Pasillo (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Ver su sonrisa ensanchó la mía y asentí quedo. Mi casa tampoco era una cuna de músicos ni nada parecido, la verdad, de hecho el gusto a la guitarra se lo había pillado cuando Rei probó. Ser mi primo mayor le había concedido durante mucho tiempo el estatuto de "chico cool", así que por una época le presté mucha atención a lo que hacía y acabé metiéndome en las mismas mierdas. No dudaba, pensándolo bien, que esa razón hubiera echado mucho peso a la decisión de involucrarme con pandillas y toda la mierda. En fin, al final él no cuajó con la música pero yo sí. Luego de mí, vino Chiasa.

    Y con ella se rompió la cadena.

    —Bueno, bienvenida a una —anoté, sonriente, cuando dijo que nunca había pertenecido a una banda. Incluso abrí un poco los brazos—. Ni hizo falta que lo pensaras.

    La tarea que me había asignado era harto sencilla y todos lo sabíamos, pero aún así me felicitó y cerré los ojos un instante, como un cachorro que se portó bien y lo elogian por eso. Seguí el movimiento de sus dedos a lo largo de las teclas; si había algo que me sorprendía de los pianistas era la habilidad de discernir y lograr que sus manos ejecutaran acciones totalmente independientes. Cuando respondió a mi pregunta, alcé un poco las cejas y me tragué las dudas. ¿Su primera canción había sido esa, en serio?

    ¿Estaba ante una prodigio o algo?

    La escuché mientras tocaba, ella había cerrado los ojos y repasé sus facciones brevemente antes de mirar por la ventana, dejándome envolver por la música. Me alegraba mucho haber sido capaz de abrir el club. Fue breve, pero ese momento bastó para relajarme el cuerpo y darme una cuota extra de... paz. Cuando el silencio regresó, respiré hondo y me incorporé también, echando un vistazo alrededor antes de indicarle que abriera el camino hacia la puerta. Me encargué del armario y luego cerré el club con la llave que me habían confiado.

    —Claro, igual vamos a vernos a diario, supongo. A ver cuándo reúno a todos los miembros del club.

    Luego de entrar a la 3-3, le dediqué una última sonrisa antes de desviarme hacia mi asiento y aguardar allí por que las clases dieran inicio. Había visto a Haru en el pasillo, pero él no reparó en mi presencia o, me atrevía a arriesgar, fingió no verme. Mi móvil vibró de repente, era un mensaje de Anna.

    Puedes creer que Kakeru está en el Sakura???
    No, espera
    Tú lo sabías?


    Primero alcé las cejas, genuinamente sorprendido, y volteé alrededor por si de casualidad estaba en mi clase y no lo había visto, pero no fue el caso. Acabé soltando una risa por la nariz ante su evidente atropello. Me dispuse a responder, meneando la cabeza en un gesto vago. Podía oírla en mi cabeza diciéndolo y todo, de verdad.


    tendría que haber posteado en la 3-3 pero el último post es mío y weno

    por acá cierro con ko-chan uwuwuwu
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Intenté mantener la sonrisa, pero la verdad la cosa no pintaba muy bien. Al menos, al principio. Haruhiko parecía tener menos energía que un oso en hibernación, pero al menos, se lo veía con ganas de no desaprobar, lo cual suponía que debía de ser bueno. No conocía personalmente a ninguno de los otros dos integrantes, así que ambos nos dirigimos hacia el aula de Altan y Misato. En cuanto llegamos a la puerta, repitió sus nombres, y tardé unos segundos en entender que lo que quería era que yo fuera a buscarlos. Bueno, pero sí yo tampoco tenía ni la más pálida idea de como se veían incluso, ¿cómo iba a hacer para encontrarlos?

    Por suerte, pareció que el destino nos la quería poner fácil, ya que Altan apareció apenas dijeron su nombre en voz alta, como si lo hubieran invocado. Y no tardó la última integrante en también hacer acto de presencia, aunque parecía que por alguna razón me había ignorado al saludar. Incliné la cabeza algo intrigado, pero lo deje pasar. Tal vez la chica estaba algo apurada, y que conociera anteriormente a los otros dos. O que ni siquiera supiera que yo era parte de su grupo.

    Era obvio que tanto Haruhiko como Altan no tenían muchas ganas de esforzarse, o al menos, intentar pensar un poco fuera de la caja. En cuanto me enteré de que el trabajo era sobre arte, la verdad era que el rostro se me había iluminado. Arte era un tema muy amplio, pero había una faceta que me interesaba especialmente: la música. Había albergado las esperanzas de que mis compañeros tuvieran al menos un poco de vena musical, pero se veía que ese no iba a ser el caso. Un informe escrito, ¿eh? Era lo más seguro, suponía.

    Tal vez aquí en Japón la palabra que habían usado para arte representara solo las plásticas.

    — Bueno, supongo que un informe puede resultar, sí —comenté, algo decepcionado, mientras me rascaba la nuca.— ¿Hay algún movimiento que les interese en particular? Podríamos ver de buscar alguno que una tanto artes plásticas como musicales, o no sé si hay otro tipo de disciplina artística sobre la que quieran estudiar. Tenemos teatro, danza, arquitectura, cine, escultura...

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    Ikoma-kun Rolero, dibujante

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    Misato Aoyama

    La presión por no reprobar debía estar haciendo estragos en mi, al leer las expresiones de los demás y hacer memoria de mis palabras, casi morí de vergüenza al haber pasado por alto la presencia de Atkinson-san ¡Qué vergüenza! Cubrí mi boca para no evidenciar pena por tal falta de respeto que había cometido (podía sentir vergüenza pero no demostrarla), el kami de los estudiantes debía entender.

    —Es una muy buena decisión, lo apoyo totalmente, sería muy lindo detalle incluir algo de pintura—apoye al resto con un aplauso, redactar un informe podría ser lo más viable en esta ocasión, sobre todo para mí pobre cabeza; había estudiado a detalle varias de las áreas que Atkinson mencionó...esperaba no pasar de datos importantes igual. No podía permitir más manchas en mi promedio, todo dependía de lo que había investigado

    —Si todo sale bien les invitaré unos deliciosos onigiris, su esfuerzo lo merece.

    Aquello último fue un detalle para premiar la presencia del equipo. El empeño debía ser premiado, mire especialmente a Atkinson-san...le premiaria con una porción más de la bola de arroz. Una disculpa silenciosa pero muy acorde a mi estilo.
     
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    Suiren me había dejado un mensaje sobre encontrarnos antes de ingresar a clases, por lo que lo esperé en el pasillo, pese a que sentí y se demoró un poco, viéndolo luego con una chica rubia, aparentemente me había dado su camiseta. De igual forma denoté el cabello húmedo de la mujer por lo que supuse y se había mojado con algo... Solo había una brisa, pero quizá llovió por su casa o quién sabe. Dejé de darle vueltas a lo que saludé a ambos con una sonrisa, quedándose Craig luego de despedirse de ella.

    —¿Y entonces te vas?

    —Sí, aunque espero venir mañana. Todo depende de cómo vaya surgiendo la semana.

    —Vale, yo hablo con Mason.

    El miró el móvil, y contestó lo que parecía algún mensaje de texto, hablando aún así mientras tecleaba:

    —¿Avanzaste algo?

    Me sonreí apenas. Porque bueno, a la final ya ni sabía cómo nos iría al sentir que no avanzamos nada, aunque a la final relaje el semblante, con una cuota de ánimo.

    >>Pues a ver, te cuento...

    .
    .
    .

    Con el timbre del receso y lo que me había comentado Craig que había estado leyendo esperé a David en el pasillo, para intercambiar alguna idea que le hubiera surgido y de una vez darle las gracias por la tutoría de Katrina el día anterior.

    Yáahl
    Para que digan que las tutoría de Kat no sirven
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    Zireael

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    En lo que a mí me concernía Akaisa debía querer tirarse de las mechas al ver semejante grupo de inútiles, no la conocía demasiado más allá de las noches de fiesta y esas mierdas, pero en la escuela daba todas las pintas de ser una intensa de cuidado. Puede que se pasara las normas por donde no daba el sol, pero por demás era poco probable que aceptara algo que no superara el promedio.

    De nuevo, sabía que iba a tener que compensarla de alguna manera, así fuese comprándole la hierba de los próximos quince días, pero ese sería un problema del Maze del futuro. Por ahora, solo esperaba que por nuestro propio bien el monólogo del tanuki este sirviera para algo, pero no había una certeza de ninguna clase.

    Adentro de la clase se había quedado Sonnen con el nuevo, su amiga con la que suponía era su compañera de grupo, y el otro pelirrojo de la cara hecha una desgracia se había salido de la clase apenas sonó la campana. Yo me estiré, bebí algo de agua de la botella de agua que cargaba desde casa y solo después me levanté porque me había parecido ver a Kasun afuera.

    Al salir, confirmé que era el caso y me acerqué a él con la calma usual, sonriéndole a modo de saludo.

    —Y bien, ¿se les ha ocurrido algo mejor luego de la charla con Katrina? —pregunté inmediatamente después—. Yo medio revisé algunas cosas, para ver qué tan difícil sería montar todo en digital o no.


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    Insane

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    En lo que estaba por llamar a David al celular lo ví salir de su salón de clase, devolviéndole la sonrisa como saludo en lo que me guardaba el móvil en el bolsillo, pues luego de reunirme con Craig había sentido el que por fin comenzabamos a avanzar de alguna forma, ya podría decir que teníamos un esqueleto inicialmente, por lo que el ánimo en mi rostro se mantuvo.

    —Sí, la verdad desechamos la idea de la pintura que nos había dado Akaisa, y pensamos en hacerlo centrado en los colores que según ella nos representa a cada uno de nosotros —repasé el tono de su cabello, y luego sus ojos al recordar los que le había designado la chica el día anterior, elevando las cejas al escucharlo mencionar que estaba indagando en lo digital—. Oh David, si logras algo con un programa de edición ahorraríamos mucho tiempo.

    Le mostré la hilera de dientes en una sonrisa animosa.

    —¿Te parece si mañana nos reunimos nuevamente en el club de arte?

    Ya tenía un archivo que me había enviado Allen al WhatsApp, por lo que veía viable el avanzar individualmente y reunirnos luego, justo como hoy.
     
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    Gigi Blanche

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    Había algo extraño en este tío, eso seguro; fueran sus pintas de emo boy, los leves vestigios de superioridad que encontraba en algunas de sus maneras, o precisamente el hecho de que estas dos cosas habitaran un mismo cuerpo. No estaba seguro si me lo imaginaba o estaba ahí, considerando que, al menos desde mi óptica, no albergaba razones para burlarse de mí. Por eso tampoco le di mucha cabeza. Los motivos ajenos, generalmente, me resultaban indiferentes.

    A menos que tuvieran dientes, claro.

    Parpadeé con cierto aire de inocencia antes de renovar la sonrisa, contento. ¿En serio planeaba invitarme al almuerzo? No lo veía necesario, vaya, pero tampoco me pondría a negárselo; no allí, quería decir. Ya lo veríamos en la cafetería. Sería un rollo personal y todo lo que quieras pero, mierda, detestaba quedar en deuda con las personas.

    Con toda la puta ironía que eso conllevaba, desde luego.

    Empecé a caminar a su lado cuando él lo hizo, llevando un ritmo bastante liviano y despreocupado. Había notado que repitió una de mis palabras, pero asumí que completaría su idea y así fue. Ya en el pasillo, lo miré y luego volteé en varias direcciones, a ver si de casualidad daba con alguna cara conocida; no hubo suerte. ¿A quién le habría identificado de encontrarlo, de todos modos? No estaba seguro sobre Kou y Haru, así que la opción segura eran Kohaku y Anna. En cierta forma me alivió no tener que preocuparme por el asunto.

    —Un par, sí, pero ninguno va a nuestra clase —me quejé, se notó que realmente era algo que me daba pena aunque no hubiera perdido la sonrisa—. Es difícil luchar contra la manada de elefantes, supongo.

    Me balanceé sobre mis talones y hundí las manos en los bolsillos.

    —Bueno, señor guía turístico, ¿por dónde empezamos~?
     
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    No creía que Katrina hubiese dicho lo de los colores que nosotros mismos poseíamos con la idea de que lo usáramos para el proyecto, pintaba más a que era un ejemplo para que procesáramos mejor lo que no quería explicar, pero ahora que el chico lo decía la verdad es que no vi por qué no utilizarlo. Era un poco más sencillo, si acaso, así que mejor para mí.

    Noté al chico repasarme con la vista, seguro repasando la explicación de Katrina, y asentí con la cabeza a lo del programa de edición. A la larga puede que sí optara por que montáramos todo en Canva, podían subirse las fotos y todo el rollo, pero eso lo vería más tarde en casa con más calma.

    —Me parece bien, sí. No creo que a Kai-chan le importe que sigamos usando su club —comenté junto a una risa.

    Tan siquiera ya estábamos un poco más encaminados.


    perdón, me olvidé por completo de este post absjadbe
     
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    Gigi Blanche

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    Iba a tener que seguir insistiendo sobre la misma línea, pero me generaba una alegría difícilmente explicable que las personas se relajaran a mi alrededor; en especial los que parecían vivir a medio segundo de salir corriendo, sea por vergüenza, por miedo o una amalgama indistinguible de ambos. No era tan avispada, no lo suficiente para encasillar a Cayden en semejante categoría con diez minutos de conocerlo, pero como mínimo había llegado nervioso. Nervioso y avergonzado. Ahora estaba ahí, riéndose sin pudor. Y eso era, ¿no? De eso, muchas veces, se trataba la vida.

    De poder relajarnos.

    Igual también era consciente que últimamente la estaba pasando peor de lo normal y pequeñas interacciones como estas me ayudaban a mantener mi eje. Llevaba bastantes días subiendo a clases sola, almorzando sola, tomando el tren sola, y sabía... sabía que no era extraño.

    Pero también sabía que no me agradaba.

    Cayden dio la conversación por concluida y medio giró el cuerpo en dirección a la puerta. La tontería quiso ensancharme la sonrisa pero, en su lugar, me forcé a suavizarla para marcarme el pequeño teatro del día. Hice una reverencia ligera cruzando un tobillo sobre el otro, de esas que las damas hacían en las películas, y abrí la marcha hacia el pasillo.

    Oh my, thanks —lo molesté sin una pizca de maldad real, y una risa ligera se me coló inevitablemente en la voz antes de agregar—: What a gentleman~

    No sabía hacia dónde iba él, pero no nos separaban muchas puertas del club de fotografía así que seguí caminando a un ritmo estúpidamente lento. Vi a Maze, pero estaba conversando con otro muchacho y no me estaba sintiendo del todo bien últimamente, así que preferí no interrumpirlo. La pulsera, sin embargo, se volvió pesada en mi muñeca por apenas un segundo.

    —Ah. —Giré el rostro hacia Cayden y busqué mi móvil en mi bolsillo para extendérselo—. Puedes avisarme la tarde anterior, si quieres, y yo me encargo de preparar un postre. ¡Será un super almuerzo! Pinky promise!


    ola la rolita destroyed my heart and shattered it into pieces and now im seriously sad cuz im a heavily bad mamma bai
     
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    Zireael

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    No estaba viviendo mi mejor momento, eso seguro, yo mismo me estaba moviendo entre distraerme, arrancarme de las personas que podían preocuparse por mí y tratar de seguir como si nada. Había algo, un error en la configuración que permitía a las paredes alzarse, porque se habían quedado a medio camino y no sabía si quería buscar a alguien para soltarte todo el desastre que tenía en la cabeza o solo encerrarme hasta que se ordenara.

    Por primera vez en mucho tiempo no sabía si quería estar solo de verdad o era una ilusión.

    Haberme medio relajado con esta chica quizás debió darme una pista, pero era tozudo y decidí ignorar las señales que eran, de hecho, bastantes obvias. Las tomé, abrí un hueco en la tierra y las hundí hasta que me pareció que no podía verlas, que podía ignorarlas sin más. Me había especializado en eso, ¿no? En ignorar las voces que venían desde mi interior, los murmuros del lobo en medio de las paredes de fuego.

    Los ecos de mí mismo.

    Como fuese, cuando giré el cuerpo hacia la puerta a ella le hizo gracia la tontería y suavizó la sonrisa para montarse el numerito del momento. La reverencia de dama de película me estiró la sonrisa y me desocupé una mano para extenderla indicándole que podía salir primero, subiéndome al teatro sin demasiado problema. Me veías con esta cara de moco y estos nervios, pero me permitía esa clase de cosas sin demasiada restricción.

    Salí detrás de ella, pronto la alcancé para caminar a su ritmo. Noté a Mason en el pasillo todavía hablando con el Kasun versión ligera, asumí que por lo de su proyecto, y eso me distrajo lo suficiente para que cuando Pierce girara el rostro hacia mí para extenderme su móvil diese un pequeño respingo. No fue mucho, si acaso delató que me había distraído y la miré algo apenado antes de tomar el aparato.

    Sure thing —contesté mientras anotaba mi número, la sonrisa me alcanzó el rostro de nuevo—. No vayas a juzgar mis habilidades culinarias y eso, que no soy digno de Master Chef. Aún así, pinky promise!

    Hasta que despedazara esta ilusión de tranquilidad.

    Una vez listo lo del teléfono lo extendí de regreso en su dirección, me había agendado como Cay a secas, en grandes rasgos porque mucha gente me decía así aunque no hubiese especial confianza todavía y poquillo por perezoso de escribirlo completo. Esperé a que lo tomara y solo afuera, donde ya no me pareció detectar a los desgraciados en cuestión, la sonrisa se me desvaneció y arrojé la vista al suelo.

    —El negocio que hiciste con Mishi, con Arata. —Me corregí de inmediato al ver cómo lo había llamado, comprimí los gestos y dejé la vista puesta en un punto muerto del suelo mientras hablaba, con la voz diluyéndose con el ruido de la lluvia, a nada de perderse entre las gotas. Estaba confesando un pecado, contando un secreto, no sabía cuál era la diferencia—. Yo hice una parte, luego le entregué la pasta.

    Me forcé a levantar la vista para encontrar sus ojos, la culpa y la vergüenza se revolvieron, así que aunque no lo había dicho mi ámbar debía decirlo a gritos. Nunca había sido bueno mintiéndole a ciertas personas, menos cuando parecían ser importantes para los demás, incluso si no se daban cuenta, y por eso mi propia mirada lo gritaba.

    Perdóname.

    Perdóname y perdónalo, por lo que más quieras.

    No sabe hacer otra cosa que arrancarse a sí mismo de la muerte.

    —Lo saben. —Era ambiguo que te cagas, pero sabía que iba a entenderlo incluso antes de que siguiera soltando la bomba por partes—. No sé cómo, pero lo saben, que Honeyguide hizo un negocio contigo o que hiciste un negocio a secas, no tengo idea. Solo... eso tal vez responda algunas preguntas para ti. No sé qué más decirte, soy solo un mensajero, lo he sido siempre.

    Parpadeé un par de veces, fue como para sacudirme las lágrimas que todavía no me alcanzaban los ojos de encima y me forcé por no evadir su mirada porque sentía que era lo menos que merecía. Honestidad, quizás, o una certeza de que de verdad no quería hacerle la vida más complicada de lo que ya debía tenerla. Dudé, Dios mío, dudé muchísimo pero estiré la mano para encontrar la suya, esa donde tenía la pulsera y le di un apretón suave.

    Porque las paredes de mi cueva seguían a medio camino.

    —Está bien si no quieres tener nada que ver conmigo luego, aparecí solo para esto. —Había seguido hablando en un murmuro y dejé ir su mano despacio—. De todas maneras te devolveré los apuntes mañana. Te lo agradezco de corazón.

    Pasé saliva, tuve que contener el impulso de salir corriendo y solo me quedé allí, supuse que esperando a que siguiera su camino. No había demasiadas opciones además de esa.


    sweet baby jesus i destroyed my own heart- *c deja anthem en loop*
     
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    Gigi Blanche

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    No había habido demasiados momentos bisagra en mi vida, suponía, aunque los existentes habían bastado y sobrado para configurarme la vida entera, el cuerpo de pies a cabeza, la torre. Desde la primera hasta la última piedra. Estaba aún la voz de mamá haciendo eco en los pasillos, ajena a mi presencia detrás de la puerta entreabierta; se oía cansada, hastiada, puede que también avergonzada y enfadada. No tendría forma de saberlo, era demasiado pequeña y las palabras me perforaron el corazón.

    No la entiendo.

    Era mi mamá.

    Lo intento, pero no puedo.
    Era mi mamá y no había descifrado cómo amarme.

    Aún así, me esforcé por hacerlo mejor. Me esforcé todos los días desde que mamá descubrió la mentira de papá y se fue de casa. Me esforcé, también, por perdonarme a mí misma, pues una parte de mí no lograba reconciliarse con la idea de haber elegido a papá; no cuando era él quien la había engañado con Eloise. Los niños llegaron, sin embargo, fueron un auténtico rayo de luz en medio de la oscuridad y me pusieron el mundo patas para arriba. Poco a poco, lentamente, creí recuperarme. Mi casa ya no era fría y silenciosa, ahora la casa estaba llena de amor y me convencieron de que yo también pertenecía ahí.

    Sashie, cariño, ¿recuerdas ese dolor en el costado por el cual fui al médico hace un par de semanas?

    Por fin iba a poder tener una mamá de verdad.

    El pronóstico es... malo.

    Pero eso también se rompió.

    Así que no, ya no me llevaba bien con las desilusiones. Tenía el corazón a medio enmendar, no sabía desde cuándo, si sanaría completamente o si debería resignarme a vivir así. Latía porque le decía que lo hiciera, insistía en mantener mi cuerpo en movimiento, sin importar los golpes. Las malas noticias. El cansancio. Confiaba en que nunca me fallaría por completo, confiaba en mi propia resistencia y esa confianza, irónicamente, era quizá la que me había empujado a más de un punto sin retorno. Para hacer realidad mis propias creencias me había envuelto en una auténtica fortaleza de piedra y acero.

    A lo que sea que hemos estado jugando no quiero jugarlo más, Sasha.

    Y me aislé del mundo.

    ¿Qué fue lo último que había podido decirle?

    Lo siento, hoy prefiero ir sola.
    Sola.

    Nos vemos, Dauti.

    Y aún así, aún así, había logrado convencerme de que podía ir bien. Había conocido personas que me permitieron relajarme, sonreír, volver a moverme como la persona que me enorgullecía ser. Había podido estar ahí para los demás, preocuparme por ellos, y recibir algo muy similar a cambio. Tiempo, calidez, promesas. Había habido felicidad real, lo sabía. La reconocía en mi pecho y en las piedras de la torre, temblando lo suficiente para aflojarse y permitirle a la luz entrar. ¿Qué era esto, entonces? Cuando Cayden me regresó el móvil, cuando me permití sonreír al ver cómo se había agendado y cuando se detuvo. Cuando volvió a abrir la boca, y de ella salió un nombre inesperado.

    ¿Qué era esto, entonces?

    La sensación fue insoportable. Era el agobio, la frustración y la impotencia de ver la avalancha precipitándose sobre ti sin que tuvieras opinión en el asunto. Era su inevitabilidad, su poder arrollador y... y la desilusión. Cayden conocía a Arata, había formado parte del negocio y sabía de mi conflicto con Joey y Alisha. Sus ojos buscaron los míos y en cierta forma pude imaginarme frente a él. Mi expresión debía gritar confusión a volúmenes insoportables, incluso si la avalancha ya me había destruido el pecho y ya lo supiera. Muy, muy dentro mío, ya lo sabía. Conocía a Arata, sabía del conflicto. Bien. ¿Por qué, sin embargo, estaba ahí diciéndome todo eso? El corazón me dolió contra las costillas, me dolía, retumbaba y no podía detenerlo. Cayden se amalgamó con la figura de Aaron, con su voz, y la avalancha me ahogó.

    ¿Por qué Aaron y no Daute?

    ¿Por qué él y no Arata?

    Lo sabía, ¿verdad?

    Claro que ya lo sabía.

    Daba igual, daba exactamente igual. Como si Cayden me revelaba un secreto universal, daba igual. No lo escuchaba, no podía hacerlo. Las alarmas se encendieron por doquier, me perforaron los oídos y todo a mi alrededor comenzó a parpadear en rojo y negro. Rojo y negro, rojo y negro, rojo y negro. Era una última advertencia.

    Resetéate.

    Resetéate o vas a romperte.

    Resetéate, maldita sea.

    Su gesto me reactivó el cuerpo, forzó los sistemas a cero y me regresó a la realidad. Ni siquiera le permití darme el apretón que había querido, fue cosa de sentir el roce y quitar la mano como si quemara. Fue un golpe de electricidad, tomé aire y fui consciente de muchas cosas. No pude disimularlo de ninguna manera y supe, Dios, supe que miré a esta criatura como si fuera el origen de todos mis problemas. Lo supe, y saberlo me aplastó los huesos, y parpadeé y la ira se convirtió en una vulnerabilidad ridícula. Las lágrimas estorbaron y volví a parpadear. ¿Qué debía decirle? ¿Qué debía responder?

    Cuando me estaban tirando a la basura otra vez.

    Y ni siquiera era su culpa.

    Pasé saliva, me dolió en la garganta, dolió de verdad y comprimí los puños para que las manos no me temblaran.

    —Puedes dejármelos en mi casillero —murmuré a tropel, intentando no enredarme en mis propias palabras, y me puse en movimiento con una clara cuota de urgencia—. Nos vemos.

    No busqué nada, no miré atrás, me reconfiguré y avancé en línea recta hasta alcanzar la puerta del club. Desaparecí tras ella como si, de repente, se hubiera convertido en mi único refugio posible. Pero no me estaba salvando de la avalancha.

    Sólo me había arrojado a un gigantesco incendio.

    bai now im absolutely destroyed for real *lo corona como best drama of 2022*
     
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    Zireael

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    No podía culparla, de hecho, al único que podía culpar era a Arata y lo sabía desde el inicio. El desliz debía haber sido suyo y de ahí, como si fuese un puto principiante, todo se había continuado apilando hasta derrumbarse y amalgamarse con la vida de esta chica, uniendo puntos, paralelismos y despedazando todo. No había más, como siempre.

    Conocía este patrón de mierda.

    Pero yo también parecía un jodido principiante.

    Cuando rechazó mi tacto sí que me ardieron las lágrimas detrás de los ojos, por amor a todo, subieron de ninguna parte y tuve que pasar saliva para deshacer el nudo que se me atoró en la garganta en cosa de un segundo. No tenía la obligación de aceptarme, pero el rechazo hizo vibrar las paredes de mi cueva y el lobo, en medio del fuego, estuvo a un pelo de entrar en frenesí. Murmuró algo, fue incomprensible, y yo regresé el brazo a mi espacio para volver a sujetar ambos cuadernos con las dos manos. El movimiento fue mecánico, rígido y sentí un frío de mierda colarse bajo mi ropa.

    Había detonado la bomba.

    Y con ello mi propio monstruo había dicho que era suficiente.

    No era la primera vez que me usaban de canal y yo cedía, cedía porque me lo pedía gente importante para mí y con ello me arruinaba a mí mismo, puede que a otros también, y le permitía a los que me usaban como una pieza poner la distancia que parecían necesitar. Sin embargo, el impacto me lo llevaba yo y las personas a las que tenía que alcanzar. A veces servía, otras tantas salía como el culo.

    Había tenido que aplacar la ira de Hikari hacia Sonnen luego de que lo dejara medio muerto, ahora había tenido que soltarle a Pierce que estaba más fichada que una mesa de casino. ¿Y qué significaba en realidad? ¿De qué servía? No parecía que fuese útil de alguna manera, no llegados a este punto en que acababa de arrojar a la corriente los primeros bloques de un pequeño puente.

    Cuando, así no lo supiera, Hikari había sido el primer desgraciado en atacarme.

    El mismo chico que se había acostado a mi lado.

    Era el que me había vendido a sus fantasmas.


    Me quedé estaqueado en el pasillo, me tragué la correntada de lágrimas y el impulso terrible y destructivo de correr como un puto desquiciado a la 3-3 para dejarle ir una hostia a Arata. Me picó en el cuerpo, el impulso, fue de la misma naturaleza que el que me había hecho empujar a Sonnen en la mañana por mucho que fuese inútil y lo desconocí como parte de mí mismo. Me sacudí como un perro mojado y aplaqué mi propia molestia, ya no con la chica que nada tenía que ver, si no con el imbécil con el que se había ido a juntar.

    Arata siempre había sido bueno para cagarla y para echar a correr.

    Él me lo había enseñado. Había sido criado por este idiota.

    Sasha había desaparecido detrás de la puerta del club de fotografía y algo, lo que fuese, pareció reactivar mis alarmas. Fuese el viento, la misma lluvia o el día en general, pero el sonido de las hilachas se abrió paso por el aire y aquel sentimiento de mierda, el mismo que el del patio norte, palpitó en el fondo de mi cabeza un instante antes de desaparecer. No supe darle un nombre, tampoco asociarlo a nada, y reactivé mis articulaciones un poco a la fuerza.

    Iba a meterme a mi salón, pero en su lugar me senté en el pasillo usando la pared frente a las clases como apoyo para la espalda. Dejé el cuaderno de Sasha a un costado luego de abrirlo en donde estaba la materia que me faltaba y el mío me lo dejé sobre el regazo, para empezar a escribir. No sé con qué fuerza o motivación lo hice en realidad, pero lo hice.

    Noté que Mason me miraba, no lo disimuló siquiera y alcé apenas la vista del cuaderno. Algo en el verde musgoso de su mirada me recordó a los ojos de Masaki, parecía desconectado de sí mismo, e intercambió la mirada entre la puerta del club y yo, haciendo una pregunta silenciosa o alguna mierda así. No logré traducir la mirada en palabras.

    Que yo supiera Maze no era ninguna mente maestra, tampoco tenía instintos demasiado afilados y había aprendido a las hostias muchas cosas en la calle. No era de los nuestros, no era un perro maldito que apestaba a pandilla ni nada, no era un santo, pero éramos diablos distintos por decir algo. Aún así, la chispa de preocupación o miedo que había en sus ojos, revuelta con la desconexión me hizo sentir incómodo.

    La cubeta de agua helada me cayó encima cuando noté la pulsera en su muñeca, como la de Pierce, y cuando intenté pasar saliva estuve a nada de atragantarme yo solo. Fue una certeza, no había espacio a dudas, y presioné los dedos con fuerza alrededor del bolígrafo antes de seguir escribiendo en piloto automático.

    Consciente de que había empujado a su amiga a hacer sobrecarga.

    se imaginan no aventar un post de relleno luego del drama que casi me hace llorar en un autobús camino a la uni? porque yo no
     
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    Gigi Blanche

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    Que Anna me hubiera ido soltando la sopa de a ratos a lo largo de la mañana no contribuyó mucho, bueno, a nada. Hubo una pausa de mierda a eso de las diez que no me dejó concentrarme muy bien hasta las once, cuando completó la idea y, aunque no me hubiera traído buenas noticias, al menos aplacó la incertidumbre. No era yo de hacerme cacaos mentales ni espiralar dentro de escenarios hipotéticos, pero la cosa estaba difícil si la enana se ponía tan jodidamente críptica. En resumen, para cuando tocó la campana del receso tenía una misión.

    Y aunque no me lo hubiera pedido lo habría hecho igual, la verdad.

    Noté que mi grupo se reunía a unas mesas de distancia y me picó el bichito de la responsabilidad, lanzándome un chispazo de culpa; dudé, lo pensé un par de minutos, revisé el móvil y al final me incorporé. Me acerqué a ellos, les sonreí y dejé ir la mano sobre la espalda de Arata para captar su atención. Se lo dije a todos, pero fue medio un mensaje en clave para éste último.

    —Hey, ¿me perdonan? Tengo algo que hacer, no voy a poder estar hoy. Ah, pero ayer le mostré unas cosas a Bianchi-san. —Miré a la chica, sonriéndole—. ¿Me harías de vocera por hoy~?

    Tampoco le dejaba mucho espacio a réplica, la verdad. Con la mano que tenía sobre Arata le palmeé la espalda y salí de la clase, dispuesto a meterme en la 3-2; no hizo falta. El enano estaba sentado en el suelo, contra la pared, transcribiendo unos apuntes. No tenía idea si notó mi presencia de antemano o no, pero para el caso supuse que no iba a tener escapatoria. Me acerqué lentamente, de igual forma me acuclillé frente a él y esperé a recibir sus ojos, todo su maldito rostro. ¿La verdad? Me dolió.

    Y lo que sentí, supuse, fue algo muy parecido a la ira.

    —¿Te rezagaste? —indagué, indicándole los cuadernos con un vistazo rápido, y le dediqué una sonrisa de las de siempre—. Vale que seamos amigos, pero no deberías también repetir mis errores, Cay Cay.


    heyo, supuse que no ibas a tener planes con cay so me aventé nomás, pero cualquier cosa me dices sin problema owo
     
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    Zireael

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    Había seguido intranquilo luego de la mirada de Mason, no me podía sacar de la cabeza la desconexión en sus ojos ni siquiera cuando volvió a meterse a la 3-2 luego de haber terminado de hablar con Kasun, pero arranqué todos los cables de un tirón y me zambullí en los apuntes. Me centré tanto en eso que no vi a Alisha entrar al club siquiera y la lluvia servía para disimular los pasos de casi todo el mundo, así que tampoco había mucho que hacer.

    Solo quería saber si el desastre que había iniciado podía repararse.

    Pasado un rato pude tranquilizar algo de la ansiedad que me había quedado encima, suficiente para aflojar los hombros que tenía tensos desde hace quién sabe cuánto y una canción me empezó a dar vueltas en la cabeza, aunque no logré recordar cómo se llamaba. La dejé hacer eco y seguí con los apuntes, aprovechando el cuaderno para revisar lo que tenía anotado incluso los días que no había faltado, pues porque se nacía obseso del orden.

    Poco sabía que lo que menos quería iba a pasar, porque era ese el destino de todos.

    Noté que alguien se acercaba a mí, pero no hice un esfuerzo consciente por reconocer la silueta hasta que fue demasiado tarde y se acuclilló frente a mí. Al notar la mata de cabello celeste de refilón, el corazón se me retorció en el pecho con tal fuerza que fue casi doloroso. Seguí escribiendo un poco más, haciéndome el tonto no sé con qué fuerza de voluntad, y solo alcé la cabeza cuando me habló.

    No pude controlarlo y yo mismo lo sentí, el miedo con el que debí mirarlo, y supe que si alguien me daba la opción seguramente me hubiese arrojado por la ventana con tal de huir de su mirada. El terror no era a Kohaku, por Dios, si el niño no debía espantar una mosca, pero tampoco supe decir a qué era realmente y quedó suspendido en el espacio, como una cortina traslúcida. Pasé saliva, golpeé mi cuaderno un par de veces con el bolígrafo y estiré la mano libre para pasar una hoja del de Sasha.

    —Me rezagué —murmuré, pero sentí que me refería a la escuela y a la carrera que no había podido pegar, que había resultado en este destrozo—. Solo son los apuntes de ayer, no me quedé tan atrás como tú o eso creo.

    Presioné la espalda contra la pared, era lo único que me separaba de huir como imbécil, y arrojé la vista a algún punto detrás de él, incapaz de verme a mí mismo en el ámbar frío que me hacía de espejo. Luché varios segundos contra dos ideas totalmente opuestas y al final acabé por tomar la que parecía más decente, o la que no parecía venir del todo de la vergüenza que tenía encima.

    —¿Me acompañas? —pregunté tan bajo que dudé si me había escuchado y miré hacia el costado un segundo, donde no tenía el cuaderno prestado.


    whooosh im speed kinda
     
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    Gigi Blanche

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    Salvando las diferencias, una imagen bastante clara apareció ante mí y se solapó sobre el rostro de Cay. No me consideraba ni de coña una persona autodestructiva, ni siquiera conflictiva, de esas que se echan la mitad de la vida sintiéndose un peso, una piedra en el zapato para quienes los rodean. No lo era y, por ende, rara vez reflexionaba sobre mi impacto sobre los demás. Pero una duda reverberaba. Lo hacía de vez en cuando, inadvertida y azarosa; pinchaba, no encontraba respuesta y se iba. Allí, sin embargo, había una persona que quería, que lo habían desgraciado y sentí una punzada honda en el pecho. Pude ver a mamá, a papá, a Rei y Anna, justo como yo ahora mismo estaba viendo a Cay, sólo que frente a la cama del hospital. Aún recordaba la vergüenza que sentí.

    Y no tenía dudas de que Cay se sentía igual.

    Era necesario, sin embargo. Lo comprendí esa semana, lo recordé cuando el aniversario de la muerte de Chiasa, y lo entendía mejor con cada día que pasaba. Descansar un rato estaba bien, pero no podíamos quedarnos dormidos para siempre. No podíamos negar a quienes nos querían por el miedo, la vergüenza o la ira que nuestros cuerpos albergaran. Éramos frágiles y en cualquier momento podíamos rompernos.

    Jamás podríamos juntar nuestros fragmentos solos.

    Por eso, cuando me miró, lo entendí. Lo entendí y agradecí que se quedara en su lugar, así fuera tenso como la mierda. Su respuesta fue sencilla y solté una risa nasal, hablando en voz baja.

    —Eh, más respeto —me quejé sin molestia real—. Estoy un poco tonto pero al menos soy buena gente.

    Y aún así mantuve mi posición, no quería espantarlo. Seguí sus movimientos, noté el vistazo que le lanzó al espacio vacío junto a él y un chispazo de alivio, alegría también, me tranquilizó el corazón. Sentí que se filtró en mi expresión, no me importó demostrarlo y me acomodé a su lado, flexionando las piernas. Pensé en seguir haciendo conversación de relleno, pero también albergué la esperanza de que Cay, al igual que yo, hubiera aprendido un par de cosas desde que nos perdimos la pista. Quería saberlo, además. Era injusto, considerando que yo nunca había sido plenamente honesto sobre lo que Shinomiya me había hecho, pero bueno. Pecaría de codicioso.

    Navegué el espacio hasta encontrar su mejilla opuesta, presioné los dedos suavemente y lo insté a girar el rostro hacia mí. Fruncí el ceño, preocupado.

    Qué más daba.

    —Cay, ¿qué ocurrió?
     
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    Zireael

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    Tenía mis momentos de comportamiento errático, de autodestrucción o lo que fuese, pero no eran tantos como los de otros o eso pensaba, pero si había algo que no soportaba era preocupar a las personas que quería. De ahí el aislamiento que veía natural, de allí las paredes de la cueva y otro montón de cosas, y de ahí que hubiese evitado la clase de Kohaku a pesar de venir con Arata en la mañana. No podía con la sola idea de saber que podía preocuparlo por algo que había sido un descuido mío.

    Aunque, ¿lo había sido?

    Se notaba que el objetivo había sido yo.

    Sin embargo, mi idea más inteligente tampoco había sido esta de quedarme en el pasillo, pero en el momento, con la reacción de Pierce, no supe dónde más meterme. Había pretendido alzar la cueva allí, a ojos de Dios y el diablo, lo había logrado a mi manera aunque eso no quitaba el hecho de que cualquiera podía verme o acercarse.

    De hecho, si lo pensaba con la cabeza fría debía agradecer que fuese Ko en vez de alguien que pudiese, bueno, molestarme de verdad. Ya con la escena de la mañana se veía que no estaba para aguantar mierdas.

    Imagina si alguien venía a decirme que había sido Hikkun el que me había condenado.

    Además, a pesar de que me faltaban piezas vitales y no lo supiera, Ko era de los pocos que podía entender la vergüenza que tenía encima. Al ponerlo sobre la balanza lo mío era bastante liviano, pero el sentimiento estaba allí, burbujeaba y no me dejaba en paz.

    Por algo llevaba desde el lunes en la noche zambullido en mi habitación, evitando a mi madre, a mis tíos, los putos espejos y hasta el reflejo de los charcos. No soportaba mirarme ni que otros lo hicieran, no sabiendo que podría haber corrido o que me habría librado de no ser un maldito orgulloso.

    Mi respuesta le sacó una risa a Ko, me respondió en voz baja y puede que en otro momento le hubiese dicho que ambos sabíamos que tenía una sola neurona funcional, pero que nunca dije que fuese mala gente. En esas condiciones solo me encogí de hombros de forma bastante rígida y la sombra de una sonrisa me revoloteó en los labios aunque no culminó en nada.

    No noté del todo el alivio que le cayó encima cuando le eché el vistazo al espacio vacío, silenciando a la fuerza mi propia voz haciendo eco en el fondo de la cueva, pero no podía culparlo. En estos momentos en particular nunca se sabía si echaría a correr o si soltaría un mordisco o qué cojones, así que el que hubiese cedido era la mejor de esas opciones.

    Lo dejé acomodarse a mi lado, le eché un vistazo al cuaderno prestado y anoté un par de cosas más, despacio para no escribir tan feo como lo hacía de costumbre. Quise tener fe, quise pensar que no preguntaría y me dejaría estar, pero recordé demasiado tarde que yo le había ofrecido mi fuego y él, con sus corrientes de aire, podía arrastrarlo en mi dirección. Su mano se coló en el espacio, me alcanzó la mejilla contraria y me quedé congelado.

    Si respiré o no, la verdad no lo supe, pero aparté el cuaderno de mi regazo para apilarlo sobre el de Sasha y encima dejé el bolígrafo. El movimiento lo hice sin ver, solo intuyendo posiciones, mientras este imbécil presionaba apenas los dedos en mi piel y me hacía girar el rostro en su dirección. Lo noté fruncir el ceño, le vi la preocupación y deseé arrancarme la piel de encima si eso me quitaba la vergüenza y de paso el golpe del pómulo.

    Algo, lo que fuese, me hizo retener el impulso de apartarme de un movimiento brusco; en su lugar tomé su muñeca para quitar su mano de mi rostro y lancé la mirada a alguna parte de su torso, por dejar los ojos en algún lado.

    Nada, no pasó nada.

    No pasó nada.

    No escarbes.


    Abrí la boca, volví a cerrarla y me di cuenta que no había soltado su muñeca en lo que me decidía. Aflojé ligeramente el agarre, pero no acabé por soltarlo y con tal de que no siguiera viéndome me incliné para encontrar su hombro con la frente. No era lo que se dice mi idea principal, pero era lo poco que tenía.

    —Me quitaron todo lo que llevaba encima —murmuré desde allí y pasé saliva porque sentí un nudo en la garganta—. Por eso, porque me rezagué. Me cayeron en Chiyoda.

    Pensé que de haber sido otra persona solo me habría sacudido, habría mordido y empujado, era lo que había hecho con Sonnen en la mañana y con Kurosawa frente al tablón de anuncios el otro día. Pasaba que era Ko y una parte de mí sintió que no podía solo dejarlo sin respuesta, que se imaginara las mierdas, y también recordé que fui yo el que le dijo que no se quedara inmóvil o acabaría por fundirse con las rocas.

    No podía hacerle eso, lo que le había pedido que no hiciera él.

    —Igual es solo... Es la vergüenza y ya. El resto se arregla por su cuenta. —Tomé un montón de aire de golpe y su aroma, lo que identificaba como Ko, se me enredó al cuerpo y no supe si lo que dije era mentira o verdad—. Estoy bien.
     
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    Gigi Blanche

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    Cay estaba más gloomy de lo usual, se notaba sólo de verlo y las razones, de igual forma, eran evidentes. Quizá fuera el poco tiempo desde que nos habíamos reencontrado aquí, en el Sakura, el que me había imposibilitado de ver otras de sus facetas. Para mí siempre había tenido una sonrisa y se sintió algo extraño que su respuesta a mi broma tonta fuera tan vaga y desinteresada. Activó las alarmas, en cierta forma. Éramos cachorros de la calle, estábamos habituados a huir de alguna paliza o comernos una hostia, por leve o jodida que fuera.

    ¿Cuál era el problema aquí, entonces?

    No rehuyó de mi tacto precisamente, pero tampoco lo prolongó más de lo necesario y comprendí que estaba trazando un límite. No me soltó, sin embargo, su mano se mantuvo en torno a mi muñeca y su frente, de un momento al otro, encontró mi hombro. Lo acepté con absoluta naturalidad en mi espacio, claro, pero tuve que preguntarme si ese límite seguía allí o se había difuminado. Preferí atenerme a la primera opción.

    Más valía prevenir que curar, ¿no?

    —No hace falta que me digas que estás bien —corregí de inmediato, apenas lo dijo, y lo hice con suavidad. Relajé la cabeza sobre la pared—. Puedes no estarlo. Lo que tienes prohibido es mentirme, ¿me oyes?

    Solté la tontería y una sonrisa se me coló en la voz, pese a que medio segundo después hubiera vuelto a relajar las facciones. Tomé aire, lo solté y bajé la vista a su mano, esa en torno a mi muñeca, sin mover un músculo realmente.

    —Lo que sí puedes hacer es no responderme si no te apetece; eso también está bien. —Suspendí un breve silencio. Había dicho Chiyoda, ¿no?—. Las cosas están algo extrañas, ¿no? He oído a los chicos hablar de eso. Las serpientes, quiero decir. Se han quejado de las caras nuevas en Shinjuku.

    No tenía forma de verlo, y pese a ello deslicé la mirada a su mata de cabello pelirrojo. Hacerlo me trajo una porción de su aroma y pestañeé, bajando el tono.

    —¿Dices que fue un robo ordinario, Cay?
     
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    Zireael

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    No me había puesto a pensar en el contraste que significaba para Ko mi actitud general, pero lo cierto es que a su alrededor siempre parecía que tenía un torpedo en el culo, le sonreía por todo y poco me faltaba para barrer el piso con la cola. La vez de colapso había pasado inadvertida y ahora, bueno, no había podido esquivarlo por mucho que lo hubiese querido. Me pregunté cuál era mi personalidad real, quién era o más bien, cuál era el tinte real de mi núcleo.

    Esa había sido siempre la pregunta y la búsqueda. ¿Quién demonios era cuando no recibía miradas ajenas?

    No sabía la respuesta.

    El límite que tracé era incomprensible para mí mismo, estaba a medio camino de despegarme de él o írmele encima, era como si no acabara de decidirme entre una y la otra. Ko nunca había sido de los que rompen límites ajenos por amor al arte, quizás porque los suyos a veces también aparecían de la nada, y me dejó estar allí en mi limbo. De alguna forma se lo agradecí.

    Su corrección me cristalizó los ojos, vete a saber por qué, pero fue como si pateara toda mi farsa a un costado y no supe muy bien qué hacer. No había sido brusco, nunca lo era en realidad, pero era débil a esa clase de aclaraciones y por eso escapaba de ellas tanto como pudiese. Lo de que tenía prohibido mentirle me sacó una sonrisa, fue un poco sin gracia, pero sonrisa al fin y al cabo, así que hice un sonido afirmativo todavía sin despegar la frente.

    —Te oigo —respondí en un murmuro, deshaciéndome de la pantalla de lágrimas de un par de parpadeos—. Si te respondí es porque quería. Porque te quiero, más bien, tú entiendes.

    Froté la frente en su hombro antes de arreglármelas para ajustar la posición, así al menos pude quedarme recostado en él un poco más cómodo. Dejé ir su muñeca por fin, pero empecé a trazar caminos azarosos en la piel de su brazo, como si estuviese dibujando y al escucharlo seguir hablando fruncí el ceño.

    —Shinjuku —repetí, como para pretender unir cabos que ni siquiera sabía que podían coincidir de por sí y me encogí de hombros ante su pregunta—. Qué sé yo. ¿Cincuenta y cincuenta? Pude solo estar en el lugar incorrecto el día incorrecto o podían tenerme fichado. Fui a Chiyoda por un negocio, eso es lo único que es verdad.
     
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    Gigi Blanche

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    Intentar definirnos frente al espejo era un absoluto dolor de huevos, quizá por ello nunca me hubiera preocupado lo suficiente en hacerlo. Lo que éramos, lo que dejábamos de ser, con lo que nacíamos e íbamos creciendo. Herencia, adquisición. Nadie en el puto mundo se ponía de acuerdo, ni siquiera dedicándole la vida entera al asunto, así que ¿dónde yacía el sentido de pretender encasillarnos bajo un par de adjetivos? Para comprendernos, sí, aunque me atrevía a decir que se trataba más de una necesidad de predicción. Control. La incertidumbre era una mierda y con frecuencia no se la soportaba. ¿Yo? Bueno, siempre había sido un bicho raro, ¿no? Desde pequeñito. Podía lidiar bastante bien con el peso de mi alma.

    Siendo francos, siempre supe que era una gran ventaja.

    Que no lo poseyera no significaba que no lo comprendiera. Había nacido con ojos y me dolía un poco cuando las personas a mi alrededor no lograban aceptarse y ya. También entendía que eran caminos necesarios, entonces ¿qué me quedaba? Ser la compañía silenciosa, suponía. Esperar, esperar y esperar. Recolectar toda la paciencia del mundo entre mis manos y ofrecérsela a quienes me desearan a su lado. Cay me había esperado al pie de las escalinatas más veces de las que creía recordar.

    Quería hacer lo mismo por él.

    Por eso lo dejé acomodarse contra mí, alcanzarme pero no imponerle lo mismo a él. Había una falla en el plan, sin embargo, o quizá se tratara de una simple modificación. Era crecimiento, también, y enseñanza. Quería ser la compañía, sí, pero el respeto no se enlazaba al silencio. Podía abrir la boca, guiar, suavizar y curar. Era el poder de la voz propia, de saber comunicarse y muchas otras cosas más. De ser honesto con los demás, en definitiva; y cuando lo oí decir que me quería supe que era necesario.

    —Bueno, nadie me preguntó y ya lo sabes, pero no está de más, ¿no? —murmuré antes de cualquier cosa, y se me fue una sonrisa antes de agregar—: Yo también te quiero.

    Su fuego me lo había enseñado.

    Noté que reajustó la posición y comenzó a trazar caminos azarosos en mi brazo. Lo dejé hacer, otra vez, y oí sus palabras con la mirada perdida en cualquier punto del pasillo. No contaba con mayor información y tampoco lo había pretendido, sólo se me ocurrió que hablar del asunto quizá le ayudara a relajar la tensión o no concederle tanta entidad.

    —Ya, lo normal —resolví, cargándome los pulmones de aire para soltarlo poco a poco—. Bueno, no le des tanta cabeza. Son momentos de mierda pero venían en la letra chica, ¿no? Y ya firmamos ese contrato hace muchos años. No digo que sea fácil, sólo que... ¿es inevitable, supongo?

    Me encogí de hombros en la medida de lo posible, siendo que él seguía con su peso allí echado, y lo único que me atreví a hacer fue apoyar el costado de mi cabeza sobre la suya. Algún que otro rizo me hizo cosquillas en la mejilla.

    —Cualquier cosa estoy aquí para ti. Lo sabes, ¿verdad? —susurré, casi confidencial, y una sonrisa me tintó la voz—. Y no te preocupes, con o sin hostia encima sigues siendo adorable.
     
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  20.  
    Zireael

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    Llevaba años consumido en un pozo que era un revoltijo de necesidad de atención y soledad, en un cacao mental de preadolescente o eso quería pensar. Si embargo, se había arrastrado hasta el cumpleaños dieciocho y quizás lo hiciera hasta el veinte, luego el veinticinco y así hasta pasar a formar parte de mi núcleo.

    Puede que solo quisiera verme a través de los ojos de otros porque no lograba hacerlo desde los propios o porque me evitara el esfuerzo de buscar la respuesta por mi cuenta. Quizás, así como tantos otros, no me gustaba lo que veía en el espejo ni en los recovecos de mi cueva.

    No estaba demasiado seguro de cuál era el problema todavía, tan sencillo como eso, y así se quedaría. Era un capítulo abierto, un hueso a medio roer. No era amigo de la incertidumbre, pero aprendía a vivir con ella y así, a excepción de los momentos de sobrecarga, me seguía moviendo como si nada, aunque no por ello dejaba de envidiar a los que parecían pensar mucho menos en las mierdas que yo me quedaba atorado.

    Igual suponía que cada uno elegía de forma inconsciente con qué desgraciarse.

    El resto tendría diablos diferentes detrás.

    El calor del cuerpo de Ko me sosegó algo en el corazón que nada tenía que ver con la noche de Chiyoda y es que era lo mismo de siempre. Por algo huía, mordía manos si hacía falta y me encerraba en dos segundos, por algo evitaba el contacto y las hilachas que se extendían por el mundo. Las emociones ajenas rebotaban, me alcanzaban y se proyectaban como ondas de agua.

    La voz de Ko me alcanzó, no me anticipé a lo que iba a decir así que cuando lo soltó se me detuvo la respiración un par de segundos. No era nada que no supiera, eso era cierto, pero no quitaba que me hubiese esparcido una calidez reconfortante en el cuerpo. El frío que se me había colado a los huesos luego de la reacción de Sasha retrocedió, puede que no demasiado, pero lo hizo.

    No respondí nada porque seguro cometía un sincericidio o algo, pero cerré los ojos, detuve los caminos azarosos en su brazo y aflojé más peso en su dirección. Si tenía fuego en el centro del pecho era porque sabía que habían personas que me querían y había un gran espacio allí que estaba ocupado por el cariño de este idiota.

    Por eso podía esperarlo todas las veces.

    Y desear reducir el mundo a cenizas si algo le pasaba.

    —De forma bastante literal, supongo que no podía huir toda la vida —murmuré en respuesta a su otro comentario y abrí los ojos para dejar la mirada en su brazo otra vez—. Fue la vida que elegí, puede que por eso me sienta tan humillado. Elegí un mundo de sombras, donde esta es una de las consecuencias de menos peso y no deja de ser una mierda.

    Se me escapó una risa baja, fue estúpidamente resignada y solo me callé cuando lo sentí apoyarse en mí. Era tibio, sabía a casa y me hizo resetear los sistemas o al menos intentarlo para dejar el asunto quieto unos instantes, suficientes para que él se pusiera tonto.

    Asentí a la primera parte de lo que dijo y bufé bajito con el resto, porque había logrado subirme la sangre al rostro. Es que no podía estarse quieto diez minutos, de verdad.

    —Cállate, que con esta cara si te hago puppy eyes ya de plano te doy pena y no podrías negarme nada —refunfuñé sin molestia real. Me lo pensé, pero tomé su mano y luego de repasar el pasillo con la vista le dejé un beso en el dorso, cosa de nada—. Gracias por todo, you dumbass.

    Eso lo había soltado en un murmuro mientras bajaba su mano, pensé en dejarlo quieto, pero al final no lo hice y medio entrelacé mis dedos con los suyos, reposando en mi regazo. Había mapeado el pasillo por nada, porque la verdad me daba igual nos viesen y me di cuenta en ese momento.
     
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