Interior Pasillo (Planta baja)

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 10 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

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    El sobresalto de Sasha no me paso inadvertido, giró el rostro de un movimiento y sentí que me miraba como a un fantasma, como si fuese un muerto sacado del ataúd y es que lo era. Me sentía como uno, tenía la memoria llena de parches e imágenes imposibles de conectar entre sí, no podía formar un solo recuerdo que fuese ordenado, que siguiera una cronología, algunos estaban perdidos y los que conservaba aparecían sin conectar entre sí. En consecuencia era mejor no intentarlo más y dejarlos como estaban, todos apiñados en una caja.

    Era un profesional en hacer la vista gorda una vez podía resetearme.

    Miré a Sasha de reojo, me pareció que presionaba los labios y continué con la caricia en su hombro, suave, casi como un arrullo. Sabía que no había forma posible de que no se preocupara, pero tampoco quería causarle un evento cardíaco ni nada, quería que creyera que estaba bien o tan siquiera que seguía vivo, con mucha dificultad, pero vivo.

    La muchacha de la máquina respondió que intentábamos sacar agua, ante lo que me permití un "Ya veo" de lo más serio, mirando el aparato como si fuese nuestro nuevo enemigo mortal. Igual la mención al botón me iluminó la neurona que, para mi sorpresa, conservaba algo de funcionalidad luego de haberle metido suficiente alcohol como para matar a un caballo.

    —Puede que el contacto eléctrico en el botón se haya ido a la mierda y ninguno de nosotros es electri-

    La tontería se me quedó pendiente, porque cuando quise darme cuenta tenía a Sasha encima. Sus brazos me rodearon el cuello, se aferró con fuerza y escondió el rostro, bastó el contacto para que me doliera el pecho y pensé en la forma en que me había encerrado en el armario de enseres, escuchando su audio en bucle como imbécil. Había sobrevivido la puta abstinencia de mierda oyendo sus audios como si estuviese loco.

    Solté el aire por la nariz, despacio, y rodeé su cuerpo con firmeza. Le dediqué una caricia amplia en la espalda que pretendió ser un consuelo y moví la cabeza como pude para poder darle un beso allí donde alcanzara, entre el pelo.

    —Ya estoy aquí —murmuré lo bastante bajo para que Miller no me oyera y no se tuviera que tragar tanto del numerito—. Estoy aquí.

    Le dejé otro beso, fue después que encontré la mirada de la chica que se había quedado sin saber qué hacer con su vida y le sonreí sin soltar a Sasha, fue un remedo de disculpa porque no debía entender nada. Aflojé una mano, apenas lo suficiente para poder escarbar por unas monedas, estiré el dinero en su dirección, señalé el botón de la limonada y le hice ojos de cachorro mojado, incluso si no me salían bien desde hace casi una década. A ver, para distraerla un poco del show al menos.

    —Respira, amor —susurré otra vez para Sasha, dándole una palmadita muy suave en la espalda.


    there's no way I'M ALREADY CRYING me poseyó arata también bye life

    pobre Abby tho JAJAJAJ *no la dejé irse*
     
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    Gigi Blanche

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    Realmente me daba mucha vergüenza pensar en todo esto, visualizarlo desde fuera, entre la frase que le había interrumpido a Arata y los testigos innecesarios. No era mi estilo en absoluto, y no me refería a las muestras de afecto públicas, sino a las evidencias de necesidad; pero cuando por fin pude agachar la cabeza, cerrar los ojos y reducirme al aroma de su cuello, su aroma en sí, cuando sentí que encontré un lugar donde esconderme del mundo, no logré darle importancia a lo demás. Sus brazos me rodearon, relajé los músculos y las lágrimas se me acumularon bajo los párpados, necias. Estaba bien.

    ¿Lo estaba?


    Ya no lo sabía.

    Recibí el beso entre el cabello, seguí enfocándome en su aroma y el dorso de mis dedos rozó su nuca, donde lo llevaba rapado. Quise imprimirme las sensaciones, aún sin saber cómo hacerlo, concentrarme tanto en ellas que de alguna manera se me grabaran en el cerebro. Su murmullo, la afirmación, me hizo darle un apretón con los brazos. Fue una queja silenciosa, aún no me creía capaz de hablar, pero ¿qué hacía consolándome? Se suponía que ese sería mi trabajo, se suponía que él...

    Ya qué.

    Noté que buscaba algo de su bolsillo y me seguí guiando por los sonidos que me alcanzaban. La chica, supuse, introdujo una moneda en la máquina y recordé que todavía llevaba su matcha en la mano. Con el primer impulso menguando me di cuenta que me daba vergüenza separarme de Arata y enfrentarme al numerito que había armado, pero tendría que hacerlo de todos modos.

    Retrocedí lentamente, sin romper el contacto por completo, y se me escapó una risa floja mientras me secaba algunas lágrimas con cuidado de no arruinar la máscara de pestañas. Parpadeé, aún sentía los ojos cristalizados y acuné su rostro con la mano libre. La otra quedó en su hombro.

    —Hola. —Fue una tontería, poder saludarlo me amplió bastante la sonrisa y le dejé un beso liviano en los labios—. Perdona. Me había mentalizado para buscarte en el receso, no ahora.

    Tenía en mente invitarlo al almuerzo con Rowan si era que lo encontraba en su clase y para ese momento ya había planificado toda la secuencia en mi cabeza, pero me había estropeado los planes. Acaricié apenas su mejilla con el dorso del pulgar y estaba por decir algo más cuando una exclamación de sorpresa, primero, y victoria después, pilló mi atención. Medio giré el torso hacia la chica y la máquina, sin despegarme completamente de Arata, y abrí grandes los ojos. Ondeaba, orgullosa, una limonada y una botella de agua en sus manos.

    —¿Qué magia usaste? —pregunté, junto a una risa.

    —La magia de la insistencia. —Se acercó, le extendió la limonada a Arata y hacia mí estiró ambas manos—. Juzga los métodos, no los resultados.

    Hicimos el intercambio, su té por el agua, y abrí la boca para agradecerle cuando ella retrocedió.

    Alrighty, los dejo tener su momento~ —Nos guiñó un ojo, divertida, y agitó la mano sobre su cabeza conforme se alejaba—. See ya!
     
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    Zireael

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    Quizás uno habría pensado que era ella la que debía consolarme, pero a mí no me lo parecía en realidad. Sasha se preocupaba por las personas, se preocupaba por mí y lo sabía, pero era la preocupación era una emoción que nacía del miedo, sobre todo en este contexto particular. Su reacción también estaba empujada por otras mierdas que no sabía y otras que, digamos, imaginaba. Esta chica iba por la vida aguantando, pero el trabajo que había aceptado y las cosas que oía... No era inmune tampoco. Jamás lo sería, no con esta personalidad. En parte por eso me resigné y en vez de pretender sacarla de la mierda, porque era irreal pretenderlo de por sí, solo le ofrecí la sombra.

    Era donde podía descansar.

    Percibí su tacto en la parte rapada de la cabeza, afiancé un poco el agarre en su cuerpo y respiré. Su cuerpo estaba tibio, el abrazo olía a ella y escuchar su voz sin que saliera de un teléfono me removió todo, no pude negarlo, pero tampoco iba a montarme aquí el espectáculo del siglo. Me limité a sostenerla, decirle lo que me pareció más normal o lo que creí que necesitaba y no le pedí que hablara ni nada.

    Cuando sentí que iba a separarse aflojé el agarre para permitírselo, ya habiendo distraído a Miller con la limonada, y la vi limpiarse las lágrimas. Después me acunó el rostro, cerré los ojos unos segundos y dejé ir algo del peso hacia su mano, tomando aire despacio antes de volver a mirarla, ya cuando se le había ampliado la sonrisa. El beso lo recibí con la naturalidad de siempre, me importó tres mierdas el público.

    —¿El receso? Seguro ya tenías el diálogo ensayado y todo, ahora te lo arruiné —bromeé despegando las manos de su cuerpo para llevarlas a sus mejillas.

    La exclamación de sorpresa de nuestra repentina chaperona me hizo girar el rostro en su dirección, alzando las cejas al ver que había sacado la limonada, pero también la botella de agua. Me vino en gracia que lo lograra, así que le dediqué un aplauso de reconocimiento y recibí la botella que en verdad no había pensado en comprar, pero pues ni modo, había tenido que pensar rápido.

    —¿Pero qué habríamos hecho sin la magia de la insistencia? —dije al aire.

    Sasha iba a darle las gracias o eso imaginé, pero la muchacha dijo que nos dejaba tener nuestro momento, guiño de ojo incluido, y me permití una risa antes de despedirla con un movimiento de mano. Ah, pero qué muchachita tan considerada, ¿cierto? Y nosotros aquí con todo el llanto y drama.

    Miré la limonada un momento, suspiré después y volví a Sasha, le eché los brazos encima con cuidado de no golpearla mucho con la botella, pero la estreché con fuerza. Al retroceder le ajusté la mano libre a un costado de la cabeza, le besé la sien y me quedé allí, solo respirando, procesando que podía tocarla y escucharla. Vaya, ¿de dónde para acá yo tan delicado de corazón? Ya no iba a poder molestar a un solo diablo por algo remotamente parecido.

    —Te extrañé —confesé desde allí antes de volver a abrazarla—. Te extrañé como un imbécil.
     
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    Gigi Blanche

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    Verlo cerrar los ojos interrumpió brevemente mis intenciones de hablar, me tomé aquel instante para mirarlo y mis facciones se suavizaron, lo noté. Mi pulgar lo acarició apenas, sintiendo el ligero peso contra mi mano, el contacto afianzado, y ya luego lo saludé en condiciones. Me parecía un poco criminal poder hacerlo recién hoy con todo lo que había ocurrido, pero había procurado dejarle su espacio e intentar no imponerme. No nos gustaba que nos vieran en la mierda, ¿verdad? Y cada quien la recogía a su propia velocidad.

    Murmuré un sonido afirmativo mientras asentía con la cabeza, enfatizando la razón que llevaba su deducción.

    —¿Sólo el diálogo? Ya ocurrió treinta veces en mi cabeza, me sabía hasta el color de tus calcetines.

    Luego, la chica consiguió las bebidas, hicimos el intercambio y se desvaneció, sin siquiera permitirme agradecerle. Ni modo, tendría que buscarla en otro momento. No parecía haberse molestado en absoluto, era una cuestión personal. En cualquier caso, cierto era que me aliviaba un poco habernos quedado solos. Cuando su silueta se alejó exhalé con pesadez por la nariz, pestañeé y regresé a Arata. Esta vez fui yo quien envolvió su espalda, lo estreché contra mí con fuerza y, con la mano libre, le conferí caricias amplias y pacientes. Cerré los ojos al recibir el beso en la sien y sonreí, respirando con más normalidad.

    Se quedó allí, mis manos se relajaron a los costados de su cintura y mi sonrisa se ensanchó al oír su suerte de confesión. Los ojos me ardieron un poquito, pero lo mantuve a raya y volví a rodear su espalda con fuerza, meciéndonos de lado a lado casi de forma perezosa. Frené mi lengua en el momento preciso, al recordar que Arata posiblemente no supiera de mi ausencia del viernes. Mejor mantenerlo así, ¿verdad? Ya suficiente me pesaba haberle mentido a Maze y ya bastante cargaba él encima.

    —Cada uno extraña como puede —bromeé de primera mano, lo dije en voz baja y giré el rostro para dejarle un beso rápido en la mejilla—. Yo también te extrañé, mi cielo. Un montón.

    A duras penas había conseguido quitarlo de mi cabeza, del frente de mis pensamientos. El fallecimiento en sí, lo poco que conocía de su familia, lo que Cayden me había contado y su ausencia forzada de la escuela habían palpitado y palpitado en frecuencias incómodas y parcialmente familiares. Recordaba a mi abuela aún, su mano pequeña y arrugada en el hombro tembloroso de papá. Recordaba sus espaldas frente a la tumba de Eloise. "No hay que morirse con los muertos", le había dicho.

    —¿Cómo están en tu casa? —busqué saber, encontrando sus ojos tras un rato—. Tu mamá y los niños.

    Bueno, niños. En verdad ya eran adolescentes, sólo era mi propia deformación de conceptos.
     
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    Zireael

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    Habría sido inútil que Sasha me alcanzara antes, de hecho habría sido inútil que lo hiciera cualquiera, recordaba con mucha dificultad haber dejado a mamá en casa, haber aparecido en Taitō y luego un parchón inmenso, hasta que desperté en el apartamento de Hikkun con la sensación de que me habían sacado el alma por la boca, ebrio todavía. No habría dejado que nadie más se me acercara, no había dejado que nadie me tocara además de Hikari y cuando Yuzu apareció para llevarme a casa le había dicho algo horrible.

    Que vivía en un cuento de hadas, que el amor no solucionaba una mierda.

    ¿Entonces prefería la pesadilla donde Hikari debía evitar que me ahogara?

    Era cruel e irresponsable, pero era mejor que nadie además de ellos me hubiese visto, que nadie le hubiese dicho todo a Sasha porque era inútil, cuando caía en ese estado no poseía control alguno y si le hubiese dicho o hecho alguna mierda a ella terminaría por volverme loco. Ahora tenía la posibilidad de contarle, pero lo haría yo mismo y eso, quise pensar, cambiaba algo. Incluso si no podía contar la historia completa porque me había anulado, el qué y cómo lo decidía yo, no el miedo de un tercero.

    Como fuese, le había jodido el diálogo ensayado mil veces para el receso, pero no me arrepentía en realidad. Cuando me dijo que hasta se sabía el color de mis calcetines me reí, encogiéndome de hombros, y dejé el asunto morir allí. Miller se desvaneció, las gracias de Sasha no tuvieron dónde caer y me hizo cierta gracia, pero también me alegró no tener que pensar mucho más en la vergüenza ajena ni nada.

    Al volver al abrazo me acarició, tuve que pasar saliva porque se me formó un nudo inmenso en la garganta y me dejé hacer con la docilidad de un niño. Cuando me separé para darle el beso en la sien sus manos se quedaron en mis costados, luego me abrazó de nuevo y la forma en que nos meció en el espacio hizo las veces de arrullo. Yo seguía sin saber de su ausencia, ella no me había dicho y Mason, aunque estuvo al borde de hacerlo, canceló la idea al verme medio muerto y ni siquiera me di cuenta que había asomado la cara en clase. Vete a saber hasta dónde era buena esa clase de ignorancia.

    —Yo confesando aquí mis grandes sentimientos por ti y me dices que te extraño como puedo —solté porque no perdía una sola oportunidad para quejarme—. Ahora no puedo creerme que me hayas extrañado, no.

    La estupidez la dije por decir, eso lo sabría ella y cualquier diablo. Quizás solo quería quitarle peso a una mierda que era lo bastante devastadora para acabar con la mente de más de uno, como había acabado con la mía en tiempo récord, pero es que no sabía hacer otra cosa. Una vez que forzaba a mis sistemas a volver a funcionar no sabía hacer nada distinto.

    A pesar de eso, cuando preguntó cómo estábamos en casa y cómo estaban los "niños" el pesar que sentí en el cuerpo se me filtró en la mirada. Mamá e Izu eran una cosa, pero lo de Sei... no podía sacarlo, resetearlo y convertirlo en el adolescente que apenas un año antes. Lo supe al verlo en el umbral de la puerta y al notar el cansancio en su rostro. Mi hermano había caído conmigo, había metido el cuerpo entero bajo la casa y el peso lo quebró antes de que pudiera sacarlo, justo como había pasado conmigo.

    Era imperdonable.

    —Es un desastre —admití tan bajo que no creí escucharme yo mismo, me despegué de ella y busqué sus manos para sostenerlas. De paso suspendí la mirada en ese punto de contacto—. Todos parecemos locos por diferentes motivos, no creo que valga la pena ni enlistar el primero de ellos. Mamá es la del problema más grande, es... Siempre ha tenido problemas de nervios, desde que puedo recordar.

    ¿Solo ella?

    ¿Quién había ido a matarse bebiendo?

    —Hacemos lo que podemos. Yuzu, la chica que te dije me había conseguido el empleo en Minato, llevó comida y cosas para la casa, así que al menos de hambre nadie se muere.
     
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    Gigi Blanche

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    Oírlo quejarse me arrancó una risa genuina del pecho y por estúpido que sonara (y lo mucho que me arrepintiera después) la verdad era que me alegraba verlo capaz de conservar su sentido del humor... por podrido que estuviese, y así fuera un mero mecanismo de defensa. ¿Qué más daba? Cada quien se las arreglaba como podía y yo, personalmente, también tendía a tomar las cosas con naturalidad, o quitarles dramatismo de encima, para funcionar mejor. A veces lo demandaba el mundo, a veces uno mismo.

    —¿No? —repliqué apenas dudó de mis sentimientos, y busqué mirarlo, con diversión contenida—. ¿Y qué puedo hacer ahora para convencerte? ¿Cuántos besitos te tengo que dar?

    Me daban igual sus mecanismos de defensa, haría lo mismo y le seguiría el teatro hasta donde hiciera falta con tal de distraerlo de su casa, de las imágenes que debía haber visto, de los sonidos que aún latirían contra sus oídos. Era lo que me habría gustado que alguien hiciera por mí hace dos años, lo que en Sydney, durante el divorcio, me había enseñado la abuela.

    Mi pregunta, sin embargo, presionó ciertos botones. Se notó en sus ojos, en su voz, y lo escuché con atención. Tomé aire con lentitud y lo solté con cierto alivio al saber que, al menos, había alguien externo pendiente de ellos. Con eso bastaba.

    I get it —murmuré, en voz baja—. Vi a papá pasar por procesos similares ya dos veces. Por muy maduros e independientes que nos creamos, la vida siempre se pone patas para arriba cuando el verdadero adulto se parte en mil pedazos. Da miedo, pero... pasa. —Le sonreí, apretándole las manos—. Va a pasar, Arata. Sólo necesitan tiempo y tú, tener la cabeza despejada. Por tus hermanos.

    No quería que sonara a regaño, no lo pretendía en absoluto, así que le acaricié la piel con los pulgares y agaché tantito el rostro, buscando sus ojos.

    —¿Les gustaron los pasteles del otro día? Puedo comprar más para que les lleves un día de estos.
     
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    Sabía que Sasha era la que menos se preocuparía porque pretendiera hacer la vista gorda, es más, ver que podía volver a ser el mismo imbécil de siempre debía ser un alivio y me quedó claro cuando una risa le abandonó el pecho, pues sonó genuina. Me siguió la tontería, como siempre, y me tomé un tiempo prudencial para procesar cuánto costaba esta falta de respeto, por decir algo.

    —Yo digo que te prepares para besarme todo el día —dije unos segundos más tarde, de lo más convencido de mi estupidez, y le dediqué una sonrisa.

    Imaginaba que incluso si era un alivio ver que podía seguir siendo el estúpido de siempre, una parte de sí me estaba distrayendo de la mierda. Sasha era esa clase de persona después de todo y no vi por qué resistirme, de por sí a mí tampoco se me apetecía volver a los huecos que tenía en la cabeza. Entre no poder recordar y hablar mierda, bueno, la decisión era clara.

    Igual le solté lo que le solté porque sabía que me escucharía y como le había dicho, no tenía problema en realidad en contárselo, no ahora que digamos comenzaba a resignarme al asunto en general. Sabía que en algún momento volveríamos a la suerte de calma que poseíamos, que solo se diferenciaba del estado actual de las cosas porque mamá, tan siquiera, no lloraba de repente.

    Escuché lo que me dijo, cerré los ojos unos segundos y fui asintiendo con la cabeza, despacio. Sabía que tenía razón, lo sabía y por eso mucho del caos era imperdonable, porque ya no era un mocoso de quince años, tenía diecinueve y debía tener algo más de control y decencia. Ahora no tenía caso pensar en ello, era inútil, pero tenía que haber resistido en vez de irme rodando por la colina mental.

    Abrí los ojos poco antes de que buscara los míos, la solté otra vez y volví a abrazarla, meciéndonos. La quería muchísimo, Dios, ni siquiera sabía cómo poner esa clase de sentimiento en palabras o cómo administrarlo, pero era lo que era.

    —Gracias —dije acariciándole la espalda con una mano—. Sé que estas cagadas solo necesitan tiempo, no hay nada que pueda hacer después de todo. No hay nada que podamos hacer más que esperar.

    Me había preguntado por los pasteles y la imagen mental fue bastante simpática, solo ellos sabían cómo se comían esa cantidad de azúcar sin atragantarse. Eran felices con bien poco, la verdad.

    —Tenías que haberlos visto, comieron como si tuvieran cinco años —murmuré en el abrazo, junto a una risa floja—. Ah, me dijeron que te diera las gracias, pero entre toda la mierda lo olvidé. No se enojarán si aparece otra grandiosa rebanada de pastel.

    Le regresé su espacio otra vez, llevé una mano a su rostro y le acaricié la mejilla con cariño, también medio que le saqué radiografía. Pobre chica, la miré como si quisiera sacarle fotocopia, en gran parte porque quería poder acordarme de su cara como no podía recordar otras cosas.

    —¿Cómo estás tú? De verdad, cielo.
     
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    Su resolución fue bastante predecible y, por ende, ya tenía preparada la réplica debajo de la manga. Fingí estar a punto de aceptarlo, con un asentimiento a medio camino, para de repente fruncir el ceño y mirarlo con indignación:

    —Eso significa que eres tú el que no me extraña —argumenté, muy seria—. Siempre soy yo la que te da besitos, ¡ahora no puedo creer en tu palabra!

    Eventualmente volvió a abrazarme y yo volví a deslizar los brazos por su cuello, luego de haber dejado el agua en el piso. Hundí los dedos en su cabello y se lo acaricié despacio. Me contó cuánto le habían gustado los pasteles a sus hermanos, que me habían enviado un agradecimiento, y sonreí.

    —Anotado —murmuré, a un volumen similar—. Prepararé el ataque con azúcar cuanto antes.

    Ahora tendría días tranquilos hasta el jueves, sería cuestión de pasar por el café regresando de la escuela y ya. Arata deshizo el abrazo, acomodó la mano al costado de mi rostro y presioné la mejilla allí suavemente, envolviéndola con mi propia mano. Me mantuve en sus ojos, sonriéndole, y le di un apretón liviano a sus dedos. No me gustaba el miedo que a veces encontraba en sus ojos, debajo de las bromas y la actitud de imbécil. No me gustaba pensar en los fantasmas, ilusorios, que debían desfilar ante ellos.

    I'm fine, baby —respondí sin dudarlo, y decidí condimentar la respuesta para que no pareciera demasiado vacía—. El... viernes me sentí un poquito mal, pero sólo era cansancio. Bueno, sigo un poco cansada, pero siempre recupero el estado estos días que no me toca trabajar. En definitiva, nada fuera de lo normal.

    Volví a sonreírle, le piqué la punta de la nariz con la mano libre y le dejé un beso en el dorso de la que se había mantenido en mi rostro al quitarla de allí. Volví a recoger el agua del piso y lo miré.

    Otra mentira a la bolsa.

    —¿Vamos subiendo?

    Era cada vez más fácil.

    por acá cierro con Sa-chan uwu7
     
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    Zireael

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    ¿Cómo era eso de que era yo el que no la extrañaba? Me ofendía grandemente, por supuesto, iba a ponerme a hacer una lista de manifestaciones de... de extrañar o como hubiera que llamarlas, para que viera que se lo estaba inventando. Fruncí el ceño, con molestia claramente impostada, y aunque no me detuve a hacer la lista, volví a abrazarla y eso valió de momento. De hecho la estrujé con algo de fuerza, solo por la tontería, antes de responderle lo de mis hermanos.

    —La próxima les tomo una foto atragantados con pastel, para reírnos un rato —comenté a lo del ataque de azúcar, puede que Sei me matara, pero valía la pena digamos.

    Cuando llevé la mano a su rostro ella presionó la mejilla allí, fue básicamente lo mismo que yo había hecho y sonreí con un dejo de ternura del que no fui consciente en realidad, pero barrió cualquier otra emoción de mi mirada. Puede que no fuese justa la manera en que preocupaba a esta chica o a nadie en verdad, incluida mi familia, pero tampoco podía anularlo y ya. Le había dicho que me ayudara, ¿no? Y era por este tipo de mierdas, por las cosas que escapaban de mi control y me noqueaban.

    Al salir, al menos sabía que podía volver a ella.

    Repasé sus facciones cuando me contestó la pregunta, me cuestioné hasta dónde cuando Sasha hablaba de cansancio era solo eso y no los ochocientos escenarios posibles en medio, pero tampoco iría a cuestionarlo en ese momento y en pleno pasillo. También debía dejar de buscarle la quinta pata al gato, eso era cierto, así que tomé aire y asentí con la cabeza, parpadeando cuando me picó la nariz. También me besó el dorso de la mano, por lo que volví a sonreírle.

    —Deberíamos agendar otra siesta en la enfermería —dije al aire, echándole el brazo sobre los hombros antes de empezar a caminar—. Por el bien de nuestras almas.

    Antes de alcanzar las escaleras la hice detenerse un momento, todo para besarla luego de soltarle "Para la que dijo que no la extraño". Uno no se olvidaba de esas ofensas, ¿cierto?


    y por aquí cierro con el pendejo, i missed them so much *sobs*
     
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    Bruno TDF

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    La abstinencia comenzaba a pegarme en todo el esqueleto, tenía que decirlo.

    Ya íbamos… ¿Cuántos…? ¿Dos o tres viernes? ¡Bueno, que tampoco hace falta saber contar! La cuestión es que los últimos viernes pasaron frente a mis ojos a un ritmo pausado y requete-lento, y con el sólo ruido de las muchachadas que se pasaban chismes por los patios y pasillos. A cada rato pensaba que a la cosa le hacía falta un cacho más de estruendo. Pero no pensaba hacer nada muy loco hasta hablar con Annita y recibir un detallado informe sobre su actual estado de salud, ni de lejos dejaría tirada a mi querida compañera de aventuras bailarinas. ¡Y bueno, ahí teníamos otra cuestión! Creía que lo mejor era hablarnos en persona, en vez de mensajitos y esas cosas.

    Pero llevábamos un pilón de días desencontrándonos.

    —Debería activarme y buscarla esta semanita~ —canturreé para mí mismo en los casilleros, cambiándome las zapatillas con movimientos rítmicos; una buena pista de música salía de los auriculares que rodeaban mis orejas—. O puede ser hoy, claro. Yeah, yeah, baby, oh sí~

    Le guiñé el ojo a unas muchachas cuya atención había atrapado con mis movimientos danzarines, luego de lo cual me fui derecho al pasillo para darle caña a la máquina expendedora, que hoy había despertado con algo de sed. Pero la idea de humedecerme el gañote quedó en un segundo plano cuando, a la altura del tablón de anuncios, detecté el perfil de una muchachita de cabello ¿rubio oscuro?, a lo que no reconocía de nada… Aunque, siendo justos, me la pasaba sin reconocer a la mayoría de la gente con la que no hablaba/bailaba, era malo para los rostros.

    Si la chica me llamó la atención, fue porque estaba quietítisima.

    Completamente quieta, con los ojos puestos sobre el tablón. Y eso, irónicamente, me inquietaba. ¡Es que mírala, toda tiesa, ni siquiera parecía parpadear! ¿Y si le había dado la garrotera, como al Chavo? Parecía una muñeca parada en el medio del pasillo. En fin, que también me dio bastante curiosidad, por lo que me acerqué a ella, mis pasos siguiendo un compás ligero pero bien sabrosón. Así, terminé parado a su lado con los ojos puestos en el tablón de anuncios, para ver qué tanto parecía interesarle. Ojeé por un encima un par de anuncios de clubes, títulos de avisos de qué se yo, y tablas con nombres que ni me molesté en leer, porque pronto giré la cabeza para mirar a la muchachita.

    Aquí debo confiesar algo: casi di salto cuando noté que ella se había girado hacia mí, desde mucho antes.

    —¿Se te ofrece algo? —preguntó, en un tono basta calmado.

    La miré con una sonrisa en los labios, entre divertido y curioso. La muchacha tenía una carita, digamos, muy neutral. Llevaba el cabello atado en un rodete bajo, sus ojos tenían el color de la miel y, para resumirlo, era bastante bonita. También muy atenta, eh, muy atenta: tuve la sensación de que ya sabía por qué me había acercado, uy, es que me observaba con cierta fijeza.

    —¿Quién? ¿Yo? —retruqué por la gracia, señalándome el pecho— Nada, te vi tan concentrada en este bello tablón, que me entró la curiosidad. Espero que perdones a este chismoso.

    Me miró sin decir nada. Hombre, era imposible saber qué pasaba por su cabeza. Mi aparición repentina no la había alterado de ningún modo, ni para bien ni para mal… Lo que igual me servía para quedarme a su lado, lo más pancho.

    —Bueno, creo que esto merece una presentación, ¿no te parece? —me reí— ¿Con qué nombre debería dirigirme a usted, mi estimada?

    Otro momento de silencio.

    —Melinda —dijo por fin, con esa voz tan suavecita y plana—. Melinda Frenerich.

    —Oh, Linda Melinda —sonreí, diciendo el “Linda” en español—. Ya está, creo que me hechizó tu nombre. ¡Ah! Yo me llamo Markus Atticus y me apellido Ferrari, como los coches.

    La Linda asintió. Fue un movimiento muy cortito de su cabeza, pero a mí me bastó.

    —Ferrari, Markus —pronunció, como pensativa; sus ojos regresaron al tablón de anuncios, alzó un índice y lo deslizó por una de las hojas que tenían esas tablas con nombres... hasta que se detuvo en una línea concreta—. Aquí estás.

    Fruncí las cejas.

    —¿Y por qué aparece mi nombre ahí? —pregunté, sin saber que estaba a punto de descubrir el mayor de los horrores.

    —Según esta información, hay un proyecto escolar en curso —reveló Melinda, volviendo a mirarme—. Consiste en realizar una entrevista grupal a un profesional. Creí que a estas alturas lo sabías.

    —¡¿Cómo?!

    No me lo pensé dos veces. Arranqué del tablón la hoja que Melinda señalaba y la leí a toda velocidad, casi pegándomela a la punta de la nariz. Alcé las cejas.

    —Uh, falta poco para la entrega, qué mal —exclamé—. Pero me toca hacer grupo con Annita, ¡qué bien!

    La Linda se quedó mirándome, con ambas manos sosteniendo el mango de su maletín. Su reacción más visible fue ladear la cabeza hacia un costado, mas no dijo nada.


    Ahí los dejo, a disposición de la comunidad uvu
     
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    Amane

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    Acepté su oferta silenciosa de subir juntos a clase de la misma manera, empezando a caminar a su lado sin la necesidad de añadir nada al respecto. Mientras avanzábamos en dirección al pasillo, el chico me contó que su grupo ya había hecho la entrevista y que él se había encargado de hacer la transcripción durante el fin de semana, por lo que el proyecto estaba prácticamente acabado para ellos.

    —Nosotros también hicimos la entrevista la semana pasada —contesté de vuelta, dedicándole una ligera sonrisa al girar la cabeza en su dirección durante un segundo—. Pero la grabación la hizo Miller-san, así que no estoy segura si lo transcribió ya o no. Tendré que preguntarle estos días para asegurarme, que parece igual de despistada que Ri para estas cosas... —comenté, con un ligero tono jocoso final que pretendía hacer ver que aquel no era un comentario malicioso.

    A medida que íbamos caminando por el pasillo, fui ralentizando apenas mi ritmo al acercarnos al ascensor, algo insegura. Tenía entendido que el muchacho prefería subir con eso antes que por la escaleras pero, claro, mis referencias siendo las que eran, ya no sabía si lo prefería por comodidad o por otros motivos. Sea como fuere, la verdad era que a mí me daba igual, así que quise darle el espacio a elegir de todos modos.

    >>Bueno... ¿y qué tal todo entre Ri y tú? No creo que tenga mucho sentido ignorar que es el punto que tenemos en común, así que...
     
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    Gigi Blanche

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    Hoy había amanecido de buen humor. O sea, no decía que fuera una ocurrencia atípica, pero como casi nunca me faltaba el hilito en el cual enredarme, al menos hoy me sentía más liviana y libre de preocupaciones. El calorcito seguro ayudaba, me daba muchas pilas para hacer cosas. Había llegado a la escuela totalmente absorbida en la música de los cascos, tarareándola y moviendo la cabeza acorde, y cuando noté a Markus en el pasillo decidí acercarme. ¿Por qué? No había por qué.

    Bajé los auriculares a mi cuello, avancé desde su espalda y cuando estuve detrás suyo mi mano quedó suspendida a centímetros de su cabeza. ¿Grupo conmigo? ¿Grupo de qué? ¿De qué estaban hablando? Bueno, al menos se había salvado de una buena palmada, ¡bien por él!

    —He sido invocada —proclamé con tono solemne, frunciendo el ceño, y al recibir sus ojos le sonreí amplio, alzando la mano—. Yo! ¿Qué se cuece por estos lares, mis camaradas?

    La chica era compañera mía, aunque nunca habíamos hablado y... tampoco recordaba su nombre.

    había dicho que no iba a rolearla, pero no había leído el post de Marquitos JAJAJA
     
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    Bruno TDF

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    Hombre, no puedo explicar la inmensa pereza que me cayó encima. No era el mayor amante de las tareas de la escuela, por muy nice que sonara la idea de juntarme con otra gente para hacerla ¡Seguro lo terminaba tomando como una salida entre coleguillas!

    Me quedé todo estático, mirando la hoja que tenía entre mis manos como si fuese un objeto maldito. En la parte de arriba se veía un pedacito de información sobre la actividad, que era exactamente lo que acababa decirme esta muchachita tan seria que ahora, sin que me diese cuenta, desviaba su mirada de miel hacia un punto detrás de mi nuca. Como yo no tenía ojos en la espalda, ignoré que una figura menuda se había parado detrás de mí, con el brazo en alto. Es que estaba concentrado en hacer una veloz lectura del papel; principalmente, de los nombres de mis compañeros de grupo. Me sorprendió encontrar el de Anna junto al mío, lo que me llevó a pensar que, al final… esto iba a ser una reunión entre coleguillas.

    ¿Y el proyecto? ¡Bien, gracias!

    Su voz, autoproclamándose como una invocación, me llegó tan de repente que alcé la cabeza con evidente confusión. A quien miré primero fue a La Linda, pero pronto advertí que ella, silenciosa como parecía ser, estaba con la atención puesta más allá de mi hombro. Giré con una ceja alzada y, nada más reconocer los mechones rosas salpicando esa cabellera negra, me apreté los cachetes con las manos, mientras ponía una carita de sorpresa. Medio teatral, medio en serio, vale aclarar.

    —¡Annita! ¡Dichosos sean los ojos! —exclamé, extendiendo los brazos a los costados como si fuese a abrazarla, pero pronto los bajé para responderle la pregunta— Oh, pues esta amable chica me acaba de contar algo tremendo. ¡Pero antes…! —ahora sí, me paré a su lado para rodearle los hombros con un brazo y señalé a Melinda con la hoja de la otra mano— ¿Ya conoces a Meli? ¡Porque yo acabo de hacerlo!

    La susodicha nos miró, con su carita impasible.

    —Asistimos al mismo salón de clase —aclaró hacia mí, para luego centrar su atención en mi compi de proyecto—. Me llamo Melinda Frenerich. Tú, entonces, eres Anna: la compañera de Markus en el proyecto escolar.
     
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    Gigi Blanche

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    La reacción de Markus al verme fue tan efusiva como la había anticipado. Se aplastó las mejillas, fingió mucha sorpresa y yo puse los brazos en taza, inflándome el pecho y alzando la barbilla con orgullo impostado, como si a mi espalda hubiera una capa de superhéroe ondeando al son del viento. Abrió el tema, lo dejó en suspenso y lo recibí en mi espacio sin problema alguno. Vi que llevaba una hoja en la mano, pero mi atención se desvió a mi compañera de clase.

    Ya había notado que era muy tranquila y silenciosa, me recordaba a Kashya, la amiga de Emi. Se presentó conmigo, aunque no podía prometerle a nadie que aprendiera a pronunciar aquel apellido, y resolvió que yo era Anna. Asentí, contenta.

    —¡En efecto! Soy Anna Hiradaira, ¡es un super gusto!

    Proyecto escolar. Apenas oí aquellas palabras sonreí con mucho entusiasmo y giré el rostro hacia Markus, empezando a decir un "¡ah, sí!" que a mitad de camino mutó al desconcierto y el horror. Verán, había leído hace mucho lo del proyecto y lo de nuestro grupo de trabajo, pero en ese preciso instante me di cuenta que lo había olvidado por completo... hasta ahora. ¿Qué día era? ¿Cuánto tiempo nos quedaba? ¿Ya nos habíamos pasado?

    —¡Ay, es verdad! —exclamé, como si hubiera visto un fantasma, y volví a mirar a Melinda—. ¿Hasta cuándo se puede entregar?
     
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    Bruno TDF

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    El tablón de anuncios dejó de ser objeto de atención después de mi primer día en el Sakura, donde con un primer y único repaso concluí que no había información que afectara, en profundidad, mi rutina escolar. Contenía datos institucionales, convocatorias a clubes, y hasta el aviso sobre un evento de baile ya transcurrido, que nadie se molestó en quitar. También había visto las instrucciones sobre un proyecto escolar en el que no estaba implicada, dada mi condición de estudiante transferida en fechas recientes.

    Hoy, mientras atravesaba el pasillo, miré fugazmente hacia los papeles. No existió objetivo ni una motivación específica para hacerlo, tenía más asumido que seguiría de largo Y todo eso se alteró cuando reconocí un apellido ruso, impreso en los grupos de tercer año, que me hizo detenerme.

    Sóloviov.

    Removió las aguas de mi memoria. Me retrotrajo a la fiesta de Fin de Año de la Black Stone Society, aquella que celebraba el inicio del 2018. Ellos aparecieron sin previo aviso, fríos como la misma Siberia: un padre y su hijo con ojos de cristal negro. Parada frente al tablón de anuncios, rememoraba ese evento, el cómo los líderes de la sociedad anunciaron formalmente que el apellido Sóloviov integraría el grupo empresarial del que éramos parte, asimismo, los Frenerich. Si la memoria no me fallaba, bastó para plantar la semilla de un conflicto, que germinaba con lentitud.

    La presencia a mi lado me arrancó de las cavilaciones. Se trataba de un muchacho alto, con un mechón rubio que le recorría el costado de la cabeza como un laurel desordenado. Su proximidad no tuvo el tinte de la casualidad, por eso demostré interés en saber qué quería de mí. En respuesta, habló con soltura, sin un ápice de formalidad. Dio pie a una invitación a la que correspondí por educación, y porque no vi motivos para negarme.

    Yo sólo fluía, como una brisa que no movía las hojas.

    Se llamaba Markus Ferrari. Su expresividad era tan intensa, que imaginé sería desconcertante para cualquier desprevenido. Como a mí no me afectaba en ningún sentido, permití que se desenvolviera a su manera. Ni siquiera parpadeé cuando halagó mi nombre, tan sólo me limité a señalar el suyo en el tablón, lo que lo hizo caer en un estado de contrariedad, sobre todo al saber del proyecto escolar. Fue allí que noté la mano que buscaba alcanzar su nuca, y luego a la chica que emergió desde las espaldas del muchacho.

    Por cómo se saludaron, intuí que debían ser amigos. A mi compañera de clase la reconocí, en principio, por el rosa que salpicaba su cabellera, puesto que era recíproca la imposibilidad de identificarnos con un nombre concreto. Fue Markus quien nos ayudó con eso en medio de su efusividad, permitiendo que me dirigiera a la muchacha como Anna. Ella mostró algo parecido a la alegría y asentí, silenciosa, cuando dijo que era un gusto conocerme. Acto seguido, también cayó en la preocupación al enterarse del proyecto y me miró, preguntando por la fecha de entrega.

    La miré unos pocos segundos, sin cambiar la expresión. Era un poco irónico que fuera la que mejor informada estaba, considerando que no me correspondía la obligación de entrevistar a alguien.

    —Hasta el 30 de junio —respondí por fin, regresando la mirada al tablón; no noté que Markus comprimió los ojos, como si le hubiese dado un infarto—. Sin embargo, han extendido el plazo: tienen hasta el próximo viernes para entregar su proyecto.

    —¡PERO, mi
    Linda…! —la repentina exclamación hizo que me girara con suavidad hacia el muchacho; seguía abrazando a Anna por los hombros, y apretaba el papel contra su pecho— ¡¿Por qué no empiezas por ahí?! ¡Que casi me da un patatús!

    Ladeé la cabeza ligeramente, otra vez, porque la última palabra se asemejaba a "Linda": parecía provenir de un idioma extranjero que no conocía.

    No sé si, a efectos tècnicos, en el tablón in-rol hay un aviso de que se extendía la fecha del proyecto. Pero lo dejo así porque me pareció divertido asustar a Anna (?)
     
    Última edición: 5 Agosto 2024
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    Gigi Blanche

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    La chica se me quedó mirando como si estuviera procesando la solicitud en su disco duro, hasta que de repente soltó la respuesta y a mí se me detuvo el corazón, o me golpeó el pecho como loco, o ambas al mismo tiempo. Abrí muy grandes los ojos y estuve a punto de soltar el "¡¿qué?!" más dramático de la historia cuando aclaró que habían extendido la entrega. Markus fue el primero en reaccionar, o en quejarse más bien, y bajo sus palabras solté el aire de golpe. Uf, Dios, me había vuelto el alma al cuerpo.

    —Menos mal. —Volví a suspirar, aliviada, y miré a Markus riéndome—. ¿Te imaginas que era hasta hoy? Tendríamos que haber sobornado a cualquier adulto que encontráramos literalmente en la puerta del Sakura, entrevistarlo, ponerle un nombre falso y entregar el proyecto, ¡todo en una hora! —Lo pensé unos segundos y volví a reírme—. Bueno, ahora que lo digo habría sido divertido.

    Parpadeé, lo pensé un microsegundo más y la sonrisa me iluminó el rostro, entusiasmada.

    —¿Hacemos eso el viernes?


    mi idea era cerrarlo pero mi tren de pensamiento se equipara al de Anna y bueno

    aún así, es probable que sea mi último post, así que es un cierre no cierre JAJAJA fue cortito pero me divertí infartándolos, thanks uwu
     
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    Bruno TDF

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    Lo más gracioso de todo, era que yo mismo leí que la fecha de entrega era este viernes. Pero fue escuchar a Melinda soltando lo del 30 de junio, y preguntarme se había entendido mal lo que decía en la hoja que seguía trayendo en la mano. No era raro que tuviese tropezones así, pues no prestaba atención a lo que leía. Además, La Linda parecía mucho más avispada con esos airecitos tan serenos y, qué sé yo, su palabra acabó ganando más peso… y a mí casi me dio un infarto. ¡Mira si me prohibían hacer más eventos en el patio, por irresponsable!

    Pasado el mal trago patrocinado por Melinda, a Annita y a mí nos volvió el alma al cuerpo, nos quedamos blanditos del alivio. Mi compañera de danza me miró y entonces se puso a imaginar qué hubiera pasado si, justamente, nos encontrábamos en el aprieto de tener que entregar la cosa ésta hoy mismo. Su imaginación voló, dibujando un plan maestro que me hizo reír con ganas.

    —Ah, qué pena —dije, tras recuperar el aliento—. ¿Sabes qué? Seguro teníamos éxito y todo, qué te digo.

    La vi parpadear, entonces sugirió ocuparnos del tema el viernes. Asentí con energía, pues su entusiasmo era contagioso.

    —¿Así que quieres dejarlo para último momento? Eso me agrada —sonreí, bromista—. Pues mira, te tengo una buena noticia: conozco a alguien que le va a emocionar la idea de ser entrevistado —alcé las cejas, por meter suspenso nomás—. Mi papá, que es profesor de Historia. ¿Y te cuento otra cosa? —esta vez bajé la voz y me acerqué al oído de Anna; otra vez, puro teatro por las risas— Le dicen “El Gladiador”.

    Me erguí finalmente, todavía sonriendo.

    —¿Por qué, te preguntarás? Lo sabrás cuando lo conozcas. Mientras, ¿qué les parece si seguimos charlando mientras sub…? —me interrumpí cuando, al mirar cerca nuestro, noté que Melinda no estaba con nosotros; ¡se esfumó como una fantasmita, uuuh!— Melinda no está, Melinda se fue~

    Suspiré. ¡Qué chica tan misteriosa!

    —Bueno, ¡le mandas mis saludos cuando entres al aula, eh!

    Por acá cierro yo también. Me alegró que me cayeras con Annita, muchas gracias uvu <3
     
    Última edición: 6 Agosto 2024
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  18.  
    Gigi Blanche

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    Joey 4.png

    Emily había decidido sumarse a mi juego, cosa que me sorprendió bastante pero, claro, ¿quién iría a quejarse? Solté una risilla cuando se ocultó tras mi espalda y amenazó a Sugawara con delatarlo. El tipo era un hueso muy duro de roer, sin embargo. Apareció un nombre que no ubicaba y que tampoco me importaba, pero por seguir tocándole los huevos indagué. ¿Su amigo en común?

    —Ah, no, ni idea. No conozco mucha gente de la 3-3... o no mucha que valga la pena, al menos~

    Eso me recordaba algo, ahora que lo había dicho, pero Emily desapareció tras proponer la piscina y volví a quedar a solas con Sugawara. Una sonrisilla entre divertida y satisfecha danzaba en mis labios y ladeé la cabeza, mirándolo con mucha atención.

    —¿Por qué sigues aquí?

    —No es que vaya a deshacerme de ti hoy, ¿o sí? —replicó, tan rápido y mordaz como siempre.

    Sharp~ —canturreé, riéndome en voz baja, y me encogí de hombros—. Valora mi amabilidad, Satsu-chan, con esos modales no creo que tengas muchos amigos. Te estoy ofreciendo una oportunidad dorada.

    —Ni por un remoto segundo podría interesarme ser tu amigo.

    —Entonces aprovecha el dulce tiempo con nuestra bonita kohai, ¿no que tienen un amigo en común? Tienes que portarte bien con los amigos de tus amigos, Satsu-chan.

    Lo dije con un puchero y él soltó una risa nasal, ácida. Emily regresó junto a nosotros, envolví sus hombros con un brazo mientras hablaba y comencé a guiarla hacia las escaleras. Le eché un vistazo al perro malhumorado, quien había hundido las manos en los bolsillos y se acopló al grupo. Tan gruñón y tan obediente~

    —Hmm, yo no sé mucho... —Recapitulé nuestras conversaciones del proyecto y le sonreí a la chica, cambiando de tema sin molestarme en regresarle la pregunta—. Por cierto, Emi-chan~ ¿Recuerdas las bolitas de chocolate del otro día? Una amiga las probó y le gustaron un montón, me pidió que le extendiera sus felicitaciones a la chef y todo. Ya tienes fans~

    Mi tono y mis maneras cambiaban por completo frente a una chica, era consciente y me importaba una mierda.
     
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  19.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Mi cuerpo se tensó ligeramente al notar el brazo de Joey sobre mis hombros, no tanto porque el gesto me hubiera incomodado, sino más bien porque la repentina cercanía me había pillado desprevenida y, por supuesto, el contacto me avergonzó hasta el punto de ruborizarme las mejillas. Pretendí disimular aquel detalle girando la cabeza hacia atrás, para así también comprobar que Haru nos estaba siguiendo, y una vez volví la vista al frente, más o menos fui capaz de controlar la vergüenza que sentía por la situación.

    —Oh, ¿en serio? —murmuré, levantando la vista para poder mirarlo durante un par de segundos, claramente sorprendida por aquella noticia—. ¿Fans? N-no creo que sea para tanto... ¡aunque lo agradezco mucho, claro! ¿No fue Welsh-senpai, entonces? Pensé que sería ella...

    Hice lo posible por ignorar el recuerdo que me vino de la escena que se había montado en los casilleros el día que decidí traer las bolitas de chocolate. Fue un poco raro todo y, para ser honesta, me avergonzaba mucho la manera en la que había reaccionado con el chico. Y sí, era consciente de que me avergonzaba por demasiadas cosas, pero no era algo que pudiese controlar... Sea como fuere, intenté alejar aquellas imágenes de mi mente y volví a intercalar, como pude, un par de miradas entre los dos chicos.

    >>Hoy solo he podido traer unas cuantas galletas de mantequilla. No tiene nada de especial, pero espero que os gusten...
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
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    Si alguien me sentaba un día a hacer una revisión exhaustiva de toda esta cosa era posible que siguiera sin encontrar un orden establecido que seguir, no que lo encontrara en nada en absoluto de por sí. Avanzaba y retrocedía, pretendía adaptar los tiempos a las personas, pero conforme se interconectaban, cuando los afectos se cruzaban, la sincronización se trastocaba, una cosa se atrasaba por esperar otra y entonces la cara del cubo Rubik quedaba de todos colores. Lo peor era que no recordaba haber podido armar más que una cara del condenado juguete en mis dieciocho años de vida.

    El nudo del estómago apretó al escuchar lo conciso de la respuesta, tuve que tomar los nervios y empujarlos, en un intento por mantenerlos a raya o de modular la necesidad de abortar la misión. Relajé la sonrisa hasta que se desvaneció gradualmente, mantuve las facciones relajadas y seguí su guía hacia el pasillo.

    —Suena mejor que los planes separados —dije a la combinación de las dos propuestas—. ¿De qué te gustaría el jugo? Invito yo.

    Me las arreglé para rebuscar en el maletín por el monedero sin dejar de avanzar, todavía girando mentalmente a pesar de que pretendía que no se me notara. Viendo esto me pregunté si la posible... incomodidad, molestia, las emociones que fuesen y que estaban justificadas que podía haber provocado que Anna supiera el asunto se estaba notando más aquí que con Al. Estaba ciega a otras posibilidades, pero no ciega a lo anormal de que no hablara tanto como de costumbre. Tampoco iba a forzarla a entrar en modo cotorra, no lo habría hecho jamás, pero comencé a imaginar que no había manera amable de hablarlo. Que tal vez era una tontería siquiera pretenderlo.

    Habría podido solo arrojar la bomba y que fuese lo que Dios quisiera, pero acertando al motivo del cambio o no, solo ignorarlo y seguir a lo que yo pretendía venir a hacer no era una opción. Hicimos el camino hasta la máquina y no traté de hacer small talk, me pareció forzado, así que cuando llegamos saqué las monedas para poder hacer la transacción.

    Dudé en la formulación de la pregunta allí frente a la máquina en pleno pasillo, porque ninguna de sus variantes parecía correcta. Traté de conectar con la templanza de tío Vic más que con la que consideraba propia y al hablar lo hice con la seriedad que ameritaba el asunto, sin pasearme por la calma ficticia ni las sonrisas que habrían dado la idea de que le quitaba peso.

    —¿Estás molesta, Anna?
     
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