Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Los cables que arranqué de cuajo fueron a caer en el océano, esparciendo la corriente eléctrica como si un condenado relámpago hubiese golpeado directo en el agua y recibí cada maldito suspiro que surgió de ella, lo absorbí, lo consumí como el agua a las costas, como si la puta vida se me fuese en ello. Sonreí contra su boca al sentir que desabrochaba la camisa, sus manos trazaron una línea de pólvora y consumí el gemido que me soltó encima.

    El maldito archivo mal funcionaba, sí, pero cuando se activaba me arrojaba mierdas de lo más raras ya, un revoltijo de pensamientos inmediatos mezclados con la ida de olla del lunes en el cuartucho, pensamientos revueltos en los dos idiomas que me dominaban la cabeza y los otros dos que en general estaban en segundo plano.
    El caso es que me replanteé seriamente llevármela de allí a vete a saber dónde, el puto cuarto, el baño, la habitación esa de limpieza donde se había metido Astaroth con la princesa gótica.

    ¿Joder la cámara de algún lado?

    ¿Cargarme todo el circuito desde la oficina de la directora para asegurarme que nadie fuese a interrumpirme la cuestión?

    Pedazo de delirio.


    Mierda, que me estaba volando la puta de una manera con toda la estupidez, debería ser ilegal ya y todo, cada movimiento me arrojaba un relámpago dispuesto a destrozarme cada conexión neuronal, todo para enviarme la sangre del cuerpo a la puta entrepierna. No sé en qué momento aflojé la mano que había mantenido en su cabello solo para llevarla junto a la otra y seguirle metiendo mano sin ningún tipo de pudor, ya ni tenía que marcarle el ritmo, pero vamos, que me apetecía y no iba a desaprovechar oportunidades como esas así por puro deporte.

    Me sacó de base cuando se detuvo, eso fue innegable, pero bastó verla empezar a abrirse la camisa para que le soltara una sonrisa y la dejara hacer, sin quitarle las manos del trasero pero ni de chiste, al menos hasta que las buscó para colarlas bajo el sostén flojo y hacer que apretara, sentí la piel suave, los pezones apretándose contra mis palmas, y me relamí los labios como un puto perro con hambriento, sin quitar los ojos de encima.

    Seguí apretando, sintiéndola, jugando los pezones en el proceso y le di un pellizco suave, apenas por la gracia.

    ¿Sabes?

    Me estoy aburriendo un poquito de estar encima~

    Eh~ justo cuando había pensado que podía montarme como quisiera.

    As you wish.

    Aflojé las manos en torno a sus pechos, las deslicé despacio sacándolas de debajo de sostén y enredé el brazo derecho en torno a ella de nuevas cuentas para ponerme en movimiento, me las arreglé para girarme y a ella conmigo, para dejarla sobre la superficie y la solté entonces, anclando los brazos a cada lado del espacio que ocupaba para inclinarme hacia ella.

    ¿En el puto techo de la azotea?

    Oh, shut the fuck up.

    Encontré sus cuarzos de nuevo, me vi reflejado en ellos y la sonrisa de mierda me regresó al rostro, fue como si hubiese podido escucharme a mí mismo descubrir los colmillos, y solo seguí fluyendo, de forma que me lancé a su boca, le mordí el labio inferior y deslicé la lengua, solo para empujar la suya un par de veces antes de separarme, dejarle un recorrido de besos en la línea de la mandíbula y alcanzar su oído de nuevo.

    Tuve que darle vuelta al chip, porque estaba pensando en inglés de corrido ya, ni idea de por qué.

    —Mira que ceder el trono de puro gusto —murmuré y le mordí el lóbulo sin fuerza—, cariño.


    Despegué una mano para colarla bajo el sostén de nuevo, apretar su pecho y luego trazar un recorrido desde allí hasta su vientre, luego al inicio de la falda, a los muslos y allí volví a apretar con cierta fuerza, ya con maña, pero fue cosa de segundos antes de que me dedicara a acariciarle la cara externa, si acaso alzando el interior de su muslo de vez en cuando y subiendo un poco.

    Tentando como un jodido.

    ¿Quería que me lo pidiera acaso? Lo que se veía no se preguntaba.
     
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    Gigi Blanche

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    De verdad, jodido el momento que a este imbécil se le aflojó el tornillo y decidió darme la bienvenida al puto infierno. Quiero decir, ya había estado ahí antes pero nunca con un pase VIP del mismísimo Hades ni nada, eso era otro nivel. Porque siempre se la puede cagar un poquito más, ¿no?

    Jodido el momento que descubrí el poder que tenía sobre mí, la capacidad o talento a secas de sus manos, sus labios y su voz para silenciar toda la mierda, aplastarla, reducirla a nimiedades que ni al caso venían. Era una cagada buenísima porque ni me creía capaz de, no lo sé, negarle desastres así cuando le puto apetecieran, donde y como fueran.

    Pedazo de toquetón estaba hecho. Casi hasta me dio pena quitarle las manos de mis glúteos, pero tampoco me decepcionó y seguí disfrutando las descargas de tensión al masajear, presionar y jugar con mis pechos. Lo vi todo, desde su sonrisa cagada hasta la forma en que se relamió, fue de lo más burdo pero no hizo más que seguir aflojándome los cables. Estuve a medio pelo de lanzarme a su boca otra vez, de por sí tenía el cerebro tan inútil que a cada segundo se me antojaban cinco estupideces diferentes que mutaban, se reemplazaban y superponían.

    El pellizco me obligó a tensar la espalda y liberé un suspiro pesado.

    Obviamente me hizo caso, no tenía historial de una sola solicitud a la cual se hubiera negado y estaba bastante segura que se mantendría limpio. Fui a dar sobre el techo de la azotea, me acomodé y el cabello se desparramó aquí y allá. Recibí su boca sin el menor atisbo de duda, de hecho volví a ahogar un suspiro allí y no me puto decidí qué hacer con las manos. Las enredé entre sus plumas, primero, las bajé a sus hombros, las colé en la camisa y le presioné la amplia espalda. Lo besé pero sin buscar dominancia realmente, ya había dejado bastante claro que esas mierdas no me iban ni venían y ahora estábamos en otro nivel.

    Quiero decir, igual me dejaba hacer lo que quisiera y acataba a mis órdenes, ¿no?

    ¿De qué falta de poder me hablaba el imbécil?


    La respiración me iba como condenada y exhalé una risa floja al recibir sus palabras al oído. Removí una mano de su camisa para anclarla al costado de su cuello y presionar el pulgar justo en la Nuez de Adán, obligándolo a alzar el rostro hacia mí.

    —Tengo mi propio trono, cielo. —Le eché encima una sonrisa felina, amplia, y me relamí los labios—. Uno al que me dejas subirme de gratis~

    Ahí estaba de nuevo, prendida a sus jodidos pozos, y abrí la boca para seguir arrojándole encima todos los suspiros y gemidos suaves que se me antojaron. Cuando su mano reencontró uno de mis pechos, incendió una línea de pólvora por mi abdomen, sobre la falda, hasta alcanzar mi pierna. La alcé por reflejo, buscando acentuar el contacto, y todo el cuerpo se me tensaba cada vez que se acercaba a mi entrepierna. Una y otra vez.

    Hijo de puta.

    Mi semblante se endureció de forma extraña, fue una mezcla de furia y reclamo, era la puta ansiedad, y la mano que aún mantenía anclada a su cuello lo rodeó con fuerza. Le clavé las yemas, las uñas y mis ojos se oscurecieron.

    —Dale, inútil —mascullé en español y me las arreglé para cambiar el chip de regreso al japonés—. ¿Vas a tocarme o no, idiota?
     
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    Zireael

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    Quién sabe de qué hueco del Averno me había sacado los genes porque la forma en que tensaba cuerdas no era ni medio normal, tampoco un montón de mis conductas en general, era como si los genes más cagados de dos líneas sanguíneas hubieran ido a parar a mí por puro capricho. Era lo que era, no habían mucho más, pasaba del negro a un gris claro y luego regresaba al negro sin hacer escalas en ninguna parte.

    Lo cagado era que en lugar de decidirme por un solo tono estaba aprendiendo a pasearme por toda la acromía con mucha más facilidad que la que ya poseía por default.

    Qué peligro.

    El calor de su boca, de su cuerpo y de la estúpida realización que había tenido antes me lanzaban oleadas de fuego encima, como un genuino incendio forestal, como el aliento de alguna bestia a la que no podía verle el rostro y hacia la que solo seguía avanzando. Absorbiendo sus suspiros, entregándole los míos y en esas nos íbamos todo el rato.

    Solté una risa ronca al sentir su tacto en mi cuello y la presión sobre la nuez de Adán, así de gratis. Empecé a archivar incluso cuando no tenía el cerebro a potencia.

    Puro teatro toda la mierda, la jodida sabía el poder que ostentaba.

    Queen behavior, if you ask me.

    I thought about it, didn't I?

    Kingslayer.

    Vi el cambio en su semblante al tiro y estuve a un puto pelo de retroceder como un perro asilvestrado al que intentan ponerle una correa con uno de esos jodidos palos, fue un impulso surgido del núcleo de mi personalidad, de la ira perenne y el disgusto a ser dominado, incluso cuando había pensado la mierda de dejarla hacer lo que le saliera del coño encima de mí.

    Como si quería follarme hasta dejarme seco.

    Usarme.

    Lo que fuese.


    Pero esa reacción, que por las condiciones no pude evitar a tiempo, casi roza el límite que no había trazado hasta entonces. Cuando me rodeó el cuello y apretó tuve que contenerme de sacarme su mano de encima con la brusquedad que sentí necesaria.
    Por los ojos debió cruzarme una chispa de toda esa mierda, seguro, pero no tardé en regresar el tren a las vías y aunque sí me saqué su mano de encima, el gesto no tuvo cuota alguna de brusquedad. Rodeé su muñeca, la hice soltarme y se me escapó una risa floja.


    Choking. —Archivado—. ¿Así que te va esa mierda, An~? Kinky.

    Bueno, quién sabe, igual y me prende el motor.

    Pero no todavía.

    De cualquier manera recorrí su pierna de nuevo, alcancé la cara interna y continué subiendo, rozándole la piel con la yema de los dedos hasta que por fin alcancé su intimidad, presioné apenas los dedos por encima de la tela y luego los deslicé de arriba a abajo.

    —Pero no había necesidad de ser tan agresiva por un poco de teasing inofensivo, mi vida.

    Puto cabrón estaba hecho, vaya, pero no le quité los ojos de encima porque no me daba la gana, porque quería verle la cara.
    Colé la mano bajo su ropa interior entonces y recorrí su intimidad con los dedos, los presioné sobre el clítoris y aproveché su propia humedad para comenzar a estimularla.

    Putas ganas de comérmela entera a la cabrona.
    Vibeé Kingslayer durísimo mientras escribía esta wea JAJAJ
    Yo: a mimir
    Also yo: hold my pendejos todos horny
     
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    Gigi Blanche

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    Puede que recién entonces haya sido plenamente consciente de lo que más me diferenciaba de Altan, de mi fuego contra su agua. Podíamos confundirnos, ambos elementos tendían a revolverse con cualidades similares, a una frecuencia hasta preocupante. La ira, la necesidad ciega de seguir avanzando, el poder ofensivo y el núcleo pequeño, dormido, cagado de miedo. Pero yo seguía siendo fuego, y él seguía siendo agua.

    Y su agua estuvo a punto de inundarme, calarme los huesos y dejarme allí, inútil.

    Congelada.


    Lo noté, fue breve y se las arregló para disimularlo pero lo noté. La chispa que atravesó su semblante apenas presioné su cuello me arrojó un terror helado al centro de la columna, que se expandió como un circuito eléctrico conectado a todas mis terminales nerviosas. Juraría que incluso la respiración se me detuvo por el ínfimo segundo que duró su chispa, y aunque luego todo siguió con normalidad aquella mancha me seguía rebotando en el cerebro, como un eco lejano.

    Casi la cagas.

    Ten cuidado, Anna.

    ¿También quieres perderlo a él?

    Su presión en mi muñeca no era nueva, ya lo había hecho en el cuartucho pero esto se sintió diferente y no tuve el impulso de seguir molestándolo; ni siquiera lo consideré parte del desastre que nos habíamos montado, sino una advertencia real. La primera que Altan me arrojó encima.

    Lo siento.

    Puto frío.

    Igual siguió como si nada, soltó una risa floja que me ayudó a relajar el cuerpo y sacudirme el miedo; o al menos barrerlo bajo la alfombra. Lo cierto es que ya no vi por dónde ponerle mano encima. A duras penas procesé lo que me dijo, reflejé parte de su expresión en piloto automático, le concedí una sonrisa vaga y cerré los ojos al recibir sus caricias en mi pierna de nueva cuenta. Quería que se callara, que me dejara enfocarme en el puto desastre, pero volvió a abrir la boca y la presión en mi muñeca palpitó a golpes secos, se propagó por el resto de mi cuerpo.

    Entreabrí los ojos, me enfoqué en los suyos y solté el aire de golpe. El cabrón alcanzó mi intimidad, se coló debajo de la ropa interior y la llamarada se alimentó para condensar el frío. Lo convirtió en un vapor denso y blanquecino, me nubló la cabeza y arqueé la espalda, gimiendo suavemente. Sus movimientos eran precisos y comencé a acompañarlos con mis caderas, acentuando el contacto; tímido al principio, luego como me vino en gana con tal de sentirlo. Me relamí los labios, el aire corría raudo y me incendiaba los pulmones.

    —Al.

    Fue un susurro de nada, ahogado y hasta pudoroso, como si temiera llamar a su nombre. Me di cuenta que aún debía esforzarme por apartar el puto miedo y luego de dudarlo un par de segundos busqué su mano a tientas, esa que seguía entre mis piernas, y lo insté suavemente a introducir sólo un dedo en mi interior. No sé por qué, la mierda me dio hasta vergüenza y creo que se me colorearon un poco las mejillas; difícil definirlo entre semejantes cantidades de calor.

    Le permití entrar, en definitiva, y relajé el cuello al regresar la cabeza al techo. La intromisión dolió un poco, me tomó un par de segundos relajar la zona para recibirlo con naturalidad y solté un suspiro pesado al lograrlo, regresando a sus ojos.

    Mierda.

    Seguía sin saber cómo ponerle mano encima.
     
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    Zireael

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    Todos teníamos nuestras mierdas, ¿cierto? Por supuesto, cada cabeza era una mierda diferente, un procesador distinto y un archivo diferenciado. Había cosas que cultura general que se compartían, otras tantas que a veces coincidían y otro montón que eran como líneas paralelas, incapaces de tocarse nunca aunque seguían la misma dirección.
    Por un momento pensé en la posibilidad de que mi reacción hubiese sido exagerada, que de hecho siempre lo era, pero nunca cambiaba. No podía arrancarme eso de cuajo, esa necesidad de sentir que tenía el control de las mierdas o por lo menos que nadie me estaba controlando a mí, era el superior o era un igual, pero nunca nada por debajo.

    Lo aborrecía.

    Incluso cuando estaba atado a vete saber cuántas correas, en cuanto una se tensaba siquiera un poco buscaba zafarme como si estuviese poseído, no sabía si era miedo o ira y de ser la primera, no sabía tampoco qué lo alimentaba, porque nunca había sido un arrastrado, nunca me habían acosado, agarrado de carne de cañón ni nada.
    ¿Era la sensación de sentir mi trono invisible amenazado? ¿De ser arrancado de cuajo de la telaraña del mundo, esa que podía ver y manipular? Qué iba a estar sabiendo yo y quizás no lo averiguara en el futuro próximo.

    Tampoco supe en qué momento se me conectaron tantos cables como para hacerme semejantes cuestionamientos, pero el caso es que los arranqué de los enchufes de nuevo en cuanto sus caderas se acompasaron al movimiento de mi mano, cuando la escuché y cuando oí que llamó a mi nombre le presté una atención estúpida.

    Como siempre.

    Y me di cuenta hasta entonces que ella había dejado las manos quietas, lo noté cuando sentí su tacto en la mano que mantenía entre sus piernas y cuando adiviné sus intenciones otra emoción me cruzó por la cara, era incredulidad pura, y la dejé hacer. Aflojé la mano, la relajé todo lo que me fue posible para que ella hiciera la movida a su ritmo.

    Porque en el cuartucho me había dicho que no.

    Y por mis muertos iba a faltar a mi palabra.

    Pero ella lo había hecho.

    Lo había hecho.
    Tragué grueso sin darme cuenta siquiera y no hice movimiento alguno hasta que ella echó la cabeza en el techo de nuevo, hasta que me pareció que había logrado relajarse. Inicié despacio, casi con cuidado y se me escapó un suspiro pesado bastante inconsciente mientras comenzaba a marcar un ritmo más regular.

    Despegué la mano con que le había sujetado la muñeca, me las arreglé para erguirme lo suficiente para poder sostenerme sin hacer apoyo con la mano y busqué la suya, la llevé a mi torso y la dejé allí, sin desatenderla ni nada.

    Tócame.

    Era una petición silenciosa, una solicitud.

    Tócame.

    Volví a apoyarme en el techo para inclinarme sobre ella de nuevo, busqué su boca y la basé con firmeza, sí, pero como si tuviese todo el tiempo del mundo para ello, porque me dio la gana, porque sentí la necesidad... ¿Porque quería darle a entender que agradecía su confianza? No sabía que se estaba comiendo la cabeza, por desgracia.
    Me separé, le dejé un beso en la mejilla, otro en la frente y otro pensamiento me rasgó la cabeza con fuerza, de una naturaleza diferente a todos los anteriores.

    Te quiero, idiota.

    Dios, te quiero.
     
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    Gigi Blanche

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    La incredulidad que le empañó la expresión me sirvió de espejo para darme cuenta el pedazo de delirio al que me estaba montando. Le estaba concediendo a Altan espacios y derechos que siempre me había resistido de entregarle a Kakeru, ya fuera por miedo, orgullo, vergüenza, lo que fuera. Altan era la primera persona en la cual depositaba una confianza hasta estúpida, incluso ciega, tan irracional y... ¿y si me arrepentía luego? Era arriesgado, definitivamente.

    Y no quería parar.

    Comprimí apenas el gesto en cuanto él comenzó a moverse, fue un instante y tomé aire profundamente, liberándolo a cámara lenta. Marcó un ritmo progresivo, las sensaciones comenzaron a amplificarse en diferentes direcciones y suspiré, llevando la mano a mi intimidad para estimularme. La intromisión era aún un poco extraña, no iba a negarlo, pero confiaba lo suficiente en Altan como para permitirle hacer eso y me di cuenta que, de hecho, podía hacerlo. Un chico podía tocarme sin que fuera una pesadilla.

    Altan me estaba tocando.

    Y estaba bien.

    Los cables empezaron a aflojarse y soltarse, ya no sólo los del raciocinio, también los tensionales y del más crudo y visceral miedo. Mis caderas reanudaron el vaivén, era lento y profundo, hasta sensual, si se quiere, y me aboqué a las sensaciones. Les permití inundarme, embriagarme, adormecerme las conexiones. Me permití disfrutarlo.

    Los suspiros se convirtieron en gemidos suaves, más agudos luego. Repasé su silueta cernida sobre mí un poco porque sí, con los colores del atardecer a sus espaldas, y le permití ubicar mi mano donde le apeteciera. Su piel era suave, estaba caliente y deslicé los dedos hacia abajo, su abdomen, luego en ascenso. Alcancé el costado de su cuello, presioné su nuca y lo besé de vuelta. Fue lento, profundo, no dejé de mover las caderas y sus plumas me hicieron cosquillas entre los dedos. Ahogué ya no sé cuántos gemidos débiles en sus labios.

    Mantuve los ojos cerrados al recibir su beso en mi mejilla, en la frente, el aire me quemaba y erguí la cabeza hasta alcanzar su cuello. Volví a presionar su nuca, la rasqué apenas y deslicé mis labios húmedos a lo largo de todo su contorno. Le eché mi aliento encima, lo saboreé con la punta de la lengua y subí a su oído.

    —Usa otro más.

    Tragué saliva, con la respiración aún irregular, y regresé la cabeza al techo para buscar sus ojos y volver a besarlo. Navegué sus labios con mimo, con hambre y ansiedad, todo al mismo tiempo. Me deslicé dentro de su boca, acaricié su lengua, y los gemidos siguieron arrastrándose por mi garganta hasta morir contra él.

    Dios.

    —Al.

    Sigue así.

    —No pares, por favor.
     
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    Por un momento me cruzó por la cabeza un chispazo de miedo que no reflejé, fue absoluto terror de que se arrepintiera, que echara atrás y con ello que no me dejara tocarla nunca más, no me refería ya solo a eso, a ponerle las manos encima con un fin meramente sexual, me refería a los condenados abrazos y a cualquier otro contacto similar. Si me lo negaba, ¿qué iba a hacer?

    Desaparecer.

    Como una sombra en la oscuridad.

    Incluso si no quería.


    Pero se lo permitió, fue capaz de disfrutar el contacto, y la cabeza se me volvió a desconectar cuando sus suspiros se convirtieron en gemidos, y un escalofrío de lo más placentero me corrió por el cuerpo cuando deslizó la mano a mi abdomen, antes de volver a anclarse a mi nuca y echarme los gemidos encima.

    Era la mierda menos kinky que se podía uno imaginar, sin duda, pero incluso así lo estaba disfrutando como un jodido cabrón. El movimiento de sus caderas en reacción a mi mano, su respiración, la presión en torno a mi dedo.

    Otro chispazo me recorrió cuando alcanzó mi cuello y no tuvo que decírmelo dos veces para que deslizara el segundo dedo en su interior, traté de tener el mismo cuidado que con el primero, hice un par de movimientos lentos pero profundos antes de recuperar el ritmo anterior e incluso aumentarlo un poco.

    Llamó a mi nombre de nuevo y Dios, lo débil que era esa estúpida tenía que pecar de peligroso ya.

    No pares, por favor.

    Joder.

    Le comí la boca como si no lo hubiese hecho ya quién sabe cuántas veces, presioné mi lengua contra la suya, la recorrí como me vino en gana y me separé de ella, deslizando los labios húmedos a su mentón, luego a su cuello y seguí bajando.

    —¿Así? —pregunté y me las arreglé para apartar del camino el sostén flojo y echarle el aliento encima del pecho—. Dímelo, cariño. Que te gusta lo que hago.

    Oh well, ya se me había vuelto a ir un poco la pinza.

    Aplasté la lengua contra su pezón antes de introducirlo en mi boca y pellizcarlo apenas con los dientes. Me dediqué a juguetear con él, succionarlo, presionarlo, echarle mi respiración y repetí el asunto en su otro pecho.


    Vamos, córrete para mí, princesa.
    La cantidad de veces que me interrumpieron la redacción de este post hoy no tiene ni nombre smh
     
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    Tenía una idea bastante clara, incluso sin habérmelo propuesto como tal, de que ese era mi límite al menos de momento. Disfrutara lo que disfrutara ese tipo de mierdas, el miedo seguía grabado en mis músculos y era capaz de jugarme en contra de una forma increíble. Quién sabe, ni siquiera creía que hubiera comenzado con el desastre de los lobos; eso sólo lo había amplificado o al menos de eso había estado segura.

    Hasta que apareció este idiota.

    Sus dedos eran más grandes que los míos, siendo francos, así que la comparación de poco y nada servía. Tuve mis dudas automáticamente después de haberle pedido que usara un segundo, pero sus movimientos me resultaron tan cuidadosos y atentos que me daba igual estar aferrándome a una fantasía, las razones ilógicas para confiarle tanto, me daba igual lo que pasara por su cabeza y su corazón, en tanto siguiera siendo esa clase de chico. No entendía de dónde salía la tranquilidad, la seguridad que me transmitía, pero era lo suficientemente fuerte para silenciar el miedo.

    Qué mierda tan peligrosa, por Dios.

    Me tomó un par de segundos acostumbrarme a la intromisión, en un primer momento la zona y todo mi cuerpo se tensó, bañándome de un sudor frío, pero me tragué el impulso de pedirle que lo removiera porque quería esforzarme, joder. Quería poner de mí para anteponerme o lo que fuera, y es que estaba malditamente harta de tener miedo. Cerré los ojos, concentrándome en mi respiración, y seguí estimulándome con movimientos circulares. Fue progresivo, poco a poco recuperé las descargas de placer que había encontrado antes y mis caderas se reactivaron sin realmente notarlo.

    Pero estaba tan contenta, Dios.

    Era capaz de disfrutarlo.

    Y estaba tan agradecida con este idiota.

    Mis pulmones volvieron a reclamar por aire, el vaivén comenzó a sentirse tan bien que se me nubló la cabeza y siquiera me tomé la molestia de disfrazar mis gemidos. Entreabrí los ojos, me prendí a Altan y él se lanzó a mi boca. Lo recibí de forma algo torpe, estaba por demás enfocada en el resto de sensaciones y mi cerebro no parecía ser capaz de semejante multitask en un momento así. Así y todo me comió la boca con unas ganas estúpidas y notar la ansiedad que se cargaba sólo le echó más gasolina al incendio. Joder, estaba alcanzando un punto que no podía explicar cómo o por qué, pero se sentía demasiado bien y comencé a moverme sin reparo para seguir encontrándolo a cada intromisión. Tampoco supe en qué momento dejé de estimularme, sólo tuve la estúpida necesidad de tocarlo y llevé la mano a su entrepierna.

    Joder, estaba tan duro.

    Comencé a acariciarlo sobre la tela de los pantalones sin dejar de mover mis caderas y el cabrón deslizó los labios a mi cuello, le concedí todo el maldito espacio que quisiera. Me aferré a sus plumas un instante, bajé el brazo hasta pasarlo por debajo del suyo y le clavé las uñas en la espalda. Los pulmones me quemaban, sentía la cabeza liviana, los colores bombeaban aquí y allá, y estaba haciendo tanto puto ruido que si no me escuchaban desde alguna parte sería un milagro.

    ¿Así?

    Su aliento sobre la piel de mis pechos me arrojó un escalofrío delicioso, que se propagó por toda mi espalda y me obligó a tensarme; alcé las caderas un poco por reflejo, la jugada le permitió penetrarme con mayor profundidad y se me desconectaron los últimos cables del jodido cerebro.

    Dímelo, cariño.

    Como para pedirle que me follara.

    Que te gusta lo que hago.

    Que sacara los putos dedos de ahí y me follara como Dios manda.

    —Sí. —La voz meramente se entremezcló entre mi respiración y los gemidos, sonó quejumbrosa y ahogada de a intervalos sincronizados con el vaivén de mis caderas—. Sí, me encanta. Joder, sigue haciéndolo.

    El cabrón se abocó a mis pechos con unas ganas que te cagas, estaba jodidamente sensible y no desatendió ni por un segundo el resto de sus tareas. Pedazo de multitasking, te digo. Ya tenía la neurona frita, así que la tontería de no echarle mano encima se había ido por el desagüe. Arrastré las uñas a lo largo de su espalda, por debajo de la camisa; no tenía la fuerza para lastimarlo, claro, aunque sobre su piel tan pálida estaba segura que quedarían cintas rojizas. Como ríos de sangre o algo así. Los chispazos, las descargas eléctricas, el cosquilleo y la piel erizada, todo se multiplicaba a una velocidad vertiginosa. Seguí masajeando su entrepierna un rato más, con unas putas ganas de quitarle toda la ropa y, no lo sé, comérmelo entero, hasta que el cuerpo dejó de responderme sin darme cuenta. Dejé caer el brazo a un costado y la mano en su espalda se aferró con una fuerza estúpida.

    —Sí.

    Y me moví.

    —Sí, más rápido, Al.

    Dios.

    Así.

    Me moví, me moví y me moví, sin parar de gemir, hasta que la tensión se liberó de golpe y el aire se me congeló en la garganta. Cerré los ojos con fuerza, inmóvil, y me permití disfrutar de la jodida sensación durante varios segundos antes de relajar el cuerpo. Exhalé pesadamente, tragando saliva, y acuné su rostro para depositar un beso sobre sus labios e instarlo a recostarse encima mío. Viajé a sus plumas, lo hice sin darme cuenta y comencé a acariciarlo, lenta y suavemente. Me quedé así varios segundos, hasta que fui capaz de reconectar algunos cables.

    Y lo recordé.

    El puto miedo.


    —Perdón —murmuré, repasando los colores del atardecer—. Por lo de recién, cuando te... te agarré del cuello. No volveré a hacerlo, lo prometo.

    La mano libre se coló por la abertura de su camisa, lo suficiente para recorrer la piel de su espalda con la mera intención de provocarle cosquillas suaves. Mantuve ese movimiento sutil, lento, bastante anárquico, hasta que alcancé el borde de su pantalón y presioné mis caderas contra él, notando su dureza. Se me aflojó una sonrisa de mierda y me removí a cámara lenta, a lo largo de su entrepierna, una y otra vez. Erguí un poco el cuello y arrastré su cabello hacia atrás para soltarle un suspiro en el oído.

    —Oye —susurré, acentuando el vaivén—, ¿de casualidad tienes condones encima, cariño?
     
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  9.  
    Zireael

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    Pero bueno, que si seguía gimiendo como una descosida se iba a dar cuenta todo dios.

    Again, not that I care.

    No era que alguien fuese a quedar más traumatizado que Miles e incluso si fuese el caso me traía bastante sin cuidado en tanto no nos cayera un profesor, que eso sí sería una cagada monumental.

    Cuando su mano alcanzó mi entrepierna un suspiro pesado, entrecortado y casi quejumbroso fue a morir a su boca. Entre toda la cosa estaba más puesto que la mierda, la verdad, y su solo tacto me lanzó ya no un chispazo, sino un genuino relámpago que me llegó hasta el fondo del cerebro, cruzándome los cables ya de por sí sueltos. Si no hubiese estado ocupado con su boca seguro se me habría salido de nuevo la sarta de maldiciones del otro día, en todos los idiomas que tenía en la cabeza entrecruzándose entre sí.

    Y no paró.

    Dios.

    Sentí sus uñas en la espalda y se me escapó una risa ronca de lo más extraña, incluso allí, ocupado con sus pechos. A la jodida ya se le habían zafado todos los putos cables, porque con la tontería de echarle el aliento encima movió las caderas y hundí los dedos en ella que hasta que dio gusto.

    Puta mierda.

    Accedió a mi pedido, obviamente, y atajé las palabras entre su respiración y sus gemidos, me lanzaron una oleada de placer encima que no era ni normal y cuando arrastró las uñas por mí espalda volví a soltar un suspiro parecido al de antes. La cabrona no me había dejado la entrepierna quieta y joder, me estaba puto muriendo. Ya no me daba el multitasking para tanto, tuve que dejar sus pechos con tal de no desatender el resto.

    Su tacto cesó y aunque estuve a punto de quejarme no lo hice, no cuando su voz me llamó la atención de nuevo y atendí a su petición, aumentado el ritmo hasta que su cuerpo se liberó y de nuevo, no me di cuenta, pero volví relamerme los labios como un jodido perro.
    Saqué los dedos despacio cuando me acunó el rostro y me recosté sobre ella, tratando de no echarle todo el peso encima obviamente y cerré los ojos al sentir su caricia.

    Estaba demasiado ocupado y con el cerebro tan frito que no me di cuenta que a mi espalda los colores seguían palpitando con una intensidad estúpida.

    Atendí a sus palabras y reaccioné despegándome apenas de ella que redireccionar mis movimientos y pegar la mejilla a la suya, antes de unir mi frente con la de ella.

    Ya no te preocupes por esa mierda.

    Estoy aquí, ¿no?

    Estoy aquí.


    Su mano volvió a erizarme la piel y cuando se presionó contra mí ya no tuve la suerte que tener la boca ocupada en algo, de forma que al moverse, echarme el suspiro en el oído y toda mierda, se me aflojó la lengua y solté una maldición en vete a saber qué idioma ya. Las caderas me reaccionaron a su movimiento, buscando acompasarse.

    ¿Ah?

    Si hubiese tenido siquiera un cable conectado en ese momento habría bastado para que esa pregunta me lanzara la sangre al rostro, pero digamos que mi cuerpo tenía prioridades bastante marcadas en ese instante como para preocuparse por nada más. Pensé en detener mi propio movimiento pero Anna no me dio tregua y no iba a desaprovechar semejante oferta.

    —En la —murmuré y un puto suspiro se me coló en las palabras que de por sí me estaba costando hilar—, tengo un par en la billetera.

    ¿Por qué? Hombre, que si estaban ocupando espacio en mi habitación pues mejor que lo ocuparan en otro sitio, no sé yo. Los había echado allí un poco porque sí luego de la mierda del otro día.
    No me dio la neurona ni para preguntarle por qué, de hecho solo me apreté más contra ella y tragué grueso.
     
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    Gigi Blanche

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    La respiración aún me iba algo irregular cuando me disculpé con él, sentía la boca seca y tragué saliva al notar que se removía. Era una mezcla de la exigencia física, los nervios por haberle soltado la mierda y el miedo, aunque más débil que antes, pero siempre presente. Como si en cualquier puto momento pudiera pegarse media vuelta y dejarme sola. Como si un día al azar amaneciera y se diera cuenta que no valía la pena.

    Estaba respirando por la boca y no me di cuenta hasta que unió nuestras frentes y sellé mis labios para no echarle tanto aliento encima. Repasé su rostro, incluso a esa distancia ínfima, y me obligué a cerrar los ojos para calmar mi corazón desbocado. Estaba intentando tranquilizarme, ¿verdad? Era eso. Altan no era un tipo de muchas palabras, ciertamente, pero daba respuestas a su manera. Quizá no se hubiera deshecho en intentos burdos de calmarme o endulzarme el oído, pero había unido nuestras frentes y eso me alcanzó para entender.

    Yo tampoco dije nada, me limité a concederle una caricia suave y breve en la mejilla antes de que rompiera el contacto.

    Gracias.
    Había sido un intervalo de lo más curioso, a juzgar por el infierno que nos habíamos montado de la puta nada y porque sí, otra vez. No tardamos en regresar al ruedo, a danzar dentro del círculo de fuego, y sentir cómo sus caderas se acompasaban a las mías siguió lanzándome chispazos de placer. Quizá fuera más cosa de mi mente, de lo mucho que me ponía verlo disfrutar, fuera lo que fuera ahí estábamos y los cables se me habían zafado otra vez.

    Seguí moviéndome debajo de su cuerpo, la forma en que soltó las palabras hasta me hizo suspirar y anclé una mano a su nuca para alcanzar sus labios, estamparle un beso y regalarle una sonrisa amplia.

    —Copiado~

    Le solté la mierda encima y volví a comerle la boca. La recorrí a gusto, busqué su lengua, me presioné sobre ella y le empujé los hombros para instarlo a erguirse un poco. Me trepé a su regazo, agitada, y ocupé las manos en abrocharme el sostén antes de acunar su rostro y besarlo de nueva cuenta. Fui deslizando los dedos a lo largo de su piel, el cuello, las clavículas, los pectorales, el abdomen. Jugué en torno a la hebilla de su cinto y me desvié a los bolsillos del pantalón, en busca de su billetera. Apenas la encontré, sin desatender sus labios ni un momento, la dejé a un lado y bajé a devorarle el cuello. Esta vez sí le aflojé el cinturón, el botón luego, entonces la cremallera. Colé una mano en su ropa interior y rodeé su miembro ejerciendo algo de presión, comenzando a moverme lentamente.

    Le eché un profundo suspiro en el cuello y seguí bajando hacia su pecho. Con la mano libre lo insté a echarse boca arriba en el techo, arrastré la palma abierta por toda su piel como me vino en gana y me detuve encima de sus pectorales. Volví a respirarle encima.

    —Ayúdame, cariño —murmuré agitada, intentando bajarle los pantalones.

    No pretendía quitárselos, los dejé como a mitad de sus muslos y colé la mano por la hendidura de la ropa interior para sacar su miembro. Otro suspiro, más similar a un gemido, y regresé a su cuello para morderlo suavemente a medida que comenzaba a estimularlo, presionando el pulgar en la punta. Me aboqué a eso algunos segundos hasta que erguí el torso, me corrí el cabello hacia atrás acompañado del vaivén, y rebusqué en su billetera hasta dar con un condón. Observé el paquetito con una sonrisa sedosa impresa en el rostro.

    —¿Haces los honores, guapo? ¿O me encargo yo~?
     
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    Zireael

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    No era ningún maestro del speech y ella lo sabía, de hecho aunque a veces se me soltaba la lengua y hablaba un montón, como medio había pasado con Nieves en la mañana, en rasgos generales pecaba de callado, ensimismado y retraído a pesar de la jodida ira que me cargaba. No era mucho de hablar, prefería hacer las cosas, buscar otros caminos y evitarme la palabrería innecesaria hasta donde fuese posible.
    Podía haberle dicho un montón de cosas, haber tratado de reorientar la mierda, pero todo lo que me salió fuese gesto, ese contacto y a mi manera sentí que era suficiente, que servía para recordarle que estaba allí. No iba a irme a ninguna parte por una mierda de esas, ni que se hubiese cagado en los muertos de mi madre o algo. El hecho de que me regresara una caricia solo me lo confirmó.

    Bastaba su tacto para que yo me diese por entendido.

    Dios, de verdad qué peligro.

    Cada movimiento que hacía solo le subía el voltaje que corría por los putos cables pelados que había soltado directo en el agua, aumentando la potencia de la descarga y friéndome hasta la última conexión funcional. Reflejé su sonrisa en automático realmente, porque para cuando me di cuenta ya me estaba comiendo la boca de nuevo y la dejé hacer lo que le saliera del coño ciertamente.

    Cuando trepó a mi regazo de nuevo mi brazo fue a enredarse a su cintura porque sí, porque solo me daba la gana tocarla, y mientras me besaba de nuevas cuentas recorrí su espalda baja con la mano. Me quedé quito cuando sus manos siguieron su camino, ya el corazón me iba como desquiciado, así que incluso la respiración se me había descontrolado de forma evidente. Alcanzar mi cuello otro maldito suspiro se me escapó entre los labios, que casi se transformó en una queja cuando me alcanzó con su mano por fin y su respiración me hizo cosquillas en el cuello después.

    —Mierda, Anna. —Las palabras me salieron directo del pecho, revolviéndose con mi respiración.

    De verdad, es que ya estaba en un punto que prácticamente le estaba haciendo caso en todo sin pensármelo siquiera. Lo de echarme en el techo, de ayudarla a bajarme los pantalones, toda la mierda.
    Me estaba volando la puta cabeza con una facilidad estúpida y la verdad es que no se lo iba a negar, no cuando la presión de su mano se sentía tan jodidamente bien, revuelta con las mordidas del cuello.

    Enfoqué su figura cuando se irguió y esta vez sí lo noté, los putos colores que quedaban en el cielo. Había comenzado a oscurecer ya de forma más evidente pero no por ello los tonos que me alcanzaban los ojos perdían intensidad, incluso aquel azul estaba adquiriendo una intensidad, una profundidad que no tenía normalmente. Lo mismo pasaba con el tono de su cabello, con el negro y el rosa, y con sus cuarzos oscurecidos.

    Joder, otra vez el viaje en ácido.

    —Hago los honores —respondí y ya había dejado de reconocer mi propio tono de voz de nuevo.

    Podía haberle dicho que se encargara ella, por puro amor al arte, pero mira ya bastante puesto estaba si me preguntaba.
    Tomé el paquete que había sacado de la billetera bastante al vuelo, porque no encontré cómo mierda sacarle la mirad de encima y estiré la mano libre hacia ella, acuné su mejilla un momento antes de deslizar los dedos por la línea de la mandíbula, el costado del cuello y la curvatura de sus pechos.

    ¿Esta idiota se daba cuenta de lo bonita que era?

    Como fuese el cerebro no me conectó con la lengua pero ni de puta broma y aunque lo pensé no lo externalicé, volqué las pocas neuronas vivas que me quedaban en rasgar el envoltorio del preservativo, sacarlo y colocármelo. Inhalé aire con fuerza, tratando de pasar oxígeno a la sangre o quién sabe qué mierdas, y busqué su mirada de nuevas cuentas.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    En sí sabía que había muchas personas a las cuales les daba igual el placer ajeno, en tanto ellos consiguieran lo que quisieran; una gran mierda, si me preguntaban. De igual forma lo opuesto podía considerarse de romántico imbécil o lo que fuera, no me importaba en lo más mínimo entrar en esa categoría si en el fondo siempre lo había sabido. Incluso si era un poco hipócrita pensarlo considerando los tíos de los que me aprovechaba para conseguir alcohol o hierba gratis, en líneas generales no me gustaba usar a la gente. Prefería que en la mierda hubiera un intercambio y quién sabe, quizá por eso había terminado besando al Quebrantahuesos.

    Quizás a la larga siempre pagara mis deudas, de una forma u otra.

    Una cosa era arrancarle suspiros, quejidos, lo que fuera, pero cuando al cabrón se le aflojaba la neurona lo suficiente como para maldecir tenía un efecto hasta adictivo en mi cuerpo. Me volvía loca en verdad, me inyectaba un impulso estúpido por seguir y seguir justo en esa dirección, la que le fundiera el cerebro. Por más suicida que fuera.

    Me arrebató el paquetito de las manos y aproveché su movimiento para deslizarle la liga fuera de la muñeca. Noté sus intenciones y le dejé acariciarme la mejilla, con una sonrisa de absoluta satisfacción pegada al rostro. Ladeé el rostro en su dirección y cerré los ojos, frotándome contra su mano como un gatito mimoso; una risa suave vibró en mi garganta, que dadas las circunstancias bien podría asemejarla a un ronroneo. Volví a enfocar el mundo al advertir que su mano comenzaba a descender y lo miré. Mientras él disponía de lo suyo, yo alcé los brazos y me até el cabello en una cola alta, algo desprolija y apresurada. Un par de mechones se escaparon del agarre y cayeron para enmarcarme el rostro junto al flequillo, pero me daba igual.

    Me prendí a sus ojos desde allí arriba, hasta que acabó su tarea y me correspondió el gesto. Una sonrisa ladina me oscureció la expresión y deslicé los dedos a lo largo de todo su torso, lentamente, serpenteando aquí y allá, hasta envolver su miembro otra vez. Comencé a estimularlo, inclinándome para alcanzar sus labios y besarlo al mismo ritmo de mi mano: lento, muy lento y profundo. Recorrí su boca, colé mi lengua un par de veces, le suspiré encima y tracé un camino descendente. Su cuello, sus hombros, las clavículas. Su pecho, el valle del abdomen. Repartí besos en la línea de sus caderas, sus muslos luego, y recién entonces dejé la mano quieta para reemplazarla por mi boca. Sonreí, lo lamí de punta a punta y me lo metí en la boca.

    Joder, si no eres más que una puta perra.

    Cállate.

    Me daba igual, estaba lo suficientemente puesta para hacerle eso, así como lo había estado para pedirle que utilizara sus dedos allí, en medio de la jodida azotea. En sí no tenía demasiada ciencia pero bueno, lo importante era seguir fundiéndole el cerebro. Ya parecía mi objetivo de vida o algo así.

    Fui aumentando el ritmo progresivamente, presionando mi lengua aquí y allá, y utilicé la mano libre con la cual no me sostenía para acariciar la piel expuesta que alcanzara desde allí. Suave, ligero, una mera cosquilla. De tanto en tanto afianzaba el contacto, arrastraba las uñas y luego regresaba.

    El abdomen.

    La cintura.

    Las caderas.

    Sus muslos.

    Seguí y seguí, me aferré al costado de sus glúteos con fuerza y reemplacé mi boca por mi mano sólo para sonreír y buscar sus ojos. Repté encima suyo lentamente, prendada a su mirada, y repasé sus labios con la punta de la lengua, como una serpiente siseante lista para clavar los colmillos.

    Loca de mierda.

    —¿Cómo te gusta más, cielo? —murmuré en un tono ligeramente quejumbroso, incluso infantil, sin dejar la mano quieta. Estaba agitada y le eché todo el aliento encima—. ¿Cómo quieres que lo haga~?
     
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    Zireael

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    Seguía fijado a su silueta como un absoluto imbécil, de hecho si en algún momento se paraba a pensarlo podía hasta molestarme con ello si le daba la gana pero no tenía suficientes neuronas vivas como para preocuparme por eso ni nada que no tuviese que ver con el instante en el que estábamos metidos. Mira que se supone habíamos ido para a hablar pero la mierda se había torcido hasta quedar irreconocible.
    Ya luego cuando se me bajara la putísima calentura y la sangre me regresara al cerebro me reprendería a mí mismo por ello hasta el cansancio.

    Pedazo de cerdo estaba hecho en los últimos días.

    Otro suspiro se me escapó de los labios cuando volvió a envolverme con su mano antes de regresar a mi boca, me besó al ritmo de su movimiento, y anclé la mano a su nuca con tal de asirme a algo, de tocarla aunque ya la había sentido de sobra en un solo día, pero si era completamente sincero no tenía suficiente. Quería hasta el mínimo contacto que me pudiese permitir, así fuera rozarle una hebra de cabello.

    Siguió a mi cuello para continuar bajando, no era que no hubiese adivinado sus intenciones desde antes, pero ya verla en acción era otro cuento. Tragué grueso al sentir los besos que repartió y tensé la mandíbula por la pura expectativa, de nuevo sin ser capaz de sacarle los ojos de encima.


    Mierda.

    Mierda.

    Mierda.

    Y se me cruzaron todos los cables de nuevo cuando por fin usó la boca.

    Solté un par de maldiciones en alemán, sonaron particularmente bruscas, crudas como ya de por sí era el idioma. Se me colaron en la respiración otra vez, ya totalmente descontrolada, y eché la cabeza sobre el techo a la vez que estiraba la mano hasta alcanzarla, deslicé los dedos por su cabello hasta topar con la liga, dado que se lo había atado de vuelta y me quedé allí. No iba a empujarla ni nada, era solo la manía de antes.

    Tocar.

    Retiré la mano cuando se detuvo, sustituyendo su boca con su mano de nuevas cuentas y encontré sus ojos cuando subió. Que me dijera lo que quisiera luego pero la jodida estaba en su puta salsa, se le notaba en la cara. ¿Tanto estaba disfrutando fundirme el cerebro de esa manera? Well, be my guest, darling.
    Sus preguntas no hicieron más que seguir destrozándome la cabeza, ni siquiera respondí como tal en el momento, le encajé la mano en la nuca para empujarla contra mis labios y colar la lengua hasta donde me dio la gana.

    Malditas ganas de follármela.

    Allí en maldito techo, en el puto baño, en el cuartucho. Donde mierdas fuese, no interesaba demasiado en ese punto.


    Me separé de ella apenas unos centímetros, no sé de dónde saqué la capacidad de seguir haciendo el imbécil pero el caso es que fue así, y le eché encima una de las sonrisas de mierda otra vez, le hablé casi pegado a sus labios, así que mi aliento rebotó en ella.

    —Voy a darte libertad creativa~ —Mis manos fueron a parar a su cintura—. Aunque seguro ya te haces una idea.
     
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    Gigi Blanche

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    Qué gracioso, un poco de repente me pareció oír el silbato de Yoshida-sensei propagándose por el aire, seguramente arrastrado con la brisa, y ese chispazo de realidad me arrojó la idea más clara hasta el momento de dónde estábamos y qué hacíamos ahí. ¿Me importó?

    Mierda, ni un poco.

    Altan ya no medía respuestas ni reacciones, o al menos me dio esa sensación. El hijo de puta me besaba como si pretendiera devorarme de un bocado, como si canalizara así la ansiedad que debía estar corroyéndole las venas; y es que era eso, ¿no? Si lo pensaba dos segundos, ya ni siquiera con detenimiento, si le concedía media neurona iba a darme cuenta que ese imbécil obsesionado con el poder, el control y la dominancia, estaba ahí tirado debajo de mi cuerpo, a lo sumo presionándome la nuca y colándose dentro de mi boca. No mucho más.

    Y la mierda me rayó la cabeza.

    De que el imbécil seguramente se moría de ganas de tomar el control, darme la vuelta y follarme.

    La simple imagen mental me aflojó los cables.

    Honestly? Same.

    Claro no se lo solté porque no pretendía correr riesgos, en sí no creía que mi cuerpo fuera a aceptarlo todavía. Podía estar todo lo caliente que quisiera, pero a veces la más pequeña sugerencia de intromisión me tensaba por completo y a la mierda. No quería arruinarlo así, no cuando tenía al idiota mascullando en... ¿alemán? Vete a saber.

    Me gustaba cómo sonaba.

    Le correspondí cada maldito beso con una intensidad estúpida, aunque de a ratos me fallaba el multitasking y me daba cuenta que mi mano había amainado el ritmo o directamente lo había suspendido. Me separé unos centímetros para verlo a los ojos y reflejé su sonrisa de mierda, no había de otra. Curvé los labios ampliamente, mordiéndome el inferior, y al oír su respuesta me relamí a consciencia, con toda la maldita intención, sin apartar la vista de sus pozos oscuros.

    —A sus órdenes, mi Señor~ ¿Algo más?

    Eh~ Podíamos jugar a eso, ¿verdad?

    No era muy quisquillosa, siendo honestos, nunca lo había sido.

    Cualquiera de esas mierdas me ponían.

    Así que venga, cariño.

    Dame todas las órdenes que quieras.

    Volví a bajar, esta vez sólo repartí algunos besos cerca de sus caderas antes de retomar la labor con mi boca. Fui atendiendo a sus reacciones, aumentando el ritmo progresivamente, valiéndome de la lengua y toda la mierda para presionarle la punta, o recorrer su contorno, o lo que fuera. En sí no había demasiada ciencia, era subir y bajar hasta que los cabrones se corrieran.

    Y mierda que lo quería.

    Verlo, oírlo corriéndose.

    Fundirle definitivamente el cerebro.

    Vamos, guapo, dame el gusto.
     
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    Zireael

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    Con todo y el pensamiento que me había rayado la cabeza lo cierto es que una parte de mí no quería que una mierda de esas pasara allí, además de que era obvio que ella no estaba dando pie a eso en sí.
    Digamos que aunque luego del desastre del club de fotografía, la comida de boca con el imbécil de Arata y las estupideces con Kurosawa no parecía que fuese el tipo de imbécil que se pensara dónde quería pegarse su primera follada, al final del día sí que lo era.

    Y no iba a ser allí, como un puto exhibicionista.

    Pero ganas no me faltaban.

    De girarla, tomarla de la coleta y follármela hasta irme a negro.


    No estaba en mis planes esa mierda, incluso cuando en el puto cuarto oscuro había tenido el pensamiento intrusivo, agresivo, de pedirle que se arrodillara de una buena vez precisamente para hacer las cosas como las estaba haciendo ahora.

    Como se hacían en el jodido Infierno, vamos.

    Y lo estaba disfrutando como un jodido cabrón.


    Me correspondió cada beso con aquella intensidad hasta estúpida, así como replicaba mis sonrisas. Se separó, me reflejó y se relamió con claras intenciones, aflojándome todavía más cables, pero no fue esa mierda lo que me dejó inútil.

    A sus órdenes, mi Señor~ ¿Algo más?

    Interesting to say the least.

    We are getting somewhere.

    Otro suspiro cuando volvió a usar su boca, otra sarta de maldiciones. ¿Qué si dejé de mirarla? No. Tremendo espectáculo se estaba montando la cabrona, como para grabármelo a fuego en la mente.

    Volví a llevar la mano a su cabello, deslizando los dedos bajo la liga y presionando con algo de firmeza.

    Dios, me estaba volando la puta cabeza.

    Eso, joder. Sigue así.

    Sigue.

    Sigue.

    Sigue.

    Keep going, babe.

    Envolví su cabello con el puño y me di cuenta que se me fue un poco la mano con la fuerza, cosa que no era nueva en realidad. De nuevo las maldiciones en alemán, una en inglés creo, pero el caso fue que todas me salieron en tropel cuando el cuerpo ya no me dio más, fui incapaz de contenerme o cualquier mierda y me liberé por fin.
    Los cables pelados del océano directamente se fundieron luego de enviarme el último golpe de electricidad que me corrió por el cuerpo.

    Eché la cabeza sobre el techo de nuevo, aflojando apenas el agarre en su cabello, y solté el aire bastante de golpe.

    Innegable que esa había estado buena.

    Good girl.

    Mierda, tenía la cabeza atontada, liviana y en resumidas cuentas había quedado imbécil pero con ganas. La jugada había sido magistral, no iba a quejarme por supuesto.
    Pasé saliva por la garganta, la sentía jodidamente seca y se me escapó una risa ronca.

    Bueno, ya ella se había subido al tren, ¿no?

    ¿Qué me detenía? Obviamente el raciocinio no era, porque el archivo estaba fuera de servicio.

    —Esa es mi chica —murmuré, retirando la mano de su cabello.
     
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    Gigi Blanche

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    Estaba haciendo un buen trabajo, ¿a que sí~? Ni caso había, era realmente estúpido enorgullecerme o lo que fuera de algo así, pero otra vez: ¿me importaba? Para nada. Seguiría haciendo lo que me viniera en gana con tal de arrancarle esos suspiros y maldiciones en idiomas inconexos, con tal de que ya no midiera con vara alguna y me agarrara del cabello.

    O me clavara los dedos en la espalda.

    O me mordiera el hombro.

    Lo que quisiera.


    La firmeza de su agarre fue bastante pronunciada y dolió un poco, el quejido que se ahogó en mi garganta fue prueba de ello; así y todo no me detuve, incluso me tragué las ganas de sonreír. Estaba puto mal de la cabeza, ¿no? Y juntos no hacíamos más que darle cuerda a nuestro lado irracional, impulsivo, de jodido animal o adolescente hormonal, como se quisiera verlo. Nos quitábamos la correa de cuajo y al mismo tiempo nos alineábamos, el desastre nos regresaba a nuestros ejes. No tenía idea cómo mierda funcionaba el asunto pero no iba a quejarme, la verdad, no cuando se sentía tan bien y de paso me ganaba el derecho a comérmelo~

    Me quedé quieta cuando su cuerpo finalmente respondió, sentí sus espasmos y alejé la boca poco a poco, repasando su cuerpo desde allí. Sonreí. Tenía su encanto verlo fuera de juego, no se podía negar. Mis manos le concedieron caricias suaves en la cara externa de los muslos y lo dejé disfrutar de la sensación un par de segundos, antes de dejarle un beso en las caderas y reptar de regreso. Le eché mi peso encima, que de cualquier forma no era mucho, me di cuenta que había aplastado mis pechos sobre su torso desnudo pero al pobre idiota ya ni le debía correr la neurona para darse cuenta del pequeño detalle.

    —¿Tu chica? —le murmuré al oído, un poco en broma, un poco en serio—. Ya quisieras, cielo~

    Le estampé un beso en la mejilla y repetí la mierda siguiendo un camino por su mandíbula y su cuello, hasta acomodar la cabeza en el hueco de su hombro. Solté un suspiro profundo y comencé a trazar círculos en su pecho o simplemente darle cosquillas, recuperando un ritmo cardíaco decente, digamos.

    —Contigo la lista de kinks se me expande y reduce al mismo tiempo —analicé, junto a una risa floja que vibró en mi pecho y se propagó al suyo.

    Enfoqué mi vista en el cielo, el crepúsculo lucía más intenso que nunca y del otro lado comenzaban a asomar las primeras estrellas. Esa estupidez me arrojó una noción de la hora que debía ser y me erguí para revisar mi móvil. Chasqueé la lengua.

    —Mierda —mascullé, empezando a acomodarme la ropa, y busqué su mirada de refilón—. Tengo que irme, se me hizo medio tarde para ir al trabajo.

    Lo dicho, me vestí, me solté el cabello ya que la coleta era un desastre y regresé hacia él para besarlo una última vez. Le comí la boca, venga, con unas ganas como si no acabáramos de dejarnos secos. Me separé apenas, sólo para apretujarle las mejillas con una mano y estamparle un último beso sonoro.

    Bye bye, Al~ —canturreé, dándole la espalda.

    Ni me di cuenta que al final no le había dicho nada de lo que quería hablar con él, qué puta gracia. Dejé caer la mochila al suelo y sin esperar nada salté detrás de ella, me la calcé al hombro y me desaparecí casi al trote escaleras abajo.

    Mierda, qué puta pereza tener que trabajar luego de eso.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Ante los ojos de Altan:
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    La luz de la azotea me cubrió todo el cuerpo y yo simplemente sonreí, feliz. La dejé entreabierta por sí Altan subía, y me adentré al lugar brazos estirados, teatro alzado al cielo con los ojos cerrados: Ya no razonaba, pues eso ya lo había hecho con el chico, ahora simple y llanamente buscaba sentir la felicidad genuina de un aliviador desahogo.

    Tras los cinco pasos giré con delicadeza, solo una vuelta a ojos cerrados mientras mis brazos seguían suspendidos en el aire, horizontales, siguiendo el flujo de mi torso y piernas, como sí flotara. Abrí los ojos sin prisas, buscando un lugar dónde hubicarme, sin detener el movimiento sinuoso de pies y piernas.

    No era ninguna a la vez, porque todas estábamos calmadas y aliviadas, con la consciencia limpia, por lo que en tales situaciones éramos capaz de sentir y recordar que formábamos parte del mismo ser humano.

    Aquello era asombroso. Mi giro terminó conmigo encaminándome con calma a un rincón sombreado del lugar, di un bostezo digno de oso en cuanto me deshacía de mi cárdigan. Lo tiré en el piso, acomodándolo para que cubriera la mayor cantidad de suelo posible. Una vez hecho, me acurruqué sobre el en una posición fetal relajada, preparándome para "invernar" en plena primavera por un buen rato.

    Solté las últimas tensiones con sutileza por la nariz y, antes de desconectarme por un largo tiempo, intenté reconocer algún sonido que delatara a Altan acompañándome.

    Ese simple deseo cumplido haría mi día más que perfecto.
     
    Última edición: 29 Enero 2021
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    Zireael

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    Oh well, disculpe usted por mis asunciones de niño pijo entonces.

    Mira que me sonaba a mí que migrar de Estados Unidos a Japón no era una cosa barata tampoco, no era algo que le hubiese preguntado a mi padre nunca la verdad ni nada, pero tampoco había que ser demasiado avispado para llegar a la conclusión, algo de dinero debía tener por lo menos, pero obviamente estaba orientado a necesidades más básicas y por desgracia, lo cierto es que la salud mental a veces no estaba en esa lista aunque debería.

    Un poco hipócrita de mi parte pensar en semejantes cosas.

    Enarqué una ceja cuando me soltó lo de la azotea, no dije nada y solo me limité a seguirla no tanto porque me interesara el asunto de seguir invirtiendo tiempo con ella como por el hecho de que ir arriba me serviría para fumarme un cigarro antes de clase y ya. La seguí los pasos con bastante pereza, sacando de nuevo el mecho, y no fue hasta que estuve en el rellano que saqué la cajetilla para ponerme el cigarro entre los labios y regresarla al bolsillo.

    Igual le estaba alentando ideas raras, ni idea, pero tampoco iba a tener problema en volver a aclararle las mierdas cuando hiciera falta. Así que solo seguí subiendo, empujé suavemente la puerta que la mocosa había dejado abierta y me colé en la azotea, la chica ya se había acurrucado en un rincón.
    Recorrí el espacio hasta acercarme a la reja, recostando la espalda en ella, y la mirada se me desvió unos segundos al techo donde se nos había ido la pinza ayer en la tarde.

    —No vayas a faltar a clases —solté un poco porque sí luego de encender el cigarrillo, cuando volví a hablar el humo me salió por las fosas nasales—. Más que ayudarte con la escuela directamente te van ayudar con tu japonés.

    Me había quedado a una distancia decente para que el humo no le fuese a caer encima al menos.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Mar Nieves.


    —Hmn —solté despacio a su recomendación, con la respiración calmada y profunda, almacenando sus diálogos en algún lugar cercano—. Cada vez lo creo más, eres como Jacob —proseguí en el mismo son que la exclamación, mi voz podía perderse con facilidad a causa de la ligera brisa, ignorada solo para oídos distraídos. También, había empezado a hablar en japonés poniendo en práctica parte de su consejo, aunque las palabras que desconocía las soltaba en ingles—, se ven muy toscos, serios y huraños por fuera, pero en el fondo tienen más paciencia de lo que aparentan —hablé con la suavidad y el respeto que le tenía a mi padre, ese que nunca se esfumaría por más desgracias que pasaran—. Lily lo entendía, por eso estuvieron tantos años juntos, a pesar de las posibles peleas que tuvieron.

    Solté una risita suave, sin demasiada gracia, a ojos cerrados y sin mover ni un solo músculo.

    >>Ninguno da su brazo a torcer, por lo que supongo que al ser parejas siempre preferían caminar de la mano —metaforice, intentando simplificar algo tan complejo como el amor entre dos polos opuestos—. Son de las cosas más bellas que he podido conocer.

    Un bostezo profundo, que logré cubrir con la mano sin dejar la pereza atrás.

    >>Ni idea de cuánto vaya a dormir, pero te aseguro que en cuanto pueda asistiré a clases. Margarita y Rita son unas despreocupadas, pero nosotras somos demasiado estrictas. No tan así como exigentes; Somo demasiado conformistas. Así que si, tenemos pensado aprender bien el japonés y todo el asunto.

    Otro bostezo, pero está vez ni abrí la boca, terminando en un suspiro agotado.

    —Mi otra parte es la que tiene... la consciencia más completa... Yo clasifico la información... y juntas somos Mar, porque existimos desde antes que nos adoptaran... pero yo no puedo recordar nada del orfanato, y algo nos impide intentarlo... Así que Mar se enfada cada vez... que alguien lo intenta, porque...

    Otro bostezo.

    >>No es un sentimiento bonito.

    Y no sé sí le seguí hablando, porque cuando volví a abrir los ojos ya no estaba en el cuerpo.

    Estaba en una sala aislada, sola...

    Y por primera vez me sentí abatida y triste ahí dentro.
     
    Última edición: 30 Enero 2021
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    Zireael

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    Había soltado por fin el nombre de la persona que estaba superponiendo sobre mi imagen, ¿un novio antiguo? No, cuando siguió hablando lo pesqué en el aire, tenía que referirse a las personas que la habían adoptado, sus padres dado el caso, aunque quién sabe si se referiría a ellos de esa manera en algún contexto, aunque tenía pinta de que no.

    Tremendos daddy issues, la verdad.

    Le di otra calada al cigarrillo mientras la escuchaba, había conseguido captar mi atención de una forma ridícula a pesar de que el rollo no me interesaba en sí, pero las personas de las que hablaba me recordaban a mis propios padres. Mamá tenía mal genio, parecía venirle por defecto de la sangre italiana, pero nos quería con todo su maldito corazón; de papá había heredado el archivo, la soberbia y quizás aquella estúpida necesidad de proteger a todo Dios, no estaba seguro.
    En sí papá siempre había sido una figura... Extraña, no era frío ni nada y de hecho lo veía como un amigo, le podía contar toda mierda sin que fuese a regañarme como me regañaba mamá, pero creo que era precisamente por la mente que compartíamos que siempre sentía que estaba limitándose, que no decía todo lo que podía.
    Incluso así le guardaba cariño, lo admiraba de hecho, aunque eso podía decir de ambos.

    Mamá con su capacidad artística.

    Papá con su red de información, su llave maestra.
    Corazón y cerebro.

    Se me detuvo la respiración de repente, a mitad de la exhalación del humo, y uní hilos de golpe aunque me había tardo demasiado teniendo en cuenta la supuesta capacidad con la que contaba.

    Anna.

    La artista.


    Había... Vaya cagada, ya lo había pensado, la forma en que nos movíamos y toda la mierda, lo imbécil que me ponía, las cosas a las que accedía, cómo nos veíamos desde ojos de un tercero. Anna estaba pisando un terreno que no debería, estaba revolviéndose entre conexiones que ya había establecido bien o eso creía, pero lo estaba pisando porque yo le había dado acceso. La había dejado pasar, colarse como le diera la gana, todo desde el día de la enfermería.

    Ni siquiera había sido cuando se nos fue la puta pinza en el rellano.

    Caminar de la mano entonces.

    Supongo, ¿pero qué cojones sabía yo?

    No había podido hacerlo nunca, ¿cierto? Jez no iba a aceptarme, lo supe desde hace años, había establecido un límite sin siquiera saberlo. La mierda con Kurosawa había sido puro teatro, un comodín para ambos.
    Nunca había tenido una mierda que fuese seria, acertada, que valiera la pena, y era una estupidez verlo de esa manera porque vamos, no era más que un mocoso de diecisiete años y me habían dado una mente que no calzaba con mi cuerpo. Tenía toda una vida para encontrar esas mierdas, digamos, pero es que ni siquiera había podido vivir un enamoramiento adolescente como debía ser.

    ¿Qué había hecho hasta entonces?

    ¿Liarme con un poco de estúpidos en cosa de una semana?

    What a mess.

    Terminé de soltar el humo de la calada anterior antes de dar otra, reteniendo un poco más el humo. La verdad era que de repente se me apetecía un jalón de hierba en lugar de tabaco, pero era lo que había, no iba a escribirle a Arata para esa mierda en mitad de la escuela ni nada.
    Seguí atajando las palabras de Nieves un poco al vuelo, porque me había distraído bastante con mis propias mierdas.

    Margarita.

    Rita.

    Dos.

    ¿Nosotras?

    At least four of them.

    Mar.


    Five.

    La idiota quedó frita no mucho después de terminar de hablar, al parecer se le había acabado al batería o algo así, y en realidad parecía perfectamente normal dado el caso.
    Todavía me parecía un sinsentido que me hubiese soltado a mí todas esas mierdas, de toda la gente posible, si quería un cómplice, una suerte de sitio seguro... Yo no era el mejor de los candidatos. Jez, Hodges, incluso el desastre de Kurosawa eran mejores opciones con creces, eran cálidas, maternales; cuidadoras por naturaleza.

    ¿Yo?

    Un imbécil con delirios de grandeza y cara de culo.


    Sin importa con quién estuviera comparándome eso era innegable, no era ningún buen partido bajo ninguna circunstancia, casi cualquier estúpido era una mejor opción que yo en términos generales y tenía pruebas de sobra la verdad. La mierda de Balaam era una prueba bastante contundente, cualquier ser humano con uso de razón se apartaría si llega a enterarse incluso...

    Anna.

    Jez.

    Me acabé el cigarro sin decir nada en realidad, estaba acumulando información como era usual, así que solo arrojé la colilla al suelo para pisarla. Me acerqué a la tonta de Nieves, me saqué el blazer y se lo eché encima, porque a la sombra refrescaba y la estúpida seguro se pasaba allí mínimo la primer hora de clase.
    Antes de dejar la azotea me fumé otro cigarro en un par de caladas, aplasté la colilla y volví a mirar de refilón el techo.

    Vaya insight había tenido.

    Dejé la azotea sin más, con Anna rebotándome en la cabeza y también con la mierda de Jez y el hilo conectado a Cerbero.

    Estaba meado por elefantes, ¿no?
     
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