MI ABSURDA REALIDAD

Hola a todos, este es un tema creado para la actividad: Melodía Apocalíptica. Espero les agrade, no olviden dejar sus comentarios.
Como tengo ciertas dudas acerca de si se subió o no el vídeo, les dejo el nombre de la canción: Apocalypse de Muse.

MI ABSURDA REALIDAD

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De la libertad nace el desastre. De la luz, la oscuridad. Todo su pensamiento estaba sumido en la sola idea de la destrucción. Ahora entendía que dominar sus más grandes temores requería grandes sacrificios. Lastimosamente, era tarde. El olor a muerte que emanaba a su alrededor era asfixiante, no había duda, su final estaba cerca.

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Aferrada a la única arma cargada que aún poseía, intentó, torpemente, levantarse sobre sus agotados pies logrando solo rodar una vez más sobre el piso. Había corrido tanto y solo había conseguido quedar atrapada. Las elecciones de las que disponía no eran prometedoras: el acantilado o aquellas asquerosas mandíbulas… El tiempo se estaba acabando. Aturdida por la pérdida considerable de sangre, apenas podía hilvanar un plan que le permitiese salvarse el pellejo. Estaba sola. Su misión había sido un fracaso, un simple rescate se había convertido en una carnicería…

— ¡Malditos! —susurró débilmente la joven, sus esfuerzas se estaban apagando— ¿Cómo pudieron traicionarme? —repitió una y otra vez buscando una respuesta lógica. Su situación era más que deprimente, no sabía cómo actuar, saltar al vacío parecía su opción más lógica, eso o apretar el gatillo en dirección a su cabeza. Por nada del mundo se permitiría vivir una vida tan miserable como la de un cadáver que no puede morir. Y aun cuando no quería sucumbir, su vida le parecía vacía, libre de cualquier propósito ahora que… sus propios padres buscaban verla muerta.

Sucumbiendo a la inconsciencia, decidió dedicar sus últimos minutos de vida a recordar el grado de estupidez al que había decaído, confiarse de esa manera le había costado demasiado. ¿Y ahora, qué quedaba por hacer?

Vivió largos años esperando una satisfactoria venganza y, en lugar de eso, solo consiguió maltratarse de esa manera. No se los permitiría, no después de todo lo que pretendían.

— ¡Salva a mi hijita!, ¡Sí, cómo no! —espetó agriamente mientras apretaba un poco más el torniquete alrededor de su muslo izquierdo, la hemorragia al parecer había cedido, eso o ya no quedaba sangre que expulsar. Las heridas alrededor de sus brazos y piernas, le ardían desmesuradamente, el intentar escapar de una cerca de alambres de espino tiene sus consecuencias. Los sonidos de unas perezosas pisadas la sacaron de sus recuerdos obligándola a empuñar su arma y apuntarla en dirección a la nada—. ¡Te entregan la vida y luego te la arrebatan, valiente familia! —dijo para sus adentros mientras unas crudas y pesadas lágrimas luchaban por salir— No, no me rendiré.

Arrastrando sus pasos se acercó al vacío y salto sin contemplaciones, su deseo de venganza era la nueva sangre que alimentaba su aparente derrota.

— Mi suerte aún no me abandona— alcanzó a decir antes de que el golpe frío contra el agua del río la dejara inconsciente.

Vagando en mil recuerdos, su mente la distrajo de la muerte arrullándola en los días en los que, de cierto modo, ella fue feliz. Sus años solitarios dentro de la mansión ahora le parecían entrañables. Poco a poco revivió los recuerdos que de una u otra forma hubieron de marcarla de por vida: el cariño de los sirvientes que la acompañaron en su crecimiento, Kyle; su eterno amor de la infancia, los años de entrenamiento, su juventud añorada perdida en el sanatorio a causa de… sus padres. Todos sus sentimientos y memorias machacaron su poca cordura en un instante. Agitada y aturdida por la fiebre despertó bruscamente en lo que parecía ser el interior de una oscura cueva. Confundida, miró a su alrededor en busca del alma compasiva que la libró de la muerte pero, no pudo distinguir a nadie. Estaba sola, como siempre. Su cuerpo estaba cubierto por una desgastada chaqueta de cuero negro que, obviamente, no le pertenecía a ella, por los detalles y volumen de la misma pudo concluir que su dueño era un hombre. A gatas, consiguió moverse por el lugar buscando desesperadamente sus armas, a estas alturas no podía permitirse el lujo de confiar en alguien.

— Si las buscas, amiga, debo decirte que pierdes el tiempo, sabes que no me gusta verte jugar con ellas —La impresión de no saberse sola la desubicó por un instante, su cuerpo empezó a temblar mientras recorría cada centímetro de la superficie buscando algo con que defenderse— ¡Vamos, deja ya el drama!—repitió el extraño mientras se acercaba a paso prudente al lugar donde ella se encontraba.

— Kyle —gritó enérgicamente sacando fuerzas de flaqueza— ¿Acaso, te enviaron a terminar su trabajo?

— ¿Cómo puedes decir eso? , sabes que nunca podría hacerte daño.

— ¿Daño? ¿Cómo si un hubieras hecho el suficiente? —El vacío desgarrador de sus últimas palabras parecieron, de cierto modo, afectar la actitud autosuficiente del joven, su cuerpo se comprimió haciéndolo lucir menos alto, parecía haberse avergonzado. Dirigiéndose hacia la entrada, se alejó de ella dejándola sola durante un corto tiempo. Ambos necesitan pensar. Iluminándola con una linterna, él le permitió ver que se encontraba casi tan apaleado como ella. ¿Qué había ocurrido? Sus miradas se cruzaron entre la densidad de la oscuridad por un largo tiempo, el recuerdo de su pasado los lastimaba demasiado, ella sentía que no valía nada y él, no podía dejar de pensar que ni en cien vidas podría resarcir el daño que le hizo al haberla metido en el sanatorio mental.

— Sabes que no fue mi culpa —dijo él a modo de disculpa, sin embargo, la gravedad de los hechos era difícil de superar—, tus padres…

— ¡Mis padres, esa es tu excusa! ¿en serio? —la mirada de la chica explotaba de rabia, sus labios se remordían intentando contener miles de palabras que intentaban abrirse paso a través de su garganta.

— Yo, te amaba, aún te amo —le dijo mesuradamente como intentando permitirle digerir las palabras. Habían pasado tantos años desde que ambos se habían visto por última vez, parecía casi una eternidad, él la había encerrado en el manicomio mientras ella gritaba por una respuesta que nunca nadie le dio.

— Y aun así, le entregaste mi alma al diablo —El nudo que se había formado en su garganta estaba empezando a comprimirle el pecho dificultándole el aliento.

— ¡No lo entiendes! —gritó él de manera roñosa, moviendo extrañamente las manos como si intentara apartar un imaginario enjambre de insectos alrededor de su cabeza. Sus pasos se acercaron a ella rápidamente, de un instante a otro ambos estaban abrazados mirándose fijamente a través de la oscuridad—. ¡Tenía que protegerte! ¡No sabía cómo, solo podía alejarte! ¡Solo podía…! —El frío de una mano estampándose contra su mejilla, fue lo último que alcanzó a escuchar antes de que el raído toque de su chaqueta cubriéndole la mirada, le nublara el razonamiento. Había sido ella. No había perdido su toque. Tirándole la chaqueta al rostro se alejó de su abrazo no sin antes haber recuperado las armas que él escondía.

— No has cambiado —susurró tristemente mientras la silueta de su amado recuerdo se perdía en el umbral de la cueva—. Eso me alegra.

— Y tú sigues siendo el mismo torpe de siempre —espetó ella a manera de despedida. No faltaba mucho para salir de la cueva y perderse del lugar cuando el sonido de unos grotescos gruñidos rodeando su posición, la sacaran de sus casillas obligándola volver a la aparente seguridad de la cueva— ¡Debemos irnos, están aquí! —masculló nerviosamente mientras atravesaba la cueva en dirección a él.

— No tenemos salvación —aseguró él de manera mecánica, sus años como espía encubierto le habían dotado de cierta intuición—. Debemos luchar.

— ¡Estás loco! —gritó la joven al borde de la histeria. Jamás lo lograríamos, son demasiados.

— Tan poca confianza te tienes —susurró él, tomándola de la mano—. Confío en ti. Sé que lo lograrás— afirmó pausadamente mientras le daba un beso en la frente—. Solo ve hasta el final del sendero, allí encontraras una moto, ten las llaves.

— ¿Qué estás diciendo? —inquirió ella mientras tomaba las llaves y una grave mirada de dolor se sembraba en su rostro.

— Lamento no poder acompañarte.

Tras una breve mirada ambos se encaminaron a la entrada de la cueva y empezaron a correr, las bestias aún no habían llegado pero, dado el notable olor a descomposición, ambos dedujeron que pronto tendrían que hacerles frente. Tan pronto como sus pasos se aceleraron, el golpe seco de unos cuerpos desplomándose contra las ramas de los árboles, los alertaron del inminente peligro. Aferrados a la poca cantidad de municiones que les quedaban, corrieron con aún más fuerza mientras eran seguidos de cerca, por una creciente masa de cadáveres andantes.

— Ya casi —informó el chico sin disminuir el paso—. Al llegar no mires atrás y márchate, entendiste.

Pero, antes de que ella pudiera reclamar, la fuerte mano de uno de esos espectros se aferró a su pierna tumbándola sobre el fango.

— Te ayudaré— gritó él mientras, de una fuerte patada, destrozaba la cabeza del zombie—. Vámonos.

Sin perder tiempo, ella se puso de pie y corrió tras él no sin antes darse cuenta que la manada de cadáveres empezaba a disminuir. ¿Las cosas no podían ir peor? Fue entonces que, como si de una pesadilla se tratase, una pequeña horda de lo que parecían ser unos perros podridos, se abalanzó sobre ellos a unos pocos pasos de llegar a su medio de escape. Aprovechando el golpe de adrenalina y sus años de entrenamiento, ambos descargaron el poco arsenal de municiones que poseían sobre la cabeza de los engendros, era todo lo que podían hacer, las balas se acabaron pronto y aún quedaban dos perros a los que eliminar.

— ¡Lárgate ya! —suplicó el joven mientras se abalanzaba en dirección de las dos bestias.

— ¡Kyle, no!

Sin embargo, sus palabras no fueron escuchadas, al volver la mirada, la imagen tétrica de unas bestias desgarrando la yugular de lo que antes fue el amor de su vida, la congelaron instantáneamente. La moto parecía desvanecerse ante ella y, a pesar de que su alma gritaba de rabia, no fue capaz de decir nada. Había muerto. El hambre desmesurada de aquellas criaturas no parecía tener fin, tras centrar sus rojizos ojos sobre ella, se arrojaron vertiginosamente impidiéndole reaccionar. Paralizada, solo pudo observar como aquellas criaturas arrancaban, ansiosamente, cada pedazo de su pálida piel.

Bip, bip, bip, retumbó su alrededor obligándola a despertar de lo que, al parecer, sería su eterna pesadilla.

— Otra vez ese sueño, ¿por qué? —dijo aletargada mientras se retiraba la capa de sudor que cubría su frente. El corazón le palpitaba dolorosamente y su cuerpo no paraba de temblar. Estaba aterrorizada— ¿Dónde estoy? —se preguntó inquieta al no reconocer el lugar en el que había despertado— ¿Un hospital?

Sus dudas solo podían ir en aumento. Intentando escapar del lugar, se levantó de la cama y, tras cerrar un poco su bata de hospital, comenzó a dar tumbos por el lugar en dirección a la puerta.

— Agente Sullivan —retumbó una voz a sus pies, no, no eran su pies, acaso…— Agente Sullivan, tenemos asuntos que resolver —volvió a decir la voz mientras la imagen de un hombre se materializaba en una pequeña pantalla de lo que parecía ser un reloj en su muñeca. Ahora recordaba donde estaba, la agencia.

— Lo sé —afirmó la joven, clavando su mirada en los ojos del hombre de la pantalla —, descuida conseguí lo que me pediste.

— Eso espero, no fue fácil sacarte de ese lugar.

— Sí, como no.

— Y bien, ¿quién es el responsable de la creación del virus?

— Tú sabes bien quienes —respondió ella. La rabia empezaba de nuevo a surgir en su corazón—. Mis padres.

— Eso imaginaba, pero bien, sabes lo que tienes que hacer ¿no?

— ¿Capturarlos?

— Precisamente. Eres nuestra mejor espía, Shassel. Cuento contigo. —terminó de informar la voz antes de que la imagen del hombre desapareciera de sus ojos.

— Por supuesto —masculló entre dientes. No podía permitir que su pesadilla se volviera realidad, a pesar de la traición de sus padres, debía continuar con su misión. El destino de la humanidad estaba en sus manos. La batalla estaba por comenzar.
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