Interior Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Las decisiones que tomaba casi nunca las pensaba para ser sincero, era me deleite, era algo que disfrutaba con todo lo calculador y observador, por encima, a veces podía ser un jodido dolor de cabeza, era algo que realmente no molestaba en aceptarlo. Ahora que estaba aquí con este chico me pensaba si no estaba haciendo que el humor que ahora se cargaba fuera más pesado.

    ¿Me importaba? No realmente.

    Escuche lo que dijo, por puro milagro comprendí las palabras que menciono en inglés, más no vi que decir a todo lo que dijo después, solo sonreí al escuchar el apodo salir de sus labios. Y claro, cuando menciono que saludara a la nobleza apestada por él, una risa nasal salió de mis labios.

    —No te preocupes, lo haré con mucho gusto —hubo un poco de ironía en mi voz, cosa que no quise, y ni oculte.

    La poca conversación había sido un poco entretenida, ¿no? Saque el móvil del bolsillo en lo que me direccionaba hacia las chicas en cuestión, al llegar al que suponía qué era el casillero de Anastasia me incline por encima ella al reparar en mí solo me apuntó con la mirada, eso produjo que Diekmann girará a verme, intercale mirada entre las dos.

    —¿Paso algo?

    —De donde viene la pegunta Regina di ghiaccio.

    —Tu mirada —intervino Eda—. ¿Qué hiciste Enzo?

    Sí, ellas me conocían demasiado bien, y sabía muy bien que reflejaba mi mirada aparte de la frialdad.

    —¿Tan malo me crees?

    —¿Malo? Eso no es algo que caiga por completo contigo Enzo —su mirada se tornó sería y sin dar permiso alguna demanda—. Ahora dime, ¿qué diablos hiciste?

    Reí.

    —¿Yo? Nada —murmuré con cierta tranquilidad—. Dunn les mando saludos —dejándome de rodeos, terminé de decirlo.

    —¿Te acercaste a Cayden? —su voz sonó con incredulidad.

    La miré dándole una respuesta más obvia, en su mirada vi toda clase de preguntas que sé que no quiso tomarse las molestias de preguntarlas, entonces como el saludo ya había sido entregado supondría que iría subiendo. Gire sobe mis talones sin necesidad de despedirme el móvil regreso al bolsillo en lo que caminaba con cierta calma la voz de Eda me alcanzo.

    —Es de mala educación dejar a las personas en visto Herr der Schatten

    Sonreí, solo alce la mano en forma de despedida sin dignarme a observarlas o algo.

    Holis por aquí cierro con el niño uwu.

    Para ser sincera tampoco creía que duraría algo, conociendo a Enzo, más bien pensaba hacer que se alejara despues de que mencionara la primera palabras(??

    Pero me divertí mucho <3. Gracias por aceptar que le caiga.
     
    Última edición: 1 Marzo 2024
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    A alguna hora de la madrugada, luego de haber estado trabajando un par de horas por la noche, el cuerpo decidió que era hora de declararme la guerra. Las articulaciones y los músculos empezaron a quejarse sin pausa, incluso cuando me metí medicamentos para el dolor no hubo forma de que pudiera conciliar el sueño hasta pasadas las cinco de la mañana cuando ya casi tenía que levantarme para ir a la academia. No me dio la vida y papá, que me había estado vigilando algunas horas, apagó la alarma antes de que sonara.

    Desperté como a las diez treinta, con las extremidades agarrotadas aunque sin dolor, y me enderecé lentamente. Comí, tomé agua y me debatí un buen rato si valía la pena ir a la escuela por las horas de la tarde. No había dormido tanto, pero sentí que tenía energía para poder ir o al menos intentarlo, en el peor de los casos me iba a tumbar a la enfermería y ya. No sería la primera ni última vez.

    Mamá había estado trabajando en casa en algunas piezas personalizadas, así que cuando me vio con el uniforme puesto se ofreció a irme a dejar a la escuela y accedí. Hicimos el viaje en silencio, cómodos el uno con el otro, y la vi tamborilear los dedos al ritmo de varias canciones de la radio. Tenía las manos manchadas de hollín y algo enrojecidas, pero seguían siendo sus manos. Las mismas que me habían cuidado cuando tuve las primeras crisis poco antes de entrar a la adolescencia.

    Me dejó frente a la escuela, la despedí con un medio abrazo y bajé del coche. Hice el recorrido por el patio frontal en cámara lenta, el sol me hizo sentir repentinamente cansado y al llegar al edificio me adentré en las filas de casilleros. Me cambié los zapatos despacio, pero el esfuerzo de doblar el cuerpo me revivió el aura distante del dolor en algunos músculos así que también eso lo hice lentísimo.

    Cuando terminé recosté la espalda a las taquillas, me dediqué solo a respirar y eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Estaba cansado de que mi día se limitara a esperar que mi cuerpo no hiciera cortocircuito, pero así eran las cosas.

    Así serían siempre.


     
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    El ruido de la campana me asustó más pronunciadamente que en otras ocasiones. Fue realmente vergonzoso, estuve a escasos milímetros de estrellar el pupitre con las rodillas debido al respingo que di. Mis manos se tensaron sobre la superficie lisa y fría, cerré los ojos para ocultarme de la mirada de los demás, y traté de inspirar profundo con el fin de apaciguar el bochorno que se estaba abalanzando sobre mi cuerpo. Pero el aire me llegó con torpeza, tembloroso. El calor en mi rostro fue lo primero que había percibido, por eso traté de anular mis sentidos para no dejarme atenazar por estos molestos nervios ante los cuales día a día luchaba... Hasta el momento no había logrado imponerme, pero seguía peleando contra mí misma porque no me quedaba otra opción. Si quería corregir todo aquello que despreciaba de mí, debía resistir cada angustia nacida de mis nervios, mis miedos y paranoias.

    Pero… Pero también tenía anhelos más concretos. Por eso estaba tan distraída últimamente.

    Pensaba en todas las personas con las que había hablado estos días. En mi casa estaban contentos… Sobre todo… mamá. Me hacía feliz haber sostenido tantas conversaciones en pocos días, era mucho más de lo que había logrado en mis otras escuelas. Si hace unos meses me hubieran dicho que querría volver a ver a alguien para seguir hablando, de ninguna manera lo habría creído. Pero esto era real... era real. Me provocaba una mezcla de miedo y esperanza.

    Quería volver a ver a Rowan, buscar a Jez en su salón y seguir oyendo a Katrina. P-pero… ¿tendría la capacidad necesaria para… para conectar un poco más con ellos?

    No sabía qué hacer. Los pasillos seguían provocándome pánico cuando era muy transitados. Los ascensores prometían ser una opción viable, aunque lo que me impedía usarlo era la probabilidad de compartir un espacio tan reducido con un desconocido y no saber con qué frases de cortesía corresponderle. Pensaba en todo esto cuando saqué mi bento y revisé uno de mis bolsillos, en busca de mi monedero…

    El cual no encontré.

    Mi corazón dio un vuelco. Introduje la mano con más ahínco, y la sangre se me enfrió en las venas. ¿L-lo había perdido? ¡N-n-no podía ser cierto! Nunca perdía de vista mi monedero. O, bueno, mejor dicho… casi nunca, porque hace poquito me lo había olvidado en casa. Fue entonces que esta memoria arrojó luz sobre mi mente alterada, pues recordé que había dejado el monedero junto a mis zapatos cuando me los cambié por la mañana, en los casilleros. Hasta el momento, creía que lo tenía conmigo.

    Con la cabeza gacha, descendí por las escaleras conteniendo la respiración, pues había bastante gente. Crucé el pasillo de la planta baja, cabizbaja y con pasos apresurados, esquivando a aquellos cuyos pies aparecían en mi campo de visión. No tardé mucho en dar con mi taquilla, la cual abrí con los latidos retumbando en mi interior…

    Mis pulmones se vaciaron en un largo suspiro de alivio cuando el monedero apareció frente a mis ojos. Era uno que imitaba la forma de la Planta Piraña de Mario Bros, tenía un cierre en zigzag con el que le abrías la boca. No era algo que hubiese elegido para mí misma, pero mamá me lo había regalado en mi último cumpleaños a sabiendas de lo mucho que disfrutaba de los videojuegos… Y, bueno, sólo conocía Mario Bros.

    En todo caso, tomé el monedero, cerré mi taquilla y me entretuve contando las monedas de su interior, para controlar que tampoco me hubiese olvidado el dinero que necesitaba para comprarme una botella de agua con la que acompañar mi almuerzo.

    Entonces lo escuché.

    Mi cuerpo se tensó al percibir movimientos provenientes de los casilleros de tercer año. ¿Ha-ha-había alguien más aquí, de entre todos los lugares… y e-en pleno receso? Miré hacia mis costados, como buscando una ruta alternativa que me permitiese evitar a la otra persona con la que compartía este espacio, pero no la hallé. Si quería irme, debía pasar por aquella zona. Sacudí la cabeza, intenté controlar mi ansiedad y, simplemente, di unos pasos lentos, pretendiendo no actuar como una chiquilla asustada.

    Al pasar junto a su línea de casilleros, lo reconocí. Su cabellera roja, su perfil de rasgos masculinos y su elevada estatura. Me detuve en seco, las monedas tintinearon dentro del monedero que permanecía en mis manos. Me quedé mirando a Rowan con una expresión más próxima a la sorpresa que a los nervios. Estaba recostado sobre su casillero, con los ojos cerrados y… ¿Le…? ¿Le pasaba… algo?

    —¿Ro-senpai? —musité.

    Me sentía confundida. A juzgar por su indumentaria y los objetos que traía encima, daba la sensación de que acababa de llegar a la academia. Pero… ¿Por qué?

    A
     
    Última edición: 3 Marzo 2024
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    La ventaja de todo esto era que había llegado justo cuando el receso estaba comenzando, al menos eso me daría tiempo de averiguar si podía lidiar con las clases antes de entrar al salón como tal, pero no dejaba de ser una cagada. Mientras estaba allí con la espalda recostada a los casilleros pensé que encima era viernes, así que deberíamos ir un rato a Tekné y lo mismo el fin de semana.

    Si no me quedaba energía podía enviar a Tora, lo sabía, pero el hijo de puta era demasiado brusco y a veces llegaba a decirme que había quedado peleado con alguno de los chicos por estupideces. En el barrio el filtro de Sakai para ser más o menos aceptable socialmente se desvanecía, así que su carácter se volvía terriblemente problemático. La violencia de Tora era buena para ciertas cosas, pero también era un obstáculo para otras.

    Aunque suponía que todas las personalidades tenían las mismas dificultades.

    El tiempo muerto permitió que la queja distante de dolor se desvaneciera y aunque mi cansancio no alcanzaba realmente el agotamiento, me quedé allí unos minutos más, solo pensando. Seguía trabajando en el brazalete que me había dejado Sasha, el primer segmento del prototipo con materiales de prueba no se parecía lo suficiente, pero había usado ese y algunas fotos de internet del original para tantear algunas dudas con mamá antier. Creía haber entendido lo que estaba haciendo mal, ayer había intentado corregirlo pero había avanzado poco como para decir se había logrado un cambio real. En cualquier caso, estaba pronto a conseguir algo.

    Sabía que tenía el potencial para lograrlo.

    En algún momento escuché pasos más cerca, lo suficiente para escapar el rumor de voces lejanas de los espacios comunes, pero no reaccioné hasta que oí el tintineo de las monedas. Enderecé la cabeza ya cuando la voz me había llamado, el "Ro-senpai" me alcanzó y encastré algunas piezas de mí mismo para borrar cualquier rastro demasiado evidente de cansancio más allá de la forma en que estaba recostado en las taquillas.

    —Bea —dije con suavidad al reconocerla y sonreí con genuina alegría, pues no la veía desde el invernadero—. ¿Te olvidaste algo en el casillero?

    Si no pues no tenía sentido que estuviera aquí a estas horas.
     
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    Su cansancio era notorio, incluso alguien tan torpe y poco avispada como yo podía darse cuenta de la situación. En el breve espacio de tiempo que transcurrió entre el tintineo de las monedas y sus ojos dando con mi presencia, me había parecido que la forma en que se recostaba sobre los casilleros no respondía a un mero relajamiento. ¿Tendría sueño? ¿Le había ocurrido algo para llegar a estas horas? ¡N-no tenía que implicar nada malo, ¿tal vez?! S-sin embargo, no pude evitarlo, una cuota de inquietud acababa de desembocar en mi fuero interno, incluso pareció a punto de sobreponerse a los nervios que casi me habían hecho huir de los casilleros. L-la verdad es que seguía nerviosa, p-pero no tenía que ver con él.

    La sonrisa con la que me recibió contuvo una alegría increíblemente auténtica, despojada de todo filtro. No fue una simple expresión de cortesía, eso también pude notarlo a pesar de la mezcla de sentimiento que tenía encima. Me trajo el recuerdo de cuánto se alegró cuando acepté su almuerzo en el invernadero, el día que nos conocimos, y por eso mismo me provocó una conmoción muy parecida a la de aquella vez. No estaba acostumbrada a tanta calidez, no supe que cara poner, pero… Pero… Una cosa estaba clara…

    A mí también me alegraba volver a verlo.

    Apreté los labios e intenté devolverle la sonrisa. Mas, no pude contra mí misma y todo cuanto logré fue que una comisura se me torciera tímidamente, de seguro esbozando una expresión ridícula. El rubor no tardó en extenderse sobre mis mejillas, y terminó por acelerarse cuando Rowan me preguntó si me había olvidado algo en los casilleros. Sabía que era un fallo común que compartíamos la mayoría de las personas, pero a mí me costaba lidiar con el bochorno que pesaba sobre mí, cada vez que caía en estos descuidos.

    Agaché ligeramente la cabeza para ocultar mi vergüenza. No obstante, no permanecí más de dos o tres segundos en esa posición, porque volví a alzar la mirada e intenté conectar con sus ojos. No sin algo de esfuerzo, porque aunque me emocionaba volver a verlo y a su vez me estaba preocupando por su cansancio, seguía siendo un
    chico.

    Batallé contra cualquier sensación incómoda, le sostuve la mirada y asentí. Me acerqué unos pocos pasos hacia él y le enseñé el monedero de Planta Piraña; de uno de mis antebrazos, pendía el bento que mi madre había preparado, envuelto en su pañuelo.

    —Dejé m-mi monedero sin querer en el casillero… Lo n-necesitaba para comprar una bebida… con la que acompañar mi almuerzo —expliqué en un tono tenue, con la mirada ya desviada hacia el mencionado objeto.

    Me quedé un pequeño instante pensativa, como meditando algo. Entonces alcé la cabeza hacia Rowan, busqué con rapidez la mejor forma de afrontarlo y, cuando mis labios finalmente volvieron a separarse, pretendí no sonar excesivamente preocupada:

    —¿Te sientes bien?
     
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    Me había dado cuenta demasiado tarde de su presencia como para fingir demencia a tiempo, me había visto recostado en los casilleros ya de por sí, pero nada que hacerle. Tampoco era que tuviera que desvivirme por fingir que no me pasaba nada, pero en general trataba de no preocupar demasiado a personas que no conocía todavía muy bien o algo así. Era un límite que trazaba entre las figuras ajenas y yo.

    Después de sonreírle noté que ella intentó regresarme el gesto, con todo y sus nervios, no lo logró del todo por supuesto, pero eso no importaba en realidad. Incluso en el almuerzo que habíamos compartido reconocía los intentos conscientes que hacía esta niña por corresponder la amabilidad y las emociones que recibía, incluso si estaba al borde de un pre-infarto y eso hablaba de su carácter.

    Se ruborizó con algo de rapidez, sentí que empeoró cuando le pregunté si había olvidado algo, pero yo no reaccioné más allá de mantener una sonrisa tranquila en el rostro y esperé. La vi agachar la cabeza, aunque no duró mucho así, fue capaz de alzar la mirada, conectar con mis ojos y sostenerse allí; asintió a mi pregunta, se acercó y conseguí despegar un poco la espalda de los casilleros para mirar el objeto que había dejado olvidado. Resultó ser un monedero de Planta Piraña.

    —Es muy bonito —resolví con sencillez—. Al menos no lo dejaste en casa. Una vez me pasó.

    Se había quedado pensativa, pero la dejé ser y cuando alzó la cabeza en mi dirección la miré, tranquilo. Me preguntó si me sentía bien, lo preguntó sin tartamudear una sola vez, y tuve que contener mi propia sorpresa, vete a saber si la preocupación le enderezó algunos engranajes o lo que fuese, pero habló con una claridad absoluta que jamás me habría pasado inadvertida. La sonrisa que me alcanzó el rostro entonces pretendió tranquilizarla, aunque también se me debió colar algo de ternura en el gesto y si no estiré la mano para darle una palmadita en la cabeza fue porque no quería matarla de un susto.

    —Estoy un poco cansado, no pasé una noche muy buena, pero estoy bien. No te preocupes mucho, Bea.
     
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    Asentí con timidez cuando me dijo que el monedero era bonito. Seguía pensando que un personaje como la Planta Piraña no se correspondía conmigo, pero conservaba este monedero por el aprecio que le tenía a mi madre; el comentario de Rowan tuvo su sencillez, ¿tal vez?, pero lo aprecié con creces porque sentía que al mismo tiempo valoraba su gesto. Pero lo que añadió a continuación me sorprendió: dijo que al menos no me lo había olvidado en casa, lo que me habría provocado un azote adicional de vergüenza, de no ser porque luego confesó que… le pasó una vez... Justo como a mí, hace escasos días... Debido a que su visible cansancio estuvo ganando terreno entre mis pensamientos, no mostré una reacción especialmente notoria. Pero la revelación de que habíamos pasado por el mismo descuido permitió que me sintiera menos mal conmigo misma, al menos un poco; me angustiaba demasiado cada vez que mi atención fallaba, incluso llegaba a tener pensamientos duros sobre mi propia persona. Pero se trataba de cosas que le pasaban a todo el mundo, yo lo sabía, pero aún me costaba asimilarlo.

    Seguía padeciendo un amontonamiento de pensamientos e inquietudes, nada nuevo. No obstante, el estado físico de Rowan había logrado atravesar una parte considerable de este torbellino y fue por eso que, cuando le pregunté cómo se encontraba, hablé con una fluidez impropia de mí. Mi voz se vio desprovista de su habitual tono tembloroso y tenue, surgió con nitidez. Porque estaba empezando a preocuparme por él, al punto de apartarme de mis propios problemas. Lo mismo me pasó el día que choqué a Jez y no supe si la había lastimado, mis temores sobre su bienestar me habían llevado al impensado acto de renunciar a la huida e iniciar una conversación con ella. Como le dije en aquella ocasión, ella se había convertido en mi prioridad; y ahora se trataba de Rowan, quien era… Bueno… ¿Sería exagerado definirlo como alguien especial sólo por ser la primera persona con la que almorcé en el Sakura? ¡C-creo que era j-justo deci…! ¿Decirlo así, tal vez? Es que, además, algo cambió tras ese encuentro que mantuvimos: me había animado a hablar con más gente, a pesar de mis miedos y dificultades. Y sentía que era gracias a él.

    Me mostró una sonrisa en la que me pareció ver algo parecido a la ternura, aunque no estuve plenamente segura. Su gesto tal vez buscó tranquilizarme, aunque sin éxito alguno. Permanecí con la mirada sobre su rostro cuando me confirmó su cansancio. Pidió que no me preocupara mucho al respecto… algo que lamentablemente no podría cumplirle, mucho menos a sabiendas de que había pasado una mala noche. Intenté contener mi angustia por miedo a incomodarlo. Si no actuaba con cuidado, sólo le añadiría malestar a su cuerpo... Él me había hecho sentir bien antes, yo deseaba lograr lo mismo.

    Lo cual sería una tarea difícil, porque… ahora estaba más preocupada.

    —E-está bien —respondí a su pedido, no muy convencida; mis ojos se desviaron hacia su casillero, y volví a hablar con una fluidez de la que no fui consciente— ¿Trajiste algo de almorzar? Puedo comprarte algo si hace falta… Creo que me alcanza —añadí, enseñando otra vez el monedero—. Y deberíamos… Sentarnos en algún lugar tranquilo… Un sitio donde creas que puedas descansar un poco... antes de las clases… ¿Tal vez?

    Era evidente que acababa de fracasar en mi intento de disimular la preocupación.
     
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    No tenía forma de saber que la chica conservaba el objeto incluso si sentía que no pegaba con ella porque era un regalo, pero en su defecto era algo que tenía sentido. Había objetos que conservábamos por su valor emocional, eran las fotografías, los juguetes de la infancia y los libros que no leíamos, eran los monederos de Planta Piraña, los llaveros y los souvenirs de lugares en los que jamás estaríamos. Los objetos se impregnaban del afecto de las manos que nos los obsequiaban, como las pinturas que absorbían las emociones de las personas que las creaban.

    Tampoco se me habría ocurrido pensar que el almuerzo que habíamos compartido había implicado que recibiera una suerte de empujón, quizás no lo supiera nunca, así como el hecho de que pensaba en mí como una figura distinta a las demás, especial por ese primer contacto, pero daba lo mismo. En la nitidez repentina de su voz encontré algunas suposiciones, ideas diferentes a la figura ansiosa que parecía ser Beatriz.

    Se había anulado, ¿no?

    ¿Se habría dado cuenta?

    Sabía que los pedidos de "No te preocupes" nunca cumplían ninguna función, le gente se preocupaba de todas formas, se angustiaban quisiéramos o no. La frase existía casi que para darle tranquilidad a quien la decía, no al preocupado, y no había mucho que hacerle. Era casi un protocolo social tácito que todos aplicábamos, que saliera bien o mal no estaba en nuestras manos.

    En este caso suponía que se quedaría preocupada igual o incluso más, ni modo. Tartamudeó una vez, luego regresó a la claridad absurda de antes e incluso en mi cansancio seguía almacenando esos datos en silencio. Era como si presionara un interruptor sin darse cuenta, cancelaba sus nervios y se enfocaba en la otra persona, que en este caso era yo, con una confianza sacada de vete a saber dónde. Fue capaz de preguntarme si traía almuerzo, se ofreció a comprar algo y hasta sugirió que nos sentáramos donde pudiera descansar.

    Esta no era la misma niña que dejaba caer sus dorayaki.

    —Traigo algo, aunque desayuné en casa antes de venir —contesté y eché un vistazo al interior de la academia—. Bajo el sol no me siento muy bien. Podemos sentarnos donde tú quieras, Bea, donde no haya mucha gente.
     
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    Gigi Blanche

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    Si le hubiese dado cinco minutos más, Kaia probablemente habría aparecido con una cubeta de agua helada en mi habitación. Despertarme, o en realidad hacerme mover el culo, fue una tarea tan imposible que logró irritarla incluso a ella. En el primer intento casi me fui de boca al suelo, su pequeño cuerpo me atajó y una risa me vibró en el pecho. Su suspiro fue evidente, demasiado.

    —¿Justo antes de un lunes? Muy inteligente, Yu —me regañó, lanzándome el uniforme colgado y planchado encima—. Lávate la cara y ven a la cocina, te sentirás mejor luego de comer algo.

    Hablaba demasiado para el dolor de cabeza que tenía. Agité la mano para que se fuera, ella obedeció de mala gana y me dejé caer sentado al borde de la cama. Clavé un codo en cada rodilla y me sostuve el rostro, con más ganas de morir que de desayunar. Resoplé, molesto, y eché un vistazo a mi lado. La mancha escarlata en la almohada ya estaba seca.

    Obedecí. Al ritmo que pude, pero obedecí. Finalmente aparecí en la cocina con el uniforme puesto y Kaia se me vino encima apenas me senté. Mordisqueé una tostada, comí algo de arroz y me quejé cada vez que ella acercaba el algodón a mi rostro. Ni siquiera me había molestado en mirarme en un espejo, pero por las zonas que priorizó intuí que me había cortado sobre el hueso de la ceja. La piel era muy frágil ahí.

    Siempre lo había sido.

    —¿Y bien? ¿Del uno al diez? —indagué, con una sonrisilla que la hizo suspirar.

    —Siete. Tuviste suerte de que no se te inflamara o serías un cinco.

    Colocó las tiritas, me sostuvo de la barbilla y me viró el rostro en todas las direcciones que quiso, hasta cerciorarse de que su trabajo estaba hecho. Yo fruncí el ceño pero no abrí la boca y la dejé hacer.

    —Entiendo que es difícil, Yu —murmuró, cerrando el botiquín, y el té me supo amargo—. De verdad, lo entiendo, pero tienes que tranquilizarte un poco. Dijimos que ahora todo sería mejor, ¿no? Permitamos que lo sea.

    La escuché sin mirarla, ella deslizó un vasito con pastillas en mi dirección y se incorporó, asumí, para regresar el botiquín a su lugar. Afuera las aves piaban y repasé los colores de los comprimidos en silencio. Los recuerdos de ayer eran borrosos, pero el vodka me seguía quemando, los puños patinaban sobre el sudor y me zampé el puto arcoíris con un buen trago de té. Igual había sido una buena noche, ¿no?

    Tenía idea de haber ganado.

    . . .

    El eterno viaje en coche me permitió espabilarme bastante. Kaia mantenía consigo una reserva infinita de agua y me abasteció tantas veces que ya me vi yéndome por el inodoro. Me alcanzó el guante que había olvidado, también, y poco antes de llegar acomodó su cabeza en mi hombro. Sabía que estaba preocupada por mí, no era como si no le diera razones, y la idea me pesaba un poco. Me sentía... bastante estúpido.

    —Juntos, ¿sí? Juntos vamos a superar esto —susurró, acariciándome el brazo, y dejé caer la cabeza hacia atrás; el cielo desfilaba por el techo vidriado—. Siempre lo hicimos y siempre lo haremos.

    Pero cada vez que parpadeaba, todo se ponía negro. Negro como su vestido, negro como mi traje, negro como el velo de mamá y sus tacones. Negros eran todos los paraguas y negro debería haber sido el ataúd, pero no me dieron el gusto. Por suerte había sido una ceremonia privada y la noticia la largarían en los próximos días, no sabía si habría sido capaz de lidiar con la prensa. El ejército no quería arriesgarse y nuestras lágrimas de cocodrilo consolidaron la historia. Qué vergüenza, ¿no? Mira si con los bombos y platillos algo se filtraba.

    Mejor enterrarlo en silencio.

    Borrar su nombre.

    Me cargué los pulmones de aire y, cuando el coche se detuvo, nos bajamos. Atravesamos el patio frontal en silencio y, alcanzando la sombra de los casilleros, Kaia me habló.

    —¿Has tenido novedades de ellos?

    La pregunta fue abstracta y su voz me sonó en una dirección ligeramente diferente. Seguí su mirada, di con Sugawara y nos dispusimos cada uno en su casillero, manteniendo la conversación mientras hacíamos el cambio de zapatos.

    —Aún no. Qué considerados, ¿no? Respetando el tiempo de luto.

    —Me preocupa un poco lo que puedan pedir.

    —No creo que se arriesguen demasiado. Les interesa Nerima y les interesa nuestro clan, sea por el motivo que sea, y eso al menos debería mantenernos lejos de la calle.

    —Nosotros, sí, pero ¿y los chicos, Yu?

    Me sonreí con ligereza. Los chicos habían nacido en la puta calle de por sí, entre bolsas de basura y callejones húmedos. Sabían sobrevivir, sabían moverse y ahora, gracias a sensei, sabían pelear. Gracias a Kaia, sabían esconderse. Y gracias a mí, sabían elegir los desastres. Nos habían formado como soldados fantasma y como soldados fantasma formaríamos al resto.

    —No nos pasarán por encima, Kai. —Me giré hacia ella y busqué tranquilizarla—. Llegamos demasiado lejos, ahora sólo queda velar por nuestros intereses. Y lo haremos. Juntos, ¿no?

    —Juntos —afirmó ella, y esbozó una pequeña sonrisa.


    qué vergüenza, no planeaba que esto quedara tan largo JAJAJA

    bueno, pues nada, ahí quedan los primos
     
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    Zireael

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    Amane Cayden le dejó galletitas a la Emiliana en el casillero, como prometió cuando Anna le cayó en el pasillo. Just for u to know uwu *c desvanece*
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    Cuando me bajé el plato de comida el otro día, con mi padre mirándome como un puto vigía, entendí que si tenía que meterme el alimento a cucharadas iba a hacerlo. Si tenía que obligarme a beber, a levantarme y a recoger mi desastre también lo haría; en su figura estaban condensadas cualidades que no pertenecían a los Sonnen. Las había tomado de la abuela, de mamá y de quién sabe quiénes más. Su amor era inmenso, estable e increíblemente poderoso, incluso si estaba hecho del mismo metal que yo. No creía conocer algo parecido.

    Mi madre, por otro lado, era mucho más resentida y seguía sin hablarme. Me evitaba por las mañanas, por las tardes y evitaba salir a los pasillos por la noche, como si toparse conmigo significase el fin del mundo. Ni siquiera el viernes, ya con el cuerpo más estable por las comidas que mi padre me había puesto delante, pude reclamarle algo de su distancia. Le había pedido que me dejara en paz si no creía en mí.

    ¿No era igual que pedirle que solo me dejara morir?

    Cuando había luchado tanto por mí.

    Lo mío había sido un acto de crueldad absoluto surgido de un lugar que era frío y oscuro, quizás debí buscarla para disculparme, pero no encontré la valentía en mis cajones y sentía el cerebro todavía demasiado lento para ello. Debería intentar arreglarlo en algún momento de la semana, lo sabía, no era algo que solo pudiera dejar allí, ya había quedado claro que eso no servía en ningún escenario.

    En cualquier caso, ayer en la noche papá me vio limpiar la habitación a velocidad de tortuga, pero cuando terminé accedió a que volviera a la escuela. Supuse que ya no tenía tanta cara de muerto ni parecía que me iba a ir de cabeza al piso si me tocaban, seguía sin estar a toda potencia en lo absoluto, pero mi estado le pareció estar dentro de la curva estadística normal como para dejarme seguir con mi vida.

    Cumplió su promesa, me sacó de la cama y me ayudó a preparar un almuerzo bastante sustancioso, dicho fuese de paso. Picó algo de carne de res, también pollo y me dio indicaciones para que lo condimentara sin arruinarlo y para que no lo quemara al cocinarlo; mientras tanto puso el arroz fresco en el bento, que lo habíamos puesto a cocinar antes que la carne, también unas verduras hervidas, aunque las arregló con mantequilla, pimienta y ajo.

    —Vas a echar humo —dijo mirándome darle vueltas a la carne en el sartén, mucho más concentrado de lo que exigía la tarea—. No es tan difícil, ¿o sí? Ya, sácalo que se quema. Que se quema, Al.

    Sorry, I was spacing out.

    Mi defensa fue bastante pobre, pero quité la comida del fuego y acomodé todo en la sección correspondiente del bento, donde ya estaba lo demás. Él me alcanzó también una taza más pequeña, varias frutas de la nevera y unos minutos después de lavarlas y cortarla las que lo requirieran las guardé allí, era una mezcla de fresas, uvas verdes, melón que solo Dios sabría cuándo habían comprado y gajos de mandarina, de la mandarina esta de Japón, mikan.

    Cuando estaba poniéndome los zapatos para irme en un Uber, porque ya en metro no llegaba, papá me detuvo y me entregó un sobre blanco, era un poco más pequeño que los sobres corrientes y en su interior se notaba una hoja doblada. Parecía haberlo cerrado a las prisas y al ver sus manos me di cuenta que tenía una mancha de tinta en un dedo, como si al tapar un lapicero hubiese fallado.

    —No lo abras. Es para ella, solo para ella, ¿entiendes?

    Fruncí el ceño, pero accedí y me lo guardé en el bolsillo. Él me miró una última vez, suspiró y consumió el espacio para darme un abrazo, sentí sus dedos hundirse en el cabello de mi nuca, algo más corto, y respiré algo más lento. No me había dado cuenta de que estaba nervioso hasta que me tocó, así que cerré los ojos, me forcé a tomar aire de diferente forma y le agradecí antes de liberarme de su agarre para irme.

    Al llegar a la academia volvieron a caerme los nervios encima, me quedé en la entrada un rato y tuve que respirar de forma consciente una vez más. Crucé el patio frontal, pasé a los casilleros y me metí en la fila de los de segundo, al entrar vi a Cayden cerrando una taquilla, que no pude leer pero era la de Hodges, luego fue a la de Anna y metió allí una bolsa transparente con galletas. Tenía puestos los audífonos, así que cuando me acerqué el pobre desgraciado casi sufre un infarto. Dio un respingo y me miró, listo para correr o dejarme ir una hostia, ni él lo sabía.

    Dear Lord, resucitaste —dijo quitándose los auriculares, forzándose a calmarse, y me observó como si me fuese a sacar radiografía—. Te ves mejor. Te obligaron a parar el carro, ¿no? Bah, me da igual. Procura no volver a cagarla, que la angustia no me alcanza para varias personas juntas.

    Fruncí apenas el ceño, extrañado con lo que dijo, pero no opiné al respecto y me zafé la mochila para poder sacar el bento y la taza de frutas. El niño había pretendido seguir andando, pero apenas unos pasos más allá trastabilló y se detuvo.

    —Me porté horrible con varias personas durante varios días, algunas importan más que otras. —Las palabras se le debieron enredar en la cabeza, porque dejó de hablar un instante—. Como sea, fui un desgraciado contigo también. Lo siento... la verdad es que no me debes nada. Nunca lo hiciste.

    Ni siquiera me dejó pensar una respuesta, se fue supuse que en dirección a los casilleros de tercero y yo me quedé allí con las cosas en la mano, de lo más confundido. Había pasado de convocarme como quien invoca al diablo y mandarme a arreglar mis mierdas a solo disculparse. Supuse que le habían sacudido el piso, para variar, y me quedé con esa idea sin más porque no tenía tampoco energía como para desperdiciarla en sus arrepentimientos.

    Él tampoco me debía nada, al fin y al cabo.

    Acomodé el bento en el casillero, la taza también, luego coloqué el sobre que me había dado papá encima y vi que las galletas tenían un post-it con la letra del chico, decía que eran las galletas frescas que había prometido. Esta clase de cosas alegraban mucho a Anna, ¿no? Mira que de repente hasta Dunn era más detallista que yo y todo, qué terrible, con lo burro que parecía para casi todo.


    por qué decidí que Altan escuchara a alguien por una vez en su vida yahoo respuestas

    Gigi Blanche (!!!!) imagina no empezar el día con algo que vengo diciendo hace no sé cuántas semanas con caídas del foro de por medio y todo, holy shit voy a llorar. La cartita del papá de Al a la niña te la aviento por Whats, es chikita, pero ya es muy criminal mi tocho y algo de vergüenza conservo-
     
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    Gigi Blanche

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    El fin de semana había sido muy, muy, muy bonito. Los chicos habían aceptado y los cuatro, o más bien los cinco, nos reunimos en el parque. Por suerte habíamos elegido un espacio abierto, de otra forma Kakeru tendría que haber hecho malabares con el gorrión. Verlo con el ave de su amiga fue un poco extraño y afianzó la conversación que habíamos tenido con Emi el día anterior, pero lo notaba más tranquilo y... y eso era lo único que importaba, ¿verdad? Nos contó brevemente lo que había ocurrido, explicó el cordón rojo que llevaba en el cuello y yo me reí. Podía imaginar perfectamente a Rei y al Krait encima del pájaro como críos de cinco años.

    La tarde fue amena y divertida, y de ahí regresé con Emi a Suginami. Hicimos todo lo que habíamos prometido, y también ocurrió todo lo que habíamos anticipado: vino Kashya, comimos un montón de porquerías, nos chusmeamos la vida entera y Fred, tras pasar disimuladamente por la sala cinco veces, al fin aceptó sentarse con nosotras. Vimos Barbie, nos reímos, cantamos la de Ken y, fuera bromas, nos hicimos mascarillas. ¿Iba a dejarme la piel mágicamente hermosa? Qué más daba, me sentía Sharpey Evans y eso era lo importante. ¡Aunque no teníamos pepino! Y Fred no quiso salir a comprar a medianoche, el aguafiestas.

    El domingo lo pasé en casa, tomamos unos mates con mamá y decidimos intentar hornear unos scones. Durante el proceso tuve una idea relámpago y me quedé frente a la nevera, observando todos los imanes y los stickers pegados, también las fotos que colgaban de los ganchitos. En cierta forma era bonito que contuvieran tantas historias y pensé en la pared de mi habitación, la que tenía escrita.

    Y llegó el lunes. El famoso, esperado y para nada atemorizante lunes. Me costó dormir, me levanté como un resorte y pasé el desayuno a los tumbos, y aún así me las arreglé para llegar a la escuela más tarde de lo que planeaba. ¿Acaso me era físicamente imposible ser puntual? ¿Habría una restricción cuántica impuesta sobre mí por el universo? ¿Karma sin saldar?

    Me apresuré lo más posible en atravesar el patio frontal sin llamar la atención, pero poco antes de entrar reconocí a Altan y el corazón me dio un vuelco. Clavé los frenos de repente, el chico que venía atrás mío me chocó y el impacto me arrancó un respingo. Me disculpé en piloto automático y me escabullí hasta identificar a Al... ¿ya en su casillero? ¿Más karma, de verdad?

    Oh, bueno, qué más daba. Me acerqué a su posición de todos modos, me detuve a su lado y, antes de que pudiera decir cualquier cosa, suspendí el dedo índice cerca de sus labios. Mi expresión era seria y algo apremiante.

    —Date la vuelta, date la vuelta —le pedí, alcanzando sus hombros para girarlo y apartarlo un poco—. No viste nada, ¿vale? No llegaste a la escuela, se te hizo tarde, te dormiste, no encontrabas el zapato.

    Iba a tener que trabajar rápido, qué tragedia. Traje la mochila hacia un lado, abrí el bolsillo del frente y zambullí la mano dentro. Saqué los más que pude, corroboré que no estuviera espiando y fui adhiriendo los imanes a la tapa de su casillero. Había robado de casa lo necesario. Acabé por escribir "welcome back" en letras de todos los colores y además agregué alrededor un imán de arcoiris, una palmera y un helado. ¿Por qué? No había por qué. De por sí no sabía por qué casi siempre hacían los imanes tan... veraniegos.

    —¡Ahora sí! —anuncié, contenta, y crucé los brazos bajo el pecho muy orgullosa.

    crying sobbing dying on the floor, my babieeeees *shora*
     
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    Zireael

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    Con mi propia entrega de paquetería hecha redirigí los pasos a los casilleros que me correspondían, todavía me sentía extraño, fuera de lugar y manchado de grises, quería decir, más de lo normal, pero al menos el agotamiento físico había mermado un poco. Parte de la ansiedad que sentía también debía ser porque me había volado cuatro días, cinco si contábamos hoy, sin probar un cigarro e iba a perder la cabeza tarde o temprano, pero ni modo. Como papá me tenía en casa por cárcel no había podido fumar, pero al menos lo del almuerzo me había dado una meta.

    Funcionaba un poco mejor en el mundo si sabía a dónde ir.

    Avancé sin prestarle especial atención a nada o nadie, por eso cuando la figura que apareció junto a mí, ya cuando estaba frente a mi casillero, resultó ser la de Anna me quiso dar un infarto a mí también. No di un respingo de puro milagro, pero abrí bastante los ojos y reparé en lo serio de su expresión, en el apremio de su voz y por un segundo me asusté genuinamente.

    Al final me pidió darme la vuelta, me giró y me apartó un poco, diciendo que yo no había visto nada. Que no llegué a la escuela, se me hizo tarde, que no había encontrado el zapato y todo el drama. El corazón se me había atorado en la garganta, pero me quedé mirando al frente como caballo con anteojeras y la escuché sacar algo de la mochila, luego el sonido de cosas pegándose al metal y me pregunté qué diablos hacía.

    Y también si yo merecía lo que fuese que había preparado.

    No digas lo que te pasó por la cabeza. No lo digas y no te atrevas a creerlo.

    Fueron las palabras de papá las que detuvieron el bucle en seco, lo que me había dicho cuando llegué a casa, luego de prensarle el brazo con la puerta y decirle que saliera de la habitación. En su negación, la contundencia de ciertas imágenes que había arrojado con sus palabras, quizás yacía algo de la fuerza que necesitaba para luchar contra la presión del agua que amenazaba con aplastarme. También la poca lógica que necesitaba para entender que si seguía haciéndome daño acabaría por matarnos a ambos como había dicho Bleke.

    La voz de Anna me trajo de regreso, así que giré el cuerpo y vi los imanes pegados, la frase y... ¿Por qué todos los imanes estos de refrigeradora tenían siempre cosas como de playa? ¿Y qué si alguien quería algo de invierno? En plan, invierno que no fuese Navidad.

    Me quedé mirando el cuadro, las letras parpadearon en colores en contraste con el resto del mundo y estiré la mano, deslicé los dedos por los imanes, sin prisa, y quizás debí darle gracias a que tenía algo más de lucidez mental porque si no podría haberme largado a llorar a las ocho de la mañana de un lunes. Parpadeé alguna veces, despegué el arcoíris para verlo más de cerca, pero acabé por regresarlo a dónde ella lo había pegado y sentí que se me enredaban las palabras en la cabeza.

    Quise dudar, algunos engranajes se me quedaron atascados en la pregunta de cuántos derechos poseía realmente ahora, pero recordé que habíamos bailado juntos y que quizás no debía luchar tanto contra cosas que hasta eran normales. Volví la atención a ella, la miré unos segundos apenas para reconocer el tono de sus ojos y me le fui encima para abrazarla. La estreché con fuerza y en ese gesto se condensó la preocupación que había sentido al verla ausentarse, mi propio estado y las palabras de las personas a mi alrededor.

    Un poco más y perdía la pulseada contra las lágrimas a ojos de todo Dios, la verdad.

    —Gracias. —Logré decir en un murmuro luego de una batalla bastante importante contra mí mismo—. Bienvenida tú también. Acabo de dejarte el almuerzo en el casillero.

    Tomé bastante aire, todavía sin soltarla, y afirmé un poco más el abrazo. Puede que fuese egoísta de mi parte esto, el abrazarla sin más, pero no creía poder describir el nivel de angustia que me había quedado en el cuerpo ante la posibilidad de que hubiera terminado en el hospital. Que algo de todo el caos hubiera sido el detonante y por rebote hubiera ocurrido fuera de mi vista. Esta clase de angustia solo encontraba alguna clase de alivio tocando a las personas.

    —Me alegra tanto verte.


    im crying my eyes out *absolutely sobbing*

    llamen una ambulancia, estoy por tener un evento cardíaco
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Al a duras penas reaccionó en un primer momento, y mientras armaba el cartelito pensé, bueno, que había aparecido de la mismísima nada y en diez segundos lo había abordado y pedido cosas extrañas, la pobre criatura debía seguir recalculando lo que había ocurrido. La idea me quiso sacar una risilla, pero la contuve y sólo sonreí mientras acababa de organizar los imanes.

    Quizás esta clase de gestos fuesen infantiles a secas, pero no lo pensaba demasiado. Cuando Al se dio la vuelta tras habérselo permitido me mantuve atenta a él. Su expresión no cambió demasiado, casi nunca lo hacía, pero su mano alcanzó la textura de los imanes y pensé, se me ocurrió de repente, que era una de sus formas de conectar con el mundo. Lo había visto quebrado y enfurecido, había llorado y se había reído, y aún así, en estos instantes de quietud era donde lo creía más genuino.

    No quise interrumpirlo, no supe por qué, sólo permanecí en silencio hasta que él terminara de procesar sus ideas y aproveché la ventana para repasar disimuladamente su rostro, su cuerpo en general, en busca de... alguna clase de certeza, quizá. Había ignorado tantas señales en el pasado que no quería tropezar con las mismas piedras. Cuando volteó hacia mí permanecí en sus ojos, tranquila, y le sonreí.

    Recibí su abrazo con naturalidad, como si hubiese leído sus intenciones en un idioma invisible. Me alcé sobre las puntillas y le eché los brazos al cuello, enganchándome de él. Volver a tocarlo me reconfortó, verlo allí me reconfortaba, su aroma danzó en mi nariz y hundí los dedos en el cabello de su nuca, cerrando los ojos. Permanecí allí, aguardando, hasta que su murmullo me alcanzó y sonreí.

    —Llegas como cinco días tarde, pero te lo tomo igual —bromeé en voz baja.

    La mención del almuerzo me hizo abrir los ojos y girar la vista en su dirección, aunque claro, sólo estaba su pelo. Iba a responder, pero sentí que afianzó el abrazo y preferí esperar. Volvió a hablar, seguí encontrando en su voz, su cuerpo y todo lo que él era aquella quietud tan profunda, y una sola palabra me atenazó el corazón: triste.

    Parecía triste.

    Esta vez fui yo quien lo apretujó, cerré los ojos con fuerza un instante y retrocedí hasta poder mirarlo. Mis manos se deslizaron de sus hombros a sus brazos y las mantuve allí. Estaba preocupada por él, mucho, pero no creía que sirviera de nada reforzar lo que ya debía sentir de por sí. No quería mirarlo como si temiera romperlo o como si estuviera enfermo. Por ello me monté el teatro y arrugué el ceño.

    —Espera, espera, espera. ¿Cómo que me dejaste el almuerzo en el casillero? ¿Crees que eres el delivery? —Mis manos siguieron bajando hasta recoger las suyas y las apreté con suavidad—. No, señor, eres mi compañero de almuercito. ¿A quién felicitaré o culparé por intoxicación, si no? Tienes que estar ahí y asumir tus responsabilidades, jovencito.

    El regaño había sido bastante convincente. Al final mi semblante se relajó y sonreí, amplio, para agregar:

    —Y no aceptaré un no como respuesta.
     
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    Zireael

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    El mundo en general, incluso en su eterna escala de gris, tendía a ser bastante ruidoso en comparación a mí. En eso puede que entendiera a todos los introvertidos que me rodeaban, todos y cada uno de ellos. Sabía que no hablaba tanto como tal vez debería y también que reaccionaba mucho menos que el resto de personas; incluso en medio de mi océano, con corrientes mortales y esas mierdas, habitaba una quietud que todavía no sabía si podía parecerse más a la paz o a la muerte. A pesar de todo, quizás era posible que fuese cierto.

    Que la versión más genuina de mí mismo existiera en esta quietud.

    Y el impostor fuese ese que destruía el mundo y se tragaba la luz.

    Conectaba con el mundo de formas un poco irregulares, a veces no podía entender nada si no estaba circunscrito en el tablero, en los hilos invisibles, y otras tantas necesitaba solo usar las manos, como si estuviera ciego o algo. Sentí el relieve de los imanes contra el metal del casillero, la textura de las piezas; al mismo tiempo pretendí arrancar todas las páginas de un cuaderno mental que no sabía qué tenía y reiniciarlo. Reseteé todo, dejando una página en blanco delante y allí esperé poder grabar esto, esta frase con imanes que seguro se había robado de su refri para darle cimientos a todo de nuevo, para no volver a sentir miedo nunca más.

    Para no volver a hacerla pensar que no había creído en sus palabras.

    Recibió mi abrazo con naturalidad, las anomalías me seguían rebotando en el cuerpo, los límites invisibles, pero lo ignoré todo apenas sentí sus dedos en el cabello de mi nuca y cerré los ojos. Me dijo que llegaba como cinco días tarde y solté el aire por la nariz, despacio, antes de argumentar en contra.

    —Técnicamente llegué tarde en cuerpo, no en espíritu. Te mandé al recadero.

    La sentí apretujarme, pero poco después retrocedió y aflojé el agarre para dejarla ir. Sabía que con la mierda de faltar a la escuela debía haberla preocupado, porque seguíamos siendo nosotros, e incluso ahora que ya no tenía cara de muerto, pero seguía bastante lento supuse que no ayudaba mucho, pero también quería pensar que no tenía que alarmarse mucho más. Ya las medidas desesperadas habían sido tomadas por papá y, así no lo supiera porque seguía empeñado en arrancarme, por Jez. Habían creado una presa lo bastante resistente para detener el flujo de mi desastre.

    El resto, lo normal luego de todo lo que había pasado, suponía que solo podía estabilizarlo el paso del tiempo.

    Anna me regañó y entonces fui consciente de que había dicho las cosas de forma extraña, quizás porque en mi forma de ver el mundo era obvio que aunque le había dejado el almuerzo pretendía comer con ella. Tomé aire, lo exhalé por la nariz y mis ojos repasaron su sonrisa. Siempre me había gustado cuando Anna sonreía para mí. Unos segundos más tarde solté una de sus manos con cuidado para darle un golpecito en el centro de la frente con los nudillos.

    —Lo dije raro, como siempre. Es nuestro almuerzo —corregí con suavidad—. Solo quería dejártelo en el casillero como si fuese un regalo. Creí que era más bonito así, con todo y los cinco días de retraso.

    La cuestión la dije con la misma cara de póker de toda la vida, seguía sin haber dejado ir una de sus manos, pero acabé regresando los ojos al casillero, la frase y las figuritas. Solo entonces, con bastante delay, una sonrisa amplia me alcanzó el rostro, incluso me entrecerró los ojos y me sentí mucho más liviano.

    —¿Puedo quedármelos? —pregunté con la vista puesta en los imanes todavía—. Quiero pegarlos adentro del casillero.

    Como la carta que papá había regresado a su lugar en la pared de mi habitación.
     
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    El clima de improvisación reinaba entre las paredes de nuestra nueva residencia familiar. Rozaba los límites del caos en cierto punto, sin llegar a traspasarlos gracias a la habilidad de mi madre para contratar empleados eficientes para las labores de la mudanza y el acondicionamiento del apartamento. Por su parte, mi padre persistía en volcar su mirada sobre el móvil, como si fueran imanes atrayéndose; el temple duro dominaba cada una de sus acciones y palabras, e incluso así su nerviosismo era más palpable que nunca. No recordaba haberlo visto con ese ánimo, ni siquiera el día que me convertí en una decepción de hija frente a sus ojos. Observaba elementos incomprensibles a mi alrededor, sobre los que me negaba a dilucidar a causa del cansancio. No valía la pena, la mudanza ya era un hecho, y todo lo que me quedaba era batallar contra la sensación de desahucio.

    Tan sólo deseaba convertir esta academia en ese refugio donde nadie me reconocería…

    …pero recibiría otro recordatorio…

    …de que todo seguía escapando de mi control y comprensión.

    Aquel lunes entré a la academia con paso calmo, pero guardando la firmeza y prolijidad que caracterizaba a mi familia. Sin importar cuánta adversidad se interpusiera, era importante conservar la templanza. Shinomiya lo dijo en la sala de arte: “La gente te trata mejor cuando te ves bien”. La última vez que lloré fue mi condena, mi anterior vida escolar se precipitó desde momento, y no permitiría que lo mismo pasara aquí. Con esa impronta avancé por la zona de los casilleros, repasando vagamente con la mirada el espacio.

    Hasta que reconocí las grandes trenzas rosadas y el hierro que protegía mi corazón… crujió.

    —¿Koemi-chan?

    La chica se giró de golpe, encarándome desde los casilleros de segundo año. En menos de un segundo, continué reconociendo cada porción de ella: el tono ambarino de sus ojos, la retadora tenacidad que habitaba su mirada y cuán graciosa era su cara al hallarse sorprendida por algo. Fue como si una parálisis la hubiera clavado en el suelo, me miró boquiabierta.

    Seguí observándola, sin dar crédito a esta casualidad… Separé los labios despacio, en un intento fallido de hablar. A falta de las palabras busqué sonreírle, de verdad tenía ganas de hacerlo, pero los labios me temblaron mientras el hierro alrededor de mi corazón dibujaba grietas más amplias. Volví a buscar una frase, algo… Y fue entonces cuando Koemi se lanzó sobre mí, casi en un choque, y esta vez crujió el metal de mis ojos al sentir sus brazos delgados abrazándome.

    —¿¡Kao-chan!? —sus manos palmearon mi espalda, como para comprobar que no era un fantasma— ¡De veras eres tú! ¡Estoy que no me lo creo! Y, joder, sigues siendo muy alta, maldita.

    Su último comentario me arrancó una risa en medio de la conmoción que tenía dentro. El ligero sacudón de la carcajada hizo que las lágrimas, hasta ahora retenidas en mis cuencas, finalmente surcaran la piel de las mejillas. Me las enjugué con rapidez. Dioses, en un lugar así, rodeada por tanta gente…

    —Lo siento… —dije, juntando fuerzas para mantener la firmeza en mi tono de voz— Por no llamarte en todo éste último año… Lo siento, no debí…

    —¡Bah! ¿Qué mas da…? —atajó Koemi; me era imposible verla a causa de estar cubriendo mis lágrimas; no sonaba especialmente molesta, a lo sumo detecté un poco de reproche, y aún así podía saber que estaba sonriendo— ¡Pero…! ¿Qué diablos haces aquí, si se puede saber? ¡Meh, tampoco importa, en realidad hay que celebrarlo! Por fin podré cumplir mi promesa de aplaudir tu graduación como una buena kohai.

    —Tonta —espeté, con una sonrisa temblorosa; el hierro seguía crujiendo, y por él brotaba la sensibilidad—. Sabes que entre nosotras no existe ni senpai ni kohai… Yo… —hice una pausa— Acabo de mudarme… me transfirieron el jueves.

    —¡¿Qué?! —se llevó las manos a las mejillas, escandalizada— ¡¿Hace tan poco?!

    Me habría reído por su reacción, pero justo en ese momento… otra figura familiar pasó junto a nosotras. Bastó con encontrarme de frente con sus ojos violetas… para comprender que ya no podría cumplir mi deseo de ser una desconocida en el Sakura… Que el pasado era persistente, incontrolable… No reaccioné frente a la sonrisa ladina que me dedicó, su presencia desapareció al otro lado de los casilleros de tercer año.

    Eterno agradecimiento a todas las que se leen mis tochos hasta el final (?)

    Dejo a disposición a:
    -Kaoru y Koemi, en los casilleros de segundo año
    -Ryuuji, que anda buscando su casillero en la zona de tercer año
     
    Última edición: 20 Marzo 2024
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    Jez.png

    El almuerzo-fiesta de celebración con las chicas me había hecho mucho bien al corazón y eso era innegable, me dio energías para el fin de semana e incluso las conservé hasta el lunes. Para cuando sonó la alarma contuve el impulso de llamar a la casa de Altan, eso sí, y me dije a mí misma que lo mejor sería solo espera a ver cómo se desenvolverían las cosas.

    No me desperté tan temprano como debí, quizás, pero no llegué tan tarde y crucé el patio frontal con calma, aunque acabé un poco revuelta con un grupo de personas y no vi la silueta de Vero junto a Kakeru y Copito hasta que ya iba muy adelante, así que tuve que guardarme el saludo. Seguí andando, un poco enfurruñada con la gente que se me había atravesado, pero ya cuando llegué al interior del edificio se me había pasado y seguí hacia la fila de tercero.

    Fue imposible no verlo, si la criatura era un poste, pero lo que resaltaba más era el cabello de Anna y sonreí, lo hice con tal alivio que me quedé algunos segundos suspendida un poco en medio de la nada. No quise mirarlos demasiado, pues porque también era feo, e igual me distrajo el murmuro distante de una canción a algunos pasos de mí. Cayden estaba cambiándose los zapatos con un auricular puesto y el otro colgando del cuello, cantando muy muy bajito. No creía que él mismo se hubiese dado cuenta. No alcancé a pescar la letra de lo que cantaba, solo que estaba en inglés, pero la melodía sonaba linda.

    Al pobre sí me lo quedé mirando más de lo que anticipé, lo suficiente para que se sintiera observado y se calló de repente, girando el cuerpo con cierta rigidez. Pareció sentirse aliviado al notar que era yo, respiró con algo de fuerza y estaba por decirme algo cuando reparó en una silueta más allá, mis ojos acabaron por seguir el punto donde los suyos se habían quedado suspendidos. Resultó ser un muchacho algo más bajo que él de cabello oscuro, parecía buscar su casillero.

    New kid, could be lost or not —dijo un poco al aire.

    —Tiene pinta. Ven —contesté y le hice un gesto con la mano.

    No tenía por qué hacerme caso en realidad, pero me siguió y acabamos llegando junto al chico. Cayden se quedó en silencio a mi lado, aunque pausó la música que salía de sus auriculares, así que supuse que fue su indicador de que era la antorcha de apoyo moral, pero yo tenía que hablar. No me molestó especialmente, le había dicho a Eda que no era lo que se decía mi amigo, pero lo decía más que todo porque no hablábamos casi nada. En sí me parecía que era un chico bastante dulce, a veces, porque otras también tenía pinta de comer limones con sal de desayuno.

    —Buenos días —saludé al muchacho y le dediqué una sonrisa—. ¿Ya estás cerca de encontrarlo? Digo, parece que buscas tu casillero.


    yo le pregunté a los dados

    y los dados te mandaron a los mismos de siempre JAJAJAJS lo siento mucho
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Su argumento fue tremendamente sólido, en especial porque se me había olvidado la tontería del zumito y Cayden, así que oírlo de su voz me arrancó una risa ligera mezcla de resignación, culpabilidad e inocencia fingida.

    —Cierto, cierto. Imposible ganarle al niño genio —bromeé.

    Mi verborragia le reactivó algunos músculos, ¡aunque con motivos muy viles! Me dejó ir un golpecito en la frente y yo solté un "auch" en voz baja que al instante me aflojó una risa nasal. Supuse que era un regaño por lo que acababa de decir y su corrección, la forma en que lo puso y el simple hecho de oírlo decirlo, me llenó el cuerpo de lisa y llana ilusión. Él me había dejado un regalo que aún no veía porque había llegado primero y me arruinó el super plan de los imanes, todo había salido al revés. Pensarlo me robó otra risa.

    —Vale, haremos esto: yo ahora me iré a mi casillero y también fingiré que no vi nada, que se me hizo tarde, que perdí un zapato. Así estamos a mano.

    Poco después él regresó la atención a su casillero y me concedí ese instante para repasar su perfil. Hacerlo fue como estar esperando el amanecer y que finalmente saliera el sol, pues la sonrisa le iluminó el rostro y fue tan preciosa que por un segundo me quedé fuera de juego. Parpadeé, me preguntó si podía quedárselos y me tomó una sinapsis extra entender a qué se refería. ¿Quería los imanes? Mamá iba a matarme, que le gustaba escribir lo que debía comprar con ellos y de por sí le había destartalado la lista. Iba a matarme, sí, pero...

    —Son tuyos, Al —concedí, con suavidad, y dejé ir su mano de a poco—. ¿Nos vemos en el receso, entonces? Tengo que irme a fingir demencia.
     
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    quem

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    La mañana había estado tranquila más que nada porque aún seguía con la sensación de tranquilidad al haber tocado ayer el piano y la compañía de Kai se sintió muy bien no podía mentirme, lo que termino de alegrarme fue haber saludado a Kohaku porque me había encontrado con la certidumbre de que la última vez que hablamos fue hace más de algunas semanas largas, así las sentí.

    Pero lo otro que me tenía pensado era que no sabía nada de Adara, a noche antes de dormir termine llamando a su chófer, Darío, sé que ese hombre fue y siempre será más que un guardaespaldas para ella, pero lo que me respondió no llego a tranquilizarme por completo lo que realmente me preocupa era que Adara era alguien que se encerraba en una burbuja con demasiada facilidad y para sacarla de ese lugar siempre fue demasiado difícil, lo sabía mejor que nadie, ella no lo estaba pasando para nada bonito en Grecia.

    Parpadee en poco queriendo relajar el semblante antes de entrar a la academia, me sentía relajada así que camine con cierta calma en lo que llegaba a mi casillero logré por puro reflejo notar la figura de Enzo moviéndose con cierta agilidad de pronto todos sus movimientos se acoplaron a los de un cazador buscando su presa, suponía que nunca lo llegué a conocer realmente, dentro de los tres años que se cumpliría desde la última vez que nos vimos la vida de Enzo siempre fue un misterio para mí.

    Lleve mi vista en el espejo que guardaba dentro del casillero, sonreí en poco dándome aliento y todos los ánimos que necesitaba me apresure hacer algunas cosas en mi cabello, deje que callera como cascada en mis hombros me fije en mis mejillas esta vez había dejado que las pecas se notarán más de lo debido ¿Cuándo fue la última vez que deje que se notarán de más? No sabría decirlo. Respire un poco y lleve una de mis manos a mi nariz hasta que termine el recorrido en mis mejillas.

    Supongo que este sería el proceso de superación.

    Sabía que viendo mi reflejo en ese espejo, nunca dudaría que era el vivo retrato de mi madre, pero no podía vivir toda la vida con ese sufrimiento, ¿a que no? Necesitaba dejarlos ir. Eran mis padres y siempre los recordaría.

    En lo que cerraba mi casillero después de sacar lo que necesitaba, noté la figura de Kai y su primo sonreí en poco porque tenía pensado buscarla para hablar sobre lo del proyecto, apenas y me recordaba que estábamos juntas las dos, haber pasado ayer por el pasillo antes de salir de la academia me ayudo de mucho. Así que después de pensarlo un poco decidí acércame.

    —Hola, buenos días, Kai —le regale una sonrisa calidad, mire a Yuta—. Yu —le saludé en la misma forma en lo que regresaba mi vista a Kaia.

    << ¿Sabes? —sonreí divertida—. Ayer me di cuenta de algo —decidí dejar un silencio breve con algo de suspenso agregado.

    Holiss uwu Gigi Blanche
     
    Última edición: 20 Marzo 2024
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    Gigi Blanche

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    Kai fue la primera en notar que alguien se nos acercaba. Lo vi en su semblante, en la red de atención invisible que sostenía a su alrededor, y al girar levemente el rostro di con la chica del otro día, Bianchi. Kai me había contado del viernes, que lo habían pasado juntas en la sala de música; se la notaba muy contenta al respecto y me alegraba. Primero la saludó a ella y durante ese ínfimo tiempo muerto la repasé ligeramente. Ah, cierto. Esta tenía la manía con el puto apodo.

    —Bianchi —le correspondí el saludo.

    —Buen día, Bianchi-san —respondió Kaia, mucho más simpática y dulce que yo, obviamente—. ¿Qué tal tu fin de semana?

    No sentía un interés particular por la conversación y pensé si debía dejarlas solas cuando la pelirroja volvió a hablar, metiéndole un suspenso a la cuestión que... bueno, me dio curiosidad, sí. Kaia, por su parte, alzó las cejas.

    —¿Debería preocuparme? —bromeó, junto a una risa breve—. ¿De qué te diste cuenta?


    wenas, wenas uwu/
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Lo del niño genio amenazó con sacarme una risa, al final no fue el caso, pero igual me había hecho gracia. No me molestaba que lo hubiera olvidado ni nada en realidad, había sido un gesto pequeño, el único que pude idear con mis recursos limitados y el cerebro pastoso. Mencionarlo de hecho me recordó que le debía dinero al otro idiota, que no se haría más rico por unos cuantos yenes, pero algo de decencia creía conservar. Ya me encargaría de eso más tarde.

    El orden de las cosas había salido al revés, entre yo dejándole el almuerzo, llegando antes de que pudiera poner los imanes y toda la cosa, pero suponía que el orden de los factores no alteraba el producto. En cierta medida me alegraba más que hubiera aparecido de la nada con tal de poder verla, porque así me sentía más tranquilo. Una cosa era saber que había vuelto a la escuela y otra verla directamente.

    —No viste nada, llegaste tarde, te dormiste, no encontraste el zapato —repetí en el orden que ella había soltado todo antes y la cosa recordó más a un mantra que a una conversación normal.

    Seguía con los ojos pegados a los imanes, ya le había preguntado si podía quedármelos y ella me había dicho que sí cuando uní neuronas de vuelta. Debía habérselos traído de casa, ¿no? Sonaba como la clase de cosa que Anna haría, tan simple como eso, así que como dejó ir mi mano medio abrí la puerta del casillero y empecé a pasar algunos, los de welcome.

    Hold up —pedí en un murmuro.

    Al final, caprichoso como era, también pasé el arcoíris al interior de la taquilla. Acomodé todo en uno de los costados para no ir a taparlo al zambullir algo en el fondo. Eso dejó las otras letras (que eran bien pocas, pero eran mejor que nada) y las otras figuritas libres, así que estiré la mano hacia ella.

    —Para que no te regañen tanto si los robaste. Puedes excusarte con que las otras se perdieron en un agujero temporoespacial de la casa, donde seguro se habrán perdido calcetines sin pareja, ligas del cabello y esas cosas que suelen desaparecerse sin explicación —expliqué y volví a sonreír sin darme cuenta—. Nos vemos en el receso, ¿pero me harás perderme tu reacción al regalo que te llevo anunciando desde no sé cuándo?
     
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