Pasillo (Primera planta)

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Mi respuesta había sido genuina, pues no creía tener motivo ni razón para no ser sincera con Sugawara-senpai, de todas las personas; si tenía que ser completamente honesta, de hecho, había dudado hasta de que el chico me estuviera prestando demasiada atención. Por ello mismo, no me esperé para nada el comentario que decidió añadir una vez yo terminé de dar dicha respuesta, y mucho menos cuando la misma vino acompañada del pequeño brick que extendió en mi dirección.

    —Uhm... —murmuré, estirando el brazo para aceptar su ofrecimiento lo más rápido posible, y tras un par de segundos levanté la vista de la bebida, pudiendo así dedicarle una sonrisa animada—. Quizás... —cedí, permitiendo que mi sonrisa se tornara un poco más divertida mientras volvía a girarme en dirección al pasillo—. ¿Crees que tengo algo de especial, senpai?

    No esperé que me respondiera, de todos modos. Poco después le hice la pregunta de las frutas y, ya que le había quitado la opción de no ser muy específico, el muchacho tuvo que tomarse su tiempo antes de darme su respuesta final. No tenía ninguna prisa, así que esperé a que se decidiera mientras subíamos las escaleras, y una nueva sonrisa se me plantó en los labios cuando finalmente escuché su preferencia.

    >>¡Buena elección! Esas frutas están muy ricas. Y además... tengo una receta que creo que te va a gustar. ¡Decidido! Mañana no traigas demasiada comida, senpai, porque vas a tener que dejar espacio para el postre —exclamé, orgullosa de haber sido capaz de sacarle la información necesaria para dar con una buena receta.

    Su añadido posterior me hizo girar la cabeza en su dirección con algo de confusión, pues fue un poco repentino y no supe muy bien a qué se refería hasta que señaló el batido de chocolate que seguía en mi mano. Imaginaba que tanto hablar de chocolate le habría hecho pensar que era mi sabor favorito, algo que tampoco se alejaba mucho de la realidad, para ser sincera; aun así, me pareció bastante adorable que hubiera registrado esa información y que hubiera querido darme algo en reacción a ello. En el fondo era todo un suavecito, ¿verdad?

    >>Me gusta, no te preocupes. Muchas gracias, senpai —le dije, sonriendo con suavidad para intentar transmitirle que decía la verdad—. Me has hecho un regalo. ¿Significa eso que ya somos amigos~?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    ¿Que si tenía algo de especial? Al instante de escucharla fruncí el ceño y la miré, manteniendo mi atención puesta sobre ella un par de segundos. Se suponía que todos nos diferenciábamos según tal o cual característica, ¿no? ¿Eso significaba que éramos especiales? Las cualidades que creía distinguir en esta niña eran nobles y sanas en su mayoría, parecía bien comportada y de buena crianza, pero ¿era la respuesta que estaba buscando? No me quedaba del todo claro. Tampoco calificaba para una conversación tan informal un análisis de semejante índole, ¿verdad?

    Era consciente de que, probablemente, lo idóneo de mi parte sería responder con una broma, el problema era que no se me ocurría ninguna. Por suerte se movió al tópico de las frutas y con eso me permitió eludir la cuestión. Celebró mis elecciones, pensé que quizás a ella también le gustaran, pero volví a sentirme confundido cuando dijo que... ¿que iba a traerme un postre mañana? La miré como hacía cinco minutos y percibí el orgullo, tanto en su semblante como en su tono de voz. ¿Qué había ganado?

    —Nunca traigo comida —la corregí—, compro en la cafetería.

    Por este tipo de cosas era que hablar con la gente de la escuela me agotaba, sus motivos e intenciones me significaban un misterio. Sabía que, según Hodges, tener a Kohaku en común le bastaba para pretender ser amigos, pero eso no significaba que lo entendiera. O quizás estuviera siendo un cabeza dura, un renegado y ya.

    La duda respecto a nuestras bebidas me asaltó de un momento al otro y busqué asegurarme por si acaso, y también para corrernos del dilema del postre que no le había pedido. Su agradecimiento bastó para mitigar un par de inquietudes y la calma duró más bien poco. ¿Era un regalo? Técnicamente... sí. ¿Eso nos volvía amigos? Técnicamente... ¿no? Infinidad de veces me había visto obligado a invitarle cosas a otra gente por el bien de la cortesía y de la hospitalidad, o eso decía Frank. También servía para lamer culos y buscar favores ajenos.

    Pero ¿por qué le había comprado la chocolatada, para empezar? No lo tenía muy claro. Como muchas veces se me dificultaba tratar "bien" a la gente, Frank me había recomendado incurrir en esta clase de detalles. Comprendía mejor el mundo en función de favores y transacciones, muchas cruzadas por el dinero. A la gente le gustaban los regalos y las cosas gratis en general.

    —No creo —respondí, plenamente honesto y sin intención de ofenderla; siquiera procesé que estaba bromeando—. ¿Son amigos tuyos todas las personas a las que les regalas cosas?

    La miré, pues la pregunta también era genuina.
     
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    —Pero si tú claro que comprarías todos los colores pastelosos disponibles —dije casi encima de sus palabras y me acordé de una tontería que me hizo reír también—. ¿Viste esa foto de la casa negra y la otra como rosa con blanco y lila? Pues eso somos básicamente.

    Total que nos quedamos clavados por lo de la canción, algo que tampoco me importó mucho, mientras escuchaba la música la vi seguir la letra de la canción y la sonrisa un poco que la delató, pero le dejé su travesura quieta. De nuevo eran cosas así las que me dejaban ver la confianza que, a pesar de todo, Anna todavía tenía para ser ella misma a mi alrededor.

    Obvio que cuando solté la tontería, ella se defendió con la propia y fruncí el ceño un momento cuando me picó el pecho, el gesto fue un remedo bastante pobre de berrinche. No conté con que uniera neuronas justo ahora, lo siguiente que me soltó era que ya me había cantado en la enfermería y al escuchar lo indignada que se oía me quise reír, pero me lo tragué y seguí caminando.

    No dije nada por unos segundos, yo mismo olvidé lo que le había preguntando antes y en ese trayecto pasó Middel. Me pregunté si ya habrían enmendado su cagada, aunque no estuve muy seguro de que fuese al ver el intercambio de saludos al que yo también respondí con una inclinación más bien informal. De todas formas, Anna había regresado su atención a mí y una sonrisa me revoloteó en los labios.

    —No lo olvido —afirmé casi en voz baja y estiré la mano hacia ella de forma que alcancé a darle un toquecito en el brazo—. ¿Cómo podría olvidar algo así? Fue una de las primeras veces que mostraste que podías confiar en mí.

    Tomé aire despacio, lo liberé de la misma manera y recordé la carta. Esa que yo había despegado y que mi padre había vuelto a colocar en su lugar, frente al escritorio, impidiéndome renunciar sin más.

    —¿Y tú? ¿Ya olvidaste que la tradujiste para mí?

    La preocupación con que lo pregunté se pareció bastante a lo indignada que ella había sonado y cargó la misma dosis de verdad que la suya en cierta medida. Puede que también fuese un poco tirado del pelo que sacara ese tema ahora, ¿pero no fue ella quien mencionó la canción para empezar?
     
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    Zireael

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    El desvío en la conversación fue para salvarme de la vergüenza, incluso si estaba habituado a esta suerte de ir y venir que manejábamos y que nos servía a ambos, no quitaba la ilusión que generaba un gesto así, sobre todo porque dizque era un almuerzo común y silvestre. Mi intención habría sido que en la cafetería al menos me dejara comprarle algo para compensar que no iba a prepararle nada y resultó que vino Mr. Picnic con la bolsa por adelantado. Era... se sentía muy bonito, era distinto y agradable.

    Por demás, era un poco exagerado, tal vez, pero en general procuraba no esperar nada de, bueno, de nadie y de allí que la emoción cargara consigo algo de sorpresa. No era la mejor herramienta, sólo era la que me servía para evitarme un posible chasco cuando la verdad era que quizás fuese más parecido a Anna con su reacción a los regalos que recibía. Que unos bolígrafos de colores, que unas galletas tiesas y ahí estaba uno, realizado. A fin de cuentas era el mismo que le había dicho a Emily que no era un buen sujeto de control porque lo que recibiera no importaba, lo que importaba era el gesto.

    Albergaban cariño y a mí me daba miedo exigirlo o quedarme esperando.

    Yes, sir —murmuré junto a una risa luego de su ofensa y la suerte de regaño. Lo que dije después quizás fue una extensión de eso, una especie de "estate quieto" para mí mismo—. Me callo y disfruto.

    Muchos nervios y lo que quisieras, pero al final del día la verdad era que no lo podía dejar quieto y punto, de allí lo de la mejilla y el beso. Noté que él me pescó el borde de la camisa, no pareció responder a nada, simplemente lo sostuvo y lo meció ligeramente mientras me escuchaba. Después pasó de la oferta del brazo y en su lugar su tacto alcanzó mis dedos así nada más, lo recibí como si nada y usé el pulgar para acariciarle la mano un momento.

    Terminó contándome que un día se montaron unas carpas con las mantas de la enfermería y la imagen bastó para sacarme una risa. Fue más que todo por la presencia de Sonnen en el cuadro, de Anna, Emi y él era bastante más esperable, aunque sonaba más a que Emi había terminado arrastrada en el asunto.

    —Se los dejo pasar porque, ¿montar carpas? Un planazo. ¿Y usando las cosas de la escuela? Mejor todavía —dije con la diversión algo impresa en la voz y volví a prestarle atención, todo el plan me hizo soltar una risa por la nariz—. Claro, las plantas se morían en un super invernadero de escuela pija, pero una emergencia es una emergencia. ¿Quién va a dudar de algo de lo que digamos, verdad?

    Era una estupidez, pero si ambos poníamos cara de perro mojado (literalmente) creía que podíamos salir invictos de habernos mojado por ir al invernadero. Puede que estuviera confiando demasiado en nuestras habilidades, pero había que pensar en un plan de acción para evitarnos al menos un porcentaje de la bronca que nos podían echar, igual si evitábamos hacer algo que iniciara la bronca era más inteligente, pero se veía que ninguno tenía muchas ganas de semejante cosa.

    Fuimos bajando y meció mi mano como había hecho con la camisa, lo dejé ser unos segundos y luego me solté con cuidado de su agarre. No fue para poner distancia ni nada, sólo reajusté la mano y colé mis dedos entre los suyos, me distraje dándole caricias livianas. Obvio me dijo que tendría que esperar y en respuesta solté un suspiro en apariencia resignado, iba a decirle que no era justo sólo para molestarlo un poco cuando él se puso a explicarme lo que planeaba en realidad.

    —¿De veras? Perdona por pasar tan a las prisas y dejarte la intención a medio camino, baby —dije casi encima de sus palabras, aunque no conté con que me hubiese ido a buscar a la clase incluso.

    Al preguntarme dónde me había metido sonó curioso y todo, mientras que yo acabé pensando en el cuadro de temprano de Verónica dándole cuarenta vueltas a lo de la chaqueta prestada. Mi movida del final no fue lo que se dice una genialidad tampoco, simplemente seguía tentando límites, abusando de lo que no pedía pero se me entregaba. Total, siempre terminaba metido en un lío.

    —Ah, una amiga quería hablar conmigo y estaba en la sala de arte, fue ahí donde me perdí. Supongo que ahora bautizaré la sala como agujero negro, seguro a Akaisa le gusta y todo —expliqué sin que hiciera falta mayor detalle, al menos a mí no me pareció que hiciera falta. De todas maneras, me quedé pensando unos segundos y luego volví a hablar; seguía sin soltar su mano—. Además, creo que me gustó más así, la sorpresa full experience también, aunque casi me infartas llamándome desde la puerta. ¿Qué pasó ahí? Siempre tan calladito y de la nada "¡Cay Cay!" a lo que te dan los pulmones, un poco más y descubrimos si tengo falla cardíaca o no.
     
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    Bruno TDF

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    El asunto de la chaqueta de Cay quedó sellado con un cálido beso, que puso fin a cualquier duda que quedase rondando cual pajarito revoltoso. No sólo confirmó que trajo la prenda a la academia en un par de ocasiones, sino que incluso dijo que me vio el día de ayer, vistiéndola (lo cual explicaba el mensaje que me llegó a través de Jez). Si le había dado algo de importancia al tema, diría que fue porque quise ser responsable con la relación que veníamos manteniendo hasta ahora. Nos seguía viendo como amigos, con el añadido de que ahora podíamos permitirnos un par de… licencias extras. ¡Pero…! Al no saber cuán reservado era con este tipo de cositas, preferí cerciorarme de que estaba todo bien.

    Y la sensación dulce que me quedó en los labios, a lo largo de toda la mañana, hablaba por sí sola, ¿no?

    No salí enseguida de mi salón, pues ni el sonido de la campana había logrado que me incorporara de mi asiento. Las nubes que se alzaban tras las ventanas del salón, en conjunto con la llovizna que acariciaba sus vidrios; me habían dejado algo adormecida, aunque en nada se comparaba con el sueño de ayer. Dediqué un par de minutitos a desperezarme y hacer tronar algunas articulaciones, lo cual bastó para regresarme un poco de la concentración perdida durante las lecciones matutinas. Por si acaso presté atención a la puerta, por si Jez atinaba a aparecer, ya que ella ni de lejos llegaba a los niveles de pereza que manejaba yo. Sin embargo, no vislumbré su precioso cabello blanco, ni en el umbral ni en el pasillo, por lo que me tocó a mi tomar la iniciativa.

    Pero fue en el pasillo que revisé el móvil y me encontré con sus mensajes, en los que decía que me esperaba en el primer piso. Los leí con una sonrisita un poco confundida, el ceño ligeramente fruncido.

    Pese a la extrañeza inicial, bajé raudamente por las escaleras, tarareando bajito. Ya en el primer piso hice un paneo rápido del pasillo, aunque en realidad no hacía tanta falta porque distinguir a Jez era muy sencillo. No por nada nos llamábamos Las Lucecitas. La vi de pie, a la altura de lo que me pareció era la puerta de la Enfermería, y no tardé en acercarme a ella con una sonrisa suave en el rostro. Justo en ese momento me vibró el móvil en el bolsillo, pero de momento preferí centrarme en saludar a mi amada lucecita.

    Antes de decir nada, y apenas capté su atención, la estreché entre mis brazos con la misma suavidad con la que le estaba sonriendo. Extendí la unión por espacio de algunos segundos, en los que le acaricié el cabello con mimo.

    —Buenos días, mi querida Jez —saludé.

    Le di el beso de rutina en la mejilla. Esperé el mío con los ojos cerrados. Y luego, ya sí, le regresé algo de espacio. ¡Pero, eso sí…! Mis manos aferraron las suyas con cariño.

    No pude evitar echarle una ojeadita la puerta cercana, confirmando que efectivamente era la de la enfermería, y le miré a los ojos.

    —¿Te encuentras bien? —pregunté, suavizando el tono.

     
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    Zireael

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    La duda repiqueteaba, necia, creía que debía haber abrazado a Adara, hacerla sentir mi presencia, pero no pude hacerlo. Le había ofrecido mi compañía con la naturalidad de siempre, pero no había podido ir más allá. Las intenciones se me habían cortado a medio camino y el resto de las horas de clase me las eché tratando de regular la sensación de que debí hacer más, de que me había quedado corta porque cabía la posibilidad de que la familia de Adara hubiese sido asesinada.

    ¿Pero cómo había terminado yo en medio de esto para empezar?

    El clima no me ayudó en lo más mínimo, en algún punto de la mañana empecé a sentirme abrumada y nerviosa, el paso del tiempo comenzó a apelmazarse y percibí que algo se estaba saliendo de su lugar. En cierto momento le hablé a Altan para pedirle que tomara apuntes en mi lugar y me retiré del salón para ir a la enfermería, creía que una siesta me haría sentir mejor.

    Me puse una alarma porque no pretendía pasar del almuerzo con Vero y Hubert, aunque quizás debí hacerlo. Me desperté algunos minutos antes de que la campana sonara, le escribí a Vero que estaba en los pisos de abajo y me quedé mirando la vida pasar algunos minutos. Sentía la mente densa, pesada, y me costó levantarme de la cama para salir a la puerta.

    Vero no tardó en aparecer, distinguí el blanco de su cabello, y cuando se acercó reflejé su sonrisa. Recibí su abrazo con la naturalidad de siempre, lo mismo con las caricias en el cabello y me concentré en respirar, nada más que eso. El beso rutinario me resultó cálido y parpadeé despacio, sosteniendo sus manos cuando me regresó el espacio.

    Mucho juzgar a los que me rodeaban, que Altan, que Cay y Adara, pero cuando Vero preguntó si estaba bien deseé que no lo hubiese hecho, que me dejara estar y ya. De todas maneras balanceé sus manos y busqué sus ojos para volver a sonreírle. Me sentía desconectada, extraña, y una parte de mí estaba enojada por ello.

    Odiaba que el almuerzo tan bonito que habíamos planeado se fuese por un tubo por culpa mía.

    —Estoy bien, cielo. Me sentía algo cansada, nada más —respondí y la envolví entre mis brazos de nuevo—. Gracias por venir. ¿Vamos a buscar a Hubert?


    había olvidado la magia de escribir bajo los efectos del alcohol oh boy, mis neuronas quedaron fritas
     
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    Bruno TDF

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    No era la chica más avispada del mundo, ya se había visto esta misma mañana con lo del mensaje de Cay y quién sabe en cuántas otras ocasiones previas. Mi habilidad para “leer entre líneas” era más bien escasa, en nada se comparaba a la agudeza del muchachito que ahora nos esperaba. Mas no era por completo nula, y lo poco que tenía a mano podía aplicarlo con eficiencia, ya sea voluntariamente o no. En eso influía, también, cuánto quería a la persona que tenía enfrente.

    Jez era mi amistad más cercana en la academia, y por esa unión no pude evitar la pregunta que le hice a riesgo de que se sintiera presionada.

    En su rostro vislumbré una sonrisa suavecita y adujo que sólo tenía un poco de cansancio. Me intrigaron los posibles motivos de su estado, ya que ayer la había notado más plena; aún recordaba la dulce energía con la que me regañó por mi osadía callejera. Sin embargo, preferí dejar el asunto estar y, sin más, me entregué a sus brazos.

    Descansé el mentón en su hombro y le di unas suaves palmaditas en la espalda. Asentí en silencio cuando dijo de buscar a Hubby, que supuestamente nos aguardaba en la máquina expendedora del pasillo inferior. La cuestión no quedó ahí, de todos modos. Al separarnos tras el segundo abrazo, la sonreí con dulzura, mirándola a los ojos. De verdad se veía cansada. Deseé, sin saber lo que equivocada que estaba, que no se debiera a alguna angustia. No podía hacer mucho más por ahora, salvo una cosa.

    Elevé una mano y acuné se mejilla. Ahora que lo pensaba, nunca había tocado el rostro de Jez de esta manera. Su piel era increíblemente suave.

    —Tengo algo que te puede dar más energía —dije; me estiré hacia ella e imprimí mis labios en la mejilla contraria de mi lucecita— Un besito extra.

    Con una risita, le hice un gesto con la mano para que me concediera un momentito, tras el cual saqué el móvil de mi bolsillo. La vibración de antes fue señal de que había entrado un mensaje y me encontré con que era del mismísimo Hubby. Venía con cambio de planes.

    —Mira nada más, me acaba de escribir nuestro kohai —dije—. Dice que al final nos espera en su salón y se disculpa por si “este cambio nos implica alguna molestia” —lo último lo dije leyendo directamente su mensaje, ante lo cual reí enternecida— Ay, parece un príncipe. ¡Pero bueno…! ¿Vamos subiendo?

    Le ofrecí mi brazo, a sabiendas de que lo iba a tomar sin problemas. Pero apenas dimos algunos pasos en dirección a las escaleras, advertí de soslayo que alguien parecía estar mirándonos. Una figura que era ligeramente más chiquitita que nosotras. Al voltear la cabeza, sin dejar de caminar, di con un par de ojitos preciosos que reconocería en cualquier parte, porque eran de diferente color.

    Gris y celeste.

    Beauty estaba con la manito apoyada en la puerta entreabierta de la sala de arte, con un bento en la otra. Parecía que nos acababa de reconocer entre la gente que pasaba por el corredor (como ya dije, nada complicado tratándose de las Lucecitas). Como siempre, la postura de su cuerpo menudito dejaba claro que estaba llenas de dudas, casi como si se estuviera debatiendo entre seguir su destino hacia la sala o acercarse a saludarnos. ¡Y mira…! Si fuese por mí la abrazaba y todo. Pero en su lugar le dediqué un saludo con la mano, junto con una sonrisa. Imaginé que Jez, que la conocía mejor, también la saludaría de pasada.

    Beauty dio un ligero respingo, las mejillas se le ruborizaron un poco, para sorpresa de nadie. Pero nos regresó el saludo desde la pequeña distancia y… Grande fue mi sorpresa cuando, sin previo aviso, las comisuras de sus labios se elevaron un poquito. Fue la sonrisa más tímida y pequeña del mundo, pero una sonrisa, al fin y al cabo. Antes de que pudiera reaccionar de algún modo, la chica desapareció en el interior de la sala de arte.

    Miré a Jez, maravillada.

    —Ay, nos sonrió. ¿La viste? —dije, parecía que acababa de hacer el descubrimiento del siglo; hasta me llevé la mano al pecho, haciendo como recibía un flechazo, puro teatro— No pensé que vería algo así, con lo nerviosa que parece estar todo el tiempo. Es demasiado cute.


    Ahora sí podés arrastrarlas arriba, ya me encargo yo de meterlas al salón de Hubby luego uvu
     
    Última edición: 24 Febrero 2025 a las 2:26 PM
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