Pasillo (Primera planta)

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Me hizo algo de gracia que la chica dijera que su padre prefería un café que algo de comer, porque me imaginé al pobre tipo matándose a tazas de café todos los días. Habían trabajos que requerían cafeína, alcohol o drogas para mantener a la gente funcionando, o todas juntas, pero digamos que no sentía tanta pena por los policías.

    Of course I am —apañé a lo que dijo Sasha, divertido.

    La duda del espacio la resolvimos rápidamente, bueno, resolvimos sonaba a manada, Sasha fue la que revisó que la sala. Tocó la puerta, esperó y finalmente coló la cabeza, confirmado que estaba vacía. Abrió la puerta del todo, Ilana se acercó al umbral y giró el cuerpo para mirarnos.

    —Me gusta la idea, así tenemos como una fiesta de té en vez de una entrevista —dijo con entusiasmo.

    —Claro, no me alcanzarían las manos si voy solo de por sí —contesté a la oferta de Sasha junto a una risa floja—. ¿Quieres café o té, Ilana?

    —Té, gracias. ¿Seguros que no necesitan ayuda?

    Negué con la cabeza, pues no creía que fuese necesario que hiciéramos una comitiva. En ese mismo espacio de tiempo Tora carraspeó la garganta y nos despidió a los tres.

    —Suerte. Recuerden pasar a interrumpir mi preciosa siesta —bromeó antes de retirarse.
     
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    Gigi Blanche

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    Mientras bajábamos hacia la planta baja, Rowan puso sobre la mesa la posibilidad de tener que despertar a su amigo con un beso y yo me reí en voz baja, encogiéndome de hombros.

    —Quería dormir con los dos, yo digo que lo besemos los dos —correspondí a la broma, sin darle un gramo de importancia real a nada del asunto.

    En la cafetería pedimos tres café con un té, pagamos mitad y mitad, y mientras esperábamos oí la mini update de su vida. Aunque nuestros trabajos fuesen bastante diferentes, suponía que en materia de ritmos, rutina y ambiente se parecían. Bueno, lo del ambiente era relativo; desconocía si Tekné era un bar en todas las de la ley o se asemejaba a una disco.

    —Rascar dinero de los vicios ajenos, deberían arrestarnos a todos —bromeé con una risa floja, y me acerqué a recibir los vasos.

    Le agradecí a la señora de la cafetería, nos repartimos las bebidas, pillé algunos sobres de azúcar por si acaso y Rowan hizo referencia a mi huida del otro día. Lo miré brevemente y comenzamos a caminar de regreso, con cuidado de no volcar líquido.

    —Estoy bien, sí. Sobre eso... fue porque me llamaron del hospital, un amigo tuvo que operarse de urgencia. —No me gustaba soltar piezas de información que sonaran tan densas, le sonreí para mitigar el asunto y volví la vista al frente—. Fue bien, así que nada de qué preocuparse.
     
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    Al igual que mi acompañante, noté de reojo que Annita andaba por acá cerquita nomás, postrada en la entrada de su salón y distraída con el teléfono. Comúnmente habría alzado la voz para saludarla y, por supuesto, preguntarle si tenía ganas sumarse al par de apuestos muchachotes que estábamos hechos. La tentación fue bastante grande, pero al final me le terminé tragando con papitas porque, hay decirlo, verla bajar desaforada por las escaleras me recordó un poco a los días que ensayamos para el evento de baile. Aquellas veces, en el salón de actos, había andado con la cara larga, afectada por algo sobre lo que no terminé preguntando; aquí y ahora, flotaba en el aire una sensación bastante parecida a la de aquella vez, y pues no me dio el alma para meterme. Tampoco noté el modo en que Kakeru la miró. ¡Y bien por él, que me habría puesto bien chismoso!

    —Ah, los nobles onigiris. Apoyo la moción —dije ante su propuesta, de lo más sonriente y con un pulgar arriba.

    Annita quedó atrás, no nos quedó más remedio que dejarla con sus cosillas, y nos fuimos derecho para el piso de abajo. En el camino escuché, sonrisa mediante, las andanzas de Kakeru descubriendo el mundo del mate de la mano de Anna. Ah, ¡cómo deleitaban mis oídos esta clase de historias! Se me hacía divertido y genial cómo culturas tan distintas (y distantes) podían encontrarse con el sólo contacto entre dos personas, apareciéndose de ratos en cosas de lo más pequeñas, como el mate.

    Para el caso de Kakerucito en particular, pareció que un poco le ganaron por cansancio. El señor aquí presente terminó entregándose frente a la insistencia de Annita y Mamá Annita, y terminé reprimiendo una risa ligera cuando admitió que le había dado cosa compartir la bombilla con la segunda. Era una reacción bastante típica fuera de Argentina y Uruguay, y sobre todo en un país como éste, que tenía costumbres que se me hacían medio rígidas de a ratos. Kakeru terminó de relatarme su epopeya matera, un poco me quedé patinando en la sensación de que se estaba refiriendo a otra escuela a la que iba con Annita, lo que explicaba que fuesen amigos cercanos.

    —Y así fue como te metieron en un mundo del que no se puede salir —dije con una sonrisa y asintiendo—. El matecito es un viaje de ida para todo el que lo prueba, tanto como el dulce de leche.

    Me habría gustado hablarle de las maravillas de esa segunda delicia, pero fue entonces que Kakeru preguntó si era argentino. Negué con la cabeza entre risas, sin una pizca de burla.

    —Italiano, mio caro signor Fujiwara —corregí, tirándole un par de palabras en mi idioma natal sólo por la gracia—. Pero cuando era más peque, viví algunos años en Buenos Aires, la capital de Argentina. Ahí adoptamos el mate, junto con otras cosas como la pasión por el fútbol y su rock nacional —me reí—. Digamos que vengo de una familia de artistas que maneja una muy pequeña empresa de espectáculos, con mi papá y mis tres tías a la cabeza. Cada tanto elegían mudarse de país, por trabajo u oportunidades, y pues mis primitos y yo nos íbamos con ellos. Igual, mi viejo y las tías se las tienen que apañar con trabajos extras.

    Lo miré y alcé las cejas, divertido.

    —Espero que eso explique por qué estás ante un italiano que toma una bebida argentina en Japón —bromeé—. Mi amigo Gaspar, el que tocó la trompeta el día del evento de baile, diría que soy todo un remix.
     
    Última edición: 6 Octubre 2024
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    El asuntillo de la liga se iba a estirar un poquito más, lo supe por la forma en que Cay puso una carita de decepción exagerada… que un poquito se le diluyó en la sonrisa que terminó danzando en sus labios. Me alegró mucho saber que mis apelativos lograban traspasar la barrera de su personalidad recatada y terminaban llegando a su corazoncito. En mis palabras expresaba un cariño sincero, siempre. Y era maravilloso cuando alguien lo recibía de buena gana, era algo que se sentía como una dulce caricia para mi alma confianzuda.

    Logró conservar parte de la compostura inicial y, en una adorable queja, alegó que mi amuleto de la suerte debía ser un objeto más genial que la liga. Bien podría haberle replicado con que para genial ya lo tenía a él, poniéndole ojitos tiernos en el proceso, pero temí que el pobre no resistiera el Vero attack y terminara con las mejillas ardiendo de vergüenza. Como siempre digo, jamás hacía que las personas se ruborizaran con intención, eso me salía sin querer. Así que simplemente lo dejé ser, con mi propia sonrisa bailándome en la carita.

    Por otro lado, sus observaciones sobre el enfrentamiento del dojo fueron muy acertadas. Las respondí con asentimientos ligeros que hacían ondear mi blanco cabello, mientras me concentraba en cambiarme los zapatos. El comentario que hizo al final sobre mi tamaño y fuerza, lejos de incomodarme o algo por el estilo, me obligó a contener una risita enternecida en la que también, sin querer, se me coló una pizca bien diminuta de orgullo (¡nada excesivo, eh…!). Pero si no dije nada, fue porque Cay se había puesto un poco nervioso de repente. Para cuando terminé de acomodarme el calzado escolar y cerré mi casillero, observé que se rascaba la nuca con cierto apremio, y me pregunté si eso se debía a lo que dijo sobre mi complexión. Honestamente no tenía por qué preocuparse, que a una confianzuda como yo le caían muy bien los “excesos” de confianza de los demás. ¡Pero en fin…! Lo esperé con paciencia, sin meterle presión de ningún tipo y manteniendo mi suave sonrisa, la que al final pareció servirle para reaccionar… Aunque no me esperé para nada lo que hizo a continuación…

    Me extendió su brazo, como todo un galante caballero.

    Una sonrisa me iluminó el rostro, fue mucho más amplia y radiante que las demás, y en mis ojos hubo un destello de ilusión, sobre todo cuando escuché su voz toda formal llamándome “señorita” y ofreciéndose a escoltarme hasta el piso superior. Debo decir que también me confundió muchísimo que se dejara alcanzar de esta manera, considerando que hasta el momento había evitado incursionar demasiado en su espacio personal, por respeto a los límites que parecía tener al respecto. ¡Pero…! Fue mucho más poderosa la oleada de calidez que me recorrió el cuerpo, me embargó tanta emoción que tuve que llevarme una mano a la mejilla para absorber una buena parte de mi reacción.

    —Ah, pero qué dama tan dichosa soy ahora mismo —suspiré en un tono igual de formal, sin dejar de sonreír—. Cuide bien de mí, estimadísimo Lionheart.

    Enlacé mi brazo con el suyo, posando la mano en su antebrazo. Como no podía creer que de repente estuviésemos así de pegaditos, se me escapó otra risita contenida, donde se vislumbraba lo alegre que me tenía toda la situación. Apoyé brevemente mi mejilla sobre el hombro de Cay y, a la vez, le di una caricia liviana cerca de la muñeca. Ya que me habían dado esta oportunidad… había que aprovecharla bien, eh.

    —¿Vamos? —le dije, tras regresarle un poco de espacio, sin soltar su brazo.

    Recorrimos el pasillo inferior, subimos las escaleritas y aquí estábamos ya, en el piso de los kohais de primero.

    —¿Qué puede contarme mi caballero sobre sus últimas aventuras? —le pregunté entonces, que ya habíamos hablado mucho de mí— ¿Siguió haciendo rondas hasta altas horas de la noche, o el deber le ha permitido descansar más temprano? —bromeé, en referencia su mensaje de las tres de la mañana.

    Dije que iba a darle forma de cierre pero no se pudo, lo siento (?)
     
    Última edición: 15 Octubre 2024
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    En casa solía hablar de mis amigos con relativa frecuencia, en especial si cierto día pasaba tiempo con ellos. Estos días había vuelto a hablar de Altan, desde que lo llevé a casa para que habláramos, había mencionado a Anna también hablando con Nani y a Kakeru por el libro de comic y a Vero del día del dojo. Tío Vic, aunque callado, parecía contento cuando le conversaba de ellos. Era diferente cuando les mandaban saludos directamente, todos parecían alegrarse.

    Continuamos la conversación mientras caminábamos, entre los chismes y las risas Vero se acopló a mis intenciones cuando me enganché a su brazo. Sus caricias me hicieron sentir tranquila y mientras avanzaba mantuve una sonrisa en el rostro. Dijo que me tomaría la palabra, que ya había pensado en soltar las manos un poco y me reí por lo bajo. No parecía que fuese a rechazar a Vero en lo más mínimo, así que si él estaba dispuesto a ceder, ella tampoco tendría que contenerse todo el rato. Sonaba como un buen trato.

    —Parece ser muy sensible —dije respecto a Beatriz, también suspiré—. Le viene bien tener amigos que le den sorpresas pequeñas y cosas así o amigos y ya. Quién sabe cómo la habrá pasado en años anteriores.

    No había que usar mucho la cabeza para asumir, luego de su sinceridad, que recién ahora tenía amistades que incluso le hacían regalos y por mi propia experiencia, incluso podía llegar a pensar que en su momento podrían haberla molestado sus ademanes nerviosos y sensibilidad. Los niños podían ser crueles.

    De todas formas, no dije nada al respecto y me reí por el comentario de que me tenía a mí e incliné la cabeza para apoyarla en la suya un momento, Vero solía decir esta clase de cosas con normalidad. No por ello dejaban de ser muestras de la dulzura de su carácter. No contesté nada sobre eso en específico, seguimos nuestro camino y recibí la calidez de su sonrisa antes de que me respondiera.

    —Nos podemos apiñar como un par de pajaritos —comenté, divertida y se me escapó una risa por lo de acomodarme el cabello—. El dojo será entonces, si es lo que necesitas. ¿Volviste en estos días? Luego de que estuvimos con Laila, Koemi-chan y Ryuuji-kun.
     
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    Andar con Kohaku a cuestas no era precisamente mi plan de viernes, pero al menos no era tan terrible. El chico era delgadito y bastante más bajo que yo, había lidiado con cosas peores en otros escenarios. Hacerle de guardaespaldas a Frank más valía poner la palabra entre varias comillas, que no recordaba haberle salvado la vida ni una vez. Sólo me llamaba para cargar cosas de acá para allá, y quien dice "cosas", dice "personas".

    El pasillo parecía libre de obstáculos, y al salir del baño me cayó un poco de vergüenza encima. La gente iba a mirar, obviamente, así fuera por mera curiosidad, eso no quitaba que a mí me pusiera un poco incómodo. Alisha parecía estar tomándoselo con bastante calma e incluso humor, quizá por lo que ella también hubiera fumado. Me había dicho que ya lo había encontrado así de puesto, cosa de la cual no dudaba, y me pregunté si llevaría metiéndose hierba de a ratos toda la jodida mañana. ¿Cómo lo había hecho, para empezar?

    Seguí a Alisha hasta las escaleras, aunque en el proceso eché un vistazo dentro de la 3-1 y por un momento conecté miradas con Kou, quien frunció un poco el ceño al ubicarnos. Kohaku se removió en mi espalda, fue mínimo y lo miré de soslayo, pero seguía con los ojos cerrados.

    —O no causas ningún problema en absoluto o te desmayas en medio del receso —murmuré en voz baja, soltando una risa floja—. Nunca se sabe contigo, Ko.

    Recordé la preocupación de Rei cuando el imbécil había desaparecido de su casa cerca del aniversario de la muerte de su hermana y me pregunté si esta vez tenía motivos. Tenía que tenerlos, ¿cierto? Siempre existían, por mucho que se empeñara en fingir demencia. Existían y lo desbordaban tarde o temprano.

    La voz de Alisha me distrajo, quien giró el rostro y soltó el comentario de turno. Efectivamente el único pasándola mal aquí era yo, ¿eh? El halago, cumplido o lo que fuese me pilló bastante desprevenido y volví a acomodar a Kohaku con un brinco, no pudiendo evitar desviar la mirada. Sentí el calor en las mejillas.

    —¿Qué pasó? —pregunté, con la esperanza de desviar los tiros—. O sea, no qué estaba pasando en los baños, más bien... ¿te mencionó algo por lo que pueda haberse puesto así?

    Ko cuando fumaba tendía a parlotear un poco más, así que con suerte... Alcanzamos el pasillo de la primera planta y me detuve junto a la puerta de la enfermería, esperando que ella abriera para entrar.
     
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    Al parecer, mi asombro fue tan repentino que a su vez logró sorprender al muchacho, dejándonos a los dos en medio del pasillo en una escena que debía ser bastante cómica a ojos de alguien más. Por suerte para todos, estuve demasiado centrada en mi propio susto como para darle importancia a cualquiera otra cosa y, lo que era todavía más importante, me recuperé de la impresión inicial con bastante rapidez, lo que me había permitido acabar saludando al chico con (relativa) normalidad.

    —¡Me gusta como piensas! —exclamé tras escuchar su propuesta, incluso dando una palmadita que me dejó las manos unidas frente al pecho—. ¡Te voy a ascender de puesto, Kakeru! La gente con iniciativa recibe lo que merece en mi empresa —solté, repentinamente seria, y me crucé de brazos mientras asentía con total convicción.

    Era obvio que solo estaba soltando tonterías por soltar, y fue cuestión de segundos antes de que relajara de nuevo el cuerpo y renovara la sonrisa en su dirección. Lo invité a almorzar y él aceptó, haciendo que mi expresión se iluminase todavía más mientras empezábamos a bajar las escaleras. Estaba un poco nerviosa y un montón emocionada, y es que... ¡bueno! No todos los días podía pasar tiempo con un amigo de Kou. Akira no contaba por un montón de razones, ¡así que aquella era una oportunidad de oro!

    >>Uhm... —murmuré, llevándome una mano al mentón en gesto pensativo—. No estoy segura... siempre acabo comprándome un montón de postres y no me fijo casi nada en las opciones de comida —admití, dejando salir una risilla culpable al mismo tiempo, y poco después giré la cabeza para mirarlo con una nueva sonrisa—. ¿Tú sabes lo que te vas a pedir? ¿Tienes alguna recomendación que puedas hacerme~?
     
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    Gigi Blanche

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    De repente estábamos trabajando y al parecer mi propuesta le había agradado a la pequeña CEO de la empresa, vaya giro afortunado de los eventos. Su improvisación me hizo la suficiente gracia para reír, pero en su lugar contuve el impulso con tal de poder seguirle el juego.

    —Parece una empresa de grandes principios —afirmé, en un tono más formal—. Si le ha gustado esa sugerencia, señorita, quizá le agraden otras de las que tengo en mente.

    La verdad, no había esperado que su resolución del almuerzo fuera usualmente "un montón de postres", pero en cierta forma me hizo gracia porque... bueno, le pegaba, ¿no? Toda rosita y energética, como si fuese un algodón de azúcar. Al buscar mis ojos, alcé las cejas para recibir su pregunta y lo ponderé unos segundos, regresando la vista al frente. Para comer aquí no solía correrme de lo típico, fuese un sándwich, unos onigiris o alguno de los bento baratos. ¿Había algo que valiera la pena recomendarle a Riamu?

    —No soy un gran experto en la cafetería escolar —admití, desviándome por una ruta más segura—. Mi pequeña jefa, en cambio, suena a que sí se conoce la sección de postres al derecho y al revés...

    El tono sugerente de la pseudo acusación dejó bastante en claro mis intenciones.
     
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    Amane

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    Kakeru no pareció tener mayor problema a la hora de acoplarse a la tontería que me había montado en medio segundo, detalle que por supuesto solo logró que me emocionara todavía más con el teatro. Además, imaginarme de repente siendo la jefa de una gran empresa era bastante divertido; quería decir, ¿acaso no sería una jefa maravillosa? ¡Y bien linda, también! Le sonreí con orgullo a Kakeru, pues, y asentí un par de veces con la cabeza mientras lo escuchaba hablar, todavía cruzada de brazos en aquel momento.

    —¡Seguro que sí! Estoy convencida de que esta va a ser una comida de empresa tremendamente productiva.

    Después de eso le pedí recomendaciones para el almuerzo, y aunque pareció pensarlo durante un buen rato, al final admitió que no era experto en la comida de la cafetería y dirigió la conversación hacia mi supuesta experticia en los postres del lugar. Bueno, de supuesta nada... ¡era una gran experta en ellos! Tanto así que no me molestó ni un poquito que desviara los tiros de la charla; más bien todo lo contrario, para qué mentirnos.

    >>¡Claro que sí! ¡Los he probado todos y todos están riquísimos! Ah, ¡ya sé! ¿Qué tal si hacemos mi receso favorito? ¡Almuerzo de postres! —propuse, sin esconder una pizca de la emoción que estaba sintiendo ante la idea—. Consiste en pedirnos una tanda de todos los postres que queramos probar y comerlos. Mi recomendación personal es el warabimochi, los daifukus de melón y el tiramisú. Oh, ¡te invito a lo que quieras, por cierto! Pero a cambio me tienes que contar cosas de Kouchii que sepas. ¿Sabes lo difícil que es saber lo que le gusta? ¡Es un poco frustrante! Él lo tiene muy fácil para saber lo que me gusta a mí...

    No hacía falta ni aclarar que lo último había acabado sonando más a berrinche que otra cosa, y es que de nuevo había acabado haciendo un mohín de molestia al terminar de quejarme de aquello que era tan absolutamente válido para quejarse.

    el post del pasillo de abajo es mío con ri de la mañana so se siente raro hacer doble post ahora (?)
     
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    La niña me prestó la atención usual y asentí junto a una sonrisa satisfecha cuando repitió mis palabras. Hizo la pregunta directa, mis ojos se estrecharon un poco más y me permití alcanzar las puntas de su cabello, acariciándolas con suavidad antes de empujarlas ligeramente hacia atrás.

    —Claro, lass.

    Siquiera había pedido la opinión de Kenneth al respecto y era algo polémico estar invitando a su hermanita luego de la escenita de la 3-1 y el rellano, pero vaya, ¿qué más daba? Kashya me aceptó en su espacio, respondió y jalé suavemente de su mano. Al girar el cuerpo, busqué los ojos de Kenneth y le sonreí, apoyando la palma en su pecho. Tras eso empecé a caminar.

    —¿Por qué lo dices? —indagué, refiriéndome al motivo de que fuera tan evidente que esa película me gustara.
     
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