Pasillo (Segunda planta)

Tema en 'Segunda planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Ayer le había dicho a Beatriz que la bondad era una cualidad hermosa y era verdad de principio a fin, la reconocía en las personas que me rodeaban, en el afecto genuino que oía en sus palabras o encontraba en sus abrazos. Estaba en el amor de mi madre, el de mis tíos y de mis amigos más cercanos. Incluso si huía como estúpido, si me tropezaba, sabía que allí existía un cariño que superaba muchas cosas. La forma de ser de Verónica se asemejaba mucho a eso, a ese amor que reconocía en mis personas, y quizás fuese terco de mi parte resistirme tanto.

    Era un viejo hábito, nada más.

    Ella me dejó ser con mi pseudoberrinche por lo del amuleto y fue asintiendo a las observaciones que hice de su enfrentamiento con Matsuo, apaleando la inseguridad con la otra tontería. Puede que no tuviese sentido preocuparme por un exceso de confianza con esta chica, pero no quería molestar a las personas tan de gratis, al menos intentaba no hacerlo. Mi desvío fue ofrecerle el brazo y a la criatura la ilusión se le debía notar de aquí a la luna, la sonrisa y la chispa de ilusión fueron evidentes y sentí que lo de llevarse la mano a la mejilla fue una manera de regular su propia reacción.

    Me sentí un poco culpable porque sabía que se contenía, que evitaba tocarme demasiado o cualquier cosa porque ya había demostrado ser bastante vergonzoso, pero tampoco era física cuántica creía yo. Que el cuerpo me reaccionara así no implicaba en realidad que los gestos que recibía de parte suya u otras personas me molestaran, en realidad era todo lo contrario.

    Lo de siempre, bajo ciertas manos cedía con demasiada facilidad.

    —Pero por supuesto, ¿para qué estoy aquí si no es para cuidarla, señorita? —afirmé con convicción, hasta logré contener la risa que quiso provocarme todo el asunto.

    Enlazó el brazo, le dediqué una sonrisa bastante suave y su risa contenida hizo que cualquier reacción vergonzosa exagerada se borrara de mis sistemas. Sentí su mejilla cerca del hombro, la caricia en la muñeca y la mente se me desvió en direcciones contrarias, por una parte encontré calma en el contacto y por otra dudé si solo se trataba, una vez más, de un parche. Barrí la idea de un manotazo mental.

    Asentí cuando preguntó si nos íbamos y comenzamos a recorrer el pasillo hacia las escaleras. Ya en el pasillo de los de primero preguntó por mis últimas aventuras, hizo referencia al mensaje que le contesté a horas indecentes de la noche y respiré con cierta pesadez, no tenía un máster regulando mi ansiedad y la mente me trepaba por las paredes muy fácil. Me costaba quedarme dormido y seguía evitando los ojos de mi madre, que veían más de lo que me gustaba admitir.

    No contesté de inmediato, me limité a pensar, sin más, y relenticé los pasos aunque nunca me detuve del todo y continué avanzando. Alcanzamos la segunda planta y aunque dudé bastante, ladeé la cabeza hasta que sentí que encontré la suya. El rojo debió revolverse apenas con el manto de nieve y cerré los ojos un instante, confiando en que por ella no chocaríamos contra una pared. La posición era incómoda, así que no me duró mucho y al final busqué con la mano libre la suya, la que había enlazado a mi brazo, y la reposé encima.

    Y me quejaba de excesos de confianza.

    —Procuro hacer rondas más cortas. Mis aventuras no son demasiado emocionantes de todas formas —contesté sin dar ni una pizca de información real—. No creo sobrevivir una sola aventura caballeresca de verdad, si te soy sincero, soy más de limitarme a escolta a las personas que merezcan ser escoltadas.

    La estupidez me arrancó una risa liviana, cosa de nada, y seguí nuestro camino. Sabía que el paso de los días regresarían las piezas a la normalidad y podría volver a pegarme la cabeza al cuello.

    por acá cierro uvu me ponen muy suavecita, así que gracias de decirme de juntarlos en la mañana
     
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    Mi vista se deslizó de la pizarra al reloj que la coronaba en el instante que las campanadas del receso empezaron a repiquetear. Exhalé con algo más de fuerza, oí el movimiento creciente a mi alrededor y, tras algunos segundos siguiendo el ritmo de las manecillas, deshice mi postura. Bajé la vista al cuaderno, lo cerré y organicé el resto de mis utensilios. Dudé un momento si llevar el almuerzo conmigo y finalmente lo agarré.

    Miré alrededor, saludé a Kashya a la pasada con una leve sonrisa y salí al pasillo, virando hacia la 2-3; ya le había comentado que hoy no asistiríamos al club, ni yo ni Hubert, debido a la entrevista. No era mi estilo en absoluto trabajar sobre las fechas de entrega y asumía que el suyo tampoco, pero me había negado rotundamente a solicitar la ayuda de mi familia y coordinar con la agenda de un profesional viviendo tan lejos... A decir verdad, agradecía que nos concediera esta oportunidad. Me había salvado, así él lo desconociera.

    Me detuve junto al umbral de la 2-3, cosa de no entorpecer la circulación de nadie, y simplemente asomé la cabeza en busca de Hubert. Al dar con sus ojos, esbocé una pequeña sonrisa y alcé la mano libre, saludándolo.


    Bruno TDF a fingir demencia
     
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    Bruno TDF

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    La mañana devino en sus rumbos esperables, acordes al esquema de la rutina. Atendí a las clases con la serenidad de siempre, postrado ante las agujas del reloj que no dejaron de moverse, deslizándose en los círculos infinitos del tiempo, hasta que llegaron al punto exacto que desató el sonido de las campanas del receso. A mi alrededor se incorporaron la mayoría de los estudiantes, otros giraron las sillas hacia sus compañeros, listo para tomar su descanso. Por mi parte, me encargué de colocar sobre el pupitre una pequeña libreta de anotaciones, acompañada de su bolígrafo, y comprobé que mi móvil estuviese encendido. En la pantalla vi una notificación de un mensaje de mi padre, en el que avisaba que ya estaba en condiciones de comenzar con la entrevista, que esperaba nuestra señal; y al final, una disculpa de su parte.

    Me sonreí, a la vez que exhalaba un ligero suspiro.

    Lo más idóneo habría sido realizar su entrevista con más margen de tiempo, no en el día de la entrega, pero no era culpa de nadie. Los últimos días debió realizar una serie de viajes relacionados con el gran proyecto en el que estaba implicado, el del telescopio espacial. Su lanzamiento se había retrasado una vez más, con todo lo que implicó, y nuestra entrevista se postergó. Sólo podía hacerse hoy, por una cuestión de trabajo.

    Mediante otro mensaje, le repetí que no se preocupara. A su vez, le dije que me alegraba que pudiésemos contar con él; respondió con un sticker y dijo que nos esperaría. Guardé el móvil en mi bolsillo, volví a comprobar mis materiales y, justo al alzar la vista, vi a Bleke en la puerta. Su saludo me dibujó una sonrisa en el rostro. Como noté que traía su almuerzo, decidí hacer lo mismo: mi bento se sumo a la pequeña libreta.

    —Buenos días, Bleke, ¿cómo va todo? —saludé, una vez que estuve con ella—. Mi padre acaba de escribirme, dice que nos espera.

    Con un amable gesto de la mano, señalé el pasillo para que empezáramos a caminar juntos, en dirección a la sala de computadoras desde donde realizaríamos la videollamada.

    Hoy es Viernes de Fingir Demencia


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    La tremenda lluvia que nos inundó ayer debió ser por mi culpa, eh, que por lo general no era responsable con la escuela. El aguacero cayó justo después de que le pregunté a mi papá si no le apetecía echarse una vuelta por el Sakura el viernes, comentario sobre el que se quedó recalculando un buen rato, con la bombilla del mate en la boca, hasta que le conté con bombos y platillos en qué consistía el proyecto escolar del mes. La cosa le hizo bailar el entusiasmo por todo el espíritu, y ni hablar en cuanto dije que una de mis compañeras de grupo era la mismísima chica con la que compartí escenario en el evento de baile; si hasta mis tías quisieron disputarle el puesto de “persona entrevistada” con tal de conocer a Annita. Lástima por ellas, pero sólo el señor Ferrari calificaba para ser la estrella del proyecto, con esto de las materias y tal.

    Las clases mañaneras pasaron sin más, les puse onda hasta donde pude. El campanazo llenó los pasillos a la hora de siempre, y eso fue suficiente para que una buena parte de las energías regresaran a los músculos y me pusieran el esqueleto en movimiento. Oh, yeah, ¡por fin llegó el momento! Para ser honesto, tenía ganas de ver qué reacción tendría Annita al ver a mi viejo por primera vez: le iba a bastar un solo vistazo para entender por qué le decían “El Gladiador”. Las reacciones de la gente eran variadas; no es por ser malo, pero me entretenía bastante viéndolas.

    Salí de mi aula sonriendo con picardía. Bajo mi brazo volvía a lucir el equipo de mate, pero vale señalar que, en esta oportunidad, también llevaba un bento en mis manos, con unos buenos onigiris dentro. Me había gustado tanto mi almuerzo de ayer con Kakeru, esta fusión cultural definitiva, que se me apeteció repetirlo. Sólo me faltaba Kakeru; pena que no se podía por razones técnicas. Pero bueno, la cuestión es que, cargado con estas cosas, me aparecí en la puerta de la 2-2, de los más sonriente.

    —Annita, llamado especial para Annita —llamé, colocándome una mano en la boca para amplificar mi voz.
     
    Última edición: 16 Octubre 2024
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    Cuando la campana sonó aflojé el cuerpo entero y dejé caer el torso sobre la mesa y la cabeza entre mis brazos. La mañana se me había hecho pesada y eterna, seguía dándole vueltas a un montón de cosas y honestamente ya estaba cansada. No quería empeñarme en todo el rollo extraño de Jun, el tío de Shinomiya, los Hiradaira y mamá fingiendo demencia. Había algo, sin embargo, que me escocía. Algo que no lograba dejar quieto.

    Si Kou lo supo siempre, ¿tal vez Kakeru...?

    Eran amigos desde pequeños, ¿no? Había mucho que desconocía de su relación, pero a mis ojos siempre habían sido cercanos hasta el año pasado, claro, cuando Shinomiya los traicionó; eso, sin embargo, también me hacía ruido. No podía explicarlo o ponerlo en palabras, se asemejaba a una sensación que conservaba desde que los encontré conversando luego de la bonita fiesta de la desgracia. Aún habiéndose peleado justo después, sentía que... sentía que no se odiaban tanto como el mundo creía. Y no me hacía gracia. Era una idea que había ignorado y mantenido bloqueada bajo veinte candados.

    Pero ahora, por algún motivo, empezaba a resurgir.

    Por otro lado, ahora tocaba el proyecto. Repiqueteé el talón hasta que me sobrecargué y me puse en pie de golpe, estampando ambas manos en la mesa. Resoplé, me quité el cabello de la cara y empecé a agarrar mis cosas. Estaba en eso cuando noté la silueta en la puerta y miré, comprobando que se trataba de Markus. Llevaba el equipo de mate bajo el brazo y la sonrisa de siempre pegada al rostro. Me llamó tan fuerte que varias personas voltearon y solté una risa floja. Pillé la botella de agua y la bolsa donde había metido el bento con las gyozas de Al, las cuales había encontrado en mi casillero esta mañana mientras hablaba con mini Ishi. No estaba segura por qué se empeñaba en dejarme las cosas así en vez de dármelas en persona, ¿no era un poco extraño? Bueno, también estaba lo de la sala de música, claro... Tal vez quisiera mantener un poco de distancia.

    En cualquier caso, le escribí para agradecerle cuando llegué a mi clase y, aunque lo dudé, detuve mis intenciones ahí. Prefería no invitarlo a nada, pues prefería que no me viera la cara y que quizá se diera cuenta que pasaba algo. Era un entuerto demasiado complejo y demasiado enraizado al pasado, a eventos que no le concernían y personas que le costaba digerir. Mejor dejarlo fuera.

    Líos mentales a un lado, tampoco tenía el humor tan estropeado. Hoy había amanecido más tranquila y esforzándome un poquito podía funcionar sin problema. Me reuní junto a Markus en la puerta y ejecuté un saludo militar flojo.

    —¡Buenas, primo! —dije en español, y me incliné hacia su espacio para darle un codazo suave al equipo de mate—. Veo que vinimos full preparados, ¿eh? ¡Ese es el espíritu, así me gusta!

    Me reí ligeramente y empezamos a caminar.

    —¿Todo bien, che?
     
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    Vero tenía bastante energía y a eso le sumábamos lo cariñosa que era, así que el cuadro entre ella y Cayden más bien no se repetía con la frecuencia que uno estimaría, pero eso no le quitaba la gracia. Era como ver a un perrito y a una niña tratando de no espantarlo, pero sabía que ninguno de los dos tenía malas intenciones. Uno solo era reservado, la otra simplemente era transparente, pero luego de lo de la mañana me parecía que solo estaban en extremos contrarios de un mismo espectro.

    Ella asintió cuando le pregunté cómo estaba, notarlo me estiró la sonrisa y seguí contándole sobre la entrevista, tío Vic y lo de la mañana. Imaginaba que ya cuando nos sentáramos a almorzar podríamos conversar más a fondo de ciertas cosas, porque sabía que ella también tendría qué contarme.

    —Claro. Les daré tus saludos más tarde que llegue a casa —afirmé, sonriente—. Se me habrá pasado contarte, pero sí. Desde que nos mudamos aquí tío Vic venía con un contrato a firmarse en la empresa del padre de Al, trabaja allí desde entonces y se llevaban bien. Suelen ir a tomar algo algunos días a la semana.

    Seguimos nuestro camino hacia las escaleras sujetas de la mano, a Vero la ternura del pequeño chisme que le pasé se le notó en las facciones y se me escapó una risa floja. Mientras íbamos bajando la escaleras escuché su respuesta, bastó para hacerme reír de nuevo y solté la mano de la chica para entrelazar nuestros brazos, no era solo el regalito, encima de todo eso había peinado a Vero y luego tuvo un momento de caballerosidad salido de la nada. Suponía que todos teníamos días y días, e igual me pareció que era una señal para ella, una especie de "no saltaré por la ventana si me tocas".

    Puede que estuviera tirando demasiado de mi lectura del asunto y a veces mis lecturas eran un poco chuecas, eso lo reconocía. No conocía tanto al pelirrojo si debía ser sincera, pero algunas de sus actitudes no eran demasiado diferentes de las de Altan como había notado en el observatorio y eso servía un poco de línea base.

    —Antes le acaricié el pelo y no reaccionó mal, igual no hace falta ser tan... consciente con su vergüenza. Se le pasa bastante rápido y parece disfrutar de los mimos —reflexioné bastante al aire antes de volver sobre el asunto de la kohai—. El regalito se lo dejó a Beatriz, la niña de ojitos dispares. Se emocionó mucho, también tenía un regalo de otro chico de que tercero amigo suyo... Al parecer es la primera vez que le dejan cosas en el casillero, le hizo mucha ilusión, hasta se le aguaron los ojitos. ¡Fingí no darme cuenta!

    Busqué sus ojos luego de haberle contado eso y sonreí.

    —¿Dónde quieres que almorcemos, cielo? Elige tú el lugar, solo tenemos que pasar un momentito a la cafetería porque no traje nada de casa.
     
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    Hubo un pequeño destello de entusiasmo en mi expresión por todo el temita de hacerle llegar mis saludos a su familia. Si mal no recordaba, era la primera vez que las personas que formaba parte del día a día de Jez recibirían un mensajito directo de mi parte, transmitido a través de su dulce voz. Desde que nos hicimos amigas y empezamos a vernos más seguido en los recesos, una de las primeras cosas que Jez me contó sobre sí misma era que vivía con sus tíos, y que tenía unos primos pequeños. Desde entonces, y muy, muy de a poquito, fueron naciendo en mí las ganas de conocerlos; sobre todo a los chiquitos, que me podía figurar las sonrisas ilusionadas que pondrían al presentarles a Copito (con el debido permiso de los adultos responsables, claro está). En el medio de nuestra charlita, mientras la oía detallar la relación de su tío con la familia Sonnen, se me coló una idea pequeña, pero muy brillante.

    Después del examen de judo quería intentar hornear galletas nuevamente. Si esta vez no se quemaban y quedaban decentes, se las iba a dar Jez para que las compartiera en su hogar. Ah, y prepararía paquetitos especiales para sus primos.

    Nuestro viaje por los pasillos se condimentó con pequeños chismes, en los que Cay era el protagonista de diversas historias, una más cute que la otra. La risa de Jez, suave, vibró en el aire un par de veces, provocada por mis reacciones de ternura y por el aporte que hice a nuestro jugoso diálogo; escucharla era refrescante y me alegraba el corazoncito verla así, por lo mucho que la adoraba. Y también la conocía bien: porque, al sentir que soltaba mi mano, me anticipé a sus posteriores intenciones y acomodé mi brazo, permitiéndole así que se enlazara con soltura y comodidad. Esto me amplió la sonrisa, y aproveché la posición para seguir dándole caricias livianas, esta vez en su antebrazo.

    Cuando me contó que le había acariciado los rizos de fuego a Cay, se me escapó una risita baja, tan enternecida como el resto de mis admeanes previos. Los podía imaginar con suma claridad, la imagen se dibujaba muy nítida ante mis ojos. Bien podría haberle hecho el comentario de que mi leoncito andaba de lo más receptivo el día de hoy, pero Jez dijo que una no debía ser muy consciente con su vergüenza y pues… me dejó un poquitito pensativa. Asentí ligeramente ante la afirmación de que parecía disfrutar de los mimos, ya que esa fue una de las máximas impresiones que me había llevado hoy. La perspectiva de Jez tenía mucho sentido, porque no debíamos olvidar que Cay y yo, si bien simpatizamos con gran rapidez, todavía teníamos que seguir conociéndonos; descubrir más facetas de nuestras personas.

    Como ahora, que podía pensar su vergüencita desde un ángulo diferente.

    —Te tomo la palabra, eh —le dije a Jez con una sonrisita— Justamente, en la mañana me quedé pensando en que, quizá, estaría bien empezar a soltar mis manos un poco más.

    Seguíamos caminando, bien unidas, parlanchinas, con nuestros blancos cabellos brillando ante la claridad del exterior. En el medio se tocó el tema de la dichosa kohai, y al saber su nombre sonreí con cierto aire triunfal.

    —Imaginé que era ella —llegué a decir, risita mediante, antes de dejar que Jez siguiera dándome detallitos de esa historia; cuando contó que parecían ser los primeros regalos de Beauty y que le humedecieron los ojos, la ternura, más intensa, volvió a ablandarme el semblante— Ay, ¿de verdad llegó a las lágrimas? —suspiré, conmovida— Me alegra muchísimo por ella, me parece una chica muy dulce, con sus nervios y todo. Es bueno ver que tiene buenos amigos.

    >>Y, sobre todo, que te tiene a ti. Mi dulce y preciada lucecita.

    Le di un cariñoso apretón en la mano, sin dejar de tener nuestros brazos entrelazados. Recibí sus ojos cuando giró hacia mí, sonriéndole con inmensa calidez. Su pregunta me hizo mirar por las ventanas, poniéndome pensativa otra vez. Me lo pensé un buen par de segundos, porque el viento seguía medio bravo.

    —Me gustaría almorzar en el dojo, hoy necesito estar entre sus paredes —dije, con un airecito un poco solemne; me giré hacia Jez, para dedicarle una sonrisa tierna— Sé que el clima sigue intenso, pero puedo prestarte mi bufanda e ir abrazada a ti todo el trayecto, para que no te alcance el frío. Y cuando estemos dentro del dojo, te arreglaré el cabello a lo Cayden style —reí—. Eso, por supuesto, después de que te compres algo rico en la cafetería.
     
    Última edición: 17 Octubre 2024
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    Gigi Blanche

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    Ri-chan empezó a picarme la mejilla tras soltarle el reclamo disfrazado y cedí el cuerpo ligeramente en la dirección que ella me empujaba, riendo en voz baja. Claro que, teniendo los brazos enredados, ella se vino conmigo. Se quejó de que en teoría me habría tocado a mí invitarla y por supuesto que tenía razón, así funcionaban estas convenciones sociales, ¿no? Y me las conocía al dedillo. La verdad pura y honesta era que me había colgado en otras estupideces, otras chicas y otras distracciones, pero eso jamás se le decía a una dama.

    You kidding? —repliqué, alzando las cejas casi indignado ante su mohín—. ¡Tienes un jacuzzi! Mi casa es demasiado humilde para gente de la realeza, Ri-chan. Además, mi hermano está casi siempre.

    Ella no tenía esos problemas, por lo que había creído comprobar. El detalle de Matty no solía detenerme de invitar a Ali (o de que Ali se autoinvitara), pero eso era diferente. En cualquier caso, creía haber presentado una sólida defensa y suspiré, desenredando mi brazo del suyo para pasárselo sobre los hombros con suavidad.

    —Yo creo que esto se resuelve pasando otro finde juntos —propuse, y me detuve en el rellano entre el tercer y el segundo piso para girar el cuerpo hacia ella sin soltarla—. Además, no te voy a mentir, me muero por usar ese jacuzzi de vuelta. Ha sido mi sueño desde entonces.
     
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    Amane

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    Joey me arrastró con él cuando procuré empujarlo con el índice, logrando sacarme una risilla divertida que se acopló perfectamente a la que él también había soltado. Sabía que mi punto en cuanto a nuestra segunda cita era completamente válido, pero algo me decía que el chico no iba a dejarse vencer con tanta facilidad, por lo que me quedé esperando con cierta expectativa a recibir su respuesta; por supuesto, que sacara a relucir mi jacuzzi me hizo la suficiente gracia como para romper todo el teatro de mi decepción. Lo de que me comprara con la realeza me avergonzó bastante, por otro lado, pero la mención de su hermano me llamó tanto la atención que prácticamente olvidé lo otro al segundo.

    —¿Tienes un hermano? ¿Y vives con él? ¿Cómo es? —pregunté, genuinamente curiosa por saber... bueno, cómo era tener un hermano y vivir con él.

    De todos modos, no mucho después noté que Joey se desenganchaba de mi brazo, y aunque tuve intención de girar el rostro para mirarlo con los mofletes hinchados, todo eso se vio interrumpido cuando me echó ese mismo brazo por encima de los hombros. Volví a relajarme, permitiendo que una sonrisilla se me colase en los labios ante su conclusión final, y cuando se giró para poder encararme, no pude evitar que otra carcajada se me abriese paso.

    >>¿Por qué me da la sensación de que solo quieres venir por el jacuzzi y no para verme? —solté, negando ligeramente con la cabeza, y me di la vuelta para retomar la marcha, levantando las manos para rodear su brazo con las mismas y llevarlo conmigo—. Quizás este finde, dudo que mi padre se vaya a quedar en casa. Pero si voy a tener que poner mi casa y jacuzzi, tú vas a tener que ganarte mi favor también... cocinándome algo rico, ¿por ejemplo?
     
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