Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Así como yo era consciente de que lo que dijera no iba a solucionarlo todo mágicamente, ella también sabía que las palabras no iban a borrar las cosas que teníamos mordiéndonos la nuca. Sin embargo, actuaban de forma temporal, calmaban ansiedades más inmediatas y nos permitían seguir, por eso le agradecía, por darme una fracción de calma a mitad de aquel miedo incomprensible.

    Sabía que tendría que seguir compartiendo aire con el otro desgraciado, seguirle viendo la cara y que el fantasma seguiría haciéndome reaccionar, pero tenía a Anna y si confiaba en eso, bueno, podría volver a ella y resetearme el cerebro. No era sencillo, así como los grises nunca desaparecían del todo esto no iba a irse, pero podía soportarse.

    Todo era un tratamiento paliativo.

    Sentí el apretón que me dio cuando el agradecí, respiré con calma y cerré los ojos, escuchándola. Me hizo gracia que se pusiera tan filosófica de repente, pero no solté la risa y solo asentí con la cabeza, aunque cuando soltó lo segundo se me tensó un poco el cuerpo porque pensé que no merecía cargar con esta mierda.

    Con la conciencia de que el mundo gris existía.

    Iba a responderle cuando se desenredó de mi cuello y me aplastó las mejillas, dejándome sin escapatoria a la lluvia de besos sonoros. Estábamos a mitad del puto patio y esta niña me estaba comiendo la cara, ¿en qué mundo eso no daba vergüenza?

    Se me subió el color al rostro, pero no la detuve y sonreí ligeramente con el último beso, el que alargó, y cuando me soltó estiré el cuello para estamparle un beso en la mejilla. Fue menos exagerado que los suyos, eso sí.

    —Es un... contrato, podemos decir —concluí unos segundos después—. Podemos hacer una burbuja en la que descansar, allí tú desdibujas los dichosos fantasmas y yo te recuerdo que no tienes que hacerte tantos cacaos mentales. Suena como un buen negocio.

    La solté para llevar las manos a sus mejillas y las estrujé como si fuese una mocosa. Sus ojos seguían palpitando en el magenta que conocía, de alguna forma me tranquilizaba solo eso, y sonreí otra vez antes de repetir lo que ella había dicho.

    —Y si no te gusta también me da igual. Es mi promesa para ti.


    Gracias a ti por aventarme a la niña ;; mi corazoncito de pollo está feliz *c va cantando as well*

    No quedé muy convencida con este post de cierre, pero no sé si pueda contestar más tarde y quería hacerlo así que ª no es mucho pero es trabajo honesto
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    No esperé que el chico pelirrojo reaccionase con tanto entusiasmo ante mi "revelación de talentos musicales", y no iba a negar que me fue bastante difícil controlar el ligero rubor que me alcanzó las mejillas por ello; por suerte para todos, haberme adelantado para guiarles me ayudó a disimularlo, y centrarme en indicarles los diferentes lugares de interés de la academia hizo que el azoramiento inicial se me fuese pasando.

    La respuesta que recibí a la pregunta que les hice fue lo que ya había anticipado, pues suponía que a nadie le hacía gracia llegar nuevo con el curso tan avanzado y la cantidad de trabajo que eso conllevaba, y por ello no tuve mucho problema en ofrecerme para ayudarles si así lo necesitaban; no sabía si era la persona más adecuada, pero diría que en general mis apuntes estaban bastante bien organizados. Después solté la tontería de la guía completa y el otro chico, el rubio, se colgó rápidamente de la misma para bromear diciendo que incluso me podían colgar un gafete, y todo el asunto logró sacarme una carcajada ligera, la verdad.

    —No sé si tanto, seguro que hay otros alumnos que os pueden enseñar cosas más divertidas. ¡Pero intentaré estar a la altura de mi puesto, claro! —lo último lo añadí con una cuota extra de ánimo, para seguir con el aire de la broma—. En la planta baja es donde está casi todo lo importante: el gimnasio con las duchas, el salón de actos, la biblioteca y, por supuesto, la cafetería.

    La cafetería, como siempre, estaba llena de alumnos; el patio norte, que fue hacia donde los dirigí inmediatamente después, estaba corriendo la misma suerte, pero no fue algo que me sorprendiese en lo absoluto con el buen tiempo que hacía aquel día.

    >>Este es el cerezo que os decía antes... y como veis, a los alumnos les encanta comer aquí. Por ahí está la piscina y... siguiendo por aquí vamos a llegar al invernadero. El club de jardinería lo tiene muy bonito, ya veréis. ¿Tenéis intención de uniros a algún club? Aquí hay un montón, la verdad.
     
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    Zireael

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    Si a la chica se le hubiese notado el bochorno la verdad era que tampoco la hubiese juzgado, habían cosas con las que Rowan era un poco exagerado, el arte en todas sus formas en particular, así que a veces se venía un poco encima y se le olvidaba que podía causar reacciones en la gente. Era gracioso en cierta medida, porque podía decirse que era un idiota bastante dulce pero también tenía su carácter y yo lo sabía. Digamos que había balanceado su personalidad hacia el extremo correcto, más o menos.

    Como fuese, mi broma sobre el gafete la hizo reír y la gracia se le contagió a Ro, que acabó por soltar la risa también. Ella siguió subida en el carro, yo me permití una sonrisa porque dijo que trataría de permanecer en la altura de su puesto y asentí con la cabeza, como si no esperara menos.

    —Yo le pondría cinco estrellas a tu servicio, así que vamos bien —agregó el pelirrojo para luego prestarle atención al resto de áreas que fue enumerando.

    La cafetería estaba atestada de gente, lo que era de esperarse, pero al salir al patio noté que estaba corriendo más o menos el mismo destino por el buen tiempo. Allí se alzaba el cerezo que la chica nos había mencionado, también lo habían hecho mis padres luego de visitar la institución y la verdad era bonito, así que tenía sentido que atrajera la atención. Hablando de eso, Rowan se quedó prendado mirando la copa del árbol y supuse que había seguido escuchando a Ethans aunque no dijera nada.

    —Creo que no, por lo menos yo —respondí a lo de los clubes centrando la atención en la chica—. No me interesan demasiado los deportes y tampoco tengo pasatiempos particulares que explotar, si soy sincero.

    —Igual y serías bueno actuando o algo —añadió Ikari luego de su momento de silencio, regresando la atención a nuestra compañera. Sus razones para decirme semejante cosa eran bastante obvias, puede que por eso se las reservara como una suerte de chiste interno—. Me gustaría husmear el club de arte de esta academia, la verdad. Igual estoy abierto a recomendaciones, ¿qué dices, mi estimada guía?


    posteé acá cuz tenía más sentido en mi cabeza
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Asentí ligeramente cuando me agradeció el jugo y empezamos a caminar. La miré, divertido, al oírla decir que Copito era un travieso. Alcé las cejas. Conque el pequeñín la acompañaba a la escuela, ¿eh? Nuestras aulas estaban pegadas, y la idea de que el ave hubiera estado sobrevolando las ventanas sin notarlo nunca me ensanchó la sonrisa. Qué cosita más adorable.

    Mi atención se desvió al notarla echando vistazos furtivos alrededor. Un poco la imité sin razonarlo, sin detenerme a pensar que igual no había nadie espiándonos y, aún menos, nadie interesado en la conducta de un gorrión. Me ocurría con frecuencia, fluía junto a la energía de los demás y ya. Tras recibir sus ojos de vuelta, me incliné como me estaba pidiendo que hiciera y recibí su voz sobre mi oído. Me esforcé por mantener a raya la sonrisa divertida, cosa de no arruinar el teatro, y arrugué el gesto apenas el sol nos dio de lleno. Su risa prácticamente me echó su aliento contra la piel y me reí también.

    ¿Copito ninja? A decir verdad, casi que no me sorprendía. Me guiñó el ojo tras regresar a su espacio y mi sonrisa se mantuvo en su lugar.

    —No te preocupes, tu secreto y el de Copito están a salvo conmigo —aseguré, tranquilo, y deslicé la vista a su cabello—. Más curiosidad me da en realidad cómo hace para esconderse ahí.

    Vero tenía el pelo extremadamente lacio, ¿se aplastaría contra su nuca o qué coño?

    El patio estaba bastante poblado y las mesas, ocupadas, así que seguí vagando hasta sentarme en el césped. La miré desde abajo, arrugando el rostro por el sol, y palmeé el lugar frente a mí. Le di un trago al té, disfrutando de lo frío que estaba. ¿Cómo me encontraba yo? Bueno, esa pregunta era un poco complicada ahora mismo.

    —Bien, tranquilo. —Supuse que alguien como Verónica no se contentaría con una respuesta tan escueta, así que agregué—: No estoy muy acostumbrado a la vida silvestre, el campamento me cansó bastante. Estuve durmiendo como un oso estos días. —Otra risa breve, avergonzada—. También soy nuevo en esta escuela, así que me sigo habituando.

    Era un poco mentira y un poco verdad. No me sentía realmente bien, pero en comparación a otras épocas esto parecía un cuento de niños. Eso me daba la esperanza, también, de que las cosas pronto mejorarían y recuperaría el ánimo.

    —¿Tú hiciste algo más interesante que dormir como oso estos días?
     
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    Bruno TDF

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    Prometió cuidar el secreto, esta picardía por la que tranquilamente podría recibir regaños de los profes. Se lo conté como una forma de animar su día y también porque se ganó mi confianza, pero oírlo de sus propias palabras me provocó, otra vez, una ternura que suavizó todos mis ademanes… Pese a que durante la semana estuve con la cabeza más bien centrada en otras cosas, las respuestas de Fuji me hacían caer en cuenta de que, en el fondo, había echado de menos presenciar esa esencia tan suya. Era super-amigable. Él no sabía que se estaba ganando mi cariño a una velocidad récord, igual que me pasó con Jez. Así y todo, era consciente de que no debía precipitarme con las “confianzudeces” y darle su tiempito de acostumbrarse a mi forma de conectar con las personas.

    Más curiosidad me da en realidad cómo hace para esconderse ahí —había añadido mientras miraba mi cabello.

    —Ju, ju, ju, algún día lo descubrirás —divertida, le dejé esta promesa.

    Al salir al patio, el sol nos dio de frente con sus incesantes y abrasadores rayos. Fue gracioso notar cómo Fuji y yo arrugamos el gesto al mismo tiempo, sincronizados. No tardé en destapar mi botella de jugo y mimarme con un refrescante primer trago que se sintió glorioso y arrancó un suspiro de mis labios humedecidos. Luego seguí a mi compañero hasta una zona de césped suave y me senté frente a él, en la zona donde su mano invitaba. Me dijo que había estado tranquilo y durmiendo mucho, aludiendo que el campamento lo cansó. Además se estaba habituando a la escuela, comprendía que eso podía resultar cansador también.

    —No hay nada de malo en algo tan placentero como dormir, y además los osos son tiernos —dije con naturalidad al notar su tono avergonzado, y di otro sorbo a mi jugo antes de seguir hablando, señalándome el pecho con un pulgar:—. No existe quien logre levantarme cuando me lanzo a la cama. Recuerdo que el día después del campamento no escuché el despertador y llegué tarde a clases —me reí con liviandad—. Lo que pasa es que, además, me la paso entrenando. Adoro hacer ejercicio —la sonrisa que mostré bien podría haber brillado como el sol que nos daba calor, porque me gustaba hablar de ese tema.

    >>¿Sabías, Fuji, que practico artes marciales desde pequeña? —conté entonces mientras alzaba la cabeza hacia el sol, los ojos cerrados. El calor bañó mi piel, era relajante— Soy cinturón negro en Karate Kyokushin y también sé algunas técnicas de Taekwondo, pero esas las practicaba en casa con mi hermana mayor, antes de mudarme aquí a Japón —me giré hacia el chico y le sonreí—. Hoy día practico Judo en un dojo de esta ciudad, es un ambiente genial. A diferencia del karate y el taekwondo, los combates de Judo no están centrados en los golpes, sino en derribos e inmovilización en el suelo. Soy cinturón azul en esto, por lo que me queda un buen camino de aprendizaje; mi objetivo es alcanzar el cinturón negro, igual que en karate.

    Lo miré, esperando no hallar una expresión de agobio. Cuando se trataba de artes marciales me convertía en un pequeño torbellino de palabras.

    —En los bosques dije que te cuidaría, ¿recuerdas? A mi lado no tendrás nada que temer —bromeé.
     
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    La revelación sobre sus pasatiempos me sorprendió bastante, la verdad. Había caído en el prejuicio, claro, pero ni en mil años habría imaginado que una chica tan aparentemente delicada practicara artes marciales. El detalle me recordó el hecho de que Anna, con su tamaño de tanuki, también entrenaba y hacía kickboxing, pero me aparté de ahí lo más rápido que pude. En cualquier caso, era un pequeño detalle que seguía admirando.

    Se extendió bastante respecto al tema y yo le concedí toda mi atención, si acaso mechaba de tanto en tanto con un sorbo al té. No estaba muy interiorizado en el ámbito de las artes marciales, lamentablemente, así que no se me ocurrió nada interesante para acotar o preguntar. La información quedó almacenada en mi mente y su broma me ensanchó la sonrisa. Había mencionado a su hermana y tal, que entrenaban juntas antes de mudarse a Japón.

    —¿De dónde eres? —indagué, jugueteando con la botella entre mis manos—. ¿Y te entendí mal o te mudaste tú pero tu hermana no?


    Por fortuna se me encendió la neurona y mi semblante se iluminó, contento por haber ganado la lucha interna de poder responder algo interesante.

    —Ah, aquí hay un... ¿dojo de kendo? Creo que es de kendo, sí, pero... ¿no hay club de kendo? —Arrugué el ceño, asimilando la información conforme la decía—. ¿O yo no lo vi en las listas?
     
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    —¡Correcto! —dije, señalando hacia... hacia... ¿el sur, era?— Vi un dojo por allá. Me acerqué un día pero no llegué a entrar. Si quieres vamos después de relajarnos un rato, podría mostrarte algunas técnicas —propuse mientras daba otro trago a mi juguito.

    En ese momento Copito bajó del cielo como si hubiera surgido del mismísimo sol. En días como hoy sus plumas eran muy brillosas. Primero se paró sobre mi hombro y me picoteó la oreja con suavidad, lo que me hizo contener una risa a causa de la cosquilla; así me recibía siempre. Y apenas notó la presencia de Fuji, el pequeñín voló hasta su calzado y batió las alas. Sonreí.

    —Hola, Copito, ¿viste que te traje a Fuji?

    Mientras mi gorrión se acomodaba sobre una de las rodillas del chico, a él lo miré a los ojos. Había preguntado sobre mi lugar de origen y mostró interés por el tema de mi hermana. Mi espíritu abierto y confianzudo interpretó eso como una nueva cercanía entre ambos y yo, por supuesto, no pensaba dejarle con la intriga.

    —Nací en Seattle, pero cuando era muy chiquitita mi familia se mudó a Vancouver por trabajo, y gran parte de mi vida la pasé ahí. Soy estadounidense de nacimiento, pero vancouverita de corazón. O como solían decirme amigos de allá: Vancouverónica .

    Finalicé con una risa animada. Esa fue la respuesta a su primera pregunta.

    >>En cuanto a mi hermana, trabaja como guardaespaldas del hijo de un empresario o algo así, y está todo el tiempo viajando por el mundo. La adoro una barbaridad —saqué el móvil de uno de mis bolsillos (no del que había tanteado antes), abrí la Galería y le enseñé la pantalla a Fuji—. Mira, esta es una foto que me mandó ayer desde Moscú:

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    >>Se llama Valeria —conté, y el inmenso cariño que sentía por mi hermana se coló en el tono de mi voz—. Es ocho años más grande que yo. Estábamos siempre juntas. Me acompañó en todo, durante años, ya que papá y mamá le ponen mucho empeño a su trabajo para hacernos felices. Fue también mi guía en el camino marcial: no sólo me enseñó Taekwondo, me ayudó a mejorar las artes que ya practicaba e incluso defensa personal. Es muy fuerte y rápida, ¿sabes? —afirmé, orgullosa de ella, pero al instante una delicada nostalgia atravesó mis ojos— Se fue de casa cuando yo tenía catorce, ¡ay, no te imaginas la tristeza que sentí! —mencioné— Pero antes de marcharse me consoló con un fuerte abrazo y me indicó que era momento de construir mi propio camino. Me dijo que me quería, y eso bastó para darme fuerzas —mi mirada volvió a brillar, ese recuerdo me daba mucha calidez—. Así que elegí salir al mundo, como ella, y vine a terminar mis estudios secundarios y universitarios a Japón, porque bueno, este país me gusta mucho —reí, pero no era una risa a causa de una broma o algo. Era la emoción de darme a conocer con alguien—. Ahora vivo en un apartamento propio, pero bajo la tutoría de unos parientes de mi sensei de Judo de Vancouver, que es japonés. Vivo sola porque soy así de independiente, un pajarito libre.

    Di un trago más largo a mi bebida. Sí que había hablado, eh, pero fue muy satisfactorio. Cuando volví a enfocarme en Fuji, lo miré con ilusión.

    —¿Y qué hay de tí? —pregunté— ¿Eres de aquí, de Tokio? ¿Qué lugar me llevarías a conocer?

    Perdón por el tocho, aproveché para tirar un poco de backstory, jaj
     
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    Gigi Blanche

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    Giré el cuello en la dirección que ella había indicado; fue un mero reflejo, desde nuestra posición no se veía nada. Su propuesta me resultó interesante y acepté junto a una sonrisa. Una sombra cruzó rápidamente por delante del sol en ese momento y, al segundo, Copito apareció en el hombro de Verónica. La picoteó, saludándola, y observé la escena enternecido hasta que el pequeñín descendió a la punta de mi zapato. Me reí en voz baja y ladeé la cabeza, agitando la mano un poco.

    —Hola, Copito. ¿Has estado cuidando bien a Vero?

    El ave escaló hasta mi rodilla y estiré la mano con movimientos tranquilos. Le estaba rascando la cabecita apenas con la punta del dedo cuando Verónica empezó a contarme sobre ella. Le dediqué una última sonrisa a Copito antes de volcar mi atención en la chica. Habló bastante, pero cosas como esas jamás me habían molestado. Muchas veces prefería escuchar a ser quien debiera expresarse, la verdad. Me sentía más cómodo así.

    Reflejé su sonrisa al compartirme su apodo canadiense y alcé las cejas cuando me contó que su hermana trabajaba de guardaespaldas y, gracias a eso, recorría el mundo. Vaya, sonaba interesante. Me incliné para ver la foto que me estaba mostrando de Valeria y, en el proceso, cuidé de no mover mucho mi rodilla para no perturbar a Copito.

    Verónica era transparente, lo pensaba desde que habían asignado los grupos del campamento. Su relato se empapó de emociones, a cada palabra, y fui perfectamente capaz de comprender cómo se sentía. Respecto a su infancia, respecto a su hermana, su tiempo juntas y su partida. Escucharla era refrescante, verdad. Percibía el mundo con un filtro tan brillante, tan optimista, tan diferente al mío, que... había, si se quiere, una suerte de consuelo en sus palabras. Mantenía la esperanza viva.

    De que podía mejorar.

    De que las cosas iban a mejorar.

    —¿Cómo que sola? —reclamé al decirme que vivía sola, pretendiendo que malinterpretara mis intenciones, y al cabo de pocos segundos agregué junto a una risa—. ¿Y Copito qué es? ¿Una planta?

    Era predecible que me regresaría la pregunta, ¿no? Cualquiera lo haría. Le di un trago al té y rumié entre mis pensamientos. ¿Qué debía contarle, exactamente? O, más bien, ¿qué información omitiría?

    —Nací aquí, sí, vivo en Shinjuku desde siempre. Tengo un hermano mayor, también, y también lo quiero mucho... aunque seguimos en el mismo barrio, así que lo veo a menudo. Con eso te gané. Y lugares para conocer... Hmm... Bueno, Tokyo es enorme, podrías echarte la vida entera haciendo cosas. En Shinjuku está el Jardín Nacional, que es enorme y tiene espacios muy lindos, como el invernadero. Luego... Hay varios santuarios, museos... —Una sonrisa algo traviesa me estiró los labios y la miré, pretendiendo molestarla—. Si eres una señorita tan pícara e independiente, también está Kabukichō.

    Se me aflojó una risa. Kabukichō era un fenómeno que, a veces, escapaba a mi comprensión. ¿Qué clase de centro comercial aunaba turistas a mansalva y, al mismo tiempo, estaba regenteado por la puta yakuza? Parecía un delirio de fiebre puesto así, pero funcionaba. La gente iba y venía, se sacaban fotos y se divertían con absoluta inocencia, mientras los otros lavaban dinero, vendían drogas y estafaban infelices en los cabarets a una puerta de distancia.

    —Tienes que saber dónde entrar y dónde no, pero no se le puede negar el encanto —concluí, encogiéndome de hombros—. ¿Tú en qué barrio vives?


    nada que disculpar, Gakkou es tocholandia uwu/
     
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    Bruno TDF

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    —¡Ay! ¡Perdón, Copito!

    Fue lo que exclamé luego de que Fuji señalara mi involuntaria omisión, porque obviamente también estaba pensando en el pequeñín al hablar de nuestra vida en Japón. Pero me había emocionado tanto contando cosas de mí misma y de mi hermana que no logré darme cuenta de que al pobre no lo mencioné en mis pequeños torbellinos de palabras. Agradecí internamente que Fuji sí lo hiciera, por lo que le mostré una sonrisa culpable mientras dejaba escapar un ligero “¡Ups!”. Antes de que comenzara a hablarme sobre él, tomé a Copito entre mis manos y acaricié su cabeza con mi mejilla, en señal de disculpas, pero también de afecto.

    Lo escuché de piernas cruzadas y con el mentón apoyado en mis palmas abiertas. Copito se dedicaba a picotear el césped entre nosotros, mientras las palabras de Fuji fluían como brisa suave. Me hablaban de Shinjuku. Él también tenía un hermano mayor al que quería, y saber que aún podía seguir viéndolo por el barrio me despertó una sana envidia; me pregunté cómo sería en persona, por algún motivo me lo imaginaba con la seriedad y reserva de Vali. Las palabras continuaron deslizándose por el aire y yo no dejaba de prestarle atención con la sonrisa dibujada en el rostro, alegre de saber más cosas de él. Shinjuku seguía siendo el centro de la conversación y eso me hizo entender que era un lugar que definía su persona y su vida; mencionó un Jardín Nacional, lo que me hizo cerrar los ojos para tratar de imaginarlo, porque sonaba a algo gigaaante. También los santuarios, los museos y…

    Si eres una señorita tan pícara e independiente, también está Kabukichō.

    Al abrir los ojos me encontré de pleno con su sonrisa traviesa, la cual me tomó desprevenida. A Fuji se le aflojó un poco la risa y habló de diferentes tipos de entradas y la importancia de conocer cuáles eran las más convenientes. Captaba a lo que se estaba refiriendo.

    —Ay, Fuji, cómo dices esas cosas —reclamé entre risas.

    El color me había subido a las mejillas. Si ese era su objetivo, lo consiguió de forma merecida. Me enfoqué en responder su pregunta con la esperanza de que bajara con rapidez.

    >>Copito y yo vivimos en Bunkyō —sonreí triunfal, había aprendido de mi error; el gorrión alzó la cabeza al escuchar su nombre—. El apartamento queda cerca de un jardín botánico que se llama Koishikawa (creo). Es un sitio bellísimo, hago carreras matutinas en sus caminos antes del colegio para mantenerme en forma. Por el barrio también se encuentra el Instituto Kōdōkan de Judo, donde entreno para ser una gran judoka —volví a beber de mi botella de juguito, aún conservaba restos de frescura bajo el sol, y ya estaba casi vacía. La observé, pensativa.

    >>Fuji, antes de ir al dojo me gustaría darte algo —dije de pronto.

    Introduje no una, sino las dos manos en uno de los bolsillos de mi falda. Aquel que había tanteado con disimulo al vernos en el pasillo. Tardé más de la cuenta en sacar lo que allí había, porque comencé a hacer movimientos con los dedos con la intención de confundir su vista. Se podìa oìr claramente el sonido de un envoltorio plástico que delataba parte de la sorpresa, ¡pero...! Ya me había anticipado a eso, por supuesto. Era más importante jugar al misterio.

    Estiré mis brazos ante el chico, enseñándole los puños cerrados. Como seguramente no comprendía, esperé a que buscara mi mirada para poder explicarle bien.

    —En una de estas manos se esconde algo rico que endulzará tu receso —dije—. Debes hacer uso de tus habilidades y escuchar el llamado de la dulzura, que te permitirá elegir con sabiduría. Siendo tú, no te resultará muy difícil —le sonreí con aprecio— ¿Dónde crees que está, Fuji? ¿En mi mano derecha o en la izquierda?
     
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    Gigi Blanche

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    Vero había cerrado los ojos y jamás creí que mis pobres intenciones de picarla surtirían efecto, pero lo lograron y con creces. De pálida como era, el rubor se le notó enseguida y mi reacción no se modificó, siendo que de por sí me estaba riendo. Pobrecilla, debía avergonzarle mucho y para nada, con lo adorable que se veía. Bueno, me la estaba cobrando, ¿eh? Esa iba por mi bochorno durante la prueba de valor.

    Vivía en Bunkyō, un barrio que no frecuentaba mucho. Su sonrisa triunfal suavizó la mía y la dejé hablar, mientras jugueteaba con unas briznas de césped entre mis dedos. Su rutina se oía bastante saludable y no opiné nada concreto, siendo que, de todas formas, no estaba muy familiarizado con el barrio. Copito andaba picoteando acá y allá y Verónica absorbió mi atención al rebuscar en su bolsillo. Me alcanzó el sonido de un envoltorio plástico y una expectativa de crío me chispeó en el cuerpo, como el mocoso que aguarda por los regalos de Navidad justo antes de medianoche.

    ¿Había traído algo para mí? La idea se me atravesó en la mente y no lo pensé mucho.

    —Ustedes ya son lo suficientemente dulces —murmuré, sin ser consciente de la honestidad con la cual lo había dicho, y me reí—. ¡Voy a empalagarme, a este paso! ¿Mira si soy diabético? ¿Me llevarás a la enfermería? Bueno, probablemente puedas.

    Estaba soltando las tonterías por la mezcla de nervios y vergüenza que sentía en ese momento. Sonaba triste y por eso me cortaría un brazo antes de decirlo, pero recibir regalos... bueno, no me ocurría con frecuencia. Llevaba muchísimos meses, incluso años viviendo a un costado del mundo, convertido en su mera sombra, y que esta niña estuviera frente a mí, con sus brazos estirados, pidiéndome que escoja izquierda o derecha, era... b-bueno, era un tipo sensible, ¿vale?

    —Nunca tuve mucha suerte —reconocí, era tan cierto que se me clavó en el pecho, y alterné la vista entre ambos puños varias veces—. Hmm... ¿derecha?

    casi lloro con este post, me cago en la puta
     
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    Su reacción inicial llegó con un comentario que irradió honestidad, y esa honestidad convirtió la brisa de sus palabras en un refrescante viento. Nos dijo que éramos ya lo suficientemente dulces y yo me abracé esa frase con una sonrisa enternecida. Y por si fuera poco, se puso entre nervioso y vergonzoso mientras se convertía en un pequeño torrente de bromas sobre que iba a necesitar llegar la enfermería de tanto empalago. Asentí cuando aseguró que podría llevarlo; aunque tenía un cuerpo delgado y frágil en apariencia, mis músculos estaban llenos de fuerza y tenía la seguridad de que podría cargarlo en mis brazos, directo hacia la enfermería. La sola visión me obligó a contener una risita. Fuji me parecía lindo, pero cuando se ponía así de nervioso era más lindo que nunca y me encantaba. Sorprenderlo de esta forma había sido una gran idea.

    Hmm... ¿derecha?

    Mi sonrisa se ensanchó y asentí.

    —Acertaste.

    Giré mi puño derecho, mostrando la zona donde mis dedos se cerraban. Los extendí con lentitud, sin perder de vista el rostro de Fuji porque no quería perderme ninguna de sus reacciones. Sobre mi palma pudo ver una galleta con forma de media luna durmiendo. Era del tamaño de mi palma; estaba hecha de masa seca de vainilla y cubierta de glasé blanco. Su contorno y rostro plácido los habían dibujado con hilos de chocolate negro, era tan adorable que daba pena comerla. Se encontraba prolijamente envuelta en un plástico transparente enrollado en un extremo, donde se podía ver un moño azul. De éste pendía un pequeño cartón en el que se leía lo siguiente: “Para Fuji”, escrito por mi mano.

    —Una luna para una agradable noche —dije, mirando sus cabellos oscuros—. En honor al campamento. Me hubiera encantado hacerla yo, pero no soy buena cocinando dulces —admití negando con la cabeza, sonriente…

    >>Pero no es lo único que te traje.

    Fue entonces cuando giré y abrí, también, la mano izquierda. En ésta también había algo. Era una bolsita también transparente, pero atada con un moño blanco, que contenía algunas galletas más pequeñas con formas de estrellitas. Sus sonrisas estaban hechas de chocolate blanco sobre glasé amarillo. Tenía atado otro cartoncillo que también rezaba: “Para Fuji”.

    —Quería jugar al misterio, pero no pensaba permitir que te quedaras sin nada —dije, jovial. Copito voló hasta mi hombro y miró los envoltorios con interés—. Te dije que en una de estas manos se escondía algo rico… pero no que en la otra no había nada. Siempre ibas a elegir la correcta —le sonreí con picardía y acerqué suavemente mis manos a su pecho, animándolo a recibir sus regalos—. Esta vez la suerte siempre estuvo de tu lado. Así me siento yo por conocerte.

    >>Gracias por aceptarme tan rápido, Fuji. La paso muy bien contigo y Copito también. Este es el principio de algo grande.
     
    Última edición: 5 Julio 2023
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La alegría que sentí cuando supe que había acertado fue genuina, me lanzó otro chispazo de expectativa por el cuerpo y aguardé a que Vero revelara lo que tenía en la mano. Era una galleta de lo más bonita, decorada con cuidado y esmero, que emulaba una luna durmiente. Del paquetito colgaba un cartel escrito a mano que llevaba mi nombre, el apodo que ella me había conferido, y mi rostro expresó una ternura inmensa.

    Pero no es lo único que te traje.
    Aquello me sacó de base y subí a sus ojos, sorprendido. Abrió la mano izquierda, entonces, y lo que apareció esta vez fueron un montón de estrellitas sonrientes. El cartelito, otra vez, tenía mi nombre. Por un instante no supe cómo reaccionar, no supe qué decir. En mi mente se agolparon multitud de pensamientos y sensaciones inconexas. Alegría, vergüenza, ternura, miedo. Combatía contra la idea de creer no merecerlo, tan poderosa y oscura. Quizá no lo hiciera, pero Vero las había preparado para mí, las había comprado y escrito los cartelitos. Se aseguró que recibiera algo, sin importar la mano que eligiera. No le dejó espacio a la mala suerte.

    No le permitió alcanzarme.

    Siguió dándome en los puntos débiles. Que estaba contenta de haberme conocido, que gracias por haberla aceptado. ¿Cómo podría no haberlo hecho, con lo amable que era? ¿Acaso alguien podría rechazar a esta chica? Sus manos ingresaron en mi espacio, instándome a reaccionar. Recogí las bolsitas con cuidado, las observé con la cabeza gacha y... ah, mierda. Era un mal día para sentir tantas emociones.

    —Gracias —murmuré desde aquella posición, los ojos se me cristalizaron y parte del agobio se me coló en la voz inevitablemente—. Yo... perdona.

    Me los sequé con el puño de la camisa, avergonzado, y dejé la mano allí para resguardarme el rostro. Dios, Dios, Dios, qué vergüenza.

    —Perdona —insistí, en voz baja, con la vista aún clavada en las galletas; como si fueran mi cable a tierra. Sorbí la nariz—. Me siento un imbécil, pasa que... no han sido buenos días.

    Preferí no seguir hablando, que así me costaba más controlar el impulso y acabaría llorando como un mocoso.
     
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    Bruno TDF

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    Ni por un segundo dejé de prestar atención a su carita. Probablemente se reflejaba en mis ojos como si flotara en dos mares azules. Es que deseaba registrar cada gesto, presenciar el movimiento de alguna sonrisa y ser testigo del brillo cambiando en sus ojos. Porque, si había una cosa que disfrutaba mucho en la vida, era la reacción de quien recibía un regalo, y más cuando se trataba de las personas poseedoras de mi aprecio, como lo era este chico con el que sentía que conformábamos un gran dúo, con Copito completando el triplete.

    La luna durmiente desató en el rostro de Fuji una ternura contagiosa. Acto seguido se quedó como quieto de la sorpresa al descubrir que había más cositas para él: su segundo regalo, las lucecitas sonrientes; y mi completa sinceridad.

    Al tomar las galletas entre sus manos… Se quedó mirándolas, con la cabeza un poco agachada. Me dio las gracias por lo bajo y yo… pude darme cuenta del abatimiento en su voz, algo que no esperaba. Había imaginado una risa o algo parecido, pero no lágrimas que amenazaban con salir… Donde la alegría y el dolor se mezclaban a partes iguales… Copito, en mi hombro, comenzó a moverse sin dejar de girar la cabeza hacia Fuji. El chico se llevó el puño de la camisa a los ojos y empezó a pedirme perdón, conmoviendo así mi corazón y haciendo que me preocupara por él. Me explicó que no habían sido buenos días.

    Permaneció en esa posición, cubriéndose los ojos. Yo supe que se estaba conteniendo. Todavía me atravesaba el agobio que su voz había mostrado hace unos momentos. Copito se puso a piar, lo cual sucedía con escasa frecuencia. Su pequeño instinto animal estaba percibiendo muchas cosas al mismo tiempo.

    Descrucé mis piernas y me senté sobre las rodillas, colocándome un poco más cerca de Fuji. Alcé una mano muy suavemente y apoyé la yema de mis dedos sobre el costado de su hombro. Fue apenas un roce que él podía sentir, un acercamiento delicado…

    —No pidas perdón por sentir cosas —dije—, no tiene nada de malo ni de vergonzoso.

    Apoyé un poco más mis dedos sobre su hombro y empecé a acariciarlo. Una caricia con mucha, muuucha suavidad, la necesaria para no hacerlo sentir incómodo. Hace unos días nos habíamos tomado de la mano, así que con esto deberíamos estar bien de igual forma. Copito se adelantó sobre mi brazo y observó a Fuji en silencio. Ninguno de los dos quería dejarlo solo con sus sentimientos, por lo que nos manteníamos conectados a él de esta forma…

    —Lamento mucho que no hayan sido buenos días, lo comprendo y respeto —agregué con dulzura, sin dejar de acariciarlo—. Ojalá… Ojalá las cosas mejoren con el tiempo. Hay muchos días y muchas noches por delante... Tenemos el hoy —miré las galletas que seguía sosteniendo en su otra mano, mientras que Copito aprovechó que detuve mi caricia para pararse en el hombro de Fuji—. Y nosotros estaremos contigo de ahora en más. Te cuidaremos.

    Me aparté con la misma suavidad a la que me había acercado, y me puse de pie. Vacié lo que quedaba de mi jugo de uva y miré en dirección a… eh… sí, el sur es por allá.

    —¿Vamos al Dojo? —invité, extendiendo la mano en su dirección— El camino que tenemos hasta allá vendrá bien para despejarte un poco.

    Le mostré una sonrisa pura y esperanzada.
     
    Última edición: 6 Julio 2023
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    Insane

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    Los días habían transcurrido con bastante tranquilidad, exceptuando el hecho de que no había estado disponible para los gemelos el fin de semana, por lo que mi madre me había ocupado lo suficiente para no revisar siquiera el móvil, y aunque me disculpé con Zold sentía algo de culpa, por lo que le había mandado a su casa el domingo en la noche un domicilio a su vivienda. Era un postre hecho de pistacho y eso, me había mandado un sticker y el que no me preocupara tanto, por lo que procuré restarle importancia.

    Al salir de clase Zeld me esperaba en el pasillo, como de costumbre.

    —¿Qué trajiste hoy? —pregunté con el recipiente entre mis manos.

    —Un bento que compré de camino hacia acá, ah, pero también te traje algo a ti~ —alcé las cejas con ligereza—. ¿Recuerdas los chocolates que mencionaste el viernes? Bueno, me topé con un par así que tenemos postre hoy~

    Asentí apenas, bajando las escaleras. Hacía mucho calor, por lo que traía el cabello recogido, y también por lo que pasamos al dispensador de bebidas. Un agua fría y él se había asignado un jugo.

    —Y bien, Rapunzel~ ¿A dónde soy digno de sentarme con usted?

    Me sonreí apenas, mirando la sombra de uno de los árboles frondosos del patio norte.

    —Se ve bien ese espacio, Zeld.

    Nekita hola bb <333
     
    Última edición: 22 Julio 2023
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    Nekita

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    Desde que salió de su aula prácticamente se había quedado en la esquina del pasillo de los de tercero, comiendo tranquilamente unas galletas que había comprado tan solo para tener un ojo en su amigo favorito, de vez en cuando lo hacia tan solo por diversión para saber lo que estaba haciendo y tener cosas que traer a la mesa si volvían a tener sus momentos a solas.

    No lo sorprendió demasiado verlo salir con Génesis y perderse por las escaleras hasta el primer piso, pero sí un poco ver a otra chica ir preguntando a los demás estudiantes del salón si habían visto a Zeld, no recordaba haberla visto antes pero, tampoco es que pudiera desperdiciar una oportunidad así.

    Puso su mejor sonrisa y salió de su esquina con una mano en alto —¡Yo tengo una idea de a donde pudo haber ido! —Dijo prácticamente luego de aparecer a su lado y charlar un poco sobre que prácticamente él iba a ir a también intentar comer con él y podían ir juntos, se presentaron y prácticamente estuvieron buscando por el primer piso hasta que vio la cabellera rubia de Génesis y aviso a la chica.

    —¡Zeld, Gen! —Gritó Cathy aprovechando que estaba a lo lejos, moviendo su mano de lado a lado en el aire para saludarlos cuando voltearan, mientras Sean se limitaba a sonreir tranquilamente. Cuando estuvieron más cerca, ella volvió a ser la primera en hablar —¿Podemos unirnos a ustedes?

    —Estaba perdida buscándote y dada la casualidad que yo también te quería alcanzar, no les deberiamos causar mucha molestia con esta petición, ¿no? —Añadió Sean.
     
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    Insane

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    Tomamos asiento en el césped en lo que Gen acomoda a su falda para quedar apropiadamente, según ella, y yo por mi parte eché la espalda contra el tronco del árbol. Tenía la camisa desabotonada de por sí con una blanca de fondo. El calor que hacía era infernal hasta para mí, por lo que ni demoré en destapar el jugo y beber un sorbo. Pensaba que sería un almuerzo tranquilo, con Allen siempre era así, y así procuraba que se sintiese ella, bueno, hasta que no pro la voz de Cathy, sino por quien estaba tras ella se me forzó la sonrisa.

    —Tu amiga y... ¿tu amigo? —murmuró Gen, disimulando al cubrir sus labios con la botella de agua.

    —Eso parece.

    Recorrí a Cathy porque sí, y la invité a sentarse con un movimiento de cabeza. Que ahora que lo pensaba, hace un buen rato que no hablaba con ella.

    —Bueno, tú si te puedes perder —agregué mirando a Sean con el tono burlón de costumbre, a lo que Allen me miró desde el costado casi recriminando lo que ella llamaba modales y esa porquería barata, fue entonces que volví a centrarme en Whitman—. ¿Que trajiste hoy de almuerzo, princess?~

    La cabellera rubia se movió en dirección al chico, fingí no prestar atención a nada más que a Cathy porque sí, en lo que escuchaba a la otra:

    —Génesis —se presentó hacia él—, ¿eres amigo de Zeldryck?
     
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  17.  
    Nekita

    Nekita Amo de FFL

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    Cuando ya estuvieron lo suficientemente cerca, no dudó demasiado en simplemente tomar asiento luego de que Zeld pareciera acceder, quedándose al lado de Genesis para que también los chicos quedaran juntos, más porque tampoco quería alejar al amigo de Zeld luego de que él también hubiera tenido la intención de encontrarlo para comer juntos.

    —A tu lado siempre estoy perdido, ciegas a mi sentido de la orientación~ —bromeó Sean con una gran sonrisa, dejando sus cosas en el césped con cierta tranquilidad. Cathy instintivamente sonrió al creer captar la clase de amistad que podrían tener esos dos, y le parecía hasta algo adorable la complicidad que deberían tener para que uno pudiera hacer comentarios de ese tipo.

    —Oh, yo traje camarones empanizados, arroz y algo de ensalada para complementar —Abrió su bento para mostrarle, todo perfectamente acomodado en dos pequeñas cajitas de bento —. ¿Ustedes iban a compartir almuerzos?~

    Mientras la conversación se desenvolvía Sean comenzó a abrir los paquetes de su comida, posando sus ojos en Cathy o Zeld respectivamente cuando tenían su turno de hablar hasta que Génesis le habló, solo así se giró a verla y asintió.

    —Desde que era pequeñito pequeñito, bueno, exagero...pero sí desde que era algo más adolescente, ha sido una fortuna caer en su escuela, ¿sabes?
     
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  18.  
    Zireael

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    El sonido de la máquina me distrajo un segundo del monólogo, pero continué sin más y cuando terminé al chico no le quedó más que responderme la última pregunta en vez de atender al resto. Me respondió mientras me alcanzaba el jugo, lo tomé con cuidado y asentí con la cabeza para que supiera que lo escuchaba. Físico especializado en astronomía entonces, bueno ahora tenía incluso más sentido que antes que este niño se echara la vida observando su entorno.

    Tiny Hubert? —apañé en inglés, casi al mismo tiempo se me escapó una risa por eso de que era inquieto e insistente porque era difícil de creer viéndolo ahora y reseteé el sistema para dejar de hablarle en mi idioma materno—. Sin ofender, pero suenas bastante adorable de pequeño. Y eso de tener un padre físico suena como que super genial.

    A la vez había comenzado a caminar cuando me lo indicó, llegamos a la salida hacia el patio norte y me detuve en el borde de la puerta, donde todavía había sombra. Hice un mapeo bastante rápido del asunto, había gente aquí y allá pero una parte también había renunciado a llevar tanto sol, así que el cerezo tenía algo de sombra libre.

    —Sí, como dije cada uno observa el mundo con un par de lentes diferente. Sea una profesión, la casa en la que crecimos o nuestra personalidad directamente —hilé mientras comenzaba a caminar hacia el árbol—. Tiene su gracia, mi madre es bióloga. Aunque dejó de ir al campo hace tiempo, ahora es parte de un grupo de revisión de una revista académica.

    Caminé sin prisa hasta que nos encontramos bajo la sombra del cerezo, ya allí alcé la vista hacia la copa un instante, me permití una ligera sonrisa y me las arreglé para sujetar el jugo con la otra mano junto al almuerzo para poder tocar el tronco del árbol con cuidado. Fue casi una caricia, nada muy extraño, y cuando regresé el brazo a mi espacio me senté dejando las cosas frente a mí para dar una palmada suave en el césped junto a mí, invitando a Hubert a sentarse.

    —Siendo honesto me la paso en casa jugando videojuegos o mirando películas, estudiando en los intermedios porque no soy demasiado avispado —respondí a su pregunta de antes aunque tenía pinta de que la había olvidado o ignorado. Antes de contestarle la segunda parte me permití una risa baja y asentí con la cabeza, tranquilo, mientras abría el jugo que me había comprado—. Ah, sí. Mi observación constante me ha llevado a un par de descubrimientos. El primero, que hay algunas caras nuevas en tercero, una pequeña oleada de recién llegados.

    Hice una pausa para beber un sorbo, suspiré y recosté la espalda en el tronco del cerezo. Al hacerlo me permití buscar la mirada del muchacho para sonreírle, aunque el gesto cargó una mezcla de diversión y amabilidad un poco extraña.

    —La segunda me parece más importante, debo admitir. Con la información que recopilé durante el campamento y en este recorrido he llegado a la conclusión de que eres un buen chico.


    ja, toma ese cumplido, hubert

    btw perdón por escribir tanto, me pasa mucho con Cay (?
     
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  19.  
    Insane

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    Zeldryck solía rodearse de amistades algo... ¿particulares? No lo pensaba por la chica, porque notaba en ella una niña amable y con clase, sin embargo la forma de hablarse con el otro chico parecía ser más bromista, aunque en un inicio no lo entendí luego lo asocié por la forma en que el desconocido le respondió. Me relajé con liviandad en lo que destapara mi almuerzo y sujetaba un tenedor para llevar a mis labios los tomates cherry, iniciando por la ensalada en lo que miraba el almuerzo de Catherine.

    —¿De qué es tu ensalada? —murmuré en pregunta, al no llamarma la atención los camarones empanizados—. Ah sí, solemos hacer eso —comenté en referencia a que en hora de almuerzo, si estabamos juntos compartíamos lo que traíamos, o lo que compraba él.

    Llevé otro bocado de mi ensalada a mis labios, sintiendo la brisa ligera y tibia por el calor del verano, regresando mis orbes ante la respuesta del otro chico.

    —No lo sabía —murmuré destapando la botella de agua para tomar un sorbo. Suspiré ante el alivio de hidratarme—. Nunca me había hablado de ti, pero supongo que Zeld no habla mucho de sus amigos.

    Kasun torció los ojos:

    —Parece que hablaran de mí sin estar aquí presente —se quejó sarcástico—. Cathy, ¿me compartes de tus camarones?~
     
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  20.  
    Bruno TDF

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    Negué con calma cuando mencionó que le sonaba adorable mi versión de la niñez, ya que no existía motivo alguno para ofenderse. Caminamos en calma en dirección a la salida de la cafetería mientras continuaban fluyendo las reflexiones sobre la observación, esta vez de parte de mi compañero.

    Era una conversación interesante, ciertamente profunda y, si me detenía a pensarlo, se trataba de la primera vez que hablaba con alguien sobre ese tema. La observación la llevaba naturalizada como parte de mi esencia, y debía ser ese el motivo que le hacía pasar desapercibida frente a las inquietudes del pensamiento. Ahora, gracias a la fortuna de estar con alguien que compartía ese rasgo y llegaba a comprender sus implicancias, podía acercarme a una conclusión de lo que podía significar para mí mismo. A mí en particular me estaba gustando el hecho de descubrir la claridad de mis ideas gracias a Cayden, por lo que me sentí agradecido de estar con él. Eso, sin descontar que era un chico sumamente agradable.

    —Así que, además de ser observadores, también tenemos una suerte de nexo con la ciencia —mencioné al oír que su madre era bióloga, lo que había despertado mi interés.

    Alcanzamos el árbol de cerezo del patio norte, donde su sombra nos prometía un buen refugio frente al sol. Yo seguía a Cayden con paso tranquilo, por lo que el chico se adelantó un poco. Me detuve un instante para apreciar la forma en que elevó la vista hacia los pétalos rosáceos y sus dedos hacían contacto sobre la corteza, un tacto tan suave que podría haber pasado por una caricia. Me sonreí al ver aquello, con la pregunta de si el chico tenía algún vínculo especial con la naturaleza: su madre era bióloga, no podría investigar con animales por tratarlos como mascotas y ahora mostraba ese aprecio hacia el árbol de cerezo. Finalmente tomé lugar junto a él, con la espalda apoyada levemente en el tronco.

    Todo se sentía cálido: el aire que nos envolvía, la tierra bajo mi cuerpo, la corteza del cerezo y la compañía.

    Conforme Cayden me contaba sobre las cosas que estuvo haciendo esos días, yo daba cuenta de mi almuerzo con discreción, tomando porciones pequeñas para evitar tener la boca atestada. De otro modo, sería incómodo que me sorprendiera con alguna interpelación que no pudiese responder a tiempo; sería francamente vergonzoso. Así, supe que jugaba videojuegos y miraba películas, que también se esforzaba con los estudios. Contó también que había descubierto caras nuevas entre el alumnado de tercer año, que fue un dato que captó mi atención.

    —¿Y qué te han parecido? —quise saber cuando hizo una pausa para beber, ya que ese dato había escapado a mí radar— ¿Alguno llamó especialmente tu atención?


    Sin embargo, lo que recibí por parte de Cayden fue una sonrisa peculiar. Fue positiva, pero también algo indescifrable en ese momento. Lo observé con la curiosidad en los ojos. Me reveló entonces su segundo descubrimiento producto de la observación...

    La conclusión de que yo era un buen chico fue inesperada y tuve que dar las gracias, por dentro, de justo en ese momento no estar comiendo o tener un trago de agua descendiendo por la garganta. Quizá se debiera a que los modos de Cayden eran más calmos en comparación a Anna, quien era una explosión de la expresión, pues sus palabras me sorprendieron un poco. Desvié mis ojos hacia el patio y di un sorbo lento a mi agua para reordernar la mente. Al desprender la botella de mis labios, en estos finalmente se formó una sonrisa.

    —Entonces pensamos igual sobre el otro —dije finalmente, un poco más respuesto, a lo que me giré para devolverle la sonrisa—. Creo que además tienes bastante sensibilidad con tu alrededor, es una característica tuya que seguramente reconforta a quienes te rodean.

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    No te preocupes, yo escribo mucho con todos los personajes, jaja. Aparte me gusta cuando los post desarrollan cosas.

    PD: lamento la demora, fueron días desgastantes (?)
     
    Última edición: 1 Agosto 2023
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