Condenada en un mundo humano

Condenada en un mundo humano​

Una historia que jamás será leída, un lugar al que nunca podrás llegar, un sentimiento que no llegarás a comprender… el lado oscuro que en tu vida conocerás. Luz y oscuridad coexisten en equilibrio; si una de ellas absorbiera el lugar de la otra ¿Qué sucedería? ¿Cómo puedes estar tan seguro de que la luz es la bondad que defiendes y no una mera ilusión? Vivir en la oscuridad no implica caer en ella, pero hasta ahora nadie ha salido triunfante de ella.

Soy un ángel caído. Un ser que traiciono a la luz y no pertenece a la oscuridad, alguien renegado, alguien que no cree en nada y solo busca sobrevivir. Personas como yo, son perseguidas y cazadas por diversión. Quedamos pocos, esparcidos por el mundo, pero algo es seguro… no moriremos.

Me inculparon. De lo único que soy realmente culpable es de los secretos que guardo y jamás podre revelar; mi legión fue destruida y mutilada. Arcángeles destinados a proteger nobles ángeles, con el deber de ayudar e implementar juicios con los recién llegados; descubrimos impurezas, traidores hundidos en vanidad y soberbia. En un intento por detenerlos caímos en una trampa, nos tomaron por herejes al romper uno de los mandamientos; como comandante tuve que ver el despojo de alas y la muerte lenta de mis hombres, dispuesta a perderlo todo fui exiliada a la tierra, llevando en mi conciencia la muerte de mis camaradas. Vivir, era peor que haber muerto con mis soldados, por ello, el deber me impide morir. Al menos no hasta haber obtenido justicia.

La noche ha sido mi amiga desde entonces, la lluvia mi consuelo y en un mundo mortal, lo único que me mantenía en pie… era voluntad. La ciudad de rascacielos ahora era mi hogar, Nueva York, la ciudad que no duerme, llena de luces hasta el amanecer. El lugar perfecto para refugiados como yo; no soy la única en este mundo, existen criaturas que han caminado por la tierra durante generaciones, rara es la vez que dejan verse pero ahí están. El día no es el problema, pero al llegar la noche todo es diferente, criaturas de las profundidades salen a cazar, a saciar su sed o solo a divertirse; los humanos son su sustento, juegan con ellos, los destrozan, mutilan, mastican, tragan y desaparecen; al día siguiente solo es otro reporte policiaco y un par de palabras en los noticieros.

El día en que fui desterrada, rompieron mis alas y arrojaron en caída libre con los mortales, sobreviví por un hibrido que pasaba cerca de ahí, extrañamente me salvo. Y es ahí donde mi historia comenzó a reescribirse.

—Sariel, abre la puerta. Vamos. Abre la puerta, no te puedes quedar ahí todo el día.

—Vete de aquí Tom. Y mi nombre no es Sariel, ya dejé ese nombre atrás. Ahora soy humana, me llamo Natasha.

—Bien, Na-ta-sha. Sal de ahí, limpiemos este desorden.

Abrí la puerta, Tom estaba recargado en el marco esperándome con una gran sonrisa.

—No quise herirte. Disculpa. No pude controlarlo, los ataques son cada vez más fuertes.

Verlo a la cara me daba vergüenza, ver los rasguños desvanecerse, su camisa rasgada y con sangre; el suelo estaba cubierto con plumas, mis alas se habían recuperado ya aunque no podía volar del todo, lo peor era cuando mi naturaleza luchaba contra mi vida “humana” y la oscuridad quería apoderarse de mí. La mitad de una de mis alas estaba negra en su totalidad, había cambios en mis uñas y cabello, todo iba de mal en peor; cuanto más tiempo pasaba junto a los humanos… más inestable me volvía.

—Estoy empeorando. Han pasado casi tres años desde que me salvaste y aún no puedo controlarme.

—Natasha, fue un accidente. No hay forma de saber cuándo sucederán estos cambios —decía intentando consolarme.

Tomas, a pesar de ser un hibrido, era muy comprensivo y amable. Se veía como cualquier humano; alto, un poco bronceado de cabello cobrizo rizado y ojos marrones, el típico chico que podrías encontrarte en cualquier lugar.

—Esta vez fue diferente, la marca que está en medio de mis alas quemaba. Solo pasa cuando te están llamando —explicaba con ademanes señalando el medio de la espalda.

—Quieres decir que…

—Hay un sobreviviente. Tal vez un descendiente. Alguien joven, sin alas. Me está buscando.

Él se quedó pensativo, mirando el suelo, buscando las palabras que debía decirme. Fue un silencio prolongado, de meditación y análisis.

—Voy contigo. Ya lo decidí —me miró sin duda alguna en sus ojos y seguro de sus palabras.

—Yo sé el poder que tienes, pero es mi pelea. He esperado todo este tiempo la oportunidad de redimir el orgullo de mi legión. No puedes venir conmigo.

Le di la espalda, dispuesta a marcharme cuando su mano tomo mi brazo con gran fuerza, le observe más a detalle, ya no eran sus manos, ahora poseían unas afiladas garras negras tan largas y afiladas como cuchillos. Tom era un hibrido, solo eso sabía. Jamás le había visto en su forma original, la única vez que supe de su transformación fue cuando me salvo, pero estaba tan débil que no lo recuerdo. Esperé a que su mano regresara a la normalidad, yo sabía que se avergonzaba de lo que era, luego de unos momentos me giré para darle la cara. Se encontraba serio al otro lado de la habitación junto a la ventana, veía a través de ella como si realmente algo interesante sucediera afuera.

—¿No confías en mi cierto? — cuestionó aún sin mirarme.

—Sabes que no es eso. No arriesgaría tu vida por algo como esto — me apresuré a decirle y crucé la habitación hasta él.

—Eres tan necia Sar…

Me había parado frente a él y callado de un beso, le rodee el cuello con mis brazos, él sujeto mi cintura para levantarme un poco, de inmediato entrelace mis piernas rodeándolo por completo. Tom era mi pareja desde hacía ya un año, aunque vivíamos juntos desde antes, no le había visto como hombre, solo era mi salvador; hasta que un día me percate de cuanto me importaba, lo mucho que me preocupaba cuando llegaba tarde y que no dejaba de pensar en él.

—No me calles así, es injusto —murmuró al habernos separado.

—Entonces no vuelvas a decir ese nombre —advertí.

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Nota: Sariel es uno de los siete arcángeles de la mano de Dios, juez de mortales destinados al cielo.