Salí junto a Ivysaur de la torre desafío, caminamos dando saltitos hasta el centro pokémon y deje a mis amigos que habían combatido, estaba feliz por mi victoria. Me entregaron a mis compañero y salimos del lugar tras darle las gracias a la enfermera.
Minutos antes de que la entrenadora llamase a su puerta, la joven Honda al fin se había quedado dormida. Había disfrutado de un baño relajante, que,—aunque distaba mucho de ser como aquellos lujosos que ella recordaba tomar en su mansión de Sinnoh—, la había ayudado a despejar un poco su ideas. Sí, era cierto, estaba sin un centavo... pero no era el fin del mundo. Después de todo seguía teniendo su belleza. Y para Mimi, mientras siguiese teniendo su belleza, nada podía salir mal. Dormía profundamente, sobre la pequeña cama de la habitación que le habían asignado, bajo la luz del sol que entraba por la ventana y que desgraciadamente le daba directamente en los ojos. Sin embargo, y extrañamente, en su expresión, no había rastro alguno de molestia o enojo. En realidad, su rostro de porcelana mostraba un gesto de absoluta serenidad y calma. Sus labios ligeramente entreabiertos, su respiración tranquila y profunda, y sus dorados cabellos que se desperdigaban desordenados sobre la almohada, sin aparente orden ni concierto. Su Oshawott se había acurrucado a sus pies, y dormía tan profundamente que nada parecía poder despertarlo. En la habitación sólo se respiraba paz. Pero entonces... dos golpes en la puerta dieron con el fin de aquella serena estampa. Mimi se removió en sueños. Estaba durmiendo tan bien... ¿quién osaba perturbar su descanso? abrió un ojos con pesadez, y se incorporó ligeramente sobre la cama, frotándose uno de ellos con aire infantil. —¿Hmm?—fue todo lo que alcanzó a murmurar, debatiéndose aún entre el sueño y la vigilia, y con el cabello salvaje y desordenado como un Luxray en un día de lluvia. Debía tener un aspecto lamentable, pero en aquel momento, eso no le importó. (Tal vez porque no se tomó la molestia de mirarse en el espejo) —¿Hola? —oyó entonces una voz. Una voz que, por suerte o por desgracia, conocía muy bien—. La enfermera Joy dijo que te encontraría aquí… que en tu apuro olvidaste una de las pokebolas que dejaste a su cargo… Un nuevo golpe, y la puerta se abrió prácticamente sola... Mimi Honda Mi mente trabajó deprisa, y regresé a la realidad de súbito, como si me hubiesen arrojado un cubo de agua fría a la cabeza. Esa voz... ¿Effy? ¡Effy otra vez! Completamente despierta, me puse en pie sobre la cama, y señalé a la puerta, ahora abierta, con un tembloroso dedo índice. —¿Q-q-qué estás haciendo tú aquí?—le pregunté, o le espeté, porque más bien sonó como un ladrido. Un ligero rubor coloreaba mis mejillas y en mi rostro se dibujaba una expresión entre el enojo y la confusión. Y el horror, también. Era una acosadora... ¡una maldita acosadora!—¡D-deja de acosarme!—grité, nerviosa—. ¡Estoy haciendo todo lo que me pediste! ¿Qué más quieres de mí?
—¡¿Mimi?! —exclamé, sorprendida de descubrirla allí. Era, literalmente, la última persona que esperaba encontrarme en aquel lugar—. ¿Tú eres la entrenadora que parecía estar en una crisis ner… oh, ¿por qué no me sorprende? Ingresé al lugar sin esperar una invitación y cerré la puerta detrás de mí. Si lo que Joy me había dicho era cierto, la joven no podía estar pasando por un buen momento… el pasar de una vida lujuriosa y sin una preocupación a tener que mantenerse y vivir por sí misma era una transición nada sencilla, había que admitirlo, y quizás toda esa presión había causado que Mimi ahora tuviese esa crisis, tenía sentido… o quizás simplemente extrañaba la gorda billetera de su papá. En cualquier caso, le había prometido a Joy que ayudaría y eso era lo que iba a hacer. Suspiré y le arrojé a sus manos la pokebola que contenía al pokémon que había olvidado. —Debí haberme imaginado que ese Aron era tuyo… Joy dijo que le faltaba un poco más de curación porque estaba completamente debilitado, que te lo iba a decir cuando saliste hecha una furia hacia tu habitación con las otras dos pokebolas. Y cuando terminó, me pidió que te la alcanzara —expliqué una vez ella atajó la pokebola de su Aron, "Kichiro" lo había apodado si mal no recordaba. Me paré frente a la cama, brazos cruzados, y Starmie se mantuvo quieto detrás mío sin pronunciar palabra… o, sonido, supongo—. Y esa es la razón por la que vine aquí, nada más. Pero… ¿dijiste que has estado haciendo lo que te pedí? ¿A qué te refieres con ello?
Dormí por poco tiempo y me levanté a cambiar de ropa. Me fui a la ducha y me lavé con agua helada, era lo mejor para despertar el cuerpo y volver al entrenamiento. Salí del baño con una toalla cual taparrabo y cambié mis prendas. Claro que estas eran iguales que las otras, simplemente estaban limpias: Camiseta negra, sudadera verde oscuro, pantalones deportivos y finalmente unos tenis. —Esto aquí, esto aquí ¡Listo!—Finalicé de arreglar mi bolso y me lo cargué al hombro saliendo de mi cuarto hacía la entrada del Centro Pokémon donde entregué la llave de mi habitación saliendo del lugar.
Mimi Honda Iba a protestar, o a retroceder, pues no tenía la más mínima idea de cuáles eran exactamente sus intenciones. ¿Qué pretendía apareciendo en Ciudad Témpera, y después delante de la puerta de mi habitación? ¿Y entrando sin pedir permiso y cerrando la puerta después? Mi expresión no cambió en lo más mínimo, hasta que Effy no suspiró, y contra todo pronóstico, me arrojó una pokéball a las manos, que a duras penas pude atrapar. Estaba tan anonada y confusa, que ni siquiera acerté a enojarme, pues podría haberme hecho mucho daño si hubiese calculado mal el lanzamiento. —Hum, así que era eso...—murmuré, y un sentimiento de alivio me sacudió, resolviéndose en un profundo suspiro que estremeció mi pecho un breve instante. Sin embargo, la rabia que no había podido expresar volvió a apoderarse de mí—. ¡Pues podrías haberlo dicho antes, idiota!—le espeté, molesta—. ¡Me has asustado! ¿Qué rayos pretendes apareciendo así frente a la puerta de mi habitación? Pero Effy me ignoró por completo, y se detuvo frente a la cama con los brazos cruzados frente al pecho. Pude entrever a un pokémon con forma de estrella a su espalda, que no reconocí... como a la gran mayoría de pokémon que no eran de mi región, pues las pokédex estaban ya tan pasadas que moda que ni me había molestado en hacerme con una. —Y esa es la razón por la que vine aquí, nada más—dijo entonces—. Pero… ¿dijiste que has estado haciendo lo que te pedí? ¿A qué te refieres con ello? —No te hagas la tonta, sabes perfectamente a lo que me refiero—le respondí, frunciendo el ceño. volví el rostro, molesta—. A esa absurda apuesta que tengo que cumplir. ''Por haber perdido contra ti por segunda vez'' pensé, pero por supuesto, no lo dije. Bastante me había humillado ya como para reconocerlo además en voz alta.
No pude evitar suspirar nuevamente… interactuar con Mimi era tan cansino. Parecía que la voz de la muchacha nunca disminuía, la tenía perpetuamente en un alto y ensordecedor modo de grito, como si tuviese un megáfono incorporado a sus cuerdas vocales. No pude más que sentir pena por los sirvientes de la mansión de la que venía, donde sin duda escuchaban esos gritos todo el tiempo, pobrecillos. —Ya lo se, por supuesto, pero no me refería a eso… sino que, bueno, déjame ponerlo de otra manera más sencilla. ¿Cómo vienes con el cumplimiento de esa apuesta? —miré al Oshawott de Mimi, acurrucado junto a ella, tan pequeño y tierno e inofensivo—. Oshawott sigue en su primera etapa por lo que veo… ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos cruzamos, esperaba que sea al menos un Dewott a esta altura. Porque has estado entrenando además de ir recorriendo lugares, ¿verdad?
Mimi Honda —No ha pasado tanto tiempo, no seas exagerada—le respondí, poniendo los ojos en blanco. En realidad, ni se había hecho de noche... ¿cuanto había sido el viaje desde Barniz hasta aquí? Unas horas, nada más—. Y por lo tanto, Moo no puede evolucionar en tan sólo unas horas, si es que alcanzas a entender eso—le dije, muy segura de mí misma. Sin embargo, palidecí ligeramente ante sus últimas palabras, y una gota de sudor frío me recorrió la frente. ¿E-entrenar? Forcé una sonrisa, que, a pesar de todo, se vio demasiado forzada—. Ahm... C-claro que he estado entrenando, ¿qué otra cosa iba a hacer si no? ¿Andar por ahí con un chico al que apenas conozco capturando pokémon?—me crucé de brazos, tratando de aparentar molestia—. ¿Por quién me tomas? De hecho, incluso tenía pensado ir a la Torre Desafío en cuanto me recuperase del viaje. ''En realidad quería ir al centro comercial, pero entrar en un centro comercial y salir sin nada es...'' Suspiré, resignada. ''... Deprimente''
Mis ojos exploraron cada aspecto contenido entre las cuatro paredes blancas. Algunas veces me había asaltado, sin saber por qué, el interrogante de cómo sería estar en el hogar de la entrenadora a la que más admiraba, en el rincón del mundo especialmente hecho para ella. Ahora mi intriga estaba siendo complacida a través de la revelación. Una cama prolijamente hecha se encontraba apoyada contra la pared opuesta a la puerta, de forma horizontal. Sobre sus blancas mantas, el cristal de una ventana que daba a los bellos jardines del Centro Pokémon, con su vegetación meciéndose armoniosa a la par del viento. Contra la pared izquierda, hacia donde apuntaban los pies de la cama, había un ropero algo bajo pero de gran anchura, colocado junto a una puerta que debía ser la del baño. Había algunos objetos colocado sobre este mueble, productos que tenían la forma de diversos pokémon: muñecos, lámparas, etcétera. Había también una mesilla de luz al lado de la cabecera de la cama (con una lámpara encima) y, al costado de ésta, un escritorio acompañado de una silla. Todo era sencillo, pero se veía sumamente más acogedor. La habitación de Effy tenía algo que la hacía más especial que las demás. Un póster invadía la pared de la cama, complementándose a la perfección con la ventana. Como había adivinado desde afuera, representaba un paisaje, pero submarino. Una fotografía sensacional del fondo del mar, donde nadaban todo tipo de pokémon tipo Agua, desde Magikarp hasta Wailord, pasando por Dragonair (dragón, sí, pero relacionado con las aguas), Gyarados, etcétera. De noche sería como dormir en lo profundo del océano… Effy debía sentirse sirena… De las bellas… Togepi tiró de la botamanga de mi pantalón, pues me notó distraído en mis pensamientos. Volví en mí no sin cierto respingo. El pequeño tipo hada posó los recuerdos de Effy en el suelo alfombrado, y nos señaló a Serperior y a mí un punto debajo de la cama. —Es allí donde se encuentra la caja, ¿no? —le pregunté, ante lo cual asintió con una gran sonrisa. Aparté las mantas que caían por el borde de la cama, con el cuidado de no arrugarlas, y extraje de las sombras de allí abajo la caja, que tenía más el aspecto de un cofre de aquellos que parecían encontrarse en el fondo del mar. Parece ser que a Effy le gusta el mar. Abrí la tapa para comenzar con el guardado de los regalos de Joy. Mas, el contenido volvió a sumirme en la distracción.
Una vez compré lo,que quise (O mas bien lo que Spark quiso) decidí ir al Centro pokémon. --De no se cuantos hay aquí nos hemos gastado treinta... Pero en dulces... -- dije mirando a mi pokémon,cel cual se relamía por cada bocado que le daba a una chocolatina al parecer. --¿Quieres dejar de tragar? Mi pokémon negó, y siguió con lo suyo, mientras yo guardaba la tarjeta en mi cartera, y acto seguido, esta a mi bolsillo. --Al menos ve guardando, que yo también quiero...
Sus palabras decían una cosa, pero su rostro claramente indicaba otra. Suspiré. Cuando habló de entrenar puso la misma cara que un niño que había sido agarrado con las manos dentro del jarrón de galletitas e intentaba explicar la situación a su madre. —Claro, claro, seguro… hm, ¿la Torre Desafío? No es mala idea, propulsará tu entrenamiento sin duda —comenté, con Starmie haciendo un ruido que parecía asentir a mis palabras. O no. Nunca podía saber con claridad lo que expresaba—. Me dijeron que recién terminó el desafío de Ian, así que podrás acceder a la Torre ahora sin problemas… claro, a menos que sea demasiado para ti. Sonreí con satisfacción mientras me daba vuelta para encarar hacia la puerta; estaba convencida de que esas últimas palabras serían suficientes para que Mimi se lanzara de cabeza hacia el desafío. Me dispuse a salir de la habitación, no sin antes agregar. —Estaré esperando ver tu combate, que es televisado y transmitido en la pantalla del centro pokémon… buena suerte —declaré finalmente antes de abandonar la habitación.
El cofre de Effy contenía otros objetos comunes, pero que para ella debían tener un gran valor afectivo. Había flores secas, algunas hojas de otoño, piedritas, lápices, papeles escritos, entre otras cosas. Pero lo que más llamó mi atención fue la fotografía enmarcada en negro, con una inscripción plateada que rezaba: “Feliz cumpleaños. Te queremos” Miré de reojo a Togepi. Estaba ocupado jugando con las hojas de la cola de Serperior. Mi inicial, contrariamente a lo que podría esperarse, le acompañaba en la diversión moviendo la cola para que el pokémon de Effy no la atrapara, pero al mismo tiempo invitaba a hacerlo. Seguía mostrando su postura de príncipe, pero definitivamente contaba con instinto paternal, como todos los Serperior. Aproveché ese momento de distracción para retirar la fotografía y verla bien. Era como un retrato familiar, una fotografía que sacaron en la recepción del Centro Pokémon. Una Effy pequeña, ataviada en un vestido azul marino, ocupaba el centro de la escena. Estaba sentada sobre el mostrador con sus pies colgando en el aire, con una de sus sandalias playeras pendiendo del dedo mayor izquierdo. Debía tener diez años por ese entonces. Se aproximaba bastante a como la había imaginado de niña, aunque tenía el cabello más corto y rebelde. Sus ojos brillantes y su sonrisa parecían desafiar al camarógrafo. Abrazaba con visible cariño a una Flabebé, contra su vientre. La que ahora era una hermosa Florges reía, feliz de estar con una persona como ella. Sobre el mostrador también se encontraban Squirtle y Dratini, con la misma expresión de dicha. Parada frente al mostrador estaba la enfermera Joy que habíamos visto hace unos instantes, pero unos años más joven. Sus cabellos eran largos y caían como cascada, y todavía no vestía el uniforme de enfermera, sino unos jeans y chaqueta. Abrazaba a Effy por los hombros y sonreía con suma alegría. Por el otro lado, pero detrás del mostrador y con uniforme, la madre de Joy. Algunas arrugas aisladas la diferenciaban de su hija, pero su sonrisa contaba con el mismo brillo. Saludaba tímidamente con una mano. Permanecí un rato mirando la enternecedora imagen. También sonreía.
—Cierto, olvido mis pokémon.—Dije dando la vuelta en trescientos sesenta grados y volviendo al Centro Pokémon. Ahí recogí a mi pokémon y al salir del lugar encontré a Elisa caminando. —¿Siempre estás por aquí?
Me estiré hacia arriba todo lo que pude. Necesitaba vo,ver a caminar, ya que me pasaba toooodos los días frente a un mañdito escritorio y sentada en una silla de oficina, que aunque fuera cómoda, me molestaba. Cada dos por tres, le pedía a Spark uno de los dulces que compre, si compré, y no me daba ni uno. --Cuando volvamos a Kalos te voy a poner a dieta...-- le dije a mi pokémon electrico, al cual parecía no importarle Di un suspiro de desesperación, y seguí caminado, pero el Raichu se paró, movió sus orejas, y continuó, algo llamo su atención. --Solo guárdame algo, o no te compro nada más en tu vida.
Escuche una voz conocida tras mío y voltee para ver al dueño sonriendo levemente. —Ultimamente no he tenido a donde ir —respondí caminando junto a Alpha.
Salí de la Torre Desafío a paso veloz; cada dos minutos volteaba hacía atrás y a los lados para comprobar que Yuno no me hubiera seguido. Después de media hora sin que hubieran rastros de ella, me relajé un poco. Seguí caminando con la mirada fija en los altos edificios de la ciudad, y por ende, no noté la presencia de un pequeño Raichu frente a mí hasta que fue muy tarde y terminé pateándolo por accidente. El pokémon me miró molesto, pues además se le habían caído un par de dulces que traía al suelo; cuando traté de disculparme (porque sí que traté, tampoco soy tan animal) el pokémon comenzó a cargar energía eléctrica en sus mofletes, y después en todo el resto del cuerpo, señal inequívoca de que no pensaba escucharme, ni mucho menos perdonarme. Comencé a retroceder cautelósamente, más me di cuenta de que hacer eso sería inútil, pues aunque agilidad no me faltaba, nunca podría superar la velocidad de un Raichu. Así pues, decidí hacer una jugada muy arriesgada: Planté firmemente mis pies en el suelo durante un segundo, e inmediatamente después, salí disparado como una bala contra el Raichu. Como el pokémon seguía cargando su ataque, no fue capaz de evitar aquella poderosa patada que le propiné, y que lo mandó volando varios metros por los aires. Montones de dulces provenientes de la cajita del Raichu comenzaron a caer, y me aseguré de atrapar varios para comérmelos después. Acto seguido, salí corriendo en la dirección contraria.
Después de 20 minutos de huida intensa (completamente innecesaria la verdad, porque el Raichu nunca me persiguió. Supongo habrá caído de nuevo en la basura) me decidí a realizar algo que había pospuesto desde hace mucho: El Torneo Acrílica. Supongo que esta decisión fue influenciada por mi deseo, bastante intenso, de poner tanta distancia como fuera posible entre ese Raichu y yo. Salamance alzó el vuelo en cuanto salió de su pokeball: últimamente era para lo único que lo llamaba.
—Gracias, es el segundo combate que he ganado —me apene un poco sonriendo, estaba feliz de tener algo de compañia humana.
—Pues que sea el segundo de muchos—Le sonreí.—. Te dejo entonces, tengo que ir a Acrílica. Liberé a mi gran Rayquaza y éste agacho la cabeza para que yo subiera. —La próxima vez te retaré a pelear. Y sí ves una chica rubia y escandalosa llamada Mimi dile que tuve que ir a resolver un asunto. ¡Nos vemos! Sin más desaparecimos en el cielo.
Me disponía a abandonar la habitación de Mimi cuando repentinamente mi Holomisor comenzó a sonar… lo saqué y descubrí que se trataba de un mensaje de nada más ni nada menos que Ukita, mi compañero de equipo, quien me informaba una de las noticias más placenteras en mucho tiempo. Ya hasta me había olvidado de ello, pero en un instante todo regresó instantáneamente a mi mente: la euforia de ganar aquella batalla contra Liza y Steve, pasar a la ronda final, el tener que enfrentarnos contra las extraordinarias fuerzas combinadas de Ian y Alpha… prometía ser una épica batalla. —Mimi, al parecer, si ibas a tomar el combate de la Torre Desafío ahora mismo, no podré ir a verlo… —sonreí lentamente—. Tengo un torneo en el que combatir. Y dicho esto, me marché apresuradamente. Llegué hasta el mostrador, me despedí de Joy y le pedí que le dijera a Hubert el motivo por el que me marchaba tan a las apuradas (y que, si su combate también se reanudaba, le deseaba suerte en su batalla contra el equipo Steliza). Fuera del establecimiento, me encontré con Maractus, Plusle y Clefable, que aún jugaban y reían. Starmie fue el encargado de explicar lo ocurrido, por lo que el baile llegó a su fin y Clefable partió con nosotros; Plusle y Maractus se apresuraron en dirección a donde habías vislumbrado a su entrenador marchar. Finalmente, regresé a la tipo hada y al tipo agua a sus pokebolas y salió Skarmory. —¡Vamos! ¡A Ciudad Acrílica!