Kohaku siguió montado en el teatro de hacerse el desentendido como todo un campeón, pues ante el comentario que hice en su dirección se hizo el sorprendido, como si no se creyera que le estuviera hablando directamente a él, y después soltó tan pancho que no había que juzgar los cuerpos ajenos, lo que por supuesto me hizo rodar los ojos en un claro gesto irónico. ¿Y esa sonrisa de inocente? Pure bullshit, let me tell you. ¡Pero bueno! Yo lo había intentado, así que más valía que nadie viniera luego a decirme que excluía a los demás de mis charlas... En cuanto al albino, me permitió invadir su espacio sin oponer ninguna resistencia y, de hecho, no tardó ni un segundo en aprovechar dicha cercanía. Fue imposible no ser consciente del recorrido que su mirada hizo a lo largo de mi cuerpo, no solo porque lo estuviera viendo delante de mis narices, si no porque también mi cuerpo reaccionó por si solo ante el paseo en cuestión. Aun así, las punzadas de calor que sentí con aquello no fueron nada en comparación a la oleada que me asoló cuando me agarró de la muñeca de manera tan repentina. El gesto me pilló desprevenida, pues hasta entonces había puesto toda mi atención en su respuesta a lo de la pelea, y aunque inicialmente di un pequeño respingo por la sorpresa, no hice ningún amago por separarme tras asimilarlo. —¿Debería estar escandalizada? —cuestioné, ladeando apenas la cabeza en el proceso, y me sonreí al ver dónde se centraba su mirada justo después. Estábamos tan jodidamente cerca el uno del otro que ni siquiera necesité moverme demasiado para poder hablarle cerca del oído; de hecho, solo tuve que girar un poco más la cabeza hacia un lado para acabar rozando el lóbulo de su oreja con mis labios. El resto de mi cuerpo también acabó en contacto con el suyo, tanto que tuve que apoyar la mano que me había quedado libre en el escritorio a sus espaldas, y al hacerlo, estiré los dedos para acariciar con suavidad piel de su propia mano. >>Y si te digo que me pone mucho imaginarte en esa situación, ¿te escandalizarías tú? —añadí en un susurro, arrastrando un poco las palabras a medida que las caricias de mi mano subían por su brazo. El hecho de que Kohaku estuviera comiéndose el espectáculo en primera fila, honestamente, solo conseguía echarle más leña al fuego.
El vistazo a sus labios había sido absolutamente intencional, afiancé con suma paciencia los dedos en torno a su muñeca, como una serpiente, y regresé a sus ojos. Devolverme la pregunta tenía que ser la opción más aburrida de todas, por lo que pestañeé e imité el movimiento de su cabeza, sin decir una sola palabra. Podía hacerlo mejor, ¿verdad? Ella se inclinó, la sentí presionarse contra mi cuerpo aquí y allá, y la sonrisa me descubrió la dentadura lejos de sus ojos. Una sacudida de energía me recorrió la espalda, cosquilleó y disfruté la estupidez como un hijo de puta. El aliento contra mi oreja, la suavidad de sus pechos, el aroma liviano en su cabello y las caricias que comenzaba a repartir por mi brazo. Había bajado su otra mano, esa que aún no le soltaba, y de pura manía colé los dedos dentro del puño de su camisa. Era una cabrona más horny que la putísima mierda que siquiera me conocía, pero ¿de qué iba a quejarme yo? Su declaración fue tan abierta y osada que me arrancó una risa nasal y le eché un vistazo al tío de la camilla. Por mis huevos estaba tan pegado al móvil como quería aparentar. —¿Planeas seguir comiéndote el show, niño bonito? —busqué saber, soltando la muñeca de Alisha para enredarme a su cintura, impidiéndole despegarse o darse la vuelta. —¿Planean seguir montándolo? —respondió, tranquilo, y tras mirarme señaló la cámara de la esquina—. No seré yo quien les arruine la diversión, pero... Tenía su punto, suponía, tampoco estaba tan ido o puesto como para regalarle un espectáculo de verdad. Solté el aire por la nariz, presioné los dedos contra el cuerpo de Welsh y las hebras doradas me cosquillearon la mejilla al acercarme a su oreja. —Seguro conoces un lugar o dos aquí adentro para mostrármelo. —Me mordí el labio, tragándome el impulso acuciante de hundirme en su cuello, y la apreté con aún más fuerza, suavizando el tono adrede—. No vas a decepcionarme, ¿cierto, linda?