Pasillo (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    No diría que el paisaje me había calmado, pero al menos me había permitido encauzar mis pensamientos. Había mitigado el ruido excesivo con sutileza y precisión, la suficiente para ahorrarme la consciencia del proceso. Convertido en una frecuencia neutra, quizá, se hundió bajo el piso y guardó silencio. Era aquello que algunos consideraban una cualidad noble y otros, un defecto. ¿En verdad era tan malo escindirse de lo que nos hacía daño? Nos permitía funcionar con normalidad.

    Tal vez demasiada.

    Perdí pista del pasillo, de la gente que discurría y todo aquello que me rodeaba, lo hice hasta que alguien se detuvo a mi lado. Por mi posición lo que noté primero fue su uniforme femenino; y, al girar el rostro, vinieron las puntas celestes y rosadas acariciándole los hombros. Sonreí incluso antes de escucharla, el gesto cargó una mezcla indefinida de emociones y regresé la vista a la ventana sin alcanzar sus ojos en ningún momento.

    —Según recuerdo, mi clase está justo ahí —contesté, en un tono de voz sereno e inmutable, y exhalé—. El aire sienta bien, está más agradable que ayer.


    bebita ;;
     
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    Bruno TDF

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    La broma del bombillo de LED me sacó una risita que sonó algo adormecida. Lo más justo sería decir que Jez era como una estrella: pequeña, blanca y brillante, además de que ella se esforzaba por ser una suerte de guía para quien lo necesitase. Mira que me habría encantado retrucarle con esta apreciación, pero debí concentrarme en retener un bostezo detrás de mis labios cerrados, tras lo cual vino mi pedido de que me ayudara a levantarme de la silla.

    No es que necesitara ayuda realmente, pues tenía una pequeña reserva de energía en mis músculos a pesar del sueño; la necesaria para sobrellevar el resto del día… Creo. El punto es que, simplemente, quise sentir la suavidad de las manos de Jez, y que me diera el abrazote y el besito de rutina que tan bien me hacían al corazón. Mi lucecita accedió, me colocó de pie y pronto estábamos pegaditas, envolviéndonos entre nuestros brazos. En lo que duró esto, descansé el mentón en uno de sus hombros y cerré los ojos, mientras le acariciaba la espalda con cariño.

    Luego vino mi parte favorita: el besito que depositó en mi mejilla mientras me tomaba el rostro.

    Me dio una dosis de energía extra.

    No llegué siquiera a hacer el amague de devolverle el besito, pues Jez se separó para transmitirme un mensaje que provenía, nada y nada menos, que del mismísimo Cay. Que se refiriera a mi leoncito estiró mi sonrisa sin que me diera cuenta. Jez pellizcó suavemente el cuello de la chaqueta, diciéndome que el chico me permitía quedarme con la prenda todo el tiempo que quisiera, lo cual hizo que mis ojitos se iluminaran por un instante.

    —Ah, es una buena ocasión para que te cuente una pequeña historia —respondí a su pregunta, entre divertida y enternecida—. Resulta que…

    Pero me distraje con un sonidito cercano, el de nudillos dando contra los pupitres cercanos. Al girarme, con los movimientos y sentidos aún adormecidos, me encontré casi de frente con el chico tatuado de mi salón, el que tenía pelito rubio. Ah, ¿cómo era que se llamaba? Había prestado atención al pase de lista en su momento. A… Anata… No… ¿Jimmy? No, Shimi. ¡Shimizu! Tenía la memoria algo embotada por la resaca. Cuestión que el dichoso Shimi dedicó a Jez una sonrisa que me recordó mucho a las que esbozaba Ryuu-kun: burlona, pero no necesariamente desagradable. Yo también le sonreí, dormida y curiosa, al notar que me repasaba con la vista.

    Lo que me dijo no lo entendí muy bien. Aunque, de haber estado más despierta... seguro tampoco hubiese sospechado las implicancias ocultas de sus palabras.

    No dije nada, pues porque el muchachote no nos dio tiempo, así que simplemente le dediqué un pequeño saludo con la mano antes de verlo desaparecer por el pasillo. Aunque eso de “conejitas”… Era el segundo que me llamaba así, el primero fue Ryuu-kun. Honestamente, estos dos serían perfectos amigos… si es que no lo eran ya.

    Jez tomó mis manos, recuperando mi atención. Afiancé el agarre mientras me decía que quería almorzar conmigo, lo que me hizo sonreír aún más y asentir con visible entusiasmo. Antes de responderle, liberé una de mis manos para acomodarle un mechón de cabello detrás de su oreja, lo hice suavemente, y con el pulgar le hice una leve caricia en la mejilla.

    —¿Vamos al dojo de nuevo? —sugerí— Allí estaremos tranquilitas y será un lugar más o menos privado para explicarte lo de la chaqueta —me reí bajito—. Ah, y espera, que me faltó darte mi besito.

    Afiancé ligeramente la mano en su mejilla y planté mis labios en la contraria. Me separé al cabo de uno o dos segunditos y, tras dedicarle una sonrisa amorosa, busqué entre mis cosas el bento que me había preparado mi hermana, e invité a Jez a salir al pasillo.

    Una vez que estuvimos allí, no pude evitar las ganas de preguntarle algo. Me detuve, giré sobre mis talones y la miré.

    —¿Qué opinas? —le pregunté; tomé la tela de chaqueta que caía a la altura de mis piernas y la estiré, como si estuviese luciendo un vestido— ¿Qué tal me queda? ¿Me veo linda?
     
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    Amane

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    Riamu 5.png

    Parecía que había pillado a Kou bastante pensativo, aunque su atención no tardó ni dos segundos en centrarse en mí una vez me sintió a su lado. No llegó a mirarme a los ojos a pesar de haber girado la cabeza en mi dirección, pero sí que fui capaz de ver su sonrisa y mis labios, casi de manera instintiva, se curvaron al imitar su gesto. Aproveché que volvió a centrar su mirada en el exterior de la ventana para repasar su perfil con la vista, sin poder evitar que todo el semblante se me suavizara al hacerlo. ¿No era un poco tonto que le hubiera pillado tanto cariño de la nada...?

    —¡No me digas! Mi clase también está justo ahí. ¿Será que el destino quiso hacernos vecinos...? —divagué, echando una vistazo rápido al techo antes de volver a mirarlo con una sonrisa animada.

    Me giré por completo en un gesto bastante amplio, pues en el movimiento me coloqué a su lado frente a la ventana. Como todo en el Sakura, los ventanales no eran precisamente pequeños y ambos teníamos espacio de sobra para mirar; aun así, no tuve ningún reparo a la hora de invadir su espacio, apretándome un par de segundos contra él para fingir que estaba intentando hacerme espacio en un lugar apretujado. Mantuve la mirada en el exterior durante un segundo de nada, antes de levantar la mano que se me había quedado libre para colocarla sobre su frente, frunciendo el ceño con evidente confusión en su dirección.

    >>¿Acaso tienes fiebre, Kouchii? —cuestioné, acercándome a su rostro para poder inspeccionarlo a consciencia—. Si te encuentras mal, deberías descansar en la enfermería...
     
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    Gigi Blanche

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    Su comentario me vino un poco en gracia y debatí conmigo mismo si debía amoldarme a su liviandad como siempre hacía o podía concederme el capricho de no ceder. Por lo general me resultaba sencillo adaptarme, no se traducía a un notorio gasto de energía, pero ahora... Suspiré, no fue muy pesado, y lo clasifiqué en la línea del capricho.

    —Si creyera en el destino y lo dejara a cargo, tal vez me metería en menos líos —reflexioné al aire—. Pero siempre quiero... ganar. Siempre quiero anticiparme a los demás. Una cosa así es bastante arrogante, ¿no crees, Ri-chan?

    Busqué sus ojos al pedir su opinión directamente, lo hice por primera vez y con una sonrisa muy ligera en los labios. Al girar el rostro noté que detrás de Riamu pasaban las nuevas amigas de Kakeru y me doblé un poco más, echándole un vistazo a las escalinatas que daban a la azotea. Había permanecido aquí como un necio o un perro guardián, ni yo lo sabía, el caso era que el pobre infeliz seguía ahí arriba, solo y probablemente quemándose las ideas con el sol. La ironía del asunto era bastante amarga y me quiso dar algo de gracia. El niño sí parecía tener mucha mala suerte.

    Igual se las veía tan a gusto, ¿para qué arruinarles el receso?

    Me forcé a salir de ahí y, cuando Riamu arrimó su cuerpo al mío, regresé la atención a ella. La estaba mirando en el momento que alzó la mano y la deslizó bajo el cabello que me caía sobre la frente, como si... ¿comprobara mi temperatura? Me quedé quieto, a la expectativa de qué tontería se le ocurriría ahora, y efectivamente se inventó que andaba enfermo. Sonreí.

    —¿Sabes una cosa? No recuerdo la última vez que me enfermé —le conté, sin alzar la voz—. Mi cuerpo es como... super resistente. No sé el último resfrío, ni hablar la última fiebre que tuve.

    Y me detuve ahí, pues los vómitos los recordaba con claridad.

    —¿Tú, Ri-chan? ¿Cuándo fue la última vez que te enfermaste?
     
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    Amane

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    No pude evitar fruncir un poco el ceño al recibir la respuesta de Ko a mi intento de ligoteo desvergonzado, no porque me molestaba de alguna manera que no me siguiera el rollo, si no porque más bien me preocupaba; recordaba perfectamente su opinión sobre el destino o la reacción que había tenido cuando le empecé a hablar de astrología. La confusión abandonó rápidamente mi rostro, de todos modos, y recibí su mirada con la atención que merecía; incluso si, a decir verdad, gran parte de la preocupación seguía presente en mi cuerpo.

    —¿Te acuerdas lo que me dijiste la primera vez que fuimos al club? —pregunté en voz algo baja, dirigiendo la vista hacia el exterior tras haberle aguantado la mirada en silencio durante unos segundos—. Que no creías en el destino y por eso te esforzabas todos los días, porque autocompadecerse sería una pesadilla. Ser ambicioso y querer adelantarte a los demás para ganar siempre es lo que te hace ser el Kou que tanto me gusta. ¿Te hace eso arrogante? Bueno... supongo que bastante, sí —contesté junto a una sonrisilla divertida, mirándole de reojo solo al decir aquello último—. Pero también te hace un persona que sabe lo que quiere y que está dispuesta a asumir ciertas consecuencias con tal de conseguir su objetivo. A mí eso también me parece bastante valiente —giré la cabeza para dedicarle una nueva sonrisa, sincera, y me incliné apenas para dejarle un beso sobre la mejilla—. Y, ¿sabes? De vez en cuando podrías aprovechar que tienes una amiga tan maravillosa como yo y pedirle consejo, que igual también puedo evitar que te metas en líos...

    No me había enterado de nada de lo que había pasado a mi espalda, aunque la realidad era que no me importaba en lo más mínimo. Lo que sí me importaba era asegurarme de que Kou estuviera bien, y por ello hubo una cuota de genuina preocupación cuando busqué tomarle la fiebre, incluso si mayormente lo pinté como una broma más. Él me dejó hacer, claro, aunque justo después me dijo que ni siquiera recordaba la última vez que se había puesto enfermo; me reí un poco y dejé caer la cabeza sobre su hombro.

    >>¡Qué envidia, Kouchii! Yo estas últimas navidades. Fuimos a esquiar y pillé un resfriado nada más salir a la nieve... —confesé, dejando salir otra risilla de nada—. Thi y yo íbamos a almorzar en el patio, ¿quieres venir?
     
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    Gigi Blanche

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    La atención que Riamu me correspondió, pese a su silencio, no se sintió incómoda o pesada, tampoco me devané los sesos intentando comprender su significado. Fue un instante claro y sereno donde la luz bañaba sus facciones y pensé, como una irrupción involuntaria en medio del desastre, que de hecho me parecía muy bonita. Que sus ojos ya me habían mirado así incontables veces y tal vez existiera de antes, sólo que hasta ahora lo notaba. No, sentía era la palabra. Un instante claro y sereno.

    Un momento de... conexión.

    Cuando desvió la vista al paisaje parpadeé y permanecí en su perfil. Honestamente ni yo recordaba con claridad haberle hablado del destino antes, pero sus memorias parcharon las mías y esbocé una sonrisa resignada. Me pregunté, quizá por primera vez, qué clase de Kou existía a sus ojos. Me había empeñado en ser este muchacho soberbio y estirado que disfrutaba consintiéndola, de gustos refinados y límites estrictos. Le preparaba regalos ostentosos, la llevaba en citas que la sorprendieran. La desvestía y besaba de pies a cabeza. Pero ¿ese era yo? ¿O sólo el fragmento que había seleccionado para ella?

    ¿Le hablaría algún día de cuando asfixié a un niño de trece años? ¿De cuando acosé a la novia de mi mejor amigo, o cuando envié al hospital a uno de sus amigos? ¿Le hablaría del miedo que sentí la primera vez que vomité y ardió de verdad? ¿Cuando alguien murió frente a mis ojos y no sentí nada en absoluto? O cuando estuve a un pelo de perder a mi mejor amigo, a mi hermano.

    Y de repente nada tuvo sentido.

    Le presté una atención estúpida y se me ocurrió pensar que no era un consuelo vacío, que no pretendía hacer oídos sordos y disimular mis defectos. Quizá no le hubiese dicho toda la verdad pero tampoco le había mentido nunca. Valiente. La idea me hizo sonreír con cierta incredulidad, no me atreví a restarle crédito y la miré, detallé su propia sonrisa. Recibí el beso en la mejilla con calma, parpadeé y regresé a sus ojos apenas se me permitió. La última tontería que soltó me relajó el semblante, ligeramente divertido.

    —¿Dices que la gran Ri-chan me prestará su inmensa sabiduría? —bromeé, sin intenciones de burlarme de ella.

    Luego me tomó la fiebre, se acomodó en mi hombro y me contó de su viaje a la nieve. El peso de su cabeza fue en cierta forma reconfortante, exhalé lentamente y el paisaje, si se quiere, se dibujó un poco más luminoso a mis ojos. Giré el rostro, presioné los labios entre su cabello y me quedé allí un par de segundos.

    —¿Estabas desabrigada? —arriesgué, y al recibir su invitación asentí con la cabeza—. No tengo mucha hambre, pero puedo hacerles compañía.

    No tenía sentido que me quedara clavado aquí, no resolvería ni prevendría nada. Como tantas otras veces en la vida, ya había hecho mi jugada y ahora sólo podía esperar.
     
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    Gigi Blanche

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    Salir cinco minutos antes de la clase fue increíblemente sencillo, tanto, que me picó la tentación de abusar más seguido del... ¿privilegio? No me pondría a pasear por los pasillos, no era idiota, pero quizá me sirviera para escaparme a la azotea o meterme a la enfermería a dormir cuando estuviera adormilado. No era mi culpa, las clases daban mucho sueño. Así, pues, alcancé la cafetería en el preciso instante que la campana sonó. La señora me miró confundida y yo sólo me empeñé en sonreírle como si nada pasara, lo cual, al parecer, le quitó las ganas de hacer preguntas. Me tomé mi tiempo eligiendo la comida, aproveché para que ella me agregara las bebidas y, con todo listo, pillé el ascensor.

    Me sonreí, divertido, pensando en el almuerzo enorme que Emily le había preparado a Haru mientras el elevador subía. Lo había visto a la mañana, o más bien le demandé verlo, mientras él permanecía de brazos cruzados y con cara de perro como gorila de discoteca.

    —No seas así, Haru, seguro está todo delicioso —lo piqué, en tono risueño, con la cara metida en la bolsa.

    —No me molesta la comida, me molestas tú —replicó, tajante.

    Me reí, le pedí que me guardara un cachito de brownie aunque sea y lo dejé en paz cuando la campana sonó. La mañana transcurrió pacientemente y la sonrisa de siempre me ganó los cinco minutos extra que había anticipado necesitar. Bah, en sí no era una necesidad, en realidad sólo me había apetecido hacerlo. El ascensor se detuvo, salí al pasillo de nuestro piso y navegué el espacio sin prisa, sintiendo la bolsa rebotar suavemente contra el costado de mi pierna. Fui tarareando una melodía y, al plantarme bajo el umbral de la 3-2, busqué a Cayden con la mirada donde sabía que se ubicaba su asiento. Tomé aire y...

    —¡Cay Cay! —exclamé con fuerza, alzando la mano libre sobre mi cabeza y sonriendo como si nada.

    El gesto llegó a cerrarme los ojos y, habiéndome asegurado de captar su atención, relajé el cuerpo. En los casilleros había pretendido mencionarle este asunto, puesto que se me había ocurrido en la casa de Haru, pero él se fue con prisas y no logré detenerlo. Subí y lo busqué en su clase, entonces, asumiendo que quizá debiera acabar alguna tarea, sin embargo tampoco estaba allí. Al final no lo encontré en ninguna parte y me resigné a la improvisación. Podría haberle escrito, claro, pero a mitad de mañana supuse que, perdido por perdido, podía sorprenderlo y ya.


    Zireael wenas wenas
     
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    Llevaba tanto días sin ponerle un pizca de atención real a las clases, que hoy mientras copiaba del pizarrón me quise dar una bofetada a mí mismo por prometerle a mamá que no reprobaría un solo examen. No me enteraba de casi nada y la mente me seguía derrapando en la dirección que le daba la gana, que los límites que no trazaba, los excesos a los que cedía, lo que debía hacer o no y así todo el rato. Me habían picado las ganas de dejar todo tirado a media mañana y fumarme aunque fuese un cigarro corriente, pero tenía que centrarme o al menos decir que lo había intentado.

    ¿Estaba nervioso? Un poco sí, pero era más un defecto personal que algo que tuviera un motivo real o eso quería pensar. A falta de herramientas decentes para regularlo, lo dejé estar y entre los pensamientos revueltos me eché las horas intercambiando la atención entre el pizarrón y los garabatos que empecé a trazar en los bordes del cuaderno. Por eso cuando la campana sonó al final todavía me faltaba algo de copiar, así que me quedé sentado terminando de escribir en modo Fast and Furious porque Ko no debía tardar mucho.

    A pesar de eso tenía la cabeza zambullida en el cuaderno cuando se apareció y no lo noté hasta que lo oí llamarme. No me esperé el, digamos, escándalo y di un respingo que me quiso mandar el lapicero a la mierda. Busqué a Kohaku con la vista con cierta urgencia, en el proceso vi pasar a Sonnen que se quedó un par de metros más allá y me miró, la diversión se le notó de inmediato.

    —Parece que te buscan, Puppy —avisó como si no fuese obvio de por sí.

    Shut the hell up —respondí de mala gana, él soltó la risa y al salir saludó a Ko con un movimiento de cabeza.

    Guardé todo a las prisas y me levanté para encontrarme con él, di un paso con intención de apartarnos del umbral y lo repasé con la vista con algo más de conciencia que temprano. La bolsa que cargaba acabó por atraer mi atención, ladeé la cabeza y dejé la pregunta para después, porque lo primero que hice fue echarle los brazos encima.

    La preocupación de ayer se me anudó en la garganta un momento, estrujé al pobre niño como si me hubiese echado años sin verlo otra vez y solté el aire un poco de golpe. Liberé el abrazo despacio y al encontrar sus ojos de nuevo le dediqué una sonrisa de las de siempre, suave y genuina, aunque volví a mirar la bolsa pues porque ni modo. Una pizca de emoción me alcanzó el cuerpo, aunque lo apropiado habría sido llamarlo ilusión.

    —¿Qué traes ahí, cloudy baby? —pregunté por fin, haciéndome el tonto.
     
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    Gigi Blanche

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    Mi pequeña travesura pareció dar resultado, pues vi claramente el respingo que dio Cay y la tontería me dejó de lo más satisfecho. Buscó confirmar que se trataba de mí, empezó a guardar sus cosas y yo me balanceé sobre los talones. Altan pasó a mi lado, lo saludé con una sonrisa un poco más amplia de las usuales y entonces seguí el recorrido de Cayden desde su mesa hasta mi posición. Sentí una pizca de curiosidad al notar que se desviaba y viré el cuerpo para enfrentarlo, permaneciendo quieto y obediente mientras recibía el escaneo de rutina. Mi sonrisa revoloteó con marcada diversión, sin embargo, aún me hacía gracia que se empeñara en esta clase de hábitos como si... como si un día un dragón fuera a comerme un brazo o algo. Aguardé pacientemente a que regresara a mis ojos, entonces, y estiré el brazo libre hacia el costado en una clara invitación, ladeando también la cabeza.

    Se acercó y lo abracé también, presionándolo contra mí al instante. Una risa de nada me vibró en el pecho y recorrí su espalda ampliamente con la palma abierta, hasta detenerme entre sus omóplatos y volver a afirmar el contacto. Noté la forma en que su pecho se desinfló de repente y relajé la barbilla en su hombro, con una pequeña sonrisa instalada en los labios. Me daba la sensación de que la criatura se volvía un manojo de nervios pasado un cierto tiempo de ausencia y eso me apenaba un poco, pero ¿qué podía hacer al respecto?

    No vi necesario decir nada y relajé el agarre conforme noté sus intenciones de retroceder. Encontró mis ojos, me sonrió y le piqué la punta de la nariz con aire risueño. Me tragué la broma estúpida que habría hecho cualquier otro día sobre si me había extrañado, pues algo vibraba suavemente en una frecuencia desconocida y preferí no tentar a la suerte.

    Bajé la vista a la bolsa cuando preguntó por ella y la alcé sólo un par de centímetros en lo que regresaba a los ojos de Cayden.

    —Un picnic —resolví con sencillez en un murmullo, y se me coló una risa breve en la voz—. Comprado de la cafetería, eso sí, que no soy ninguna mente maestra de la cocina.

    Y ni siquiera había estado en casa, para empezar.

    —Creo que cubrí prácticamente todo lo que puedas tener ganas de comer —rumié, echándole otro vistazo a la bolsa, y entonces le sonreí, inclinándome en su dirección para agregar—: Postre incluído~

    Otra broma que me tragué y regresé a mi espacio. Miré por la ventana.

    —Había pensado que podemos ir al invernadero. Está lloviendo un poco, pero si corremos no deberíamos mojarnos mucho. Eso considerando que luego podamos volver, claro. —La idea me ensanchó la sonrisa y lo miré—. ¿Qué opinas, Cay Cay? ¿Nos arriesgamos~?
     
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    Quizás fuese necio de mi parte negarme a dejar entrar a otras personas e incluso escapar de las que me conocían de la misma forma que Ko, pero así eran las cosas. Lo pensé al verlo esperar el escaneo, como si se lo tuviera aprendido, y luego al verlo estirar el brazo libre en la invitación al abrazo de rutina. Eran hábitos o manías, tal vez ambas a la vez, y puede que por la misma razón pretender ocultar algo fuese un esfuerzo desperdiciado, ¿pero qué iba a hacer de por sí?

    El abrazo me supo cálido como era siempre, sentí el recorrido de su mano y el sueño acumulado me quiso patear de repente, para conservar algo de dignidad elegí echarle la culpa también a la lluvia, porque de por sí no debía estar lloviendo ahora. Antes de dejarlo ir afiancé un poco mejor el agarre, fue más un reflejo que otra cosa, y cuando me picó la punta de la nariz luego de que lo solté arrugué la cara, el reproche fue impostado, pero se pareció al suyo de temprano.

    Total que le pregunté por la bolsa, él la levantó un poco y con toda la simpleza del mundo dijo que era un picnic, su risa se me contagió y al final se convirtió en una sonrisa que se me quedó el rostro sin que fuese consciente de ella en verdad. Era posible que este idiota se apareciera con porquerías del 7-Eleven un día random y yo barriera el suelo con la cola, no importaba en lo absoluto de dónde trajera las cosas, era porque el gesto provenía de él y ya.

    —¿Para mí? —pregunté antes de pasarlo por un filtro, la emoción me vibró en la voz y al darme cuenta quebré la conversación de inmediato para cuestionarlo—. ¿Se le ocurrió a tu neurona chikita por sí sola?

    ¿Que había cubierto casi todo lo que quisiera comer? ¿Me estaba diciendo que comía mucho acaso? No reclamé ni nada, ayer me había llenado el estómago de ramen instantáneo y en sí tenía los horarios de comidas hechos un desastre, una comida decente para cerrar la semana sonaba hasta prudente. De todas formas lo que me hizo gracia fue que se inclinara para decirme que hasta el postre estaba incluido y me reservé la broma estúpida porque no sentí que fuese la mejor de mis ideas soltarla ahora mismo, aunque eso no impidió que una sonrisa divertida me bailara en los labios.

    Pausa, ¿había dicho picnic? ¡Estaba lloviendo! Muy bonito él y su plan, pero de verdad la neurona no carburaba muy bien. Estaba por preguntar cuando sugirió el invernadero y desvié la vista a la ventana también, sopesando la cantidad de lluvia y cuánto tendríamos que correr y si podríamos salir, también. No me importaba tanto volver, sinceramente. Al escucharlo preguntarme si nos arriesgábamos volví a mirarlo y estiré la mano para pellizcarle la mejilla, al apartarme me incliné y le dejé un beso de nada en el mismo lugar.

    —¿Sabes qué pasa? Que ahora yo quiero el picnic full experience y eso no se puede hacer en un pasillo todo feo —argumenté de lo más convencido, me reí y le ofrecí mi brazo para empezar a caminar, pues porque sí—. Así que vamos a correr y si no podemos volver, pues habrá valido la pena, ¿no? Ni que fuéramos los mejores estudiantes de la escuela.

    Lo esperé para empezar a caminar, eché un segundo vistazo por las ventanas y volví sobre el tema.

    —¿Y vas a decirme qué fue todo eso que compraste o lo tengo que averiguar luego de que peguemos la carrera?
     
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