Aula 3-1

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
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    El comentario de Sasha de que le daría más pereza cumplir con el deber si el día estuviera lindo pareció dejar a Tora pensando, al menos esa sensación me dio a mí, su silencio pareció distinto y luego de unos segundos se desinfló los pulmones. Al final acabé yo pseudo-regañado, Sakai sonrió para sí y asintió con la cabeza un par de veces como diciendo "Sí, sí, ¿acaso olvidaste con quién estás hablando?" y yo, por la tontería, arrugué los gestos en algo que se pareció bastante a un puchero, no me duró ni diez segundos eso sí.

    Su apunte sobre que íbamos a entrevistar a un policía supuse que pretendió darnos algo que conciencia espacial de la que aparentábamos carecer, a mí el asunto me la traía bastante floja y Sasha parecía titulada en fingir demencia, al menos hasta ahora, pero la cautela de Tora nunca se pausaba y a veces se asemejaba mucho a la paranoia. Era cierto que los Sakai lo habían acogido, que ahora tenía comodidades y privilegios, pero seguía siendo un niño de las calles y eso nada se lo quitaría. Era más parecido a Shimizu que nosotros dos, al menos en su núcleo.

    —Siesta en la enfermería —dije como si hiciera falta más convencimiento—. ¿Cómo se negaría Tora-sama a ese gusto?

    Tora, aún sin cambiar de posición, había volcado su atención en la chica apenas se acuclilló y se había quedado esperando hasta que habló, pasó de mi existencia incluso cuando le hice segunda. Lo de no dormir de más lo hizo suspirar, decepcionado, como si esperara que lo dejáramos tirado durmiendo a sus anchas mientras nosotros nos comíamos otras horas de clase y finalmente reaccionó, enderezándose. En el proceso buscó la mano de Sasha, que había apoyado los dedos en el borde de la mesa, y al levantarse la ayudó a hacer lo mismo.

    —Ustedes son peligrosamente responsables, no pueden ver a un pobre acomodado, ¿cierto? —dijo bastante resignado—. No suena mal de todas formas, así luego puedo soportar a Rorin con algunas neuronas más en funcionamiento.

    —Me tratas como un perro de la calle. ¡Sasha tendrá que defenderme un día de estos!

    Mi queja, aunque impostada, fue muy dramática obviamente.


    te los puedes ir llevando cuando te parezca uwu
     
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  2.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Tuve que desinflarme los pulmones y juntar coraje antes de finalmente entrar a la 3-1. Estaba nervioso, era toda la verdad, y sabía que gran parte de la culpa la cargaba yo. Como solía ocurrirme, le había dado tantas, pero tantas vueltas al asunto que sus bordes se diluyeron y acabó perdiendo forma. Llegué a preguntarme si realmente me correspondía hacer esto, cosa que era, cuanto menos, una absoluta cobardía. Lo sabía. La mayor parte del tiempo sólo me excusaba. Podía decir que lo de ayer había sido extraño, podía insistir en que Kou era un tipo complicado, pero al final del día ¿quién se resistía? ¿Quién se empeñaba en combatir el pacto que habíamos establecido?

    Y era su cumpleaños.

    Una tontería que él siempre había desestimado, claro, pero su cumpleaños en fin. No me perdonaría ni en mil vidas fingir que se me olvidó, aún sabiendo que él no me reclamaría ni se ofendería nunca. Había algo dicotómico en su interior, una suerte de contradicción que oscilaba constantemente entre la soberbia y el menosprecio. Se creía merecedor de mucho y de nada al mismo tiempo, era la sensación que siempre me había dado.

    Estaba sentado en su lugar, comiendo su almuerzo como si fuera el único dentro del aula. Había cubierto el pupitre con un pequeño mantel, o una servilleta grande tal vez, y no despegaba la vista de la comida. La imagen me retrotrajo a su figura encorvada bajo los lavabos del baño, a un lado del cubo de basura, y a lo pequeño que había parecido siempre cada vez que lo recogí por su clase. Navegué el espacio y me senté con calma en la silla frente a él, estaba en eso cuando finalmente alzó la vista. Le concedí una sonrisa serena y su expresión, neutra, no viró en ninguna dirección. Tal vez hubiese una sombra de desconcierto, o tal vez me lo estuviese imaginando.

    —Feliz cumpleaños —murmuré, y algo en verbalizar esas dos palabras me quitó gran parte de la ansiedad del cuerpo.

    Kou me sostuvo la mirada y luego soltó una risa nasal muy ligera, depositando sus palillos sobre el bento. Cruzó los antebrazos, volvió a verme y finalmente sonrió. No había pizca de sarcasmo o soberbia.

    —Gracias —respondió.

    —No creíste que me lo olvidaría, ¿o sí? —lo piqué, más relajado, y su gesto se ensanchó.

    —Tú no te lo olvidarías, en todo caso lo pasarías de largo.

    —¡Jamás!

    Exageré la ofensa y él se rió en voz baja. Estábamos bromeando, pero fui consciente de cuán bien me conocía y... y también aplicaba a la inversa, ¿cierto? Conocía a Kou. Lo conocía muchísimo, ¿por qué seguía dudando de él? ¿Por qué mi cuerpo y mi mente seguían paralizándose de a ratos? No podía excusarme detrás de mi miedo y mi paranoia ni podía empeñarme en esperar lo peor de los demás. Aquí ninguno de los dos era trigo limpio. Tenía que confiar.

    —Te traje algo —agregué, alzando la mano que había mantenido baja hasta ahora.

    Deposité frente a él una pequeña bolsa de tela roja atada con una cinta blanca. Kou alzó las cejas y desenredó los brazos para hacer su bento a un lado y atraer el regalo. Lo manipuló con delicadeza, lo noté. Jaló del extremo del hilo, el nudo cedió y el envoltorio se derramó hacia los costados. Dentro había un muffin de arándanos y un papelito, y Kou decidió inspeccionar el segundo. Era un cupón, o un vale, o una gift card de la tienda donde solíamos jugar videojuegos en el 109 años atrás. Había comprado lo que en teoría valía para tres sesiones de dos horas.

    —¿No extrañas que te patee el culo en el Black Ops? —bromeé, mientras él seguía observando el papel.

    Una sonrisa brotó de sus labios, buscó mis ojos un instante y la jocosidad le permeó la voz. Sutil, breve, pero genuinamente.

    —La verdad que no —contestó, dejando el cupón en la mesa—, pero si tantas ganas tienes, ¿cómo negarme?

    La última vez que pisamos juntos la tienda de videojuegos había sido la tarde del karaoke, de la mentira y de sus acosadores. Era un recuerdo turbulento y amargo, había marcado demasiado al niño que era por aquel entonces, pero habían ocurrido tantas cosas desde ese momento y quería enmendarlo. Ni mi error ni el suyo, ni sus pecados ni los míos. Simplemente quería recuperar algunos de los fragmentos que perdimos en el camino.

    —Y esto no vas a negármelo, ¿cierto? —tanteé, empujando el muffin en su dirección.

    O al menos lo intenté, pues el mantel lo hizo tropezar y se volteó. Ambos soltamos una risa por lo bajo y Kou lo recogió, inspeccionándolo más de cerca. Siempre estudiaba todo a su alrededor.

    —Supongo que puedo hacer una excepción. ¿Lo horneaste tú?

    —Por supuesto, estimado, así que cuidado con las opiniones. —Moví los dedos—. Dámelo un segundo.

    Me miró, intentando predecir mis intenciones, pero aún así estiró el brazo. Sostuve el muffin sobre la mesa, la otra mano la llevé a mi bolsillo y le clavé una velita en el centro. Kou se echó ligeramente hacia atrás y chisté, anticipándome a sus ganas de quejarse.

    —Sin peros, jovencito —le advertí, divertido, buscando algo más en mi ropa—. No escaparás de esta.

    Saqué un encendedor y la pequeña llama se formó entre ambos. Sonreí, muy contento, y con ambas manos arrimé el muffin en su dirección. Estaba conflictuado, puede que incluso algo avergonzado, y con palmadas muy, muy suavecitas empecé a cantarle el feliz cumpleaños en voz baja. La risa se me coló en la voz de tanto en tanto, el mundo se había reducido a aquel pequeño momento y sobre el final tuve que improvisar.

    —... que los cumplas, Koucito...

    —¿Koucito?

    —¡Que los cumplas feliz!

    Empecé a aplaudir más rápido, ignorando su crítica, y él cedió y sopló la llama. Volví a reírme, contento, y removí la vela.

    —Ahora mi muffin tiene un agujero.

    —Ya deja de llorar.

    El bento, el cupón, el muffin y la vela. Repasé los objetos desperdigados sobre el mantel y hubo algo tan cotidiano, tan ordinario en la imagen, que por un instante me sentí realmente capaz de lograr esto. Sentí... que podía decírselo.

    —Ya no quiero hacer esto, Kou —confesé, mientras él organizaba el mini desorden que le había provocado, y alzó a verme—. Sé lo que pactamos, pero ya no quiero ignorarte ni hacer de cuenta que... que no me importas. Creo que aprendí muchas cosas desde el año pasado, ¿sabes? Creo que... me siento más fuerte, y si haré algo con esta fortaleza, quiero que lo primero sea devolverte el favor que me hiciste. —Solté una risa leve—. No estoy diciendo que saldré a anunciar nada con bombos y platillos, sólo... ir de a poco, ¿no?

    Su expresión se mantuvo un poco tensa y hacia el final suspiró.

    —¿Estás seguro de esto?

    ¿Lo estaba? Creía estarlo, al menos. La realidad era que jamás habría podido celebrar su cumpleaños manteniendo nuestra tregua, se me antojaba desde patético hasta asqueroso de mi parte. En cierto modo el tiempo se me había venido encima y sentí que debía tomar una decisión, pero no quería menospreciar mis intenciones por sus orígenes, sólo perseverar en ellas.

    —Sí, Kou —murmuré, y le sonreí—. Eres mi amigo, siempre lo fuiste y quiero que lo sigas siendo.

    Él aún lucía conflictuado, reticente, pero asumí que era una reacción esperable. Para jactarse de ser flexible y adaptarse astutamente a los cambios, lo cierto era que le costaba mucho correrse de las decisiones que tomaba. Hizo rodar la vela sobre sí un rato y eventualmente se vació los pulmones, cerrando los ojos un momento.

    —Está bien —accedió.

    Sentí una alegría que no me permitió leer más allá de sus reacciones evidentes, pues en mi cabeza lo había cargado con este peso egoísta durante casi un año y era lo único que ansiaba desaparecer. Mi sonrisa se amplió y crucé los brazos sobre su mesa, estirando el cuello sobre su bento.

    —¿Qué trajiste hoy para comer? —indagué, curioso.

    Kou siguió cediendo y me respondió, esa y todas las preguntas que le hice durante el resto del receso que pasamos juntos. Era el primero en tanto, tanto tiempo que se sintió nostálgico y agridulce, y quise convencerme de que, en el fondo, seguía siendo el niño que había conocido. Tenía que serlo.

    Confiaba en ello.


    sé que lo escribí yo pero estoy así

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