Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —Lo son, sí —convine, riéndome ligeramente; no quería apabullarla con información, por lo que me limité a rescatar un único dato extra—. Hay un parque en Big Island donde incluso puedes ver volcanes en erupción, es una cosa increíble.

    Sobre la belleza del mar desde lo alto de un faro, le bajé dos rayitas al entusiasmo para asentir más suavemente. Lo recordaba con nostalgia y con cariño, cada detalle. Desde el viento aullando por los recovecos de la torre hasta el aroma salado impregnando el aire. El agua se transformaba en un manto profundo que viajaba y viajaba hasta fundirse con el cielo.

    —Japón también es una isla, y sin embargo se siente diferente —reflexioné brevemente—. Hay una mezcla de consuelo y desasosiego al saberte en un minúsculo punto de tierra perdido en el océano. Tu mundo es pequeño, los límites son tan claros que llegan a abrumar, pero al mismo tiempo... no hay nada de malo en ello. No es un pecado ni una desdicha llevar una vida diminuta y tranquila.

    La ambición ajena me excedía. Por eso, quizá, siempre había sentido tan arduo construir un vínculo con mi padre y mi hermano, y puede que fuera el mismo motivo que me acercaba a Yuta. No ansiábamos habitar castillos fundidos en oro ni observar el mundo desde su cúspide, sólo vivir con calma. Era consciente de lo terriblemente hipócrita que llegaba a sonar en contraposición a los eventos recientes, sin embargo ¿qué habíamos hecho, más que deshacernos de nuestro demonio?

    —Curioso oír eso viniendo de un Hattori. —La voz de Shinomiya se alzó de improviso, serena, y conecté con su mirada de soslayo—. ¿No lo crees?

    —Lo creo —afirmé, sin demorarme ni titubear.

    Esperaba que encontrara en mi firmeza el nulo deseo que sentía por continuar ese tipo de conversación, y más que eso, que se apiadara de mí. Él sonrió, el gesto me resultó bastante indescifrable y empezó a ordenar sus cosas. Entre tanto, regresé mi atención a Laila, quien empezó a hablarme de uno de sus lugares favoritos. Su referencia a cómo se llevaba con el alemán me estiró una sonrisa en los labios, mezcla de diversión y de ternura, y fui asintiendo poco a poco. Escogió un dojo, pero, más que eso, creí que escogía esos recuerdos con su hermano. Sentí la idea cálida en el pecho y, ante la consciencia de lo que iba a hacer, mi sonrisa se amplió.

    —Maravillosa elección, Meyer-san —repetí, la gracia me permeó brevemente la voz y luego recobré la compostura—. Los dojo transmiten una energía especial, ¿verdad? Son lugares donde aprendemos a centrarnos y relajarnos, a afilar la mente y el cuerpo, y a vaciarnos de lo pasajero. Es curioso. Sin importar el tiempo que pase en soledad adentro de un dojo, nunca me siento sola.

    Luego pasamos a los eventos escolares y la idea de inventarnos uno nosotras me generó una cadena fugaz de reacciones. De primera mano me reí, pero al instante consideré la propuesta y me hizo ilusión. Junté las manos frente al pecho y abrí la boca, lista para hablar, cuando me pregunté cuántas autorizaciones necesitaríamos para llevar adelante algo del estilo y me desinflé. Ahora que lo pensaba, ¿éramos un club oficial?

    —Bueno... ¡Algún día lo haremos! —resolví tras mi contienda mental, más que convencida, y volví a reírme—. Suena muy divertido.

    En una línea similar, la idea de decorar el dojo con flores de papel también me llenó el cuerpo de entusiasmo. La mención de Yuta aplacó parte del envión y me pregunté, en un impulso, por qué nos habría de importar su opinión. Reconocí algunos hilos provenir de lugares que no me gustaban e intenté alejarme del pensamiento. Estaba enfadada con él, o al menos una parte de mí. Lo sabía.

    —Necesitaré un tutorial de YouTube —bromeé, para mantener la liviandad de la conversación y descomprimir mis propias emociones.

    En ese momento, Shinomiya se incorporó con su bolsa pendiendo de su muñeca.

    —Ya acabé, así que me adelanto —anunció mientras giraba el cuerpo en nuestra dirección y nos sonreía, cortés—. Meyer-san, Hattori-san.

    —Adiós, Shinomiya-kun.

    Se despidió con la etiqueta digna de un caballero y se retiró. Bueno, eso me quitaba un peso de encima. Me llené el pecho de aire y lo liberé con disimulo, lentamente. Tras su ausencia retomamos la conversación, Laila me habló de los clubes y el detalle de que no hubiera planeado acabar de presidenta captó mi curiosidad. ¿El líder anterior se habría graduado? ¿O alguien inesperado habría abandonado el club? En cualquier caso, sentí que no era prudente indagar y asentí.

    —La próxima semana, entonces —afirmé, recogí las manos sobre el regazo y, antes de incorporarme, le sonreí—. ¿Te parece si vamos subiendo, Meyer-san?

    Tendría que hablarle a Yuta de esto cuando ni siquiera sabía cómo dirigirle la palabra en absoluto, pero algo se me ocurriría. Me quedaban varios días por delante.


    aaa gracias por caerme, estuvo muy bonico <3 por primera vez en eones creo que pude cerrar una interacción en condiciones, fa
     
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    Bruno TDF

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    Ophelia.

    Tal era el nombre de su prima, por la que me había sobrevenido esta intriga ciertamente imprevista. Había captado mi atención su vínculo con la tragedia griega porque de allí surgía Antígona, obra de la que Bleke me había hablado la noche del campamento y sobre la que aún teníamos una charla pendiente para intercambiar opiniones, junto con Los crímenes de la Rue Morgue. Me guardé para mí mismo la pregunta de si Ophelia tuvo influencia en su lectura de la obra de Sófocles, y en cambio alcé algunos milímetros la cejas al enterarme que asistía a esta academia. La revelación me supo interesante y tentativa, pero volví a callar.

    Mis ojos se detuvieron en su gesto, en cómo respiró antes de posar los dedos en la tapa del bento.

    Creía que, a modo de devolución, recibiría su relato y reflexión sobre la historia de Tokio blues. Lo que recibí fue una pregunta de gran peso y profundidad.


    El amor y la soledad. ¿Crees que seamos demasiado pequeños para comprenderlos?


    Otra brisa, ligeramente más pronunciada, recorrió nuestro espacio, revolviendo ligeramente las puntas de nuestros cabellos. Las palabras de Bleke, sin embargo, permanecieron con firmeza en el aire, levitando. No dejábamos de mirarnos a los ojos. Pero al cabo de unos pocos minutos dejé caer mis párpados lentamente, giré el rostro y lo alcé hacia el cielo, para así permitir que la calidez del día se derramara sobre mis facciones. Los recuerdos llegaban con la misma suavidad, algunos sintiéndose como lágrimas de la memoria.

    Porque, por sobre todo, pensé nuevamente en Effy.
    Ella y yo, a nuestra manera, fuimos solitarios, distantes del resto de la gente de nuestra edad. Y nos habíamos querido con intensidad. Largas veladas donde sólo vestimos la luz de la luna; palabras torpes y temerosas de dos almas que se descubrían a sí mismas; y una paz que no sabíamos que existía. Sólo entonces, cuando padecí la devastación que me provocó su ausencia, tan súbita; me pregunté por vez primera si mi “querer” no había sido en realidad un “amar”.

    Asimismo, pensé en Arend y Alice, mis padres. Se conocieron a nuestra edad, cuando mi padre comenzó a asistir a la biblioteca donde actualmente vivíamos, en calidad de estudiante… de universidad, ya que se había graduado anticipadamente de la secundaria. Mi madre la admiró desde un comienzo, y su carácter afable y parlanchín despertó la curiosidad de él. El resto, simplemente sucedió larga y naturalmente, atravesaron conflictos que sólo los fortalecieron. Nunca dijeron enfrente mío que se amaban, y por ellos aprendí que era algo que no hacía falta leer en palabras.

    También llegué a pensar en la mirada de Verónica sobre Jezebel. Así como en la propia devastación de Altan luego de lo del pasillo, en cómo se deterioraba frente a mis ojos sin que pudiese alcanzarlo porque se había aislado de todos. Pensé, navegué y divagué mucho en cosa de un segundo; fue una meditación fugaz pero muy cargada. Y sólo llegué a la evidente.

    Que amor y soledad existían de formas tan diversas, que la respuesta jamás sería clara.

    Mis labios esbozaron una pequeña sonrisa, seguida de un suspiro.

    —Quizá no baste una vida entera para llegar a entenderlos —aventuré— Tienen tantas formas de manifestarse y de significar algo para cada uno de nosotros, que ninguna respuesta sería correcta o incorrecta. Las personas, me gusta decir, somos como pequeños universos: complejas, rebosantes de constelaciones, en constante movimiento y cambio —abrí los ojos y me giré, para regresar lentamente a los suyos—. Por eso, no sé si somos demasiado pequeños para entender algo tan grande como pueden ser el amor y la soledad. Sólo somos, en este presente. El tiempo nos permitirá descubrir, y luego darles el significado que sea el centro de nuestro universo interior.

    Reprimí otro suspiro, al reparar que mi respuesta estaba recayendo nuevamente en la complejidad, quizá una que era demasiado elevada para que saliera una persona de mi edad, precisamente. Eso siempre fue un dilema para mí, lo que me provocaba cierta distancia con los demás a pesar de que no tenía dificultades para socializar. Una soledad que no obstante no incomodaba, así como tampoco lo hacía la oscuridad de los espacios. Aquí en el Sakura, no obstante, era un caso distintos, los vínculos con las personas eran más firmes, se sentían más cercanos. Sobre todo con Bleke, a cuyo lado encontraba una mayor comodidad y con quien sentía una afinidad más pronunciada.

    Observé las manos de Bleke. Blancas, de apariencia delicada y elegante. Como no hacía amague de quitar la tapa de su bento, asumí que me estaba aguardando para imitarme. Por lo que, tras dedicarle una sonrisa, expuse ante nuestros ojos lo que íbamos a degustar.

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    La mitad bento contenía una porción generosa de arroz japones condimentado con semillas de sésamo negro, mientras que del lado contrario se podía aprecia una pequeña variedad de verduras cocinadas al vapor y al horno, en su punto justo de cocción. Los ingredientes principales eran una buena ración de salmón al horno, acompañado de un rodaja de tamagoyaki.

    —Espero que lo disfrutes —dije hacia Bleke con sinceridad—. Todo lo que ves aquí, lo he cocinado y preparado. No te avisé de antemano, obviamente, para que fuese una sorpresa; puede que la fuerza de lo inesperado haga que adquiera un mejor sabor —bromeé con ligereza, tranquilo; pero al instante la miré a los ojos y mi voz adquirió, entonces, un tono más suave—. Y ojalá te ayude a sentirte mejor de tu cansancio y te de fuerzas. Me alegra poder hacer esto por ti.

    Los amo tanto que me ha dolido no poder responder más seguido lpm (Demasiados quilombos y problemitas de salú unu)

    Por acá dejo este cierre, espero que haya quedado a la altura. Muchas gracias por aceptar rolearlos porque, me repito, LOS AMO FUERTE asfg bebitos *snif*
     
    Última edición: 22 Abril 2025
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    Gigi Blanche

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    Una cadena de sucesos extraños pero bastante cotidianos me había traído hasta aquí, era lo que pensaba mientras me agachaba a recoger el zumo de la expendedora. Los estudiantes apenas comenzaban a circular desde los casilleros y hacia los pasillos cuando yo ya había hecho todo el proceso reglamentario y vagado un poco por ahí. Giré sobre mis talones y fijé mi mirada en el exterior, mordisqueando el sorbete conforme bebía de a poco. Hacía calor, pero era temprano y el sol aún no pretendía derretir a nadie. Y tenía unos minutos.

    Me había despertado como media hora antes de la alarma, ese fue el primer suceso extraño, y en una nota aún más misteriosa, había decidido levantarme. Siquiera le presté mucha atención al móvil. Me preparé un desayuno copioso, lo comí con ganas y tomé el tren temprano, lo suficiente para no encontrarlo abarrotado. El viaje fue sereno, la caminata también, y el silencio que me recibió en los casilleros me forzó a detenerme un momento e inspirar hondo. Me gustaba la tranquilidad de vez en cuando.

    Acabé cediendo al capricho y salí al patio norte, donde seleccioné una banca bastante al azar y relajé el cuerpo. Me deslicé hasta apoyar la cabeza en el borde del espaldar y me quedé allí, contemplando el cielo y pestañeando cada vez más despacio. El zumo descansaba entre mis dos manos, sobre mi estómago, y crucé un talón encima del otro. De a ratos cerraba los ojos y me enfocaba en la caricia de la brisa, el murmullo del follaje. Sentía que la vida se había desacelerado.

    Y lo agradecía.


    lo dejo ahí because why not
     
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    Haber pasado el receso de ayer con las chicas de cierta manera me había ayudado con los rescoldos de miedo que me rebotaban en el cuerpo desde el viernes y aunque fuese un poco vergonzoso, los comentarios de una niña de primero también habían colaborado a que purgar algunos de los pensamientos más quebrados que me negaba a dejar ir. No me llevaba un premio ni nada, tres cuartos de mi vida seguían igual de desordenados que antes y no tenía mucho interés en colapsar ninguna torre para volverla a construir, pero algo era algo.

    Al menos eso quería pensar.

    Para ser las ocho de la mañana hacía calor, obvio, pero tampoco iba a prender fuego y luego de entrar al edificio y hacer el cambio de zapatos recorrí el pasillo sin prisa. Escarbé el bolsillo del pantalón, saqué un caramelo de varios que me había comprado previo a subirme al tren esa mañana, y me lo eché a la boca. Al guardar la envoltura para tirarla luego caí en que estaba siguiendo el camino al patio norte.

    Respiré, nada más que eso, y tarareé muy bajo el cacho de una canción de un videojuego. Apenas di un paso fuera de la cafetería noté la silueta en la banca y reconocí al dueño del cabello oscuro sin demasiada dificultad. Me debatí si irme a la mierda o no, pero recordé que en medio de mis arrebatos alguien siempre salía rascando tarde o temprano y ya hace algunos días había reflexionado que a este chico no le había hablado muy bonito, que de hecho puede que le debiera una disculpa. ¿Se merecía mi actitud siquiera? Qué va. Encima era amigo de Ko y Anna, ¿quién me mandaba a mí a ser tan insoportable?

    Mi tarareo se había detenido ya, por lo que tomé un montón de aire y busqué en el bolsillo otro dulce, esta vez uno de fresa. Miré el caramelo unos segundos, todavía dándole vueltas a mi idea, y entonces retomé la marcha en su dirección porque entre todo no parecía tan inaccesible como para mandarme a freír espárragos apenas verme la cara, aunque no es que tuviera mucho para establecer una línea base, el día del observatorio Kohaku lo había traído medio muerto y se había quedado sentado con Jezebel.

    —Buenos días —le dije habiendo alcanzado un costado de la banca y alcé el caramelo en el espacio que nos separaba—. Vengo con intenciones pacíficas, te lo prometo. ¿Tienes un momento, Fujiwara?


    cuántas veces le caeré a kakeru yahoo respuestas
     
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    En la vida todo tenía un final, eso era un hecho, sin importar lo grande o lo pequeño que fuera. Interpretar los eventos y el correr de los días como ciclos que empezaban y acababan, encastrándose unos dentro de otros, servía para establecer límites, amargarse o recargar energía. Pero, como cualquier cosa inevitable, sólo había una cosa realmente sabia por hacer: aceptarlo. Así, de tanto en tanto, me encontraba a mí mismo repasando fragmentos aislados de mis conversaciones con Frank. Era un hecho innegable que le prestaba atención, y si cualquiera me acusaba probablemente ni me molestara en buscar excusas. Era consciente de los matices de nuestra relación, así como reconocía los defectos en el temperamento de Kou, en mi noviazgo fallido con Anna, en los vaivenes de Hayato.

    Mi vida se plagaba de personajes cuestionables y acciones condenables, y ¿qué iba a hacer? ¿Con qué criterio distribuiría a unos sí y a otros no en los platos de la balanza? Ya estaba. No sabía si daría mi brazo por ellos, pero tampoco me apetecía arrancarlos de raíz. Dolería, sangraría, y no estaba en el negocio de volver a infligirme daño. No de momento.

    Rumiaba en torno a esas y demás cuestiones cuando oí movimiento a mi lado, muy cerca. Abrí los ojos un poco, cegado por la luz ambiente, e identifiqué a Cayden, primero, su mano después. Me ofrecía un caramelo y me pidió un momento. Mi semblante no se modificó, fui consciente de que no pretendí sonreírle, y conforme me erguía para sentarme como un ser humano normal, también me permití vaciarme los pulmones.

    —¿Eso es un soborno? —pregunté, con un resquicio muy, muy vago de jocosidad, y tras un segundo de silencio abrí la mano en su dirección—. Cómo no, toma asiento.

    Lo dije con la mirada al frente. ¿Me apetecía hablar con Dunn? La verdad era que no. Con la convivencia neutral en el salón de clases me alcanzaba y sobraba, pero no era una persona a la cual me interesara acercarme ni conocer. No desacreditaba mi parte de responsabilidad en el conflicto que habíamos tenido, por nimio que fuera, y era consciente de que se llevaba bien con varias personas de mi círculo. No cambiaba nada. Había tomado mis decisiones, y mi vida se plagaba de personajes cuestionables y acciones condenables; eso no significaba que anhelara coleccionarlos como cromitos.
     
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    ¿De dónde nacía el impulso? ¿El altruismo, la decencia humana mínima o algún otro sentimiento menos agradable? No estaba seguro, había perdido claridad de mis propias emociones ya hace semanas y un poco estaba cansado de ello, del ir y venir, pero tampoco me quedaban muchas ganas de batallar tanto conmigo mismo ya. La aceptación que alcanzaba entonces se parecía bastante al aburrimiento y lo que hacía en consecuencia al mero entretenimiento; las buenas acciones acababan perdidas allí, en ese vacío.

    Fujiwara reaccionó, claro, pero ninguno de los dos hizo el amago siquiera de sonreír. No me importaba demasiado, si debía ser sincero, incluso si ponía cara de cachorro mojado con frecuencia no era que lo hiciera indiscriminadamente, respondía a una necesidad o al afecto, pero ya. Mi carácter fuera de los círculos de confianza era bastante más plano hasta que me encontraban las cosquillas.

    —Lo sería si supiera de qué sabores te gustan los dulces, pero se trabaja con lo que hay —apañé sin cambiar mucho el tono incluso si fue un remedo de broma en respuesta a lo suyo.

    Deposité el caramelo en su mano y me senté en la banca, pues porque ni modo que me quedara de pie como estatua. Incluso si me decía abiertamente que no quería hablarme era poco probable que me ofendiera, digamos que ya había abierto la boquilla del gas ayer con Alisha y lo dicho, estaba aquí para al menos dejar claro que no me enorgullecía por mi comportamiento con él. ¿Esperaba que eso cambiara algo? La verdad era que no.

    Porque nada cambiaba nunca.

    —Nuestro primer intercambio no fue ninguna genialidad —empecé y relajé la postura en el espaldar—, diría que si no te interesa hablarme o lo que sea es hasta lógico, ¿quién querría luego de eso? Aún así, ahora me cuestiono si el espectáculo fue verdaderamente necesario.

    Yo lo había llamado lesser, ¿no? Y él le había mandado saludos a mi viejo de parte del Krait, llamándome de la misma manera. ¿Qué éramos, sino la sombra de un cuerpo? En todo caso, era indiferente, para este momento algo como eso no podía dar más igual. Habitaba el espacio de Liam a conveniencia, porque me servía, ¿pero cuál era el costo que estaba pagando?

    —Es casi una idiotez que me tomara tanto tiempo, pero llevo pensándolo algunos días, seguro más de los que debería. Sólo quería disculparme por haber sido tan... supongo que podemos llamarlo pedante. No es como si me hicieras algo en realidad para que me comportara así, un par de preguntas no iban a matarme.
     
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    —Imagina ponerte quisquilloso por el sabor de un caramelo —murmuré, sonriendo apenas, y el resto se decantó.

    Sentir la presión en la palma de mi mano me hizo volver el rostro y cerré el puño, regresándolo a mi espacio. Mi movimiento había pretendido indicarle que podía sentarse, no aceptar el caramelo, pero ahora veía cómo las intenciones se habrían solapado a sus ojos. Le resté importancia, Dunn se acomodó a mi lado y yo le eché un vistazo más atento al dulce, girándolo entre mis dedos.

    A decir verdad, no había pretendido ni anticipado recibir una disculpa formal respecto a lo ocurrido; ni siquiera habría creído que lo recordaría. Cosas mucho peores había oído y escupido en la calle, y ¿por qué habría él de adivinar lo que fuera capaz de herirme y lo que no, para empezar? Sin embargo, aquí estábamos. Lo escuché con calma, aún atento al movimiento del caramelo, a la textura del papel plástico entre mis dedos. ¿De qué le servía la disculpa? ¿De qué me servía a mí? Incluso antes de pedir perdón ya había abierto el paraguas de "entiendo que no quieras verme ni en el periódico". Cosas peores habría oído y escupido en la calle, ¿no? ¿Debía creer que el corazón no le resistía de la agonía por llamar lesser a un desconocido? Porque no lo hacía. No lo creía.

    —"Entiendo que no quieras hablarme, aún así, déjame que te suelte esto" —parafraseé, tranquilo, y alcé la vista al cerezo—. ¿Por quién se supone que haces esto, Dunn? ¿Por ti o por mí?

    La respuesta saltaba a la vista.

    —No lo necesito, honestamente. No necesito que te disculpes. Estoy bastante seguro de que mi existencia te importa un rábano, así como la tuya a mí me da igual. Puede clasificarse de mera decencia, sí, pero otra vez: ¿es por ti o por mí? Quizá te apetezca aliviar alguna culpa, o verte mejor frente al espejo, o sentirte más merecedor de ciertas cosas, o quizá quieras limpiar tu consciencia a secas, como los fieles en un confesionario. ¿Me importa? La verdad es que no.

    Una cuota de resignación se me filtró en el tono al esbozar una sonrisa torcida y fugaz. Estaba siendo mortalmente honesto, y me seguía sorprendiendo ser capaz de hacerlo sin que los latidos se me disparasen dentro del pecho.

    —Por otro lado, podría aceptar tu disculpa y ya. Qué me cuesta, ¿no? Te doy el gusto y dejamos la fiesta en paz. Pero... ¿por qué habría de hacerlo? —Respiré hondo y liberé el aire poco a poco, echando la espalda hacia atrás—. Me llamaste lesser y no sé cuán certeras fueran tus intenciones, con cuánto ahínco hayas apuntado al centro de la diana, pero le diste. Le diste, y ya me cansé de la gente que se empeña en recordarme que sólo soy el hermano del Krait. No tengo intenciones de hacerle ninguna clase de favor a esas personas.

    Deposité el caramelo sobre la banca, entre nosotros, con movimientos calmos, y por primera vez busqué sus ojos.

    —Tienes pintas de ir por la vida pidiendo perdón y consiguiendo lo que quieres por poner cara de niño bueno —arriesgué, y una sonrisa ligera, sencilla, me asomó en los labios—. No acepto tus disculpas, Dunn. Vive con eso, al menos para variar. Sigue adelante con la disculpa atorada en la boca y fíjate qué haces, en qué la conviertes o dónde la metes. Tal vez descubras algo que te sorprenda.

    Una vez terminé de hablar, no me moví de mi lugar. Al fin y al cabo, yo estaba aquí de antes disfrutando el solcito. Y si quería decirme algo más, pues tampoco se lo negaría.
     
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    Seguí sin cambiar de cara, escuché su respuesta, me encogí de hombros y me senté. Un poco suponía que aquí corría la misma lógica con yo había usado con Arata mil y un veces, la de no esperar una disculpa, ¿por qué debía esperarla siquiera? ¿Y por qué yo la estaba dando? La respuesta era tan obvia como que el sol brillaba en el cielo y la pregunta, por tanto, hipotética. Altruismo, decencia mínima, al final todo era lo mismo e incluso si la intención surgía de algo parecido a eso, sin dudas lo hacía por mí y por nadie más.

    Todo lo hacía por mí.

    Lo terriblemente honesto de sus palabras no me molestó en lo absoluto, aunque puede que estuviera estirando las posibilidades. Si bien parecía confesionario, no encontraba en el asunto nada que implicara un gran beneficio más allá de que llevaba razón con que quería aliviar alguna culpa o sólo sentirme mejor conmigo mismo. ¿Era un pecado? Comparado a otras cosas no me lo parecía.

    —Dudo mucho que pretender disculparme contigo me haga más o menos merecedor de nada —atajé con calma, me di cuenta que sonaba un poco extraño y suspiré, él dijo que no le importaba, por lo que en sí había sido una alineación de ideas en voz alta—. Puede que tu existencia no me sea verdaderamente relevante porque no te conozco, tampoco hice el esfuerzo por intentarlo. No creo que la valencia moral de eso importe tanto, tampoco, ¿no eres una persona a fin de cuentas?

    Me estaba anticipando un poco al desenlace de esto, que de por sí era una posibilidad y aunque no hiciera falta, aunque no importara, asentí al escucharlo decir que se había cansado de que la gente le recordara que sólo era el hermano del Krait. ¿Por qué se lo dije, para empezar? Un mero apunte, innecesario, cuando lo solté siquiera pensé en la implicación real que tenía, así que podría decirse que a pesar de mi puntería y mi actitud genuinamente no había pretendido patearle con tanta precisión el hígado, puede que esa fuese la única cosa cierta en todo esto y el único punto donde quería que mi disculpa fuese para él dado el caso.

    Dejó el caramelo en el espacio entre nosotros en tanto seguí escuchándolo, lo de pedir perdón y conseguir lo que quería por poner cara de niño bueno tampoco era mentira, después de todo le había admitido a Akaisa que me gustaba parecer bueno porque así las cosas eran más sencillas. No me salía bien siempre, pues tenía cierta tendencia a despotricar con cierta gente, pero eso no borraba la verdad.

    ¿Me quitaría el sueño que Fujiwara no aceptara mis disculpas? No realmente, pero quién sabe en qué saco acabaría metido el asunto cualquier buen día. Por un momento el mal carácter quiso resurgir y me pregunté qué sentido habría tenido esto si apenas terminara de hablar lo trataba para el culo nuevamente, por lo que el fogonazo surgió y murió con rapidez. El chico había buscado mis ojos y me limité a sostener su mirada, ¿por qué entonces que su elección de palabras sonaba a sentencia y a pesar del tono calmo del intercambio el uso de las palabras era casi hostil? ¿Y por qué si no le importaba el hipotético asunto moral le había dando tantas vueltas?

    Puede que no fuese más que una proyección de mis propias ideas.

    Dudaba que todo ocurriera en los extremos que a mí me parecía.

    —Es válido. Eso de lado, ¿no habría sido estúpido venir esperando que aceptaras las disculpas así como si nada? Al abrir la boca para decir algo pueden pasar mil cosas después de todo —solté por más que ninguno necesitara el recordatorio inicial—. Gracias por escucharme de todas maneras, incluso si el motivo final no puede darte más igual. Así que sí, viviré con eso y ya está, lo acepto.

    Me levanté del asiento, hundí las manos en los bolsillos y me quedé pensando un instante. ¿Qué función suplía? ¿Qué cambiaría o aliviaría? Nada, pero al menos creía que era más sincero que sólo largarme incluso si esa sinceridad simplemente era para alivianarme a mí mismo.

    —Cuando te llamé lesser lo hice sin pensar, quiero decir, incluso si buscaba molestar, no buscaba molestar tanto o de forma tan específica —dije habiendo girado el cuerpo para mirarlo un momento, en él quedaba si creerme o no, incluso si no le importaba y si ya había bateado la disculpa—. No era un "no eres más que la fracción de otro", era un "eres el hermano menor de alguien que conozco", pues al final es eso lo que significa la palabra, ni más ni menos. No había intenciones más grandes o complejas detrás. Eres tu propia persona, tampoco es tan difícil de comprender y a pesar de lo que pueda parecer, no me gusta limitar la existencia de la gente a las sombras de otros, al menos intento que no sea así.

    Con la idea concretada me desinflé los pulmones y sin pensarlo mucho hice una reverencia bastante informal en su dirección. Tampoco era mi intención aguarle el rato en que estaba aquí sólo mirando la vida pasar bajo el sol, así que giré sobre mis talones con intenciones de volver al edificio. Dudaba mucho que una disculpa rechazada de este muchacho me hiciera descubrir algo que no hubiese pensado ya, pero ese era, de hecho, mi problema.


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    Última edición: 25 Abril 2025
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    Incluso si me daba la sensación de que Vero poseía más confianza, puede que movida por la filosofía de las disciplinas que practicaba, la pregunta no me parecía necia o fuera de lugar. A fin de cuentas era una muchacha de tercer año de instituto, como todos los demás, y por mucho que se preparara enfrentarse en un torneo formal siempre generaba algo de nervios. Su respuesta de todas formas siguió esta línea de pensamiento, el de la calma motivada por una filosofía, y sonreí mientras la escuchaba.

    —Tienes razón —convine sin demasiado problema—. Además, es bueno tener confianza en las habilidades que uno ha pulido a punta de entrenamiento, pero justo por ello no hay que subestimar las de otros y justo por eso es natural sentir algo de nervios. A fin de cuentas nos mantienen alerta o eso creo yo.

    Era una deformación de las cosas que la terapia me había enseñado, que no había emociones buenas o malas, solo emociones y punto. Cada una, incluso mi ansiedad incapacitante, en su origen respondía a una necesidad y una función, por eso no se trataba de eliminarla, sino de regularla y comprenderla para no dejarla ahogarme.

    Fue después de eso que estuvo el intercambio de gestos con el cabello de la otra y noté como ante el mío ella cerraba los ojos, aunque no lo atribuí a nada específicamente, ni siquiera cuando se inclinó para que su mejilla rozara mi mano. Si acaso mi sonrisa se amplió ligeramente, pues me causó algo de gracia el cuadro en sí y al final retomamos nuestro caminar tomadas de la mano mientras yo le respondía.

    Hicimos una parada técnica en la máquina expendedora, donde accedí a que me invitara a un jugo de cereza y avanzamos hacia el exterior. Su pregunta me alcanzó, me reí por lo bajo ya que pensé que era un poco chismoso de su parte, tanto por lo de preguntar qué había hablado con Kaia como por el dojo.

    —De varias cosas, de hecho. Hablamos de nuestros lugares favoritos, por ejemplo, y como a veces no son tan importantes los lugares físicos como tal, que lo que importa de verdad son los recuerdos que tenemos. También tuvimos la idea de decorar el dojo con flores de papel y conversamos un poco de los clubes en sí, queríamos fechar un día de encuentro la próxima semana y me ofreció su ayuda para organizar algo. Es muy amable, me gusta esta estar con ella. —Fui contando mientras pasábamos la cafetería en dirección al patio—. Sobre el dojo... está en Minato, mi hermano mayor me llevó allí cuando estaba por cumplir quince años. Fue donde vi el primer enfrentamiento de esgrima y donde empecé a entrenar, así que le guardo afecto al lugar. Antes solía visitarlo con frecuencia.

    No dije mucho más al respecto, al salir al patio me adelanté unos pasos y aunque en el trayecto luego de la máquina había soltado la mano de la chica, volví a buscarla y di un paso adelante. No pretendía guiarla, para nada, fue una tontería que se me ocurrió y como Vero no juzgaba si no que se acoplaba, encontré la confianza suficiente para hacerla.

    Giré el cuerpo para enfrentarla, elevé un poco nuestras manos unidas y dejé que la suya reposara en la palma de la mía al momento en que decidí hacer una reverencia. Haciendo algo de malabares sujeté la caja de jugo entre el índice y el resto de dedos, dejando así libre el pulgar, y pesqué uno de los tablones de la falda, estirando la prenda en un gesto pomposo.

    —Princesa Nívea —dije con suavidad, tratando de aguantarme la risa—. Puede proceder a elegir un lugar donde sentarse, yo la escoltaré.

    *emoji de auto rojo*
     
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    Los nervios que solía sentir antes de cada competencia no eran en exceso grandes, ni me desviaban del centro de mis entrenamientos, y al final se esfumaban una vez que me plantaba frente a un oponente; sin embargo, reconocerlos abiertamente me parecía importante e, incluso, consideraba que era parte de mi formación. Fomentaban el reconocimiento y el control del espíritu, que era una arista tan importante como el cuerpo y la mente. Al respecto, Mey esbozó una sonrisa cuando le contesté sobre cómo me sentía, para luego ofrecerme su punto de vista. Valoró la confianza en las propias habilidades, lo importante de no subestimar a los otros y lo natural de los nervios

    —Supongo que, bien afrontados, nos pueden servir como motor para desarrollarnos —convine, cuando Mey dijo que éstos nos permitían estar alertas—. Pero mientras exista esa confianza que remarcaste; ya sea en las habilidades, las palabras, pensamientos, aspiraciones o acciones… Al final, no habrá ningún resultado del cual arrepentirse.
    >>Cada derrota es una oportunidad de pulirnos, y cada triunfo trae nuevos picos por conquistar.

    Buscaría siempre mejorar, hasta el final de mis días.

    Pasado los debidos intercambios, tanto en las palabras como en los toquecitos en nuestros cabellos, nos detuvimos un momento en la expendedora. Junto a mi botella de jugo de uva cayó otra, de sabor cereza. No podía saber con exactitud si era el sabor favorito de Mey, porque bien podría tratarse de algo que se le apeteció hoy; pero por si acaso, me guardé dato entre mis memorias. Luego me contó qué fue de sus últimos días y yo, como buena chismosa que llegaba a ser, le pedí un poco de info extra. A Mey le hizo su debida cuota de gracia pero estuve bien lejos de sonrojarme, porque la vergüenza era algo que me faltaba, ¡y mucho, debo decir!

    Así, me contó que hablaron de sus lugares favoritos. De los recuerdos que atesorábamos de ellos.

    Aunque en ningún momento dejé de prestarle atención, no pude evitar rememorar los dojos de Canadá donde crecí; no sólo como artista marcial, sino como persona. Estaba el dojo de karate kyokushin de Takeshi Ikeda, mi primer sensei de todos, quien con muchísima paciencia y calma me introdujo y guió en el sendero marcial; no sólo tenía recuerdos de sus instrucciones de karate, él fue quien me enseñó muchas cosas de la vida; lo consideraba un abuelito sabio. Estaba también el dojo de Gonsake Takemori, con quien empecé a practicar judo a los nueve años; a pesar de su carácter afable y bonachón, era terriblemente estricto, pero gracias a eso aprendí a exigirme y pulirme con más firmeza. Y además de los maestros, también estaban los recuerdos de las diversas personas que conocí a lo largo de esos diez años...
    Tantas cosas atesoraba de esos dojos, que no pude evitar llorar el día que los pisé por última vez, a pesar de lo segura que estaba de mi decisión de iniciar una nueva etapa de mi vida aquí, en Japón.

    Hubo un ligero suspiro de mi parte, pero asentí y continué oyéndola. Mi semblante se suavizó en una expresión de inmensa ternura cuando Mey dijo que con Kaia surgió la idea de decorar el dojo con flores de papel. También hablaron de los clubes, ante lo cual asentí quizá con algo de culpa, pensando en que tal vez había dejado levemente descuidado este tema que era tan importante para ambas. Pero uno de los motivos de este almuerzo era, precisamente, retomar lo de los clubes; había que estar más abrazada al presente.

    —No volví a hablar con Kaia-chan desde el tour que le di, y eso que somos compañeras de clase, qué mal —suspiré, aunque no tardé en sonreír— ¡Pero…! Sí que es amable, y encantadoramente educada y algo formal. Tanto, que me dio cosita pedirle que me llame sólo por mi nombre, al final no me animé —reí por lo bajo.

    Escuché entonces sobre el dojo de Minato, tema sobre el que mi interés fue mucho más pronunciado y notorio. No se me pasó por alto que en medio mencionara a un hermano mayor, pero me centré en la cuestión del dojo porque, nuevamente, se asociaba con la charlita sobre los lugares y los recuerdos que atesorábamos de ellos. Tuve un pensamiento, una idea, que quedó merodeando en mi cabeza por algunos segundos. Hasta que no vi por qué no planteárselo.

    —Cuando vayas… ¿podrías enseñarme una foto del dojo? —pregunté, en lo que íbamos saliendo al patio norte— Me da curiosidad. Y además… es el lugar donde empezaste con la esgrima. Siento que, al verlo, también te conoceré a tí un poco más —la miré a los ojos, sonriéndole—. Luego podría pasarte fotitos de los dojos donde comencé a practicar mis artes marciales, aunque te advierto que no hay imágenes muy recientes. Verías una Vero extra-small.

    Reí bajito por mi propia broma. Avanzamos un poco más y, en cierto momento, Mey volvió a tomarme de la mano. La verdad es que yo estaba encantada con esta iniciativa que iba mostrando prácticamente desde que nos retiramos de su salón, y de hecho que me complació que volviésemos a unirnos por éste contacto. Mas, su adelantamiento hizo que detuviera mis propios pasos, producto de la curiosidad que se manifestó en la forma en que la miré. La chica elevó nuestras manos y hasta estiró su falda para dedicarme un gesto bien caballeresco.

    Y para rematar… me llamó Princesa Nívea.

    Ay, cuánto necesité en este momento tener las manos libres para llevármelas a las mejillas. La repentina ocurrencia de Mey, además de hacerme tanta gracia como a ella, también me derritió el corazoncito del puro encanto. Se me escapó una risita algo extensa, que me hizo sentir todavía más princesa. Hundí la cabeza entre mis hombros y aparté un poquito el rostro, con una sonrisa complacida decorándome los labios, lo que no hizo más que reafirmar la imagen. Al final, mis dedos se cerraron sobre los suyos.

    —Oh, Mey, mi apreciada Caballera Lila —dije, en un tonito rimbombante que se complementaba con lo pomposo de su gesto—. Qué afortunada se siente su princesa al tener tan bella escolta. ¿Qué le parece si…? —me permití una pausa para hacer un rápido paneo del patio, con tan buena suerte que vi un árbol libre con una buena sombra, un poco apartado del resto de la gente— ¿Si me acompaña hasta aquel árbol? Es un buen lugar para tener un banquete exquisito, y su sombra se ve realmente amable.

    Entonces la guié, como correspondía, hasta el mencionado árbol. Me acomodé sobre el césped, suspirando con alivio al notar que aquí el sol no golpeaba con tanta fuerza, e invité a Mey a ocupar sitio al lado mío, con unas palmaditas en el suelo. Estaba en esto cuando, de las ramas superiores, descendió con presteza cierto pajarito blanco. Copito se posó en mi hombro, dándome su clásico saludo que consistía en picotearme el lóbulo de la oreja y hacerme reír.

    —Vaya —dije, divertida—. Ha llegado tu escudero.
     
    Última edición: 11 Mayo 2025
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    Zireael

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    —A fin de cuentas son una pequeña alarma, como las luces en los tableros de los autos. Si los nervios se encienden, te avisan de que hay algo que debes revisar y eso, luego, puede orientarte al éxito, la mejora o la simple búsqueda de la calma —reflexioné un poco porque sí—. Así que sí, hay que balancear nervios y derrotadas para poder pulirnos.

    Una cosa era decirlo y otra hacerlo, podía comprenderlo a nivel deportivo, pero a nivel personal, emocional, era otra cosa muy diferente. Recordé de mi suerte de meltdown al ver a Shawn acercándose a aquella otra chica y como había tenido que aparecer Yule a sostenerme, recordaba también el colapso de mayo y cómo me había hecho dejar de venir a la escuela al detonar una crisis distinta. Una recaída del evento de mis catorce años.

    Es un proceso, escuchaba en terapia.


    No es lineal, no puedes pretender que lo sea.

    Debes ser compasiva contigo misma, como lo serías con otros sobrevivientes.


    Odiaba la caída, el descenso, pues el lugar donde mi cuerpo caía era oscuro y difícil de comprender, sentía miedo e ira de formas extrañas, me sentía culpable y por rebote creía que no era suficiente. Que no era lo suficientemente autosuficiente, lo bastante buena o agradable; pero entendía que solo era una forma en que mi cabeza me saboteaba, no se trataba de que esa versión fuese yo de verdad.

    Con todo, en medio de mis divagaciones escuché el suspiro de Verónica y llegué a preguntarme qué lo habría causado en mis palabras, de la misma forma noté como su semblante se suavizaba por la idea de las flores de papel en el dojo. A Kaia se lo solté más como una broma, pero en vistas de que a ambas parecía gustarles la sugerencia comencé a contemplar la posibilidad de hacerlo de verdad, así que en la vuelta a casa pasaría a comprar papel de origami y luego vería algunos tutoriales.

    Lo que dijo sobre Hattori me sacó una risa liviana, en eso tenía razón, la chica tenía este aire formal que era un poco difícil de pretender cambiar. Incluso la solicitud de que lo llamara a uno por el nombre parecía algo extraña, pero creía que solo era cuestión de tiempo. En cualquier caso, no añadí nada más a sus palabras y en su lugar sonreí, asintiendo con la cabeza a su pedido de que le mostrara una foto del dojo.

    —Podemos hacer un pequeño intercambio entonces —convine a lo siguiente de que ella me enviara fotos de sus dojos—. Con Vero extra-small, también. Creo que no tengo fotos mías de entonces. No me gustaba que me tomaran fotos.

    Era otra suerte de efecto colateral, por meses había sido incapaz de ver fotos mías o de dejar que me las tomaran, siquiera soportaba mirarme en el espejo. Creía que por mi aspecto Hirano me había escogido, que por eso había sido yo y recordaba su voz diciéndome lo linda que era, con su cuerpo aprisionándome. Todos los demás recuerdos eran borrosos y extraños, llegaban y se iban de forma intermitente.

    Elegí lanzar por la borda esas emociones y me compenetré con la tontería de la Princesa Nívea, pues porque sí. Su reacción me estiró la sonrisa y lo de "Caballera Lila" que quiso hacer soltar la risa que contenía, pero logré mantenerme en el papel. Seguí el camino de sus ojos a la sombra libre de un árbol y la seguí al comentario de "Como desee la Princesa".

    Solté su mano para dejarla que se acomodara primero y una vez estuvo sentada, yo hice lo mismo, alisando las tablas de la falda antes de acomodarme sobre el césped. Me dispuse a abrir el jugo para darle un sorbo cuando noté el destello blanco que bajó de las ramas al hombro de Vero, apenas noté a Copito me reí y estiré la mano en dirección al ave para dedicarle una caricia luego de su saludo a Vero.

    —Y vaya escudero, debe ser el mejor de todo el reino.
     
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    Bruno TDF

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    Si me tomé un instante para pedirle foto de aquel lugar, fue porque el retorno de Mey a su dojo respondía a algo de carácter muy personal y se me ocurrió que podría ser algo invasivo de mi parte. Mi carácter confianzudo a veces se salpicaba con estos momentos de detenimiento. Pero la chica aceptó sin impedimentos el intercambio de imágenes que le sugerí. Así, una pequeña sensación de calidez me llegó como una caricia, porque en esa aceptación también se vislumbraba la confianza que me daba. Sonreí con calma, el gesto se tiñó con una pizca de diversión cuando parafraseó sobre mi “versión” extra-small. Y lo cierto es que yo no pretendía que ella me mostrara a la Mey chikita (aunque tampoco me habría quejado), sin embargo me señaló que no tenía fotografías de aquellos años, de sus quince, porque no le gustaba ser el objetivo de las cámaras. Como era común que hubiera personas que no les agradaba ser fotografiadas, esto no tuvo por qué llamarme la atención…

    Cuán lejos quedé de la real implicancia y del puñal de angustia que me habría atravesado el corazón.

    Con esta suerte de promesa establecida, luego entramos en el juego de la Princesa Nivea y la Caballera Lila. Era entre gracioso y curioso, ya que en este tipo de escenarios, por lo general, yo me veía como una guerrera justa, independiente y algo temeraria; sin embargo... había algo en esta situación que me hacía sentir de este modo, una princesa, y lo aceptaba con gusto. Quizá la razón era, simplemente, la chica que tenía frente a mí, y el carácter solemne y firme que había dejado ver el día que luché contra Ryuu-kun. Igual no es que le di vueltas al asunto, sino que me entregué con creces a disfrutar del momento, de mi papel en esta dulce improvisación. Sugerí el lugar de nuestro almuerzo, Mey me contestó con un “Como desee la Princesa” que me hizo reír, y finalmente tomamos nuestro lugar junto al tronco del árbol, de cuyas ramas bajó Copito a recibirnos.

    Escuché a Mey reírse y vislumbré de soslayo su mano acercándose a mi hombro, desde donde el chiquitín estiró su cuerpo para recibir las caricias que la chica dejó sobre sus plumitas blancas, mientras lo declaraba el mejor escudero del reino. El susodicho se hizo una bolita de plumas infladas y lo sentí removerse sobre mi hombro, dando claras señales de entusiasmo. Dado que Copito se había posado en el dedo de Mey la primera vez que la vio, y debido a que ella le dio de comer el día de la piscina; existía un bonito vínculo ahí, el pajarito le había tomado aprecio. Estaba emocionado de volver a verla, tras tantos días.

    Observé de reojo a Mey, en lo que iba preparándose para dar cuenta de su almuerzo. Y apenas tuve la certeza de que había terminado de acomodarse, de que su postura era relajada… me aproximé unos centímetros más y, sin mediar palabra, pegué mi hombro con el suyo. Me tomé un segundo para disfrutar cualquier reacción que se manifestara en su rostro, tras lo cual le dediqué una sonrisa, viéndome reflejada en el rojo océano de su mirada. En ese momento, Mey pudo sentir cómo Copito aprovechaba este adorable puente, para trasladarse a su hombro dando unos pasitos de costado.

    —Perfecto: el Escudero del Cielo reunido nuevamente con su compañera, la Caballera Lila; para alegría del corazón de la Princesa que los observa —dije con dulzura, regresándole su espacio a Mey—. Sin dudas, Copito es el mejor escudero de todos. Un compañero muy leal que jamás te abandonará. Estará ahí siempre que lo necesites. Vayas a donde vayas.

    Mi voz se suavizó con creces, más de lo que pude haberme dado cuenta, porque quería muchísimo a este pequeño. Era como un pedacito muy grande de mi alma, un pilar de luz. Por eso, permitir que Mey lo tuviera consigo manifestaba, en silencio, la confianza que yo depositaba en su figura.

    —Estás en buenas manos —dije, guiñando un ojo.

    La frase en sí misma podía sonar ambigua. ¿Se lo dije a Copito o a Mey? ¡Qué misterio!

    —Por cierto, dijiste que con Kaia-chan planeaban hacer una reunión por los clubes la semana que viene —mencioné, mientras desenvolvía mi almuerzo—. Obvio contarán conmigo para todo lo que necesiten organizar, así que gracias por decírmelo. Y… lamento haberme perdido un poco en el camino, procuraré organizarme mejor con las cositas de fuera de la academia, para no descuidarlos —dije con una pequeña sonrisa, algo avergonzada—. ¡Pero eso sí…! Que la reunión no sea el viernes, porfa, ya que… estaré en Tailandia, ups.
     
    Última edición: 12 Mayo 2025
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    Zireael

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    En cierta medida, incluso si no lo sabía, podía entender que Verónica estuviera acostumbrada a verse a sí misma como la guerrera y es que de alguna manera a mí me ocurría lo mismo. Una se acostumbraba a cumplir un rol y a la larga era más sencillo se la guerrera que la princesa, como si ambas ideas fueran contradictorias aunque no tenían por qué. En su defecto, no tenía problema en brindarle el espacio para que su rol se tornara, digamos, más delicado y femenino de lo que ya era de por sí.

    Una vez estuvimos sentadas, Copito recibió mis caricias con gusto y no me di cuenta en realidad de la forma en que suavicé las facciones. Acariciar al gorrión disipó varios de mis pensamientos oscuros e hizo retroceder algunas memorias. Me dediqué a hacerle mimos un minutos, hasta que lo dejé tranquilo y recosté la espalda en el tronco del árbol, sentí a Vero pegarse a mí y la dejé estar, pues no me incomodó, además de que el contacto le hizo de puente al ave que pronto se posó en mi hombro, sacándome una risa ligera. Los comentarios de ella siguieron el mismo cauce y mantuvieron mi sonrisa, sobre todo al notar el cariño con que Vero hablaba del gorrión.

    Estaba en buenas manos.

    Era ambiguo, pero suponía que funcionaba de cualquier lado que fuese leído.

    —Pusimos una fecha para que así hubiese una motivación a avanzar, pero supongo que podríamos cambiarla de ser necesario si necesitáramos más tiempo —reflexioné luego de haber escuchado que el viernes estaría en Tailandia—. Tampoco hace falta que te disculpes, yo misma lo dejé de lado y ahora intento retomarlo. Creo que eso es lo importante.

    Suspiré, relajando un poco más la postura, y ahora sí abrí el jugo para darle un trago.

    —¿Cuánto tiempo estarás en Tailandia? ¿Es por algo de artes marciales también? —Busqué saber.


    imagina que es un cierre porque seguro es mi último post JAJAJA me quedó chikito y pudo ser mejor, pero es trabajo honesto

    gracias por la interacción, Bru uvu
     
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    Bruno TDF

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    Mientras Mey mimaba a Copito, me permití contemplar su rostro por algunos segundos. La suavidad que se deslizó por los rasgos de la chica fue de lo más dulce ante mis ojos, y el hecho de que no se diese cuenta hizo que el cuadro fuese aún más enternecedor. Verla así estiró mi sonrisa, fue involuntario y, graciosamente, tampoco fui consciente de lo que ocurría con mi semblante. Eso sí, tuve la tentación de arrojarle un cumplido, de esos que llenaban de color el rostro de Jez cuando los recibía. Pero preferí guardarlo para mí misma… por ahora. En cambio, relajé la espalda en el tronco del árbol en lo que duraron los mimitos, mirando hacia las nubes que, como pinceladas blancas, recorrían lo vasto del hermoso cielo.

    Pero no sería yo si me quedaba quieta, y más cuando me hallaba tan bien acompañada. Apoyarme en su hombro fue un acto que podía interpretarse como un pequeño mimo, una actitud juguetona o algo así. Pero también lo hice para construir el puente que Copito recorrió para estar con Mey, hacerse mutua compañía. Ella dejó ir una risa ligera y escuchó mis palabras sin perder su sonrisa. A mí me encantaba verlos juntos, cosa que no era secreto para nadie en vistas de las cosas que decía y la carita que seguro anda poniendo, derretida por dentro de tanta ternura y cariño.

    Luego nos pusimos a comer. Ya estaba juntando algo de arroz de mi bento cuando Mey respondió al asunto de la reunión por los clubes. Me pareció muy sensato por parte de ambas haber puesto una fecha que les sirviera como parámetro para ponernos en movimientos, pero no estuve tan segura de cambiarla por lo que, según interpreté, era mi viaje.

    —Ser flexibles está bien, pero estoy segura que lograremos hacer algo en la semana que propusieron —apunté; justo antes de dar un buen bocado

    Mastiqué con calma mientras oía que Mey respondía a mis disculpas, diciendo que no eran necesarias y reconociendo que los había dejado de lado, aduciendo que ella misma los había dejado de lado. No supe si estar muy de acuerdo con esa apreciación, pero lo cierto era que no había sabido qué fue de Mey todos estos días; puede que sus asuntos personales le hubiesen impedido concentrarse en los clubes, y quizá por eso me supo mal que se responsabilizara. Al final, de todas, maneras, asentí con la cabeza para concordar con la última frase: retomar el tema, al final, era lo único que importaba. Por eso estábamos aquí, nuevamente reunidas.

    Dejé los palillos en mi bento. Busqué la mano libre de Mey, para entrelazar mis dedos con los suyos y darle un apretón. Fue cariñoso, a la vez que tuvo firmeza. Un gesto de guerrera a guerrera.

    —Lo importante, también, es que estamos juntas en esto —le dije, mis ojos se desviaron hacia su hombro, apenas un instante luego del cual encontré su mirada—. Al igual que el pequeñín en tu hombro, siempre estaré. Siempre me encontrarás y yo te encontraré a tí —dejé ir lentamente su mano, y finalicé con una broma ligera— ¿Habrá existido alguna Princesa Escudera? ¿Quizá sea la primera de la historia?

    Una pequeña risa de mi parte, otro bocado, y nos dedicamos a comer abrigadas gentilmente por la sombra del árbol. Mey entonces preguntó por Tailandia, lo desató inmediatamente un visible entusiasmo de mi parte. Porque, tal como supuso, tenía que ver con artes marciales.

    —Partiremos el jueves después de clases y volveremos el domingo por la noche. Estaré en Bangkok, para ser exactas —expliqué— ¡Ah! Es que viajaré con Vali —aclaré entre risas—. Participaré en un torneo continental de judo, bastante grande e importante, que engloba a todas las federaciones de Asia. Soy de nacionalidad estadounidense, pero tengo derecho a competir gracias a que ya llevo varios meses siendo residente de Japón, que es uno de los requisitos —hice una pequeña pausa, como para que el parloteo no fuese bombardeo—. El torneo es de categoría Junior, lo que quiere decir que pueden participar judokas de hasta veintiún años. Así que habrá una alta probabilidad de que me toquen oponentes con más años de experiencia y así. La verdad es que me emociona muchísimo, porque es mi primera competencia a nivel internacional. El desafío será grande.

    Bebí un poquito de mi jugo de uva. Lo refrescante del trago me hizo soltar un suspiro de gozo, y además era casi como un elixir para mí, estaba bien rico.

    —Pero, por ahora, toca centrar la cabeza en el torneo de karate de este finde. Al menos me queda más cerca, se celebrará en Chiyoda. ¿Te suena el Nippon Budokan? Nunca estuve, pero se ve increíble en las fotos que encontré por internet.

    Y me dediqué a hablarle del sitio, del Parque Nacional Kitanomaru y lo que podía encontrarse allí, dando lugar a un ameno intercambio.

    Gracias a vos por aceptar esta interacción, extrañaba verlas juntas <3 Y amé que la gayness fuese recíproca (?), 10/10 todo, ¡que se repita pronto!
     
    Última edición: 13 Mayo 2025
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    Gigi Blanche

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    Hubert aceptó la invitación y se deslizó hasta la puerta, lugar desde el cual me ofreció la posibilidad de salir primero. Fue un gesto bastante caballeresco, me reservé la broma y accedí, rebasándolo sin prisa. Unos pasos dentro del pasillo, me detuve y lo busqué sobre mi hombro. Empezamos a caminar juntos, como tantas otras veces, y me sorprendió notar las similitudes que seguía conectando entre mi reciente lectura y los últimos meses de mi vida. Los libros a veces obraban como pasatiempo o distracción, pero cuando el mundo fabricado por el escritor resonaba con el propio, cuando se convertía en guía, en premonición, en advertencia, la experiencia adquiría un tinte totalmente diferente. Sentía que debía oírlo, por absurdo que fuese.

    La voz de Hubert me arrancó de mis cavilaciones. Giré el rostro para mirarlo y esbocé una pequeña sonrisa.

    —Podrían haberlo asemejado más a una búsqueda del tesoro, ¿cierto? Lamentablemente, no fue el caso. —Tomé aire con calma—. Hay un cartel bastante llamativo y aparatoso pegado en el tablón del pasillo, ¿no lo viste al subir?

    Mi pregunta vino acompañada de un dejo de perplejidad. Me resultaría curioso que a Hubert, de toda la gente, se le escurriera un detalle tan notorio. En cualquier caso, aproveché el pasaje por el pasillo para señalárselo y entonces continuar nuestro camino hacia el patio. El sol incidía con fuerza, entrecerré los ojos conforme mi vista se acostumbraba y paneé el espacio. La sombra de un árbol distante, cercano a los edificios anexo, aparecía amplia y serena. Se la señalé al muchacho con movimientos tranquilos y, durante el recorrido, tomé una pequeña decisión.

    —Al final no te hablé de Tokio blues —murmuré, y transcurridos algunos segundos, giré el rostro en su dirección—. Se siente como si uno de nuestros intercambios usuales hubiera quedado interrumpido, ¿no crees? A la espera de reanudarse.

    La brisa sopló sin fuerza. Devolví la vista al césped verde y a los árboles, y las sensaciones se arremolinaron en mi pecho. Desesperanza, angustia, tranquilidad, melancolía. Inspiré lentamente. Las similitudes se solapaban, inundaban los recovecos de mi mente, y me pregunté si compartirlo fuera de mi propio cuerpo me ayudaría a brindarle alguna clase de sentido. La voz de Ophelia retumbó con brío, siguiendo el ritmo del oleaje. Siempre había adorado proclamar sus tragedias y epopeyas.

    The time is out of joint. O cursed spite!

    —Ya lo acabé, así que podré darte una opinión mejor fundamentada.

    That ever I was born to set it right!

    me tomé la extra libertad de super arrastrarlos

    iba a postear en el pasillo, en realidad, pero el último post era mío y me dio toc. Also, nota al pie de página, la cita es de Hamlet :D

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    Su respuesta a lo de la vejez me arrancó una risilla y me encogí de hombros, dándomelas de inocente como si no hubiese empezado yo el chiste. Luego me abrazó, le comenté la actualidad de los bolígrafos y murmuré un sonido afirmativo. No era que el día de mañana le diría "eh, se me agotaron los chiches, cómprame más", sino simplemente su gesto al ofrecerlo. Me daba ternura imaginar a Al en una librería bien colorinche y atestada de porquerías comprando un set de bolígrafos arcoíris.

    La aparición de Shinomiya fue inesperada y también indeseada, y maldije internamente que hubiese decidido hablarme justo cuando estaba con Al. Suponía que le daba igual o, peor, que una parte de él lo disfrutaba; en cualquier caso, ahora no importaba. Regresé la vista a Altan, retomé la conversación anterior y busqué disimular lo mejor posible el dejo de incomodidad que me rebotaba en el cuerpo conforme intentaba concluir algo, lo que sea, de su semblante; pero él suavizó las facciones y no pude leer nada. No que fuera una maestra de la percepción, para empezar.

    Empezamos a caminar mientras me pasaba el chismecito. Bueno, chisme por decir algo, en verdad tenía tan poca información que daban ganas de llorar.

    —Hombres, nunca saben sacar información —me quejé, dramatizando el asunto, y rodé los ojos—. ¿Cay también está involucrado, entonces?

    Había dicho que ellos reaccionaron, al fin y al cabo. En todo caso, no conocía mucho a Sasha y la historia era vaga e imprecisa, por lo que no tuve mucho de dónde jalar ni seguir haciendo preguntas. Accedimos a la cafetería, nos pusimos en fila y, siendo nuestro turno, me limité a un bento de los sencillos y una botella de agua. El espacio de silencio me había presionado ligeramente el pecho y sabía a premonición; cuando Al me llamó, ya sabía lo que iba a preguntar.

    No reaccioné visiblemente. Le pagué a la señora de la caja, le agradecí y, al mirar a Al, le sonreí también. En ningún momento había siquiera considerado la posibilidad de mentirle u ocultarle información si me lo preguntaba directamente. Quería creer y confiar que ya habíamos superado esa etapa y que el nombre de Kakeru no tendría la suficiente violencia para abrir una grieta entre nosotros.

    —Ahora te cuento —le aseguré, tranquila.

    Esperé a que él comprara y, conforme salíamos y recorríamos el patio, empecé a hablar.

    —Creería que sí, pero no estoy muy segura si alguna vez te hablé de él. Del castaño, quiero decir. Shinomiya Kou, lo conozco desde que iba a la prepa en Shinjuku. Era parte de nuestro grupo, de las serpientes y tal. Es... complicado. Ahora está a cargo de los lobos. Llegados a un punto, Kou nos vendió y se fue a Shibuya. —Tomé aire y lo solté de golpe; el sol era cálido contra mi piel—. El caso es que... Él y Kakeru eran amigos desde la media. Nunca supe mucho de ellos, honestamente, tengo la sensación de que hay mucha... historia que me falta. Yo creía que a raíz del desastre del año pasado su relación se había arruinado, por ejemplo. Ahora no estoy tan segura.

    Aminoré el ritmo tras alcanzar el camino de piedra.


    —La semana pasada ocurrió algo, no sé qué. Kou me buscó y, básicamente, me mandó a... bueno, a vigilar a Kakeru. Me dijo que habían hablado, que le había dicho cosas que lo habían desestabilizado, y que él ya no podía involucrarse. Por eso acudió a mí. —Bufé—. Mis manos también están bastante atadas, ya sabes, no es que pueda ir e instalarme en su casa tres días. Ni siquiera es algo que querría hacer. Al final le hablé al Krait, su hermano, y le pasé la batuta.

    En vez de ingresar al observatorio, me desvié ligeramente y apoyé la espalda en la pared. Recién entonces busqué mirar a Altan por primera vez.

    —Todo ha sido así, hablando y hablando y pasándonos updates de algo que ni siquiera sabemos qué forma tiene, o si existe en absoluto. —Solté una risa floja, amarga—. Me da por las pelotas, pero Shinomiya me ha tenido así, apareciéndose y dándome órdenes crípticas, y no hay nada que pueda hacer porque... porque no puedo desentenderme. —Agaché la vista a mis pies—. Sé que es complicado, pero no puedo. Yo lo encontré el año pasado y ya no puedo desentenderme. He intentado mantenerme ocupada, cosa de no darle demasiadas vueltas, pero cada vez que Kou aparece es como... es como un mal augurio, y siento que todo se reinicia. Quiero decir, todas las posibilidades, ¿no? Que a veces son incluso peores que las certezas.

    Tenía agarrada la bolsa de la cafetería con ambas manos, y la hacía rebotar contra mis piernas en un golpeteo constante. Hacia el final había regresado a los ojos de Altan y permanecí allí, a la espera.
     
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    Zireael

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    Si tenía que ir a meterme a un bazar a buscar bolígrafos con tinta de colores pastel, pues lo haría por más cómico y anticlimático que fuese el cuadro. Era un regalo que la había hecho feliz y a fin de cuentas eso era lo único importante. Ya de paso hasta podía encontrar más cosas que parecieran el vómito de un unicornio, seguro le gustaban también. Eran pequeños gestos, suponía, que permitían que me sintiera más cómodo y suelto con las muestras de afecto hacia ella pues al final del día no había dejado de quererla un segundo.

    Con el asunto del castaño aparecido del aire pausado nos quedamos en el chisme, bueno, en el remedo de chisme porque no tenía la suficiente información ni para formar un cuarto de la historia. Ella se quejó por la falta de capacidad masculina para sacar información y me desinflé los pulmones en un gesto derrotado que fue bien falso. ¿Y le preguntaba al hombre que no sabía sacar información? Suerte tenía de que parte de las peleas de los maridos y lo de la azotea hubiera ocurrido en mi cara.

    —¿Dunn? Diría que sí. Estaba enojado con Arata por algo que involucraba a Sasha, luego se arreglaron, se pelearon de vuelta y se arreglaron otra vez —conté con algo de pereza, pues aburría verlos en lo mismo cada semana—. En fin, cuando llegó Alisha también lucía incómodo, pasa que no le gusta el conflicto y quiso mantener todo family friendly, igual ella rompió mucho las pelotas y él puso tremenda cara de moco. Creo que habría quedado allí de no ser porque Alisha le hundió el dedo en la herida, acabó sacando el nombre de Ishi y al hombre por supuesto que se le regaron las bilis en un segundo. It was a fucking mess.

    Le fui pasando la información mientras caminábamos, luego nos metimos a la fila y el silencio lo suspendí sin querer, quizás funcionó como aviso, y entonces pregunté. Me quedé atento por si daba señales de no querer decirme, algo que también habría sido válido, pero lo que recibí fue su sonrisa y me anticipé a lo que me dijo después. Asentí, dejando claro que esperaría, y luego de pedirme lo mismo que ella revisé el móvil para ver dónde estaba metido Arata. Tenía un mensaje que solo decía "Observatorio", así que se lo mostré a Anna y fuimos haciendo camino.

    En el camino de piedra avanzamos sin prisa y cuando dijo el nombre del castaño entonces las piezas cayeron de golpe, recordé cuando me contó todo en los baños. Que había averiguado quiénes me cagaron a palos, que había ido con Shinomiya, que había llevado el mensaje a Shiori y todo el otro montón de mierda. Hasta ahora le ponía cara al nombre, un nombre que estaba perdido entre un montón de grietas que había vislumbrado ese día. Suspiré, pero no por hastío, fue más bien resignación y seguí escuchando incluso cuando salió el nombre de Fujiwara.

    Veinte de octubre era el fantasma.

    Y en vez de pelear en su contra, debía sujetar a Anna cuando lo necesitara.

    Atendí, algo me punzó el pecho al oír que la había mandado a vigilar a Fujiwara y noté con una claridad abrumadora que lo que me había alcanzado no se parecía a lo que había alimentado el miedo paralizador de hace semanas. Fue pura y llana preocupación, porque Jez había tenido que buscar a mi padre, angustiada por mí, porque Anna había estado por perder a Fujiwara y a mí en el mismo espacio de tiempo. Porque entendía que el monstruo no desaparecía.

    Sólo se ocultaba.

    —Fujiwara se ausentó —le dije con suavidad cuando terminó de hablar, sostuve su mirada y no hice el amago de entrar al observatorio tampoco. Esta conversación era importante—. Creo que en vistas de todo eso junto, Shinomiya, lo que haya pasado con Fujiwara y como se revuelven las dos cosas es mejor que te lo diga ahora, en vistas de que Shinomiya no dio ni una pizca extra de información.

    La miré en silencio, no podía pedirle que se desentendiera ni era algo que haría de por sí. Entendía el peso de la vida de Kakeru en la suya, pero ya podía dejar ir el miedo que esa certeza me había generado, podía soltarlo y moldear mis acciones de forma más lógica, más comprensiva. Luego de un rato suspiré y estiré la mano libre para posarla sobre su cabeza, le acaricié las raíces del cabello y luego posé la mano en su mejilla de nuevo.

    —Sé que no puedes desentenderte y no te esperaría que lo hicieras. Tienes que lidiar con las posibilidades, con el miedo de que la que estuviste por ver convertirse en realidad acabe cumpliéndose, pero también reconoces que tu alcance es limitado. Eso también es una tortura por sí solo —comencé a decir pasados unos segundos, habiendo ordenado ideas—. Si ni siquiera tú entiendes lo de Shinomiya y Fujiwara, yo entiendo mucho menos, pero supongo que también es su extraña manera de... de ampliar su rango de acción y tratar de prevenir cosas. Está bien que busques ayudar, pero no acabes perdida tú misma en esa ayuda.

    Dudé, pero aparté la mano de su rostro y doblé la espalda. Esta vez lo que hice fue dejar un beso sobre su frente, delicado.

    —Si necesitas algo dímelo, ¿sí? Podemos quedar un día si necesitas distraerte, puedes venir a casa, puedes sólo llamar y contarme de Berta o de cualquier cosa. Si necesitas ir a alguna parte puedo acompañarte y esperarte —dije habiéndome separado un poco—. Puedo esperarte a la salida hoy si quieres, digo, que hables con Shinomiya lo que haga falta y decidas si tienes que tomar algún curso de acción. Al menos para que sepas que hay alguien más.

    Al terminar las ofertas temí que sonara como demasiado, pero tampoco fue que me arrepintiera. Era un escenario complejo, era una cagada por muchos motivos, pero era la vida de Anna y quería que supiera que la apoyaba.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La seguidilla de vaivenes en la relación de Cayden y Shimizu me arrancó una risa floja. Nosotros no teníamos mucho margen para quejarnos con cómo habían sido las cosas antes, pero me reservé el comentario y pensé que igual, luego de tantos años de amistad, aquellos dos podrían esforzarse un poco en encontrar un punto de equilibrio. La mención de mini Ishi me ensanchó la sonrisa y suspiré, resignada, recordando la conversación con Emi del otro día. Ah, este chico...

    —El inglés y Alisha parecen estar graduados de la misma academia tocahuevos —bromeé—. Casi me dan ganas de pedirles el número de contacto, se ve muy efectiva.

    No sabía cómo uno podía ir por la vida entreteniéndose con la desgracia ajena, pero allá ellos.

    Eventualmente alcanzamos el exterior del observatorio y le resumí la historia lo mejor que pude. Al subir a sus ojos, me dijo que Kakeru hoy estaba ausente y creí comprender de dónde podía provenir la nueva invocación de Kou. Era probable que lo hubiera notado y que quisiera preguntarme al respecto, no traerme noticias; de cualquier otro modo, no lo habría postergado hasta después de las clases, ¿cierto? Intenté reconfortarme en la idea.

    —Siempre fue así —murmuré junto a una risa floja tras oírlo hablar de la nula información que me había dado Kou; se me coló una pizca de resentimiento—. Le encanta creerse superior y manipular a la gente como si fuésemos... piezas de ajedrez o algo.

    No podía entender que fuese amigo de Kakeru, pero tampoco tenía ganas de meterme ahí. Me concentré en este momento, en las palabras que habían salido de mi boca y en la reacción de Al, que parecía bastante compuesta y tranquila. Sentir su mano en mi cabello me cerró los ojos un momento, y entonces regresó a mi mejilla. Lo escuché, fui asintiendo de a ratos y volví a pestañear con lentitud al recibir el beso entre el flequillo. Hasta ahora no había considerado la posibilidad de hablarle de esto a Altan, no con las consecuencias de los eventos recientes, pero me daba cuenta lo mucho que me aliviaba ser capaz de hacerlo. En definitiva, no era algo que pudiera confiarle a Emi o a Kohaku. Ellos apreciaban a Kakeru y no quería empujarlos al vórtice de preocupación e incertidumbre.

    Lo miré, me llené el pecho de aire y lo solté, despacio. El sol comenzaba a derretirme la cabeza, así que tomé su mano y nos moví ligeramente a un espacio a la sombra que había cerca de nuestra posición. Reflexioné un momento, suspiré y saqué el móvil.

    —De momento voy a buscar información —dije, escribiéndole al Krait para que me avisara si había alguna novedad—. Además, mejor si voy con Shinomiya ya con el PowerPoint preparado, así no me hace tantas preguntas y me irrita menos. —Regresé el aparato a mi bolsillo y le concedí una sonrisa a Altan—. Gracias, Al. Cualquier cosa te aviso, pero creo que estaré bien. No es la primera vez que ocurre ni será la última, así que... —Exhalé de golpe—. La verdad, con habértelo contado ya me saqué un peso enorme de encima. Me dirás que es tonto, pero igual me sentía un poco culpable por la idea de estar metida en todo esto a tus espaldas.

    Balanceé la bolsa ligeramente, de lado a lado, y me tomé unos segundos para mirar alrededor.

    —Me resisto a tratar a Kakeru como un enfermo mental —murmuré, compuesta—. ¿Lo es? ¿Entra en la categoría? No lo sé, tampoco sé si sea prudente negarme, o si algún día la resistencia me dará vuelta la cara de un golpe. Sólo sé que me empeño como una porfiada porque estoy plenamente convencida de que él lo odiaría, de que todos los días se esfuerza en mejorar. Sería muy egoísta de mi parte rotularlo en una categoría tan fea sólo porque "me preocupo por él" y "quiero lo mejor para él". ¿Eso no debería decidirlo él mismo, para empezar?

    No pude negar los paralelismos que acudieron a mi mente, y quizá por ello sentí el impulso de decirle esto. Altan y Kakeru se parecían. Tal vez no mucho, quizá de formas muy específicas, pero de vez en cuando resonaban entre sí y lo veía con una claridad absurda.

    —Lo que quiero decir es que no te preocupes por mí, no voy a perderme en la ayuda —concluí, sonriéndole una vez más—. Quizá la... red de apoyo sea un poco más exagerada de lo usual, pero no quiero diferenciarlo demasiado de un amigo que se siente mal y por eso te preocupas por él. Es difícil obviar los... antecedentes, claro, pero intento que eso no condicione todo lo que haga, piense y diga. A nadie le gustaría que su pasado, que un día maldito, defina su presente y mucho menos su futuro. Kakeru, o cualquiera que haya atravesado algo similar, es capaz de muchísimas otras cosas.
     
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    Zireael

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    —Sacaron un máster y dos doctorados en romper los huevos antes de los veinte años, yo digo que deberían dar clases —secundé a lo que dijo sobre el Dúo Dinámico.

    No que yo pudiera hablar mucho, tenía un historial de cagarme a palos con gente por mero amor al arte e incluso ahora que estaba más tranquilo lo cierto es que no era la taza de té para cualquiera. Incluso así creía que lo mío era bastante distinto a lo que hacían ellos. Había premeditación, crueldad y una constancia casi enfermiza. Sonaba mal, pero no parecían muy distintos de Shimizu... y sabía que Arata era como era porque sólo así balanceaba la cagada de vida que tenía. ¿Qué "excusaba" a los otros dos? No quería saberlo, la verdad.

    Como fuese, nos quedamos fuera del observatorio para hablar como la gente, algo que no iríamos a hacer frente a Arata. Suponía que lo que quisiera decir Shinomiya no era tan urgente si lo había dejado para después, ¿pero qué sabía yo en realidad? Igual que Anna dijera que el castaño este siempre había sido así me hizo arrugar un poco los gestos, no que yo pudiera juzgarlo tampoco, pero igual.

    Sólo entonces me pregunté si habría podido hablar de esta cagada, porque eso era a fin de cuentas, con alguna otra persona, aunque lo ponía en tela de duda. La posibilidad me hizo pensar en que eso añadía otra capa de tensión al asunto y que tan siquiera oírla era algo que podía hacer por ella, para que no llevara la piedra sola. Estaba pensando en eso luego de haber hablado cuando nos movió a la sombra y la dejé hacer.

    Asentí cuando dijo que buscaría información y esperé mientras se comunicaba con los refuerzos, al menos tenía al Krait, ¿no? Era mejor que meterle un rastreador en el culo a Fujiwara. Lo de llevar el PowerPoint preparado me sacó una risa un poco resignada, suponía que en ese tenía razón y entre menos se extendiera el encuentro era mejor. Volví a asentir ante lo que dijo después.

    —No creo que sea tonto —apañé detrás de sus palabras y la miré unos segundos antes de hablar otra vez—. No te di el mejor ejemplo de madurez y compostura, de hecho si no hubieras querido decirme habría podido entenderlo, pero agradezco que me lo contaras. Creo que es más simple centrarme en ti y ya, porque eres tú quien me preocupa y quien necesito que pueda sostenerse. Tú te comiste la mención a Jez del inglés, a mí no va a matarme escucharte hablar de Fujiwara ni reconocer que estas cosas van a seguir sucediendo y que eres parte de ellas. En vez de correr como idiota, lo suyo es que pueda acompañarte.

    En el momento en que dijo que se resistía a tratarlo como un enfermo mental las líneas en las que nuestras vidas avanzaban, la mía y la de Fujiwara, se alinearon en paralelo. No era nuevo, entre todo el montón de mierda, en medio del agua fría y del vacío, me había dado cuenta de ello y también trataba de hacerme a la idea. Éramos similar en cosas puntuales y puede que una fuese la más terrible de todas ellas, pero a su manera ambos también intentábamos que nuestras vidas no fueran regidas por eso.

    No estoy en una competencia de quién es mejor o peor.

    Si acaso se volvió una lucha personal por no parecerme a él, aunque puede que sea inútil.

    Sin embargo, a su manera era necio negar que estábamos enfermos.

    Que había algo que no funcionaba y tenía el poder para acabarnos.

    —Creo que no se trata tanto de reconocerlo enfermo o no como de lo que hagas con la realidad que conoces —reflexioné un poco al aire, quizás un poco fue para que supiera cómo percibía yo la cosa. Tomé aire, lo solté y alcé la vista al celeste del cielo más allá de nosotros—. Algo no está bien y puede que nunca esté bien, pero el hecho de que lo trates como una persona, pues no deja de serlo, es lo que hace la diferencia en el largo plazo. Eso tampoco elimina que a veces haya que tomar otras medidas, que sea prudente hablarle al Krait o escuchar qué tiene que decir Shinomiya, siempre es mejor prevenir que curar, ¿o no? Incluso si molesta... luego entendemos que esa clase de acciones provienen del cuidado y quien nos cuida nos quiere.

    Me jodía un poco hablar así en el contexto Fujiwara, pues tampoco era un iluminado ni nada, seguía siendo imperfecto y habían cosas que me asustaban, pero no eran el problema principal ni por asomo. Creía que ahora podía ordenar mejor mis prioridades y administrar mejor las emociones que surgieran, quería pensar que eso era lo que había conseguido aprender cuando parecía que el mundo se acababa.

    Por ello le sonreí cuando me dijo que no se perdería en la ayuda, al final todo desembocó en lo mismo de no diferenciar el asunto de la preocupación, digamos, normal que los amigos manifiestan. Parte de su voz se fundió con la de mi madre, cuando por fin pudimos sentarnos a hablar, y me dijo que el hecho de que hubiese llegado hasta allí demostraba que podía cambiar. Quizás hubiese algo de crueldad en admitir que necesitábamos alguien que llevara la luz por nosotros, pero entendía que... Que gracias a los ojos de personas como Anna, que nos creían capaces a pesar de nuestro historial, era que podíamos creernos capaces nosotros mismos y avanzar.

    —Tenemos suerte de tenerte, todos nosotros —concluí después junto a una risa floja y doblé la espalda una vez más para dejarle un nuevo beso en la mejilla—. Insisto, cuando necesites hablarlo con alguien, aquí estoy para ti a cualquier hora, cualquier día.
     
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    Bruno TDF

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    Percibí la tenue nota de perplejidad en la pregunta que me hizo tras mencionar un estrafalario cartel del pasillo inferior, lo cual estuvo a punto de continuar extendiendo mi sonrisa. Bleke me dijo algo hace unas semanas, mientras tomábamos el té en el jardín de la Mansión Middel; al evocar esas palabras que atesoraba sin darme cuenta, venían acompañadas del pacífico murmullo de la fuente de agua: “Hay algo aventurero en tu espíritu, más allá de las apariencias. Una... curiosidad que acaba reflejándose en tus ojos. Es agradable”. Intuí que su extrañeza podía provenir desde esa noción sobre mi persona. Era comprensible, porque incluso a mí se me hacía improbable no haberme hecho con la información; pero la explicación que le concedí, manteniendo mi sonrisa serena, fue más bien sencilla.

    —Hubo algo de revuelo luego del anuncio —dije—. Razón por la que, al llegar al pasillo, había una pequeña muralla de personas mirando el tablón y hablando a la vez. Es innegable que sentí mucha curiosidad, pero me habría dado reparo tratar de asomarme por encima de sus hombros. Supongo que esta es la oportunidad de verlo.

    Aunque, de haber tenido más espacio para saciar mi curiosidad innata, no habría sido tan consciente del colorido cartel que la mano de Bleke me señaló una vez llegamos a la planta baja. La preocupación persistente, así como cavilaciones de otra índole, me habían tenido en un estado de distracción a lo largo de la mañana. Ahora era distinto, y pude apreciar mejor las palabras pegadas en el tablón, que anunciaban un evento que se me hizo sorpresivo y, por qué no, bastante entrañable.

    Mis pensamientos se sumieron, a partir de este punto, en un derrotero distinto.

    El silencio que mantuvimos al caminar hasta el patio me permitió ordenar ideas. Cuando llegamos al patio norte fuimos ambos los que entrecerramos los ojos para acostumbrarnos a la fuerte luz del día, que encendía el color de cada elemento. Aguardé con calma a que Bleke terminara su recorrido visual del patio y luego la seguí hacia la sombra señalada, que nos mantendría resguardados de la ardorosa fuerza del sol. No habíamos dicho una sola palabra desde el pasillo de nuestras clases, pero éstas volvieron a surgir por parte de ella, en un murmullo tranquilo.

    Tokio blues.

    Asentí cuando dijo que el nuestro era un intercambio que parecía estar a la espera de reanudarse. No estaba plenamente seguro de considerar que algo en nuestro anterior encuentro había quedado interrumpido, pero sí era cierto que hubo otras cuestiones de fondo que quizá hicieron que el flujo de la conversación corriera de otra manera. Mi preocupación, la enfermería, la pregunta sobre el amor y la soledad. Y lo que sentimos en torno a los bentos.

    —¿Como una novela por entregas? —sugerí al son de la brisa, en lo que fue una broma ligera que pretendió corrernos de la noción de “interrupción”— Una historia que, más que interrumpida, en realidad siempre está lista para continuar.

    Había notado su respiración lenta en medio de la frágil caricia del viento. Algo en mí quiso tomarlo como una señal. Me recordó al filo helado en la mirada de Jenkin, al vacío entre las paredes de la mansión y el rostro durmiente de Bleke junto a las fantasmales cortinas de la enfermería. Me obligué a moderar la necesidad imperiosa de comprender, y en cambio me limité a ocupar mi lugar en la sombra. El pañuelo que envolvía mi bento fue extendido sobre el césped, dejando encima el objeto sin ser destapado; a su lado, una botella pequeña de agua que había comprado en la expendedora, luego de haber visto el cartel de la White Valentine’s Week.

    Bleke había dicho que, habiendo terminado Tokio blues, podía darme una opinión mejor fundamentada. Aguardé a que ella se ubicara en su lugar, entonces la miré con una sonrisa.

    —Soy todo oídos —invité, abrazados por la agradable sombra del árbol.
     
    Última edición: 29 Mayo 2025
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    Gigi Blanche

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    Escuchar a Al se sentía demasiado bueno para ser verdad, y a pesar de eso intentaba aplacar la vocecilla detrás de mi cabeza susurrándome que, efectivamente, no era real; que quizá pudiera soltarme todas estas cosas a la cara pero que luego, ante la soledad de sus pensamientos, volvería a girar y girar hasta desgastarse. Darle entidad ese monstruo concreto invalidaría lo que pretendía no hacer con Kakeru. Debía confiar en ambos, en mí misma. En que las cosas irían bien.

    Tras acabar de hablar, rodeé a Al y descansé la espalda contra el tronco del árbol. Apoyé la cabeza, también, y lo miré conforme desarrollaba sus ideas. Que entenderían, decía, que las acciones provenían del cuidado. Que lo entenderían. Esbocé una pequeña sonrisa, una que respondió a más de un pensamiento, y lo dejé correr. Quizá no fuese tan descabellado propagar las ideas de Altan hacia Kakeru, ¿verdad? Tal vez... ellos lograran comprenderse entre sí mejor que el resto de mortales.

    Luego dijo que tenían suerte de tenerme, la idea fue tanto ambigua como concreta, y me tomó un segundo extra procesarla. Una sonrisa involuntaria curvó mis labios, mezcla de vergüenza y de... quizá fuese gratitud. Sonaba a un cumplido, al menos. Recibí el nuevo beso en la mejilla y apenas pude, regresé a sus ojos. Permanecí en ellos, rebotando el cuerpo suavemente contra el árbol, y entendí que aún no terminaba de asimilarlo. Le había hablado de Kakeru y... y no sentía que nada se hubiese roto. ¿De verdad habíamos salido de allí? ¿En serio podíamos avanzar?

    —¿A las cuatro de la mañana de un miércoles también? —bromeé, en voz baja.

    El tenue fantasma de sus labios perduraba en mis mejillas, contra mi frente. Sus brazos, también, en torno a mi espalda. Conocía la tibieza que desprendía su cuerpo y la vibración de su voz sobre mi oído. La textura de su cabello oscuro, el aroma flotando en su piel. Desde que deposité el anillo de regreso en su mano me había empeñado en trazar un límite y sabía, lo hacía con una claridad absurda, que dependía sólo de mí manipularlo. El caso era que cada vez se tornaba más y más difuso. ¿Qué propósito cumplía, para empezar? Nos había empujado de regreso a un hipotético casillero inicial sin ningún fundamento sólido más que el de intentar algo diferente, lo que fuera, para reescribir la historia que habíamos iniciado a ciegas.

    Exhalé despacio y dejé mi bolsa sobre el césped. Estiré la mano, cacé el borde de su camisa y lo atraje hacia mí. Una vez lo tuve al alcance, me alcé sobre mis puntillas y recogí su rostro. Acaricié sus mejillas con los pulgares, me mantuve en sus ojos y le sonreí, tranquila. No quería convertir esto en un programa de méritos ni en un castigo premeditado. Quería hacer lo que sintiera en el corazón y punto.

    —¿Puedo? —pregunté, en un susurro.



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    Su explicación a la omisión del cartel era lógica y asentí con la cabeza, sin ver nada que objetar. Quizá yo había tenido suerte y pude leerlo antes de la acumulación de estudiantes, fenómeno del cual no recordaba haber sido testigo. También suponía que, para el grueso del alumnado, la excusa de preparar y regalar chocolates era algo que entusiasmaba sus espíritus y sacudía la monotonía en la rutina. Mis parámetros no representaban a la media, por supuesto. Aún así, la coincidencia acudió a mi mente y sonreí, levemente divertida.

    —Si las galletas de canela también cuentan, podré decirle a la señora Drika que participó de un evento escolar —anoté, y subí a sus ojos—. ¿Qué se siente ser potencialmente el primero en recibir una atención, Mattsson-kun?

    Una novela por entregas, decía. Conforme recorríamos el patio, esbocé una pequeña sonrisa al escucharlo. Se me ocurrían variadas interpretaciones de esa idea. Uno podría decir que, incluso, la vida misma era una historia inconclusa. Acabar un capítulo y encontrar más hojas blancas al girar la página brindaba una sensación de esperanza, pero también podía traducirse en hastío. Entendí, claro, que él se refería a nuestra amistad. Si cada uno de nuestros encuentros era una sucesión del anterior, si se encadenaban y narraban una historia por sí mismos, ¿hasta dónde llegaría? ¿Cuántas hojas le restaban al libro?

    ¿Y si me negaba a escribirlas?

    ¿Y si las arrancaba y las quemaba?

    —Supongo —convine—, aunque hasta la aventura más extensa y los versos más dulces llegan a su fin.

    Nos sentamos bajo la sombra del árbol. Me arrodillé sobre el césped, alisando la falda entre mis piernas, y deposité la bolsa frente a mí. Me había situado frente a Hubert, desde uno de sus costados, y detallé el entramado del pañuelo que había caído por unos segundos.

    —El libro consta de una angustiosa y duradera reminiscencia —comencé a relatar, en voz clara y serena—. El protagonista, Watanabe, está a punto de bajarse de un avión, y la canción que suena por los altoparlantes lo arroja sin piedad alguna a la época de su juventud. A sus desventuras, sus dolores y su incansable búsqueda. Lo lleva a Naoko. —Miré a Hubert y sonreí—. ¿Sabes? La primera escena es bastante confusa. No comprendes quiénes son los personajes, cuál es su relación ni de qué están hablando. Cuando acabé el libro, me fui directamente a releer ese pasaje donde se encuentran recorriendo un extenso pinar y hablan de ausencias y de enormes pozos en el suelo. Creo que hay una importancia categórica en tomarnos el tiempo de revisar nuestras viejas experiencias a la luz de las nuevas. La retrospectiva da sentido y resignifica. Al pensarlo, me di cuenta que era, probablemente, lo mismo que le pasó a Watanabe. Una canción, un viaje forzado al pasado, y todo se reinicia. Se supone que aprendamos de ello, pero también contiene el poder de aplastarnos los huesos.

    Descendí una mano al césped, y empecé a distraerme acariciando las finas briznas.

    —"Watanabe experimenta el deslumbramiento y el desengaño donde todo debería cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte". Es una frase de la contraportada que siempre me gustó mucho. Watanabe comprende que la vida y la muerte no son entidades separadas, y lo hace siendo terriblemente joven. Se enamora de Naoko, la novia de su difunto mejor amigo, pero nada es fácil para ellos. Conforme avanza el libro, su relación se desarrolla y vas comprendiendo los fantasmas que los atormentan. La figura de Naoko es... misteriosa. —Esbocé una sonrisa débil, abstraída en mis pensamientos y en los paralelismos—. Es elegante y hermosa, y también hay una melancolía enredada a su cuerpo, un dolor tan profundo, que da la impresión de ir a desaparecer en cualquier instante. Es frágil, muchísimo, y está enferma. Yo creo que lo está de verdad.

    Cerré los ojos un instante y, al regresar a Hubert, me arranqué de la imagen de Ophelia.

    —La historia acompaña a Watanabe durante sus primeros años de universidad. Conoce a otros personajes de lo más variopintos y se esfuerza en navegar un mundo que cada día le resulta más gris y apático. Está Midori, también, quien se convierte en un soplo de aire fresco, y está Reiko, una mujer que se vuelve muy cercana a Naoko. —Suspendí un breve silencio y suspiré—. El sexo, el amor y la muerte. Se respiran en cada página, se entrelazan y describen una experiencia tan humana, tan ordinaria, que me empujó a plantearme muchas cosas.
     
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