Ciudad Acuarela

Mimi Honda

—¿¡Eeeh!?— exclamé, sorprendida ante tamaña propuesta. Mis mejillas no tardaron en enrojecer aún más—. ¡¿J-juntas?!

La miré de soslayo, tratando de resistirme patéticamente mientras Emily me arrastraba hasta el baño. ¡No había tiempo que ahorrar! ¿Qué necesidad había de hacer algo como eso? ¡Y-yo definitivamente no acostumbraba a tomar baños en compañía de nadie! ¡Es decir....! No... No humana al menos. Monomaru era una historia completamente distinta.

Pero Emily, ella... apreté los ojos, vencida por el pudor. No, de ninguna manera. ¡No tenía la necesidad de que alguien me echase mis complejos en cara! ¡Ya tenía suficiente con tomar leche Mu-Mu y no ver el más mínimo progreso! Por no hablar, por supuesto, de la vergüenza que algo tan aparentemente inocente desataba en mí.

>>¡O-oye!— me quejé infantil y patéticamente, tratando de detener aquella locura.— ¿Q-qué crees que estás haciendo? ¡Emily, espera!

Pero la puerta del baño se cerró y mis querellas no tuvieron el más mínimo caso.

***

El agua tibia fue mano de santo para mis dolores musculares, eso sí.

La verdad es que había extrañado tomar un baño relajante, aunque tuviera que ser en compañía de alguien que se empeñaba en hacerlo todo aún más vergonzoso. Me encontraba mal, no impedida. Pero aquello Emily lo ignoró sistemáticamente y me ayudó con la ropa, me enjabonó la cabeza y lavó mi cabello. A pesar de que le dije y le repetí que podía hacerlo sola y que ni cuando estaba en la mansión me habían ayudado con ello, de nuevo no tuvo caso. No sabía si Emily aprovechaba que estaba débil o... O qué. Sencillamente no entendía— ni tampoco es como si quisiera entender— qué cosas tenía en la cabeza.

Confiaba en ella. Al margen de mis complejos y la envidia sana, Emily era la única persona que podía jactarse de tener la confianza plena de la Gran Mimiko Honda. ¡Y era todo un honor poder presumir de algo así!

Después de todo, no era nada sencillo ganársela.

 

Hubert

Pidgeotto recorrió el camino hacia Ciudad Acuarela a toda velocidad, sobrevolando diversas rutas. Sin embargo, no me molesté en apartar los mechones de cabello que las ráfagas de viento, traviesas, ponían sobre mi rostro. La mente la tenía perdida en una cabellera rubia y en la extraña sensación de angustia que me invadía; me sentía frustrado por no haber logrado dar con Effy, y culpable por haber abandonado su búsqueda en pos de resolver el nuevo caso de la CSG… Es cierto que ella había gritado que iba a terminar su viaje sola… Pero… ¿Era lo correcto no seguir sus pasos?

Me acaricié la sien, cansado. Los sentimientos eran más fuertes de lo que pensaba.

—¡~Geotto!

La voz de Pidgeotto, apremiante, me obligó a alzar la vista, justo a tiempo para ver cómo los futuristas edificios de Ciudad Acuarela se manifestaban desde el horizonte. En ese momento, mi pokémon volador aminoró la velocidad del viaje aéreo.

Sobrevolamos entre los edificios, a no mucha distancia del suelo. De esta manera, podríamos ubicar más rápidamente al detective Farrow, quien de seguro no podría hallarse muy lejos. Avisté las aceras, intenté identificar rostros a la distancia, tanto dentro como fuera de edificios, seguía el trayecto de los vehículos.

Finalmente, logré divisarlo. Se hallaba de pie en una esquina. Era imposible no reconocerlo, con esa pinta excéntrica que tenía. Le pedí a Pidgeotto que aterrizara suavemente en la acera opuesta. Y alisté un cuaderno nuevo que guardaba en el morral. Sus páginas estaban blancas, listas para albergar datos nuevos sobre los misterios del mundo.

***

Con Pidgeotto en su pokébola y Serperior y Maractus fuera de las suyas, me acerqué al detective.

—Aquí me tiene, señor Farrow, listo para serle de utilidad —dije, mirándolo serio—. Soy todo oídos.

—¡Marrrrractus! —secundó el pequeño nopal, saludando al inspector con las maracas en alto y su imborrable sonrisa iluminándole el rostro.

Serperior no hizo ademán alguno. Simplemente miró a nuestro interlocutor con atención serena, con sus penetrantes ojos rojos.

 

Mimi Honda

Cerré los ojos e inspiré profundamente. En serio, no podía haber nada mejor que un relajante baño después de un día estresante. Realmente necesitaba relajarme, y aunque la bañera era minúscula tenía espacio de sobra para estirarme y reposar la cabeza. A veces tenía sus ventajas ser pequeña. No eran las tinas de mármol de la mansión, en efecto, pero la alternativa funcionaba igual de bien.

—Creo que podría derretirme...—musité, con el tono bajo, liviano y propio de una persona que de estar más relajada estaría muerta.

El único sonido que perturbaba aquella paz tan suma era el leve chapoteo del agua. Me recordaba vagamente a los Onsen de mi región natal, Sinnoh. Los baños termales que había en las montañas de Puntaneva. Incluso me pareció percibir un suave olor a pino y leña recién cortada, tan típico de esos lares. Pero por supuesto no era más que mi imaginación.

—¿Wott?

¿Qué era eso...? Si tan sólo tuviese la fuerza y las ganas para abrir los ojos. Mis brazos y piernas se sentían como si pesaran toneladas, incluso los párpados me pesaban. Sonaba familiar. Terriblemente familiar.

Un momento.

—¿Pero qué...?

Abrí los ojos.

Allí estaba, con una sonrisa bobalicona plasmada en el rostro y claras intenciones de meterse al agua; mi inicial. Mi perezoso Dewott que jamás desperdiciaba un baño. Ni aunque fuese el único momento de paz y relax que su entrenadora tenía en todo el día.

Maldito pervertido egoísta.

—Adiós momento zen— dije con cierta molestia, en el instante preciso en el que Monomaru saltó a la bañera salpicando agua por todas partes.

¡Ugh!

Gracias, gracias universo, fue bonito mientras duró.

***

Salí del baño apenas minutos después, con el pijama que recordaba haber llevado a la batalla contra Arceus Oscuro, y que se encontraba perdido y doblado en mi bolso por razones que no alcanzaba a entender. En la bañera, todavía llena, Monomaru chapoteaba con el agua.

Allí, con la luz de la mesita prendida estaba Emily, tumbada boca-abajo sobre la cama. Se la veía tranquila, relajada. ¿Se había dormido ya? Por un momento, recordé lo que me dijo antes de salir de la bañera y no pude evitar entrecerrar los ojos y dirigirle una mirada de circunstancias. ''¡Gracias, Mimi! Sé que te daba vergüenza pero aun así me has dejado cumplir mi pequeño capricho''

Mi pequeño... capricho. Que vergonzoso. ¿Cómo había podido hacer algo así? No había sido tan malo como creí, pero cuanto más lo pensaba más vergüenza sentía. Mis mejillas enrojecían ante el sólo hecho de evocarlo.

—N-no es como si te hubiera dejado, después de todo tú me obligaste— respondí, volviendo el rostro con esos aires de dignidad tan propios.

Pero aunque mi ceño estaba fruncido, no sonaba molesta en lo absoluto.

 

@Fabian

—Bueno, el tipo que nos llamó es uno de los vecinos de lady Morgan. También es un hombre muy rico e importante... como todos los que viven en este barrio, el "Barrio de Cuarzo". Su nombre es Henry, es un inversor, uno de estos tipos que se mueven en la bolsa y dan su dinero a las empresas para luego obtener beneficios. Los llaman "brokers". Al parecer era un buen amigo de lady Morgan, y, cuando ésta le contó lo que le estaba sucediendo, él fue el que llamó a la CSG, ya que por algún motivo, ella no se atrevía a hacerlo: supongo que por miedo.

@Bruno EVF

—¡HOLA! Tú eres ALGUIEN de la otra vez. Uno de los PEQUEÑOS detectives, sí, si. ¡Venga! ¡Vamos! Mi compañero ERWIN está esperando a las puertas del barrio; y luego tenemos a la POTENCIAL víctima y al hombre que nos AVISÓ. Eso es TODO cuanto tenemos por el momento. ¡A trabajar, VAMOS!

 

Hubert

Farrow me recibió con ademanes tan excéntricos como su aspecto, y al parecer no recordaba mi nombre. Pero, en mis libros, cuanto más estrafalario era un agente de la ley, mejor era su desempeño; por ello, decidí pasar por alto todos estos detalles que, a fin de cuentas, no tenían relevancia para resolver este. Ahora primaba ir tras las pistas de lo acontecido.


—Iré a hablar con la víctima de la amenaza —avisé—. Trataré de regresar con novedades.

Di la media vuelta y empecé a caminar por la ciudad, escoltado como siempre por Serperior y el musical Maractus.


Guiándome por la apariencia de los barrios, me dirigí al que consideré el más rico e importante de todos ellos, y mentiría si dijera que no me quedé impresionado por varios segundos, ante la majestuosidad de la arquitectura de los edificios, la pulcritud de las calles y la belleza general que el barrio tenía. Mediante preguntas a los transeúntes que pasaban cerca del lugar, ubiqué el domicilio de la mujer amenazada (el detective me había dicho su apellido antes de que yo partiese).

—Lo siento, Maractus, pero deberás estar dentro un momento —me disculpe, regresando al pokémon planta a su pokébola. A mí me encantaba su música, pero temía que su actitud generara una mala impresión en un barrio de ésta índole, y necesitábamos más que nunca que todos los involucrados en el caso colaboraran sin excusas.

Tomé aire y toqué el timbre de la casa de la víctima.

 

Un agente preguntó por la identidad de Hubert, y, al identificarse como ayudante de la CSG, le permitió entrar.

Obviamente, Lady Morgan estaba protegida actualmente, rodeada de vigilancia policial ante la amenaza de muerte a la que había sido sometida.

En un salón lujoso y amplio, cinco Furfou, cada uno con un peinado distinto en su pelaje, rodeaban a una señora rubia, de ojos azules y algo caídos, con un recogido elegante y una pamela rosa, a juego con su vestido. Estaba callada y acariciando a sus pokémon, y sus manos temblaban ligeramente...

 

Hubert

Fuimos recibidos en la entrada de la residencia por otro agente que solicitó nuestra identidad. Cuando le informé que venía de parte de la CSG, nos dio vía libre para ingresar al hogar de lady Morgan, pues así era el nombre de la mujer que había recibido la amenaza de muerte. Como era de esperarse, el lugar se hallaba fuertemente vigilado.

Serperior y yo fuimos conducidos hasta un salón amplio y muy lujoso. Allí vimos a la mujer, acompañada por cinco Furfou con peinados diversos. Se la veía nerviosa, por lo que nos acercamos despacio. Una vez estuve cerca, carraspeé.

—Saludos, Lady Morgan —traté de animarla con una sonrisa cordial, cuaderno y bolígrafo en mano—. Soy un colaborador de la CSG, estoy formando parte de la investigación sobre su caso… Necesito hacerle unas preguntas, y que usted responda con total sinceridad…

 

Lady Morgan levantó su vista con expresión cansada.

—Claro... claro. Pregunte lo que quiera...

 

—Bien, primeras preguntas: ¿Cómo recibió la amenaza? ¿Recuerda a qué hora fue?

 

—Han... han sido muchas. Una pintada en rojo en la fachada de mi casa donde decía "vas a morir"; cartas anónimas donde se me amenazaba de muerte constantemente, advirtiéndome de que me asesinarán cuando menos lo espere... y... y lo peor fue ayer... cuando un tipo encapuchado me persiguió con un cuchillo. Pude huir, dándole esquinazo, pero me persiguió en la noche, encapuchado y ocultando su rostro... tengo miedo...

 

Escuché atentamente a la mujer, registrando todo en mi cuaderno.

—Vayamos por partes: ¿Podría dar una descripción del sujeto que la persiguió? —pedí con calma— Es decir, si era alto o bajo, delgado o robusto... Una descripción de su vestimenta no vendría mal.

 

—Vestía... todo de negro, llevaba una capucha, y no pude verle la cara, yo... solo sé que llevaba un cuchillo en la mano, y que me persiguió. Era alto, y robusto, creo. O quizá era delgado... no, no, era robusto pero bajito. O quizá bajito y delgado... agh, no lo recuerdo...

 

—De acuerdo, no hay problema. Prosigamos: ¿Su perseguidor dijo algo en especial?

 

—¡OH, tu cara, tus OJOS! ¡Tú también eres una de esas CHICAS de la otra vez! Bien, hay dos COMPAÑEROS tuyos que están ya hablando con mi compañero y con la víctima; puedes ir a UNIRTE con ellos, o puedes ir a hablar con el hombre que DENUNCIÓ os hechos, el amigo de la víctima.

Morgan pareció tomarse un tiempo para pensar.

—Sí... sí, dijo algo, pero... estaba tan nerviosa que no pude distinguir bien su voz, o qué fue lo que dijo. Pero dijo algo, ¡estoy segura!

 

El hombre, Henry, vivía cerca de la mujer, pues era su vecino. Se encontraba en las puertas de su casa, una gran casa, y en su hombro llevaba un Chatot. Estaba vestido con traje y corbata roja, repeinado hacia atrás y con el caballo azabache algo teñido de canas, así como un grueso bigote que cubría la parte superiro de su labio.

—¿Buscas algo, chica? —preguntó.

 

Henry acarició la parte de abajo del pico de Chatot, y éste agachó el cuello ante el contacto.

—Oh, sí. Pobre Morgan. Vino a contármelo todo, desesperada y asustada. ¿Qué es lo que quiere preguntar, señorita?