Interior Salón de actos

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    No era buena leyendo entre líneas. No poseía una mirada aguda como la de este chico o la de Hubby, tan habilidosos para ver hasta lo invisible. Era complicado afirmar si noté algo fuera de lugar o no, en la sonrisa tranquila con la que Cay me recibió, o si percibía una anomalía en el fondo de su mirada. Tampoco es que tuviese motivos para sospechar algo. ¡Muy al contrario...! Mi espíritu estaba centrado en el encanto de volver a verlo y, a su vez, en la necesidad de clarificar algunas cosas… considerando el punto al que habíamos llegado. Sin embargo, dada mi larga trayectoria como atleta, sí que era capaz de fijarme en detalles relacionados al cuerpo, a la energía.

    Mi leoncito mostraba signos de un fuerte cansancio.

    Preguntas repiquetearon en la punta de mi lengua, hasta que fueron atajadas en favor de la prudencia. Pese a todo, mi sonrisa se sostuvo en su plenitud y autenticidad, en respuesta a la suya. Transparente como era, saltaba a la vista que verlo me alegraba tanto como las primeras veces. La forma en que me invitó a sentarme, con una pregunta y una aclaración, me causaron un poquito de gracia, la risita tentó mis labios.

    Su disculpa final no hizo falta, cosa que le hice saber con un gesto tranquilizador de mi mano. La azotea había sido una buena opción, desde luego, pero cualquier sitio venía bien si la compañía era tan linda, ¿no?

    —Me gusta este lugar —dije, todavía de pie, echándole un vistazo al escenario—. Estuve aquí hace un par de días, teniendo un bonito baile con alguien, allí arriba —volví a los ojos de Cay, meciendo apenas la bolsa a mis espaldas— Y ahora es todo nuestro... Y también es del señorito que vendrá en breves a saludarte, obvio.

    Dichas tales palabras, me senté delicadamente en una de las butacas de al lado, con la bolsa apoyada sobre mis pies. Antes que nada, volví a echarle una mirada a este muchachito, sólo para sonreírle una vez más. Fue como una suerte de anuncio, ya que luego estiré mi mano, pequeña y blanca, para acariciarle con mimo los rizos del costado. Fue algo fugaz, aunque ganas no me faltaban de achucharlo por un brazo.

    —Bueno, hora de su entrega, míster Lionheart —anuncié, con un carraspeo ligeramente exagerado. Me incliné hacia la bolsa, haciendo que mi cabello cayera como una suave avalancha por los costados de mi cuerpo— Tengo aquí un combo que no encontrarías ni en los mejores restaurantes. Empezando por… —le extendí la botella violeta— un juguito de uva para alegrarte la tarde —una vez que lo sostuvo, de la bolsa saqué un bento más grande de los habituales—. Y en segundo lugar: Energía para tu cuerpo, hay suficiente para ambos. ¡Ah...! Y por último, lo más importante.

    Coloqué el bento y mi botella de jugo en la butaca más próxima y, ahora sí… le ofrecí a Cay la propia bolsa.Dentro estaba la chaqueta del dragón dorado, perfectamente doblada. Desprendía un ligero perfume floral, nada muy invasivo.

    —Un dragón dorado —caí en cuenta de algo y me reí por lo bajo— Pero no se come, eh. Es un compañero, uno muy bueno, por cierto —bajé la voz— No le cuentes a Copito que lo echaré de menos, eh, que se me pone celoso el chiquitín.
     
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    La transparencia en las emociones de esta chica hoy era un problema, como lo habían sido ya en el invernadero, y me di cuenta de que su bondad, esa misma benevolencia que adoraba y me hipnotizaba, podía ser un arma también. Me sentía mal al aprovecharme de la amabilidad ajena, pero la agradecía y ahora, en el brillo genuino en los ojos de esta chica, no hacía más que mirar mi reflejo cubierto de sangre. No tenía que haberla tocado.

    No tenía que haberla tomado para mí.

    No tenía que haber ansiado su mirada.

    Me dijo que le gustaba el lugar ante lo que hice un sonido afirmativo, también que había estado aquí y había bailado con alguien. No vi por qué preguntar, así que directamente no lo hice, mantuve la sonrisa de siempre aunque desvié la mirada a un costado y allí pude desprenderme de la máscara un segundo. La mención a Copito me anudó el corazón y recordé al gorrión cantando en el invernadero, en correspondencia a mi estado emocional.

    Regresé la mirada a ella cuando se sentó, habiendo recuperado la sonrisa automatizada, y cuando me acarició el cabello más cables se salieron de su lugar. Quise apartarme de su tacto, hacerme a un lado, decirle que no me tocara o lo que fuese, pero guardé silencio y las sensaciones me repicaron en el cuerpo, el asco y el disgusto. Recordé cómo la invité a salir y cómo la invité a casa, acaparador y necio. Akaisa tenía razón en los pensamientos que no había externalizado.

    Me había dado un atracón y ahora no podía retener todo lo que había consumido.

    Jugo de uva, el almuerzo y a mí no me bajaba un bocado por la garganta. Sostuve la cajita y la miré como si fuese la cosa más interesante del planeta, como había hecho en la jodida sala de entrevistas, mi sonrisa se desvaneció gradualmente y no me di cuenta de ello hasta que lo que recibí fue la bolsa con la chaqueta sentí que el corazón me golpeaba las costillas. La escuché y a la vez no, su voz se perdió en los mismos recovecos lejanos que otras. Solo se oía el crepitar del incendio y yo me estaba ahogando.

    Mejor que se desbarate todo al mismo tiempo.

    Apágate.

    Mejor que se desbarate todo al mismo tiempo.
    Es un compañero.

    Uno muy bueno, por cierto.

    No podía estar más equivocada, la ilusión que habitaba Verónica era frágil y ridícula, casi tanto como aquella noción de que amar era sencillo porque venía de mí y lo podía mostrar con palabras o acciones. Mi amor era convulso, intenso, y se me escapaba de las manos; era comprensivo y paciente, sí, pero también abrasador y posesivo. No era inocente y cálido todo el tiempo, de hecho llevaba mucho tiempo sin serlo. Por un rato no hice más que mirar la bolsa con la chaqueta y el jugo en mi mano y al final supuse que era mejor no retrasarlo más. Que si tenía que colapsar, que colapsara porque no me quedaban fuerzas y yo era el causante de estos resultados.

    —Quería hablar contigo hoy —empecé sin ningún preludio o explicación—, perdona por no decírtelo desde el principio, no supe cómo.

    Pasé saliva, sentía la boca seca y deseaba salir corriendo. Correr y no mirar atrás, olvidar esta semana, este mes, esta vida y lo que me había dejado el pecho hueco.

    —Era... para hablar de lo que sea que es esto, ya sabes, nosotros. —La pausa que hice fue para tratar de aplacar mi corazón, la sedación podía mutar a ansiedad—. Lo siento. Nunca fui claro y sólo hice y deshice a mi antojo, sin pensar en nada, me siento cómodo contigo y me gustas, quiero decir, eres preciosa en muchos sentidos. El tema es que no te pregunté qué esperabas ni te dije qué pretendía yo y mis límites son una mierda.

    Había elegido no pensar en nada.

    >>Yo no... No soy confiable en lo absoluto, no sé sostener nada en el tiempo y tampoco pretendía nada serio, soy intermitente, distante y caprichoso. No puedo, nunca habría podido, y tendría que haber sido honesto contigo y conmigo.
     
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    No supe muy bien por qué. A lo mejor, se debió a todas esas veces que me dejó tocarlo sin más, donde Cay incluso dio muestras de que caricias como éstas lo relajaban.

    Pero no fue así en esta ocasión. En su cuerpo prevaleció una quietud férrea, a la vez que la posición que había adoptado, con la cabeza girada, me impedía vislumbrar su carita. Era… extraño: aunque sus rizos me cosquilleaban entre la piel de los dedos, se sentía inalcanzable. Aparté la mano con cierta discreción, resuelta a no ponérsela encima de nuevo, y opté por continuar con la perorata como si nada peculiar hubiese llamado mi atención.

    “¿Será siempre así nuestra dinámica?”, llegué a preguntarme.

    Desconociendo, en ese preciso segundo... si habría una próxima vez.

    Había cuestiones que quería hablar con él, cosas que dejar en claro; porque era lo que correspondía. Ahora que poseía un primer indicio de su aparente estado de ánimo, no tuve muy claro en qué momento abrir esa clase de conversación. Por lo mismo, que él la iniciara me tomó desprevenida. Fue por la precipitación de la charla, como si la hubiera sometido a un repentino empuje. Cuando comenzó diciendo que quería hablar conmigo sobre esto, sobre nosotros, asentí con calma y paciencia.

    —Estoy de acuerdo —llegué a decir, antes de permitirle continuar.

    Después de la noche del Maharaja, donde todo podría haber quedado allí... él me había llamado para que tuviéramos una salida el finde siguiente, la cual acepté sin pensarlo. A día de hoy, seguía sin quedarnos claro si se trató de una suerte de cita o no, pero en el parque Hibiya tuvimos un momento muy dulce, donde me había relajado entre sus brazos y terminamos cantándole a Copito. No iba yo a dejarme llevar por pensamientos por eso, pero no le quitaba lo entrañable.

    Y por último… lo de su casa.

    ¿Cay esperaba algo de esto? ¿Qué era exactamente lo que quería yo?

    Comenzó con una disculpa, lo que me hizo mirarlo con algo de extrañeza. Hacía y deshacía a su voluntad, según él, una noción bastante llamativa desde mi visión. En el medio me dijo que se sentía cómodo conmigo y que incluso le gustaba, en el sentido de que era preciosa en todo. Si no fuese por el tono tan repentinamente serio de esta conversación, lo habría molestado con un modesto "Oh, stop it, you", pero sólo sonreí con suavidad; como agradecimiento por que me viera de ese modo.



    Yo no... No soy confiable en lo absoluto…


    Este fue el punto disruptivo, lo que inició el lento retroceso de mi sonrisa. Lo miré mientras seguía expresándose, y llegué a preguntarme por qué… ¿Por qué estaba siendo duro consigo mismo?

    ¿Qué pasaba con Cayden?

    Segundos de silencio nos envolvieron. Mi único movimiento fue apoyar las manos en mi regazo, manteniendo una postura erguida en el asiento mientras observaba el escenario vacío.

    —Hablar es una responsabilidad de dos —repliqué—. No te agobies por no haberlo hecho antes, pues yo también debería haberte buscado para dejar las cosas en claro desde el comienzo. Quería hacerlo hoy, precisamente, para preguntarte cómo veías todo esto. Si estabas esperando... algo más de mí…

    Tal como acababa de decirlo, Cay no lo hacía. No quería nada serio.

    —Yo… te sigo viendo como un amigo —continué—, y también me atraes, mucho. No sólo por cómo te ves, con esa carita y tu cabello... Sino por otras cosas... ¿Quién más entra a la vida de uno de esa forma: cantando a un gorrión? —la voz se me tensó en un amague de risa enternecida que debí espantar con una sacudida de cabeza, pues no era el momento; ¿podía culparme por el poder de ese recuerdo?— Lo que quiero decir es que… No planeaba pensar en algo más allá de eso, algo sentimental quiero decir, porque es demasiado pronto. Pero pensé que podíamos seguir aventurándonos, como amigos “reforzados”. Conocernos más, lo bueno y lo malo de nosotros.

    Me volteé lentamente para mirar a Cay. Tuve la angustiante sensación de que en él había lo mismo que en el escenario: vacío.

    —Pero ahora me dices que no eres confiable y hablas de ti como si fueras una mala persona… Me cuesta entenderlo, tan de repente … —desvié la mirada a mis manos; incómoda— Somos amigos —insistí—, pero, al menos, me gustaría saber por qué elegiste decírmelo justo ahora… Después de lo de tu casa…

    Otro silencio.

    >>¿Pasó algo? ¿Te sientes culpable, acaso?

    A mis palabras, le siguió el susurro lejano de unas pequeñas alas, desde el cielorraso del salón de actos. El guardián nos observaba.
     
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    Habría bastado que exteriorizara su idea, esa de que le parecía inalcanzable, para que todas las nociones colisionaran entre sí para amalgamarse. Las mentiras, el silencio y la distancia que instauraba en todas direcciones me aislaba, quemaba los hilos que me conectaban al mundo y dentro de la cámara que habitaba no quedaba nada más que el eco de mi propia voz, incesante y agotador. Sí, era siempre así.

    Era la tarjeta rota del Día del Padre, sin explicación.

    Las huidas luego de la muerte de Kaoru, sin razón aparente.

    No puedes desahogarte con los demás si no les dices por qué estás molesto para empezar.

    La lista seguía a eventos más recientes, al contacto con Liam, al desastre de la piscina y el de la sala de música y todo lo que existía en los intermedios. Al tratar de suavizar mis bordes me sometía a mí mismo, me ponía un bozal y procuraba anular todo aquello que fuese doloroso, incómodo o extraño. Borraba los duelos sin resolver, el amor que había mutado y como había encontrado en una porción de oscuridad un remedo de consuelo. Por eso mi cariño lucía orgánico y sencillo de brindar, por eso la imagen que Verónica tenía de mí era la del muchacho con cara de bebé que le cantaba a un gorrión, ¿pero dónde quedaba lo demás? ¿Serían capaces de quererme, acaso, de tener todas las piezas?

    Ya no interesaba.

    Empecé, ella dijo que estaba de acuerdo y sentí que mis palabras eran balas dentro de una cámara, que las estaba disparando a diestra y siniestra, deseando acabar el cartucho lo antes posible. Mis acciones se contradecían, como era usual, y la confusión de Verónica era esperable y comprensible, el asunto no era que no hubiésemos sido claros con lo que esperábamos del otro, eso era relativamente fácil de sortear, era lo que existía en el fondo. El maldito secreto a voces que habitaba en mí.

    No me atreví a mirarla, no encontré el valor para hacerlo, y seguí hablando. El eco era sutil, pero percibía mi voz rebotar en esta sala y el vacío del escenario replicaba el agujero que tenía en el torso. Su respuesta llegó, coherente, centrada y paciente, y algunas ideas se deformaron. No esperaba nada de Vero, nada específico.

    Si habían alguien que reconocía el concepto de responsabilidad compartida era yo, con la tremenda cagada que me había mandado con el que llamaba mi mejor amigo, pero ese no era el problema de nuevo. No dije nada, en su lugar asentí, callado, y la dejé seguir hablando. La oí, tomé aire y me cuestioné qué tanto le duraría lo de verme como un amigo, ¿si acaso un par de minutos más? ¿Dónde quedaría le ternura y el cariño que sentía por mí?

    Yo había abusado de ello.

    Por demás, sus palabras fueron una manera muy decorada y amable de decir "podemos ser amigos que follan", de ser otro contexto menos cagado la habría molestado, pero aquí no había espacio para eso ya. Tenía que recortar los hilos sueltos, los errores que yo había cometido que sin duda desbordaban "lo malo" que había que conocer de mí, y dejarla irse. Debía abrir la jaula, sin más, y mirar otra ave alzar vuelo mientras yo ardía en el suelo.

    Somos amigos.

    No, yo era un manipulador de mierda.

    Se volteó, la miré con el rabillo del ojo y mantuve la vista al frente, echando la caja de jugo en la bolsa de la chaqueta y colocándola en el suelo, entre mis piernas. Quería largarme de aquí, Dios, quería irme.

    —Hay que reconocer las cosas por lo que son —apunté a lo de que hablaba como si fuese una mala persona sin que ninguna emoción particular se notara en mi timbre—. Tenía pendiente decirlo hace días, antes de llevarte a casa e incluso antes de buscarte para salir el domingo, pero me negaba a hacerlo. Odio las conversaciones incómodas o todo lo que implique lidiar con lo que siento y huyo de ello a conciencia, si queda una sola rendija por la que pueda escaparme ten por seguro que elegiré hacerlo. Elegiré la huida, la negación y la sedación.

    Sin embargo, me habían cerrado las vías de escape.

    ¿Culpable? Sí, culpable y contaminado. El blanco puro que la rodeaba era distinto al tono rosáceo de Ilana o al celeste de Kohaku, la fuerza de sus afectos estaba en lo genuino, claro y algo intenso de sus emociones y como tal mi abuso, de alguna forma, era incluso más sancionable que cuando ocurría con figuras más ambiguas o que reaccionaban menos al fuego. Puede que simple y llanamente todo estuviera sostenido por la pizca de ingenuidad que existía en Verónica, pues entonces lo que había hecho yo no solo era irresponsable, era directamente cruel. Se me ocurrió al escuchar las alas, pequeñas, que susurraron la posición del eterno compañero de esta chica.

    Perdería todo, hasta el condenado gorrión.
    Lo merecía, estaba bien. Era así como tenía que ser.

    —¿No debería? Fue irresponsable que te cagas y aunque es cierto que ambos teníamos que hablar al respecto, el peso final del asunto recae en mí y solo en mí. —Contuve la risa sin gracia que me quiso abandonar el pecho, porque era grosera e impropia, y en su lugar suspiré mientras bajaba la vista a mis manos—. Nunca fui sincero por completo y tú acabaste en medio sin saberlo. Te invité al Maharaja, te seguí coqueteando, te invité a salir el domingo y te llevé a mi casa, la comodidad que siento contigo dio pie a todo eso y yo... Seguí. Seguí hasta que todo se desdibujó.

    Hasta quedarme vacío.

    >>Me tomó una cantidad patética de años darme cuenta de que estaba enamorado de alguien —resolví, incapaz de encontrar otra manera de confesar mi pecado—. No fue el mejor timing para que apareciera la niña bonita de personalidad amable y paciente. No fue el mejor timing para nada y lo pagó todo el mundo, el hecho de que yo quería sacarme el corazón del pecho y colocarme uno nuevo. Uno que no fuese mío.

    Tragué con dificultad porque sentía la boca seca y apreté los puños, enterrándome las uñas en las palmas. Quería largarme.

    —El daño está hecho y no lo puedo reparar, lo único que puedo elegir ahora es no hacer la herida incluso más grande, aunque puede que para eso también sea tarde ya. Me considerabas tu amigo y yo hice todo esto.
     
    Última edición: 5 Octubre 2025 a las 6:45 PM
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    Conforme las palabras propias y ajenas se amplificaban sutilmente en el inmenso vacío del salón, la inquietud iba ganando lugar en mi espíritu debido a la falta de contacto visual, que era casi absoluta. Antes pude desentenderme de la falta de reacción ante mi caricia, pero ahora me era imposible quedar indiferente ante la manera en que Cay parecía evitar mis ojos, como si estuviera escapando. Mientras tanto, empujaba la conversación con cierto frenetismo al que me estaba costando adaptarme, más por las nociones que por el ritmo. Me angustiaba el hecho de que lo percibía tan abatido, y que dijera cosas de sí mismo en las que me costaba creer…

    Porque abrazaba, tan ingenua yo, el reflejo que siempre me había regresado.

    No podía concebir un Cayden que fuese mala persona, porque confiaba demasiado en todo aquello que mostró. Incluso su faceta más salvaje e intensa, tan llena de confianza, poseía cierto encanto ante mis ojos. Pero quitando la forma en que esto contrastaba con el muchachito que se ruborizada porque le decía cute sin titubear, éste siempre me había cuidado. En la noche de Maharaja, jamás permitió que me quedara sola e incluso confrontó al desconocido que había intentado coquetearme, poniendo en riesgo su propia seguridad. Y la última vez, allá en su casa, donde nos hicimos los tontos frente a su familia como todos unos campeones; me ayudó a vestirme, aunque no hacía falta, una muestra de atención y cariño que me había dejado blanda de la ternura.

    Nada de eso podía ser mentira.

    Pero insistió.

    Me embargó la necesidad de negar con la cabeza cuando pareció estar de acuerdo con lo de que era mala persona. Sin embargo, no quise dejarme llevar por mi confusión y, en cambio, seguí escuchándolo como desde el comienzo: con calma y paciencia. Así, Cay dijo que siempre huía cuando se trataba de conversaciones incómodas o ante todo lo que tuviese relación con… con sus sentimientos. Huida, negación y sedación. Recordé lo mucho que fumaba en mi presencia, algo por lo que no lo juzgaba pero que, a raíz de lo dicho, comenzaba a adquirir otro sentido.

    ¿Era por sus pensamientos?


    Entonces, le tocó responder a mi pregunta sobre si se sentía culpable, pues todo se sentía como si estuviese arrepentido de los momentos que pasamos desde que cruzamos la línea y dejamos de respetar límites. A pesar de que yo le había establecido un equilibrio de responsabilidades al momento de hablar de nuestra relación, torció la balanza para que todo el peso siguiera recayendo sobre él, hundiéndolo más. Yo… no estaba dispuesta a permitírselo, pero me limité a escuchar… Y al hacerlo, mi confusión se acentuó al saber que yo había quedado “en medio sin saberlo”.

    ¿En medio de qué?, fue lo que no alcancé a preguntar.


    Me tomó una cantidad patética de años darme cuenta de que estaba enamorado de alguien.


    Mi aliento se detuvo. Hubo un impacto entre mis costillas, provocado por la sorpresa que me embargó ante la revelación. Se reflejó paulatinamente en mi semblante, en la forma en que abrí lo ojos y la tensión que invadió mis hombros, como si el peso de la blanca rota también estuviera por aplastarme.

    Cayden estaba enamorado.

    Aparté la mirada hacia mis manos, mientras en mi perfil se seguía notando que estaba digiriendo con enorme dificultad… eso. Tragué saliva con dificultad, mi garganta se había secado, en una dura batalla entre procesar lo que estaba pasando y seguir escuchándolo. Cuando Cayden dijo que no había sido el mejor timing para que apareciera ante él… Sentí un nudo en el pecho.


    ¿Quiénes más habían pagado esto? Todo el mundo, decía Cayden, y fui incapaz de mirarlo… Cuando dijo que quería deshacerse de su corazón, reemplazarlo con uno ajeno. Que el daño estaba hecho, que ya era tarde para repararlo…


    Me considerabas tu amigo y yo hice todo esto.

    Silencio.

    Fue, a lo mejor, un minuto. El más largo que habremos transcurrido, hasta que lo corté con una larga inspiración con la que quise llenar mis pulmones. Tan denso era el silencio, que se notó la dificultad que tuve, que mi aliento tembló. Cerré los ojos al exhalar y, entonces sí, me giré para mirar a Cayden. Estaba seria en principio. Pero, sin importar si encontré sus ojos o si él siguió oyendo; sin importar qué recibí a cambio, el resultado final fue el mismo.

    Apreté los labios, el azul de mis ojos se llenó de tristeza.


    El canto del gorrión se extendió por la sala.


    —Entonces… ¿Por qué…?

    Aprovéchalo mientras dure, princesa

    —¿Por qué me llamaste aquel domingo?

    No me extraña que digas eso de Dunn, Vero-chan: parece que su carita angelical es muy convincente.

    Con otro suspiro tembloroso, bajo el canto de Copito rebotando en las paredes, me incorporé de mi asiento casi de un brinco y di unos pasos azarosos hacia adelante, aturdida. Sin querer le terminé dando la espalda a Cay, quien sólo pudo ver el manto niveo cayendo hasta mi cadera, cuando alcé la mirada hacia el escenario.


    Puede que todo exista de esa manera, con lados que parecen opuestos y están unidos por un eje que los cruza de lado a lado.

    Todo, incluidas las personas.


    Me abracé a mí misma, recordando cada beso, cada mirada. Sus manos y su boca recorriéndome. Las sensaciones bonitas escapaban entre mis dedos, pulverizándose como ceniza.

    La angustia me golpeó en el centro del pecho.

    —Estás enamorado… —repetí, e inspiré de vuelta— Ojalá... lo hubiera sabido desde el comienzo. Ojalá me lo hubieras dicho, porque entonces yo… no te habría buscado como lo hice… Más por ti, que por mí…Te habría querido de otra forma. Te hubiera apoyado, o acompañado si te dolía mucho… Sin meterme en el medio de algo tan importante…

    Todos nos asustamos cuando se nos rompe el corazón.

    Me froté el rostro con las palmas de las manos, apesadumbrada. Ahora había quedado en medio del amor de alguien más. Todo porque Cay eligió omitirlo... ¿Por qué? ¿Por qué lo decidió?

    Me giré hacia él, en un momento de silencio que nos concedió el canto del ave albina. Esbocé una sonrisa, que contenía la misma tristeza que mis ojos.

    —No sé lo que es enamorarse —confesé— Pero sí tengo claro que, si hubiera empezado a tener sentimientos por alguien más, ibas a ser el primero en enterarte —“O podrías haber sido tú”, añadí para mis adentros.

    >>Nada de eso es posible ya, ¿verdad? —seguí, cerrando los ojos con solemnidad— Debería estar enojada contigo. Te aprovechaste de toda la confianza y cariño que estaba dispuesta a darte, y ya no tengo claro que todo lo que vivimos te haya significado algo... Tendría que estar sumamente enojada, pero... —mi gesto se comprimió nuevamente y negué con la cabeza— Soy incapaz; también demasiado ingenua, empiezo a darme cuenta. Pienso que hubo gestos en tí que fueron auténticos, como los chocolates o cuando me vestiste en tu casa sin que te lo pidiera. Me niego a creer que fueron mentiras.

    Inspiré largamente para serenarme y abrí los ojos. Otro canto, triste, inundó la sala.

    —Pero tampoco puedo ser indulgente con esto, Cayden —sentencié, con la voz quebrada, acompañada por el canto del gorrión—. Duele.

    Bajé la cabeza, con los puños apretados. La palabras de Arata y Ryuuji seguían arañando mis pensamientos. Ellos sabían algo, y al parecer se le resultó de lo más divertido presenciarlo. ¿Cuántos más como ellos se habrían entretenido a costa mía? Me sentía dolida, burlada y terriblemente estúpida. La decepción era una puñalada en el corazón, certera y letal.
     
    Última edición: 6 Octubre 2025 a las 8:56 PM
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    El cristal se fragmentó, vi la caída de la primera astilla cuando golpeé la ilusión de Verónica y ésta comenzó a desbaratarse, el cristal se derrumbó de pedazos enormes y en cada trozo vi una versión de mí mismo diferente, no reconocí ninguna de ellas y ahora había perdido a mi espejo, había soltado el reflejo que él se había empeñado en regresarme. Sí, era un amor diferente, pero era mortalmente honesto y yo lo había desacreditado. Rechacé lo que sus ojos veían en mí sin querer.

    Era demasiado tarde para arrepentirme de todo.


    Había fragmentos reales, eso no podía negarlo yo mismo, el cuidado que le brindaba a mis personas era genuino, la protección y cariño... pero se deformaba, mutaba y no podía manejarlo. Los límites se desdibujaban, mis ideas derrapaban y tarde o temprano llegaba al mismo embrollo. El núcleo de todo esto eran mis mentiras, ¿cierto? Las verdades que ocultaba de los ojos ajenos, por temor a mi propio dolor.

    Y entonces los lastimaba a ellos.

    Creí escuchar cómo dejaba de respirar, en el silencio y la inmensidad de este salón escuché el ruido, necio, de mi propio corazón y la falta de aliento en la niña a mi lado. Ni siquiera hizo falta que la mirara, sentí la tensión crecer y con ella la pared que nos separaba aumentó de grosor, pues en realidad había existido siempre. No los dejaba tocarme, alternaba las jaulas entre ellos y yo y de esa manera, sin saberlo o siendo consciente de ello, creaba una distancia irreconciliable. La ilusión de dulzura y amor incondicional, de suavidad y comprensión, mientras al otro lado de la fosa huía, fumaba como descosido y me peleaba con Arata, Liam y cualquiera que me diera una razón y me dejara exento de culpa.

    Llevaba más de un mes arrancándome el corazón del pecho cada mañana.

    Su silencio fue pesado y se sintió eterno, pero no busqué romperlo hasta que lo hizo su inhalación entrecortada. Había llorado, llorado y llorado sin parar, ya no me quedaban lágrimas por ahora y el vacío se expandía sin permiso alguno, consumía este espacio, mis ideas y todo lo que me rodeaba. Seguí igual que antes, sin mirarla, incapaz de lidiar con lo que sea que fuese a encontrar en el azul de sus ojos y cuando el canto de Copito se abrió paso por el salón, supe que no hacía falta tampoco.

    Alcé la cabeza hacia el techo aunque no me molesté siquiera en buscar al gorrión, simplemente atendí al canto y la voz de Verónica se alzó a mi lado de forma que bajé la cabeza de nuevo. Su pregunta me alcanzó, luego percibí que se levantaba y apareció más cerca de mi campo de visión contra mi voluntad, cuando dio algunos pasos al frente. El manto de nieve cayó por su espalda y pensé en cómo había manchado el lienzo en blanco de un rojo asqueroso.

    Oír mi verdad dicha desde otra boca me hizo sentir que iba a volverme loco, el vacío palpitó en otra frecuencia, me sentí estúpido y furioso por una fracción de segundo y estuve por perder la pulseada, poco me faltó para levantarme e irme sin dar una sola explicación. Todo lo que dijo era verdad, lo sabía, pero yo me negaba a dejarme tocar, a apuntar dónde dolía y por qué. Me negaba y me negaba, porque sentía que cuando empezara a llorar no pararía nunca.

    No podía dejar de huir de su mirada incluso cuando ella la buscaba, cuando percibía la tristeza de su sonrisa por el rabillo del ojo y Copito seguía cantando. La escuchaba y a la vez no, sin saber cuándo tenía que abrir la boca de nuevo. Apuntó a lo de que pensaba que habían gestos honestos en mis acciones y es que los había, pero de la misma manera en que Kohaku no sabía qué mierda hacer con mi primera mentira... Verónica tampoco. Ambas eran casi igual de inmensas e incontrolables, igual de abusivas e inmaduras.

    ¿Cuál es la de verdad?

    Puede que ambas.

    Duele.

    Sí, ya sé.

    No deja de doler un maldito segundo.

    —No te pedí indulgencia —resolví al final de sus palabras. Había dejado caer la máscara por completo, nada de palabras cuidadas, nada de sonrisas, nada en absoluto. No fui grosero o brusco, pero comencé a hablar de otra manera y me di cuenta de inmediato, era como hablaba con Arata, Nozomu o incluso Yuzu, muy de vez en cuando—. Soy un embaucador, no un idiota, en verdad da lo mismo, todo lo que hice sí fue una estupidez monumental. El punto es, ¿cómo podría haber hecho esto y venir aquí con mis dos santos huevos a pedir indulgencia? No es perdón lo que busco, pero debía romper esto. Hacerme responsable de lo que hice todo este tiempo y dejar que... Ni idea, que sientan lo que deban sentir hacia mí. Enojo, decepción, lo que sea.

    Tomé la bolsa que había dejado entre mis piernas y me levanté de la butaca, sentía las articulaciones llenas de óxido y la cabeza vuelta aire. Traté de escarbar por lo que era real, lo que había sido honesto siempre, y dejé escapar el aire por la nariz en un suspiro pesado.

    —La manera en que puedes mirar a las personas, Vero, es una de tus cualidades más bellas. Nos miras con esperanza y amor incluso cuando no lo merecemos —dije unos segundos después—. El domingo cuando te busqué no sabía qué hacer, no podía entender si quería estar solo o no y al final cedí al no y te envié los mensajes. Quería estar acompañado, quería ser elegido por alguien, quería sentirme querido y tranquilo aunque fuese por un rato, pero no quería hablar de mis mierdas, como siempre. Tu compañía tranquiliza muchísimo y eso es una verdad absoluta.

    Giré el cuerpo pues ya no daba más de mí mismo, porque quería acabar con esto, porque no podía con la tristeza de esta chica ni su decepción. Porque no soportaba el canto del gorrión y el puto vacío del escenario o de mi torso.

    —Hice los chocolates yo mismo, como hice con todos mis amigos porque los quiero de verdad, porque quiero pensar que no todo mi amor es consumidor y abusivo. Te vestí y te cuidé sin cuestionarlo, sin pensar en nada más. El cuidado que quiero brindarles existe completamente separado de mi miedo y mi dolor —murmuré aunque ya había dado algunos pasos con intenciones de irme—. Hay cosas que son sinceras en el montón de cagadas que me mandé, pero no pienso someterte al lío moral de balancear lo real del abuso. Lo siento... perdona, eso es todo. Sé que de haber sido sincero me habrías tratado diferente, varias personas me habrían tratado distinto, pero quizás yo no quería que nada cambiara y no quería apuntar dónde dolía. Al final lastimé a las personas que quería y que me han cuidado con amor y paciencia o que han intentado cambiar por mí, porque yo me negué a cambiar por ustedes con tal de no lidiar con mis emociones.

    Respiré de nuevo, retomé la marcha y el sonido de mis pasos se elevó por el salón de actos. La bolsa pesaba una tonelada y quería llamar a Nozomu de nuevo para que me sacara de esta academia, para noquearme de nuevo y olvidar todo esto unas horas.

    —No te molestaré más. Adiós, Vero —dije cuando ya había avanzado cierta distancia—. Adiós, Copito.

    días porque de buenos no tienen nada.jpg

    aquí gasté la energía que me quedaba luego de trabajar como esclava (ninguna), puedes tomarte cualquier libertad narrativa ofcourse tampoco es que vaya a caminar tan rápido si parece un zombie
     
    Última edición: 6 Octubre 2025 a las 11:17 PM
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    Bruno TDF

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    A pesar de que la réplica de Cay no fue brusca, en ella creí distinguir parte de la intensidad con la que había cortado a Ilana en su charla el futuro. Alcé la cabeza mientras lo escuchaba hablar, viendo la caída de su máscara y, también, el círculo de fuego que hacía arder los infranqueables muros que lo rodeaban. Sus palabras carecían de tono amable. Estaban ausentes las sonrisas de cualquier índole, ni siquiera había una expresión de tristeza o frustración.

    Sólo el vacío.

    Tan inmenso y devastador, que era preocupante.

    El pinchazo de la decepción me lastimaba. Aun así, lo escuché tratando de mirarlo a los ojos, a sabiendas de que sólo me encontraría con su huida. Un enorme peso caía sobre mis hombros, pero continuaba en pie a pesar de los golpes que, con todo, no dejaban de doler… Costaba, costaba mucho recibir cada palabra de Cayden… No podía ignorar los cristales rotos a nuestro alrededor, sobre todo cuando dijo que me había llamado aquel domingo porque quería sentirse elegido y querido… En esa frase específica, el pinchazo se hizo más profundo. Cerré los ojos y aparté la mirada, con un brote de frustración en el pecho.

    Elegí vivir estas experiencias contigo porque me atraías, sí, y también porque te quería mucho. Sin ese cariño presente, no me habría movido.

    Te elegí y te quise.

    ¿Entonces qué?

    No quería pensar en que había estado conmigo para no pensar en todo lo demás, porque haría las cosas mucho peor para mí. Sólo traté de regresar a sus ojos cuando dijo que los chocolates los había hecho él, a lo que asentí sin darme cuenta porque, en efecto, se notaba que eran caseros. Yo, tan dulcera, los había disfrutado como nunca luego de la visita a su casa. En el sabor se notó el esfuerzo, su amor y devoción por lo demás. Esa parte que era tan real como su falta de sinceridad sobre su dolor y miedos que lo llevaban a lastimarnos… Recordé entonces otras palabras: las mías…

    ¿Qué le había respondido a Ilana cuando me habló sobre lados aparentemente opuestos, pero unidos por un mismo eje?

    No existe tierra sin cielo, ni luz sin oscuridad.

    Apreté los labios cuando terminó de hablar. La conversación era tan dura, tan contundente, pesada y dolorosa, que no sabía si estaba dispuesta a continuarla. ¿Qué más habría por decir, de todos modos? Aun así, cuando me volvió a dar la espalda, sentí un terrible vuelco en mi corazón, hirientes latidos que golpeaban con el eco de cada uno de sus pasos. Una parte de mí, impulsada por los resabios de cariño que aún conservaba por éste chico, quiso lanzarse para detenerlo, a saber para qué.

    Pero…

    Hubo silencio en todo ese tiempo que Cayden se tomó para responderme. No nos dimos cuenta, porque cada uno estaba lidiando con sus emociones. Sin embargo, en el medio de los ecos de su caminar, percibí nuevamente el aleteo. Cada vez más cercano.

    —Espera… —dije.

    Descendió, como una estrella fugaz, y se detuvo hábilmente en uno de los hombros del chico. Copito miró el perfil de Cayden desde allí, removiéndose con inquietud, y de su pico brotó un sonido corto, melódico y solitario. A mis oídos, tuvo una nota interrogativa.

    ¿Por qué te vas?, parecía preguntarle.

    ¿No ibas a estar con nosotros?, parecía decir.
    Vero hizo comida para los dos.
    Suspiré. Recorté la distancia que nos separaba. Los cristales rotos se quejaron bajo mis pies. Salté sobre la gran grieta que se había abierto en suelo, ayudada por mis alas, y me enfrenté al grueso muro. Me detuve cerca de la espalda de Cayden, fuera de su vista. Me puse en puntas de pie para acercar la mano hacia Copito, a susurré un dulce “With me”. Al gorrión no le tomó ni medio segundo hacerme caso. Una vez en mis manos lo abracé contra mi pecho, dándole caricias en su cabecita con un pulgar para tranquilizarlo, pues había empezado a cantar de vuelta.

    ¿Qué pasa? ¿No se quedará?

    ¿Por qué estás tan triste, Vero?

    —Esto seguirá pasando… —dije, refiriéndome a Copito; me apenaba verlo así— Ahora mismo está confundido, no entiende nada de lo que ocurre. Pero puede que él se acerque a ti si tiene la oportunidad; si te oye cantar, sobre todo —hice una pausa, habiendo logrado que el chiquitín se apaciguara con mis mimos— ¿Puedo pedirte, aunque sea, un favor? Permítele quedarse contigo, que te haga compañía, y sigue tratándolo tan lindo como hasta ahora —esbocé una leve sonrisa—. Sigan siendo amigos… y no pienses en mí.

    Unas lágrimas descendieron por mis mejillas. Apoyé una mano en su espalda, una última vez.

    —Adiós, Cayden.
     
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