Busca la Luz

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Busca la Luz, 28 Febrero 2012.

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    Busca la Luz

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    Título:
    Busca la Luz
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4557
    Capítulo 1: El accidente

    Lo primero que hay que saber sobre Álvaro Del Solar es que él nunca se creyó capaz hacer lo que hizo. En sus 25 años de vida solo se dedicó a ir a las mejores fiestas del mundo, acostarse con las mejores mujeres, consumir todo tipo de sustancias, y pasarla bien con sus inseparables amigos Tobías y Javier. Lo único que lograba motivar a este joven de pelo rizado castaño y ojos claros, era el dinero; y así fue, por eso es que decidió darse a sí mismo un descanso de sus permanentes vacaciones en Europa –que generalmente le ocupaban por lo menos 300 días al año— después de recibir un e-mail desde Argentina anunciándole que su abuela Victoria Del Solar, una reconocida y adinerada empresaria que ya estaba planteándose la jubilación, tenía planeado entregar su herencia en vida entre todos sus nietos.
    Álvaro Del Solar era un joven atractivo y carismático que se tomaba la vida muy a la ligera. Tan adinerado como consentido, Álvaro no se limitaba en deleitar cada uno de sus caprichos; pero por desgracia para él y sus amigos Tobías y Javier, ese dinero estaba agotándose y era necesario adquirir más, pero sin trabajar. ¡Por supuesto que sin trabajar! Álvaro provenía de una familia de clase alta, ¿Cómo iba a trabajar alguien así? “Sería un pecado que una familia rica no tenga por lo menos alguien que disfrute la vida” solía decir él. Sus amigos lo apoyaban a pesar de saber que eso era una tontería, probablemente porque ellos disfrutaban de su riqueza casi tanto como él; quizás ese también sea el motivo por el cual nunca podían negarse a ninguna de sus peticiones: sentían que estaban en deuda y tenían que compensar su generosidad.
    Lamentablemente, nada era tan fácil como parecía: al llegar a Argentina, más precisamente a la casa –que más que casa parecía una mansión— de su abuela, ubicada junto a la playa más vistosa de Mar del Plata, las cosas no fueron precisamente bien. Para empezar, una vez que el mayordomo los hizo pasar a los tres, en la reunión familiar para hablar sobre la herencia no había nadie “¿Habrá decidido que yo sea el único heredero?” pensó Álvaro. ¡Qué iluso! De repente, mientras estaban parados en el vestíbulo de su abuela fantaseando qué iban a hacer con todo el dinero que iba a adquirir Álvaro, una figura femenina imponente lo interrumpió con su presencia. Era una mujer de su misma estatura, con un cabello castaño muy bien cuidado y un traje formal que –junto con sus pasos firmes y seguros— disimulaban casi por accidente su avanzada edad: era Victoria Del Solar, su abuela.
    —¡Abuela! ¡Qué gusto verte! ¡Pero qué linda que estás! ¡Parecés una modelo!— dijo Álvaro efusivamente mientras besaba su mejilla, intentando disimular su apuro por recibir el dinero y volver inmediatamente a su loca vida de descontrol en Europa.
    —¡Muchas gracias, Álvaro! ¡Veo que por fin te decidiste a visitarme! ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez? Me alegra mucho que vinieras— respondió ella como saludo.
    Álvaro hizo caso omiso a la casual pregunta de su abuela, y no pudo evitar responderle con lo que en verdad quería saber. —¿Dónde están todos los demás? ¿Llegué tarde?—. Otra de las cosas que destacaban a Álvaro eran su gran talento para ser impuntual y el nunca darse cuenta de ello hasta que alguien más se lo hacía notar, aunque esperaba que en este caso no haya sido así.
    —No te preocupes, Álvaro. Increíblemente llegaste justo a tiempo esta vez, definitivamente mucho antes de lo que esperaba. Te cité en una fecha diferente a los demás porque quería decirte algo a solas y personalmente con respecto a la herencia— dijo firmemente Victoria –vení, pasá a mi oficina, tus amigos pueden esperar acá— añadió, e inmediatamente ambos subieron por una escalera de mármol y cruzaron una puerta de madera muy amplia.
    Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Álvaro había pisado ese cuarto. Era amplio y armonioso. Tenía un ventanal gigante con una vista espléndida hacia el mar, un escritorio con una computadora y varios papeles encima, un sillón oscuro, una estantería llena de libros, y varios cuadros pintados al óleo donde se podían ver varios paisajes marplatenses trabajados con una técnica impresionista.
    –Sentate— le ordenó cortésmente a Álvaro y luego de una pausa añadió –Mirá Álvaro, no sé si te habrás enterado ya que perdiste contacto con la mayoría de nosotros, pero dentro de poco se casa María Julia con Juan Ignacio, y eso me hizo replantearme muchas cosas…
    María Julia era la hija de Victoria, y por lo tanto la tía de Álvaro. Estaba ya casi entrando en sus cuarenta años, y durante toda su vida había tenido problemas con los hombres ya que no era lo más atractiva del mundo: tenía pelo negro rizado, nariz puntiaguda, un carácter insoportable, y la gente decía que estaba un poco loca. Todos en su familia creían que iba a morir soltera, por lo tanto se sorprendieron mucho cuando ella anunció su casamiento, y más porque el hombre con quien iba a casarse –además de ser el archienemigo de Álvaro desde la infancia— era un hombre mezquino, joven, y ambicioso. Tenía veintiocho años, y todos creían que estaba con María Julia solo por su dinero. Todos, menos ella y su madre, claro.
    —¿Qué cosas?— preguntó temeroso Álvaro
    —Mirá, Juan Ignacio es un hombre muy íntegro; trabajó toda su vida para conseguir lo que tiene, y aparentemente está muy enamorado de María Julia. Mientras tanto, vos apenas terminaste el secundario, y desde que lo hiciste te dedicás a viajar por el mundo durante lapsos de tiempo indefinidos sin molestarte siquiera en realizar un llamado telefónico para decirnos cómo estás. No tuviste un solo trabajo en tu vida. Y lo que hiciste con la casa que te di para que vendieras hace un año… ¡Ni siquiera fue alguien a verla! ¡La abandonaste completamente! Siento que no estás preparado para manejar una suma tan grande de dinero, y por lo tanto… decidí que voy a darle tu parte de la herencia a Juan Ignacio.
    De repente, el mundo de Álvaro se detuvo por un segundo. ¿Había venido desde Europa solo para escuchar que le iban a dar su parte de la herencia a la persona que más odiaba? ¿Era una especie de manipulación para obligarlo también a asistir a la boda de su tía? —¿Qué? ¿Es una broma? ¡Abuela, por favor! ¡Soy tu nieto! ¡Él ni siquiera tiene un lazo de sangre con vos! –le suplicó Álvaro— Está bien, admito que probablemente abusé de los placeres de la vida un poco, y que colgué con la casa, pero… ¡Yo cambié! En todos estos años en Europa maduré mucho— dijo él tan desesperadamente que es posible que hasta la persona más ingenua del mundo hubiera sido capaz de saber que estaba mintiendo.
    —¿Cambiar? ¿Cómo? ¿Por arte de magia?— soltó una risa que hizo creer a Álvaro que estaba burlándose de él.
    —¡De verdad, abuela! ¡Yo te lo puedo demostrar! ¡Te juro que soy un hombre nuevo! ¡Si supieras todo lo que estoy haciendo no me lo creerías!
    –Mirá, Álvaro…— le dijo su abuela –realmente no tengo tiempo que perder. Mi hija se casa en dos días y tengo que ayudarla con los preparativos, va a ser mejor que te vayas. Ya te dije lo que tenía que decirte.
    Cuando Álvaro volvió a su auto último modelo con sus dos mejores amigos para dirigirse al hotel donde estaban hospedándose, no podía creer todavía lo que su abuela acababa de decirle. Tenía que hacerle creer de alguna manera que él se había convertido en una persona diferente, pero… ¿Cómo?
    Para fortuna y desgracia suya, la solución iba a cruzársele pronto, muy pronto. Iba a hacer algo que jamás pensó que iba a hacer, iba a termina de una manera que jamás creía que iba a terminar. Su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
    Era 5 de enero por la tarde, día anterior a los Reyes Magos. Seis chicos de la calle estaban recorriendo las jugueterías de la ciudad mientras miraban tristemente los juguetes, con la esperanza de que alguien se compadezca y decida regalarles alguno que puedan compartir. El grupo estaba compuesto por cuatro chicos y dos chicas.
    Ellas eran Tali –una chica un poco prepotente y caprichosa, de 12 años y pelo castaño, que siempre tenía armada una gran coleta que sobresalía más de lo que la mayoría quisiera—, y Carola –una chica pálida, de 12 años, pelo castaño oscuro, amante del baile. Solía tener buen humor, ser agradable con todos, y un corazón enorme.—. Carola nunca había conocido a sus padres, vivía en una vivienda ocupada ubicada en Buenos Aires, junto con otras personas en situación de calle. Dos de ellos eran sus hermanastros, quienes abusaban de ella. Tali, también residente de esa casa ocupada, descubre un día lo que sus hermanastros hacían a Carola y es amenazada de muerte por ellos para no decir nada; asustada decide huir con Carola a Mar del Plata, y ganarse la vida bailando en las calles.
    Ellos eran Lucas –el más alto de los tres, de 13 años, rubio, líder natural, siempre dirigía a todos, al menos hasta que llegó Coco, un chico con quien no se llevaba mal, pero parecía ser el único que no se dejaba dominar totalmente por Lucas—, Julián –el mejor amigo de Lucas, 13 años, de estatura un poco menor que él, pelo castaño, atractivo, y con una mirada encantadora y una sonrisa que podría acelerar la respiración de cualquier chica de no ser porque su ropa y su higiene estaban terriblemente descuidados—, Mateo –el menor de ellos, de 6 años, rubio, y siempre lleno de energía—, y Coco –un chico de 11 años, pálido, misterioso, con pelo oscuro, y una voz chillona que aturdía a todos. Siempre tenía puesta una gorra que le tapaba la mayor parte de la cara—. A diferencia de Coco, de quien no sabían casi nada y habían conocido hace no mucho tiempo, los tres primeros habían sido mejores amigos casi desde que podían recordar ya que compartían un mismo dolor: eran huérfanos.
    ¿Cómo fue que estos dos grupos de amigos terminaron viviendo juntos? Bueno, es una historia un poco curiosa que deja en evidencia cómo todo mal viene por un bien. Una tarde hace un año atrás, Lucas, Julián, y Mateo habían roto accidentalmente el equipo de música que Tali y Carola usaban para sus presentaciones callejeras, y por lo tanto se vieron forzados a vivir juntos bajo un pequeño puente en la costa de la ciudad hasta que ellos paguen su deuda mendigando. Con el tiempo se fueron acostumbrando tanto a estar juntos que ni siquiera recordaban por qué lo hacían, solo sabían que —a pesar de algunas peleas— no querían separarse nunca, o al menos no por ahora.
    En cuanto a Coco, era un chico muy reservado y un poco gruñón. Lo único que sabían de él era que vivía con una mujer hasta que se escapó, pero nunca dijo por qué. Vivía bajo el puente desde antes que el resto de los chicos, pero se sentía solo así que les ofreció que vivan con él cuando escuchó la discusión el día del incidente del reproductor de música.
    Todos ellos eran huérfanos; algunos tuvieron la suerte de no conocer nunca a sus padres, otros sufrieron el abandono. Trataban de no pensar demasiado en eso, aunque les resultaba difícil evitarlo. El dolor los unía.
    Ya eran las cuatro de la tarde y estaban cansados; habían pasado todo el día caminando y deseando juguetes –entre otras cosas que les ofrecía la ciudad, pero no podían permitirse recibir—.
    Lucas y Julián no pudieron evitar notar la tristeza de Mateo por no recibir nada el día de Reyes. Él era casi como un hermano menor para ellos, no podían soportar verlo así. Se alejaron un poco del grupo y debatieron al respecto susurrando.
    —Tenemos que comprarle algo a Mateo, pobrecito, es muy chico…— dijo Lucas
    —No podemos, Lucas. La poca plata que tenemos apenas nos alcanza para cenar mate cocido hoy, con suerte.— respondió Julián
    —Pero no te preocupes por eso, Julián. ¿Qué nos va a hacer no comer un día? Estamos acostumbrados
    —Igual, Lucas, aunque no comamos hoy, la plata no nos alcanza para comprarle un juguete… yo también quiero ver a Mateo feliz, —hizo una pausa— pero tenemos que aceptar la realidad.
    Lucas se quedó pensativo por unos segundos como teniendo un debate interno entre si debía o no decir lo que estaba a punto de largar. –Tenemos que hacer lo del accidente— dijo finalmente.
    —¿Qué? ¿Lo del accidente? ¡No, Lucas! ¡Es muy arriesgado! ¡¿Estás loco?! ¡Nos llegan a pescar y vamos a parar directo a un orfanato! ¡Tenemos que pasar lo más desapercibido posible!— objetó Julián
    —Pero dale, no seas cobarde. Además, nos está saliendo cada vez mejor.
    —No, Lucas. Prometimos no volver a hacer eso nunca. ¿No te acordás lo que pasó la última vez? ¡Casi nos agarran!— respondió Julián alterado y asustado.
    —Dale Julián, ¿Somos amigos? Tenemos que hacer esto juntos. Te prometo que esta es la última vez… por favor, hacelo por Mateo. –Lucas miró a Julián a los ojos— ¿O no te animás? No seas maricón.
    Por algún motivo, esas palabras fueron suficientes para hacer cambiar de idea a Julián: no pudo negarse. Accedió a hacer por última vez “lo del accidente”. A lo mejor era por el gran poder de convencer a la gente que tenía Lucas, o el hecho de que había sido su mejor amigo y lo había protegido todos estos años. O quizás era algo más.
    Media hora más tarde, después de convencer a las chicas, a Coco, y a Mateo de que se unan a su plan, todos caminaron hacia una calle no tan transitada de la ciudad, listos para entrar en acción con el siguiente auto que pase.
    Su víctima estaba acercándose. Era un auto gris último modelo que venía a una velocidad un poco excesiva. Lucas supo reconocer la excelente oportunidad al instante y no duró en tirarse encima del auto cuando éste cruzó frente a él.
    El auto frenó de golpe y las tres personas dentro bajaron rápidamente. Eran tres jóvenes. Carola reconoció a uno de ellos de las revistas: era Álvaro Del Solar.
    —¡Nene! ¡¿De dónde saliste?! ¡¿Estás bien?!— gritó desesperadamente Álvaro mientras él junto a Tobías y Javier se acercaban al cuerpo de Lucas tumbado en el suelo. Julián, Mateo, Tali, Carola, y Coco, decidieron acercarse fingiendo desesperación.
    —¡Auch! ¡No se preocupe, señor! ¡Estoy bien! Ayúdenme a levantarme, chicos.— les dijo Lucas a sus amigos. Inmediatamente ellos lo tomaron de los brazos para ponerlo de pie… sí, de un solo pie. –¡Ay! ¡Mi pie izquierdo!— gritó Lucas. Julián recordaba perfectamente su línea—: ¡No puede ser, Lucas! ¡Tenés que bailar hoy para el cumpleaños de la abuelita que nos da de comer! Estuvimos ensayándolo un montón y se lo prometimos, se va a desilusionar mucho si no bailás…— dejó pasar unos segundos —¡Ya sé! ¡Vamos a comprarle un regalo que le guste diez veces más que lo que le habíamos preparado!—
    —¿Y con qué plata? ¡No tenemos nada, somos huérfanos!— dijo sonoramente Lucas, lo suficientemente alto como para que Álvaro se percate de que era una especie de indirecta. Le echó una mirada.
    —Eh, nene, yo vengo del extranjero y no tengo plata argentina; pero si me esperás acá, en un rato vengo y te traigo algo.— dijo Álvaro.
    —¿Esperar? ¡No puedo, no tenemos tiempo! El cumpleaños es hoy y tenemos que comprarle el regalo rápido. Te acompañamos en el auto a que vayas a buscar la plata— dijo Lucas, y antes de que Álvaro pudiera reaccionar, los chicos ya estaban todos sentados en su auto.
    —Para ser chicos que pasan hambre son bastante rápidos… sobre todo teniendo en cuenta que se suponía que uno de ellos tenía mal un pie. Notó el fraude, pero decidió alimentar sus pretensiones egoístas: “¿Se emocionará un poco mi abuela si le pido algo de plata para ellos? Espero que no le comenten lo del accidente”— pensó Álvaro. —¡Bueno, me acompañan y les doy algo de plata pero listo! ¡Después no nos vemos más la cara y no me molestan más! ¡Y vos nene fijate cómo cruzás la calle que tuviste suerte de salir solamente con un dolor de pierna! Tobías, Javier, no entramos todos en el auto. Quédense acá que les doy algo de plata a estos chicos y vuelvo a buscarlos para ir al hotel.
    —¡Pero, Álvaro…! ¿Cómo nos vas a dejar acá? ¿Estás loco?— dijo quejándose Javier.
    —¡Sí, Álvaro! ¡Llevanos primero y después les das la plata a estos chicos!— agregó Tobías.
    —¡No sean exagerados! Me quiero sacar a estos mocosos de encima, espérenme unos minutos.— respondió Álvaro al mismo tiempo que daba la vuelta con el auto para dirigirse a la casa de su abuela.
    —¡Álvaro, no!... ¡Pero volvé, no te olvides!— gritó Javier mientras Álvaro se iba alejando en su auto último modelo lleno de huérfanos.
    Unos minutos más tarde, Victoria Del Solar –la abuela de Álvaro— había hecho pasar a los chicos al vestíbulo y los dejó bajo la supervisión del mayordomo mientras Álvaro les ordenaba no hacer un solo movimiento ni ruido hasta que él vuelva. Ambos se dirigieron a su oficina nuevamente.
    —Mirá, abuela… ya sé que estás ocupada con los preparativos de la boda de María Julia, pero tengo que…— empezó a decir Álvaro, pero su abuela lo interrumpió—: Álvaro, ¿Qué es todo esto? ¿Por qué no me habías dicho que te interesaba ayudar a los huérfanos? Estaba tan enojada por tu comportamiento… esto podría haberme hecho pensar las cosas un poco diferente.
    El corazón de Álvaro se paró por un instante. Sintió como le volvía el alma al cuerpo. ¿Significa que su abuela iba a darle su herencia completa y lo iba a perdonar, no solo por su desinterés en la casa que le había dado hace un año, sino también por su conducta irresponsable de toda su vida? De repente se le ocurrió la mejor idea que pudo haber tenido, o al menos eso creía. Si le hacía creer a su abuela que le interesaba la solidaridad, esto podría solucionar sus problemas. –Sí, de hecho… hay algo que tengo que confesarte… no te enojes, pero los estoy hospedando en la casa que me diste para que venda hace un año, por eso nunca la vendí… tengo un hogar de niños huérfanos.— dijo finalmente. ¿De verdad había dicho eso? ¿No era una mentira excesivamente mala?
    Su abuela se sorprendió mucho y no se molestó en disimularlo. Por un momento se quedó helada. —¿En serio?...— dijo finalmente. Hizo un segundo de silencio y luego agregó—: Bueno, eso cambia bastante las cosas… Tengo que admitir que no lo veía venir. Es decir, me molesta un poco que no me hayas consultado antes, pero… —hizo una pausa— de todos modos me enorgullece mucho que hayas hecho algo así… Es más, quiero ir a conocer ese hogar. Ahora estoy muy ocupada con los preparativos de la boda, pero uno de estos días voy a ir a visitarlos. Estoy ansiosa de conocerlos a todos y el lugar donde conviven.
    Álvaro sintió derrumbarse todo nuevamente. ¿Cómo iba a probar sus palabras? No había habido nadie en esa casa horrible desde que su abuela le pidió que la vendiera.
    —Buenísimo, a los chicos les va a encantar que vayas a visitarlos— dijo finalmente Álvaro, más preocupado todavía de lo que había estado antes del accidente.
    Mientras tanto, en planta baja, los chicos estaban en el vestíbulo bajo la supervisión del mayordomo.
    —¡Uy! ¡¿Cuánto más va a tardar ese cogotudo?! ¡Que nos de la plata así nos vamos de una vez!— gritó histérico Coco.
    Carola manifestó su desacuerdo—: ¿Qué decís, Coco? ¡Este lugar es hermoso! Mirá las pinturas, los muebles, las ventanas… ¡Cuando yo sea famosa quiero vivir en una casa así de grande y linda!—
    —¡Yo no aguanto más! ¡Me quiero ir ya!— insistió Coco, gritando todavía más fuerte que la vez anterior. Al recibir solo órdenes de callarse y críticas por parte de sus amigos y el mayordomo, optó por ir a sentarse un poco alejado de todos en una silla que estaba a cinco pasos de distancia. Del resto Mateo era el más callado. Después de unos segundos, fue hasta donde estaba Coco y le susurró algo –Yo también estoy aburrido, ¿Vamos a explorar la casa?
    —Es imposible, Mateo. Este tipo no nos va a dejar pasar ni al baño.— respondió Coco frustrado.
    —Eso dejámelo a mí— dijo Mateo con seguridad. Fue a susurrarle algo a Carola y volvió.
    Inmediatamente después, ella se abalanzó sobre el mayordomo —¡Señor! Usted que trabaja para la gente rica, cuénteme: ¿Conoce algún famoso? ¿Alguna vez lo vio a Agustín Almeyda? ¡Cuénteme! ¡Quiero saber!
    —¡Yo no trabajo para ningún famoso!— objetó el mayordomo.
    —¡Ay, dele! ¡Seguro alguno de sus amigos sí! ¡Cuénteme, no sea malo! ¡Por favor! ¡Dele! ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí?— Carolina siguió insistiéndole un rato mientras Coco y Mateo aprovecharon la distracción para pasar por la puerta de fondo del vestíbulo que daba al pasillo principal.
    Una vez libres, se dedicaron a caminar por el largo pasillo y sus miles de vueltas; comentando absolutamente cada objeto valioso y foto que encontraban, hasta que vieron algo que definitivamente robó el protagonismo: en uno de los pasillos –más precisamente el último de todos, que tenía una puerta hacia el patio— vieron una mesa larga con un mantel blanco y alrededor de cincuenta cajas y sobres con regalos sobre ella.
    —¡Mirá! ¡Parece que es el cumpleaños del tipo que nos va a dar plata!— dijo Mateo emocionado.
    —¡Ay, no seas tarado! ¿Cómo va a ser el cumpleaños? ¡Es obvio que se está por casar alguien de esta casa! Aunque no sepas leer, te tenés que dar cuenta por el color blanco en todas partes, y las fotos de esa pareja horrible vestidos de gala.
    —¡Uy! ¡Mirá! ¡Tienen una torta enorme! ¡Entre todos estos regalos no se veía!— dijo Mateo todavía más emocionado que antes. —¡Mmm…! ¡Con el hambre que tengo! ¿Comemos un pedazo?
    —¡No, Mateo! ¡No es nuestra, no la toques!— ordenó Coco.
    —¡No seas amargo, Coco! ¡Un pedacito nada más! ¡Mirá qué rica esta torta!— insistió Mateo mientras la tomaba por la bandeja.
    —¡Mateo, dejala!— ordenó nuevamente Coco mientras la tomaba por el otro extremo de la bandeja.
    —¡Es un pedacito, nada más! ¡Dejame, Coco! –insistió Mateo, intentando arrebatársela.
    Mientras estaban tironeando en una pelea casi territorial sobre qué hacer con la torta, se escuchó el grito de una mujer desesperada vestida de novia —: ¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¡¡Ladrones!!! ¡¡¡Suelten el pastel de mi boda inmediatamente y se quedan quietos ahí mientras llamo a la policía!!!—. Era María Julia junto a su mejor amiga Trinidad, una mujer con una mirada estricta, facciones perfectas, y pelo excelentemente lacio. Habían salido de uno de los cuartos de huéspedes mientras se probaban la ropa que iban a usar el gran día.
    Tanto Mateo como Coco se asustaron, aunque por algún misterioso motivo Coco parecía todavía más asustado que él. En un reflejo del susto, ambos lanzaron accidentalmente el gran pastel sobre el vestido de María Julia y se quedaron petrificados sin saber que decir. –Nosotros…— empezó a decir Mateo pero fue interrumpido por un alarido escalofriante. —¡¡¡MI VESTIDO!!! ¡¡¡LOS VOY A MATAR, MOCOSOS LADRONES!!!
    Inmediatamente Mateo y Coco escaparon. Mateo se fue por el otro lado del pasillo hacia el vestíbulo en el que habían estado antes, y Coco salió por la puerta del patio hacia la calle. María Julia y su amiga Trinidad decidieron perseguir a Mateo.
    Cuando finalmente llegaron los tres al vestíbulo, Mateo se alegró de encontrar a Álvaro con el resto de los chicos ahí. A excepción de Coco, por supuesto.
    —¡¡¡Atrapen a ese mocoso!!! ¡¡¡Quiere robarnos y encima miren lo que le hizo a mi vestido!!!— gritó María Julia sin siquiera ver quiénes estaban presentes en la habitación. Cuando se dio cuenta de lo que estaba viendo, se quedó perpleja. —¡¿Qué hacen todos ustedes acá?! ¡¿Vinieron todos juntos a robarnos?! ¡¿Es un complot infantil para destruir mi matrimonio?!
    —Calmate, tía— dijo Álvaro tan pacíficamente como sus preocupaciones y su sorpresa le permitieron. –No son ningunos ladrones, yo los traje para darles un poco de plata. Igual ya nos estábamos yendo, así que no te preocupes.
    —¡Pero mirá lo que le hizo a mi vestido!— exigió alterada María Julia —¡Ese chico no merece la ayuda de nadie! ¡Es un demonio!
    —No exageres, tía. Son chicos. ¿Vos nunca te mandaste alguna macana cuando tenías su edad? Además, no es que a Juan Ignacio le vaya a importar mucho tu ropa, siempre y cuando tu billetera esté en perfecto estado. — dijo Álvaro con indiferencia mientras salía a la calle con los chicos.
    —¡Pero, Álvaro…! ¡No te lo voy a permitir!— gritó María Julia. Álvaro hizo caso omiso y los subió a todos al auto.
    Una vez dentro Julián notó algo —¿Y Coco dónde está?— dijo un poco preocupado. –Mateo, ¿No se habían ido juntos? ¿Dónde se quedó él?
    —¡No sé! ¡Se fue corriendo para la calle y no volvió!— respondió Mateo.
    —No se preocupen, chicos. No se olviden que Coco vivió en el puente desde mucho antes que nosotros, seguro está yendo para allá.— dijo Lucas en un tono casi paternal.
    —Acá estoy— dijo Coco saliendo del espacio que había entre el asiento trasero y la superficie del auto. –Me asusté y vine a esconderme. ¿Qué hacía ahí esa mujer?— preguntó mirando a Álvaro que estaba acomodándose en el asiento delantero.
    —Esa mujer es mi tía, no importa. Escuchen, les tengo buenas noticias. Ustedes precisan plata, ¿No? Bueno, les voy a dar el doble si me hacen un favor.
    —¿Qué favor?— preguntaron todos al unísono.
    —Lo único que tienen que hacer es pasar unos días en una casa que tengo, y hacerle creer a mi abuela que son huérfanos a cargo mío en ese hogar desde hace un año más o menos. ¿Qué les parece?
    Hubo un silencio largo mientras los chicos se miraban entre sí.
    —¿El doble? Es un insulto. ¡Queremos triple o nada!— dijo Lucas firmemente.
    —¡Jajaja!— Álvaro dejó escapar una risa sarcástica —¿Quién te pensás que sos, enano? A mí no me vas a venir a negociar. Si ustedes no quieren hacerlo, me consigo otros mocosos que lo hagan por la mitad de lo que les ofrezco y listo.
    —¿Ah, sí? Bueno, conseguite los que quieras, pero entonces dejanos bajar que vamos a ir a decirle a tu abuela lo que acabás de pedirnos.— respondió Lucas desafiante.
    —¡¿Qué?!— dijo Álvaro débil.
    —Lo que escuchaste.
    Álvaro no podía creerlo. Estaba siendo chantajeado por unos mocosos de... ¿8, 9 años? ¡Encima huérfanos! ¡¿Cómo pudo haber caído tan bajo?! ¡Se negaba definitivamente a ceder! Pero no podía arriesgar su parte de la herencia por esto.
    Después de mucho pensarlo y discutir, finalmente accedió a pagarles la suma que pedían. Las palabras en su mente no dejaban de repetirse mientras manejaba su auto: “¡Las cosas que tengo que hacer para tener lo que es mío!”, y tenía toda la razón: Álvaro Del Solar, el irresponsable, mujeriego, y eternamente fiestero de los Del Solar, iba a tener ahora, aunque sea una farsa, su propio hogar de niños huérfanos.
     
  2.  
    Firwe

    Firwe Entusiasta

    Aries
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    Escritor
    Como crítica, que viene más por algo de gusto personal, tal vez, es que trates que las descripciones de los personajes (altura, cabello, y esas cosas) se den de una forma más natural, y no que pares directamente a describir sus rasgos. Releí una historia que colgué ayer en el foro y vi que no queda tan bien como pensé xD.
    Por lo demás, voy a seguir el hilo de esta historia :B
     
  3.  
    Busca la Luz

    Busca la Luz Guest

    Muchas gracias por tu comentario! Releí el capítulo y estoy de acuerdo con vos, lo anoté en un archivo y más adelante lo voy a modificar :)
    Ah, y gracias por tomarte el tiempo de leer también!
     
  4.  
    Busca la Luz

    Busca la Luz Guest

    Título:
    Busca la Luz
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    2914
    Capítulo 2: Arboleda 301

    En la calle Arboleda 303 había una casa tan amplia como lujosa donde vivía una familia de clase media-alta integrada por un hombre y sus dos hijos.
    El hijo menor se llamaba Sebastián, tenía 13 años y una mirada maligna. Sus ojos claros en conjunto con su pelo castaño rizado desprolijo le daban un aire de superioridad y avaricia difícil de disimular. Solía tener mal humor y ser muy caprichoso, esto se debía probablemente a que su padre siempre le había dado todo lo que quería para compensar su sentimiento de culpabilidad por haberse divorciado de su madre. Su hermana Luciana tenía 15 años, era un poco más alta que él. Se la conocía como lo que es ser una chica “top”: hermosa, a la moda, rubia, adinerada, y… bueno, tan caprichosa y cruel como su hermano. Su mejor talento era probablemente usar sus encantos para manipular a la gente.
    Esa era una tarde como cualquier otra tarde de verano: Sebastián había pasado el día en la playa con sus amigos y acababa de regresar a su casa, mientras que Luciana había pasado la tarde con sus amigas haciendo lo que mejor sabía hacer: comprar.
    En su camino al shopping había sufrido un pequeño encuentro indeseado, al parecer mientras estaba hablando en la cochera de su casa con una de sus amigas por celular para avisarle que iba a llegar tarde como de costumbre, un auto por la calle le tocó la bocina. Un joven salió por la puerta del conductor: era Álvaro Del Solar. En su auto estaban los chicos, por detrás había un taxi con Tobías y Javier que él les había enviado para que lo alcanzaran. —¿Podés moverte, nena? Tenemos que entrar en la casa— le dijo a Luciana. Ella dejó escapar una risa burlona y maleducada —¿Entrar a mi casa vos con ese grupo de nenes roñosos? ¡Desaparezcan que llego tarde al shopping!
    —Disculpame nena— dijo Tobías saliendo del taxi con Javier –¿Arboleda 301 no es acá?
    —No, la casa que buscás es esa.— respondió Luciana señalando la casa a su derecha –Piérdanse de mi vista.— agregó inmediatamente.
    Ese incidente había puesto de mal humor –peor del usual— a ambos hermanos. Ahora era la hora de la merienda y se habían sentado en la amplia mesa de su comedor. Luciana le había contado a su hermano todo sobre el incidente y ambos estaban muy alterados al respecto.
    —¿Para qué iban a ir esos mugrosos a esa casa abandonada? No vivió nadie ahí desde hace muchísimos años. ¿Sabrán ellos por qué?— preguntó Sebastián.
    —No sé, pero no podemos tener esos de vecinos, es un quemo total. ¡Tenemos que hacer algo sea como sea para echarlos! ¿Serán huérfanos? ¿Y si son ocupas?— respondió Luciana.
    —No sé, no creo que sean ocupas porque vinieron en un auto carísimo según me contaste. Huérfanos capaz sí.— dijo Sebastián, y añadió—: Huérfanos, ocupas, o lo que sean no se van a quedar acá, yo ya pensé en algo. Te juro que esos huerfanitos van a irse corriendo del barrio y no se van a animar a venir ni de paseo.
    —¿Qué vas a hacer? ¿Les vas a contar por qué nadie quiso vivir ahí todo este tiempo?
    —Algo mucho peor, hermanita… Ya te vas a enterar.
    Ese mismo día más temprano, exactamente después del incidente de los chicos con Luciana, todos se pararon frente a la puerta de la casa que Victoria Del Solar le había dado a su nieto Álvaro para vender hace un año, casa donde iban a tener que hospedarse todos y fingir que había estado habitada por los chicos desde hacía varios meses.
    Todos, incluyendo a Álvaro, Tobías, y Javier, se quedaron mirando sorprendidos. La entrada era una reja que daba a un patio delantero horrible, con el césped sin cortar, y varios arbustos enormes desprolijos. Más atrás estaba la casa: un edificio grande, gris, y antiguo. Era escalofriante tan solo verlo, parecía la típica casa de películas de terror.
    Hubieron unos segundos de silencio hasta que finalmente Lucas no pudo evitar quejarse –Al final vivir abajo del puente no estaba tan mal…
    —Chicos, esos cosos… ¿Qué son? ¿Arbustos? Parecen vivos… No me gustan…— dijo Coco. En ese momento creyó ver que de los arbustos salían ojos y caras siniestras amenazando con hacerles daño a todos.
    —Sí, la verdad… Qué gusto macabro para la jardinería…— opinó Tobías.
    —No se preocupen, son solamente unos arboluchos feos. Un par de tijeretazos y listo.— dijo Javier para calmar el clima.
    —Yo por las dudas no me acerco.— comentó Mateo, asustado.
    —Chicos… de golpe empezó a hacer como mucho frío, ¿No?— señaló Carola.
    —Sí, es raro… parece como si la casa no quisiera que nos acerquemos— respondió Julián.
    Finalmente Álvaro dio algo de ánimo a la conversación —Bueno chicos, basta de quejarse. Entremos.— y enseguida los nueve cruzaron el jardín delantero y entraron por la puerta principal.
    Al cruzar la puerta se encontraron en un cuarto enorme, todo oscuro. No podía verse más que los pocos centímetros que iluminaba la luz que entraba por la puerta. Las ventanas –si es que habían, no podían saberlo— estaban cerradas.
    —¡Qué bueno!— dijo Tali para todos.
    —¿Qué decís, nena? Si no se ve nada.— respondió Tobías.
    —¡Por eso, parece una película de terror! ¿Habrá sido antes la casa de una bruja?— preguntó Tali sin esperar una respuesta a cambio. Ella siempre había tenido una fascinación muy grande por la magia y la hechicería, su sueño más grande era convertirse en una poderosa bruja y convertir en sapo a todos los que la molesten. Cuando se escapó con Carola de la casa donde vivían antes, soñaba que convertía en sapos a los hermanastros de su mejor amiga, y los encerraba en una jaula burlándose de ellos todo el día. Este tipo de pensamientos tenían como consecuencia algunas burlas ocasiones de sus amigos, quienes creían que estaba bastante mayorcita para creer en esas cosas.
    —¡¿Bruja?!— dejó soltar Mateo con mucho terror.
    —No digan idioteces, chicos— exigió Álvaro mientras encendía la luz. Sorprendentemente la casa seguía teniendo conexión eléctrica, al menos esa habitación. Aunque no era que hubiera mucho con qué iluminar: se prendió un foquito en el medio del cuarto que dejaba ver lo suficiente como para distinguir personas y objetos, pero los colores eran apenas perceptibles; como en un sueño… o una pesadilla.
    Tan pronto como la luz se encendió, todos se dedicaron a observar el cuarto. Estaba sucio y polvoriento. Tenía una alfombra espeluznante en el medio, y varios sillones y muebles con sábanas blancas encima. Coco sacó una de las sábanas blancas y descubrió que había contra la pared un reloj enorme que estaba seguro de haber visto en la casa de su tía. Se le erizó la piel de solo verlo.
    —Bueno, chicos. Nadie toque nada. Acá los únicos que pueden tocar son Tobías y Javier que son decoradores internacionales y van a hacer que esto parezca un hogar de huérfanos, ¿No?— dijo Álvaro mirando a sus dos amigos.
    —Bueno, no sabemos… si tenemos el tiempo necesario, sí— respondió Javier.
    —Y si no lo tienen se arreglan con el que tienen, pero tiene que quedar tan bien que convenza totalmente a mi abuela. Y si todo sale bien… –dijo Álvaro, dejando unos instantes de suspendo. Cambió y se dirigió hacia los chicos— les voy a dar lo que les prometí.
    Todos festejaron. Todos, a excepción de Tobías y Javier.

    Varios minutos más tarde, Carola se dirigió al patio delantero, se sentó junto a un rosal y lo contempló durante varios minutos. Era probablemente la única planta agradable que había en todo el jardín, y quizás por eso era tan atrayente.
    —Alguien en algún momento te quiso y por eso te plantó, pero después se olvidaron de vos… como me pasó a mí. Igual no te preocupes, porque yo te voy a cuidar y te vas a poner re linda.— le dijo Carola a la planta.
    —¿Qué hacés acá sola?— dijo una voz detrás suyo. Carola volteó, era Julián.
    —Hola, Juli. Estaba tratando de salvar este rosal, debe tener muchos años, está descuidado. Una lástima, podría llegar a ser una flor hermosa.
    —Si querés yo te puedo ayudar— se ofreció Julián.
    —Pero… no sé si podamos salvar el rosal. Hagamos lo posible.— respondió Carola con un poco de nostalgia.
    —Pero no lo digo solamente por el rosal. Te puedo ayudar en todo lo que precises. Si tenés algún problema, necesitás hablar con alguien… quiero que sepas que podés contar conmigo siempre.— dijo Julián tímidamente.
    —Gracias.— respondió Carola mientras lo abrazaba. Fue un abrazo muy… mágico. Agradable. Mucho más agradable que cualquier abrazo que hubiera dado antes. Y estaba segura que Julián lo sentía así también. Hizo una pausa y luego añadió—: Desde que estoy con ustedes no sé lo que es estar sola… prometeme que nunca te vas a ir; y si algún día no te queda otra, por lo menos me vas a avisar antes.
    —Te lo prometo. Pero vos también, ¿eh? Y… podríamos inventar una clave secreta entre nosotros dos, así nadie más puede entendernos.— sugirió Julián.
    —Una clave… dejame pensar… ¡Ya sé! “Acordate de regar el rosal”. ¿Qué te parece?— dijo con mucho entusiasmo Carola.
    —Está buena— respondió Julián con una sonrisa tímida. Se agarraron de las manos y repitieron al unísono: “Acordate de regar el rosal… acordate de regar el rosal… acordate de regar el rosal.”.
    —Bueno… yo me tengo que ir, chau.— dijo Carola y se despidió besándolo en la mejilla.
    Mientras veía a Carola dirigirse a la casa, Julián se quedó perplejo, sentía demasiadas emociones. Se quedó varios minutos recostado en el desprolijo césped del patio, mirando el cielo y pensando. Tenía demasiadas sensaciones dentro suyo. —¿Qué me está pasando?— se preguntó a sí mismo en voz baja —¿Me estaré enamorando de Carola?

    (…)

    Por desgracia para Álvaro, no podía despegarse del hogar por si a su abuela se le ocurría hacer una visita espontánea, ni podía quedarse a dormir ahí ya que Tobías y Javier iban a estar trabajando en la decoración todo el día y toda la noche. Por lo tanto, tuvo que alquilar un flete y dormir ahí con los chicos.
    Esa misma noche, mientras todos ellos estaban a punto de acostarse, en La Boca (barrio de Gran Buenos Aires) alguien estaba en la estación terminal a punto de partir para Mar del Plata: era una mujer llamada Soledad.
    Tenía una mirada simpática que producía paz, pelo castaño largo, y estaba vestida con una remera y una pollera coloridas, combinando con unas zapatillas que no pasaban inadvertidas tampoco. La rodeaban cuatro chicos desarreglados, parecidos a los que estaban con Álvaro.
    —No queremos que te vayas, Sole. Fuiste la mejor celadora que tuvimos.— dijo uno de los chicos. El menor de ellos.
    A soledad le conmovieron mucho sus palabras. Se agachó y lo miró de frente. –Eze… hay momentos en la vida donde uno tiene que tomar decisiones importantes. Tan importantes que pueden hacer que toda tu vida cambie para siempre. Yo tomé una de esas decisiones…hoy voy a enfrentar mi destino y hacer lo que creo que tengo que hacer. Por eso me tengo que ir, tengo que hacer este viaje— le dijo profundamente, y se reincorporó. Parecía emocionada y a punto de llorar, sin embargo no se veía una sola lágrima en sus ojos.
    —Te vamos a extrañar— dijo otro de los chicos. Este era un poco más grande que el anterior.
    —Yo también chicos. Ahí pasa mi micro, me tengo que ir. Chau, cuídense y pórtense bien. ¡Los quiero mucho!— dijo Soledad mientras caminaba apresuradamente hacia el micro cuyo conductor no parecía tener mucha paciencia. Una vez dentro del mismo, se sentó al fondo del vehículo en un asiento doble vacío; abrió su bolso y sacó de ahí un papelito que tenía algo escrito, era una dirección: “Arboleda 301”.

    (…)

    La mañana siguiente, mientras todos seguían durmiendo –alrededor de las 10 de la mañana, ya que los chicos no eran precisamente las personas más madrugadoras que había— y mientras el sol brillaba radiante en el cielo Julián despertó y, para su sorpresa, vio sentada en el cordón de la vereda a Carola. Había pasado la mayor parte de la noche pensando en lo que sentía por ella y había decidido confesarle todo hoy mismo. Se llenó de valor y se acercó para hablarle.
    —Hola Caro, ¿Qué hacés despierta tan temprano?— le preguntó algo inhibido.
    —En realidad no es temprano, pero… no pude dormir en toda la noche así que vine a tomar un poco de aire.— respondió igual de inhibida que él.
    Julián se iluminó. Él tampoco había podido dormir casi, todo porque en su cabeza no paraba de dar vueltas ella. Observó a Carola con su ropa desgastada y sucia, la consideró hermosa aún vestida así. Se preguntó a sí mismo si a ella le había pasado lo que a él. Soñó que le confesaba todo, se besaban, y se ponían de novios. Supo reconocer la oportunidad al instante. Se llenó de valor y comenzó su declaración.
    —Carola, yo… yo… te quiero…— dijo tembloroso, e inmediatamente agregó –…te quiero decir algo.
    —¿Qué? Decime.— le respondió ella curiosa.
    —Bueno… te quería decir que…— comenzó a decir.
    —¡Mirá eso!— lo interrumpió Carola señalando un afiche. –¡Es Agustín Almeyda!
    —¿Quién es ese?— preguntó Julián.
    —¿No lo conocés?— dijo sorprendida, y agregó—: Es el mejor cantante de Argentina. ¡No sabés lo bien que canta y baila! Y es hermoso. Yo siempre soñé que estábamos casados y hacíamos los shows juntos. –hizo una pausa— Él cantaba y yo bailaba. –aclaró.
    Julián se sintió muy triste por escuchar a Carola decir eso. Agustín Almeyda era famoso, atractivo, adinerado… ¿Cómo iba Carola a fijarse en él si le interesaban los chicos así? Nunca le iba a interesar un huérfano tímido, mediocre, mal vestido y pobre.
    —Perdoname, te interrumpí. ¿Qué me estabas diciendo?— le recordó Carola.
    —Eh… yo…— comenzó nuevamente, y de pronto creyó ver alguien metiéndose en la casa por la ventana.— ¡Hay alguien metiéndose en la casa!— se interrumpió alterado.
    —¡Tenemos que hacer algo!— dijo ella.
    —Vos andá a seguir tratando de dormir, dejanos esto a los varones.— ordenó Julián mientras iba a despertar a Lucas y Coco.
    —Chicos, despiértense. Creo que hay alguien tratando de meterse en la casa.— susurró Julián lo suficientemente fuerte como para que ambos pudieran oírlo, y lo suficientemente bajo como para que los demás siguieran durmiendo.
    —¿Qué? No jodas.— dijo Lucas.
    —¡De verdad! ¡Hay alguien tratando de meterse, tenemos que hacer algo!— insistió Julián.
    Los tres salieron del flete y se metieron por la misma ventana que se había metido el intruso.
    Era un cuarto de la casa que aún no había sido reformado y todavía estaba tan gris y oscuro como cuando habían llegado un día atrás. El intruso estaba tomando fotos con su cámara digital a todo. —Si alguien ve fotos de esta casa antes de ser reformada, se va a saber que todo es una farsa. ¡Tenemos que sacarle esa cámara sea como sea!— susurró Lucas a Coco y Julián.
    —¡¿Quién sos?! ¡¿Qué hacés acá sacando fotos?!— gritó Coco prepotente con su voz chillona.
    El intruso se dio la vuelta. Era Sebastián, el vecino. —¿Y a vos qué te importa, nene?— respondió él con calma pero igual de prepotente que Coco.
    En ese momento, con tanta fuerza como podían hacer teniendo en cuenta que acababan de despertarse, entre Lucas y Julián sostuvieron a Sebastián mientras Coco le arrebataba la cámara de la mano y huía corriendo por la ventana. Sebastián no podía creerlo, ¿Un nene de 10 años a quien ni siquiera podía verle los ojos por su gorra, le acababa de robar su cámara? Se liberó de Julián y Lucas y saltó por la ventana persiguiendo a Coco.
    Corrieron varias cuadras hasta llegar a una plaza reconocida en Mar del Plata por tener una fuente de agua muy vistosa. Lucas y Julián todavía no habían llegado. Coco tropezó con la misma y cayó al suelo. Sebastián no dudó en arrebatarle su cámara de la mano: después de todo, él no solo era más grande y fuerte que Coco –quien tenía una anatomía muy débil y frágil a pesar de ser muy veloz—, sino que además Lucas y Julián aún estaban como a cien metros de distancia, corriendo con la poca energía matutina que tenían.
    —¡¿Quién sos?! ¡¿Y qué hacías sacando fotos en nuestra casa?!— gritó Coco.
    —No te metas en lo que no te importa— respondió Sebastián. Estaba a punto de decir algo más y salir corriendo hasta que se escuchó un grito cercano.
    —¡¡¡Cuidado!!!— era una mujer con un puesto de salchichas. Venía a toda velocidad hacia Sebastián y lo empujó con su carrito, haciéndolo caer en la fuente con su cámara.
    —¿Estás bien?— dijo la mujer mientras ayudaba a Coco a levantarse, al mismo tiempo que llegaban Lucas y Julián. Esa mujer era Soledad. No obtuvo respuesta de Coco.
    —¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Me arruinaste la cámara!— se quejó Sebastián.
    —Perdón, no te vi. ¿No querés una toalla?— respondió Soledad casi riéndose.
    —¡¡¡Dejame en paz!!!— respondió lleno de furia Sebastián, yéndose mientras balbuceaba maldiciones.
    —Como digas— dijo Soledad indiferente mientras se alejaba con su puesto de salchichas. Lucas la detuvo. Estaba claro que no había sido ningún accidente.
    —¿Quién sos y por qué nos salvaste?— le dijo.
    —¿Salvarlos? No sé de qué estás hablando, fue un accidente.— respondió Soledad mientras les guiñaba un ojo a los tres y se alejaba nuevamente.
     
  5.  
    Busca la Luz

    Busca la Luz Guest

    Título:
    Busca la Luz
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4129
    Capítulo 3: Las visitas


    Cuando volvieron al flete ya todos estaban despertándose. Bueno, o al menos eso era lo que el dueño del vehículo estaba intentando que hagan.
    –A ver si se levantan que me tengo que ir. ¡Vamos, vamos! ¡Apuren!— les decía mientras todos, incluso Álvaro, hacían un esfuerzo sobrehumano por salir del sueño.
    Después de varios minutos, cuando todos habían bajado y se habían parado en el jardín frente a la puerta principal, Tobías y Javier salieron agotados y tensos.
    —Bueno amigos, ya está. Nos tomó mucho tiempo y esfuerzo, así que espero que les guste nuestro proyecto. Pasen y vamos a ver la casa.— dijo Javier, mientras les abría las puertas y todos pasaban lentamente.
    Se quedaron todos boquiabiertos y en silencio por varios segundos, quizás minutos.
    Era increíble. La habitación que hasta hace pocas horas era oscura y tenebrosa, ahora era mágica. Era amplia, tenía un piso de parquet con varias alfombras encima, estanterías de madera reluciente, un piano de cola, paredes combinando los colores rojo y verde navideño con un diseño armonioso, un sillón rojo, algunas lámparas, tres ventanas grandes con cortinas, varias puertas, y una amplia y alegre escalera que llevaba al primer piso.
    —Esto es impresionante— dijo Lucas sin aliento mientras todos avanzaban todavía sin poder creerlo.
    —Es increíble— añadió Carola.
    —Ya no parece más una casa con fantasmas— comentó Mateo, aliviado.
    —Si así es este cuarto, no me quiero imaginar cómo deben ser todos los demás.— dijo Julián casi como si fuese una invitación a explorar los otros espacios.
    Mientras todos iban a ver el resto de la casa, Tobías no resistió la espera y se dirigió a Álvaro. —¿No vas a decirnos nada? –le preguntó.
    Álvaro no sabía muy bien cómo reaccionar, estaba realmente sorprendido, así que solo supo decir—: Primero quiero ver lo que falta.— e inmediatamente se fue a recorrer el hogar.
    Subiendo se encontraron con un pasillo decorado de forma similar pero con iluminación más artificial, menos ventanas y más lámparas. Habían muchas puertas en el pasillo. Todas ellas conducían a lugares diferentes.
    En una estaba el cuarto de las chicas: pared pintada con tonos rosados y diseños de hadas, sábanas y armarios con motivos florales –en tonos rosados también—, y una pequeña mesa blanca con una silla y una lámpara ubicadas justo en el centro del cuarto con un juego de té y varias muñecas.
    El cuarto de los varones era similar pero con un estilo muy distinto, quizás hasta opuesto. Los colores predominantes eran el azul y el celeste. En lugar de hadas había un diseño abstracto de círculos en las paredes, las ventanas tenían vitrales azules en lugar de vidrios comunes, habían varias guitarras de todo tipo, armarios similares a los de las chicas pero con sus propios colores, y también había una mesa y una silla en el centro del cuarto, solo que estaba vacía.
    En planta baja se encontraba la sala recreativa de juegos. Destacaban varios colores pero predominaban los cálidos. Tenía juegos de los que se encuentran en las plazas: hamacas, toboganes… varios almohadones modernos y coloridos en el suelo, un equipo de música, y un amplio espacio vacío para el uso que se le quiera dar.
    Cuando vieron ya varios de los cuartos, todos se dirigieron a la sala principal a descansar un poco.
    —Bueno, parece que les gustó a todos— dijo Javier.
    Los chicos asintieron.
    —Me parece que a todos no— dijo Tobías, haciendo una clara referencia a Álvaro. Ambos lo miraron.
    Él se quedó en silencio por unos instantes mirándolos fijo, hasta que estalló y saltó a abrazarlos efusivamente a ambos mientras gritaba —¡Sí! ¡¡¡Me encantó!!! ¡¡¡Son unos genios!!! Mi abuela se lo va a creer todo, no sé qué hubiera hecho sin ustedes. ¡Ídolos! Voy a cobrar mi herencia –dijo mientras miraba a los chicos— ¡Y les voy a pagar a todos ustedes!
    Los chicos festejaron hasta que los interrumpió el sonido de un teléfono celular. Era el de Álvaro. —¿Hola?— dijo al atender —¡Abuela! ¿Cómo estás?
    —Muy bien, llamé para avisarte que hoy voy para allá a visitarlos.— le respondió ella alegremente.
    —¡Te esperamos ansiosos! ¡Es más, con los chicos te preparamos una comida con nuestras propias manos para vos!— contestó Álvaro exaltado. “¿De qué comida está hablando? ¡Ni siquiera tenemos comida para nosotros todavía!” pensó Lucas.
    —¿De verdad? Me alegra mucho saberlo. En un rato estoy allá, nos vemos.— dijo su Abuela y finalizó la llamada.
    —¿Por qué le dijiste eso?— preguntó Tali, y luego añadió –Ni sueñes que vamos a cocinar.
    —No vean problemas por donde no los hay, mi amigo Javier se encargó de llamar a un catering hace unas horas y la comida ya está servida en la mesa, ¡Pero que NI SE LES OCURRA comer nada hasta que llegue mi abuela! ¿Entendido?— dijo severamente Álvaro.
    —¡Yo quiero algo! ¡Por favor, tengo hambre!— gritó Mateo.
    —Ni lo sueñes.— respondió Álvaro sin gritar, pero de forma muy severa.
    —¡Pero dale un sándwich al pobre chico, algo! ¿Qué te hace?— dijo Lucas.
    —Ya saltó el abogado ¡Dejá de defenderlo, nene!— dijo Tali enojada —¡Mirá si tira todo como hizo con la torta de casamiento de María Julia!
    —¡Momentito! ¡Momentito! ¡Les quiero aclarar algo! –dijo cansado Álvaro. Toda su alegría parecía haberse desvanecido y haber vuelto a la normalidad —Estamos MUY cerca de lograr el objetivo. Llegan a meter la pata en algo, y les aseguro que no ven un solo peso y vuelven siendo pobres al puente donde vivían. ¿Está claro?
    Nadie respondió.
    —¡¿Está claro?!— repitió Álvaro.
    —…Sí.— respondieron los chicos sin ánimo.

    Mientras seguían acomodándose, decidiendo cómo repartir las camas, los asientos de la mesa, etc., en la casa de al lado estaban Sebastián y su hermana Luciana observando por su ventana.
    —Me parece que ya arreglaron toda la casa. Estos se van a quedar. No puede ser.— dijo Sebastián frustrado.
    —Es increíble que se quieran quedar justo en esa casa con todas las historias que tiene.— señaló Luciana un poco aterrorizada.
    —¡Están poniendo comida! Qué asco, deben estar festejando algo— dijo Sebastián.
    —Ya mismo llamo al intendente para que los eche. ¡Esos vagabundos no pueden ser nuestros vecinos, y menos ahora que justo se acerca mi fiesta de cumpleaños! ¡Es lo más out que puede haber!
    —No seas tarada, Luciana. El intendente ni te va a atender, ni te va a hacer caso. Vos dejámelo a mí.— dijo Sebastián mientras salía del cuarto con una bolsa de residuos negra.
    —¿Qué vas a hacer?— preguntó confundida Luciana.
    Sebastián cerró la puerta y se fue sin responder.

    Mientras tanto, después de la alerta de Álvaro, Julián le pidió a Lucas que vayan a hablar en privado al cuarto de los varones. Una vez allí, se sentaron juntos en la cama de Lucas.
    —¿Qué pasa Juli?— le preguntó Lucas un poco preocupado.
    —Bueno, yo…— Julián estaba muy nervioso, podía notarse por el tono de su voz y la manera en que no dejaba en paz la almohada que tenía en su mano. –yo…— siguió.
    —¿Vos qué? Dale, hablá.— lo apuró Lucas.
    —Eh… creo que hay una chica que me gusta –hizo una pausa— bah, no sé, como nunca me pasó no estoy seguro, pero creo que me gusta.
    Lucas se tapó la cara con las manos como señal de frustración. –Qué bajon…— dijo, y luego añadió – bueno, igual no te preocupes, ¿Quién se va a fijar en vos o en mí? Si somos dos muertos de hambre.
    Julián no parecía ofendido. –Pero ya me demostró que ella también gusta de mí.— dijo indiferente y luego se corrigió—: Bah, por lo menos no me tiene asco. Eso seguro. –hubo un largo silencio que empleó en sentir la comodidad del colchón mientras observaba la paz que le transmitía la luz del sol reflejada en el suelo por la ventana. Finalmente preguntó—: ¿Vos qué harías en mi lugar?
    —No sé… —respondió Lucas— yo tampoco tengo mucha experiencia en eso, pero… si de verdad te gusta, andá y decíselo. ¿Qué perdés con intentarlo?
    —¿Y cómo se lo digo?— preguntó Julián. Más que amigos, parecían estar hablando como si fueran padre e hijo.
    —Y, no sé… como te salga. Pero te diría que te apures antes de que se te adelante otro.
    —Tenés razón— admitió Julián –Ya mismo voy a hacerlo. Gracias Lucas, siempre puedo contar con vos. –le dijo mientras salía apresuradamente por la puerta. Lucas sonrió.
    Bajó por las escaleras, pasó por la sala principal y se dirigió al comedor a buscar a Carola. Al llegar se encontró con una sorpresa desagradable: toda la comida de la mesa había desaparecido, solo habían quedado platos vacíos; y junto a la mesa había alguien parado.
    Julián no podía estar más furioso y sorprendido —¡¿Qué hiciste, Mateo?! ¡¿Te comiste todo?!— le gritó mientras le dedicaba una mirada asesina.
    Coco escuchó los gritos desde la cocina y cruzó la puerta hacia el comedor.
    —¿Qué pasó? ¿Por qué están gritando?— preguntó.
    —¡Mateo se comió toda la comida!— respondió bruscamente Julián.
    —¡Ay, no seas tarado! ¿Cómo se va a comer todo eso?— le dijo, y luego se dirigió a Mateo —¿Qué pasó con la comida? Decinos la verdad.
    —Se la robó un chico, lo iba a perseguir pero era más grande que yo, entonces no pude hacer nada.
    —¡Dejá de mentir, Mateo! ¡Si no te la comiste te la debés haber escondido para comértela después! ¡¿Dónde está?!— insistió Julián.
    —¡Pará un poco, Julián! ¿Cómo puede ser que yo le crea y vos no? ¡Se supone que es TU amigo!— dijo Coco.
    —Bueno, no me importa lo que hayas hecho con la comida. Yo ahora me voy porque tengo que hacer algo, y más te vale que cuando vuelva aparezca toda la comida de nuevo en su lugar. ¿Entendiste?— ordenó Julián.
    —No te preocupes Mateo, yo ya sé qué hacer. Vení.— dijo Coco y salió con Mateo rápidamente por la puerta principal.
    Julián siguió su camino buscando a Carola. Siguió su ruta por la cocina, cuando se encontró sorpresivamente con Álvaro. —¿Qué hacés acá vos? ¿No estarás tratando de comer algo antes de que llegue mi abuela, no?— le preguntó.
    —¡No!— respondió Julián.
    —¿Ah, no? ¿Y entonces qué hacías por acá, eh? Vamos a verlo.— dijo Álvaro mientras se dirigía hacia el comedor.
    Julián entró en pánico. Si Álvaro notaba que faltaba la comida, iba a echarlos a todos y a buscarse otros huérfanos, lo cual significaba que iban a quedarse sin techo, sin comida, y sin paga. Tenía que hacer lo que sea para distraerlo.
    —¡Te estaba buscando a vos!— soltó Julián mientras pensaba qué inventar.
    —¿A mí? ¿Para qué?— preguntó Álvaro.
    —Eh… porque… ¡Porque vi un fantasma! ¡Hacé algo! Estaba en la sala de juegos abajo del tobogán y me quería tirar.— esa fue probablemente la mentira que peor lo haya dejado parado, pero al mismo tiempo fue bastante oportuna también, ya que antes de que la casa haya sido reformada parecía embrujada.
    —¡Pero dejá de decir pavadas! ¿Querés?— dijo desganado Álvaro.
    —¡Pero es verdad! ¡Por favor, acompañame! ¡Me da miedo ir solo!— insistió Julián poniendo su mejor cara de perro mojado.
    —Bueno, está bien— dijo finalmente Álvaro, mientras ambos cruzaban por la puerta en dirección opuesta al comedor, yendo para el cuarto de juegos. Lo único que Julián deseaba en ese momento era no cruzarse a Carola y tener que seguir la mentira frente a ella. Eso haría que la pierda para siempre, o al menos lo haría verse como un idiota. Nadie a los trece años podía tener miedo a los fantasmas.


    Unos minutos más tarde, cuando Julián habría logrado librarse de Álvaro sin mayores inconvenientes, volvió al comedor y para su sorpresa no había un solo plato vacío: todos tenían panchos encima.
    Miró por detrás de la mesa donde estaban Coco y Mateo con una chica joven: era Soledad.
    —¡Soledad! ¿Qué hacés acá? ¿De dónde sacaron toda esta comida?— preguntó Julián inmóvil.
    —Los chicos me contaron lo que pasó y decidí fiarles algo de mi mercadería, ¿Te olvidaste que vendo panchos? Pero me tengo que ir antes de que venga Álvaro y se enoje con ustedes— respondió Soledad.
    —Muchas gracias…— dijo Julián confuso mientras los tres acompañaban a Soledad hasta la puerta de la sala principal.
    —Qué suerte que te encontramos, ¿No te querés quedar a comer con nosotros?— preguntó Mateo una vez allí.
    —No, muchas gracias, pero la verdad que no puedo, y de todos modos prefiero ahorrarles un problema.— respondió Soledad.
    —No sé cómo agradecerte lo que hiciste por nosotros, Sole. La verdad que nos re salvaste.— le dijo Coco.
    —Bueno, somos amigos ¿No? Los amigos se ayudan. Aunque sí les voy a tener que pedir una cosa que faltó.
    —Si es por la plata no te hagas problema que te firmamos un papelito o algo— dijo Julián.
    Soledad se rió –No, no es eso;— dijo simpáticamente – son sus nombres, no me los dijeron. ¿Cómo se llaman?
    —Él es Mateo, él Julián, y yo… —hizo una pausa para pensar, como si hubiese olvidado su propio nombre— …yo soy Coco.
    Tali bajó las escaleras.
    —¿Y vos? ¿Cómo te llamás?— preguntó Soledad.
    —Yo soy Tali— respondió —¿Y vos quién sos?— preguntó de una forma un poco agresiva, como cuestionando su presencia en el hogar.
    —Es la que trajo la comida— le respondió Julián –así que tené cuidado cómo la tratás, desagradecida.
    —¿Había un problema con la comida? Qué bueno que lo solucionaron así no nos molesta el cogotudo.— respondió Tali.
    —¿El cogotudo? ¿Quién es ese? ¿Álvaro?— preguntó Soledad.
    —¿Qué? ¿Lo conocés?— preguntó Coco.
    Soledad de pronto se puso pálida, pero al instante recuperó el color y respondió—: Sí, de las revistas, y eso.
    De repente sonó el timbre.
    —¡Es la abuela del cogotudo!— gritó Mateo.
    —Mejor salgo rápido por la ventana antes de que me encuentre y se pudra todo. ¡Chau chicos!— dijo Soledad rápidamente mientras se escabullía por una de las ventanas de la sala principal.
    Un segundo después Álvaro había venido corriendo a abrirle la puerta a su abuela.
    —¡Abuela! ¡Bienvenida al hogar! Por fin llegaste, nos estábamos impacientando.—le dijo a modo de saludo.
    De repente Álvaro se dio cuenta que su abuela no estaba sola, sino que estaba junto a un hombre joven de unos 25 años, alto, y de pelo oscuro. Era Juan Ignacio.
    —¿Qué hace él acá?— preguntó Álvaro, sin molestarse en disimular su antipatía.
    —Quise acompañarla, ¿Hay algún problema?— preguntó desafiante Juan Ignacio.
    Álvaro se quedó mirándolo por un segundo sin saber qué contestar, hasta que finalmente dijo—: No, ninguno.— Estaba a punto de casarse con su tía, ¿No tenía nada mejor que hacer? Como si María Julia no tuviese suficiente dinero ya.
    —Muy buenos días a todos— dijo Victoria Del Solar dirigiéndose a los chicos que estaban en la sala principal.
    —Buenos días— respondieron ellos.
    Al mismo tiempo acababan de bajar por la escalera Tobías y Javier. —¿Vamos a recorrer las instalaciones?— dijeron sin siquiera saludar.
    —¿Ellos qué hacen acá?— preguntó Victoria como si acabara de ver dos delincuentes.
    —Vinieron a ayudarme un poco a mí, no es fácil cuidar tantos chicos solo.— respondió Álvaro.
    —Ya veo…— respondió escéptica su abuela.
    —Bueno, pasemos a la cocina.— dijo Álvaro mientras todos –incluyendo a Julián, Coco, Tali, y Mateo— se dirigían a la cocina cruzando el comedor.
    Era una habitación de tamaño lo suficientemente grande como para que todos los chicos estén cómodos, con una gran mesada en el medio donde se incluían horno, microondas, y todo tipo deartefactos para cocinar. Las paredes eran de ladrillos. Había varias alacenas rústicas, y un gran pero moderno extractor por encima de la mesada, que pasaba casi inadvertido.
    —No sabés, abuela. No te das una idea de lo satisfactorio que me resulta todas las mañanas prepararles el desayuno y verlos tan contentos. Es la mejor manera de empezar un día: sabiendo que hiciste algo bueno por chicos necesitados.— dijo Álvaro en un intento de discurso de “Ayudemos al mundo”.
    —Sí, me imagino que debe ser una experiencia maravillosa— respondió su abuela, indiferente.
    —Sí, además acá tienen todo lo que necesitan: comida, espacio, horno, microondas, frutas, verduras… —hizo una pausa sin saber qué otro ejemplo dar —…y parecerá obvio— dijo mientras se acercaba a la punta de la mesada, donde estaba el lavamanos— …pero hay gente que ni siquiera tiene agua potable en su propia casa.— al terminar estas palabras se dispuso a girar la canilla, pero para sorpresa suya y de todos los presentes, no salió una sola gota.
    —¿Qué pasa, Álvaro? ¿No sale?— preguntó Juan Ignacio con un aire victorioso.
    —No… qué raro…— respondió Álvaro.
    —¿Cómo hicieron para arreglársela TANTOS meses sin agua potable? Digo, como este hogar está hace tiempo ya… debe haber sido difícil subsistir así, ¿No te parece?— preguntó Juan Ignacio todavía más victorioso que antes.
    —No, pero… siempre salió agua de acá, ¿Eh? No sé qué pasa hoy que no sale.— respondió Álvaro casi tartamudeando.
    —Qué raro, ¿No? Justo el día que venimos no sale. Qué casualidad, ¿No? Qué conveniente.— Juan Ignacio no paraba de agregar leña al fuego.
    Era increíble, hacía veinte minutos se había dado una ducha Tobías, era imposible que justo en ese momento no haya habido agua. Alguien había interferido, y ese alguien definitivamente no tenía buenas intenciones. Álvaro podía sentir cómo todo su plan estaba deshaciéndose en mil pedazos. Todo su esfuerzo, todo su dinero invertido, su tiempo… ¿Todo para nada?
    —No, lo que pasa es que se rompió un caño acá a la vuelta. Una vecina me dijo y yo me olvidé de avisarte. Perdón, Álvaro. –dijo Coco saltando al rescate.
    A Álvaro le volvió el alma al cuerpo. Sintió un fuerte deseo de ir y abrazar a Coco, lo cual era mucho decir teniendo en cuenta que lo detestaba tanto a él como a sus amigos.
    —No, está bien. Un olvido lo tiene cualquiera. Ya deben estar arreglándolo.— dijo aliviado, pero aún nervioso. Hubo un instante de silencio. –Bueno, ¿Seguimos recorriendo la casa? Vamos a los cuartos de los chicos, pasen por acá y suban la escalera que yo enseguida voy.
    Cuando ya podían oírse los pasos de Victoria y Juan Ignacio por la escalera, Álvaro estalló. —¡¿Qué pasó con el agua?!— preguntó furioso pero sin gritar.
    —¡No sabemos, no somos plomeros!— respondió Julián.
    —Tobías, Javier: salgan y revisen todo. ¡Averígüenlo!— ordenó finalmente Álvaro mientras volvía a la sala principal.
    Cuando tanto Álvaro como Tobías y Javier habían abandonado el comedor, hubo un silencio largo.
    —Chicos, yo estoy seguro de que fueron los fantasmas.— dijo Mateo.
    —No fue ningún fantasma— dijo Carola entrando al comedor.
    —¿Dónde estabas, Caro?— preguntó Julián.
    —Había ido a recorrer el barrio y recién cuando volvía vi a un chico con una llave inglesa en la puerta del hogar. Cuando me vio entró a su casa. Es nuestro vecino.— respondió Carola.


    Victoria y Juan Ignacio estaban esperando a Álvaro en el pasillo del primer piso, éste llegó y les abrió una de las puertas. –Acá es donde duermen los varones.— les dijo mientras pasaban.
    —Muy agradable… se ve que no descuidás estos chicos.— comentó Victoria Del Solar.
    —Por supuesto que no, ellos son una de las cosas más importantes de mi vida. Quiero darles lo mejor.
    —Qué curioso. Estuve merodeando por mi cuenta y tuve la oportunidad de hacer un hallazgo bastante interesante sobre tu hogar.— intervino Juan Ignacio.
    Álvaro nuevamente sintió todo desmoronarse. —¿Qué hallazgo?— le preguntó.
    —Bueno, Alvarito. Si hace meses que están viviendo acá, como dicen… ¿Cómo es posible que no haya ropa en absolutamente ninguno de los armarios?— era como si Juan Ignacio acabara de echar una bomba. A Álvaro ni siquiera se le había ocurrido pensar en eso.
    —¿Dónde está la ropa de estos chicos, Álvaro?— preguntó Victoria.
    —…En la tintorería— respondió Álvaro sin sonar demasiado convincente.
    —¡Ah, bueno!— dijo Juan Ignacio –De verdad, acabo de pasar por todos los cuartos y no hay una sola prenda de ropa en ninguno de ellos. ¿No le parece demasiada casualidad, Victoria?
    —Hablá, Álvaro. Dame una buena explicación.— exigió su abuela.
    —Eh…bueno…yo…nosotros…— Álvaro no sabía qué decir. Estaba mintiendo y ya era evidente para todos en esa habitación. –Está bien, te mentí. No quería tener que llegar a esto, abuela… pero la única ropa que tienen los chicos es la que tienen puesta. Tenemos problemas financieros muy graves, y por eso insistí tanto en recibir mi parte de la herencia. Yo trato de conseguir donaciones pero nadie nos ayuda, por eso tengo que pagar todo con la poca plata que tengo. Perdón por mentirte, pero me daba vergüenza…
    Juan Ignacio se puso rojo de furia al ver cómo Álvaro lograba convertir su trampa sin escape en algo positivo.
    —No te preocupes, Álvaro. Ya decidí darle un apoyo financiero a este proyecto. Realmente lo merece.— le dijo Victoria Del Solar.


    Mientras tanto, en la calle, Tobías y Javier estaban observando una canilla, debatiéndose entre forzarla o llamar a un plomero.
    A unos pocos metros de distancia, desde la ventana del primer piso de la casa de al lado, Sebastián y su hermana estaban observándolos.
    —La verdad que te luciste. Sin comida y sin agua no van a durar nada estos mugrosos.— le dijo Luciana.
    —Ahora les voy a cortar la luz, y con eso te aseguro que no duran ni…— lo interrumpió un objeto rojo y redondo que estaba dirigiéndose desde la calle justo hasta su cara. Era un tomate y dio justo en el blanco. Inmediatamente Sebastián se inclinó por la ventana y vio parados en su patio a Lucas, Julián, Mateo, Coco, Carola, y Tali. Antes de que pudiera decirles algo, los “mugrosos” –como él y su hermana acostumbraban llamarlos— le estaban lanzando más tomates por la ventana. Luego se oyó un grito de Lucas—: ¡Llegás a meterte otra vez con nosotros y no te das una idea de la que te espera! Un segundo después los chicos se habían ido y tanto ellos como Sebastián y Luciana se habían dado cuenta de algo: una guerra acababa de comenzar.
    Justo cuando los chicos habían entrado a la sala principal del hogar, Victoria, Álvaro, y Juan Ignacio estaban bajando hacia el mismo por la escalera.
    —Bueno, Alvarito…— dijo Victoria –yo tenía mis dudas, lo confieso; pero ya comprobé que este hogar es realmente un proyecto muy importante para vos y tus chicos.
    —Eso significa que…— dijo Álvaro intentando disimular su felicidad, dejando que su abuela termine la frase.
    —Eso significa que ganaste mi confianza, mis disculpas, y también esto. –le dijo mientras sacaba algo de su bolso y se lo daba a Álvaro: era un cheque.
    Álvaro lo agarró y no pudo contener más su felicidad, dejó escapar una extensa risa alegre mientras abrazaba a su abuela y le agradecía –Muchas gracias abue, la verdad no tengo nada más que decir…—dijo mientras miraba su cheque. De pronto se dio cuenta que algo andaba mal. –Creo que te equivocaste, –le dijo sorprendido y añadió— a esto le faltan varios ceros. Esta no es mi parte de la herencia, abuela.
    —No, querido, claro que no. –le dijo su abuela mientras se reía como si Álvaro acabara de decir un chiste— Ese es el cheque correspondiente a este mes.
    —¿Cómo?— preguntó Álvaro inquieto.
    —Todos los meses vas a recibir un cheque como este, con la sola condición de que el hogar siga como está. Así a tus chicos no les va a faltar nada nunca, y el hogar va a seguir en marcha.— le explicó a su nieto.
    Juan Ignacio dejó soltar una pequeña risa al ver la vena de Álvaro que se inflaba en su frente.
    —¿En marcha…?— repitió Álvaro.
    —¿Eso quiere decir que nos tenemos que quedar?— le susurró felizmente Carola a Tali. No obtuvo respuesta. Tali estaba paralizada, casi tanto como Álvaro y el resto de los chicos. La única que parecía alegre de recibir la noticia era Carola.
    —Tengo entendido que este hogar todavía no está inscripto legalmente, ¿Me equivoco?— comenzó a decir Victoria –Eso ya no va a ser un problema, yo me voy a encargar de eso. También me voy a contactar con minoridad, vas a tener responsabilidad legal sobre estos chicos.
    —Es un gran compromiso.— comentó Juan Ignacio mirando a Álvaro con una cara que decía “¿Vas a seguir con esta mentira hasta ir preso o me vas a dar tu parte de la herencia?”.
    —Bueno… ¿Algo más? ¿Nada que decir antes de que me vaya?— preguntó finalmente Victoria a Álvaro.
    Álvaro tardó unos segundos hasta decir débilmente –No… está bien así…— mientras le abría la puerta.
    Era demasiada información para procesar… ¿Tenía que elegir entre fundar de verdad un hogar de huérfanos o no tener su herencia? Él era Álvaro Del solar, no podía hacer algo así, pero… ¿Acaso tenía otra alternativa?
     
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