Alma de Piedra [Sesshômaru x Kagome] [One-Shot]

Hola, aquí les traigo la historia que tanto pedían con las continuaciones de "Seudónimo", en mis drabbles. Espero les guste y espero cualquier tipo de opiniones :)​

La única carta en su vida, sólo a ella le escribió​

No lo reconocería, se pondría un seudónimo​

Y "Alma de Piedra" se nombró.​

Jamás imaginó que pudiese escribir nada para nadie. Suspiró ásperamente, mas su rostro nunca se descompuso.​

Era verdad, podía sentir interiormente, pero se había jurado no dejar salir jamás una expresión que no fuera la que habitualmente usaba.​

Escribir aquella carta era, tal vez, la mayor y única locura en su vida. ¿En qué maldito momento aquella humana había entrado no sólo en su vida, sino en su mente y alma? ¿En qué momento lo había desprovisto de su característica tranquilidad?​

Terminó lanzando la pluma de ganso lo más lejos que pudo. Y, con tal fuerza que yo sé que él posee, no me sorprendería decir que pronto quedó lejos de cualquier vista.​

La letra usada en la carta era elegante, pero forzada; indicando así la oposición que sentía hacia sus propias emociones. Había un fragmento que se leía:​

" ...Y fuiste tú, quien me mostró quien era realmente.​

Jamás voy a pedirte ninguna respuesta, guárdatela para ti misma si así lo deseas. Lo que menos quiero es sentimiento en mi vida. ​

Me cuesta admitir que tu nombre, Kagome, es el nombre de la metrópoli que mi corazón habita.​

Y con el fin de sacar estas emociones inútiles de mí, te las digo hoy a ti…​

Aunque, a estas alturas, parezca imposible”.​

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***​

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Nunca había podido entregarle la carta, la sacerdotisa había desaparecido tres días después para jamás volver.​

Mucho se había hablado de la desaparición de Kagome. Se hablaba que, antes de la batalla final contra el poderoso Naraku, este último se las había arreglado para que la chica no participara en la pelea.​

Cuando decidió ir a comprobar lo cierto de los rumores, decidió dirigirse al pozo mejor. Lo más lógico hubiese sido preguntarle a Inuyasha, ¿quién mejor que él sabría? Pero su orgullo se lo prohibió.​

Llegando al pozo, se dio cuenta de que éste había sido sellado. La madera se encontraba más viva que nunca y sus ramificaciones hacían parecer imposible que siquiera fuese visible el fondo.​

***​

Él se había adaptado a las distintas épocas, que era capaz de ver gracias a su longevidad extrema, llegando así hasta nuestra época. Para ese entonces, los youkais no eran para nada comunes y Sesshômaru tuvo que aprender a esconder sus orejas puntiagudas, sus marcas, sus garras... Todo lo que lo hacía no humano, ayudándose de conjuros antiguos para dar apariencia humana.​

Fuera del aspecto sobrenatural, su apariencia no había sufrido grandes cambios. Su rostro seguía siendo igual de hipnotizante que hace quinientos años… Con la única diferencia de que se veía ligeramente más duro, como si el tiempo hubiese querido dejar una huella de su paso por el youkai… De la manera más discreta.​

Un día, comenzó a llover por la tarde y lo único que el quería era llegar a su apartamento. Siendo así, condujo más rápido de lo normal —aunque sin exagerar la velocidad aplicada a la máquina—. Iba apresurado y se pasó un alto. De pronto, vio cómo una peatona era empujada por la parte delantera de su auto... En vano había intentado frenar, y la lluvia no había sido nada cooperativa.​

—Maldición —susurró y golpeó el volante. Afortunadamente, no había nadie en la carretera, pues era costosa y poco transitada. O, al menos, casi nadie, puesto que había atropellado a alguien.​

Bajó de su auto a asegurarse de que no había matado a tal persona. Volteando hacia otros lados, nervioso, se arrodilló junto al cuerpo.​

Dicho cuerpo pertenecía a una joven esbelta que permanecía bocabajo. Su hermoso cabello negro cubría parte de sus hombros antes de llegar a su espalda.​

El demonio decidió voltearla. ¿Qué haría después con ella?​

¡Cuál no sería su sorpresa al ver a Kagome sin conocimiento, con numerosas raspadas, ahora en sus brazos!​

Sesshômaru tomó una gran bocanada de aire. Sus ojos se abrían desmesuradamente mientras sentía tantas cosas que no había sentido en más de cinco siglos…​

Ahí estaba la mujer que debió haber leído su carta.​

La mujer que intentó olvidar durante quinientos años.​

La mujer que amaba y que... Tal vez... Nunca lo sabría.​

Para su sorpresa, la joven abrió lentamente los ojos, al tiempo que su cara se contraía en una expresión que no mostraba más que dolor.​

—Mi cabeza… —Se quejó.​

Ella sintió dos cálidos brazos a su alrededor y parpadeó varias veces antes de ver el rostro de un hombre apuesto que no pasaría de los treinta y ocho años. Su cabello largo y negro llegaba hasta los hombros. Sin embargo, con su dolor en la cabeza, Kagome apenas pudo notar esos detalles.​

—No se alarme, voy a llamar a una ambulancia —entonces sacó su teléfono móvil.​

Aún no podía creerse que fuera ella. ¿Y si no era? Y si fuese ella, lo mejor era que no se enterara de que la conocía. Pero, ¿para qué se engañaba inútilmente? No había podido olvidar su hermosa cara, con esos ojos color zafiro que ahora apenas se veían debido a la intensa cefalea que sufría su portadora.​

Una vez que hubo realizado la llamada, sostuvo a Kagome en brazos y se dirigió a la orilla de la carretera, detrás de su auto.​

Esperaron varios minutos y la joven respiraba con dificultad. ¿Y si llegaba a morir?​

Trató de desechar el pensamiento de su mente mientras la observaba. Su cabello se presentaba más largo desde la última vez que lo vio. Su cuerpo había madurado de forma suave, delicada y precisa. Y el uniforme había desaparecido para ser reemplazado por un vestido amarillo, que le alcanzaba las rodillas.​

¿Y si moría?​

—Nunca voy a perdonármelo. No si muere —susurró apenas dándose cuenta que lo hacía en voz alta.​

—Yo menos… —Le sorprendió una débil voz.​

—Perdóname, yo no quise…​

—Pero lo hizo. Es su culpa.​

Sesshômaru pudo identificar la tenacidad de Kagome que tanto recordaba. La joven comenzaba a recobrar lucidez, pero no se veía mejor y parecía que luchaba para articular las palabras.​

—Usted no sabe por lo que he pasado… He luchado tantas veces por mi vida… Y ahora… Por su culpa —tosió y el demonio se alarmó al ver salir sangre de su boca. Sin embargo, ella continuó hablando—. Ahora voy a morir aquí… De… La forma más ridícula… ¡Y todo por que… Se siguió en un alto!​

—Basta —la detuvo él, atormentado—. No vas a morir aquí.​

—Tienes razón —volvió a toser—. Moriré en el hospital desangrada.​

Imagen más aterradora no podía pasar por su cabeza.​

— ¿Desde cuándo abandonaste el optimismo, Kagome? ¿¡Desde cuándo eres tan estúpida!?​

—Desde que tú decidiste atropellarme, Sesshômaru.​

— ¿Qué?​

A él se le había salido de la boca el nombre de le joven. Pero, ¿ella?​

—Siempre supe… Que eras tú—no paraba de toser mientras él la miraba, incrédulo—. Aún puedo sentir el aura de las personas.​

Hubo un largo silencio en el que ninguno de los dos se miró.​

Aún con la mirada desviada, Sesshômaru pronunció:​

—Te amo —dijo, casi inaudiblemente.​

Sí, lo había dicho. Ya no importaba que Kagome le contestase o no… Sólo quería liberarse del peso amargo que había cargado por tantas épocas… Lo único que quería es que ella lo escuchara.​

La joven volteó su cabeza bruscamente, hacia él. Sus ojos se volvieron cristalinos y se llenaron de agua, pero ella no dijo nada. Sollozó discretamente mientras en su boca se formaba una sonrisa destrozada.​

De pronto, Sesshômaru oyó a lo lejos a la ambulancia.​

La recogerían, ella viviría. Estaba seguro de que lo aceptaría, por cómo le había mirado. Aunque no tuviese la más mínima idea de cómo harían que su amor funcionara, su frívolo corazón dio un salto por primera vez.​