Historia larga Siempre Tuya

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Yoko Higurashi, 3 Septiembre 2015.

  1.  
    Yoko Higurashi

    Yoko Higurashi Usuario común

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    Título:
    Siempre Tuya
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    1033
    N/A: Historias paralelas sobre distintas mujeres enamoradas.

    Siempre Tuya


    PRIMER PENSAMIENTO:

    ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Un día, una semana, un año o una eternidad? ¿Cuánto fue la última vez que escuché tu risa, que vi tu sonrisa? Simplemente ya no lo recuerdo, o prefiero no pensar en ello. Miro las largas cortinas por las que apenas se asoma la luz del sol, me retuerzo entre las sábanas deseando quedarme ahí eternamente, pensándote, soñándote, anhelándote, una y otra vez.


    Recordando tus ojos, tus labios, tu pelo, tu aroma, tus hombros, tus manos, tus fuertes brazos, su cálido y amplio pecho, tu pequeña pero remarcada cintura, tus firmes piernas y tu voz… ¡Oh tu exquisita voz! Esa que me hacía temblar como una niña pequeña, que me hacía derretirme entre los manjares de mis fantasías.


    Abrazada a la almohada, retorciéndola entre mis piernas, aferrando mis manos a las sábanas: jalándolas, queriendo despedazarlas. Gritando de placer, una y otra vez tu nombre, dejando salir todo entre lo enrojecido de mi rostro, imaginando tus besos en mi cuello, tus caricias en mi espalda y de tu boca salir <<Te Amo>>.


    Me pierdo a mí misma entre esta depravada imaginación “Se que es imposible” pienso para mí, mientras mis pies descalzos tocan el suelo, mientras mis ojos llenos de lagañas intentan ver la luz del sol, mientras mi cuerpo temblando trata de evadir el sudor y el pudor, mientras mis manos tratan de peinar, inútilmente, mi enmarañado cabello.


    El agua es refrescante, fría y pura, dulce y tersa, es aquello que yo nunca seré. Tan femenina, tan dócil, tan romántica en su propia expresión, y a la vez tan fluida, tan indomable, tan única. Quisiera ser como el agua, y limpiar todo de ti, quisiera ser como ella y envolverte cada mañana, en cada ducha que tengas, quisiera acariciar tu espalda lentamente, bajando cariñosamente, recorriendo toda tu columna cervical.


    Como quisiera ser el agua que bebes, el agua que pasa por esos labios suavemente, que besas sin saber, que lames sin sospechar, que llega a ti y se queda en ti, que lo vuelves tuyo antes de enterarte de la acción que estás haciendo, que la necesitas, que le buscas con desesperación, que la pierdes sin saber y la recuperas con abnegación, casi como un acto religioso. Me gustaría ser agua.


    Pensando en eso, pensando en lo ruin que soy, en lo egoísta y caprichosa que soy, mientras seco mi larga cabellera. Me miro en el espejo “Que fea soy”, vuelvo a pensar para mí, recorriendo cada parte de mi rostro, cada parte de mi desnudo cuerpo.


    — Estás pecas, esta nariz, estas lonjitas, ¿Qué es esto? ¿Acaso ya tengo estrías? —me miro una y otra vez, como queriendo engañar al espejo o a mi propio cerebro.


    Encogiéndome de hombros, casi resignándome a mi realidad, tomo mi loción preferida y empiezo a untarla en mi cuerpo: lenta, suave y dulcemente. Si tus manos me tocaran, si tus manos me estrujaran, si tus labios me besaran una y otra vez, si pudiera aspirar tu aroma durante horas, durante la eternidad, si pudiera escuchar tu suave voz susurrando <<Te quiero>>, eso sería suficiente, eso sería lo necesario para darme felicidad.


    Después de vestirme, después de mirarme en el espejo una y otra vez, de tratar de verme “linda” por si te llego a ver, salgo camino a la universidad, con mis horribles risos que siempre me han hecho pasar vergüenza.


    Paso todo el día ansiando verte, aunque muchas veces no lo haga o nunca tengas tiempo para hablar conmigo; paso todo el día anhelando abrazarte, aunque nunca tenga el valor de hacerlo o de pedirlo; paso todo el día pensando en cómo sabrán esos hermosos labios, aunque nunca he dado un beso y mucho menos recibido uno. Pienso demasiado en ti, moviendo ansiosamente mis muslos ante la idea de tenerte cerca, de ver tu hermoso cuello, de imaginar besarlo una y otra vez, de acariciar los lóbulos de tus orejas.


    Y cuando llego a casa, ¡Oh la gloria! Es cuando todo eso estalla nuevamente, es cuando secretamente me vuelvo tu amante, cuando secretamente me vuelvo tuya una y otra vez y nadie lo sabe, ni si quiera tú. Es cuando saco toda la ropa de mi cuerpo, cuando bailo desnuda a la luz de la Luna imaginando que tengo un vals contigo, cuando imagino que platicamos largamente durante la noche, he imagino tus fuertes brazos sosteniendo mi frágil cuerpo.


    Es en la obscuridad, con las luces apagadas, que te llevo a mi cama, que imagino esas enormes manos acariciar mis muslos, que puedo sentir y saborear esos delicados, dulces e inexistentes besos, que puedo sentir ese ilusorio aliento en mi cuello mientras repito tu nombre una y otra vez, mientras te deseo cada vez más. He de admitir que mis gemidos recorren el cuarto, que no los oculto, porque quiero que escuches cuanto placer me causa tu sola imagen, cuanto placer me causa tu solo nombre, pensar que me haces tuya, que me amas tiernamente como yo lo hago y que sientes mi corazón palpitar cerca de tu pecho. La simple idea me da felicidad.


    Después del éxtasis, del sudor, del cansancio, me ladeo en el colchón e imagino que me abrazas la cintura, que duermes a mi lado y mañana me despertarás con un beso, que me dirás <<Te quiero>>, <<Te amo>>, <<Te extraño>>, aunque nunca es así. Entonces recuerdo mis mentiras, recuerdo la amargura de sentirme sola, de querer a ti y sólo a ti y me pongo a llorar.


    Cada día es la misma historia, no sé cuándo comenzó, no sé cuándo terminará. Antes de darme cuenta, antes de despertar o de dormir, yo me retuerzo en ese lecho, gritando tu nombre, extasiada en tu esencia, imaginando tu simple aroma para mí; antes de darme cuenta mi cuerpo, mi alma y todo lo que soy se vuelve tuyo, cada día, cada segundo, cada momento.


    Antes de darme cuenta, yo ya era tuya, graciosamente, sin serlo.
     
    Última edición: 17 Septiembre 2015
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    Es tan extraño, cómo podemos de pronto, de a poquito y sin darnos cuenta, llegar a pertenecerle a alguien, aún sin que la persona se entere de nada.
    Queriendo en silencio, y aún así, gritando con desesperación en nuestra mente "hey, te quiero, ¡hey, mírame, nótame! ¿No ves que ya mi ser te pertenece?"


    Me ha gustado bastante el hilo de la historia, las palabras que has usado, la manera en la que narras. Aunque me da la impresión de que la chica estaba un poquito enferma. Parecía como si no se relacionara con nadie y que todo el día se la pasaba pensando en él y procurándolo.

    En fin, me agradó mucho tu historia.
    Vi algunos cuantos dedazos por ahí, nada que no notes si vuelves a leer.

    Saludos :3
     
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    Knight

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    Muevo el tema a Historias terminadas, por favor ten cuidado de publicar tus historias en su sección correspondiente (: saludos.
     
  4.  
    Yoko Higurashi

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    ¿Aunque publique el capitulo dos? D:
     
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    Knight

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    ¿Entonces lo paso a historias en proceso?
     
  6.  
    Yoko Higurashi

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    Sino ya lo dejo como OneShote
    :3 ya no importa.
    ¡Gracias!
     
    Última edición: 7 Septiembre 2015
  7.  
    Yoko Higurashi

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    Título:
    Siempre Tuya
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    1822
    Segundo pensamiento: Él.


    ¿Cuándo fue la primera vez que le vi? ¿Cuándo me enamoré de él? ¿Qué viví con él y como caí en el desengaño del primer amor? Quisiera recordarlo, me esfuerzo fervientemente en recordar cada momento, cada detalle. No sé porqué, quizás en el fondo soy una masoquista más que disfruta del dolor de los recuerdos del ayer, o simplemente me gusta recordar lo mucho que lo amé.


    El recuerdo más cercano que tengo a nuestro primer encuentro fue en aquella tienda, recuerdo que no tenía clases a esa hora, aún así asistí a la facultad; recuerdo que me sentía un poco sola, desorientada y con ganas de llorar, ¿A qué se debía? Creo lo he olvidado, o mejor dicho, no quiero mencionarlo. Estaba una pequeña tienda, cerca de las escaleras de aquel amplio edificio de cuatro pisos, estaba un compañero atendiendo y con una sonrisa me dispuse a comprar algo para pasar el rato.


    Una caja de cereales, fue la excusa perfecta para platicar con el encargado de aquella tienda, una excusa perfecta para pasar dos horas con alguien, y fue una de las causas de ese encuentro. Recuerdo que su forma de vestir me llamaba la atención, su chaqueta negra con cadenas (un poco al estilo gótico), su pantalón de mezclilla y su pelo negro, enmarañado he de agregar, le daba un estilo descuidado y a la vez llamativo.


    Era bajito, no mediría más de 1.65 metros, era un poco llenito, y su sonrisa no era realmente encantadora, he de admitir que pensé que le hacía falta un buen dentista; así mismo, su enorme fleco, no ocultaba que tenías una enorme frente y la primera vez que note su presencia, por mi mente paso que era un chico un poco feo.


    Recuerdo que le sonreí y trate de entablar conversación, él me devolvió la sonrisa de una forma incómoda sacando un nervioso “hola” para después marcharse rápidamente después de haber comprado, no lo sabía en ese momento y nunca me cruzo por la mente que ese iba a ser el hombre de quien me iba a enamorar y a quien llamaría mi primer amor.


    Pasaron los días, y curiosamente siempre le encontraba, supe que tomaba clase en el salón de al lado a la misma hora que yo; nos sonreíamos muy de vez en cuando y a veces notaba como me miraba de reojo mientras platicaba con mis amigas enfrente del salón y él apoyado sobre el barandal del cuarto piso de aquel edificio. Empecé a saludarle, sin saber su nombre, siempre remarcando aquella manera de vestir que tenía y nunca cambiaba, sin ninguna intención en particular salvo la de ser amigable.


    Un día, para mi sorpresa, se detuvo a hablar conmigo y me preguntó cuál era mi nombre.


    — Isabel… —dije con una sonrisa algo tímida— ¿Y el tuyo?


    — Ricardo —sonrió de vuelta. Esa fue nuestra primera conversación.


    Su cumpleaños era el 21 de Septiembre, su comida favorita era el espagueti blanco y creo mencionó algo de tacos al pastor, gustaba de series animadas y a pesar de su forma de vestir solía tener expresiones muy inocentes que contrastaban con ese lado amargo y duro que quería transmitir. Él me daba ternura.


    Él tenía una novia, o mencionó tener una, aunque no la conocía y en realidad no me importaba conocerla, no tenía una curiosidad real por saber quién era. Él no me interesaba de otra forma que no fuera un amigo, no anhelaba más, no buscaba más.


    Estando con mis amigas, platicando antes de clases, él llegaba y se abalanzaba sobre mí: abrazándome, acariciándome, al inicio me sorprendía, nadie nunca me había tratado así. He de admitir que, para sorpresa mía y de los demás que nos veían, nunca lo aparte, de algún modo me sentía cómoda a su lado; incluso, verlo espiar mi salón desde la puerta, cuando él salía temprano, eso me daba gracia y me hacía sonrojar.


    Sin darme cuenta quite todas las barreras que había entre él y yo, y la palabra “amistad” se hacía cada vez más pequeña, cada vez más diminuta e inexistente. Antes de darme cuenta, yo ya lo extrañaba, yo ya me mostraba ansiosa por verlo, por tocarlo, por estar con él, por hablar con él, por escucharlo; antes de darme cuenta, dejé de hablar con mis amigas para procurar toda mi atención a él, a esos pocos minutos que pasábamos juntos en el día.


    Me emocionaba que recordara cosas pequeñas sobre mí, como por ejemplo: que me gustaba el color rojo, que amaba la lluvia y detestaba a las arañas; cosas tan insignificantes y que cualquier persona podría recordar, me alegraba que él lo hiciera. Lentamente y sin darme cuenta, yo ya gustaba de él.


    Me emocionaba recibir sus mensajes en mi celular, podía durar horas mandándome mensajes con él y gastando mi crédito una y otra vez, yo que podía sobrevivir un mes con sólo 100 pesos en el celular, ahora necesitaba tener 300 o más para una simple semana. Me volví dependiente a su atención, cuando no contestaba o cuando lo hacía, cuando pasaba enfrente de mí sin saludar o cuando me abrazaba suavemente, todo se volvía un pequeño escalón de inseguridades y emociones que no entendía.


    No conocía a su novia, no sabía ni si quiera si existía, todo sobre ella había desaparecido con cada acción que él hacía, <<Me pareces bonita>> con cada palabra, <<Si te hubiera conocido antes, serías mi novia>> con cada indiscreción, <<Prefiero decirte esto ahora a nunca decírtelo, me gustas>> y todo terminó en el inicio de una caótica relación sin fundamento ni sentido.


    Fue un 8 de Julio, un día en que no tuve clases, un día en que asistí sólo para verle, para hablarle, para poner fin a mis dudas sobre “nosotros”, para aclarar mi mente sobre si lo nuestro tendría un futuro. Fue un 8 de Julio cuando él tomó mi mano por primera vez, cuando me llevó de paseo, haciendo a su novia a un lado (fue ese día que por fin supe quién era) y cuando en lugar de despejarse las dudas, se volvieron más y más densas.


    — Me gustas —dijo mientras me abrazaba, en medio de la lluvia.


    — Tú también me gustas —dije nerviosa, intentando no llorar de alegría mientras mis brazos se aferraban a él.


    Ese fue un grave error.


    A veces pienso en retrospectiva, hoy que estoy fuera de aquella horrible droga que llaman amor, hoy que vivo de una nueva forma y puedo ver con mayor claridad esa absurda situación. A veces pienso que de no haber ido aquel día, de no haberlo buscado, de no haberlo esperado, de no haberlo seguido después de saber lo que le hacía a su novia, de haber pensado mejor las cosas, tal vez, no hubiera sufrido tanto como lo hice, no hubiera llorado como lo hice y, tal vez, nunca me hubiera enamorado realmente de él.


    Nuestro primer beso fue el 22 de Julio, fue en medio del centro de la ciudad, enfrente de aquella famosa catedral, recuerdo que yo se lo robé: ese fue mi primer beso. Recuerdo que después de eso no nos volvimos a ver hasta el 12 de Agosto, donde por primera vez, ante todos mis miedos, me dijo “te amo”, aunque no pude corresponderlo, era el primer “te amo” que escuchaba en mi vida y he de admitir que sentía miedo.


    Recuerdo que después de eso nada fue igual y todo empezó a decaer poco a poco, dejaron de llegar los hermosos mensajes, podían pasar días enteros antes de que me contestara, me ignoraba cuando me veía, dejó de decir que me quería, dejó de abrazarme y dejó de buscarme, lentamente todo se derrumbó y no sabía qué hacer. Me sentía perdida.


    Lloré y rogué por una explicación, porque pusiera fin a mi tortura, porque me diera una respuesta, porque me dijera si quería estar conmigo o no, si quería tomar mi mano o no. La respuesta era bastante evidente, he de añadir, pero a veces las mujeres somos estúpidas cuando nos enamoramos, a veces simplemente aunque todo esté en nuestra contra, nosotras guardamos una pequeña esperanza en nuestros corazones, una estúpida, pequeña, esperanza que no nos permite alejarnos a tiempo.


    — Yo te quiero —decía con una falsa sonrisa mientras intentaba besarme a la fuerza en medio de mi llanto.


    — ¡Eso no es cierto! ¡Tú no me quieres! —gritaba como una niña pequeña.


    — ¡Que sí! —decía molesto.


    — Ya no me hablas, me ignoras, me dejas plantada, y si no me ves por días, a ti te importa poco —replicaba mientras no paraba de llorar, mientras él sólo optaba por tapar mis ojos, en su desesperación de ya no verme llorar.


    Me sentía sola, lloraba todas las noches hasta quedarme dormida y despertaba con una cara hinchada y adolorida, molesta, frustrada, nunca me había sentido así. Siempre pensé que la primera vez que me enamoraría sería perfecto, siempre pensé que mi primer amor sería alguien que me querría y apreciaría, que me abrazaría fuertemente y me haría sentir segura. Fue entonces que aprendí, realmente, que el amor no es como las películas.


    La tortura se extendió una semana más, fue el 19 de Octubre que él me dijo por un mensaje que ya no me quería, fue ese mismo 19 de Octubre que decidí no levantarme de la cama y quedarme a llorar todo lo que pudiera. Fue hasta el día siguiente que me levanté, tomé lo poco que quedaba de mí y empecé a tratar de olvidarle.


    Fue duro, fue doloroso y tenía mucho miedo, muchas ganas de huir, de no verlo, de no encontrarlo. Me sentía vigilada y perdida, me sentía estúpida, porque sin darme cuenta ahora me encontraba en una terrible batalla contra él, para recuperar lo que le había dado, para recuperarme a mí misma.


    Porque a veces, las mujeres, nos volvemos tontas, nos volvemos blandas y vulnerables cuando nos enamoramos y sin darnos cuenta le damos al hombre de que nos enamoramos nuestra propia esencia, nuestra propia fuerza y razón de ser. Cosa que no debería ser así.


    Nos derrumbamos al perder el amor, tal vez en mi caso fue mi inexperiencia o quizá yo ya tenía la tendencia a derrumbarme ante la primera persona que tocara mi corazón, yo simplemente no lo sé y no quiero saberlo.


    Hoy aún lo recuerdo, recuerdo lo secos que eran sus labios al rozarme, lo fríos que eran sus brazos cuando le pedía que me abrazara, las absurdas discusiones que teníamos donde me decía que debía cambiar mi forma de ser (esa forma que una vez dijo que le parecía perfecta).


    Yo aún lo recuerdo, y aún me duele, a veces aún le lloró en la obscuridad: donde nadie me ve, donde nadie me conoce; aunque para todos sonría y finja que ya no me importa, a veces temo que muy en el fondo de mi ser, siga siendo suya.
     
    Última edición: 14 Diciembre 2015
  8.  
    Yoko Higurashi

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    Siempre Tuya
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    1504
    Tercer pensamiento: Yo.


    Caminaba sola por las calles, era un día como cualquier otro, quizás un poco frío pero lo normal cuando estamos en Diciembres, casi a vísperas de navidad. Mire al cielo un poco triste mientras mantenía una débil sonrisa en mis labios, yo no podía olvidarlo.


    Cuando escribo sobre ello en mi viejo cuaderno, o cuando canto canciones que me hacen pensar en esos momentos no puedo a veces evitar llorar, sólo no puedo hacerlo, porque queridos lectores, este no es un relato de amor, esta no es una linda historia donde hay una chica o un chico, no, ni si quiera es una triste historia de amor. Sólo soy yo, una chica, caminando por las calles recordando sus penurias.


    Soy como cualquier otra chica, no soy fea ni soy bonita; tengo un cuerpo promedio, una estatura promedio, medidas promedio y una personalidad promedio, soy lo que definirían una chica “normal”, una chica sin ningún chiste, sin personalidad.


    Y eso, mis queridos amigos, es el inicio de mi tragedia. Siendo como soy, siendo nada especial, nunca he tenido oportunidad de algo tan simple, de algo tan normal, como es enamorarse, no, como es ser amada. A mis 21 años de edad, nunca he experimentado la alegría de que alguien me ame, de tener un noviazgo y mucho menos de escuchar un “te amo”.


    No entiendo que es lo malo en mí, lo he buscado una y otra vez, pero no hay una respuesta a lo que aqueja a mi corazón. ¿Es mi físico o mi personalidad? Son las únicas opciones que creo existen para ser rechazada tantas veces por diversos chicos.


    “Eres linda”, dicen, “eres divertida”, mencionan, y aún así… ¿Por qué nadie puede amarme?


    No me mal entiendan, no quiero decir que nunca se me hayan declarado, o que nunca he besado a nadie, no es así, sino mi situación sería realmente precaria. Sólo que realmente, nunca he experimentado algo lo suficientemente duradero como para empezar una relación, como para enamorarme de manera natural y decir que soy feliz, todo es efímero para mí.


    Mi primer beso fue a los 17 años con un chico que se me declaró, al inicio no me gustaba, pero pensé en quizás intentar, probar, pero todo resulto en un fracaso que prefiero no recordar: nunca formalizamos y a la primera oportunidad me dejó atrás. De ahí, las demás historias son similares.


    Un chico se me declara, descubre que no soy lo que realmente imagino y a la semana se aburre de mí y busca a otra chica más interesante, ¡La historia de mi vida! Es así mis amigos, que prefiero tomarla con humor desde el balcón de mi casa, con una buena taza de té caliente para ahogar las penas.


    Repito, ¿¡Qué carajos hay de malo en mí!?


    Por otro lado, cuando yo me enamoraba, la historia era algo distinta. Aunando el hecho de que la mayoría de las veces no era capaz ni de mantener una conversación normal con el prospecto, cuando lo lograba, la situación quedaba en un cómodo y poco reconfortante “como amigos”, “tú ya sabes que no te quiero de esa forma”, “me agradas, pero no”… y la lista sigue.


    Vuelvo a repetir, ¿¡Qué carajos hay en mí que es jodidamente malo!?


    Miro al cielo, y veo como cae la noche, me gusta, eso sí es reconfortante. Miro la Luna que está en cuarto menguante, miro las estrellas que empiezan a aparecer y canto tenuemente una canción de cuna, aún así me siento bastante despierta.


    Sí… “, pienso, “…otra magnifica noche para estar sola”, y me empiezo a reír. Desde que soy adolescente, siempre he pensado sobre ello, viendo a mis amigas, a otras chicas, enamorarse y salir por ahí con sus novios, siempre… he tenido envidia de ello. Dicen que soy normal, físicamente tal vez lo sea, pero hay cosas que no he podido vivir como una chica normal.


    El frío me cala un poco y decido entrar a la casa, miro el cuarto un poco y me siento en el sofá, frente al televisor, y veo a mi alrededor algunos cuadros colgados y el poster del actor Nico Mirallegro que pegué el mes pasado después de mirar aquella serie de televisión.


    — Otra noche solos tú y yo, Nico —digo levantando mi taza ya fría, con apenas un trago de té— ¡Salud! —y me lo acabo de golpe para encender el televisor.


    ¡Por Dios! Aún soy joven”, vuelvo a pensar, “estoy en los mejores años de mi vida”, me digo a mí misma como un consuelo, “¿Por qué siempre me estoy preocupando por ello?” y decido sólo mirar la programación nocturna del televisor.


    Empiezo a reír como loca, lloro, me asusto y me divierto sola, es mi forma de vida, y a veces me pregunto si realmente estoy lista para cambiarla. En mis sueños, siempre lo mismo, nada, es raro cuando sueño algo realmente relevante o importante para mí y prefiero que sea así.


    Lo repito, esta es no es una historia de amor, pues para ello es necesario que hayan dos involucrados pero sólo estoy yo, y el poster de Nico Mirallegro no cuenta, y sé que por ahora no debo angustiarme.


    — ¿Qué Norma está esperando? —pregunto a una vieja conocida mientras tomamos un café en el centro de la ciudad.


    — Su segundo hijo, vaya… cómo pasa el tiempo, ¿Verdad? —me mira con una sonrisa, yo sólo bebo mi café mientras me pregunto si será lo mejor.


    — ¿No crees que se arrepienta? —le pregunto sinceramente.


    — ¿Por qué? —me mira ella con una sonrisa inocente— un hijo es siempre una bendición, y parece llevar las cosas bien con su marido.


    — ¡No por eso! —replico— yo sé que un hijo siempre es una bendición, pero… las cosas a su tiempo —miro un poco consternada a mi amiga— Norma apenas termino la preparatoria y se casó, tuvo una niña y… ¿Su juventud? ¿Dónde quedó? No digo que su vida sea mala, no lo creo del todo así, pero… ¿Realmente no se arrepentirá? Digo, teniendo la oportunidad de haber podido estudiar una carrera, de hacer algo más de su vida que ser una simple ama de casa, yo no sé, pero si fuera ella, probablemente me sentiría a la larga frustrada conmigo misma.


    — Pero tú no eres ella Laura —me mira un tanto seria— Norma decidió vivir así, y si ella es feliz, nosotras cuánto más, ¡Debemos ser felices por ella! Si ella no se queja de ello, nosotras no tenemos por qué preocuparnos de eso.


    — Tal vez sea así… —simplemente no lo entiendo.


    A veces por ello dejo de pensar en ello, veo a mi alrededor, veo los pro y los contra de lo que quiero y me conviene y es cuando dejo de presionarme. Yo soy la solterona de mi grupo de amigas, la que nunca tiene una historia que contar, aún así siento que soy la que tiene los pies en la tierra.


    He visto entre mis amigas, a lo largo de mi corta vida: noviazgo con violencia, embarazos no deseados, matrimonios prematuros, noviazgos cortos y corazones rotos, muy raros los casos que han terminado bien, y es cuando pienso si realmente vivo tan equivocada como creo.


    Quiero enamorarme, pero temo fracasar, temo terminar mal, temo arrepentirme, pienso mucho sobre ellos. Soy la típica chica con miedos, la que sueña con cosas cursis como príncipes de cuentos de hadas, o el chico guapo de una serie o película romántica, pero sé que esas cosas son sólo ficción, simple fantasía.


    Sé que llegará, yo lo sé, tengo fe en ello; sé que un día conoceré al chico correcto, sé que me enamoraré de él y él de mí, sé que habrá algo más fuerte que una amistad y sé que las cosas se darán; sé que nada será perfecto, sé que muchas veces discutiremos, sé que muchas veces nos odiaremos, sé que a veces desearemos nunca habernos conocido y sé que tal vez las cosas no funcionen como yo quisiera.


    Sé que él no será perfectos, por Dios, seguro tendrá todos los defectos del mundo, porque sé que no será un príncipe azul y mucho menos un galán de telenovela, eso lo sé. Probablemente no sea guapo, probablemente no tenga modales, probablemente sea cobarde e inclusive algo gruñón, puede que odie las cosas que me gustan, tenga un terrible gusto musical, odie salir o sea el hombre menos romántico del mundo, pero… ¿Qué más da? ¿Qué importará? Eso lo sabré yo, lo decidiré yo.


    Yo no pido rosas ni chocolates, o tal vez sí pero en pequeñas cantidades, sólo pido a un hombre que me ame, que me acepté como soy, ya sabré yo quererlo y amarlo también. Pero, a la vez, también quiero una vida sin arrepentimientos, conocer, viajar, vivir, entonces no sé si estoy lista para eso, para amar, no sé si estoy lista para ser amada, aún así lo anhelo, lo quiero, lo deseo… un final feliz.
     
  9.  
    Yoko Higurashi

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    Escritor
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    Siempre Tuya
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    1006
    Cuarto pensamiento: Nosotros.

    La primera vez que te vi fue en aquella cafetería que estaba a la vuelta de la esquina del lugar donde solía trabajar. Tu cabello negro, un poco ondulado, tus ojos café obscuro, un color tan común, tu sonrisa encantadora, tu manos temblorosas y sobre todo tu aroma permanente a roles de canela.


    Disculpe, ¿Le gustaría ordenar algo? —tu voz gruesa y masculina, tu mirada suave y tierna.


    C-claro… —hiciste que todo mi ser temblara con sólo tenerte presente frente a mí— y-yo… ¡Quisiera una taza de café, unos panqueques para acompañar y una servilleta con tu número! —te miraba fijamente, con mi rostro totalmente sonrojado tratando de mantener la compostura— ¡Esto último es fundamental, por favor!—me miraste fijamente por unos segundos para posteriormente sonreír.


    A la orden señorita —anotaste algunas cuantas cosas en tu pequeña libreta y fuiste a donde los cocineros. Yo me quedé atontada, jugando con los dedos sobre la mesa, mirando hacia la ventana que daba vista a los autos que pasaban velozmente por la carretera.


    El olor acaramelado del jarabe con sabor a maple, el olor amargo del café sin azúcar, y el aroma de esos roles de canela que siempre iba contigo. Recuerdo que no cruzamos las miradas, no me atreví a volver a mencionar algo y tú parecías enfocado en tu trabajo; esa fue la comida más incómoda de mi vida, pero al acabar y antes de irme…


    Señorita… —tu voz ronca al recoger el dinero de la cuenta— ¿No olvida su servilleta? —tu mirada seria mientras señalabas aquel pedazo de papel un poco usado a lado de mi plato.


    Recuerdo la alegría que sentí al voltearlo, había estado desde el principio ahí, tu número.


    ¿Esto se le puede llamar amor a primera vista? ¿Tú habías sentido lo mismo? Tampoco lo sé, pero ahí estábamos, éramos dos jóvenes risueños que se habían conocido por una casualidad y lentamente unían sus pasos para un destino en común, y francamente, eso me hacía feliz.


    — ¿Qué edad tienes? —pregunté en nuestra primera cita. Después de llamar un sin fin de veces, de las cuales colgué unas quince antes de que pudieras contestar, por fin habíamos quedado de vernos, salir a comer e ir al cine a ver una película de comedia.


    — Tengo veinte años —dijiste con timidez— todavía sigo estudiando.


    — Vaya, eres más joven que yo —reí— yo tengo veintisiete, espero que no te importe —me miraste fijamente y echaste a reír.


    — Tal vez te moleste más a ti que a mí —tomaste mi dedo índice entre tus manos, como queriendo tomar mi mano completa, pero sin atreverte a hacerlo— porque para mí es bonito estar con una chica tan linda.


    En primera instancia podría pensar que eras un gigolo, pero no fue así, eras la persona más dulce y tierna que había conocido, y muchas veces pensé que lo nuestro no funcionaría, porque tú y yo éramos muy diferentes. Porque tú eras más joven, y yo más madura, porque tú eras risueño y lleno de sueños, y yo hace mucho los había hecho a un lado por una vida más estable, porque tú aún podías ver el mundo con sencillez y para mí no era más que una laboriosa lucha por sobrevivir. Tú y yo éramos una mala combinación; tú eras café con leche y yo un americano expreso, y aun así no podía evitar querer ser parte de ti, de tu vida.


    Ese era el problema al inicio conmigo, querer ver esto como un “tú” o un “yo”, cuando en realidad era un “nosotros”, y cuando por fin entendí eso, la verdad, se convirtió en algo maravilloso. Por primera vez, en mucho tiempo, volví a encontrarle sentido a la vida y todo eso fue gracias a ti, por seguir mis pasos lentamente y tener paciencia en cada atranco que tuvo nuestra relación; por primera vez, en mucho tiempo, me sentí viva.


    Recuerdo cuando nuestras manos se cruzaban en la plaza principal, entre las luces de navidad, y como al sentir frío me cedías tu abrigo. Aún recuerdo esos dulces besos llenos de la crema del pastel que acabábamos de desayunar y recuerdo, con alegría, cuando decidimos mudarnos juntos y formar una familia.


    Tú cambiaste, yo cambié, nosotros cambiamos, lenta y silenciosamente, para volvernos un perfecto café cappuccino, como los que solías servir en esa cafetería, con aquellos dulces panqueque cubiertos de jarabe de maple; y eso era fabuloso. Mi monótono trabajo había cambiado, y podía ver lo que hace mucho tiempo había dejado de notar, y me sentí libre.


    El exhaustivo papeleo, los sellos y las entregas, ya no me parecían tan malos, porque sabía que cuando llegara a casa, estarías tú. Porque pasar contigo, cada día, cada semana, cada mes y cada año, era algo maravilloso que no debía acabarse nunca y que le agradezco a Dios porque haya sucedido, porque me haya permitido vivir esos momentos.


    Cuando terminaste tu carrera en veterinaria, cuando abriste tu propia tienda de mascotas, aunque todos nuestros amigos hicieron burla de eso, cuando trajiste a nuestro primer perro a casa o cuando te dije que estaba embarazada. Todos esos momentos llenaron de luz nuestras vidas, e hicieron que todo tomara un rumbo suave y dulce, y por todo eso te amo.


    Aun cuando perdí al bebé y enfermé gravemente, aun cuando la tienda quebró y tardaste muchos años en recuperarte, y aun cuando todo marcaba un final triste, estuviste conmigo, estuvimos juntos y esos momentos son invaluables. Por eso te amo, por eso te extraño, por eso te necesito conmigo y por eso llevo este pensamiento conmigo.


    Desde nuestro primer encuentro, desde nuestra primera cita, desde nuestro primer beso, y toda nuestra vida, fuiste importante para mí en cada parte del camino y nunca pensé en dejarte atrás. Aun cuando ahora ya no estás conmigo y los años se han llevado todos esos dichosos momentos, aun ahora, yo por siempre seguiré siendo tuya.
     
    Última edición: 12 Mayo 2017

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