Observatorio

Estaba acostumbrada a interactuar con gente de una esfera social un poco diferente a la que había crecido, quería decir, con los aires generales del pueblo, pero lo cierto era que también habíamos vivido en lo que la gente conocía como la parte buena. Por demás, mis padres habían ahorrado por décadas para esto, habían trabajado horas extra y perdido tiempo en casa. Lo habían hecho y aquí estaban los resultados, mi padre tenía un mejor trabajo y mamá seguía estudiando, y yo tenía un futuro amplio.

Tanto que a veces me abrumaba.

Lo jocoso de su tono y el sarcasmo me hicieron soltar una risa liviana que terminó de relajarme el cuerpo, pues porque algo de razón llevaba en señalar la palabra que había usado. No tendían a usar esas palabras ni nada peor, pero algunas frases las ameritaban, como si fuesen el núcleo de su sentido. Ese había sido el caso con señalar dónde había estudiando y en qué condiciones.

—Algunas, sí. Amistades infantiles en su mayoría, lo que llamamos sandbox friends, prácticamente crecimos juntos y todos correteábamos por el pueblo o nos metíamos al bosque —conté con tranquilidad, una sonrisa algo nostálgica se me plantó en el rostro—. ¿Siempre has vivido en Japón? Por lo de tus padres, digo.

 

Nadie me lo estaba preguntando, pero sentía que para todo niño el correr, el entrar en contacto con la tierra y hacer amigos que quizás no le duraban más que un receso era vital. Conectábamos con nosotros mismos allí, también con los otros y al hacerlo comenzábamos entendernos y a entenderlos. Había un paso por el cuerpo, una conexión con el mundo físico y otra con el mundo de las ideas.

Entendía que a todos nos criaban de diferente manera, claro, así que agradecía que a pesar de la idea clara de mis padres por dejar el pueblo nunca me privaran de esas cosas ni me privara yo misma de ellas. En esos recovecos existía una Ilana que no había conocido el rechazo de sus pares, una que era capaz de desenvolverse con más soltura y que incluso podía liderar. Ahora, bueno, todo lo que quedaba era una sombra de eso.

Le había dado vueltas a esos pensamientos mientras él contestaba mi pregunta, se había criado en Rusia y luego se movió aquí. Era un mero dato, pero me arrojó un destello de esperanza, ese que había venido a buscar en esta escuela intercultural y que había percibido también al encontrar a Cayden y su amigo por la mañana. Habían personas aquí que habían pasado por dos tierras o las tenían impresas en sus comportamientos. Que quizás no eran parte de un lugar ni de otro.

Había tomado una balsa esperando encontrar más náufragos en otras islas, cansada de sentirme como un extraterrestre.

—¿En qué país te sientes más cómodo? —Busqué saber incluso si pecaba de intrusiva.

Contenido oculto

tuve que tomar una power nap antes de retomar mis labores rolísticas *durmió casi tres horas*

 

El silencio que se instauró me preocupó a pesar de que no lo dejé ver, temí haber sido demasiado intrusiva, metiche, así que solo me quedé callada y me terminé el almuerzo. Limpié la cuchara con la servilleta, luego tapé el termo y la taza de arroz, y dejé todo sobre la mesilla con movimientos silenciosos, como si no quisiera romper nada con solo respirar.

Cuando su voz rompió el silencio otra vez le presté atención, habló de costumbres de Japón que le parecían un gasto de energía y lo directo de sus respuestas me hizo algo de gracia. Rusia era fastidioso por el frío, Japón por sus chorrocientas normas de comportamiento. ¿Cómo percibía la ley este muchacho? Era una pregunta legítima.

—Desde lo dieciséis como te decía antes —señalé mientras relajaba la espalda en la silla—. Pero Japón no es demasiado compasivo con los extraños, eso debo reconocerlo.

Volví a levantarme, enlacé las manos tras la espalda y recorrí el espacio de nuevas cuentas. Me puse a husmear los estantes sin motivo particular, solo porque sí.

—Con el paso del tiempo terminas por convertirte en un extraño en ambos lugares. Como un exiliado.

 

Me había quedado husmeando los estantes, ojeando los libros y al final traje las manos al frentr para tomar uno cualquiera. Era de astronomía, pero ni siquiera leí el título, solo lo abrí en una página al azar y mis ojos viajaron por los caracteres sin prisa, leyendo partes sí y partes no.

—No pertenezco a ninguna parte —admití sin tapujos, ni siquiera me importó qué tan expuesta podía parecer—. Incluso si volviera a Estados Unidos... No hay una casa a dónde pueda volver, un espacio físico y aquí hay un espacio físico pero ha llegado a ser indiferente. No es el fin del mundo, claro, pero es lo que es.

Pasé una página, seguí leyendo por saltos algo de las estrellas, sus temperaturas y quién sabe qué más. Mi respuesta había sido casi una asociación libre, así que no esperé una respuesta y solo seguí en lo mío incluso si sentía sus ojos encima.

En algún punto preguntó si alguna vez me habían dicho que me parecía a un personaje ficticio, dejé de leer pero no lo miré hasta unos segundos después. Su seriedad que rozaba la frialdad y el comentario de antes, de que hablaba mucho, me hicieron esperar cualquier cosa, pero también me picó un poco la curiosidad. Medio giré el cuerpo, cerrando el libro, y encontré su mirada desde mi lugar.

—¿A quién te recuerdo?

 

Su respuesta fue inmediata, como si llevara pensándolo todo el rato, y soltó como si nada que le recordaba a Alicia en el País de las Maravillas. Parpadeé una, dos veces, dijo que era por mi cabello, la piel y cómo me expresaba, además que lo del pueblo había terminado de hacer pensar en eso.

Fue una estupidez, pero luego de mirarlo unos segundos se me escapó una risa por la nariz. ¿Alicia, la chiquilla que había perseguido un conejo blanco y había terminado en otro mundo? ¿Alicia la que se había enfrentado a la Reina Roja? Había ciertas versiones de Alicia, por supuesto, cada quien la intrepretaba a su manera, pero todas coincidían a algunos puntos vitales.

—¿Y esto qué te volvería a ti? —pregunté mientras regresaba el libro al estante y la sonrisa se me quedó en el rostro—. No es que sonrías lo suficiente para ser el gato de Cheshire, aunque las conversaciones de tinte filosófico igual hacen que tenga algo de sentido.

 

Su respuesta sobre el gato de Cheshire me hizo reír de nuevo, me importó bien poco, y me quedé esperando alguna otra asociación. Por lo que comenzaba a mostrar de sí, imaginé que habría hecho un mapeo mental, un proceso de descarte.

Que anulara a la oruga por considerarla patética decía mucho de sí.

Por un momento me quedé patinando con el aspecto que le dio al gato, tuve que darle cabeza un rato para recordar por fin al que se refería. No era de jugar videojuegos, mucho menos de terror, pero mis búsquedas de internet me terminaban lanzando a ciertos lugares.

—Alicia le dice al gato una vez que desearía que no desapareciera tan rápido y tan frecuentemente —dije desde mi posición—. Entonces este, muy obediente, solo desaparece más despacio. Un pedido tomado de manera literal, cínica más bien.

Volví sobre mis pasos y reduje la distancia que se había formado entre él y yo, deteniéndome a algunos pasos; la mata de cabello que acababa de causar que me compararan con Alicia siguió mi movimiento. Lo miré desde allí, entretenida con mis propias estupideces.

—Supongo que calza. Alicia tenía afecto hacia los gatos y aún así al ver a Cheshire decidió tratarlo con respeto, al notar las garras y la hilera de dientes —dije retomando la idea y repasé sus facciones un poco porque sí—. Aunque pobre chiquilla, ¿no fue el mismo que le dijo que en el País de las Maravillas todos estaban locos, incluida ella misma?

 

—¿Pedirle a una criatura cuya característica más única es desvanecerse que deje de hacerlo? —pregunté y solté una risa nasal—. A veces no debería esperarse de los otros más de lo que vemos al conocerlos. Así evitamos fiascos.

Me quedé en ese punto muerto, no me moví más y crucé los brazos bajo el pecho. No tenía ni la menor idea de qué estábamos haciendo y sí, decía estábamos porque en esta tontería de las comparaciones con personajes de Lewis Carroll nos habíamos quedado atascados en preguntas hipotéticas y quién sabe qué más.

Su respuesta a lo de que el gato era el que le había dicho a Alicia que todos estaban locos me vino en gracia, volví a reír por lo bajo y seguí observándolo desde mi posición. Tampoco sabía qué pretendía de esa distancia, no me lo cuestioné, si acaso me limité a ver si seguía dándome cuerda con las estupideces que comenzaban a sonar a delirio de fiebre.

—Ese fue el Sombrero de hecho —corregí sin más.

 

Quizás fuese mentira lo de que no idealizaba a la gente, no estaba muy segura, porque lo cierto era que sí aspiraba a una suerte de mundo ideal incluso si había conocido las fracciones de éste que negaban esa posibilidad. Aún así prefería no exigirle demasiado a las personas, no cuando recién las conocía, y se notaba con el Incidente Cayden de por sí.

Al final lo cierto era que las personas no me debían nada.

En cualquier caso, lo noté sonreí cuando lo corregí, reflejé el gesto sin darme cuenta y lo vi recoger sus cosas mientras decía lo de que tendría que prepararse mejor para nuestra siguiente conversación. Esa tontería me estiró un poco la sonrisa, aunque cuando dijo que volviéramos al salón me acerqué a la mesilla para levantar mis propias cosas.

Esforcé un poco el oído, creí escuchar el rumor distante de la música en el patio, pero tampoco vi por qué quedarnos mucho más aquí consumiendo aire. Con todo, me dejó bajar primero y así lo hice, acercándome a la puerta por la que habíamos entrado apenas estuve abajo. Dudé, no supe si ir a echar un vistazo al patio o no, pero imaginaba que podía decidirlo luego.

—Al menos si se trata de Alicia en el País de las Maravillas sí vas a tener que estudiar un poco —bromeé antes de abrir la puerta, como si al hacerlo la atmósfera que me había permitido esa conversación fuese a desvanecerse o algo así.

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puedes arrastrarla o asumir que subió con él (?

 

Se me ocurrió después de todo el monólogo sobre el infortunio del club que le estaba hablando solo a ella, pero traté de consolarme con la idea de que Yuta estaba escuchándonos a pesar de no ser parte del intercambio como tal y que de querer decir algo, bueno, lo haría. No tenía muchos fundamentos para hacer esa suposición, pero ella era su prima y me pareció lo más normal.

Tampoco se me ocurrió pensar que la suerte de Club de Esgrima Versión Remasterizada era de puras chicas plus Yuta Hattori, puede que sonara a disparate pero le guardaba más recelo a ciertas mujeres que los varones y tenía motivos de peso para ello, pero prefería no darle demasiada cabeza. En lo personal no creía que fuese un gran drama por mi parte y la de Vero, pero tampoco podía decir la mayor cosa sobre las otras muchachas si las conocía entre poco y nada, no había sostenido conversaciones demasiado largas con ellas.

—Todo es gracias a Vero —secundé lo que dijo Kaia y bajé la vista al suelo un momento, lo que terminé mirando fueron los pies de Yuta—. La niña le ha puesto mucho esmero a su club, incluso iba a limpiar el dojo sola. Es bueno tener esa clase de entusiasmo como ejemplo.

Al terminar la idea volví a levantar la vista, giré el rostro para sonreírle a la muchacha y a su manera fue un agradecimiento por sus palabras. Recién la conocía, pero lo que había dicho realmente me parecía cierto.

—Toda la preparatoria —afirmé y negué con la cabeza a la siguiente pregunta—. Nos mudamos cuando estaba muy pequeña, eso sí. Tenía cuatro años, no guardo un solo recuerdo nítido de cómo fue semejante travesía. ¿Y ustedes?

La pregunta fue medio rara viendo que todo el nombre de Yuta sonaba japonés, pero el de ella no y en vista de que eran familia pues la duda me llegó un poco de la nada. Eso y que ella había hablado en inglés antes, algo que en sí no era tan extraño aquí, pero igual.

—Tu nombre —dije refiriéndome a Kaia para aclarar un poco de dónde venía mi duda—. No termina de sonar japonés.

En sí los estaba siguiendo a ellos aunque la cúpula del nuevo observatorio delataba nuestro destino, aunque no imaginaba que la cosa fuese tan... ¿Ostentosa? ¿Diferente? No sabía cómo llamarlo realmente, era un contraste bastante fuerte respecto al resto de espacios de la academia, eso seguro. Era como cruzar un portal o algo así, ni siquiera me di cuenta que una exclamación se me escapó, involuntaria.

 

Mantuve mi atención sobre Laila mientras ella hablaba, brindándole el crédito (o parte de él) a Verónica. Su mirada había descendido el suelo y yo me tomé esos segundos para detallar su expresión, reflexionando en torno a sus palabras. No creía que la soledad fuese inherentemente mala, pero había un consuelo innegable en la gracia de encontrar una compañía. Las personas en armonía eran capaces de lograr grandes cosas y siempre me había llamado la atención eso, la habilidad para sincronizarse con y para el otro. Creía, de hecho, que la única diferencia entre las empresas exitosas y aquellas que fracasaban era precisamente esa: la calidad del trabajo en equipo.

—De a dos es más fácil —coincidí, estirando los brazos al frente y uniendo las manos brevemente; el movimiento me dejó a centímetros de la espalda de Yuta y lo piqué con ambos índices, consiguiendo que me viera de reojo con la ceja alzada. Solté una risa serena—. Quiero decir, a veces las personas no se coordinan bien, no todos lo hacen, pero cuando ocurre... —Giré el rostro y le sonreí a la chica—. Hay algo casi mágico en esa conexión, ¿verdad?

Seguimos cruzando la Academia entre tanto. Laila nos dijo que llevaba aquí toda la preparatoria y que se habían mudado a Japón siendo ella muy pequeñita. Al abandonar los casilleros alcé la vista al cielo un par de segundos, la sonrisa estirándome los labios. Yuta había aminorado el ritmo y se ubicó al otro lado de Laila, aunque no estaba segura en qué momento preciso lo había hecho.

—¿Y de dónde son tus padres? —le preguntó, mirándola. Cuando dijo que mi nombre no sonaba japonés yo le sonreí y él siguió hablando—. Yo soy de aquí, ella vino de Estados Unidos.

—De Hawaii —aclaré, a sabiendas de que la gente solía formarse una imagen mental muy diferente a la real cuando les faltaba esa pizca de información—. Y sí, mi nombre es hawaiiano. Significa "océano".

Yuta se encargó de abrir la puerta del observatorio, quizá por su apariencia tan pesada; utilizó las dos manos y busqué su mirada ante el detalle, mas él no me correspondió. En su expresión se notó claramente la sorpresa, como diciendo que le había tomado mucho menos esfuerzo del estimado. Solté una risilla, aunque al instante mi atención se absorbió enteramente en el espacio que nos rodeaba. Antes había ocurrido lo mismo con el cielo y por ello Yuta había intervenido en la conversación, incluso si yo no me había dado cuenta. Teníamos la costumbre impresa en el cuerpo, la tendencia silenciosa a salir al rescate del otro. Complementarnos, también. Había hablado por experiencia propia cuando le mencioné a Laila las bondades del trabajo en equipo.

Yuta era absurdamente importante para mí.

El chico silbó con asombro en lo que se adentraba, alzando la vista al techo con las manos enterradas en los bolsillos. Deslicé la mirada de él a Laila, y de allí a las estanterías con libros. Me acerqué y husmeé los títulos de los lomos, luego correteé hasta la boca de la escalera y asomé la cabeza. Yuta le echó su peso al escritorio.

—Está un poco oscuro para almorzar, ¿no? —dijo, su voz rebotó entre las paredes.

—Hmm, puede ser. Quizás arriba llegue más luz. —Miré a Laila—. Meyer-san, ¿subimos? ¿O prefieres quedarnos aquí?

 

No quería sentir que dependía siempre de alguien más, pero acababa siendo el caso. Había dependido de Jez y de Shawn, luego había espiralado hasta el fondo del pozo al saberme sin uno de esos apoyos. Cuando apareció Verónica con su interés por el club de esgrima y dispuesta a limpiar el dojo entonces me sujeté a ella, incluso si estaba tratando de resucitar el club por mi cuenta. Apenas encontré alguien en quien soportar parte del peso me sostuve, ni siquiera recordaba si le había pedido permiso. ¿Era bueno? No lo sabía. Entendía que la gente no debía estar sola, pero no sabía si mi forma de hacer las cosas estaba bien.

Escuché a Kaia, seguí el movimiento de sus brazos y sonreí sin darme cuenta, así que cuando ella giró para mirarme ya tenía el gesto plantado en el rostro. Asentí con la cabeza, pues estaba de acuerdo, y digamos que algo de la sensación extraña se adormeció.

—Siempre es bueno tener compañeros —acoté, tranquila.

Todo lo que supe es que al salir había quedado entre ambos, cuando Yuta ajustó el paso al nuestro, y seguimos la conversación luego de que la muchacha alzara la mirada el cielo. Él preguntó por mis padres, contestó que él sí era japonés y que ella era de Estados Unidos, ante lo que Kaia especificó que de Hawaii y que su nombre significaba océano.

—¡Es muy bonito! —solté respecto a su nombre antes de conectar lengua con cerebro y carraspeé para recuperar la compostura, aprovechando para contestar la pregunta de su primo—. Ah, mi familia es de Alemania. Es un poco gracioso verlos conversar sobre un lugar que yo no recuerdo.

Lo segundo sonó un poco a pensamiento en voz alta, pero no vi por qué no decirlo y lo dejé así. También me ahorré explicaciones que nadie necesitaba sobre mi estructura familiar, sabía que la pregunta se había referido a mis padres, pero yo contesté usando otra palabra y valía. Al final del día la única madre que conocía era la de mi hermanastro, la madre de Richard, y era buena.

Al entrar todos reaccionamos al espacio, cada uno a su manera, y solo me di cuenta de que me había quedado absorta en el espacio cuando la voz de Yuta me alcanzó desde algún punto, haciendo que buscara su origen. Di con su silueta apoyada en el escritorio, después busqué la de Kaia que estaba husmeando por la desembocadura de la escalera.

—No tendría mucha gracia venir hasta aquí y no subir, ¿cierto? —Le respondí a la chica y giré el rostro para buscar a Yuta con la vista, sonriéndole.

Sabía que no hacía falta decirle que viniera, si la colada era yo de por sí, pero fue una cosa un poco involuntaria. Ni siquiera fui del todo consciente de ella al regresar la atención a la escalera, acercándome.

—¿A alguno le interesa la astronomía o no tenían razones específicas para querer venir a ver el observatorio?