FanficsLandia Ni Experiencias, Ni Calles... Sólo un Momento (By IchiiDou)

N/A: Este relato es irreal y grosero. Los personajes célebres son pobres imitaciones, y debido a su contenido, nadie lo debe leer. La anécdota aquí narrada corresponde a una confesión de la misma IchiiDou que figura en su publicación más reciente, titulado 'Lo que me Contaste Cuando me Hacía la Dormida'.



«Últimamente este lugar se siente solitario...»


Abrió los párpados, recobrando el sentido de la realidad con la rapidez de un destello. El ángulo en contrapicado del techo conformó la primera estampa de esta nueva iteración. Fue como si una fuerza desconocida la trajera de vuelta desde el fondo de una profundidad abstracta e inexorable. La habitación, quieta y casi silenciosa, emitió un bostezo mudo. Era una mañana que se parecía a muchas otras de similar apariencia, semejante a eslabones que se extendían hasta el infinito. IchiiDou se sentó en la cama, y su cuerpo se dio a la tarea involuntaria de volverse un símbolo tangible de la pereza, esa misma que suele visitarnos muy temprano al despertar. Se puso de pie para dirigirse al lavabo, donde el agua le obsequiaría frías caricias a su rostro somnoliento.


El comedor fue el siguiente escenario en su aparejo matutino. La mejilla pensativa se apoyaba sobre una mano, mientras que la otra manipulaba una cuchara que revolvía distraídamente el contenido de una humeante taza de café, el cual ni tenía ganas de ser bebido. La escena estaba adornada con un modesto mantel a cuadros, un pote de azúcar y una tetera con agua caliente, entre otras cosas. El pensamiento que había copado su mente se definía con una sola palabra: aniversario. Se preguntaba, una y otra vez, si valía la pena festejar año tras año la lenta agonía del sitio que actualmente le daba asilo. Para ella era inevitable y, en buena parte, doloroso ver cómo la parsimonia iba ganando terreno de manera exponencial con el paso del tiempo.


La taza permanecía solitaria e intacta sobre la mesa, habiendo obtenido la temperatura ambiente. Ella inclinó su cuerpo para asomarse por la ventana, cruzando sus brazos y apoyando los codos en el marco. Entonces contempló las calles que largaban ese intenso aliento frígido y sedado. Los adornos y los carteles que anunciaban la gran festividad fungían como un triste maquillaje que deseaba ocultar a toda costa un presente en decadencia. La ciudad ya no vestía ese colorido y ruidoso ajetreo que luciera cuando la recorrió por vez primera, apenas era un remedo amargo de una época lejana que la remitía a un amplio mar, una botella con un mensaje, una selva y tierras áridas que podrían ser cualquier cosa, menos el nombre concreto de una promesa.


Por allá va caminando animadamente esa muchacha que es adepta a narrar historias de amor entre militares que usan alquimia. Le pareció envidiable el hecho de que su entusiasmo jamás dejaba de acompañarla. Vio muy pocas caras nuevas, y notó muchísimas que estaban ausentes. Todos los días presenciaba la misma postal. Sintió que tal panorama era el vivo signo del advenimiento de un destino que por ahora prefería permanecer agazapado, con el eco del abandono mirándola fijamente y sin decir nada. Otro desenlace estaba cerca. Pero basta, era suficiente angustia. Qué pésima suerte, qué atrevimiento por parte de la providencia al orillarla nuevamente a revivir una situación como esa. No se lo permitiría, por supuesto que no. Puso música para espantar el clima desabrido de su entorno, ese fue el primer paso.


A través de los parlantes comenzaron a sonar los primeros acordes de la canción Lo Echamos a Suertes, del dúo Ella Baila Sola. Se tomó el café de un solo trago, a pesar de que no estuviera caliente, y devoró un par de tostadas. Reemplazó su escueto pijama por un vestuario más formal. Peinó su cabellera solemnemente, con los ojos cerrados y la cabeza ladeada. Aquella quimera que la esperaba afuera se hacía cada vez más grande, pero no demostraría miedo ni resignación; iría a enfrentarla directamente, sin nunca bajar los brazos. Y así sería, hasta el último minuto… una vez más. Agarró sus viejos emblemas, como el de líder de críticos y el de moderadora de mitología, improntas materiales de un pasado glorioso que era mejor conservar para que no fueran tragadas por el olvido.


Descubrió su rostro en el reflejo del espejo, colocándose unas gafas de sol (los mismos que había usado en alguna afortunada aventura) para acto seguido sonreír con un firme optimismo y una convicción inquebrantable. Finalizando los arreglos, abandonó el departamento, que permanecería así hasta su regreso por la noche; siguiendo esa misma tradición, el que se originara hacía ya tanto tiempo.

Contenido oculto: Lo Echamos a Suertes