Pasillo (Primera planta)

Mencionó el apodo que me otorgó en el observatorio, y luego de eso en forma de disculpa se ofreció con lo del almuerzo o una bebida en su defecto.

—Una botella de agua fría está bien.

En el momento que estaba por continuar el paso hacia la planta siguiente una voz femenina me llamó, la reconocí en automáatico y giré el dorso ligramente luego de detener el caminar, levanté la mirada tras los lentes negros ubicándola, bajó los escalones restantes quedando frente a mí, le sonreí con la suavidad usual y elevé las cejas ligeramente al notar que me estaba extendiendo una caja blanca, mencionó lo que leí esta mañana, lo recibí sin prisa.

—Gracias por tenerme en cuenta, Sash —iba a decir algo más pero se despidió con la alegría que solía caracterizarle, girando sobre sus talones y perdiéndose escaleras arriba.

Retorné mi atención a la caja, miré la tarjeta, saqué la mano que tenía en el bolsillo para poder acomodarla y leer lo escrito. La suavidad surcó mis pupilas y volví la mano al bolsillo, sosteniendo la caja con la izquierda en lo que Cayden parecía ir tras ella por algún motivo. Hace ya un rato no hablaba con ella, y bueno, no sentía la intención de tocar el tema por el cual la molesté en su horario de clases sobre el desastre de mi salud, también desconocía qué tanto había conocido ella de mi através de los trabajadores de la clínica...

Sobre mi padre.

Me sentí ausente nuevamente, aunque mi rostro siguió exactamente igual en cuanto Cayden regresó; retomé el paso hacia la planta baja, silenciando cualquier rastro de incertidumbre.

—¿Lo de la White Week es algo propio de este país?

 

Había sido un fin de semana algo bullicioso en casa, ¿tal vez?, pero no en el sentido negativo o más revoltoso de esta palabra.

Me había quedado buena parte de la mañana del sábado dando vueltas entre las sábanas, con la Cosmos de Ilana en mi mano; sus pétalos conservaban vitalidad, en su aroma pude serenarme otro poco. Estuve a nada de escribir a Cayden para preguntarle si ya había empezado a preparar sus chocolates, aunque al final me contuve al comprobar que era muy temprano y que, además, iba a parecer desesperada por la situación, ¿tal vez? No quería preocuparlo, así que dediqué otro largo rato a revolverme, inquieta, hasta que bajé a desayunar con mi madre, Daniel e incluso Walter, quien este fin de semana no debía ir a trabajar debido al clima. Fue allí donde les pregunté, de la nada, si habían preparado chocolates alguna vez.

Todos se sonrieron cuando no me quedó más remedio de la White Week. Conté, con mucha vergüenza encima, que deseaba preparar bombones para mis amistades pero que, al mismo tiempo, me agobiaba el miedo de que no saliesen como me gustaría. Que fuesen una decepción en sí misma, aún a sabiendas de que era más valioso el gesto en sí mismo.

Mi madre había negado con la cabeza, se puso de pie tras mi silla y desde allí me dio un abrazo. Bastó para tranquilizarme. Conmigo ahora relajada en el calor de sus brazos, hizo una propuesta para toda la mesa: que hiciéramos chocolates juntos. Dado que todos reconocieron que no tenían experiencia con chocolates, sería un aprendizaje de los cuatro. Una actividad familiar, que surgió espontáneamente. Daniel aceptó con la diversión cruzando su sonrisa y Walter se sumó con un encogimiento de hombros. Comúnmente se habría negado, pero era capaz de mover cielo y tierra cuando se trataba de ayudarme a mí, su preciada hermana menor.

Por la tarde, acompañé a mi madre a comprar los ingredientes, unos pocos utensilios y, por último, los moldes. De estos últimos, quise tomar uno solo, para hacer unos bombones sencillos, de típica forma redondeada. Mi madre comprendió que estaba intentando no hacerle gastar mucho dinero en esto, en mis ojos se notaba que me estaba apenando. Terminó respondiéndome sin que le hubiese dicho nada.

—Descuida, mi vida —dijo, dándome una caricia en el hombro—. Esto es muy importante para tí, ¿verdad? —asentí en silencio. Su sonrisa se ensanchó, con una inmensa calidez maternal— Para mí también lo es. Me encanta ver lo decidida que estás con la White Week, eso ya me hace feliz… Me haces feliz, Bea, mi vida —me dejó un beso sobre el cabello—. Así que te ayudaré a que tus amigos se sientan de la misma forma con tus chocolates. Adelante, no te contengas.

De este modo, un poco impulsada a pesar de mis dudas, tomé otro par de moldes. Uno para bombones con forma de huellas de gatos, otro de flores variadas y añadí un molde con forma de letras del abecedario. Con esto, regresamos a casa, donde comenzamos la preparación junto con Daniel y Walter; mi madre incluso compró delantales para la ocasión. Decidimos comenzar con tandas muy pequeñas para ensayar, las cuales conservaríamos en casa, como aperitivos dulces para luego de cada cena.

—Dos cabezas piensan mejor que una, así que imaginen cuatro —dijo Dani antes de comenzar, entre risas suaves; era tranquilo, pero con un gran sentido del humor— ¿Qué puede salir mal?

De hecho, nuestros primeros intentos fueron fallos estrepitosos. Fue en la parte del templado donde todos dimos algún que otro traspiés. Yo en particular, debido a los nervios, y por estar más atenta a la temperatura que a manipular el chocolate con la espátula, terminé con manchas en los dedos, los antebrazos y el delantal; incluso me quedó una mancha en la mejilla cuando me llené un dedo a la zona por una pequeña picazón.

A pesar de que los primeros bombones no quedaron bien… Todo esto fue muy divertido. Mi madre había puesto una animada música de fondo, de bandas españolas, y tanto ella como Daniel cantaban por lo bajo, mientras Walter me daba consejos o dirigía el movimiento de mis manos.

Fue un rato en familia que me hizo muy feliz.

Así, llegué a la academia con una sola tanda, consistente en seis bombones surtidos guardados en una cajita blanca, su tapa asegurada con un lazo dorado. La mantenía a buen resguardo en una pequeña lonchera térmica. Mi madre me había sugerido ir de a poco con la entrega de chocolates debido al clima veraniego. Cuando preguntó a quién quería regalarle primero, respondí sin dudarlo.

Rowan.

Cuando el sonido de la campana atravesó los pasillos, me llevó algo de tiempo tomar la iniciativa de escribirle. M-me daba un poco de vergüenza, si debía admitirlo. Consideraba esto como una expresión de afecto y a mí, b-bueno, t-todavía me costaba, ¿tal vez?, transmitir tanta calidez a los demás, darles a entender cuánto los quería. Fue ante Jez con quien tuve, por primera vez, una iniciativa más firme de cariño. Quizá movida por ese recuerdo, el de su beso en mi flequillo, el abrazo que nos dimos y cómo nos habíamos tomado de las manos antes de todo eso; abrigada por las mejores sensaciones, fue que finalmente le escribí.

Buenas tardes, Ro-senpai
Estás libre ahora?
Quieres que almorcemos juntos?
En el invernadero

Como era costumbre, añadí al final un sticker de Hollow Knight de acuerdo al tono de mis mensajes y, por si acaso, salí al pasillo a esperarlo. En mis manos sostenía una bolsa de tela celeste, algo grande, con estampas de nubes blancas. Era como llevar el cielo en mis manos, según dijo Daniel en una de sus típicas humoradas. Dentro estaban el bento de mi almuerzo y, bajo éste, la lonchera térmica. Mi madre me había sugerido hacer esto para disimular que traía chocolates y, de esta forma, salvaguardar la sorpresa.

Por si acaso, salí a esperarlo al pasillo. Me detuve a mirar por una de las ventanas, para así no concentrarme demasiado en las personas que pasaban caminando detrás de mí. La tensión me alcanzó pese a todos, aunque no de forma demasiado evidente, ¿tal vez?

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Zireael Hora de infartarnos con estos dos, DE NUEVO

 

Si había que reconocer algo era el poder que tenía Tekné para ocuparme la cabeza, el fin de semana me lo había pasado dando órdenes como loco, sirviendo trago y distrayéndome con Katrina que al parecer ya había superado su disgusto. El polvo me vino bien y entre el resto de distracciones creí poder pensar con más claridad, al menos lo suficiente para estar completamente seguro de que al menos ahora no le pediría nada al viejo Reaper. Haría todo a mi modo y dejaría claro que no debían tocarnos.

Como fuese, la mañana y tarde del domingo las ocupé preparando los chocolates que solo gracias a Riamu supe que debían existir. La prioridad en este momento eran los de Bea, pero planeaba llevarle unos a Sasha también y si salía premiado, pues le pasaba unos a Tora en algún momento, aunque era terrible amargado. El caso fue que el lunes por la mañana guardé todo, almuerzos incluidos, y cuando sonó la campana estuve por escribirle a la niña, pero Tora me distrajo un rato luego de entregarle el almuerzo que había enviado mi padre para él, que aún con Brennan apaleado en casa no dejaba de pensar en este idiota.

Eso le dio tiempo a Bea de escribirme, de hecho estaba empezando a decirle a Tora que iba a irme cuando me llegaron sus mensaje y lo leí a velocidad. Se me escapó una sonrisa, Sakai me molestó y al final me levanté después de enviarle una sola respuesta.

Voy de camino a la primera planta, espérame

Bajé un poco a las prisas, cargando el almuerzo y la caja de chocolates disimulada con él y pronto llegué a mi destino. Bea estaba en el pasillo, mirando por la ventana, así que me acerqué a ella.

—Ya llegué —anuncié esperando que me mirara para sonreírle—. ¿Vamos yendo, Bea? ¡Y me cuentas en el camino qué tal tu finde!

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nyoooom