Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

    Leo
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    Curioso sería si supiese que la chica pensaba que buscaba engañarla de una u otra forma, no era especialmente mi interés moverme con base a las fantasía de los que me rodeaban, así que continué bastante en lo mío, distraído ligeramente con el ambiente que nos rodeaba, el espacio abierto y su compañía ya que estaba. Fue un segundo en que una ligera risa se me escapó enconjunto a la suya ante su comentario, porque bueno, con la energía que hablaba, el tono de sus ojos brillantes, y la vibración de su voz si que parecía un sol andante.

    —Evidentemente, no te imagino sin salir a plena luz del día —agregué sin ninguna intención en particular.

    La escuché presentarse y volví mis pupilas a ella, ladeando la cabeza en su dirección en lo que observaba su mano estirada, sacando la libre del bolsillo para estrecharla con suavidad.

    —Craig —apoyé mi mejilla con liviandad sobre mi hombro, sin soltar su mano aún—, la protegida de Dios, lindo significado tiene tu nombre —la dejé ir luego de dedicarle una sonrisa ladina que apenas e hizo sombra, regresando la mano al bolsillo en lo que daba la última calada al cigarro.

    Fue entonces que la puerta se abrió, no creía interesarme ni un poco con las presencias hasta que el cabello castaño se abrió paso, y de forma inconsciente observé sus facciones por unos segundos tras los lentes negros. No pensaba encontrarla tan pronto en realidad, sin embargo estaba ocupada con alguien más, y yo andaba sin la bebida encima con la que iba a disculparme por dejarla plantada la vez pasada.

    Nada que hacerle.

    >>¿Y qué te gusta hacer, Alisha, además de fumar en la azotea~?
     
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    Hygge

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    Era impresionante la capacidad que tenía este chico para hablar y hablar y no desgastarse nunca. Mi cerebro de alguna forma comenzaba a adaptarse a su presencia e iniciaba el modo automático, quizás para evitar desgastarme y perder mis de por sí pocas energías antes de tiempo. El caso es que lo seguí de mala gana, viéndole dar saltitos entre los peldaños desde abajo, y parte de sus palabras terminaron por burlar aquel sistema automático y alcanzarme de alguna forma.

    Aquello se suponía que tenía que ser divertido. Por dios, ese tipo era probablemente la cosa más light que se me había cruzado en el Sakura desde quién sabía cuándo. Y lo estaba echando a perder por mi pésimo carácter y mi paciencia inexistente. La soledad estaba bien, ¿pero a quién pretendía engañar? Todos buscábamos algo de compañía de vez en cuando. Incluída yo misma.

    Suspiré, liberando el aire de mis pulmones con pesadez, y abrí finalmente la puerta de la azotea. El murmullo de unas voces me llegaron entonces, mientras buscaba la mota naranja en los alrededores. Reconocí a aquella rubia, Welsh (difícil no hacerlo después de tres años compartiendo curso), pero lo que no esperé fue encontrar también a Suiren. Lo observé durante un instante, las cejas ligeramente alzadas, y finalmente alcancé a Sanji en la distancia. Apoyé la espalda en la verja y comencé a abrir mi almuerzo, siguiendo vagamente la voz del chico hasta que mencionó el truco.

    —¿Qué comes que adivinas? Definitivamente las fiestas no son lo mío —comenté, deshaciendo el envoltorio del bocadillo, y seguí sus florituras por el rabillo del ojo. Tenía una agilidad envidiable con las manos—. Oye, ¿hacer todo eso es estrictamente necesario? No sé si yo... ¿Huh?

    Me pidió que escogiese una carta. Suponía que sería de esos trucos donde la escondería y debía adivinarla, y no me equivocaba. Recordaba haber visto varios de ese estilo de pequeña, de modo que verme involucrada en algo así fue ciertamente nostálgico. Seguí sus indicaciones al pie de la letra, soltando meros sonidos afirmativos para demostrarle que por una vez estaba escuchando. Aunque lo cierto es que se ajustó tanto al papel de "distractor" que, bombardeada por tanta palabrería, terminé por apremiarle de vuelta.

    —Sí, estoy segura —Solté el aire por la nariz, recargando el peso de mi cuerpo hacia atrás. La verja rechinó ligeramente—. No será que estamos ante ciertos problemas técnicos, ¿no?

    Pero sabía bien que no era así. Al mostrarme la carta acertó de lleno en la que había escogido, e intercambié con un ligero atisbo de asombro miradas entre la carta y Sanji. Estuve tentada a decir que no fue para tanto, pero de alguna forma sus palabras regresaron a mi cabeza y cerré los ojos, dándole un bocado al sándwich que traía de almuerzo.

    >>De acuerdo, eso estuvo... bien —acepté. Podía pecar de escasa, pero al menos fu sincera. Había estado más que bien para ser un truco simple. Enfoqué mi atención en él de vuelta, expectante—. ¿Cuál es el truco entonces, Mr. As?
     
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    — Oh, soy un mago, por eso puedo adivinar —comenté, guiñándole un ojo, divertido.— Y sí, hacer todo eso es necesario. Soy como un tiburón. Si dejo de moverme, me da un infarto y comienzo a flotar panza arriba.

    Mientras le explicaba, iba estudiando sus reacciones. Noté cierto brillo en sus ojos cuando le mencioné de que trataba el truco, y también al mostrárselo. ¿Acaso había estado en contacto con la magia de chica? No sería raro, teniendo en cuenta que estos eran los trucos más sencillos, y que solían mostrarse en fiestas para niños y demás. Bueno, eso significaba que estaba en buen camino. Al parecer, los recuerdos que tenía con la magia eran lo suficientemente agradables como para recordarlos con anhelo. Había dado en la tecla al elegir este tipo de trucos. Como siempre, vaya.

    Sin embargo, esa nostalgia duró poco, y volvió la Lena impaciente. Levanté una ceja, con una media sonrisa en el rostro, mientras continuaba con el truco y seguía abocándome a mi papel. Con tan poca mecha le iba a costar bastante dedicarse al estudio de la magia. No podía parecerlo, pero necesitabas muchísima paciencia para estas cosas. Y no solo para practicar una y otra vez, si no para seguir a la audiencia. Había que recordar que uno bien podía saber el truco de antemano, pero el resto no tenía ni la más pálida idea. Era increíble las conjeturas que las personas sacaban cuando no tenían ni una pista. Algunas rayaban la estupidez.

    Me sentí satisfecho cuando pude notar ese asombro en sus ojos cuando le mostré la carta. Bueno, al menos había picado. Se ve que batalló durante unos fragmentos de segundos consigo misma, y al fin me dijo que había estado bien. Había sido sincera. Al menos, en su sentimiento.

    — Estuvo más que bien, pero te lo acepto —repliqué, con una sonrisa.— Bueno, primero lo primero. ¿Cómo crees que supe cual era tu carta? Y responder magia no vale. La magia no es una respuesta. Es un medio.

    Luego de escucharla, e ir asintiendo con la cabeza con la cabeza a sus conjeturas, sonreí.

    — Bueno, la cosa es así. No es más que saber contar. Verás, hay dos cosas super importantes que debes recordar con este truco. Primero, necesitas sí o sí veintiún cartas. Ni una más, ni una menos. La magia es así de delicada, al contrario de ti. Es casi como si estuvieras haciendo una receta. Casi porque con la receta puedes improvisar. Con la magia, es mucho más complicado. Y lo segundo.

    Volví a tomar las cartas, y saqué una al azar. 10 de diamantes. Se la mostré, la mezclé en el mazo, y comencé a separar en pilas. Quedó en la pila del medio, y lo remarqué, para dejar en claro en donde había quedado.

    — Cuando sepas en qué pila está la carta, es importante que esa sea siempre la segunda pila que levantas. Es decir, esa pila va a quedar siempre entre las otras dos. Volvemos a repartir, y vemos que ahora quedó en la primera pila. Eso no importa mucho, lo que más importa es que la pila elegida quede en el medio. Tenemos que repetir el proceso por tercera vez. Sí o sí tiene que ser tres veces, no menos. Si no, las matemáticas no funcionan. Como siempre, la pila queda al medio, entre las otras. Una vez que lo hicimos tres veces, decimos que vamos a adivinar la carta, y comenzamos otra vez a repartir en pilas. Pero esta vez, cuenta hasta once —dicho y hecho, comencé a contar en voz alta, mientras iba repartiendo. Y al llegar a la onceava.— Aquí está nuestra carta. El diez de diamantes. ¿Viste? Es super sencillo.

    Guardé las cartas junto con el resto del mazo, y las metí a todas en mi manga. La miré expectante.

    — Bueno, te toca a ti. A ver como te sale. Tienes un mazo ya. Dos, de hecho.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Mientras esperaba a que el chico aceptase mi mano, la puerta de la azotea se abrió, dando paso a otro par de estudiantes en el lugar. Dirigí la vista hacia la zona con cierta chispa de expectación en los ojos, por si se daba la casualidad de que Joey hubiese tenido la misma idea que yo y él fuese uno de los alumnos, pero en absoluto fue el caso. Bueno, no me había decepcionado del todo porque si hubiese sido él lo hubiese sabido de antes, era como una especie de sentido telepático o algo así, but you can't blame a girl for having hope~

    All in all, los que entraron fueron... pues un pelo zanahoria y la castañita esta que parecía estar enfadada con cualquier persona que respirase. Los seguí con la mirada hasta que parecieron refugiarse en una esquina alejada, evitándonos como si tuviésemos la peste o algo, y vi que se ponían a hacer lo que fuese con una baraja de cartas antes de apartar la vista y dejar de prestarles un mínimo de atención.

    Gosh, so boring.

    Giré el rostro de vuelta hacia el albino, recuperando la sonrisa brillante de antes, y solté una risilla cuando escuché que soltaba el significado de mi nombre. La verdad es que mis padres habían tenido muchos huevos eligiéndome el nombre, porque otra cosa no pero irónico era un rato. O igual, ¿quién sabe? Quizás un poco protegida estaba, por eso me salía todo tan bien a pesar de ser una cabrona, pero definitivamente sería por Satán y no Dios.

    —Craig-kun~ ¿De dónde eres?

    Le eché un vistazo a la azotea después, levantando una pierna para apoyar el pie sobre la pared, mientras sopesaba una respuesta decente para su última pregunta. Es decir, estaba un poco difícil soltarle a este chico en concreto que mi actividad favorita se reducía a zorrear cualquier ser vivo decente y follar con todo lo que que se me pusiese por delante.

    >>Me gusta salir por ahí, ya sabes, tomar algo y conocer gente. También me gusta incordiar a mi mejor amigo cada vez que tengo oportunidad, he's so funny~ ¿Y a ti? Aparte de evitar el sol y todo so, claro~
     
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    Una vez finalizado el truco me tomó por sorpresa que preguntase por mis conjeturas. Me detuve un instante a reflexionar. Lo más lógico en la magia con cartas era usar posiciones, suponía, pero se me escapaba el procedimiento real tras ello. Sanji asintió y comenzó a explicarme que todo tenía una base numérica, una serie de repeticiones obligatorias, y una posición idónea.

    La carta escogida debía estar siempre en el montón del centro.

    Era curioso. Cuando se desvelaba el truco y todo lo que sucedía tras bambalinas la magia parecía cobrar un matiz más desencantado, más humano. Y sin embargo, si tus movimientos eran buenos y sabías dejar una impresión al espectador, la ilusión no se perdía del todo. Era algo que comprendí por primera vez al verle soltar toda esa verborrea durante el truco, terminó cobrando al fin un sentido.

    Vaya. Quién lo diría.

    —Creo que si a estas alturas me revelas que existe un tercer mazo ni siquiera me molestaría en revisarlo —comenté, sacando uno de los mazos y asegurándome de que contaba con veintiuna cartas. Ni una más, ni una menos—. Recuerda añadir una clase para practicar las florituras. Puedes ahorrarte el comentario, por cierto. Aunque quizás sea mucho pedir, ¿no?

    Mientras hablaba, siguiendo esa linea ligeramente jocosa, barajaba las cartas de forma básica y alternaba posiciones a una velocidad aceptable, sí, pero trabándome de vez en cuando. Era notoria la falta de práctica, pero también era evidente que no desistía. Fallaba, alguna carta amenazaba con caer, pero no me frustraba. Quizás tuviese más paciencia de la que era de esperar, pero de forma selectiva.

    —Bien, escoge una carta —Aguardé a que Sanji hiciese el movimiento, pero antes de recogerla aparté la mano de improviso, amenazante—. Nada de hacer trampas, As. ¿Seguro que no le hiciste nada a esta carta? —Enarqué una ceja, fingiendo escepticismo—. Como sea.

    Era obvio que no pensaba algo así, era mi forma de añadir relleno mientras las cartas se removian entre mis dedos. De hecho, era tan fácil para mí fingir algo así que aproveché la momentanea sorpresa, probablemente imaginando que me enojaría por cualquier cosa y ahí acabaría el truco, para colocar la carta en el mazo del medio.

    >>¿Dónde crees que está? —Sanji señaló una, y volví a barajarlas hasta hacer tres pilas. Repitió el proceso, y al terminar la tercera vuelta las uní. Revisé las cartas, frunciendo el ceño ligeramente, y tomé una al poco tiempo con movimientos rígidos. No parecía muy convencida, pero intentaba disimularlo—. ¿Era... esta? ¿¡Huh!? ¿Cómo que no?

    Pero la visible frustración ante su negación mermó al cabo de unos instantes, cuando saqué una carta que había separado del resto anteriormente, dirigiéndola hacia él. Había mentido, sabía cuál era desde el principio, pero había querido ver su expresión. Le lancé la carta hacia su regazo, recargándome de vuelta en la verja y, satisfecha, continué con mi almuerzo con algo más de liviandad.

    Me fue imposible contener una pequeña sonrisa.

    —Supongo... que el truco estaba más que bien, después de todo. Pero no esperes que lo diga de nuevo. ¿Ah? ¡No te rías!

    Sorry por venir al último momento, dejé el post así para que no tuvieses obligación de responder si no llegabas a tiempo ♡
     
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    Rider

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    La situación se nos había ido de las manos, tanto a los jugadores como a sensei Yoshida. Teníamos ya un par de heridos, pero lo peor seguía siendo como Anna se había marchado después haberle dado en la cara al pobre Clevert. No conocía mucho a la pequeña Annie, de hecho se podría decir que apenas si la conocía realmente. Más allá de un par de interacciones y aquellos momentos puntuales del cereal. Dios, a veces hasta olvidaba su apellido, pero no porqué no me importara, yo simplemente era sí de la malo con los nombres.

    Pero, aun si me restaba tanto por conocer de ella, pude ver algo en esa mirada. Algo que para mi desgracias me resultaba tan familiar.

    Tras que me deshiciera del balón me quedé de pie sobre la cancha, tratando idear una manera de escapar de aquel partido sin meterme en problemas, cuando de repente la solución cayó del cielo. No literalmente, pero casi.

    La maestra sonó su silbato, interrumpiendo el partido por un segundo. Le indicó a los heridos de cada equipo que fuesen a la enfermería a atenderse, mientras que a mí en particular me pedía que fuese a traer a Anna de vuelta, a rastras si era necesario.

    Bingo, mi boleto de salida, y mi oportunidad de ver que había ocurrido con Annie.

    Asentí a la indicación, me di media vuelta y me retiré de la cancha para volver al edificio de la escuela. Ni siquiera me tome la molestia de quitarme el uniforme deportivo. Podía sentir como el viento irritaba mis raspones, pero tenía prioridades que atender, además, nadie nunca antes se ha muerto por algo tan superficial. No obstante, antes de adentrarme de lleno, me pasé por mi casillero, sacando mi mochila con algo que sabía que vendría bien.

    Me planté en el medio del pasillo, con mi dedo pulgar e índice bajo mi mentón, reflexionando.

    —Bueno, si fuera una chica bajita e hiperactiva que se acaba de fugar de una clase...¿Dónde me escondería?

    La respuesta llegó por si misma. Aun con todo, Anna y yo éramos bastante similares, al menos quizás en la manera de pensar, y tal vez, en la manera en la que afrontábamos los problemas. ¿Dónde iría yo si necesitara un sitio donde poder respirar y estar solo?

    La Azotea.
    Tomé el ascensor al fondo del pasillo y subí hasta el tercer piso, por desgracia, para llegar a la azotea había que tomar las ultimas escalares de todas formas. Aun pese a que ya había estado una vez con Cayden ahí, no me quedaba del todo claro si era una zona accesible para los estudiantes, pero mi lógica era simple: Si no tiene seguro, entonces lo es.

    Golpeé la puerta antes de abrirla, como si estuviese apunto de entrar una casa y esperara a que alguien viniese y abriera. Al final abrí la puerta por mi mismo, sintiendo como la brisa acariciaba mi rostro y rosaba mis heridas. Di un par de pasos y miré a mi al rededor, en busca de la chica. Y no tarde en encontrarla, recarga junto a una de las rejas que limitaban el perímetro del lugar. Aun tenía la mirada perdida en la nada, con ese gesto tan apagado y...roto.

    No pude ver ni siquiera si Annie me había visto acercarme, porqué yo no me detuve a mirarla. Me acerqué con pasos firmes hasta ella, pero no porqué tuviera intenciones de decirle que debía volver a la prueba. Simplemente la miré por unos instantes y le dediqué una suave sonrisa.

    —¿Te molesta si te acompaño un rato aquí arriba? Me vendría bien un poco de aire. —le pregunté sin perder mi gesto, recargando mi espalda también sobre la reja, y deslizándome suavemente hasta entrar en contacto con el suelo y sentarme. La heridas aun ardían, pero se sentían mucho más tolerables sentado bajo la luz del cálido sol.

    Ya desde abajo, volví a buscar la mirada de Anna, sin nunca perder aquella leve sonrisa, y con una par de palmaditas al suelo la invité a sentarse junto a mí. No pretendía sermonearla, ni mucho menos tratar de convencerla de que regresara. Porqué sabía que solo por su gesto, le haría mucho más bien que tenía alguien cerca junto a ella más que cualquier palabra, o al menos eso creía, después de todo...Yo era igual.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    No lo pensé demasiado, si acaso le concedí alguna neurona, en cuanto noté que iba subiendo por las escaleras. Podría haberme ido a la mierda de la escuela, pero mi uniforme estaba en los cambiadores del gimnasio y de ahí había oído ruido. Probablemente estarían los de primero. No que fueran a interrumpirme o decirme algo, pero creía ir a ahogarme si me topaba con cualquier ser humano, quien fuera, sin importar lo que estuviera haciendo. Sólo quería volverme invisible, vaya, que nadie fuera capaz de posar sus ojos en mí, de sacarme radiografía y verme precisamente como me sentía.

    Vulnerable.

    Como si lo llevara puto escrito en la frente o algo, con luces y todo. Así que subí y subí, los pasillos desiertos, el silencio ralentizándome el pulso, recordándome cómo respirar con normalidad. Subí y subí, hasta que llegué a tercero, subí un poco más, y me metí en la azotea. Bastante sin querer me cayeron encima una serie de recuerdos. La fiesta de la azotea, el brindis con gaseosa, los deseos que pedimos. Ahí había conocido a Emi. La vez que me salté las pruebas anteriores, también, con Altan. Pero... el deseo. ¿Cuál había sido el mío?

    Deseo jamás olvidar este momento.

    Se me aflojó una risa amarga y cerré la puerta a mis espaldas, avanzando por el espacio sin un rumbo fijo. La brisa era leve y el sol brillaba con fuerza, me tomó un rato ver el piso sin que me doliera. Qué deseo tan tonto, como si fuera capaz de olvidarlo. Como si fuera capaz de olvidar algo en absoluto. Cualquier cuota de amor, por pequeña o breve que fuera, las resguardaba entre mis manos y las sellaba dentro de mi corazón. Para la gracia, tendría que haber pedido por otra cosa. Que ellos no me olvidaran, por ejemplo, que me recordaran siempre así. Alegre, un poco infantil, con hormigas en el culo. Que eso funcionara por una maldita vez, que no lo arruinara como siempre hacía. Que no me tuvieran miedo. Que no me vieran.

    Por Dios, que no vieran el incendio.

    Pero ya era demasiado tarde.

    Le eché mi peso a la reja y saqué del bolsillo lo que había cazado de mi aula a la pasada. Ya tenía un porro armado, sólo fue cosa de llevármelo a los labios, encenderlo y darle una calada profunda. Pues nada, a ver si así no me seguía yendo a la mierda. Valía la pena el intento.

    Tenía tanto para procesar que no estaba procesando nada en absoluto, como si me hubiera dejado el cerebro en modo avión. El tiempo corrió y siguió corriendo, fumando con movimientos fluidos, la brisa tibia y el sol por encima. Un rato después, vete a saber cuánto, creí oír que tocaban a la puerta. Lo descarté de inmediato, la verdad, ¿quién coño llamaba a la azotea? Además la escuela estaba vacía, y si habían salido a buscarme... ¿cómo me hacía sentir eso?

    Ni puta idea.

    Mantuve la vista perdida en el horizonte, si acaso repasé a Aleck de soslayo al llegar junto a mí. Me dedicó una sonrisa suave, me pregunté qué cojones hacía ahí y exhalé el humo, llevándome el cigarro a la boca de nuevas cuentas.

    —¿Te eliminaron ya? —inquirí en voz plana, notando los raspones en sus rodillas al deslizarse hacia el suelo.

    La imagen me forzó a fruncir el ceño y desvié la mirada, molesta, buscando otra pitada. Ese idiota, ¿qué hacía aquí y no en la enfermería, para limpiarse eso? Había hasta sangre. Me concentré en el paisaje un rato más hasta que lo oí darle palmaditas al suelo y me vacié los pulmones por la nariz. No quería, joder. No quería que me viera así, que de apenas conocerme ya tuviera que soportar el desastre. No se lo merecía y no quería.

    No quería.

    No quiero ser esto.

    Cambié mi peso de un pie al otro hasta que cedí, deslizándome por la reja hasta el suelo. Estiré las piernas, me pasé la lengua por los dientes y le eché otro vistazo a sus rodillas. Y otra calada. No busqué sus ojos en ningún momento.

    —¿Te duelen mucho?


    yo sin rolear un par de días a Annita y *whooosh* pasan estas cosas

    aaaAAA FINALLY, BEHOLD THE CINTITA
     
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    Rider

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    Mis débiles quejidos de dolor al menos habían logrado llamar la atención de la chica mientras me colocaba en el suelo. Parecía algo más enfocada en fumar y seguir mirando el paisaje, pero al final accedió. Dejé mi mochila a un lado mientras ambos miramos sin punto fijo hacía el cielo. No quería hostigarla, ni mucho menos hacerla sentir incomoda, así que nos quedamos unos cuantos segundos en silencio. Todo acompañado por la suave brisa de la primavera y aquel peculiar aroma que desprendía el porro de Anna. Realmente no me molestaba, estaba acostumbrado, además de que el viento se llevaba en cuestión de segundos todo el humo que exhalaba la chica.

    Sabía que se sentía mal, sabía que haberle dado a Clevert justo en la cara le había movido algo dentro de ella. No podía saber que era, ni tampoco era prudente simplemente tratar de adivinar. Pero algo tenía claro: En esa azotea, en ese precios momento, quería estar con ella, quería que supiera que sin importar que tan mal pudieran parecer las cosas yo no lo iba a dejar ahí, no la iba a dejar sola.

    Fue hasta algo de tiempo pasado que escuché a la Annie preguntarme algo, pero un un tono terriblemente apagado y frío.

    —¿Huh? Bueno, no exactamente. Traté de eliminarme a mi mismo lanzando el balón al aire y haciendo que cayera en mi cabeza, pero Yoshida dijo que eso iba contra la reglas—hice unas comillas al aire con mis manos—, pero realmente me mandaron para traerte de vuelta al juego. But oh boy! soy realmente malo siguiendo instrucciones ¿Sabes?

    Busque la mirada de la chica para dedicarle una sonrisa más. Ya tenía claro que no la iba a hacer volver a esa prueba, no así. La chica parecía algo molesta al ver la cantidad ingente de raspones en mis codos y rodillas, realmente había acabado en el suelo más veces de las que podía contar, pero la chica parecía mucho más preocupada por ellos que yo realmente.

    —Nah, no te preocupes —contesté restándole importancia a las heridas con un suave movimiento de mano—, es más superficial que nada. Sobreviviré.

    >>Pero...Al que realmente le gustaría preguntar como estas, es a mí, Annie.
     
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    Con el correr de los minutos la impaciencia sólo siguió acrecentando. Tuve que aplacar a consciencia el repiqueteo de mi pie contra el suelo porque no quería dar la apariencia, no quería ser tan puto transparente así fuera más que obvio que la mierda de allá abajo me había afectado en exceso. Es decir, hasta un crío lo notaría. Aún así, una parte de mí, una vocecilla molesta hasta el culo insistía en el orgullo, en la fortaleza de la imagen, obsesionada con acabar siendo lo que se fingía ser. También estaba la cuestión de haberme sellado al vacío, vete a saber cuánto me duraría, pero estaba ahí. La coraza de acero había vuelto a caerme encima.

    Como cuando llegué al Sakura, convertida en un animal arisco.

    Para protegerme a mí misma, proteger a los demás, y por esa precisa razón no la renegaba del todo. Le permitía ceñirse a mí sin muchas pegas. Estaba convencida de que a veces era la única solución viable para reducir los daños al mínimo. Para que Aleck, en este caso, no tuviera que tragarse mi ansiedad, la ira crepitante y el incendio contenido.

    Porque si de mí dependía, ya le habría explotado encima.

    Qué mierda hacía ahí.

    Qué esperaba de mí.

    Qué coño pretendía solucionar.

    Su broma tuvo toda la intención de aligerar el ambiente, robarme una sonrisa quizá, pero no lo consiguió. Sólo lo miré de soslayo, atendiendo a la razón real, y apenas acabó de hablar regresé la vista al frente. Yoshida debía estar realmente molesta conmigo, ¿verdad? Y Aleck acabaría cayendo en la misma bolsa si andaba de imbécil queriendo ayudarme. Me dedicó otra sonrisa, ya que estamos, y volví a desinflarme los pulmones de golpe. Que no me preocupara por los raspones, decía, y mira, me pasaba por el culo su opinión. Además, ni idea, quizás al final sólo estaba intentando convencerlo de irse de la azotea de la forma que fuera.

    Qué iba a saber yo.

    Me regresó la pregunta, el muy cabrón. Lo hizo cuando creí que lo único incapaz de disimular en mi cara eran las pocas ganas de hablar, y me seguí odiando de a poco al ser consciente de cómo no podía parar. No podía frenar el fuego, no en mi interior, no en mi mente. No podía dejar de envenenar a esta pobre criatura por la mera razón de estar dentro del radio de alcance. Como una bomba o algo, o estos ataques de área de los videojuegos. Y el miedo nacía directamente de allí, de no saber cuánto tiempo aguantarían las contenciones antes de zafarse de un golpe seco.

    Era eso.

    La falta de control.

    Me encogí de hombros, buscando otra calada casi compulsiva en el cigarro. Cómo estaba, preguntaba. ¿Qué se suponía que dijera?

    —No estaba en mis planes romperle la cara a nadie hoy, pero de sorpresas se vive la vida.

    Me maldije, joder que me maldije por hablarle así, y me mordí la lengua antes de seguir escupiéndole. Chasqueé la lengua, repasándome el rostro con la mano libre, y en un ademán nervioso arrastré la liga por mi cabello para deshacer la coleta. Fue algo brusco y me arrancó un par de hebras que quedaron enredadas en el elástico, a lo que fruncí el ceño y la observé.

    —Vuelve al partido, Aleck —sentencié, sin despegar los ojos de la liga—. No es buena idea enfadar a Yoshida-sensei.
     
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    Rider

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    La broma no tuvo ningún efecto en la chica, lo cual realmente era de esperarse. Mi mayor sin dudas era que aun con la serie que podía parecer una situación no para de ser yo. Ese bobo chico de Irlanda que pretendía solucionar todo con una sonrisa. Mis propios problemas me consumían tanto que me forzaba a pretender que no estaba ahí, y la verdad, me funcionaba, me ayudaba a no caer en el mismo agujero emocional en el que había estado tantos años. Pero eso no funcionaba para Annie.

    Al final las dudas se comenzaron a agolpar en mi cabeza: ¿Qué era lo que le había ocurrido? Por muy intenso que hubiera sido el golpe, no era letal ni mucho menos, y en el fondo no había sido por voluntad propia, nos habían forzado a jugar a todos en el sentido más estricto de la palabra. Ni siquiera había sido ella la de la iniciativa de haber tomado la pelota, fui yo quien se la dio.

    Dios...

    Había sido yo el que se la dio...

    Una extraña sensación de culpa me recorrió la espalda. El pensamiento intrusivo de que tal vez Annie no se sentiría así si tan solo yo no le hubiera dado el balón a la chica nada de esto hubiese pasado era estúpido cuanto menos, pero no era capaz de sacarlo de mi cabeza.

    Arrastré mis rodillas hacía mis hasta colocarlas a la altura de mi pecho. El movimiento hizo que los raspones ardieran un poco, haciéndome soltar un sutil quejido de dolor. Quizás tenía razón, debía ir y al menos tratar de lavar las heridas para que no se infectaran, pero no podía. No veía ni la más remota posibilidad en la que yo dejase a Annie sola. Yo sabía lo duro que era afrontar los malos momentos sin nadie a tu lado. Y no iba a dejar que ella tuviera que pasar por esto sola.

    Giré un poco mi cadera para alcanzar mi mochila mientras espetaba aquellas palabras, algo tosca y sin mucho tacto.

    —Oh. vamos, no le rompiste la cara —contesté con un tono algo más abatido—. El chico estará bien, quizás le duela un poco la cara el resto del día pero se pondrá bien.

    Continué rebuscando entre mis cosas hasta que por fin di con aquello que cargaba en mi mochila todas las mañanas desde que había conocido a Annie. El ruido de los cereales de fresa chocando con las paredes de plástico del tupper. Le quite la tapa y comí una de aquellas almohaditas. Aun con lo tenso de la situación, el sabor a fresa me conseguía tranquilizar de una increíble manera, me recordaba a épocas más simples y a apreciar los pequeños momentos.

    Tras soltar un sonrisa ligera, volví a clavar mi vista en las nubes que pasaban, mientras dejaba el recipiente entre la chica y yo, invitándola a que tomara un si quería. Claro, aun tenía aquel porro, pero algo dulce no podría caer mal, ¿O sí?

    Negué con la cabeza ante la sugerencia de volver a la cancha antes de meterme en problemas, en cambio comí una almohadita más antes de buscar su mirada.

    —¿No me oíste, Annie? Soy malísimo siguiendo ordenes. Además ¿Qué haría Yoshida? ¿Suspenderme? —me enderecé por un segundo y me giré hacía la chica—. Mira, esta claro que no sé que es lo que ocurrió, ni tampoco espero que me cuentes de buenas a primera porqué te sientes así. Pero de verdad, quiero que sepas que no voy a dejarte sola en un mal momento, sea lo que sea, no lo haré.

    >>Así que mejor come un poco y pásame ese porro, porqué puede que nos quedemos un buen rato aquí. Todo el que necesites.
     
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    Gigi Blanche

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    De haber sabido que ahora esta pobre criatura se estaba echando las culpas por haberme alcanzado el balón en vez de atacar probablemente no habría sabido si reírme, caerle con la regañina de su puta vida o enfadarme ya de veras, no con él, conmigo misma, pero a efectos prácticos el desastre se lo comería así que daba igual. No servía de mucho que alguien te usara de saco de boxeo para luego afirmar que total el problema no era contigo. Lo que sobrevivía al paso del tiempo, lo que nos grabábamos en el corazón, era el calor de los golpes y el filo de las palabras. El resto se licuaba. ¿Por qué, si no, había tantas cosas que no lograba quitarme de la cabeza?

    El canto de sirenas.

    La apatía del mundo gris.

    Ser la perra de alguien más.
    Pastillas, agua de piscina, sangre.

    Lobos, hienas y serpientes.

    Lo repasé de soslayo al oír el quejido, había recogido las rodillas contra su pecho y asumí que el movimiento le resintió la piel sensible. Volví a bajar la vista a los raspones, pero esta vez no dije o reaccioné, sólo regresé a lo mío. Ya se lo había dicho, no iba a seguir insistiendo como imbécil. Aquí no estábamos en el negocio de malgastar saliva. La Anna de siempre probablemente lo habría arrastrado hasta la enfermería, lo habría sentado como si fuera un crío y habría buscado todo para asegurarse de que las rodillas le quedaran bien limpitas. Lo veía con una claridad estúpida, vaya. Era una lástima que ahora mismo no fuera esa persona.

    Me respondió con normalidad, alegando que no le había partido la cara, que en un par de días ya se le pasaba, y me pregunté de qué cojones servía. De qué cojones podía llegar a servirme cuando los golpes pasaban por el corazón, cuando la fuerza desmedida pintaba galaxias enteras sobre la piel y ese pobre muchacho volvería a su casa con la idea de que una loca de mierda le arrojó el balón a la cara porque sí. Si tenía dos neuronas en orden no se me volvería a acercar en la vida, él ni cualquiera de todos los que vieron el show.

    Yo no lo haría, para empezar.

    No le respondí nada, me quedé viendo a la nada y pretendiendo ignorar lo inquieto que estaba Aleck, buscando vete a saber qué en su mochila. El sonido me alertó, vamos, eran mis cereales y mi tupper, sabía más o menos qué ruido hacía la combinación de ambas cosas, y mi primer impulso fue preguntarle por qué rayos aún no se los había comido. Que se le iban a humedecer y sería un desperdicio. ¿Había probado almohaditas húmedas alguna vez? Era de lo peor.

    Me removí ligeramente, él dejó el tupper entre nosotros y bajé la mirada al mismo. Volvió a hablarme, topé con sus ojos, y me lo quedé viendo porque genuinamente no entendía. No entendía por qué mierda se comprometía así con una enana odiosa a la que conocía de casualidad.

    Enana odiosa.

    No estaba muy alejado, ¿verdad?

    De la forma que fuera, lo que me descolocó de verdad fue que me pidiera el porro. Descarté todo lo anterior, que sonaba a speech de superhéroe y seguramente me habría hecho responderle alguna mierda ácida, y se me aflojó una risa sin gracia. Alterné la mirada entre él y el cigarro antes de encogerme de hombros y estirárselo.

    —¿Fumas, Greeny? —indagué, algo irónica, porque quién mierda lo sospecharía, y aproveché las manos libres para llevarme una almohadita a la boca—. Ustedes, los cara de bebé. Todos iguales.
     
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    Rider

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    No esperaba poder convencerla de que lo ocurrido con el pobre Clevert no era algo de lo que realmente preocuparse, toda esta situación era arrastrado por algún problema que sobrepasaba la estancia de la chica en la escuela. Solo me quedaba tener fe en que lo pudiese tomar algo mejor con el tiempo, para que pudiese sentir algo de paz. No podíamos pasar toda la vida creyendo que la gente era igual que nosotros, que así como nosotros actuaríamos ellos también lo harían, pero para bien o para mal, esto no era así. Aprender que la gente muchas veces pasaba de mí y de lo que yo hacía me había tomado mucho más tiempo del que estaba dispuesto a aceptar...Y al fin ese acabo siendo el problema.

    Que la gente pasaba de mí.
    Supe que Annie me estaba mirando ni bien escuchó el característico ruido que hacía el cereal, porqué, ¿Cómo no hacerlo? Le cereal ya llevaba algo de tiempo ahí, pero por suerte aun estaba crujiente y conservaba todo el sabor. Desde aquella peculiar mañana en la enfermería con ese rito de iniciación al más puro estilo de un culto de poca monta, me había repetido a mi mismo que debía guardar las almohaditas para un momento igual de importante. Y este era ese momento.

    Como era de esperarse, la chica se extrañó al momento de que yo le pidiera el porro para robarle un poco. Al acabó de unos segundos tomé el papel enrollado y encendido entre mis dedos tras haberlo tomado de manos de Annie. No había fumado desde mi llegada a la academia, y realmente no me gustaba que la gente me viera fumando tampoco.

    —Nope, no fumo— contesté mientras tomaba una calda de porro, sintiendo como el humo invadía mis pulmones, para posteriormente soltar el humo por mi boca—, o al menos eso es lo que la gente piensa, y preferiría que lo sigan pensando la verdad.

    Le guiñé el ojo a la chica, pidiéndole que guardara el secreto que sabía perfectamente que era una tontería. A lo que había visto por mi propia cuenta, más de la mitad del estudiantado fuma esta cosa, sino es que toda la maldita academia, pero a mí simplemente no me gustaba que la gente lo supiera, aun con lo normalizado que estaba, prefería hacerlo en casa, en donde no pudiese molestar a nadie con el olor. Además, no lo hacía lo suficientemente seguido como para valiera la pena mencionarlo.

    —¿Huh? —me sorprendió aquella respuesta que dio la chica, pero una sonrisa se me escapó al verla comer parte del cereal—. Primero que nada: No tengo cara de bebé ¿de acuerdo? solo que aun no me sale al fantástico mostacho que se que estoy destinado a tener.

    >>¡Y segundo! —le di un toque más antes de regresar el porro a la chica— ¿A que te refieres con que todos los cara de bebé somos...son iguales?
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Sería, al final, una mera cuestión de pura egolatría? ¿Habría estado tan acostumbrada a la atención que recibía de cría que luego me encapriché al serme negada en Japón? Quiero decir, si me lo hubiera tomado con más calma ¿no habría hecho amigos quizás? Siempre le eché la culpa al resto por juzgarme, pero ¿y si yo fui la primera en hacerlo? Al no recibir inmediatamente lo que pretendía, los reflectores y la admiración. ¿Y si me recluí antes de tiempo, por miedo a seguir sintiéndome rechazada?

    ¿No era una atosigadora por excelencia?

    Ahí estaba, compartiendo de mi porro con Aleck pese a haberle dicho que se fuera.

    Al final sólo quieres que alguien más vaya detrás tuyo, ¿verdad?

    Qué patética.

    No imaginé, ni se me ocurrió que Aleck había pretendido guardar los cereales para un momento especial. Qué va, yo me los habría zampado con la primera peli de turno, y de pensarlo probablemente me habría dado cuenta que este chico era más considerado que la mierda. Que me seguía rodeando de este tipo de ángeles caídos del cielo o algo, como Emi, como Jez y Dante, e iba a terminar explotando porque no me daría la vida para agradecerles. Me agobiaba un poco, también, la sensación de estar quitando tanto, de no dar nada a cambio, pero al menos la neurona me servía para frenar los shows de autocompasión. No había nada peor que pedir perdón cuando sólo cabía agradecer.

    Seguí masticando las almohaditas casi con pereza, en lo que Aleck fumaba y todo el rollo. Estaban crujientes, pero el interior era suave y sabía a fresa. Se me revolvió con un par de recuerdos o sensaciones a secas, mierdas de lo más vagas que a duras penas podía concederles nombre o escenario. Había algunas alegres, otras bastante solitarias, y justo antes de que el muchacho empezara a hablar me pregunté cómo acabaría recordando este momento. Este sabor.

    Lo miré mientras me llevaba otro cereal a la boca, y cuando me guiñó el ojo comprendí la situación. Paseé la mirada al porro y de regreso a él y asentí, bajando los ojos al tupper a lo último. No lo demostré de ninguna forma.

    —Tu secreto está a salvo conmigo.

    Pero se me antojó de lo más cálido.

    Como si me confiaba la fórmula de la Coca Cola, por mi viejo le juraba que me la llevaba a la tumba.

    Mi comentario no cargó intención particular alguna, sólo me hizo gracia la relación y lo solté, pero que se indignara al respecto me llamó lo suficiente la atención para volver el rostro a él, cejas alzadas, y esbozar una sonrisa ligera. ¿Que no era un bebé, decía? Vamos, hombre.

    —¿Sólo el mostacho? —lo dudé un poquito, pero al final sí que lo molesté. Fue más fuerte que yo. Le dio una última calada al porro y me lo regresó, aunque no me lo llevé a la boca—. Pues eso. Ya conoces a Dunn y mini Ishi, ¿cierto? Digo, Kohaku. Ahí tienes, otros dos caras de bebé que andan cometiendo crímenes. Esos aún peor, que encima venden. Y Ko aún aún peor, que la vende y la cultiva.

    No me preocupé mucho por estar soltando la lengua, ni que el crío tuviera pintas de ir de aquí a la comisaría para denunciar una plantación de marihuana. Volví a relajar la espalda en la reja y le di una pitada al cigarro, sólo que más calmada.

    —Así que sí, ¿los caras de bebé? Los peores.


    Estoy comiendo almohaditas de fresa mientras escribía que Anna las comía and what a time to be alive
     
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    Rider

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    Yo jamás bajo ninguna circunstancia me hubiese considerado un ángel caído del cielo ni mucho menos. A lo sumo solo podría categorizarme a mi mismo como un sobreviviente. Aunque, puesto en otro contexto más rebuscado, tal vez si era como un ángel que había caído de la gracia de Dios, forzado a llevar una vida de mortificaciones y tragedias, pero aun así, sonaba demasiado pretencioso en mi cabeza. Había sido mi elección quien era hora: Un simple chico que trata de vivir el día a día en una escuela que más bien se parece a una zona de guerra fría.

    Y precisamente, como si fuese yo un refugiado en una batalla campal, agradecía tanto gesto tan simples como que una chica me hubiese compartido su cereal una mañana lluviosa de clases. Pequeños gestos que te ayudan a disfrutar un poco más la vida. Le debía esto a Annie al menos.

    Porqué alguien que pueda hacer un gesto tan desinteresado y gentil no merece estar sola.

    La sensación que quedó en mí después de haber probado el porro era justo como la recordaba. La presión inmensa que se sentía en los pulmones que poco a poco se disipaba hasta que podía notar como mis músculos se destensaban, y en un todo, simplemente más tranquilo. Tenía ya algo de tiempo sin consumir nada, así que sin duda eso quizás afectaría un poco en la reacción de mi cuerpo, pero bueno, era como andar en bicicleta, esas cosas no se olvidan.

    Me giré nuevamente a la chica, y aunque no hizo propiamente contacto visual conmigo, y con ese tono sin demasiado entusiasmo, sus palabras lograron arrancarme una sonrisa. Sabía que no mentía, podía confiar en ella, y encontrar a alguien en quien confiar es un poco más difícil dado los tiempos que corren.

    Continué escuchando a Annie mientras continuaba comiendo aquel frutastico cereal.

    —¿Qué? Yo creo que un bigote se me vería genial ¿No crees? Muy rudo—contesté mientras la chica comenzó a mencionar a Cay y Ko—. ¿Oh, Mister Blue Sky? ¿Pero que es lo que podrían hacer ellos dos? —Mi pregunta fue eclipsada rápidamente por mi gesto al escuchar que eran lo que hacían ese par. No pude negar la sorpresa que me causaba escuchar eso, incluso podía jurar que mis pupilas se dilataron.

    — Vaya...—solté mientras volvía a colocar todo el peso de mi espalda sobre la reja, justo como la chica, mirando hacía el cielo. Así que era eso lo que ocultaba. Estaba sorprendido, pero viéndolo en retrospectiva, era algo de esperarse—. Bueno, supongo todos los cara de bebe guardan secretos ¿Eh, Annie?

    Miré a la chica, con cierto gesto desvergonzado. Evidentemente no lo dije, pero en cierto modo, ella entraba en la categoría de cara de bebé ¿No?

    De un momento para otro, el ambiente se sentía bastante más sereno y apacible, no estaba seguro si era el efecto de la hierba, el sentir la agradable brisa de la primera o la simple compañía de Anna, pero empezaba a sentir una verdadera calma ahí arriba, solo comiendo un poco de cereal y disfrutando de la vista.

    —Empiezo a recordar porqué no fumaba tan seguido. El aroma se queda impregnado en la ropa —Exclamé mientras tomaba el cuello de mi camisa y lo olfateaba—, tendré que usar el detergente con aroma a lavanda otra vez.
     
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    Gigi Blanche

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    La cuestión era bastante simple, o al menos me gustaba verla así. Si teníamos auténticos demonios caminando la tierra, respirando nuestro aire y manchando de rojo todo aquello que tocaran, pues hacía falta una fuerza opuesta, ¿verdad? La chispa de luz y calidez, las manos sanadoras. No hacían falta aureolas ni colas de diablo, ni colmillos o fauces abiertas, era todo bastante sutil y por eso, de hecho, era que muchas veces nos confundíamos. Pero me gustaba creer que había ángeles, así como demonios. Era eso o enloquecer.

    Al menos, el incendio había retrocedido un par de metros. Sabía que sólo era un placebo, una pequeña burbuja ilusoria de tranquilidad. Sabía que el mundo seguía siendo una puta mierda y que volvería a cagarla en cero coma. Sabía que los golpes dolían y que mañana probablemente no encontrara fuerza capaz de sacarme de la cama. El miedo, las náuseas, las uñas comidas hasta la carne. Los pulmones resentidos. Lo sabía, sólo que no habría querido sentirlo de nuevo.

    Pero hey, el mundo no es una fábrica de deseos.

    Aleck habló de bigotes y me llevé una mano al ojo pasa rascarme, aunque retrocedí disimuladamente al sentir el pinchazo de dolor. La mierda no se vio rara ni nada, sólo recordé de repente que aún llevaba el maquillaje y que si lo tocaba podía correrse. En el camino de regreso mis dedos rozaron mi propia camiseta, toparon con el relieve del metal y jalé de la cadenita para extraer el anillo. Sólo lo envolví en mi puño y regresé la mirada a Aleck tras echarle un vistazo a la puerta.

    Bueno, tampoco podía vivir dependiendo de él pero...

    No me había buscado, ¿verdad?

    —Depende, hay muchos tipos de bigotes —anoté, hablando bastante en serio—. Hay bigotes franceses, del Viejo Oeste, hay bigote nazi y de mafia italiana también.

    Parpadeé, ajustándome rápidamente a que ese apodo extraño hacía alusión a Ko, y la canción sonó en mi cabeza de repente. Le pegaba bastante, la verdad, eso no lo negaría nadie. Por su reacción me di cuenta que Dunn no le había hablado de sus negocios a Aleck y me cayó un poco de ansiedad encima, ante la idea de haber metido la pata. Luego me pareció que pretendió incluirme en la categoría de caras de bebé, ni idea, seguía medio enfrascada en lo anterior. ¿Y si la había cagado de vuelta? ¿Y si generaba un problema? Intenté dejarlo correr, pero al final no pude morderme la lengua.

    —¿No sabías nada, entonces? —pregunté, sin despegar la vista del paisaje, y tragué saliva antes de agregar—: De lo de Cayden, me refiero.
     
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    Rider

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    Era un mentalidad que en cierta manera había acabado heredando de mi abuelo. Él siempre se negó a categorizar las cosas o buenas o malas, siempre me repetía que no importaba como fuera una persona a simple vista, que todo dependía de perspectiva. Buenos, malos, compasivos o crueles, en el fondo no dejaban de de ser eso: Personas. Encontraba cierto confort en esa idea. El pensar que nada se podía encasillar en blanco o negro a me ayudaba a convencerme a mi mismo de que el mundo era lo que nosotros decidiéramos percibir de él. Pero con gente como Cay o Annie, bueno, tenía mis dudas, porqué no había manera posible en que yo los percibiera de una manera distinta, como personas con un gran corazón pero con poca suerte.

    Pude sentir en el aire como Annie se sentía algo más tranquila, estaba claro que la tormenta aun no había pasado, pero cualquier cosa que pudiera hacer para ayudarla en un momento difícil me era suficiente. Era lo menos que podía hacer, sostener su mano hasta que todo esto pasara.

    Me extrañó por un instante ver como la chica de un momento a otro comenzó a tocar el maquillaje en su rostros para posteriormente tirar de una cadenita que estaba alrededor de su cuello, extrayendo un anillo al cual miro por un segundo y luego envolvió su mano. No encontré el valor de preguntarle de que se trataba eso, y en su lugar, la chica me contestó a aquel comentario de los bigotes.

    —Oh sí, nada me gustaría más que tener el bigote más popular de Alemania en 1940, aunque yo siempre me he visto más con algo de salvaje oeste —solté un risa floja, mientras volví a buscar la mirada de la chica—. ¿Tú que dices Annie? ¿Me convierto en dictador o en un vaquero?

    Le cuestioné en un tono de broma, como si realmente fuese a elegir el estilo de mi inexistente bigote en ese momento. Ni siquiera creía que algún día me fuese a crecer bello facial, pero bueno, se valía soñar.

    La miré confundido al ver como de repente Annie se había puesto algo nerviosa, cuestionándome si no sabía del "trabajo" de Cay. Tomé otra almohadita y coloqué mi vista en el cielo.

    —No, no lo sabía— contesté sin más mientras comía el cereal y miraba a la bóveda celeste, pensativo, para luego regresar con la chica—, pero tampoco puedo culparlo. Aun con los años que llevo conociéndolo no puedo esperar que me cuente todo sobre lo que hace, además, tal vez el muy tarado solo no quería que me preocupara por él.

    >>Es curioso. Yo no sabía que él vendía y él no sabe que yo consumo. Casi hilarante —Sonreí hacía el cielo y continué comiendo de aquellas almohaditas de fresa, aunque Anna parecía seguir afligida por haberme contado del asunto. Le di un muy suave a amistoso golpe en el hombro, justo como así con el Pelo de Fuego, ante de dedicarle una amplia sonrisa despreocupada que siempre cargaba conmigo—. Hey, despreocúpate Annie, no le diré que me dijiste ¿de acuerdo? esperaré a que él me cuente cuando lo crea prudente. Aunque debo decir que me sorprende de "Mr. Blue Sky".
     
    Última edición: 17 Septiembre 2021
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    Gigi Blanche

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    De saber que para Aleck era una pobre infeliz con mala suerte probablemente habría soltado la carcajada, porque vaya, no podía dar más al centro de la diana. Lo seguiría repitiendo hasta el cansancio, estaba meada por una manada de elefantes y no sabía cuánto duraría la puta mierda, pero de momento el efecto no parecía querer aflojar. ¿Había conseguido puntas buenas de todo el desastre? Suponía que sí, claro. Mal que mal había hecho amigos, había enderezado la mierda con Kakeru. Había conocido a Kohaku y a todos los demás aquí, en el Sakura.

    También sabía que la vida no eran blancos y negros, vaya, hija de puta yo si llegaba a pretender encasillar a los demás conociendo y adorando gente de tan dudosa moral. En definitiva se trataba de eso, de los colores que los demás desprendieran en torno a uno. Vete a saber si poseíamos alguno de por sí o si sólo nos íbamos permeando.

    Había llegado a pillarle el gusto al rojo óxido de la sangre.

    Y encontraba destellos azules en los ojos de Al.

    —Dictador, definitivamente —respondí sin un atisbo de duda, lo cual debería ser ¿preocupante?—. Eres muy poco rudo para ser un vaquero del Viejo Oeste, así que sólo te queda cometer genocidios.

    Aleck tenía la vista pegada al cielo cuando me respondió, y yo aproveché el momento para cerrar los ojos y soltar el aire despacio, como si me hubiera caído encima precisamente lo que esperaba pero aún así no quería. Cayden se lo habría ocultado adrede, estaba segura, y yo como imbécil sólo fui y le ventilé los trapos sin detenerme a pensar en la delicadeza del asunto. Iba a puto comerme si se enteraba, o bueno, no me perdonaría y ya. No parecía del tipo de caerle a las personas con reclamos, pero de repente me lo imaginé viéndome como si fuera una jodida imbécil, como si estuviera decepcionado de mí, y me cayó encima una ansiedad de mierda. Dunn no me importaba por nada en particular, pero tampoco lo habían hecho los estudiantes de las otras escuelas y eso no me había impedido hundirme.

    No me había impedido despertarme todos los días con miedo de ir a la escuela.

    Me aseguró que no le diría que yo le había dicho, pero el daño ya estaba hecho y no pude escapar de esa espiral. De mi propia, jodida mente. No pude verlo a los ojos, el agobio regresó de un golpe certero y me incorporé casi de un brinco. Sentía el estómago hecho una piedra y temí que se me volviera en dos por las almohaditas.

    —Perdona, Aleck, yo... —murmuré, inquieta, y alterné la mirada entre la silueta general del muchacho y la puerta—. Perdón.

    Tenía mil cosas en la cabeza, frases completamente entendibles, listas para poner en palabras, pero no pude. Cada vez que pretendí abrir la boca, se me hicieron una maraña en la lengua y acabé por desistir. Nada sonaba lo suficientemente convincente o razonable, nada cobraba sentido y al final, lo único capaz de ganar terreno fue el mismo impulso que me sacó de las canchas.

    Huir.
    Que nadie me viera.

    Dios, que nadie pudiera verme así.

    Vulnerable.

    Gané velocidad en lo que me acercaba a la puerta y casi me detuve al notar la presencia en las escaleras, al darme cuenta en un segundo que se trataba de Altan, pero todo hacía demasiado ruido y no pude. No quise.

    —Perdón. —Parecía una jodida repetidora falseada, y es que era lo único que conseguía cobrar sentido en mi mente ahora mismo. Tampoco pude mirarlo a los ojos, sólo me detuve un instante habiendo bajado ya las escaleras—. Perdón, ahora no.

    Y seguí camino, pasé por mi aula para pillar la mochila y cuando noté que en el gimnasio estaban los de segundo me fue literalmente imposible pasar para buscar el uniforme diario. Dudé un poco, me maldije internamente y resollé con fuerza, tragándome las ganas de llorar al salir de la escuela. Me sentía totalmente patética, Dios. Parpadeé, el viento me dio en la cara y me desaparecí con el miedo impreso en el cuerpo del niño que debe cruzar el pasillo oscuro para llegar a su habitación.

    Ese que demoniza el mundo.

    Y lo vuelve gris.

    im sowwy, no la pude contener
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    I dealt with too much fucking shit
    and now I'm in too deep.
    Cut of my wings.
    My flowers bloomed.

    You want salvation?
    Well I'm sorry.
    .
    We're all doomed.
    Altan.png
    No era una persona que creyera en corazonadas, en presagios o sensaciones puramente, como otros que conocía. Era rígido como una puta máquina y de la misma forma leía el mundo a pesar de ver el movimiento orgánico de la telaraña, las interconexiones y los hilos rotos, esos que se chamuscaban en un abrir y cerrar de ojos. Aún así digamos que lo sentí, el desazón que tenía atorado en el pecho, como si el cuerpo se me hubiese anticipado todo el rato a la reacción de Anna.

    A los hilos que rompería presa de su terror.

    No lo vi, tampoco lo escuché, pero las hebras chisporrotearon al ser consumidas por el fuego y me alcanzó el olor a quemado. Abajo, en las profundidades de mi océano, el fuego prestado titiló como una llama al borde de consumirse; con ese apagón me alcanzó la cascada de sangre y se me detuvo la respiración cuando escuché la puerta mis espaldas.

    Anna prácticamente se precipitó por las escaleras, no me miró y soltó dos disculpas al aire que solo volvieron el rojo del agua casi opaco. Me desinflé los pulmones de golpe cuando la vi alejarse, no había fuerza capaz de levantarme y detenerla cuando me había dicho que no, que ahora no, porque solo me estaría forzando sobre ella y no podía hacerle eso.

    Tampoco tenía derecho alguno a desatar la ira o sentirla, porque todo había sido solo una mala superposición de eventos y no había a quién culpar realmente. Una cosa había presionado el gatillo de la otra, desde el balonazo al crío, hasta soltarle sin pensar a Amber que su amigo era un puto camello cuando el otro debía tener miedo de decírselo y todas llevaban a lo mismo, a la puta culpa que la consumía, apagaba su fuego y la convertía en un trozo de roca fría.

    Alcanzarla en ese estado costaba un huevo y se me ocurrió pensar que quizás, solo quizás, debí haberme saltado la parada en la enfermería y alcanzarla antes que el
    irish boy, porque seguro a él también se lo debía estar llevando el diablo de angustia ahora, al ver lo que había pasado.

    Si su culo inquieto se parecía al de Anna seguro era el caso.

    Me quedé prendado a su silueta en lo que desaparecía y hasta después, cuando el sonido de sus pasos se perdió, me levanté de donde estaba. Era el delirio de fiebre de siempre, pero pude jurar por mis putos muertos que al hacerlo consumí bastante luz de la que había en el espacio, como había pasado días atrás, cuando Suzumiya me dijo que fuese a la enfermería porque algo le había pasado a Kurosawa y todo se fue a la mierda de ahí en adelante.

    Lo de siempre, vamos.

    No había semana que pudiéramos tener paz.

    Bajé los pocos escalones que quedaban, volví a colarme en mi clase y escarbé por el mechero junto a la caja de cigarros, que zambullí en el bolsillo de los pantalones de gimnasia una vez los encontré. Regresé sobre mis pasos, subí las escaleras de nuevo con mi ritmo de viejo y esta vez sí empujé la puerta de la azotea que se había cerrado de nuevo después de que Anna saliera.

    Me recibió la brisa, arrastraba algo de aroma a primavera y contrastaba con violencia respecto al hedor a quemado que parecía impregnar el espacio, aunque realmente no estaba allí. Era como soplar para apagar una vela, el humo que se levantaba de la mecha olía a cerca, a hilo o pelo quemado, quizás algo a plástico.

    Era, si se quiere, el olor de la extinción.

    El rojo que me impregnaba la visión no desaparecía, pero tampoco tenía sobre qué arrojarlo, es decir, de la manera en que quería realmente. Era como cuando Anna me soltó toda la mierda en los baños, el vacío, la mierda del idiota de Kakeru y todo lo demás, estaba la furia y abrumaba pero no había nada que hacer al respecto que pudiese considerarse decente. No era un dolor que me perteneciera así se proyectara a mí de forma directa y todo lo que me quedaba era fingir que no veía todo a través de un montón de sangre.

    Me acerqué a la reja, un par de metros lejos de Amber, saqué la cajetilla, un cigarro y accioné el mechero. Le di una calada para encenderlo y finalmente me regresé todo al bolsillo con movimientos mecánicos. Inhalé, retuve el humo un momento y lo liberé después por la nariz sin prisa.

    Si debía ser honesto, la situación tenía una pinta que daba pena, porque hasta entonces Anna no había rechazado mi presencia abiertamente, había sido hostil, pero aún así nunca me hizo a un lado y ahora, con sus palabras atravesándome el cerebro, no sabía qué demonios tenía que hacer. No tenía donde tirar, ni siquiera sabía que a la desgraciada le habían robado el móvil y le habían metido una hostia en la cara.

    Estaba perdido como la mierda y, por egocéntrico que sonara, sentía que solo yo podía encontrar la manera de traerla de regreso.

    Yo o Hodges, era de repente como si fuésemos los puertos a los que podía llegar, las anclas que impedirían que siguiera alejándose hasta perdérsenos de vista. Para la gracia la tarea no se ponía más fácil con el tiempo, solo se complicaba, como con todas las relaciones humanas.


    tu pinche madre no iba a reaccionar a Anna, she's MAH BBY *cries like a bitch* por otro lado idk necesitaba usar esa cinta cuz silent rAGE

    George, como te digo, no tienes que responderme/reaccionar a nada si no te sale y por lo mismo no puse a Altan a interactuar con el niño verde. So take it easy, my child, life is pain anyways
     
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    Insane

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    Uy, y yo que creía que la profe nos pondría al menos un uno en la nota del proyecto no entregado, pero venga que era drástica. Qué miedo~ Salí del salón de clase en lo que bostezaba ligeramente, topándome con Zold y Gen. Ambos irían a la cafetería y toda la vuelta, pero yo no tenía ni mierda de hambre, así que seguí muy en lo mío en lo que estos continuaban por las escaleras.

    Me habia hasta dormido sobre el pupitre, tanto así como para perder parte del tiempo del receso, pero puff, había soñado tan rico con el viendo frío que se colaba por las ventanas del salón que no tenía arrepentimiento de nada. Subí a la azotea para fumarme un cigarro y recostarme en la reja, pero para mi sorpresa en cuanto abrí la puerta me topé con una linda princesita. Apenas y deslicé el ambar por su silueta.

    Parecía que tenía buena suerte el día de hoy. Torcí apenas la sonrisa hacia la izquierda, molestándola.

    —No esperaba encontrarme una linda chica por acá con este clima~

     
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    Esperé a que tomara su decisión con respecto al Villa, y realmente parecía cargar con la templanza suficiente para esperarla cien años. Asentí lento apenas le dio el visto bueno, ensanchando la sonrisa, y supuse que ya quedaba. Había pensado en decirle a Blee, que hacía tanto tiempo no quedaba con ella ni nada, pero aún no estaba totalmente seguro de que el Villa fuese un ambiente que podría disfrutar. Después de todo no tenía idea de nada, de las mierdas que habían pasado en medio y mucho menos lo que la había forjado hasta ahora, pero no necesitaba eso para darme cuenta que la chica había cambiado desde la noche que la conocí.

    En realidad sólo había vuelto a ser quien era antes, claro, pero yo no lo sabía.


    Ni eso ni que había sido mi culpa.

    Volví a asentir a su invitación para quedarme en su casa y con la sonrisa se me achinaron apenas los ojos. Todos sabíamos a qué se refería con esos "otros planes" y lo mismo aplicaba para ella, claro, aunque tenía entendido que rara vez colaba random dudes en su casa. Bueno, de la forma que fuera, era un plan B que ni en mil años luz iría a descartar.

    Un poco de repente recordé al random dude de la mañana, pero aparté el pensamiento casi de inmediato. Ni que fuéramos de los que se meten en la vida del otro, ¿verdad?

    —¿Granny sigue fuera? —repetí, en lo que ella se incorporaba y yo seguía sus movimientos—. ¿En qué anda ahora~?

    Luego me dio las palmaditas en el pecho, me invitó a la azotea y me levanté de mi asiento no sin algo de pereza. Estiré los músculos, medio me tragué un bostezo y hundí las manos en los bolsillos en lo que nos dirigíamos hacia arriba. Yo también podía fumarme un cigarro mientras, por qué no. A la pasada noté que Emily ya se había ido y que Sasha regresaba a su asiento, pero pensé que ya le había tocado los ovarios lo suficiente por hoy. Lucky her, I guess~

    En lo que abría la puerta de la azotea noté casi de inmediato que ya había gente ahí, pero digamos que me importaba tres huevos y tampoco estaba en mood de ser una mosca molesta así que seguro se podía convivir en paz, ¿verdad? Arrugué el gesto en lo que me acostumbraba a la luz, asentí en dirección a Kasun al reconocerlo y seguí mi camino hacia un punto más alejado de la reja opuesta. Le eché mi peso encima, saqué la cajetilla de cigarros, el encendedor y toda la mierda.

    Crappy weather —comenté al aire para que Ali me oyera, y habiendo soltado el humo de la primera calada sonreí—. Eh, ¿viste ese 7? Si no seremos unos prodigios o algo, habiéndolo hecho en tiempo récord. ¿A que ahora vas a pedirme perdón por haberme maldecido toda la noche?


    heyo no vengo a molestar otra vez i swear, ya teníamos pendiente esta wea uwu
     
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