Ciudad Barniz

Descendí sobre Ciudad Barniz… habíamos estado volando por un tiempo ya desde que dejamos Ciudad Témpera, por varias localizaciones de Galeia, y finalmente parecía que Skarmory estaba agotado. Bajamos frente a una bonita tienda de antiguedades, y una vez tuve ambos pies sobre tierra firme decidí regresar al tipo acero a su pokebola. Se había ganado un buen descanso. Liberé a Jolteon, Flareon y Vaporeon para que me acompañar en mi caminata y comencé a avanzar.

Me encontré caminando las calles de la urbe por un buen rato, y la ciudad comenzaba a amanecer a nuestro alrededor; hombres que abrían las puertas de sus locales, mujeres que pasaban apuradas hacia destinos inciertos, niños que jugaban en las plazas bajo la atenta supervisión de sus progenitores… parecía ser una mañana encantadora en Ciudad Barniz.

Mi primera parada fue el centro pokémon; después de todo, era el lugar más barato para obtener un buen desayuno. Me dirigí a una mesa al final de la habitación, pero cuando me disponía a sentarme decidí que no podía privar a mi equipo de la comida más importante del día… liberé a todos mis pokémon (exceptuando a Alakazam y Golduck, que se encontraban en guardería, y a Steelix, que por cuestiones de tamaño no cabía dentro de la edificación).

Ordené enseguida una gran variedad de comida pokémon para todos ellos, y para mí unas simples tostadas de pan integral y un té.

 

Pasó el tiempo, el día sé hacía presente, la gente comenzaba a despertar en el centro pokémon -sus escándalos los podría oír aunque durmiera fuera- y claro que mi momento también llegaba.
Me levanté, me duché rápidamente y salí del lugar dejando únicamente mi bolso el cual volvería a buscar junto al huevo de Eevee.
— Rayquaza, a volar.— Con mucha fiereza se presentó el dragón de la estratosfera, logré subir a su cabeza sin hacer mucho ruido para no ser perseguido ni que tomaran fotos ni nada.
— Llévame al lago helado.
Un vuelo más sé inició, claro que este si llamó la atención de la gente. Bueno, a mi igual me hubiera llamado la atención un dragón de siete metros de altura ascendiendo en una ciudad.

 

Mimi Honda

—Si no recuerdo mal, anoche le eché un vistazo al cuarto antes de irme a dormir y ese billete plateado no estaba en la mesa...—me respondió, intercambiando breves miradas entre mi persona y el cupón del hotel—. Así que eso no hubiera sido posible, Mimi. Y no te quejes tanto, que estos cuartos no están tan mal.

Fruncí el ceño aún más. Odiaba admitir que otra persona tenía razón. ¡Lo odiaba! ¡Odiaba toda esa condenada situación! Pero, a decir verdad, yo tampoco recordaba haber visto antes ese cupón. De hecho, nunca antes había tenido que usar un cupón ni un vale de descuento en absolutamente nada. Lo bueno de ser rica, supongo. En cualquier caso, Liza tenía razón. Por segunda vez consecutiva. ¿Y encima se quejaba? ¡Ugh!

—¡Deberás hacerlo si quieres que te perdone por haberme quemado el pe...!—y seguía en mis trece. Sin embargo, no pude continuar la frase. No. Una descarga eléctrica arrasó de pronto todo el cuarto, como salida de la nada. ¿Por qué a mí? ¡Que alguien me diga que había hecho yo para merecer todo esto!

Sobra decir que mi pobre cabello salió muy mal parado. Totalmente ennegrecido, con las puntas quemadas, y erizado como un purrloin rabioso... tenía ganas de matar a alguien.

Parpadeé lentamente, como si tratase de entender lo que acababa de ocurrir. No me moví, me quedé estática, como de piedra. Ni siquiera fui consciente de las palabras que Liza me dirigió, ni sentí cuando me quitó la libreta de la mano.

Pero cuando abandonó el cuarto, como si hubiese prendido una mecha, la ira me encendió, me llenó por dentro con sorprendente facilidad, y enrojecí de rabia e indignación. El corazón me bombeaba desbocado en el pecho.

—¡Gaarg!—grité. Aunque no estoy segura de sí fue un grito o un gruñido, en realidad, y me bajé de la cama de un salto, dispuesta a abalanzarme sobre Liza y acabar con su existencia. Pero, por suerte, Moo se dio cuenta de mis intenciones, y Raiden, mi Luxio, logró salir de la pokéball a tiempo para sujetarme con los dientes del vestido.

—¡Yo la mato, la mato, la mato!—repetía una y otra vez, histérica y arañando el aire en un ataque de rabia sin precedentes—. ¡No vivirá para ver la luz de un nuevo día! ¡Voy a acabar con ella y con toda su patética existencia!

Casi rugí. Continúe en ese estado un par de segundos, y me detuve al darme cuenta de que ninguno de mis pokémon tenía intención de soltarme ni de dejarme ir hasta que no volviera en mí. Decidí que lo mejor era tratar de calmarme. Cerré los ojos, los puños tan apretados que los nudillos se me volvieron blancos, y suspiré profundamente, en un intento vano por calmar mi ira. Una ira que me ardía en la venas como si fuese fuego líquido.

—¡Ya está, ya está!—exclamé—. ¡Estoy calmada, estoy calmada! ¿Veis?

Raiden y Moo intercambiaron miradas de circunstancias, no muy seguros de como proceder. Mi Oshawott asintió, inseguro, con una gota de sudor frío en la frente. Raiden asintió después, y los dos me soltaron a la vez. Me aparté de ellos bruscamente, y me detuve a alisarme el vestido. Y entonces, sin más, volviendo el rostro con dignidad, agarré mi bolso de mano y salí a la puerta, con mis dos pokémon observándome con extrañeza.

Vi a Hubert y a Liza, pero no saludé. Lo único que escapó de mis labios fue una áspera advertencia,''Ni una palabra'', dije, más dirigida a Hubert que a nadie, pues parecía algo extrañado por los curiosos peinados que llevábamos tanto Liza como yo. Y, sin añadir absolutamente nada más, con toda la dignidad de la que fui capaz, con el cabello hecho un auténtico desastre, los ojos cerrados y los puños apretados.... pasé de largo.

 

Dí un sorbo del té serenamente… delicioso, tal como esperaba. Su calidez inundó mi cuerpo que se había visto algo frío durante una noche de vuelo a través de Galeia. Unté la primera tostada en crema y mermelada y procedí a comerla mientras observaba a mis pokémon.

Jolteon acusaba a Vaporeon de robarle comida de su plato, a lo que la tipo agua respondía simplemente mirando hacia un costado como restándole importancia. Flareon intentaba mantenerse apartada de todo el asunto, mientras que Blissey hacía de la pacífica mediadora entre ambas Eevoluciones. Blastoise y Dragonite devoraban sus platos con euforia para reponer sus energías; Marowak observaba su gran tamaño y fuerza con envidia, mientras que Crobat comía lo más lejos posible de ellos como una especie de precaución.

Gallade y Florges habían rechazado grácilmente sus raciones, y se dedicaban a mirar por una ventana cercana a las personas que pasaban por la calle afuera, mientras sus porciones eran atacadas por Clefairy y Tepig. Vileplume urgía a Staryu a que comiera algo, pero el tipo agua se resistía y permanecía impasible en su lugar; al parecer, hoy no sería el día en que descubriríamos qué comía Staryu. Arcanine, que había terminado de comer, se había echado en el suelo y descansaba plácidamente ahora con el estómago lleno.

Pedí también al mozo que nos atendió si podía darme un poco de comida para pokémon tipo acero para llevar, para darle de comer a Steelix y a Skarmory. Afortunadamente, contaba con mucho dinero actualmente…

—¿Quién hubiera dicho que todas esas cosas que Mimi había comprado se venderían tan bien? —comenté a nadie en particular con una amplia sonrisa plasmada en el rostro; la chica había salido huyendo como un Caterpie que divisa un Pidgeotto a lo lejos tras su aplastante derrota, y esas bolsas llenas de ropas caras habían quedado tiradas ahí…

No tenía ningún remordimiento al respecto. Como decía el dicho, "a girl's gotta eat…"

 

Camnaba por los pasillos del Centro Pokémon junto con un Raichu aún molesto, pero yo lo único que tenía en mente en aquello instantes es arreglar un poco aunque fuera el destroz de mi cabello. Tomé una goma y me hice una coleta mientras me detenía frente a un espejo del pasillo para no hacerla mal, y me lo recogí dejando a los lados de mi rostro mis dos mechones castaños característicos. Por lo menos ahora estaba más decente. Tomé mejor la libretita entre mis manos y me dirigí hacia la enfermera Joy, para pedirle que me dejara preparar el desayuno en la cocina del centro. Ésta asintió y ambos nos dirigimos hacia el lugar.

—Estarás contento. —solté mientras lo miraba de reojo. —Por tu culpa ahora estoy metida en este lio. Más te vale que me ayudes a preparar las cosas, ¿entendiste?

Pero antes de que el pokémon pudiera protestar, nos encontramos a una Mimi totalmente enfadada pasar de largo y dirigirse a no sé donde, y yo me detuve, ladeando la cabeza y con una expresión confusa en el rostro. ¿Y yo que hago ahora con la libretita, se iba a ir? Raichu y yo intercambiamos miradas de duda, pero finalmente decidí que se lo prepararía. Aún sabiendo que quizás ni volvía al cuarto y mi esfuerzo sería en vano. Si decía que haría algo, lo debía cumplir sí o sí.

Entramos a la cocina dispuestos a empezar a preparar la comida más importante del día.

***

Quince minutos después, volvimos a la habitación cargados cada uno con una bandeja, una mía y la comida de los pokémon y otra de Mimi, y tras cerrar la puerta tras de mí dejamos las cosas en la mesa. Al parecer Mimi había dejado aquí a sus pokémon, lo que significaba que debía de volver. Un pequeño sonido proveniente de mi barriga delató mi hambre actual.

—En fin, yo ya tengo hambre. ¿Quién más quiere desayunar? —pregunté alegremente y tras preparale la comida a los pokémon de Mimi y a Raichu, todos comenzamos a desayunar tranquilamente.

 

En lo que fueron apenas minutos, un Purrloin rabioso pasó levitando por el mismo camino que había tomado Liza, distrayéndome de mis lecturas. Al segundo siguiente reparé en que se trataba de Mimi, quien tenía sus cabellos ennegrecidos y erizados como por obra de una descarga eléctrica. Si bien la teoría de un nuevo peinado se había desmoronado, eso no me privó de ladear la cabeza, ya que me sentí sumamente extrañado ante tal imagen. Mimi pareció darse cuenta, porque una advertencia salida de sus labios cruzó el aire como una cuchillada:

Ni una palabra.

Asentí de manera imperceptible para supiera que la había escuchado, y procuré tranquilizarla con una sonrisa, pero ya se había marchado. Intercambié una mirada primero con Serperior, y después con Scrafty. Éste se encogió de hombros, gesto que yo imité. Me daba mucha curiosidad saber qué había pasado, pero la intuición me dictaba que no era buena idea ir a preguntárselo a Mimi... Por mi bien.

—¡Ah! —exclamé.

Spritzee había salido sin previo aviso de su pokébola. Voló felizmente alrededor de nuestra mesa, contenta con el aroma del pan tostado, el café y los dulces. Plusle se puso de pie sobre la mesa para darle los buenos días en su idioma. Scrafty, Magmortar y Shinx la miraron con curiosidad; les expliqué de mi visita al Claro de los Sueños. Al enterarse de que tenían una nueva amiga con ellos, procedieron a presentarse amigablemente. Spritezee se hinchó de dicha.

De pronto, notó algo en un rincón de la cafetería. Algo que a ella le resultó brillante, hermoso, de color claro. Voló hacia a allí y, como había sucedido con Mimi, se puso a jugar con los cabellos de Effy sin pedirle permiso.

 

Ya que mi billetera se encontraba de todo menos vacía actualmente, decidí llamar al mozo una vez más y pedirle más tostadas y más mermelada, así como más comida pokémon para aquellos que se habían quedado con hambre (Blastoise y Dragonite fueron los primeros en levantar sus ansiosas manos, peor Tepig, Marowak y Clefairy también se mostraron deseosos de repetir sus raciones).

—¿Pero qué…

Noté que había una especie de mosca gigante, fea y rosada en mis cabellos. Luego llegué a la conclusión de que se debía de tratar de algún pokémon que desconocía, por lo que saqué mi pokedex y éste le identificó como un Spritzee.

Un Spritzee que se había puesto a jugar con mis cabellos por alguna razón, y su permanencia sobre mi cabeza comenzaba a ser molesta. Sacudí la cabeza intentando que se cayera, pero el hada rosada no se soltó y se aferró de mis cabellos, divertida, para no caerse; no pude evitar un sonoro "¡ouch!", pues se había agarrado de la raíz del cabello y tiró muy fuerte, casando un dolor nada leve.

Marowak, creyendo a su entrenadora en peligro mortal, saltó a su defensa, dispuesto a probar su valía frente a sus compañeros de equipo, y lanzó su hueso boomerang con una fuerza terrible que le dio a Spritzee con firmeza y mandó al hada a volar hasta que impactó contra la pared del café. Blissey, preocupada y bondadosa como ella sola, se acercó al pokémon para ver si se encontraba bien.

—Creo que te pasaste, Marowak… —dije, y el pokémon tipo tierra miró hacia abajo, avergonzado, una vez regresó su hueso a él—. Aunque me lo sacaste de encima al fin y al cabo… gracias —y ese agradecimiento inmediatamente renovó el espíritu de Marowak.

 

Me puse de pie para ubicar a Spritzee entre los clientes. No tardé en divisarla en una mesa que quedaba prácticamente al otro lado de la cafetería.

—¡Vaya, pero si es Effy! —dije con una sonrisa divertida, viendo cómo mi pokémon jugueteaba con los cabellos de la entrenadora.

Pero a ella no parecía hacerle mucha gracia, y ni hablar de su Marowak: la estampó contra la pared mediante un certero golpe de su hueso. Scrafty, Magmortar y Shinx se estremecieron al sentir el cuerpecito impactando en la sólida superficie. Maractus bailó, pensando que se trataba de una percusión que acompañaba a sus maracas.

—¡Spritzee! —exclamé.

Me levanté de mi asiento para cruzar la cafetería. Pero para cuando estuve lo suficientemente cerca para tomarla en brazos, apareció Blissey para hacer eso mismo. Con unas palabras dulces intentaba tranquilizar al pequeño tipo hada, que lagrimeaba a causa del dolor en la nariz. Sentí la mirada de Effy y sus pokémon clavadas en mí. Le sonreí con serenidad, encogiéndome de hombros.

—Tiempo sin verlos —saludé, y miré a Effy—. Supongo que te debo una disculpa. A Spritzee le gusta jugar en la cabeza de las personas que tienen hermosos cabellos —agregué con simpleza.

Pedí amablemente a Blissey que me entregara al mencionado pokémon. Ella lo hizo encantada. Al verme, Spritzee se repuso de su dolor para, acto seguido, levitar alegremente sobre nosotros.

 

— Oh, Emi... no tuviste tu batalla que viniste a buscar — dije de repente, recordando el porque habíamos llegado aquí a barniz — ¿Quieres ir a buscar a alguien para tu batalla? — pregunté recargándome un poco en el tronco del árbol, soltandola levemente

 

— Esta bien...— dije viendo como sus manos ahora tocaban el suelo y miraba atentamente el cielo — A mi me gustan mas las estrellas — comenté de repente mirando un poco hacia las nubes — Para mi... son mejores

 

— No niego que las nubes sean hermosas — me aclaré un poco mientras sentía como se apoyaba nuevamente en mi — Pero sigo prefiriendo a las estrellas, me dirás tonto o algo así pero... las relaciono un poco mas contigo que las nubes — suspiré un poco y mantuve mi vista hacia arriba tratando de descifrar como lo había hecho ella las formas de las nubes

 

Esperé a que terminara de cambiar su posición para poder hablar yo. Aunque realmente no iba a decir nada, coloqué un dedo en mis labios y sonreí un poco mirandola — Es un secreto Emi — dije sin perder la sonrisa para después volver a mi postura normal alzándome levemente de hombros

 

Reí levemente tomando sus manos para evitar que siguiera tironeando mi camisa por un momento — Las estrellas iluminan el camino de muchas personas ¿lo sabes no? — una vez dicho eso solté sus manos y le volví a sonreír nuevamente

 

— Supuestamente no se pierden de vista por su brillo, pero yo ya no te encontraba hasta que volví a ver tu brillo otra vez — tal vez eso le apenaría un mas, pero la verdad era la verdad a fin de cuentas