos ha enseñado todo lo que se sabe acerca de Akashas. >>Sé que eres consciente de que yo puedo percibir las manifestaciones de las voluntades de los Akashas mediante colores e intensidades. Cuanto más intenso el color, más poderoso es el Akasha... No solo vuestra hija presenta ya una manifestación de espíritu (cosa que los bebés normales solo presentan una vez nacidos), pero además no puedo mirarla directamente. Es tan brillante como el mismísimo sol y eso significa algo grave. Me temo que vuestra hija es… un Alpha. No me preguntéis ni cómo ni por qué, pero estos son los hechos. Es toda la información que poseo hasta el momento. La tierra vibró un poco bajo los pies de los ocupantes de la sala. Rol estaba afectando al edificio entero. La doctora se sintió desfallecer durante un segundo, las voluntades de dos Betas eran algo temible puestas en situaciones tan terribles. Sin perder un segundo utilizó su habilidad para calmar a ambos padres. —Rol, Orian, por favor, debéis calmaros. —Marie tomó con sus manos las de los Akasha, empujando su poder al límite. Rol tomó una larga respiración, deteniendo la vibración del edificio. Orian simplemente estaba en shock, observando su estómago y acariciándolo sin comprender qué estaba pasando. El hombre la miró preocupado, su mente también estaba en extremo confusa, pero antepuso a su esposa sobre sí mismo. —Ori, mírame. Por favor. —La mujer no se movió un milímetro, siguió paralizada en la misma postura. Preocupado en extremo, Rol tomó el rosto de Saunders y la obligó a mirarle. —Orian, te amo, por favor, háblame. Tenemos que superar esto juntos, ¿vale? Juntos, siempre juntos. Con aquellas palabras Orian empezó a llorar desesperadamente en el pecho de su marido. ¿Un Alpha?, ¿cómo en el mundo iba a ser su pequeña hija tal ser? Tenía tanto miedo por ella… Si el mundo se enteraba de que llevaba en su seno al Akasha más poderoso que pudiera haber en la época se la arrebatarían, la asesinarían a sangre fría. Experimentarían con ella… No. No podía permitirlo. Alpha o no aquella era su hija. Nadie iba a ponerle un dedo encima a su bebé. Con lágrimas corriendo aún por sus mejillas Orian se separó de Rol y observó con determinación a la doctora. —Marie, tiene que haber algo que podamos hacer. Nadie debe enterarse del potencial de mi bebé. Nadie. Rol asintió con vehemencia. Protegería a su hija con su vida y más. Haría lo que fuera por ella y por Orian. —Yo no sé qué podéis hacer en este caso… Lo único que puedo recomendaros es que os mudéis a algún sitio tranquilo y con poca población. Algún sitio con un bajo índice de Akashas y de conflictos. Nueva York es un lugar demasiado arriesgado para que permanezcáis aquí. Lo siento, no sé qué más deciros. — Marie se mordió el labio con fuerza. Quería ayudarlos, pero le llenaba de impotencia no poder hacer nada. —No dejéis que los Iron Dogs la encuentren. Roland rompió la mesa de la doctora en un estallido de ira. La doctora se retiró con cuidado; el hombre no había movido ni un solo músculo y la mesa se había reducido a trozos minúsculos e inútiles. —Jamás. Esos perros no pondrán sus zarpas sobre mi hija nunca. Como si tengo que destrozarlos uno por uno a cada uno de ellos. Jamás la tocarán. — El hombre se levantó, tomando a su mujer de la mano. —Sí, nunca dejaremos que se acerquen a nuestra hija. — Corroboró Orian. —Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí y por mi bebé todo este tiempo. Eres una gran médica y mejor persona. Tus consejos y tu ayuda nos han salvado. Yo… te echaré mucho de menos. — Ambas mujeres se abrazaron, Orian se sentía realmente agradecida por lo que Marie había hecho por ella. —No me agradezcas, Orian. No podría llamarme a mí misma Marie Douglas sí no te hubiera ayudado. Os deseo lo mejor. Si alguna vez volvéis a Nueva York, por favor, poneos en contacto. — Marie deslizó una tarjeta con su número y correo electrónico privado además de su dirección personal en el bolsillo de la joven madre. —Gracias, Marie. —Le dijo Rol, tomando nuevamente a su esposa de la mano y dejándole a la mujer un fajo de billetes sobre un estante. —Espero que esto cubra los gastos de los destrozos. —Lo hará. Que La Creadora os acompañe, oh vosotros Los Destinados. La pareja, que ya estaba saliendo, se detuvo un instante ante esas palabras. Hacía años que nadie los reconocía por aquel título. Los Destinados, Rol y Orian los Grandes. La puerta se cerró tras ellos, dejándolos sin oportunidad de preguntar cómo sabía Marie sobre aquello. La pareja lo dejó ir, pues tenían cosas más importantes entre manos. El futuro era negro, pero si alguno de ellos hubiera podido ver sus voluntades, se habrían dado cuenta de que el hijo que habitaba en el vientre de Orian iluminaba hasta el rincón más oscuro. ---------- Los amaneceres siempre eran rojos en California. Rojos e increíbles. Aquel en particular era un panorama que Orian se encontró disfrutando más que nunca. Estaba sentada en la arena, a orillas del mar, contemplando el paisaje y sintiendo la brisa oceánica contra su piel. No había lugar donde se sintiera más cómoda que en el mar, a excepción de los brazos de Rol, por supuesto, pero el océano le proporcionaba la calma que necesitaba cuando quería estar sola. Desde que se habían mudado hace un par de meses Orian se despertaba antes que el sol y bajaba a la laya a contemplar el amanecer mientras escuchaba al mar. Utilizaba sus habilidades también. Controlar el agua era algo que Saunders disfrutaba gratamente, y a su bebé parecía encantarle. Podía sentir sus golpecitos entusiastas cada vez que controlaba el elemento. Era cierto que en ese momento todo el agua que estuviera controlando tendía a hacer cualquier cosa (incluso desaparecer) menos obedecerla, pero eso no hacía que disfrutase menos del momento. Aquel día era temprano, más incluso de lo que acostumbraba a levantarse, pero Orian había sentido la necesidad de salir de la cama y adentrarse en la playa. Rol seguía durmiendo y para ella fue el mejor momento para pensar. Morrigan estaba creciendo a un ritmo normal, ya tenía seis meses y no había demostrado nada más fuera de lo normal más allá de las breves demostraciones de poder a las que ya se había acostumbrado. Su hija poseía un poder aún sin haber nacido con el que miles soñaban. No podía mentir y decir que no temía, porque no era así. Estaba aterrada. Sabía que podían descubrirla en cualquier momento y si lo hacían todo habría acabado. Aún con todo el estrés que la situación conllevaba, Orian era feliz. Su relación con Rol iba viento en popa y su hija no podía hacerla más feliz. No podía esperar a tenerla en brazos. Orian se había prometido ser la mejor madre que podía ser. Amaría, apoyaría y protegería a Morrigan con todo su ser. Sería una buena madre. Con una mano en el estómago Saunders jugó levemente con su elemento. Ella no necesitaba hacer ningún aspaviento para controlar el agua. Su mente era suficiente para doblegar al voluble y poderoso elemento a su voluntad. En aquel momento se decantó por hacer girar dos arcos de agua a su alrededor, tranquila, disfrutando de la belleza del mar. Si todo pudiera ser así siempre… Algo gritó entonces en su interior, sus instintos se volvieron locos y el terror la recorrió de arriba abajo. Todo su cuerpo gritaba y en un instante estaba de pie, con una gigantesca lanza de agua atravesando el muro de concreto que tenía a sus espaldas. Orian retrocedió en un instante, elevándose sobre el mar con ayuda de su elemento. Su lanza había dejado un agujero de varios metros de diámetro en el muro y sin embargo no había escuchado nada. Había apuntado a ciegas, pero podía jurar que algo muy peligroso había estado observándola. —Y sigo haciéndolo. Orian gritó. Gritó como nunca lo había hecho. El mar rugió a sus pies, revolviéndose con locura. La joven madre se lanzó con rapidez lejos, todo lo lejos que pudo. Se impulsó con el agua, deslizándose a cientos de kilómetros por hora por la costa. El terror alimentaba su habilidad. Fuera quien fuera el dueño de aquella voz era extremadamente peligroso y mil veces más poderoso que ella. Orian era una Beta de máximo nivel. Solo había un tipo de Akasha que podía ser más poderoso que ella. Un Alpha. Su corazón se saltó un latido. La sangre se le congeló en las venas. Tenía que salir de allí. Tenía que proteger a su bebé. No podía permitir que un Alpha pusiera sus manos sobre su hija. Mientras literalmente volaba a través del mar lágrimas de terror y desesperación se deslizaban por sus ojos. ¿Por qué no estaba muerta aún?, ¿por qué el Apha la dejaba correr a sus anchas? Si aquel era el famoso Raijin, habría muerto millones de veces antes de saber siquiera que el hombre estaba allí. Se decía que el Dios del Rayo podía moverse a la velocidad de la luz. Si aquel era Raijin… solo estaba jugando con ella. No podía hacer nada. No podía correr. No podía luchar. No podía salvarse. Iba a morir. Su hija iba a morir. No podía dejar que matara a su hija. Tenía que hacer algo. Cualquier cosa. —Nopuedonopuedonopuedonopuedo… Orian se paró con un grito desgarrador, el terror devorando su mente. —ROL— La mujer gritó y gritó el nombre de su marido, destrozada por el miedo y la desesperación. Elevó a su alrededor una barrera de varios metros de espesor. Podía estar rindiéndose ante el terror, pero no iba a irse sin luchar. —Es cierto que tiendo a provocar ese efecto en las personas, pero esto ya es exagerado. — Una voz masculina dijo a su lado, con un tono aburrido e indiferente. Orian se quedó paralizada. ¿Cómo…? —Mujer, no voy a hacerte nada. Ya estarías muerta si así lo quisiera. No me interesas. — La barrera desapareció de la vista de la joven Akasha, así como los kilómetros y kilómetros de mar que podía ver. De alguna forma estaban de nuevo en la orilla, junto a su casa. Rol todavía no daba señales de vida y aquello la tenía aterrada. El Alpha se dignó a aparecerse delante de ella y Orian se quedó sin habla. Aún sumergida hasta al fondo en el miedo la mujer pudo notar que aquel hombre era el significado de belleza y perfección. Era increíblemente alto, con un cuerpo que estaba fácilmente en el pico de musculación humana. Sus facciones eran como las de un dios, ángulos sobre ángulos. Su piel era blanca como el alabastro, sin una sola imperfección. El Alpha tenía el pelo negro como ala de cuervo, largo y desordenado y sus ojos… Eran tan azules que Orian sintió ganas de llorar. Brillaban con demasiada fuerza, eran como dos zafiros ardiendo. La joven madre no podía mirarlos directamente. Orian amaba a su marido. Orian estaba aterrada de aquel Alpha, pero aun así, el deseo primario y brutal despertó dentro de ella. Algo en ese hombre la hacía desear perderse en él. Era la representación de la masculinidad pura. Saunders sintió su rostro arder al ver como el Alpha aspiraba con un poco más de fuerza y una sonrisa aparecía en su rostro. Era evidente que alguien como él podría oler el cambio en su cuerpo. Y eso fue lo que la despertó de su ensoñación. Tenía que encontrar a su marido y sobre todo, tenía que alejarse de aquel ser. — ¿Dónde está mi marido? — Con toda la ira que pudo musitar Orian convocó al océano. El Alpha observó sin ningún cambio en su rostro como a las espaldas de la mujer se formaba una ola de proporciones épicas. Humo salía de ella y no hacía falta mucho pensamiento para deducir que estaba a una temperatura que podría quemar todo a su paso. La vio fruncir el ceño frustrada y supo que el levísimo cosquilleo que sentía era ella tratando de hacerlo implosionar. No pudo evitarlo, el Alpha se rio. Aquel encuentro estaba demostrando ser más entretenido de lo que había pensado en un principio. —Tus poderes son algo increíble, Orian Saunders. No es sorprendente que seas tú precisamente la que lleve en su interior la nueva Alpha. — Con una sonrisa, el Alpha hizo desaparecer la ola, de hecho, hizo desaparecer el agua de todo el Pacífico. Orian calló de rodillas, sus ojos demasiado secos para siquiera utilizar sus lágrimas como arma. Aquel era el poder de un Alpha. Con las pocas fuerzas que le quedaban logró hablar. —Dónde. Está. Mi. Marido. —Tranquila. Él sigue durmiendo. No puede sentirte ni sentir nada de lo que está sucediendo. Para asegurar la vida de tu hija, nadie debe hacerlo. Saunders lo miró perpleja. Se llevó ambas manos al vientre de forma involuntaria. —La vida… ¿de mi hija? ¿No estás aquí para matarla? El hombre la miró como si fuera estúpida. —Mujer, si no hubieras escapado antes de dejarme hablar podríamos habernos ahorrado todo esto. —El Alpha se sentó aparentemente en el aire y la observó. —Estoy aquí para evitar que se descubra que llevas un milagro en tu interior. >>Tu hija es una rareza incluso entre los Alphas. Nunca en nuestra historia ha existido otra Alpha femenina aparte de La Creadora. Esa rareza la hace única. Y ser única la hace peligrosa. Es una suerte que el Raijin haya estado lo suficientemente ocupado como para sentirla. — El hombre sonrió con suficiencia, como si estuviera recordando una proeza que hubiera realizado. A Orian no le costó entender que él era el causante de que el Dios del Rayo hubiera estado ocupado. — ¿Y qué quieres tú de ella?— Saunders no entendía la situación. Él no quería matar a su bebé, pero quién sabe que reclamaría a cambio. —Quiero ocultarla del mundo. —La joven madre se arrastró algunos pasos lejos de él. —Déjame acabar, mujer. Quiero sellarla para que nadie pueda descubrir quién es en realidad. Por lo menos hasta que sea lo suficientemente fuerte que pueda salir a la luz. — ¿Quieres ayudarme? Eso… no me lo esperaba. ¿Y cómo demonios esperas que te crea? Para empezar, se supone que tú no existes. Solo hay un Alpha datado en esta época y ese es el Raijin. ¿Quién eres tú? —Oh. Esa, esa es la pregunta correcta. Solo necesitas saber que yo soy el Dios Oscuro. Debes creerme porque no voy a marcharme sin sellar a tu hija, me lo permitas o no. No tienes opción en esto. — El Dios Oscuro se levantó de su silla invisible y se acercó a Orian. La mujer trató de arrastrarse lejos de él, pero el macho la congeló en el sitio de una mirada. —No voy a dañarla. No va a sentir dolor. — El Alpha se paró a pensar un momento. —No. Puedes. Pararme. Con eso Saunders comprendió que daba igual lo que hiciera. Daba igual que luchara o escapara, aquel hombre iba a sellar a su hija quisiera o no. Ojalá no se arrepintiera. —Si vas a hacerlo, hazlo ya. Quiero que esto termine. El Dios Oscuro solo sonrió ante su respuesta. Sabía que la mujer se había rendido incluso antes de empezar la conversación. Se arrodilló a su lado y la tumbó con una mirada. —Voy a comenzar. —El Alpha levantó su camiseta hasta dejar descubierto en su totalidad el vientre de la joven madre. Con un diente abrió la piel de su dedo índice y dejó que una gota de su sangre cayera en el ombligo de Orian. La mujer sintió algo extraño en su estómago y cuando se levantó a comprobar qué estaba sucediendo su estómago estaba cubierto de marcas oscuras con motivos tribales. —Bonito, ¿eh? — El Alpha ya estaba de pie y a varios metros de distancia. —Desaparecerán de tu piel en cuanto ella nazca. Morrigan nacerá sellada. —El Dios Oscuro tenía el ceño fruncido, como su algo hubiera salido mal. — ¿Qué… qué pasa?, ¿por qué la miras así? —Voy a volver. — Le dijo con un encogimiento de hombros. Tal como llegó el Dios Oscuro desapareció. En un parpadeo Orian comprobó que todo había vuelto a la normalidad. El océano estaba en su sitio, el muro no estaba roto y podía sentir a Roland a través de su conexión. Su hija estaba tranquila en su interior, sin dolor alguno, y el sol aún no había salido. Era como si apenas hubieran pasado unos segundos desde que el Alpha había aparecido. Todavía extremadamente descolocada con lo que había sucedido Orian se levantó y volvió a su casa. Necesitaba desesperadamente una ducha. También tenía que hablar con su marido… Sí, él no iba a estar contento con lo que había pasado. Bajo las gotas de agua de su ducha, la joven madre se permitió pensar en las últimas palabras del Dios Oscuro. "Voy a volver." Para Orian aquello era como una promesa de muerte. Todavía no sabía cuál eran las intenciones de aquel hombre y tampoco quería averiguarlo. Lo que la mujer no vio fue el leve brillo de los tatuajes en su estómago al pensar en el Alpha. ----- Dicen que la noche es el hogar de los monstruos. Dicen que cuando el sol cae las bestias caminan por la Tierra. Y no se equivocan. Aquella noche en particular las nubes ocultaban las estrellas y la luna, impidiendo cualquier tiempo de iluminación. La oscuridad lo devoraba todo, absolutamente todo. Era la noche del 19 de octubre de 2007. Una noche que se recordaría por eones y eones. Un Alpha había nacido ese 19 de octubre. Morrigan O'Hara. La segunda Alpha femenina en la historia de los Akasha. Un Alpha que no había nacido como Alpha sino como algo distinto, algo más. Todo su cuerpo estaba cubierto de tatuajes tribales, todos ellos negros como la noche, todos tan realistas que parecían tener vida propia y moverse a través de su piel. Su parto había sido extrañamente rápido y sin complicaciones. Ni siquiera habían necesitado una partera ni acudir al hospital. Orian había tenido a su hija en la bañera y aunque sí había sentido el dolor de su vida, estaba contenta de que su bebé hubiera nacido sana y sin complicaciones. Los tatuajes habían descolocado a ambos padres, sabían que se manifestarían sobre ella como prueba del sellado, ¿pero por todo su cuerpo? Era una suerte o una calculada coincidencia que su rostro estuviera completamente libre de tinta. O sangre negra. Orian todavía tenía pesadillas con la sangre del Dios Oscuro. Tanto Roland como Orian sabían que debían estar preparados. El Alpha había prometido volver y ninguno de los dos sabía cuándo lo haría exactamente. Desde el nacimiento hacía unas horas de Morrigan, Rol no le quitaba los ojos de encima a su hija. Su mujer estaba descansando, todavía demasiado destrozada como para poder vigilarla, pero Roland sí podía encargarse. La noche era tranquila, algo inusual al no poseer luna y no ser alumbrada por las estrellas, pero tranquila de igual forma. Corría una brisa tranquila que Rol podía sentir a través de las ventanas abiertas. Era ya otoño, pero el calor en California era impredecible. Era una pena que la tranquilidad no durara para siempre. Roland sintió una presión terrible sobre su cuerpo y su voluntad gritó. No le dio tiempo a hacer nada más, pues un instante después caía desmayado al suelo. Sí, una pena que las cosas no pudieran mantenerse tranquilas. Una sombra entró en la habitación en silencio y se acercó a la cuna. Orian se revolvió en su sueño, pero no despertó. La presión de akasha en la habitación era terrible y Morrigan despertó en llantos. La joven tenía una muy leve mata de cabellos dorados como su madre y la piel roja, algo normal después del parto. La sombra recogió al pequeño bulto entre sus brazos, que al primer toque dejo de llorar y revolverse. Por el contrario, incluso abrió sus ojos y sonrió con felicidad al ser que la había cogido. Sus tatuajes brillaron con intensidad, iluminando el rostro de la sombra. Era el Dios Oscuro que, como había prometido, estaba de vuelta. El hombre había estado en lo correcto al sellarla. Había sellado el 80 % de su voluntad, dejando un 20% que ni siendo el poderoso Alpha que era había logrado sellar. La joven crecería siendo indudablemente más poderosa que el resto, pero por suerte nadie descubriría su verdadera naturaleza. El Dios Oscuro observó los ojos de la niña. Eran verdes esmeralda con toques dorados. Parecían joyas encastradas en oro. Simplemente hipnotizantes. En su interior el Dios Oscuro pudo ver el mundo. Con un gruñido el hombre depositó al bebé en su cuna y se recostó contra la pared contigua. No podía dejarla así. No, definitivamente no podía. Una vez más se llevó el índice a la boca y con un afilado colmillo perforó su piel. Su sangre, negra como el azabache, se hizo presente. Agachándose sobre el bebé, el Dios oscuro pintó su rostro. Primero una línea vertical desde un lateral de su barbilla hasta un poco por encima de sus labios. Además, pinto otra línea, esta vez horizontal, sobre el pómulo derecho de la niña. El Dios Oscuro la observó con una sonrisa. —Tú eres Morrigan. Tú eres el Caos. —El Alpha se acercó un poco más y le susurró al oído. —Crece y encuéntrame. Vive. — El Dios Oscuro le puso un collar de ónix puro a la niña con forma romboide. Era demasiado grande para ella en ese momento, pero le serviría pronto, muy pronto. Con esto el hombre desapareció en las sombras de la habitación. La noche siguió siendo igual de oscura y las bestias siguieron caminando libres por la Tierra. Tal vez, solo tal vez, a Roland O'Hara le diera un pequeño infarto al ver que su hija tenía dos tatuajes más, esta vez en el rostro, y un colgante que evidentemente no había estado ahí antes. Eso era un mensaje alto y claro para Rol. El Dios Oscuro siempre cumplía sus promesas.
—Capítulo Uno— "The enemy is within the gates; it is with our own luxury, our own folly, our own criminality that we have to contend." -Marcus Tullius Cicero. i. ─Tienes que estar de broma. Un hombre adulto, de unos treinta años de edad, habló con incredulidad mientras lanzaba un fajo de papeles sobre el escritorio a su derecha. Era alto y robusto, su pelo era rubio y tenía unos brillantes ojos azules. Una barba espesa cubría su rosto, y profundas ojeras llamaban la atención en la palidez de su piel. El hombre mostraba una postura cansada, derrotada. ─Lamentablemente para ti, Eón, no lo estoy. ─Sentado en un pulcro escritorio, un anciano de ojos verdes lo observaba con firmeza. Tenía el pelo blanco y las arrugas surcaban su rostro, pero había un aire de peligrosidad inherente a su persona que no parecía concordar con su imagen de abuelo amable y cariñoso. Si alguien preguntara a sus allegados la única respuesta que recibirían serían sus ojos. Tan verdes, brillantes y sagaces como los de un gato, tan intensos que se decía podían desvelar los más profundos secretos de tu alma. O quizás fueran los poderes mentales. Sí, probablemente fuera eso. ─Tú. No. Me. Estás. Pidiendo. Esto. No. No lo estás haciendo. ¿A quién demonios se le ha ocurrido esta locura? ─ El rubio se llevó las manos a la cabeza, mirando al anciano como si hubiera perdido los cabales. ─Deberías preguntarte por qué te lo estamos pidiendo precisamente a ti, ¿no crees? Además, no estarás solo. Oboro te ayudará. ─ Separando unos papeles de una carpeta que ya tenía preparada el anciano se los mostró. El otro hombre simplemente los apartó de un manotazo y golpeó el escritorio con las palmas abiertas. Colocó su rostro a centímetros del viejo, que lo miraba impasible a través de unos ojos irreales. ─ ¡Eso es aún peor! ¡Me estás asignando un monstruo retirado con los poderes de un dios! ¿Cómo demonios esperas que esté bien con esto, Charles? ─Porque eres Eón y no hay nadie en esta tierra más capaz que tú de cumplir esta misión. Esos chicos te necesitan, Eón. Si no eres tú, sabes que serán los Iron Dogs y… bueno. Ya sabes cómo acabaría. ─ ¿Y crees que asignándome a un antiguo Perro de Hierro como segundo al mando ayudará? Hazte un favor a ti mismo y utiliza ese cerebro híper dotado tuyo, que para algo lo tienes. El primer instinto de ese monstruo será destrozarlos a todos. ─ Con un suspiro el rubio se sentó en una de las butacas frente al escritorio, frotándose las sienes. Aquello no podía estar pasando. ─No estamos hablando de cualquier veterano, Eón. Sabes perfectamente que Oboro no es como el resto. Si no sigue siendo un miembro de los Perros es por algo, ¿no lo crees? ─Sí, porque es un lobo y no un perro, eso es lo que creo. Quitando al Alpha, ese hombre es el ser más peligroso sobre la tierra… ¿y tú quieres ponerlo al cuidado de una panda de críos? ─ Eón no podía creérselo. Estaba seguro de que Charles tenía mejor criterio que ese. ─Precisamente por eso él es el perfecto candidato para este puesto. Hay algunos nombres en esta lista con habilidades… particulares, por decir poco. Y te aconsejaría que no los consideraras críos, la gran mayoría son adultos y un par de ellos podrían… ¿cómo lo dicen los jóvenes de hoy en día?, ¿patear tu culo de aquí a China? Sí, creo que esa es la expresión correcta. ─Charles se atusó la barba en un movimiento calculado y aparentemente aburrido. Se estaba conteniendo de entrar en la mente de su alumno y hacerle aceptar por la fuerza. Sin embargo, el tiempo le había enseñado que la paciencia era la mejor virtud, por lo que borró esa idea de su cabeza. ─Si es así, ¿por qué ponerme a mí al cargo de estos fenómenos? ─ Eón revisó la lista una vez más. Unos cuantos podían darle una batalle difícil, y uno en particular podía destrozarlo en minutos si así lo quería. ─Porque tu penitencia ha expirado. Cuando acabe esta reunión te dirigirás a la torre este para que te retiren el sellado. Una vez que eso pase, muy pocos Akashas en este mundo podrán darte pelea, ¿me equivoco? ─ Le comentó el anciano con una sonrisa. Sabía que eso era todo lo que su antiguo alumno necesitaba. Nada de bien común, nada de ayudar a una panda de inadaptados. No, ese tipo de cosas solo pasaban en los libros y en las películas. En la realidad cada uno se las arreglaba como podía. Tal como había predicho, a Eón se le cortó la respiración. Sus pupilas se dilataron y cada célula de su cuerpo vibró con anticipación. El que retiraran su sellado significaría que por fin podía dejar de ser un débil Omega. Aquella había sido una condición forzada injustamente sobre su persona, algo que se había mantenido por más de tres años y que forzaba su paciencia y cordura al límite. Eón no era débil. Antes del sellado era considerado como un potencial Alpha, si es que eso era posible. Muy pocos Akashas podrían enfrentarse a él y contar el cuento. Ahora, sin embargo, había quedado reducido a un mero Omega por culpa de una acción imprudente y un comité de guerra demasiado severo. Y Charles le estaba ofreciendo libertad. Charles iba a retirar su sellado. Eón quería creer que su moralidad estaba por encima de aquello. Que era un hombre justo y sin una pizca de egoísmo en su cuerpo, pero esa no era la realidad. Necesitaba de vuelta sus poderes tanto como necesitaba respirar. Hacía tres años que no tenía una noche completa de sueño, tres años de horrible impotencia y desesperación. No había manera de que pudiera negarse a aquella oferta. Tratando de enmascarar su incipiente anticipación, Eón se reacomodó en la butaca y miró al anciano con una sonrisa desdeñosa. ─Dime cuándo y dónde. Estaré allí. Charles le devolvió la sonrisa, sus ojos verdes taladrando al joven con una intensidad contemplativa. ¿Era realmente correcto devolverle a aquel hombre la capacidad de ser un dios? Sí, lo más probable es que fuera al infierno por eso, pero el bien común estaba por encima de sus reflexiones moralistas que ya iban tiñéndose de senilidad. ii. Conformismo no era exactamente la palabra que buscaba, pero Eón estaba seguro de que se acercaba bastante. Habían pasado algunas horas desde la extracción del sellado y todavía no había querido levantarse de la camilla y salir de aquel lugar. Es cierto que había conseguido lo que quería y que se sentía vivo otra vez pero, ¿a qué precio? Llevaba horas repasando la lista de personas que tenía que encontrar y aquello no le gustaba nada. Había unos cuantos subrayados por Charles y marcados como importantes. Sin duda los más peligrosos. Eón tenía varias dudas sobre cómo iba a conseguir que esas personas dejaran sus vidas criminales y se unieran a él. Charles tenía un punto, había tanto talento en aquellas páginas que sería un crimen contra la historia de los Akasha eliminarlos a todos. Esas personas eran capaces de grandes cosas, todos los Akasha lo eran. Y más aquellos elementos monstruosos que llevaban tanto tiempo cometiendo fechorías y crímenes de diversas escalas aquí y allá. Eón se permitió una leve retrospección al pasado. Él también había sido joven e incauto, también había vivido su vida al límite, actuando y pensando después. Había sido condenado por ello y severamente castigado, pero había aprendido su lección. ¿Estaba dispuesto a ver como jóvenes (podía verse en cada uno de esos nombres, si era honesto) eran cazados y asesinados sin contemplación, sin una segunda oportunidad? No solo sería un desmesurado desperdicio de talento y potencial, sino que a la larga conllevaría unas consecuencias que no estaba seguro el mundo pudiera soportar. Comenzar una persecución a lo largo de todo el globo que no solo sería en extremo difícil, sino también mortal en muchos casos, no era el escenario ideal. Entendía por qué Charles lo había llamado. Él era el único Akasha lo suficientemente capacitado para manejar a individuos de semejante calibre, además de que su historial lo hacía el candidato perfecto. Él entendía a esos chicos porque había estado en sus zapatos más de una vez. Además, el hombre tenía un punto. La muerte de esos Akashas sería más perjudicial que otra cosa, con ellos vivos podría hacer tantas cosas… Cada una de esas personas era como un ejército en miniatura. Todos ellos juntos podrían hacer una diferencia, enmendar todos los errores que Akashas y humanos por igual estaban cometiendo a cada hora, a cada minuto. Eón se sentó sobre la camilla, cansado de estar recostado. Aquella misión era algo sin precedentes, una situación a la que no se había enfrentado nunca. Además, había obtenido sus poderes de vuelta y no podía esperar a ponerlos en práctica. La energía bullía bajo su piel, rogando por ser liberada. El hombre sonrió y observó la lista con unos ojos demasiado brillantes para ser humanos. Demasiado brillantes para ser cualquier otra cosa que un dios. Sí, la luz iba a brillar en el mundo en los próximos días y Eón no podía estar más contento por esto. Una enfermera decidió entrar ese momento, cortando cualquier cavilación en la que Eón pudiera estar inmerso. La mujer no se inmutó ante el estado de su paciente, denotando una experiencia que pocos humanos tenían. Bueno, lo mejor de lo mejor. Pensó el hombre, mirándola de arriba abajo con solo un deje de discreción. La enfermera, una pelirroja no tan joven, simplemente rodó los ojos. ─Señor Eón, manténgase un segundo quieto mientras le retiro los vendajes. ─ Le dijo con una voz monótona mientras se ponía a trabajar. Con manos expertas retiró la venda de un solo movimiento, dejando expuesta la piel del brazo izquierdo del Akasha. El hombre observó su trabajo con ojos afilados y brillantes. En su brazo derecho no había rastro alguno de la aberración que había surcado su piel en la forma de interminable tinta negra. Era como si jamás hubiera existido. La adrenalina volvía a rugir en sus venas como respuesta a semejante estímulo. Por primera vez en años era libre. Por primera vez en años no tenía miedo. Su boca formó una mueca que mostraba demasiados dientes para ser considerada sonrisa. Era el momento; después de tanto tiempo necesitaba sentir la luz, necesitaba desaparecer y hacerse uno con el mundo. Era su esencia, una necesidad primaria que llevaba insatisfecha demasiado tiempo. Había estado muriéndose de hambre, de hambre de más, por demasiado tiempo. La energía rugía en su cuerpo, de tal forma que éste brillaba a voluntad propia. La enfermera se retiró, dándole espacio al excitado Akasha. ─Muchas gracias, señorita Monroe. ─ Le habló, siempre educado, Eón. ─ Pero tendrá que disculparme. Tengo asuntos muy importantes que atender. Y con eso desapareció. La mujer observó con una mirada contemplativa el borrón de luz que había sido el Akasha hasta un segundo atrás. Curiosa habilidad, curiosa y útil. Indudablemente útil. iii. Eón tardó un instante en llegar a la calle. Un glorioso y efímero instante. Desplazarse a velocidades cercanas a la de la luz era una de las cosas que más había echado de menos. Después de una vida moviéndose más rápido que el tiempo mismo, volver a caminar como un humano común y corriente había sido un gran choque para él; con el tiempo se había acostumbrado, pero él lo consideraba más como que se había resignado. Resignado a ser alguien que no era, resignado a pasar toda su vida pagando por los crímenes de su juventud. Pero ahora eso había acabado, el castigo le había sido retirado y Eón era libre de nuevo. El poder fluía en su interior con la energía de mil soles, haciéndole sentir vigorizado como nunca antes. Era un alivo poder contar con la luz de nuevo, los días de temer a la oscuridad habían acabado. Eran más o menos las dos de la tarde cuando el Akasha salió a la calle. Llevaba dentro del edificio varias horas y no podía esperar a desaparecer del mapa para disfrutar de sus habilidades de nuevo. Aunque, como todo en esta vida, las cosas no fueron como él deseaba. En algún momento entre su salida del edificio y su primer paso, la realidad se partió en dos. Bueno, no exactamente la realidad. Para un humano normal, el suelo y el cielo mismo se quebraron en mil pedazos, como si de un espejo se tratase. Para un Akasha tan poderoso como Eón, las cosas sucedieron algo distintas. El tiempo se ralentizó en sus ojos y pequeñas brechas se hicieron visibles en el tejido de la realidad misma. Pequeñas brechas que comenzaron a expandirse, generando una extraña vibración en el Akasha que le impedía moverse a la velocidad que él deseaba. ¿Qué estaba sucediendo? En sus más de treinta años de vida Eón nunca había visto algo como aquello. Por suerte, el tejido espacio-temporal aguantó y las roturas no hicieron ningún daño irreparable. Sí, el suelo se partió en dos como si un terremoto hubiera arrasado el lugar y sí, el cielo se quebró como si realmente pudiera hacerlo, dejando caer trozos con semejanza a un espejo, que se rompían en mil pedazos al impactar contra la tierra. Pero la realidad aguantó, se necesitaba más, mucho más para fracturar de forma irreparable algo como eso. Sin embargo, también se necesitaba el poder de un Alpha para llevar a cabo lo que acababa de suceder. El tiempo volvió a su estado normal ante los ojos anonadados de Eón. Las personas normales corrían a buscar refugio, presas del pánico. Los Akashas presentes se prestaban a ayudar en lo que podían, retirando escombros y calmando a los Nulls. Todo era un caos, con edificios derruidos y trozos de tierra eliminados del mapa, como si nunca hubieran existido. ¿Qué clase de Akasha podía provocar eso? No el Raijin, de eso estaba seguro. Eón había estado cara a cara el con el Dios del Rayo y sabía que el Alpha no podía manipular la realidad de esa forma. Era cierto que sabían poco de los Alphas, pero sí tenían el conocimiento de que los Alphas no podían cambiar sus habilidades a voluntad. Nacían así y nunca cambiaban a lo largo de su vida. Eso solo podía significar una cosa, una opción tan terrible que el rubio no se atrevía a barajar. Simplemente no era posible, y si lo era… Tenían un problema grave. Un problema de talla mundial. “Tu misión empieza ahora, Eón. Encuentra a esos chicos, encuéntralos y detén al culpable de esto.” La voz de su maestro resonó en su cabeza, alta y clara. No era sorprendente que el viejo estuviera vivo, ni que el edificio donde se encontraba no hubiera sufrido daño alguno. Era el ex director del consejo de guerra de los Akashas por una razón y esa no era su cara bonita o su perspicacia. Eón sabía que de no ser por su habilidad de moverse casi tan rápido como la luz el viejo podría reducir su mente y todo en cien kilómetros a la redonda a cenizas. La risa de Charles se hizo audible en su mente; por supuesto que iba a estar escuchando sus pensamientos, no era nada raro, ironizó el Akasha con diversión. ─No te preocupes, viejo. Vamos a cazar a ese bastardo. Dejando toda la destrucción atrás, Eón se desplazó con la luz. Para él, la realidad se ralentizaba de tal forma que incluso se detenía. Todos los cuerpos tardan cierto tiempo en desplazarse de un lugar a otro, pues su velocidad varía tanto como la energía que precisan para ponerse en movimiento. Desde la perspectiva de Eón, que podía mover las partículas de su cuerpo de una manera similar a cómo los fotones se desplazaban, el mundo se paraba completamente. Nada podía moverse tan rápido como él y por eso le daba la impresión de que todos se detenían a su paso. Para el resto del mundo, verle pasar no sería más que ver un leve rayo de luz reflejado en un escaparate, en unas gafas de sol o en el capó de un coche. Nada más que eso. Y eso era justamente lo que Eón adoraba de su habilidad. La capacidad de desplazarse sin ser visto o notado por nada ni nadie. La capacidad de moverse tan rápido que sólo unas pocas personas en el mundo podrían parar un ataque de su parte. Dentro de su piso, el hombre suspiró. Algunas de esas personas iban a formar equipo con él y eso no era muy agradable. Las necesitaba, de eso estaba seguro, pero eso no hacía la misión ni un ápice más sencillo. Eón no tenía ni idea de cómo iba a tratar con Akashas de tan alto nivel que, por si fuera poco, habían sido catalogados como criminales problemáticos. Recogiendo la mochila que siempre tenía preparada en caso de emergencia, Eón se sentó en el sofá con un café y la carpeta de información. Otra de las ventajas de moverse tan rápido es que podía hacer todas sus tareas cotidianas en un instante ─aunque para él tardara un tiempo ‘normal’, pues muchas veces no se percataba de que había comenzado a moverse como la luz─, esto incluía comer, ducharse, vestirse y limpiar, entre otras cosas. La lista le indicaba el orden en el que debía proceder para que la misión fluyera de forma óptima y eficaz. Para Eón eso solo significaba una cosa, encontrar primero a los que estaban bien de la cabeza y después encargarse juntos de los trastornados. Sí, eso sonaba como un buen plan. Oboro. (Lobo de Hierro) (H) Akasha. Beta de máximo nivel. Amenaza nivel mundial. Antiguo miembro de los Iron Dogs. Habilidad cortante. Proceder con extrema precaución. No se le imputa ningún crimen. Reese. (La Hacedora de Milagros) (M) Akasha. Omega de alto nivel. No es considerada una amenaza. Pacifista. Sanadora. Proceder con normalidad. No se le imputa ningún crimen. Mikk. (El Relojero) (H) Akasha. Beta de alto nivel. No se tienen datos sobre el tipo de amenaza que representa. Habilidad espacio-temporal. Proceder con precaución. Crímenes menores, hurto, traspaso de propiedad privada, alteración de resultados de diferentes eventos, evasión y falta de respeto ante las autoridades. Diversas entradas a prisiones de todas partes del mundo; no existe celda que pueda contenerlo. Eric. (Transporter) (H) Akasha. Omega de alto nivel. No se tienen datos sobre el tipo de amenaza que representa. Teletransportador. Proceder con precaución. Crímenes menores, hurto, traspaso de propiedad privada, falta de respeto ante la autoridad, colaborador de varios escapes de prisión. No existe celda que pueda contenerlo. Maya. (Danzarín Rostro) (M) Akasha. Omega de alto nivel. No se tienen datos sobre el tipo de amenaza que representa. Control total sobre su propio cuerpo y leve control sobre el de los demás. Proceder con precaución. Crímenes menores y mayores, hurto, falsificación y suplantación de identidad, rotura de la seguridad nacional, traición, tráfico humano. Diversas entradas en prisiones de todo el mundo; experta escapista. Isabella. (La Carnicera) (M) Akasha. Omega de nivel medio. Amenaza nivel ciudad. Poder sobre la sangre de todos los seres vivos. Sanadora. Proceder con extrema precaución. Crímenes mayores, asesinato, amenaza e intimidación, falta de respeto ante las autoridades, participante en diversas misiones violentas no autorizadas. Múltiples ingresos en prisión; pocas celdas pueden contenerla. Estado: Desaparecida. Ibara. (‘La Defensa’) (M) Akasha. Beta nivel mínimo. Amenaza nivel ciudad. Habilidades defensivas. Leve control sobre la materia. Proceder con normalidad. Crímenes menores, hurto y homicidio en defensa propia. Morrigan. (La Ira) (M) Akasha. Beta de máximo nivel. Amenaza nivel mundial. Control total sobre la materia. Habilidad espacio-temporal. Extremadamente peligrosa. Proceder con extrema precaución. Crímenes mayores, asesinato múltiple, amenaza e intimidación, destrucción de propiedad pública y privada. Abuso de su habilidad Akasha, negación múltiple a pasar por el registro obligatorio de Akashas. Falta de respeto a la autoridad, asesinato de civiles y miembros de fuerzas del orden. Fugitiva. Ha ingresado en prisión un total de dos veces, en ambas todo el personal (y el resto de reclusos) fue encontrado muerto y las instalaciones destrozadas. No existe celda o prisión capaz de contenerla. Evanion. (Rey de Fuego) (H) Akasha. Beta de nivel promedio. Amenaza nivel país/continente. Control sobre el fuego y el calor/temperatura. Proceder con precaución. Crímenes menores, hurto, homicidio en defensa propia, amenaza e intimidación. Uso inadecuado de sus poderes akasha. Falta de respeto ante las autoridades, partícipe de múltiples peleas a gran escala y causante de destrucción de propiedad privada y pública. Stavros. (Rey de Hielo) (H) Akasha. Beta de máximo nivel. Amenaza nivel mundial. Control sobre el hielo y el frío/temperatura. Proceder con extrema precaución. Crímenes mayores, genocidio, asesinato en todos sus grados. Destrucción de propiedad privada y pública. Falta de respeto por las autoridades, partícipe no autorizado de guerras y miembro honorario de diversas guerrillas a lo largo del mundo. Mercenario. Múltiples ingresos en prisión, todos ellos acabados en la destrucción completa de las instalaciones y en la muerte de funcionarios y reclusos por igual. No existe celda o prisión capaz de contenerlo. Eón dejó el fichero sobre la mesa y se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo se supone que iba a conseguir que esas personas le ayudaran? Las primeras personas de la lista se veían como un objetivo sencillo; quitando el hecho de que el rubio no quería tener nada que ver con ‘El Lobo de Hierro’, ese hombre colaboraría. Más aún si ya estaba sobre aviso. La sanadora, Reese, probablemente fuera bastante sencilla de reclutar también. Junto con Oboro, eran las dos únicas personas sobre aviso de su llegada. Ambos habían decidido ayudarlo y habían dado su confirmación a Charles, lo que hacía las cosas más fáciles. Eran los otros Akasha los que le preocupaban. Muchos tenían habilidades increíbles y algunos estaban considerados amenazas ‘mundiales’, la gran mayoría habían cometido crímenes que podían llevarlos directamente a ejecución. En los labios de Eón se formó una mueca viciosa, impaciente. Sus ojos volvían a brillar con la luz de mil soles, todo su cuerpo temblando con anticipación. Hacía mucho tiempo que no se le presentaba un reto así, hacía mucho tiempo que no poseía el poder para hacerle frente a algo así. Por fin tenía vía libre para enfrentarse a algunos de los Akashas más poderosos de la época. Oh, cómo iba a disfrutar de eso. iv. Era bastante tarde cuando Eón llegó a Hokkaido. Había salido de su piso en Nueva York relativamente temprano y había tardado un parpadeo en llegar a la isla nipona, pero la diferencia horaria era importante. El Akasha ya había pensado en eso con antelación y una habitación a su nombre ya lo estaba esperando, por lo que esa fue su siguiente parada. Había llegado a la pequeña ciudad de Mori poco después de la una de la madrugada y, como era de esperarse, el lugar era una tumba. Ni un alma circulaba por las calles y una densa bruma lo cubría todo. Eón simplemente caminó a través de ella sin ninguna complicación, quería contemplar el área en vez de pasar por ahí a la velocidad de la luz. Quién sabe si luego el conocimiento sobre el lugar le ayudaría. Charles le había dicho que el ex general Oboro estaría en esa ciudad y de que éste estaba avisado de su llegada, pero no le había dado más detalles, ni una dirección exacta o una hora acordada; nada. ¿Cómo esperaba su mentor que encontrara al Akasha? Podía recorrer todo el área en apenas un parpadeo y aun así no encontrarlo. Se supone que el hombre era uno de los cambiados más poderosos de la historia. Tendría que confiar en que el Lobo de Hierro lo encontraría. Eón tenía muy presente que Oboro sabía que estaba en la isla, probablemente lo había sentido en el instante en el que emprendió el viaje. No sería raro, pues un instante es lo que había tardado en llegar a la pequeña prefectura japonesa. Lo más probable es que ahora mismo lo estuviera observando, midiendo sus habilidades. Ninguno de los dos se había topado con el otro antes, lo cual era sorprendente. Ambos habían participado en la Guerra Primigenia, en el mismo bando incluso. Siendo ambos los betas más reconocidos, lo normal sería que se hubieran visto las caras por lo menos una vez. Pero pensándolo fríamente, tenía sentido que aquel fuera su primer encuentro. Ambos eran jóvenes e impulsivos en la Primigenia; que dos seres tan poderosos se encontraran en aquella época habría resultado en desastre, se mirara por donde se mirara habrían acabado destrozándose el uno al otro. Sería una suerte si eso no pasaba ahora. El hombre caminó a través de la niebla, sintiendo la luz bajo su piel vibrar con anticipación. Eón disfrutaba de la batalla y ante la promesa de un enfrentamiento contra alguien de su calibre, no podía evitar sentirse emocionado. Sus poderes habían vuelto y estaban al máximo, sin duda disfrutaría muchísimo… Una sensación helada apareció de repente en sus venas. El Akasha se detuvo instantáneamente, la sonrisa socarrona congelada en su rostro y sus ojos abiertos al máximo. La luz en su cuerpo rugió con violencia, pujando por salir. El hombre sintió sus ojos brillar y su instinto gritar; no era que el peligro se avecinaba, no, el peligro ya estaba allí. Lentamente Eón se dio la vuelta, haces de luz blanca deslizándose entre sus dedos. Así que así era la sensación de encontrarse a un dios, ¿eh? Con el ceño fruncido buscó entre la niebla. Sus iluminados ojos la traspasaban sin problema alguno, pero aun así no era capaz de señalar la situación del Lobo de Hierro. Sabía que estaba ahí, pero su presencia era tan arrolladora que se sentía como si estuviera en todas partes. Bien, si el perro quería jugar él no se quedaría atrás. El Akasha ralentizó su respiración y dejó de concentrarse en sus alrededores para buscar dentro de él. Todos los Akasha nacían con una voluntad distinta a los humanos normales, una voluntad que en algunos casos era tan terriblemente poderosa que podía ser utilizada en el plano de la realidad. Solo los Akashas más poderosos eran capaces de utilizar su voluntad como un arma de control, y como beta de máximo nivel, Eón se encontraba entre ellos. Para Eón el mundo se ralentizó, como si hubiera entrado en la luz y se desplazara con ella. Estaba quieto en realidad, inmerso en su mundo interior. Allí encontró a la bestia, confinada entre barrotes de pura luz, tan brillantes que dolía mirarlos. Pero no a él. El Akasha se vio caminando hasta la enorme celda con la mano extendida, vio sus dedos atravesar la luz de los barrotes… Y entonces estaba de vuelta. Su voluntad se manifestó como una tormenta. El aire a su alrededor se comprimió terriblemente y el suelo se agrietó un instante, al siguiente estaba destrozado. Sus ojos brillaban con la fuerza de mil soles, con la fiereza de una bestia desatada. La niebla se había disipado completamente, dejando su figura iluminada en el centro de la plaza, como si de un dios se tratase. Oboro no dejó pasar la provocación. En un instante Eón se había apartado de la trayectoria de un corte fatal, el vacío rozando su mejilla. El rubio esquivó un segundo ataque y se situó sobre un tejado cercano, observando desde la seguridad que le proporcionaba su velocidad inigualable qué había sido de la plaza. El vacío había devorado el terreno. Los lugares que habían tomado los ataques de Oboro simplemente habían dejado de existir. Cortes enormes y negros recorrían la zona de lado a lado, pero no eran cortes normales. Se sentían como si la materia cesara en ellos, como si solo hubiera pura nada. Como si la energía que caracterizaba a cada uno de sus átomos hubiera sido destruida. Un escalofrío recorrió al Eón, el Lobo de Hierro no solo podía destruir la materia, sino también destruir la energía inherente a la misma. Físicamente hablando, eso era imposible. Bueno, también era imposible que él pudiera moverse a la velocidad de la luz. Con una sonrisa que parecía más una mueca violenta que otra cosa, Eón salió del plano en el que viajaba a tal velocidad y regresó a la realidad, solo para toparse cara a cara con lo que parecía ser el filo de una espada enorme y con los ojos grises más vacíos que había visto en su vida. Gruñendo, Eón evitó el corte y se lanzó hacia adelante, sus manos emitiendo una luz cegadora. Al mismo tiempo Oboro se retiraba levemente para conseguir espacio de movilidad, llevando sus manos hacia arriba al mismo tiempo que Eón le apuntaba con su luz. Luz y vacío chocaron en una batalla de dioses, generando una explosión de proporciones terribles. Por primera vez en toda su vida, Eón se sintió morir. Era una sensación indescriptible, como si estuviera siendo arrastrado a la nada, como si el vacío lo estuviera devorando. El rubio era levemente consciente de sus alrededores, sabía que estaba tirado sobre un tejado y sabía que no estaba herido, pero no podía evitar sentirse flotar en la negrura. Un pitido sonaba y sonaba en sus oídos mientras él trataba de salir de la inconsciencia. La bestia en su interior rugía encolerizada, negándose a permitir que su otro yo muriera, porque si Eón moría, la bestia moriría con él. Su voluntad volvió a poner en funcionamiento su corazón, su cerebro y todos los órganos que necesitaba para sustentarse. Eón fue sacado violentamente de la inconsciencia, sintiendo un dolor terrible en todo su cuerpo. Instantáneamente sintió la necesidad de gritar, pero no había voz para hacerlo. Su cuerpo no le respondía como él quería. Estaba vivo, ¿pero cómo había sobrevivido a la muerte? Una voz grave y seria habló a sus espaldas, sorprendiéndolo. El Akasha estaba tan confundido que ni siquiera lo había sentido llegar. ─Habrías muerto de no ser por la gran cantidad de factor akasha que reside en tu cuerpo, Maldecido. Aquel apodo le hizo hervir la sangre. ¿Cómo se atrevía…? Su castigo había terminado, los sellados sobre su cuerpo habían desaparecido y volvía a ser un beta de máximo nivel, como el Lobo de Hierro. Con un enfado pocas veces visto sobre su persona, Eón levantó el torso lentamente y se giró para mirar al de pelo blanco con odio. Sus ojos brillaban de nuevo como estrellas, sin pupila, siempre que su rabia alcanzaba límites insospechados sus ojos se volvían dos cuencas que emitían luz roja, como faros iluminando la noche. Oboro tuvo la celeridad de reírse ante esto, provocando aún más al rubio. ─Voy a devorarte vivo, bastardo. ─La rabia salía en oleadas de su cuerpo, dándole la energía necesaria para erguirse. Lo que no duró demasiado, pues una enorme presión lo tumbó de un golpe en el tejado. Oboro estaba ahora a su lado, mirándolo con una sonrisa socarrona. ─¿Pasa algo, Maldecido? ¿Es que acaso no puedes levantarte? ─El hombre de pelo blanco y ojos grises lo miró entretenido, su cuerpo en perfecto estado, sin un solo rasguño y ni un solo pelo fuera de lugar. Esto enfureció a la bestia que residía dentro de Eón, que con un rugido destrozó los barrotes que la contenían, tomando el control del Akasha. Oboro solo tuvo tiempo para sacar la espada de su vaina antes de que el mundo se convirtiera en luz. v. Eón despertó en oscuridad total. Todo su cuerpo dolía terriblemente, como si un tren le hubiera atropellado. No sabía dónde estaba ni qué había pasado cuando perdió el control; solo recordaba ver salir a su bestia sin poder hacer nada para evitarlo, y después… Vacío. Oscuridad. Ahora se encontraba en algún lugar caliente, ¿tal vez una cama? El Akasha trató de abrir los ojos, pero sus párpados pesaban toneladas. Forzándose a abrirlos, finalmente fue capaz de levantar sus párpados levemente, encontrándose con más oscuridad. Esta era más leve, menos asfixiante. Todavía era de noche, dedujo. Una leve luz ambiental se colaba por una pequeña ventana circular a su lado, las estrellas brillaban intensamente. Aquello solo podía significar dos cosas, o había estado desmayado relativamente poco o llevaba fuera más de un día. Eón no estaba seguro de qué era peor. Todo su cuerpo se sentía pesado, agarrotado. Probablemente llevaba en la misma posición bastante tiempo. Sus músculos no respondían correctamente, pero por lo menos podía mover los dedos de pies y manos. Como había deducido, estaba en una cama. Un futón, para ser más exactos. ¿Cómo había llegado ahí?, ¿dónde estaba? Utilizando una fuerza que pensaba que se había agotado, el joven rubio logró mover poco a poco sus músculos. Primero las manos y pies, luego los brazos y piernas y, finalmente, el torso y la cabeza. Se irguió lentamente, su cuerpo protestando en respuesta al movimiento. Gruñendo y con pocas ganas de seguir con aquella tortura, Eón se levantó. Fue un esfuerzo titánico para sus músculos, ahora todo el cuerpo le ardía como si hubiera fuego dentro de él. Ignorando el dolor el Akasha inspeccionó los alrededores, percatándose de que estaba en una pequeña habitación tradicional japonesa. Su futón era lo único que ocupaba la estancia, el resto estaba completamente vacío. Eón se extrañó, no sentía ninguna presencia en las inmediaciones, pero tampoco creía estar solo… Estaba muy confundido, no sabía dónde estaba ni cómo había llegado ahí. Nadie parecía estar vigilándolo, tampoco había ninguna restricción que pudiera sentir, por lo que podía usar sus poderes perfectamente. Quien lo hubiera traído a ese lugar estaba seguro de que no representaba una amenaza. Oboro. Con una mueca en los labios Eón salió a trompicones de la habitación. ¿Dónde estaba ese bastardo?, ¿por qué lo había traído a ese lugar? Los pasillos estaban en las mismas condiciones que la habitación en la que había despertado, completamente vacías, sin adorno alguno. Parecía un lugar muy impersonal, no una vivienda… Por supuesto, el Lobo de Hierro no lo habría llevado a su casa. La luz de las estrellas se colaba por las ventanas, todas ellas abiertas e iluminando la oscuridad que parecía estacionarse en esa casa. Eón no tardó demasiado en llegar a lo que parecía ser el centro de la casa, conocía esa disposición. Un jardín interior que se situaba en el centro exacto de la planta única de aquel lugar. La luz brillaba ahí, las estrellas brillaban muy intensamente aquella noche. Eón se preguntó si era consecuencia de la liberación de su bestia. Una figura se hallaba en el jardín, pero no la que esperaba. Se encontraba de espaldas a él y, para su sorpresa, no era un hombre. Una mujer de largos cabellos negros estaba sentada en uno de los bordes anteriores al jardín, observando el cielo con calma. Eón trató de leerla con cautela. Era un Akasha, de eso estaba seguro, pero no podía descifrar su nivel. Estaba demasiado exhausto como para hacer una lectura más profunda, pero la mujer no le parecía una amenaza. Se acercó a ella lentamente, permitiendo que notara su presencia. Ella no se movió del sitio, ni se tensó o hizo absolutamente ningún movimiento. Aquello alertó levemente al rubio, la mujer ya sabía que él estaba ahí antes de que decidiera a darse a conocer. Pensando que tal vez su juicio estaba equivocado, Eón dejo que la luz se escurriera levemente entre sus dedos. El ambiente se hizo ligeramente más pesado, crepitando con su poder, pero ella seguía inalterable. Cuando Eón estuvo a su lado, la mujer simplemente giró la cabeza en su dirección, mirándolo impasible. El mundo se detuvo durante un instante. Aquella mujer era la más bella que había contemplado en su vida. Tenía unas facciones tan finas que daba la impresión de que si sonreía se rompería. Sus ojos eran grandes y marrones, llenos de vida. Y sus labios… eran de un rojo tan intenso como la sangre. Eón había visto mujeres hermosas antes, pero ninguna con la presencia que aquella Akasha poseía. Era como si algo la empujara hacia ella, sus instintos colapsando por primera vez en toda su vida. Eón no sabía cómo reaccionar, qué decir. Notando esto, la mujer le sonrió y señaló un espacio a su lado, indicándole que se sentase. ─¿Por qué no te sientas, Eón? ─ Sus gráciles labios se movieron al compás de sus palabras, su voz melódica despertando algo que Eón creía muerto. Sin saber exactamente por qué, el Akasha se encontró sentado a su lado, observando las estrellas como ella. El silencio perduró durante algunos minutos, pues el hombre no era capaz de llevarse a hablar, a decir algo, cualquier cosa. Estaba demasiado cansado como para razonar, pero se obligó a mantener la cabeza fría. Tenía una misión y se encontraba en un lugar desconocido. Necesitaba respuestas. ─¿Dónde estoy? ─ le preguntó con simpleza, sin despegar la mirada de las estrellas, demasiado brillantes como para ser normales. Ella simplemente lo observó con una sonrisa cómplice, como si hubiera estado esperando que él hablase primero. ─Todavía te encuentras en Mori, simplemente a unos cuantos minutos de la ciudad. ─ La Akasha lo observó con interés, Eón también había despertado su curiosidad. Era un hombre alto, musculoso y rubio. Tenía unos ojos azules que brillaban como dos piedras preciosas y un rostro anguloso, como si lo hubieran cincelado. Su voz era grave y profunda, con un lado peligroso. Todo él gritaba peligro y ella lo sabía. Al fin y al cabo, esa era la razón por la que estaba allí. Antes de dejarlo responder, la joven respondió. ─Mi nombre es Reese, aunque probablemente me conozcas como La Hacedora de Milagros. Oboro me trajo aquí después de vuestra pelea para sanarte. La liberación de todo tu factor akasha te había dejado aún más dañado que el propio Lobo de Hierro. ─ Reese habló con seriedad, su voz firme y sin un ápice de vacilación. ─ Has estado a punto de morir, Eón. Si Oboro no hubiera ido a buscarme ya estarías muerto. El silenció reinó después de aquella revelación. Eón simplemente la miró con asombro, ¿cómo era aquello posible? Se supone que La Hacedora de Milagros vivía en Londres, a miles de kilómetros de donde se encontraban. ¿Y por qué lo había ayudado? Oboro podía haberlo dejado morir, para todo lo que importaba, él podía perfectamente continuar con la misión sin necesidad de su presencia. ─¿Por qué?, ¿por qué me ayudó ese bastardo? ─ Le preguntó con rabia Eón. ─Aunque no lo creas, él no es un monstruo sin sentimientos. Recuerda que tenemos una misión que cumplir y tú eres una parte clave de ella. ─ Respondió Reese con severidad, mirándolo con tal intensidad en sus ojos que Eón sintió la necesidad de retirarse. ─¿Por qué nos llevó a esto entonces? Si hubiera colaborado en vez de lanzarse a la lucha sin pensarlo, no estaríamos aquí. ─¿Él se lanzó a la lucha?, ¿estás seguro que no fuiste tú quien empezó? Eón la miró con sorpresa y la realidad calló sobre él como un peso de miles de toneladas. Era cierto, él había provocado la pelea. Él lo había obligado a salir de donde fuera que se estuviera escondiendo con aquella manifestación de su voluntad. Era normal que Oboro hubiera reaccionado como lo hizo. ─¿Cómo es que estás aquí? ─ Le dijo finalmente, con la derrota pintada en la mirada. Esta vez fue el turno de Reese de sorprenderse, pensaba que iba a encontrarse con un beta orgulloso y terco, no uno que aceptara sus errores tan fácilmente. Retomando la compostura como pudo, la médica le respondió. ─Eso no es algo que tengas que preguntarme a mí. ─ Con un cabeceo le indicó una sombra en el otro lado del jardín. Eón se levantó en un instante, mirando con cautela al hombre. Oboro dio un paso a la luz, revelándose. A esa distancia se veía muchísimo más alto, pensó Eón. Medía casi dos metros como mínimo y su cuerpo estaba extremadamente construido. No era que fuera musculoso, simplemente estaba en otra liga. La definición muscular que tenía indicaba que su cuerpo estaba en la cumbre de potencial humano. Fibra sobre fibra, el Lobo de Hierro parecía inamovible. Tenía el pelo blanquecino y los ojos grises, tan grises que podía ver a través de ellos. Eran profundos, pero Eón dedujo rápidamente que esas profundidades estaban vacías. El hombre vestía ropas tradicionales, pero parecían adaptadas al combate. Una katana reposaba en su cadera izquierda, dándole el aspecto de un samurái sacado del período Edo. Ambos hombres se estudiaron, midiendo las intenciones del otro. Oboro parecía tranquilo, evidentemente confiado en poder reducirlo si fuera necesario. Eón no entendía como el Akasha podía haber sobrevivido a una explosión de la totalidad de sus poderes. No, cómo la había contenido para que no destrozara el mundo. ─¿Cómo? ─ Le preguntó simplemente, la culpa pesando fuerte en su pecho. Si Oboro hubiera sido menos poderoso, con un tiempo de reacción más lento… Miles de millones de personas habrían muerto. ─Vacío. Nada escapa de sus fronteras. ─ Con esto caminó con tranquilidad a través del jardín, le dedicó una mirada significativa a Reese, que entendió el mensaje a la perfección. La médica se retiró con un simple saludo, dejando a ambos betas solos. ─Sigo sin entenderlo. Liberé todo mi factor akasha en esa explosión. Deberías estar muerto. Joder, ¡el mundo debería estar ardiendo! ─Eón se llevó las manos a la cabeza, mirando consternado al Lobo de Hierro. ─No fuiste el único que dejó a la bestia salir, Maldecido. Por lo menos yo tengo control sobre ella. ─Aquel fue el único reproche que salió de sus labios. Y era el único necesario, porque tenía razón. Era cierto, el control que Eón sobre su bestia era paupérrimo como mucho. Ambos se quedaron en silencio tras aquellas palabras. Oboro contemplaba las estrellas con la mano sobre su espada, listo ante cualquier situación. ─Gracias. ─ Le dijo Eón tras lo que pareció una eternidad. El Lobo de Hierro lo miró de reojo, sin dejar que su rostro delatara que le había tomado por sorpresa. Una sonrisa perezosa apareció en sus labios. Tal vez aquel hombre no era tan arrogante como el mundo creía. Tal vez, solo tal vez, el consejo no se había equivocado convirtiéndole en el líder de aquella misión.
Aquí voy de nuevo. Puesto que prometiste que sería una historia larga, no tiene la etiqueta de Finalizado y no ha sido actualizada por un tiempo, supongo que ya no la vas a terminar. O quién sabe. Arriba la esperanza abuelita. Pero sí puedo decirte que el inicio es grandioso. Me enamoré del dúo que hacen Rol y Orian, y más del Dios Oscuro (OMG su presentación es impresionante). Ya te lo había dicho en un comentario anterior pero me encanta tu prosa. Espero tener tiempo para poder leer todos tus trabajos (justo ahora estoy iniciando el 8vo semestre de mi carrera y estoy trabajando, así que no tengo mucho tiempo libre). Como sea, tengo la esperanza de poder leer esta historia hasta el final... ¿Algún día?