Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Ya lo había pensado en el cuartucho, que la jodida estaba loca, que se balanceaba sobre la oscuridad como si no pudiese caer y ser consumida, que ni siquiera sabía si había alguien que pudiese atraparla allí abajo. Era imprudente, caótica e inestable como el mismo fuego, pero guardaba tanto calor en sus viciosas llamas que era imposible de ignorar.

    Y lo que parecía la más absoluta oscuridad se transformó en agua.

    Se lanzó de cabeza y el calor de su cuerpo al impactar contra el agua sonó como poner un sartén mojado sobre la cocina, algo de agua se evaporó antes de envolverla, quizás amenazar con apagarla y toda la cosa, pero entonces su calor se transformó en luz submarina; bioluminiscencia como la de las criaturas de los abismos. Era una luz propia que no necesitaba de combustible o de ningún iniciador, al menos eso creí. La sonrisa que mi comentario le arrancó aumentó la intensidad de su luz, complejizó su intermitencia y creó un ritmo.


    La cuerda siguió tensándose y su melodía adquirió algo más de claridad.


    A la tonta el corazón le iba sin control, lo escuché rebotarle en el pecho y solté un suspiro bastante pesado, apretándome un poco contra ella luego de que me envolviera en sus brazos de nuevo. Abrí apenas los ojos cuando la escuché, su voz se coló entre los latidos de su corazón y mi respiración, fue como rozar una sola cuerda del violín con el arco. El sonido me recorrió el cuerpo y se fusionó con el palpitar de mi propio corazón.

    Baby, we're lost.

    Come home with me.

    No pudo callar el sollozo del todo y pegado como estaba a su pecho incluso lo sentí expandirse a mi cuerpo, me lanzó una corriente de dolor encima que me hizo reaccionar al sentir la fuerza con que se aferró a mí, no sabía si quería unir mis pedazos, darme un refugio o revolverse conmigo, no tenía idea de nada de lo que le pasaba por la cabeza.

    Pero me abrazó como si se le fuera la vida en ello.

    No me despegué de ella pero comencé a acariciar su espalda con un cariño estúpido. Había pasado días prendado a Anna como una maldita garrapata a un perro viejo y no me había parado a pensar nunca en su olor, en que cada vez que me recibía en sus brazos olía a ella y era reconfortante, así como el sonido del corazón en su pecho.

    —Está bien si no puedes respirar —murmuré entonces, recordando la enfermería—, puedes tomar oxígeno directo de mi pecho.

    Tomé aire con algo de fuerza y de forma inestable todavía, no del todo recuperado del llanto.

    —Fue lo que canté para ti en la enfermería. —Como ya estaba hecho un puto imbécil y no había caso en ocultarlo, pues no me callé allí—. No le había cantado a nadie hasta ese día.
     
    Última edición: 22 Febrero 2021
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    Gigi Blanche

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    La brisa soplaba con bastante constancia allí arriba, el caso era que dejé de prestarle atención hasta que se arrastró desde el Norte con mayor intensidad y me hizo apretar los párpados, las lágrimas en mis mejillas se sintieron frías. Fue una corriente repentina, bastante helada, que me impulsó a abrazarlo con más ímpetu; como si la más pequeña modificación a nuestro alrededor pudiera arrebatármelo, arrancármelo de cuajo.

    Su voz me alcanzó y entreabrí los ojos, pestañeando para enfocar el mundo. Lo oí mientras deslizaba la vista por el amplio turquesa del cielo, las nubes perezosas, bastante brillantes, y el sol sobre nuestras cabezas. Hacía poco había comenzado a descender y las sombras seguían siendo insignificantes, prácticamente no había rincón donde esconderse de su luz.

    Está bien si no puedes respirar,

    puedes tomar oxígeno directo de mi pecho.

    Solté aire por la nariz al sonreír, aplastando la mejilla en su coronilla de nuevas cuentas; ni siquiera sabía cuándo la había despegado. Supongo me había prendado demasiado intentando trazar el contorno de cada nube. Era increíble y extraño cómo lográbamos regresarnos a nuestros ejes, a pesar de lo opuesto de nuestros elementos y de la intensidad usualmente arrolladora que nos cargábamos. El caso es que lo hacíamos, ya fuera que me lanzara al océano de cabeza o él se internara en el círculo de fuego, lo hacíamos y no había manera. No había puta manera.

    Fue lo que canté para ti en la enfermería.

    No le había cantado a nadie hasta ese día.

    Ah, mierda.

    Se me volvieron a aflojar las lágrimas, aunque esta vez no vinieron acompañadas de sollozos ni temblores. No hubo nudo que me apretara la garganta ni dolor en el pecho capaz de arrancarme el aire. Surgieron, se deslizaron y fueron a morir entre su cabello. Y eso fue todo.

    No había parado de sonreír como imbécil y al desviar la mirada al cielo otra vez la luz se reflejó en mis ojos, los invadió y recordé aquel fenómeno extraño que habíamos visto al sur de Argentina, cuando el césped se escarchaba pero igual nos levantábamos a las seis de la mañana para ensayar.

    —Vaya, se me subirá a la cabeza —murmuré ligeramente jocosa, y luego de presionar mis labios contra su cabello enderecé el rostro hacia el sol—. Me gusta cómo cantas, Al. No dejes de hacerlo.

    Cerré los ojos, sintiendo aquella tibia calidez bañándome la piel, y sobre mis párpados cerrados se dibujaron las imágenes que recordaba.

    —Parhelio. También le llaman falsos soles, es un fenómeno óptico que sólo ocurre cuando hace un frío que te cagas. —Solté una risa liviana—. Eh, yo también sé un par de cosas.

    Era algo precioso. Recordaba el que había visto con una claridad demente, no debía tener más de ocho años y había salido corriendo de casa luego de calzarme las botas. Hacían un ruido gracioso y me reía cada vez que necesitaba hacer fuerza para desenterrar mis pies del colchón de nieve. El frío me hacía doler las mejillas y me tensaba la piel, tenía la nariz roja y exhalé tanto vapor de golpe que me empañó el paisaje por un segundo. Entonces lo vi, sobre el cordón montañoso y el Lago Mascardi.

    —¡Mirá, pa! —exclamé con mi vocecilla de enana, señalando con el brazo bien, bien recto.

    El sol estaba saliendo junto a dos guardianes a cada lado.

    —Vi uno cuando era pequeña, estando de gira con el circo. Resulta que el sol se acerca al horizonte y si hay muchas partículas de hielo en las nubes, la luz puede reflejarse y crear más soles.

    Papá se subió la cremallera del abrigo hasta la nariz y bostezó, depositando su mano sobre mi cabeza al alcanzarme. Vio el parhelio, sus ojos se iluminaron y llamó a mamá a grito pelado, que estaba preparando el desayuno. Yo me reí, escuchando el lío de trastos adentro ante la aparente urgencia del llamado, como si nos estuviéramos muriendo o algo.

    —¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! —se quejó, alcanzándonos a regañadientes al ver que estábamos bien.

    —Es una combinación extraña, ¿verdad? Necesita del sol y de mucho, mucho hielo para producirse. Es como el punto de unión entre elementos opuestos, o una demostración de que, bueno, de las cosas más extrañas puede surgir algo bonito. O algo así.

    Mamá se detuvo al otro lado, dándome un apretón cariñoso en el hombro opuesto. Yo sonreí con ganas y volví a apuntar hacia el cielo, los ojos me brillaban de la emoción y mi voz se replicó entre la bruma del lago y la luz pálida de la mañana.

    —¡Allá! ¡Hay un montón de soles, ma!

    —Papá me explicó lo que era un parhelio, estábamos parados frente a un lago viendo la salida del sol. Tendría siete u ocho años, y jamás, jamás lo olvidé. Tampoco volví a ver uno, aunque todos los inviernos los anduve buscando. Supongo que no tuve suerte.

    —Un parhelio. —Papá sonaba tan ensimismado que la voz se le coló entre la respiración, yo alcé a verlo, arrugando el ceño.

    —¿Parhelo?

    No podía despegar los ojos del horizonte, como si hubiera sucumbido a un extraño hechizo. Meneó la cabeza en piloto automático y recién entonces bajó la mirada hacia mí, sonriéndome con el cariño y la calidez que siempre encontré en el gesto de papá.

    Me encogí de hombros como pude, allí abrazándolo, y regresé mi atención a Altan. Busqué acunar su rostro entre mis manos y le sonreí, probablemente con el cariño y la calidez que siempre encontré en el gesto de papá. Le sonreí y quité su flequillo oscuro del camino para depositar un largo beso en su frente.

    —Parhelio, Annita —me corrigió, agachándose junto a mí—. Es un fenómeno óptico, ¿sabés qué es eso? ¡Como los arcoiris!

    —¡Ah, arcoiris! ¡Hace mucho no vemos un arcoiris!

    —Bueno, ¿deberíamos salir en busca de uno?

    —¡Sí! ¡Hagamos que llueva!

    —Te quiero, cariño —susurré contra su piel, cerrando los ojos—. Que no se te olvide nunca, ¿sí?


    Que llueva, que trone, que nieve, con calma o tormenta.

    En verano o en invierno.

    De día o de noche.

    Da igual.

    Que no se te olvide,


    pues siempre va a estar mi calor para ti.
     
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    Zireael

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    Era la estupidez de siempre, pensaba que era un egoísta, que la estaba acaparando y absorbiendo, que podía ahogarla pero seguía allí como un idiota. Buscaba el calor de su cuerpo, la luz que emitía bajo el agua e iluminaba las profundidades, el sonido de su voz y cada cosa diminuta que asociara a ella. Incluso en el gimnasio, cuando escuché a Sasha murmurando en francés, había regresado a la imagen de Anna.

    ¿Cómo de imbécil estaba en la escala de uno a diez?

    Posiblemente un siete y algunos decimales que podrían redondearlo a ocho en una hoja de Excel.


    La sentí pegar la mejilla a mi coronilla de nuevo y sonreí como un idiota, aunque acababa de estar llorando como un crío. Seguí un poco en la mierda pero al menos ya había podido detenerme en sí, lo que quedaba era la respiración irregular y el cansancio restante, que se sumaba con el que ya me cargaba de por sí por no haber dormido nada.

    Había pretendido reírme de Usui y toda su mierda con Kurosawa, pero allí estaba y si me tenían que comparar con algo seguro sería con un maldito perro moviendo la cola.

    Vaya chiste.

    Se me escapó una risa baja al escuchar su comentario, presioné un poco su cuerpo y solté un sonido afirmativo. Con el cariño que le tenía a la música ya era una estupidez pensar en dejar de cantarle, no era que fuese a soltarme con otra gente, posiblemente ni pasado de alcohol, pero al menos con ella podía hacerlo y estaba bien.

    Parhelio.

    ¿Los soles falsos?

    La escuché con atención y la mención al sol me hizo consciente de la comezón del tatuaje de nuevo, de sus significados y toda la mierda. La escuché contarme cuándo lo había visto, por qué se producía y el hecho de que era una combinación extraña. El hielo actuaba como un cristal, reflejaba o refractaba la luz y producía el efecto de que había tres soles en el cielo. En sí el fenómeno era parecido a los halos, que también eran más comunes en zonas frías pero creía recordar que a veces se daban en el trópico.

    —El agua se convierte en hielo. —Estaba haciendo un montón de asociaciones sin sentido, pero qué sé yo—. Incluso el océano refleja el sol. Por donde lo mires el fuego termina relacionado al agua a pesar de parecer una dicotomía, al menos la energía lumínica que produce. Supongo que el sol no sería capaz de verse a sí mismo sin un espejo, como todo el mundo.

    Te quiero, cariño.

    Era tan cálido, Dios.

    Que no se te olvide nunca, ¿sí?

    Asentí apenas con la cabeza y me separé de ella con cuidado, no sé, para no ir a asustarla o lo que fuese. Mis pintas desde la mañana no eran las mejores, ahora ni me quería parar a pensarlo y era posible que me saltara las clases de la tarde de nuevo, pero tampoco razoné mucho lo que quería hacer así que solo seguí. Le tomé el rostro con las manos y así como había hecho en el invernadero le llené la cara de besos.

    —Gracias, cielo —respondí cuando la dejé tranquila, estrujándole un poco las mejillas—. Gracias por todo lo que haces por mí.

    Vamos, mira el reflejo sobre el océano.

    Está tan calmo que parece un cristal.

    Seré tu espejo.
     
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    Gigi Blanche

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    Obviamente iba a saber lo que era un parhelio, ¿no? Si parecía saberse hasta la receta secreta de la Coca Cola, el muy cabrón. Jodido niño genio. Bueno, quizás algún día encontrara algo que él no supiera como... como... ¡Ah! Seguro no sabía armar una carpa, al menos sin leer las instrucciones. Sí, me guardaría esa carta debajo de la manga.

    Supongo que el sol no sería capaz de verse a sí mismo sin un espejo, como todo el mundo.
    Era una idea algo extraña pero no descabellada, el agua podía fungir de espejo cuando estaba lo suficientemente calma para no remover la suciedad del fondo. Era cuestión de paz, transparencia y silencio para que incluso el cuerpo más denso pudiera dejar de lado sus propiedades, su identidad, y reflejar el resto del mundo. Sonreí.

    Como tus ojos, Al.

    Siempre me devolvía una imagen de lo que estaba siendo y quizá radicara allí la fuerza para enderezarme cuando el viento o lo que fuera me volteaba lo suficiente para perder el equilibrio.

    Lo dejé separarse y, como en el invernadero, arrugué el gesto y solté gruñidos bajos de disconformidad cuando se puso a besarme toda la cara como si fuera una niña o su mascota. Me quejé pero la verdad es que estaba feliz que te cagas, allí, con él. Aunque hubiésemos estado a medio pelo de ahogarnos, de quemarnos, aunque nos hubiésemos quebrado en cientos de pedazos, teníamos el pegamento, la paciencia y el cariño. Parecía que teníamos incluso las instrucciones para recomponernos.

    Qué peligro, ¿no?

    Encontrar a alguien que sepa dónde van las piezas.

    Como si no hubiera tenido suficiente, se puso a estrujarme las mejillas y me seguí quejando con aquel gruñido bajo. Envolví sus muñecas con las manos suavemente pero igual no atiné a quitármelas de encima ni nada, fue más bien el mero contacto. Su voz me distrajo de la estupidez y relajé el gesto, prendiéndome a sus ojos como ya era lo usual. Recordé lo que había pensado hace un rato y sonreí, desviando una mano a su mejilla.

    Me veía en sus ojos y lo que había era... paz.

    —Son como un espejo, Al —susurré, deslizando los dedos sobre el contorno de su cuello hasta afianzarlos en su hombro—. Tus ojos.

    Presioné suave, llevé la mano restante a su otro hombro y me impulsé para atrapar sus labios ligeramente desde arriba. Permanecí quieta un par de segundos, disfrutando sin más, grabándome el sonido de su respiración y su olor, antes de ladear la cabeza y comenzar a besarlo. Fue lento, profundo, deslicé los dedos entre su cabello y me aferré a él sin maña ni ansiedad, sin nada parecido mínimamente a la ira. Sólo fue firme, sólido, como una auténtica muralla.

    Las paredes entre las cuales planeaba protegerlo.

    Aunque se me fuera la vida en ello.
     
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    Se había quejado de los besos como una chiquilla berrinchuda pero aún así no se apartó, digamos que era puro teatro pero si la tonta se dejaba hacer era porque estaba a gusto y punto, lo que era más que suficiente para mí. Me había entregado una confianza estúpida, me estaba permitiendo cosas que vete a saber si le había permitido a nadie más y lo menos que podía hacer yo era lo mismo.

    Poner en funcionamiento las cualidades que había robado.

    El maldito cariño incondicional.

    Me daba risa cómo habíamos pasado de un extremo a otro, pero sabía que había sido porque mi maldito culo idiota había optado por abrazarla en vez de cualquier otra cosa. Si hubiese hecho algo diferente, si me hubiese ido por donde llegué intuía que el daño hubiese sido casi irreparable. No sabía si ella tenía realmente alguna expectativa de mí, al menos no de qué clase, pero en ese momento recordé cuando en el desastre no fui tras ella cuando se fue de la enfermería luego de arreglar la venda de Shiori y toda la mierda.

    Un error de esos no se cometía dos veces.

    Su tacto en las muñecas me hizo detenerme aunque no aparté las manos de su rostro, se prendió a mis ojos como solía hacer y le dediqué una sonrisa tranquila cuando sentí su mano en la mejilla. Fue una estupidez teniendo en cuenta que estaba pretendiendo servirle de espejo de forma consciente, pero sus palabras me arrojaron algo de sangre al rostro.

    El magenta de sus ojos recordaba al de las luces de neón.

    Seguí el resto de sus movimientos, el de sus manos afianzándose a mis hombros, el impulso y luego sus labios atrapando los míos. ¿Qué iba a hacer que no fuese corresponderla? Mis manos se deslizaron de su rostro a su cuello, luego a sus hombros y las despegué solo para anclarlas a su cintura. Me las arreglé para volver a pegar la espalda a la pared y la atraje a mi regazo.
    Un suspiro de nada fue a morir a su boca, profundicé algo más el beso pero así como su agarre en mi cabello la movida no llevó consigo maña o ansiedad alguna; estaba replicando la firmeza que ella estaba transmitiendo. Me separé unos segundos, apenas lo suficiente para poder decirle algo.

    —Entonces ya sabes qué debes hacer —murmuré mientras pegaba mi frente a la suya—. Tampoco olvides que te quiero.

    Me quedé allí unos segundos, mi respiración chocaba con su rostro y regresaba a mí como la vibración de una campana, y pensé que ojalá pudiera quedarme en ese espacio el resto del día, quizás hasta el resto de la semana. Allí donde el mar era tan calmo que parecía un espejo, donde su luz me permitía ver las enredaderas que debía dejar ir y donde el calor de su fuego me hacía sentir en casa.

    Volví a buscar sus labios, enredé los brazos en su cintura y la besé justo como había estado haciendo hace un momento.

    Igual y la escala de estupidez sí había alcanzado el ocho cerrado.
     
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    Gigi Blanche

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    Era cosa de regresar media hora en el tiempo y daban ganas de reír o quizá llorar, quién sabe. En el pasillo había estado a punto de dejarlo allí, en la azotea misma él estuvo a punto de irse a la mierda. Habíamos tensado la cuerda hasta el límite de lo estúpidamente posible. ¿Y si mi ira lo hubiera espantado y no me hubiera contado lo que le ocurrió? ¿Si hubiera decidido callarse la boca? El incendio no habría amainado, no habría buscado los cupones y él no me habría abrazado.

    Y probablemente todo se habría ido a la mierda.

    Daba... miedo.

    Era increíble cómo las decisiones más pequeñas podían alterar el cauce de un río entero, el caso es que allí estábamos y correspondió a mi beso como si fuera la mierda más natural del mundo. Alguien debería recordarnos que nos conocíamos hace dos semanas, ¿no? Regresó hasta la pared para descansar la espalda y me arrastró consigo, en el movimiento me las arreglé para intercalar mis piernas con las suyas así no seguía de costado. Sus manos se afianzaron en mi cintura y presioné suavemente su cabello, buscándolo, buscándolo y buscándolo. Quería besarlo cada maldito segundo que se me permitiera, hasta que tocara la campana, él retrocediera o qué sé yo. Sentía, más que nunca, que el tiempo era puto oro.

    Cuando se alejó de mis labios lo dejé hacer, a lo sumo solté el aire en un suspiro contenido y abrí los ojos. De inmediato unió nuestras frentes y me permití repasar sus facciones en tanto él no miraba; un poco creepy quizá, pero es que estaba hecha una completa imbécil. Mis manos regresaron a sus hombros y una subió a su mejilla, le dediqué un par de caricias vagas con el pulgar y el resto de mis dedos alcanzaron las raíces de su cabello. Volví a cerrar los ojos, me cargué los pulmones de aire y lo solté por la nariz lentamente.

    Tampoco olvides que te quiero.

    Ahora yo fui la estúpida que sintió el calor en las mejillas, pero no vi por dónde intentar disimularlo ni esconderlo. Murmuré un sonido afirmativo de nada y arrugué apenas el ceño. Dios, quería grabármelo a fuego. Ese momento, su voz, su cercanía y sus palabras.

    Iba a necesitarlo, lo sabía.

    De un segundo al otro volví a recibir sus labios, quizá me había distraído o cualquier cosa, el caso es que me tomó por sorpresa y no lo sé, fue una sensación difícil de explicar. Sus brazos se enredaron a mi cintura e incluso allí, besándolo, entreabrí los ojos y sentí el deseo irremediable de llorar.

    Pedazo de idiota, joder.

    Mis manos regresaron a su cabello, se arrastraron entre las hebras y lo presionaron con una firmeza incalculable. No lo sé, quizá quería fusionarme con él de verdad, aprenderme sus texturas de memoria o robarle hasta la última gota de aliento. El caso es que le correspondí como probablemente fuera a corresponderle siempre. Con el mismo cariño impreso, al ritmo de la misma melodía, mientras la cuerda se tensaba y seguía tensando. Vibraba, rebotaba entre nuestros cuerpos y regresaba al punto de origen.

    Era como estar ahogándose, ¿verdad?

    Y no podía importarme menos.
     
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    Era probable que diferentes personajes respondieran algo distinto si les preguntaban qué sentían al besar a una persona que querían, sobre todo cuando el cariño era recíproco.

    Habría quiénes lo asociarían al fuego, tantas otras a la luz y quién sabe cuántas al agua. Creía que una parte del imaginario asociaba al agua siempre al frío de sus profundidades, incluso yo mismo entraba en esa categoría... Pero había allí, en el espacio que habíamos conseguido crear a pesar de haber estado al borde de cagarla, una sensación de ahogo que era diferente.

    No era como asumía que debían ser los ataques de asma de Anna. Tampoco como la dificultad para pasar aire del ataque de pánico.

    No cargaba consigo ese miedo crudo, horrible. Era más como cambiar de atmósfera, quizás sólo ir aumentando de altitud o no sé qué, respirar como tal era complicado pero en sí no era aterrador.

    No era que supiera precisamente en dónde me estaba metiendo, a dónde me llevaba Anna exactamente con el camino que revelaba con sus juego de luces. ¿Me interesaba? No en realidad. Una pequeñísima parte de su capacidad para moverse de forma continua, de no ver más que el presente, se transmitía a mí cuando estaba con ella y era suficiente para dar un vistazo en la superficie y todo.

    Iba a tener que esforzarme en recordar ese beso cuando se me volviese a ir la pinza por alguna mierda, porque aunque en esos pocos días ya nos habíamos comido la boca vete a saber cuántas veces, ese era completamente diferente.

    Y quería más de esos.

    Dios, quería que me besara así todos los días.

    También que se sonrojara más seguido.


    Me las arreglé para deslizar las manos bajo su ropa, las colé para alcanzar la piel de su espalda y le mordí el labio inferior sin fuerza realmente, eso sí había llevado consigo algo de maña inevitable pero en sí sólo quería sentirla y ya.

    Me separé de sus labios despacio, con los brazos enredados a ella, y dejé caer la cabeza en su hombro.

    —Estás tibia —murmuré como si no fuese obvio y la apreté un poquito contra mí—. Me da sueño.

    Acaricié su espalda con un mimo hasta estúpido, sentí su piel y la presioné suavemente con la yema de los dedos antes de reiniciar las caricias.

    The waves will move as one. They separate themselves under the sun and as we sing this familiar song —canté en voz baja y luego corté donde me pareció que tenía sentido— I thought I'm gonna miss your love.

    Porque no quería pensar en que su estúpido e inmenso cariño se fuese.

    Guardé silencio un rato y lo cierto es que mi respiración era tan pausada que bien podría haberle dado la sensación de que había quedado frito en segundos, pero sólo estaba increíblemente tranquilo.

    —Quiero otros cupones, quiero decir, para sumarlos a los demás —dije de repente, todavía sin alzar la voz, y debí sonar como un chiquillo caprichoso—. Uno para caricias en el pelo y el otro para besos de estos.


    Yo: estoy super wasted
    Al: but I have to say something MOTHER LET ME BE
     
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    Gigi Blanche

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    No entendía en lo más mínimo qué tenía ese idiota. Lo había conocido siendo una sombra de Jez, huraña o a secas malhablada, parecía preferir hundir la cabeza en cianuro antes que socializar, era algo seco, se le dificultaban las palabras y, en líneas generales, se cargaba una cara de poker de antología. Me resultaba atractivo, sí, pero ¿qué más? ¿Cuándo?

    ¿En la enfermería, cuando se echó a llorar como un niño roto y perdido?

    ¿Antes, en los casilleros, donde se interpuso entre Kurosawa y yo?

    ¿Aún antes, al aceptar mi invitación a almorzar?

    ¿Cuando se preocupó por mí tras el ataque de asma?
    ¿O incluso antes, cuando vi el amor con el que miraba a Jez en la fiesta?

    Lo vi y lo pensé.

    Quería que alguien me mirara así.

    También venía de una pila de experiencias de mierda, enredadas entre la dependencia, la falta de autoestima, la soledad y las mentiras implícitas. Estaba hasta el cuello, cansada, bastante segura de que no tenía ganas de volver a meterme en problemas con y por nadie. Y ahí estaba, siendo una completa idiota. Ya no sabía si era un imán de desgracia a secas o si muy, muy en el fondo, jamás iba a poder dejar de lado esa jodida esperanza, esa chispa de romántica empedernida o lo que fuera, que sin importar los obstáculos me haría seguir, y seguir, y seguir buscando. Incluso sin saberlo, desde siempre.

    Desde que fui consciente de cómo papá miraba a mamá.

    Y luego Altan mirando a Jez.

    Era una deuda pendiente, a pesar de tener dieciséis años, toda la vida por delante y lo que fuera. Quizá sólo fuera impaciente, estúpida e imprudente, y me siguiera lanzando de cabeza a la más mínima muestra de cariño sin importar cuán huraña o ácida pretendiera lucir. Sólo eso le había tomado a Jez para alcanzarme, ¿verdad? Un maldito mimo, una mísera sonrisa honesta.

    Sí, era una idiota.

    Y no podía escapar de eso.

    Y el cuerpo de Altan era tan, tan tibio.

    Me sosegaba, al punto de adormecerme. Me inyectaba una paz increíble el simple hecho de estar a su lado, de saber que me concedía su tiempo y yo el mío. Lo percibía como un obsequio, incluso un privilegio, si se quiere, y lo valoraba. Joder, lo valoraba como si pudiera medir su peso en oro.

    Podría besarlo así todos los días de mi vida.

    Las veces que quisiera.

    Cuando quisiera.

    Noté sus intenciones al jalar la camisa fuera de la falda y liberé un suspiro suave sobre sus labios al sentir sus manos alcanzando mi piel; fue involuntario, mis dedos enredados en su cabello se aferraron con un poquito más de fuerza y regresé a su boca con una ligera cuota añadida de intensidad. No iba a perder la puta cabeza, no como el otro día o el lunes, pero sabía que ese idiota tenía el poder de manejar los interruptores a su antojo. Encenderlos, bajarlos, cambiarlos de lugar, anularlos o sobrecargarlos. Encima fue y me mordió el labio inferior.

    Y se me escapó otro suspiro.

    Como fuera, igual luego de un tiempo noté sus intenciones de separarse y se lo permití, dejando sus labios un poco a regañadientes. No me apartó ni un centímetro, buscó mi hombro y reanudé las caricias en su cabello por inercia. También pegué mi mejilla entre sus plumas oscuras, era suave y se me escapó una sonrisa. Mi otro brazo se enredó a su espalda y lo presioné suavemente apenas él hizo lo mismo.

    —Durmamos otra siesta —ofrecí, sin detenerme a pensar que ni a las clases de la mañana había asistido; bueno, más bien lo pensé y me importó tres mierdas. Reí en voz baja y lo apretujé, sacudiéndolo un poquito de acá para allá—. ¿Qué dices? Podemos darle un espectáculo a la directora.

    Y puedes abrazarme hasta que el sueño me venza.

    En el lugar más seguro del mundo.

    Seguía con la mano colada en mi camisa y no iba a negarlo, un poquito me... emocionaba el cabrón. Pero bueno, igual habíamos conseguido una calma tan genuina y cristalina que tampoco me apetecía pinchar la burbuja. Sus caricias eran suaves, por momentos demasiado, me rozaban y erizaban la piel, enviándome escalofríos ligeros de tanto en tanto que me hacían removerme incluso sin darme cuenta. Me quedé allí, en silencio, y de la nada se puso a cantar. Se lo había pedido, ¿no? Que no dejara de hacerlo.

    Pero igual, qué complaciente, cariño~

    Sonreí como imbécil, podría incluso haberme oído ronronear o algo así. Literalmente no creía poder sentirme más contenta que en ese momento y escucharlo cantar era... no lo sé, era precioso. Como para medir su peso en oro.

    No entendí del todo lo que dijo pero tampoco me importaba demasiado, digamos que igual el sentimiento estaba impreso y ya. ¿Que nunca le había cantado a nadie, había dicho? Dios, como para que no se me subiera a la cabeza.

    Una risa suave vibró en mi pecho cuando acabó de cantar y le di un apretón suave, estampando los labios en su cabello.

    Gracias, cielo.

    Y nos quedamos allí, abrazados y sin hacer realmente mayor cosa. No habíamos almorzado ni nada, después nos iba a pasar factura probablemente pero prefería comerme un brazo a romper ese instante; a dañar el pequeño círculo de paz que mi fuego había conseguido construir en torno a Altan. No sabía cuánto lograría durar, no tenía idea qué destruiría su calma o si se me concedería el privilegio de estar allí para intentar traerla de vuelta. Pero, Dios, quería hacerlo.

    Quería darle toda la luz y el calor que poseyera.

    Hasta la última brasa.

    Y hablando de querer, el idiota habló de repente y entreabrí los ojos por inercia para escucharlo. ¿Más cupones? Una risa suave brotó de mi pecho y me di cuenta que no había dejado de acariciar su cabello ni un maldito instante.

    —¿Además de los que nunca usas, quieres decir? —lo molesté, y de inmediato separé la mejilla de su cabeza para inclinarme y depositar un beso en la piel expuesta de su cuello, casi su nuca. Hablé desde allí, casi en un susurro—. No necesitas cupones para eso, ¿sabes? Pero claro, estoy a sus órdenes~

    Solté una risa por la nariz y le dejé otro beso allí, y otro, y otro antes de erguir la cabeza y regresar a la posición de antes.

    No debía quedarle mucho al receso, ¿verdad? Bah, como si me importara.

    Pedazo de tocho me aventé en tiempo récord, los extrañaba ;;

    Bueno, sé que tardé un huevo en contestar así que no sientas la presión de contestar ni nada, si quieres lo dejamos acá sin problemas
     
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    Zireael

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    Hasta yo que vivía con una maldita dicotomía de corazón-cerebro que daba gusto sabía que habían cosas que no valían la pena ser razonadas, habían mierdas que eran detonadas por la emoción pura, prácticamente arrebatada de todo rastro de raciocinio. Como cuando se me fue la pinza en el rellano y le comí la boca por fin, o antes de eso cuando me interpuse en el camino de fuego de Kurosawa antes de que llegara a ella y después cuando me le solté a llorar como un mocoso perdido y aterrado. Nada de eso había pasado por los filtros de la razón en mi cabeza, había pasado por el rojo que asociaba a la ira, sí, pero poco más.

    Aún así podía seguir el rastro que esas acciones dejaban, eran como un reguero de óleo sobre el suelo gris, los colores vibraban aquí y allá y tardaban horas secándose. El desastre de pintura debía ser más fácil de seguir que los hilos, o eso creía yo de imbécil, porque los colores a veces se revolvían y parecían un amasijo de un tono parecido al del mundo.

    Pero seguían allí.

    El rastro parecía remontarse todavía más atrás a lo que yo había considerado, el revoltijo de colores fue dando paso a un color algo más puro. Una mancha rojiza con subtono algo frío, era la versión sobresaturada del magenta que había palpitado en los ojos de Anna en la enfermería, cuando mandó todo a la mierda y me sostuvo. La pintura estaba embarrada en el pasillo de abajo, donde la idiota me había causado ternura por primera vez y donde tuvo el ataque de asma, haciendo que me preocupara por ella de forma genuina sin siquiera pretenderlo.

    Emoción pura que no había pasado por los filtros.

    De un tono puro que solo había creído encontrar en el ámbar de Jez que ahora debía soltar.


    No había pretendido nada con lo de tocarla bajo la ropa, de verdad que no, solo quería sentir su piel y la calidez de su cuerpo, pero tampoco podía culparla por haberme echado ese suspiro encima ni por la intensidad que se coló cuando volvió a mi boca; tampoco iba a ser yo el estúpido que se quejara. No iba a salirme de control como el otro día, me había dispuesto a ello en el momento que le dije que la buscaría cuando recibí su mensaje.

    La había cagado una vez, pero ya dos de la misma manera era cosa de idiotas.

    Cuando me separé volvió a acariciarme, dejó la mejilla sobre mi cabello y me enredó el brazo en la espalda. Era hasta estúpido lo seguro que me sentía entre los brazos de una enana que no pasaba el metro sesenta, pero así eran las cosas y no iba a razonarlas ya tantísimo, me bastaba con estar allí en el calor de su fuego.

    —¿Una siesta? —pregunté y se me coló en la voz una cuota de emoción que rozó lo infantil, pero es que estaba tan cansado que dormir sonaba como la mejor idea del mundo en ese momento—. Voy a tener que tomar esa oferta.

    Las caricias le erizaban la piel, incluso se removía de tanto en tanto, pero no encontré por dónde detenerme porque, Dios, su cuerpo era tan tibio que no quería dejar de sentirla, egoísta como había sido siempre. Tampoco hice nada que aumentara el tono del asunto, se quedó en eso, las meras caricias. Cuando me callé sentí que me apretó un poco entre sus brazos, arrancándome otra vez la sonrisa de idiota.

    Cada risa suya vibraba y me alcanzaba, me ayudaba a hacerme una idea de lo que ella sentía cuando era yo el que reía allí entre sus brazos. Solo eso me ensanchó la sonrisa, porque había algo que era tranquilizador en ello, en poder ya no oír la risa de alguien, sino sentirla casi como si fuese tuya. Al final terminó por sacarme una risa de todas formas, con lo de que no usaba los cupones, y un escalofrío me corrió por la columna cuando me besó casi en la nuca, los siguientes tuvieron un efecto parecido aunque lo dejé correr.

    —Porque soy imbécil, pero los llevo en la mochila desde que me los diste —admití como si nada—. Porque los hiciste para mí y soy un codicioso que quiere más.

    Eso había sido como arrancarme un pedazo de corazón y ponerlo sobre la mesa para que lo viera, la verdad, pero no debía ser nada de que sorprenderse. Ya se sabía todo el lío que tenía alrededor del poder, la mierda del control y demás, lo de ser un codicioso estaba bastante más atenuado que eso a decir verdad y salió con ella precisamente con los cupones, con tener cosas que ella había hecho para mí y cargarlas encima.

    Como un cuervo y sus baratijas.

    Me las arreglé para enderezar la cabeza de nuevo, apoyándola en la pared tras de mí y despegué las manos de su cuerpo por fin solo para tomar su rostro. Le acaricié las mejillas con mimo, con tanto cariño que era casi estúpido, y sentí que la sonrisa que le dediqué cargó con el mismo aire infantil que la que le había soltado en el invernadero. Me salió de la nada y debía contrastar con mis pintas de haber llorado recién, pero no pudo importarme menos.

    Y lo solté.

    —Seguro que mañana te verás preciosa con el vestido y todo lo demás.

    Otra plasta de pintura cayó allí, en medio de la azotea.

    Al puedes dejar de hablarme a niveles espirituales cuz quiero llorar for real *sobs*

    So the thing is que en algún momento, hará unos tres años o por ahí, asocié el amor a la pintura de óleo, específicamente a un tono de violeta que se pasea entre parecer azul y parecer magenta de tanto en tanto. En su momento dije que esta pintura empezó a fluir de cicatrices viejas que se habían vuelto a abrir porque alguien había rebuscado en ellas y, haciendo las veces de sangre, el flujo se reinició esparciendo el color sobre un lienzo que en ese entonces era negro o gris. Mientras narraba a Al recordé eso y lo colé un poco diferente.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Supongo que con la calma también venía cierta seguridad implícita, incluso silenciosa, de aquello que está allí, existe aunque no lo veas, oigas ni huelas, y lo sabes. Como el aire que nos rodea, como que el sol saldrá y se esconderá tras el horizonte todos los días. Era una seguridad tranquilizante, que sosegaba el miedo visceral y le susurraba hasta apaciguarlo. Como una madre amorosa consolando a su niño a mitad de la noche, luego de una horrible pesadilla.

    Puede que recién estuviera despertando.

    Aceptó la idea de la siesta, claro, la verdad no creía que fuera a rechazarla. Había dormido toda la mañana pero qué va, estaba segura que si era junto a él podría hasta hibernar como un puto oso. Además si significaba seguir a su lado tomaría cualquier idea, ¿no? Hasta la más estúpida. Así me pidiera escalar el Himalaya o acompañarlo a Alaska, seguramente me tuviera a los cinco minutos con la mochila a la espalda lista.

    No reaccionó visiblemente a mis besos, de modo que sólo me quedé allí y, aunque tampoco lo expresé, algo de color me subió al rostro al confesarme que siempre llevaba los cupones en la mochila. Es decir, yo hacía lo mismo, y no sólo con los cupones, los caramelos también y probablemente cualquier mierda que fuera a darme. Lo almacenaría todo, lo atesoraría y lo cuidaría con un cariño estúpido, así fueran envoltorios de chicle.

    ¿Que era un codicioso, decía?

    Bueno, cariño, ya somos dos.

    —Supongo que todos nos ponemos un poquito egoístas cuando las cosas nos importan.

    Lo solté sin darle mayor reflexión, recién después de cerrar la boca me di cuenta de la mierda enorme que acababa de asumir como si, no lo sé, nadara en autoestima. Eso sólo me arrojó aún más sangre al rostro pero bueno, ya lo había dicho. Me limité a cerrar los ojos y regular mis respiraciones. Me ponía nerviosa avergonzarme pero tampoco iría a negar que... era increíblemente cálido.

    Los llevo en la mochila desde que me los diste.

    Nunca lo olvides, Anna.

    No lo olvides.

    Grábalo a fuego.

    Ya no había puta manera de que no se los hiciera, como si se le antojaba pedirme treinta y cinco tipos de cupones diferentes, los haría. También había otra cosa que quería hacerle, supongo podría dedicarme a ello el domingo y traérselos el lunes. Podía mirar hacia el futuro y asumir que seguiríamos así, ¿verdad? Que podría abrazarlo, incluso besarlo, que seguiríamos concediéndonos nuestro tiempo.

    Podía guardar esa seguridad en mi corazón.

    Cuando se enderezó dejé ir su cabello, mis manos se deslizaron hasta reposar sobre su pecho y me prendí de sus ojos al acunarme él las mejillas. Me sonrió y no vi por dónde no regresarle el gesto. Era una sonrisa muy similar a la que me había regalado en el invernadero y una explosión de calidez o qué sé yo se irradió por todo mi cuerpo.

    Dios, era precioso.

    Y de repente lo soltó.

    Seguro que mañana te verás preciosa con el vestido y todo lo demás.

    Mi cara debe haber sido de antología. Abrí los ojos, el cuarzo destelló e inmediatamente después desvié la mirada, sintiendo cómo un violento sonrojo me asolaba el rostro. Joder, qué puta vergüenza. Intenté hacer como si nada, aunque de nada sirviera, valga la redundancia, y solté un sonido afirmativo. ¿Por qué lo hice? Ni idea, siquiera lo razoné. No era como si compartiera su opinión ni nada.

    —Aún no tengo nada —me quejé haciendo un mohín involuntario, como una chiquilla—. De hecho, no sé cómo haré para... ir y eso.

    Poca idea tenía yo de que ni siquiera debía preocuparme por el asunto, pero bueno, a la noche lo descubriría.

    Solté el aire por la nariz, forzándome a buscar sus ojos de vuelta para no lucir tan puto ridícula, y me las arreglé para sonreírle y todo.

    —También tengo que practicar con los tacones —confesé en voz baja—, o haré un ridículo de antología. Había quedado hoy con Em para practicar pero bueno, me los olvidé en casa. ¿Tú ya tienes lo tuyo, Al?

    Pero claro, si era un puto niño pijo.

    only for the record, casi lloro OTRA VEZ
     
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    Zireael

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    Puede que apenas tuviera que separarme de ella volviera de nuevo un poco al pozo, que la luz se atenuara y dejara de ver qué se supone que era lo que debía soltar, que volviera a pensar que era un acaparador a secas, que solo pretendía absorberla, que las olas la cubrieran y la apagaran. No tenía la menor idea de dónde salía ese temor a consumir a las personas, ni de coña, si no lo había aprendido en ningún lado y nadie me había dicho nunca que hubiese hecho semejante cosa.

    Quizás surgía precisamente de que había visto a tanta gente dando hasta el último fragmento de sí mismos por las personas que querían que temía cada segundo que no hacía lo mismo, cada actitud que me decía que actuaba por mí en vez de por alguien más. Podía vivir con eso en tanto no estuvieran metidas las personas a las que les tenía afecto, podía vivir incluso con la meta estúpida de crear mi propia galaxia en lugar de heredar la de mi padre.

    Podía con todo menos con la idea de no estar regresándoles una mísera parte de lo que las personas que vivían cuidándome habían hecho por mí, Anna había pasado a formar parte de ese grupo cuando me sostuvo y ahora por eso esa pesadilla del acaparador me perseguía de tanto en tanto, era parte de mis sombras y no sabía del todo cómo deshacerme de ella.

    Asumí que no me quedaba más que habituarme a su existencia.

    Supongo que todos nos ponemos un poquito egoístas cuando las cosas nos importan.

    Me alegra que te des cuenta por fin, grandísima tonta.

    Creo que ella también se movía en piloto automático, nos regresábamos las sonrisas como un juego de espejos con una facilidad ridícula, no tardábamos ni medio segundo en hacerlo y no iba a ser yo quien me quejara. Agradecía cada vez que sonreía porque no soportaba el otro extremo, el que había visto el día de la visita de los lobos, cuando su fuego parecía congelado.

    Era espantoso, daba un miedo capaz de atrofiarte los músculos y me di cuenta hasta ese momento que haberla visto en aquel estado había sido muy similar a ver a Jez descompuesta en su llanto silencioso. Dolía horrores, me atravesaba el pecho y me dejaba inútil, por eso había intentado traerla de regreso con tanto ímpetu.

    Seguimos aumentando decimales en la escala de estupidez.

    Su cara fue digna de enmarcar, de verdad, me quedé mirándola como un absoluto idiota y una risa se me escapó directo de los pulmones mientras le seguía acariciando las mejillas. Se movía por tantos espectros que a veces se me olvidaba que también era capaz de avergonzarse por un cumplido, como una mocosa, y dado el caso iba a tener que decírselos más seguido.

    —Me hubieras dicho antes, podíamos haber ido a buscarte un vestido —¿Así nada más, aventándole el dinero de niño pijo encima? Bueno sí—. Quiero decir, no hubiese tenido problema con eso.

    Aunque claro habíamos estado en un desastre sobre otro, no era que hubiese tenido tiempo de decirme nada pero la intención estaba. De cualquier manera poco después volvió a buscar mis ojos, me sonrió y volví a reflejarla todavía acariciándola.

    —Tendrás que hacer una práctica intensiva mañana antes de la fiesta entonces —murmuré en respuesta a lo de los tacones, aunque tampoco creía que se le fueran a dar tan mal como para pasar una vergüenza o algo así—. ¿Yo? Ah, sí. A veces en la empresa de papá hacen fiestas de Navidad o de Año Nuevo formales y eso, así que tengo el traje del año pasado. Felicidades, me verás usando una corbata como Dios manda por una vez en la vida.

    La máscara tenía que buscarla ahora después de la escuela, pero ya de eso me encargaría luego, tampoco debía ser tan complejo.

    Dejé de acariciarla por fin y me removí un poco, dándole un toquecito en el costado para que me permitiera levantarme; ya de pie estiré las manos para que me usara de apoyo para hacer lo mismo. Una vez lo hizo dejé ir sus manos solo para acercarme a ella y acomodarle la camisa en su lugar, teniendo en cuenta que había sido yo el idiota que se la sacó para empezar.

    Cuando la dejé tranquila y regresé a mi lugar trastabillé de forma visible antes de hacer nada más, fue una estupidez como siempre, pero dudé pues porque sí, porque al final del día seguía siendo un idiota de diecisiete años que no sabía muy bien por dónde tirar con esas cosas. El caso es que tomé aire con algo de fuerza y estiré la mano para tomar la suya de nuevo.

    —Bueno, supongo que mejor vamos bajando que si nos agarran luego nos tenemos que regresar y no tengo muchas ganas de eso.


    Im here CRYING AGAIN

    Te lo puedes arrastrar o cortar aquí, como quieras bby uwu ♥
     
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    Gigi Blanche

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    Solía almorzar en el aula, lo había hecho casi siempre desde que asistía al Sakura. Durante los breves períodos de tiempo que había tenido algo remotamente similar a amigas, siempre eran de mi clase y por ende juntábamos los pupitres para comer. Si no, tampoco tenía razones para buscar otro lugar. De una forma u otra, mi vida escolar tendía a limitarse entre las cuatro paredes del salón de clases.

    ¿Triste? Vete a saber.

    Había estado, no lo sé, ¿veinte minutos? esperando a que la chica apareciera, y al final fue inútil. No tenía nada que ver con ella pero una parte de mí se había sentido innecesariamente expuesta ahí de pie, a la vista de todo Dios, como si estuviera gritando por cada poro de la piel que aguardaba a alguien y que ese alguien no había aparecido. Y era un poquito patético, digamos.

    La mañana transcurrió sin altercados, me resultó algo más pesada de lo normal pero bueno, tampoco iba a ponerme exquisita considerando la situación. Mejor agradecía no estar sufriendo la migraña usual. Cuando la campana sonó observé a los estudiantes que comenzaban a irse, los que se reunían con sus amigos. Escuché retazos aislados de conversaciones cotidianas, alguna que otra risa al aire, y la liviandad usual que se esperaría de la hora del receso. Lo vi todo y me sentí una forastera.

    Venga, Sasha, que para lágrimas están los entierros.

    Suspiré, juntando mis cosas, y en un impulso decidí subir a la azotea para comer. Hacía buen clima y el cambio de aire probablemente me ayudara a despejarme. Había pensado buscar a Maze en el aula de al lado, la verdad, pero aún me sentía un poco mal por la forma en que lo había tratado en la fiesta y no estaba del todo segura cómo ser la de siempre frente a él, considerando que ya me conocía un poquito mejor que el promedio. Una estupidez, probablemente, y de hecho no pude negar que habría preferido su compañía cuando observé la amplia soledad de la azotea. Pero ya estaba.

    Tampoco tenía mucho que ofrecerle al mundo en ese estado.

    Me senté contra la reja, en el suelo, y desplegué el bento encima de mi regazo. A un lado tenía el té y la bolsita de galletitas que había preparado. Dudaba comerlas, honestamente, pero bueno. Más valía prevenir que curar.


    Acá la dejo por si a alguien le apetece subir as well, y si no pos nada uwu

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    Nekita

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    Con el acabar de las clases sus pasos se dirigieron hacia la cafetería para poder comprarse el almuerzo y de paso algo que tomar, todavía no estaba acostumbrada a levantarse temprano para hacerse la comida para la escuela y tampoco es que tuviera que preocuparse por su padre porque al igual que ella, tenía opción de comer en su trabajo con la ventaja de que no tendría que pagar por ello, así que, mientras tanto disfrutaría todo lo que pudiera ofrecerle la academia en cuestión mientras se organizaba.

    De igual forma, cualquier cosa que pudiera cocinarse ella misma dudaba que fuera del mismo nivel que alguien que llevaba toda su vida cocinando.

    Luego de tener su comida y bebida, dirigió sus pasos hacia el último piso disponible para aprovechar el bonito día que ya se presentaba y para su suerte, pareció no ser la única que pareció quererlo aprovechar, sonriendo cuando su mirada se encontró con la de Sasha, saludándola con un movimiento de cabeza al tener sus manos ocupadas antes de caminar hacia ella y sentarse a su lado, dejando espacio suficiente entre las dos para dejar su comida allí al lado.

    —Nos vemos de nuevo, Sasha~ —saludó todavía sin perder la sonrisa de su rostro —, ¿salió todo bien con lo que fuera que te sacó de la fiesta de forma tan repentina?
     
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    Gigi Blanche

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    Estaba masticando algo de verduras cuando oí la puerta de la azotea abriéndose. Alcé la vista de inmediato, fue un reflejo y la sonrisa alcanzó mis labios sin permiso al reconocer a la chica que había conocido en la fiesta. Quizá debería agradecerle a mi memoria por haber funcionado pese al alcohol en sangre que cargaba esa noche.

    My queen —la saludé sin alzar la voz, recordando lo mucho que me había emocionado verla de pantalón y saco entre toda la gente—. ¿Cómo va?

    La seguí con la vista en lo que se acomodaba a mi lado, revolviendo el arroz con los palillos en un movimiento automático. Me llevé un poco a la boca y le sonreí como si nada, incluso al recibir su pregunta. Si lo pensaba con detenimiento, fácilmente podía asumir que era experta mintiendo. No iba con malas intenciones, claro, pero así y todo no se me dificultaba una mierda colocar mi mejor sonrisa y minimizar los problemas al punto de extinguirlos. Llevaba haciéndolo toda la vida y además ¿por qué a esa chica iban a interesarle mis dramas familiares?

    Que Danny la encontraba entre las estrellas.

    Y yo jamás podía alcanzarla, sin importar cuánto la necesitara.

    —Ah, sí, no era nada —murmuré, agitando la mano en un desdén suave. Alcé la botella de té del suelo para comenzar a quitarle la tapa—. Pero bueno, me dio mucha lástima tener que irme. ¿Qué tal estuvo luego? ¡No me digas que aparecieron postres con fuego o algo así o voy a llorar!
     
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    Nekita

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    ¿Queen? Hoy me temo que me tomas en mi tiempo libre, bestie~ —Comentó risueña recordando toda la personalidad animada con la que se la topó en la fiesta y quizás ella mantenía todavía un poco aquella actitud animada pero estaba segura que sin el traje y todo no tenía aquel porte de reina o algo similar, no tenía que jugar ninguna clase de papel en su ropa ordinaria.

    —¿En serio? Menos mal, normalmente esas llamadas no son cosa de nada —Todo podía ser realmente dramático si el mundo de lo proponía pero pensar que en ese momento a Cenicienta le llegó la hora de huir del baile no era en lo absoluto malo —. Hubiera sido genial si algo super dramático pasara luego de que te fueras pero no, tan solo quise ayudar un poco al aparente miedo de mandar mensajes de Aaron peeero la anfitriona y compañía llegaron a interrumpir y me arrebató su celular.

    >> Antes de que me fuera creo que se quedaron juntos, así que, si pasó algo interesante probablemente fuera con ellos~
     
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    Gigi Blanche

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    Su respuesta me arrancó una risa suave. De un momento al otro recordé que me había dicho que lucía angelical y toda la mierda aquella noche, y vete a saber por qué me causó un poquito de verguenza. Es decir, estaba probablemente más acostumbrada a otra clase de cumplidos, nunca antes me habían dado características que solía atribuirle a chicas más bonitas, que lucieran puras, inocentes, dulces o vete a saber. Como fuera, lo dejé correr hasta ya no darle importancia.

    —Ah, ¿acaso la reina está concediéndome el placer de su compañía durante su break time? Qué honor~ —bromeé sin la menor cuota de malicia, contagiada por la misma frescura que le recordaba de la fiesta.

    La chica se tragó mi respuesta y no indagó más al respecto, cosa que agradecí. Ya estaba bien visto lo arisca e incluso agresiva que podía llegar a tornarme cuando sentía que invadían demasiado mi privacidad, aunque siendo francos dudaba que Anna consiguiera hacerme reaccionar como lo había logrado Alisha.

    Me eché encima una cuota de decepción al oír que nada había pasado, incluso hice un mohín y todo. ¿Aaron y la anfitriona? ¿Esa no era Akaisa? Bueno, si mal no recordaba ellos dos y Daute habían andado bastante tiempo juntos en lo que... él había estado aquí.

    Ah, mierda.

    —¿Eh~? ¿Conque hay algo entre Yume y Akaisa? —sopesé en tono liviano, golpeteando los palillos contra mi barbilla—. No sé si me los imagino juntos, pero al mismo tiempo creo que serían kinda cute.

    No me imaginaba a Aaron no ladrándole a alguien, digamos, pero seguro que el chico podía llegar a sorprenderme. Sería como en las películas, esos grumpy boy que desarrollan un soft spot sólo por la protagonista.

    —Bueno, una lástima que no aparecieran postres con fuego, oye. —Suspiré, dejando caer la cabeza contra el enrejado, y le concedí una sonrisa. Le señalé su almuerzo con un movimiento ligero—. ¿Qué tienes ahí? Se ve bastante bien.
     
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    Nekita

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    Ni siquiera aunque se esforzara iba a poder deshacerse de su sonrisa si los comentarios en general de la pelirroja la divertían en una muy buena manera, y no tenía problema alguno en seguirle la broma todo lo que ella quisiera, no le molestaba en lo absoluto —Ah~ pobre de mi, creí que estaba siendo lo suficientemente discreta para no revelar mis motivos pero, es que la realeza es aconsejada de estar al lado de gente que desde lejos se vea que brindan una buena compañía —Guiñó juguetona inclinándose un poco hacia un lado para poder empujarla un poco con su hombro —, así que tú me estás concediendo el placer de tu compañía, estás sumando royalty points~

    ¿Cuál iba a ser el sistema de acumulación de puntos de la realeza? No lo sabía para nada, pero bueno, probablemente lo que se le ocurriera de repente pudiera ser bueno.

    Tomó el refresco que compró para abrirlo y tomar un trago tranquilamente, quería dejar que se enfriara solo un poco para no sentir que se estaba quemando al comerlo y así disfrutar mejor sus alimentos.

    —¿Eso parece? Tan siquiera él parecía algo inseguro de enviarle un mensaje y muy probablemente se quedaron allí en la cocina conviviendo —Podían ser desde amigos o quizás algo más pero si a ella le sorprendía debía ser por algo que no estaba enterada pero la poca interacción que había tenido con el chico si la hacía cuestionarse que tanto podía verse implicado en alguna clase de relación —. Quizás si sean polos opuestos que se atraen, lo dirá el tiempo.

    —Tenemos okonomiyaki y takoyaki para servirte~ —Rio levemente antes de tomar uno de los palillos del takoyaki y comerlo —, nunca será demasiado para mi estómago americano, si quieres puedes tomar lo que desees.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La compañía de Anna me resultaba refrescante, así había sido en la fiesta y ahora sólo lo confirmaba. Además tenía un talento especial o así para distraerme, de modo que no se me dificultó nada seguirle el rollo. De repente recordé esta escena de The Princess Diaries 2, cuando Mia por fin tuvo una cita con Sir Nicholas pero se quedaron dormidos junto a un árbol y al despertar descubrió que un paparazzi camuflado en una barca les había sacado fotos. ¡Ah, qué escándalo!

    Me permití reír ante toda la idea de la buena compañía y los royalty points, recibiendo su empujoncito con liviandad, y fingí inspeccionar los alrededores con suma precaución. Utilicé una mano de visera para el sol y escaneé la azotea, los árboles más allá también. Cuando hube acabado asentí, satisfecha, y me volví hacia Anna orgullosa y todo de mi tarea.

    —No hay muros en la costa, podemos almorzar con tranquilidad, Su Majestad~ —dije en inglés, marcando un poquito el acento porque así sonaba más pomposo y era divertido—. Eh, ¿royalty points? Ahora estoy interesada, cuéntame más. ¿Qué debo hacer para contribuir a la causa, Su Excelencia?

    Me imaginaba con bastante claridad a Aaron nervioso por enviarle un mensaje a una chica, más allá de lo amargado que fuera en definitiva no tenía pinta de contar con mucha experiencia y bueno, me resultaba tierno. Como un... pollito o así. Sí, un pollito. En cualquier caso no era ninguna fan proclamada de husmear en la privacidad de los demás y preferí ya no acotar al respecto, que en boca cerrada no entraban moscas.

    Junté las palmas con una chispa de emoción en los ojos al enumerar Anna su comida, y me permití inclinarme hacia ella para inspeccionarla mejor. No iba a mentir, se veía todo super rico y que me permitiera probar algo, bueno, la modestia no existía para mí en esos casos.

    —Con permiso~ —murmuré bastante contenta, y sujeté un takoyaki entre los palillos para llevármelo a la boca. De inmediato los sabores se mezclaron en mi boca y sonreí, buscando los ojos de Anna. Tragué antes de hablar—. ¿Los compraste aquí? ¡Están muy buenos!

    No recordaba los takoyaki de la cafetería tan sabrosos, ¿habría cambiado el cocinero o algo?

    —Bueno, Su Majestad, parte de mis deberes como buena compañía son asegurarme de que quede bien alimentada, así que puede probar usted lo que desee de mi almuerzo~ —Me incliné para bajar la voz y me tapé la boca con una mano, como si fuera a confesarle un secreto de Estado; acto seguido le apunté algo del bento con los palillos—. Mi recomendación son los rollitos de pescado, siempre gustan un montón.

    Sasha es yo staneando a Mía y Sir Nicholas
     
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    Nekita

    Nekita Amo de FFL

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    Fingió un alivio tremendo como si se hubiera estado preocupando por ese detalle en secreto, llevándose la mano al pecho y dejando salir un suspiro lento—Muchas gracias por tomarte esa molestia por mi —agradeció de manera algo pomposa—, aunque, un par de fotos no habrían estado mal, ¿no? Presumir nuestro gran encuentro en la azotea, la reina y una joya oculta de compañía. —Bromeó como si eso fuera a ser alguna clase de título de revista de escándalos con varias fotos de ellas hablando y riendo, dejando los medios la incógnita sobre lo que pudieran estar platicando o que cosa era lo que las estaba haciendo reír.

    Todo un misterio~

    Esta vez, se concentró en tomar el plato de su okonomiyaki y probar un pedazo, asintiendo con suavidad su cabeza satisfecha del sabor, definitivamente nada se iba a comparar con las imitaciones de su país de la comida japonesa a probarlo allí mismo, jamás se iba a cansar de esos sabores.

    —¿Verdad que sí? ¡Son deliciosos! Recién hechos por parte de la cafetería escolar.—Aunque si incluso hubieran tenido un mal sabor, probablemente le habría gustado de igual forma, no tenía un paladar demasiado exigente. Miró su comida con bastante interés, tratando de encontrar aquello que le llamara más la atención hasta que al parecer terminó recomendado, haciendo que sus ojos se dirigieran justo a lo indicado.

    —¿Rollitos de pescado? Creo que nunca los he probado...así que, si me permites —Dejó el plato nuevamente en el suelo entre ellas, para poder robar con los palillos uno de los rollos de pescado y probarlo, abriendo sus ojos con cierta sorpresa cuando el sabor pareció gustarle —, ¿los haces tu? Que envidia, mis felicitaciones, puedes cocinar para más miembros de la realeza~—Añadió aplaudiendo un poco de manera rápida, el sabor de la comida casera también era muy bueno.
     
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  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    El teatro era tan vívido que no tuve el menor problema a la hora de imaginarme la tapa de la revista con una foto de nosotras dos, charlando y comiendo encima de un titular bien escandaloso. Lo imaginé en un parpadeo y también pensé, de un momento al otro, lo mal que la pasaría bajo semejante exposición.

    Luego andaba regodeándome al recibir atención.

    Qué chiste.

    —Oh, vaya, ¿soy ahora una joya oculta? Me halaga, Su Excelencia.

    Conque la cafetería hacía ahora takoyakis tan deliciosos. Los observé un par de segundos antes de llevarme un poco de arroz a la boca, y no pude evitar pensar que un día de estos me gustaría comprarle unos a Maze. Es decir, ya era básicamente mi compañero de almuerzo aunque hubieran sido apenas unos días.

    Así de sola estaba, ¿huh?

    Debería haberlo buscado, ¿verdad?

    ¿No se sentía solo también?
    Le extendí el bento a Anna para que le resultara más cómodo elegir algo. Al final se decantó por mi recomendación y aguardé por su reacción con una expectativa estúpida, incluso infantil. Recibir su aprobación me inyectó una alegría que no me molesté en disimular y sonreí, soltando incluso una risilla en voz baja.

    —Sip, siempre me hago el almuerzo. —Regresé el bento a mi regazo y le eché un vistazo a la bolsa donde tenía las galletas antes de volver mi atención a Anna—. ¿Estás diciendo que más miembros de la realeza podrían probar mis rollitos de pescado? ¡Cielos, qué honor! Me encantaría conocerlos.

    Vete a saber quiénes eran esos otros miembros de la realeza, nuestro teatro no prestaba mucha atención a los detalles.

    Comí algo más de verduras y solté el aire por la nariz, viendo a mi compañera de soslayo con la sonrisa relajada de siempre.

    —Gracias por aparecerte aquí —murmuré, repentinamente contrariada por estar soltándole eso, y de inmediato me apresuré en aclararme—. Quiero decir, no es que me hayas seguido ni nada, pero apareciste y... y no quería comer sola.

    Me encogí de hombros, revolviendo el arroz con los palillos, y me esforcé bastante por quitarle seriedad a todo el asunto. Lo mismo de siempre, digamos. Sonriendo como si nada pasara.

    —No sólo no estoy comiendo sola, sino que he contribuido al royalty chart, la reina aprobó mis rollitos de pescado, unos paparazzis nos pescaron almorzando y ahora seré famosa. ¿Qué más puedo pedir?

    a nadie le importa pero quiero squishear a mi niña cuz im pROUD of her
     
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