Colección Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 10 Enero 2021.

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  1. Threadmarks: I. The dust and dirt blind us slowly
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    1367
    N/A: Eh, ya era hora (? Bueno, a partir de ahora voy a aventarme acá todos los delirios de Gakkou para no seguir petando la mesa, chale, y vamos a arrancar obvio con la pendeja que no puedo dejar estar. Wey no la estoy roleando in rol y ya la extraño un huevo, wHAT IS WRONG WH ME.
    This is canon, btw.




    The dust and dirt blind us slowly
    But give a hint of a view to make it feel alright
    And though it hurts we keep on climbing
    Cause our addictions take us from inside

    | Anna Hiradaira |
    .
    .
    .

    No tenía forma de decírselo a nadie. Se desvanecía cuando mejor le convenía y en los momentos de oscuridad, de soledad y silencio, reptaba desde los rincones hasta envolverme la garganta. Las noches largas, el techo blanco y la respiración pesada de Kakeru a mi lado. Era una sensación difícil de describir, una opresión interna que iba estrujándome los órganos uno a uno. Arrancaba en la boca del estómago, se extendía entre mis costillas, drenaba el aire de mis pulmones. Descubriría meses más tarde que ese monstruo no era el único. Había uno para cada mierda.

    O quizá se la pasara mutando.

    Mamá estaba por demás contenta con Kakeru y no la culpaba, en verdad. A sus ojos, su poco tiempo libre y su cerebro agotado, el cuadro sólo pintaba que su hija ya no estaba sola. Su hija, el bicho de circo, ese que se había retraído apenas puso un pie en aquel país extraño, por fin estaba haciendo amigos; no sólo eso, encima había llevado un novio a casa. La realidad le dejaba a la mano ilusiones demasiado tentadoras como para permitirse negarse a ellas, y no la culpaba. Kakeru representaba un problema menos del cual preocuparse y yo, bueno, yo no tenía forma de decírselo a nadie.

    Era mi peor y mi mejor secreto.

    Estoy segura que en algún punto tuvo que darse cuenta que mis juntas no eran las mejores del mundo, aunque quizá no le importó del todo o no le resultó relevante. Ella, después de todo, había sido una copia negativa de mi estupidez y rebeldía, incluso peor. Ella había agarrado una mochila y se había largado a la mierda al otro lado del puto mundo, se las había arreglado para sobrevivir hasta que topó con la gente que le salvaría no sólo el culo, también la vida. La maldita vida entera. Encontró la felicidad, el amor, todo lo que los Hiradaira siempre le habían negado, y fue gracias a eso que compartía conmigo. Pero Ema no lograba ver o entender que la rebeldía no fue la que me lanzó a la calle, a las pandillas, el alcohol y la jodida hierba. La rebeldía no me sedujo para aceptar el primer beso de Kakeru.

    Fue la debilidad.

    El miedo.

    La desesperante soledad.

    Y todo eso se convirtió en deuda.

    Una que jamás terminaría de saldar.

    Pero, una vez más, ¿cómo iba a saberlo? ¿Cómo iba a notarlo? Éramos el mismo tipo de estúpida y Japón se había encargado de sabotearnos a ambas. Nos retraímos, nos enajenamos. Nuestros puentes se derrumbaron y fuimos la maldita dinamita. Papá ya no estaba para unirnos y mediar entre el desastre que representábamos juntas, siempre habíamos cargado demasiada energía para no rozarnos sin estallar.

    Sobre el techo blanco se trazaban sombras y luces del tendido público entre las copas de los árboles, mecidos por el viento. Kakeru me daba la espalda, aún con la oscuridad era capaz de definir los trazos de sus tatuajes. Solté el aire despacio y mi mano navegó el fino espacio entre nuestros cuerpos hasta rozar la piel pálida.

    Tibia.

    Aún permanecían sobre mí, como sensaciones fantasmas. Sus brazos enredados en mi cintura, sus labios húmedos, el cabello suave. El peso de su torso, los hombros firmes, la presión en mis muslos. Siempre se dormía casi al instante, luego de besarme una última vez y girar sobre su costado. Yo me quedaba allí, regulando mi respiración, detallando las sombras danzantes. Dándole al monstruo la bienvenida, permitiéndole ceñirse a mi cuello e intentar asfixiarme.

    Viéndolo en retrospectiva, puede que el primer ataque de asma sólo haya sido su victoria final.

    Había estado meses y meses intentándolo.

    ¿Era, entonces, el mismo monstruo?
    ¿Había un jodido monstruo, en definitiva?

    ¿No era yo?
    Eres tú, Anna.

    Habíamos cenado en casa, con mamá. Ema se había echado una comida de la hostia y todo fue muy espontáneo y divertido. Kakeru y ella se llevaban bien, lo cual no me resultaba extraño considerando su facilidad mutua de conversación, y yo no me quedaba atrás. Podíamos montarnos la casita de muñecas, era tan sencillo que olvidábamos que aquello era un juego. No sabía decir que fuera incorrecto del todo, nos servía para distraernos de la mierda que siempre esperaba al otro lado de la puerta. Comíamos, bebíamos, Kakeru me acariciaba el hombro al pasar junto a mí y hacíamos bromas estúpidas mientras lavábamos la vajilla. Mamá se retiraba al baño, él aprovechaba y me atraía por la cintura para ahogar mis risas entre besos. El resto lo acabábamos en mi habitación.

    Era bueno, realmente lo parecía.

    Hasta que el silencio se asentaba, todos se dormían y yo me quedaba prendada al techo.

    Y no tenía forma de decírselo a nadie, de romper todo, prenderlo fuego y ser malditamente honesta conmigo, con él, con mamá. Las sombras danzaban, su respiración me taladraba los oídos y las lágrimas corrían en silencio. Era incapaz de perturbar la paz que el idiota había encontrado conmigo. ¿Misericordia o debilidad? Ya sabía la respuesta. La sabía y por eso lloraba hasta ahogarme, me tapaba la boca como si soñara con acabar el trabajo del monstruo y en algún momento, nunca sabía cuándo, finalmente me dormía. Bajo la luz del sol era incapaz de formular palabra.

    Y todo volvía a repetirse.

    ¿Feliz? No.

    Miserable tampoco.

    Permanecía encima de una cuerda floja lo suficientemente tensa para no tambalearse ni amenazar con cortarse, ¿y yo? Bueno, siempre había sido una experta trapecista. Puede que demasiado para mi bien. A veces era una cagada no temerle al vacío porque el jodido miedo también podía mantenerte alejado de las amenazas. Cuando se es una estúpida, maldita suicida, los monstruos te respiran a la nuca, se ensañan con ahogarte y nada, nada consigue despertarte. Hacerte reaccionar.

    Sólo un chasquido y salir corriendo.

    Pero no.

    Nada.

    No tenía forma de decírselo a nadie porque apenas abría la boca todo desaparecía, no encontraba las razones o palabras. ¿El miedo a quedarme sola sería más fuerte que el miedo al vacío? Seguramente. Puede que así hubiera funcionado siempre, sólo que apenas ahora comenzaba a notarlo.

    Pero al final era miedo.

    Siempre miedo.

    Siempre el techo blanco.

    La oscuridad.

    Kakeru dormido.

    El silencio.

    Siempre me quedaba sola.

    Y no tenía a quién decirle nada.
     
    Última edición: 10 Enero 2021
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  2. Threadmarks: II. Baby, I could come by
     
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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    2214
    N/A: pos nada, se me fue la ollita y disfruté bastante escribiendo esto. Hitori SURPRISE, SURPRISE.



    Baby, I could come by, help forget it all
    'Cause in this sticky weather, oh, it's really hard to sleep
    As you know all too well
    And when we dig together, oh, you make me feel so cheap


    | Sasha Pierce |
    | David Mason |

    .
    .
    .

    Las ruedas de la patineta se deslizaron por el cemento, recorriendo casi medio parque en cuestión de segundos. La brisa nocturna me golpeaba en las piernas, los brazos, agitaba mi cabello como una bandera o algo así. La detuve para no dejar tan atrás a Maze, que venía caminando con la botella de cerveza en la mano. Solté una carcajada fresca y me deslicé en su dirección lentamente, las rueditas repiqueteando. Apenas llegué junto a él intentó robarme la gorra que llevaba puesta al reverso, pero conseguí esquivarlo de un movimiento rápido sin perder el dominio de la patineta. Me alegraba haber empezado a andar de vuelta, la verdad, en Sydney había sido moneda corriente para moverme de acá para allá pero en Japón lo había dejado. Nunca supe del todo por qué.

    Seguimos andando a ritmo tranquilo, Maze sobre sus pies y yo sobre las ruedas. Detallé sus movimientos de soslayo al llevarse la botella a la boca y notó mi mirada insistente, comprendiendo el mensaje. Soltó una de sus sonrisas, esas relajadas, puede que algo burlonas, y me pasó la bebida sin peros. Le di un par de tragos largos, manteniendo luego el agarre sobre el cuello del envase al tomar impulso y adelantarme un par de metros.

    —¡No de nuevo, Sash! —se quejó Maze, sobre el silencio de la noche ni tuvo que alzar tanto la voz—. Es solitario aquí atrás~

    Su comentario me arrancó otra risa y seguí deslizándome aquí y allá, un poco a la deriva pero siempre cerca suyo. Él iba en línea recta, con las manos en los bolsillos y me observaba andar de tanto en tanto. No era estúpida, sabía que lo hacía y puede que una de las razones por las cuales no dejaba el culo quieto fuera esa.

    Para que me mirara.

    —No tienes idea el tiempo que hacía de la última noche libre que tuve —solté, acercándome para pasarle la botella.

    Él la aceptó con una sonrisa y su voz resultó suave a mis oídos, similar a una caricia.

    —Me imagino, si te la pasas trabajando.

    —Ugh, sí. —Resoplé, aunque justo pasé frente a él adrede cuando se estaba empinando la bebida y lo obligué a frenarse en seco, casi acabó tosiendo; me dedicó una mirada ligeramente molesta y solté otra carcajada—. A ver, ¿tengo una noche libre y decido pasarla contigo? Considérate afortunado, hon.

    Maze suspiró y no movió un músculo hasta que estuve a una distancia prudente. Retomó la marcha al ritmo usual y le dio un par de tragos a la cerveza, recuperando la ligereza usual.

    —Créeme, soy perfectamente consciente de cuánto me sonríe la fortuna~

    Le sostuve la mirada un par de segundos, no por nada en particular, sólo pasó y ya. Al final el contacto lo rompí yo, soltando una risa nasal, y dejé la patineta quieta para acompasarme a su ritmo. La enganché en mi mano y le lancé un vistazo divertido que él cazó al vuelo, alzando una ceja. Otra risa vibró en mi pecho.

    Últimamente me reía mucho, ¿eh?

    —¿Te gustaría intentarlo~? —ofrecí, indicándole la patineta.

    —¿Eh? —Enarcó la ceja restante y negó rápidamente, regresando la vista al frente—. Nah, no soy muy ducho con deportes y esas cosas.

    —Ow, ¿te da miedo rasguñarte esa carita de bebé~? —lo molesté, estirando la mano libre para picarle la mejilla.

    Él arrugó la nariz y me apartó de un manotazo que realmente no fue brusco ni nada, cuando hacía esas expresiones de veras me recordaba a un niño y me daba ternura. Puede que lo molestara sólo por eso. Nos reímos a la par y regresé el brazo a mi espacio, aunque no perdí detalle de la forma en que había prolongado el contacto un poco más de lo necesario.

    Vamos, cariño.

    Si quisieras tomarme de la mano o algo sólo tienes que pedirlo.

    O hacerlo.

    Aproveché el movimiento para correrme el cabello tras la oreja y llevé la patineta al frente, para sostenerla con ambas manos sobre el regazo. De veras andaba muy poca gente en el parque a esa hora, seguro también influía que fuera día de semana. Ni siquiera era buena idea andar haciendo el idiota si a la mañana siguiente había clases, vamos, pero las últimas semanas había aprendido a descomprimir. Maze era relajado y bueno, me había contagiado un poco sus manías de mala influencia.

    ¿Salir de noche con la patineta a beber cerveza en compañía de un muchacho?

    Vamos, Sasha, ¿y eso?

    —Mañana quizá pase por tu trabajo —murmuró en el tono liviano de siempre, buscando mis ojos de soslayo—. Tengo que matar algo de tiempo y bueno, si me invitas un café ya me conquistaste~

    —Tú sólo quieres cosas gratis —le reclamé, lanzándole un puñetazo sin fuerza al hombro, y nos reímos—. Claro, hon, eres más que bienvenido~ A ver si me haces la mierda un poco más llevadera.

    —¿El idiota ese sigue molestándote?

    Yeap, always.

    Jerk.

    Absolutely.

    Maze no era un tipo exactamente evitativo pero tampoco se metía demasiado. Ya me había lanzado en su momento, una o dos veces, la idea de cambiar de empleo, y ahí estábamos así que bueno, el silencio nos rodeó. No me molestaba, sin embargo, ninguno de los dos se sentía incómodo y eso era más que evidente. Seguimos recorriendo aquel enorme parque sin objetivo concreto, sólo matar el tiempo y echarnos un rato juntos. Ya casi nos habíamos bajado la botella de cerveza.

    —¿Dónde la conseguiste, otra vez? —pregunté, luego de darle un trago.

    —Eh, tengo mis contactos acá y allá~

    Soltó la mierda tan al aire que era obvio no pretendía decir más. Me detuve, obligándolo a girarse hacia mí, y recibí sus jades de lleno. Nunca, jamás perdía aquella sonrisa liviana, como si fuera su arma, su escudo, whatev.

    —No vas a decirme, ¿no?

    —Nop~

    Pff. Resoplé, dejando las cosas en el piso, la patineta y la botella, y me adelanté hasta acortar la distancia. Sujeté su sudadera con ambas manos y lo sacudí sin fuerza, arrancándole una risa floja. Lanzó los ojos al cielo y yo le insistí, casi en un ronroneo bajo.

    —Anda, dime.

    —¿Por qué quieres saber?

    —Siempre tengo problemas para conseguir alcohol —confesé, fue más bien una queja infantil—, pero tú no y quiero saber tu secreto.

    —Oh, mi secreto~

    Seguía jugando conmigo. Le sostuve la mirada con una tenacidad hasta estúpida, aunque su sonrisa me crispara un poco, poquito los nervios. Lo cierto era que sólo intentaba dar con una buena idea para hacerlo hablar, pero estaba fallando y mientras más se fruncía mi ceño, más divertido lucía él. Una mala combinación, ciertamente.

    —Eres un aburrido —volví a quejarme, dándole unos golpecitos en el centro del pecho.

    Maze aprovechó el movimiento para atrapar mi mano al vuelo y se aferró a ella. Lo miré algo confundida pero no tardé mucho en comprender sus intenciones. Retrocedió un paso y me instó a dar una vuelta sobre mis talones. Giré, riéndome, y el cabello acabó rebotando sobre uno de mis hombros. Apenas volví a enfrentarlo se ocupó de recortar la distancia y me sostuvo por la cintura, estirando nuestros brazos unidos.

    —Pero bueno —solté, divertida, y su sonrisa lució cierta nota de picardía.

    —Bella señorita, ¿me concedería esta pieza~?

    —¿Tengo opción?

    Compartimos brevemente la gracia y comenzó a moverse sin más. Tenía soltura y fluidez, el cabrón, hasta me lo imaginaba bailando cualquier canción que le sonara en el móvil mientras limpiaba, cocinaba, lo que fuera. Quizá se hubiera unido al club de danza para pasársela rodeado de chicas, porque a mí no me engañaba, pero lo cierto es que la pasta igual la tenía.

    En cierto punto nos pasamos al césped aledaño del camino, era mullido bajo mis sneakers aunque tuvimos que esquivar algún que otro árbol. Era un vals de lo más triste y descoordinado, puede que no me hubiera dado cuenta hasta entonces del suave efecto del alcohol, pero en fin. Ciertamente no nos interesaba la excelencia. Maze se había metido de lleno en el papel de príncipe apuesto, con la barbilla bien alta y las manos adecuadamente posicionadas, incluso iba tarareando la clásica canción que pasaban en las fiestas. Yo no era tan dramática como él, no me resultaba tan fácil montarme teatros enteros o hacer el idiota, pero le seguía el ritmo o al menos lo intentaba entre las risas.

    La patineta me había quedado tirada bajo el alumbrado público y honestamente me importaba poco y nada, ese era el efecto que Maze solía conseguir conmigo. Me acompasaba a su ritmo, me contagiaba la despreocupación y bueno, lograba disfrutar un poco de la adolescente que debería ser en condiciones normales. Le había tomado el gusto.

    —¡Babe, watch out! —exclamé, notando que estaba por chocar contra un árbol, y por mero reflejo lo jalé hacia mí.

    Maze se rió y afianzó la presión en torno a mi cintura. Pude sentir las yemas de sus dedos, una a una, a través de la sudadera. No regresó a nuestras posiciones originales, permaneció allí y podría jurar que lo oí sonreír cerca de mi oído. Me quedé quieta, atenta a sus movimientos, y entrecerré un ojo en cuanto la cercanía fue tal que su cabello me hizo cosquillas en la mejilla. Era de un tono similar al mío y olía a shampoo. La mente me había quedado en blanco.

    ¿Detenerlo? ¿Para qué?

    ¿Tomar yo la delantera? ¿Para qué, otra vez?

    Fueron apenas un par de segundos, aunque parecieran eternos. Agachó el rostro hacia mi cuello, lo hizo con toda la jodida intención, pude sentir su aliento tibio y allí se detuvo.

    —Kabukicho.

    Abrí los ojos, ni idea cuándo los había cerrado. Los abrí al oír su voz, sonó como traída de otra dimensión y pestañeé, organizando mis ideas.

    —¿Eh?

    —El alcohol lo consigo en Kabukicho —me explicó, enderezándose para hablar directo sobre mi oído—. Pero prométeme que si quieres ir, me dirás así te acompaño~

    Arrugué el ceño, recobrando noción del espacio y qué se yo, y me di cuenta que tenía las manos colgando como una estúpida, inertes. Las alcé entre nosotros para presionarlas sobre su pecho y apartarlo suavemente. Maze no opuso resistencia, conectó con mis ojos de inmediato y mierda.

    Qué putas ganas de comerle la boca.

    —¿Y eso por qué?

    Igual le seguí el tema de conversación. Él se encogió de hombros, risueño, y me echó un brazo sobre los hombros para ir volviendo al camino central. Me dejé guiar sin resistencia alguna.

    —Tienes que saber con quién hablar y en qué términos, puede ser duro para un rookie. Pero eso, ¿un café por una cerveza? ¿Qué me dices~?

    Suspiré, recuperando mi sonrisa usual, esa que se debatía entre la simpatía y coquetería, y le eché un poco de peso encima durante la caminata.

    Sure, hon.

    Le estiré el meñique, lo entrelazó con el suyo de inmediato y me concedió una sonrisa amplia, de ojos cerrados. Despedía hasta un brillo pueril y no pude contener la risa. No era burlona ni condescendiente, estaba más bien cargada de ternura y una pizca de incredulidad. ¿Cómo hacía para ir saltando de espectro a espectro como le venía en gana?

    Era un jodido zorro.

    Claro que lo sabía.

    —Yay~ Por fin probaré los capuchinos de Sa-chan~

    ¿Me importaba?

    Obviamente no.

    —Vamos, cielo, tampoco te ilusiones mucho que no son la gran cosa.

    Como si fuera a esperar más de lo que podía darme.

    Como si fuera a no saber vivir sin un jodido hombre.

    —Eh, ¿y esa falsa modestia? Es inusual viniendo de ti~

    Solté una risa fresca, ligeramente áspera, y lo aparté de un empujón juguetón para recuperar la patineta y empezar a caminar. Él se encargó de la botella, meciéndola de acá para allá.

    —¿Me acompañas a casa? —le pregunté.

    Sure~

    Nos divertíamos y ya.

    ¿Qué de malo podía haber en eso?
     
    Última edición: 11 Enero 2021
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  3. Threadmarks: III. Oh God, you're far from being peaceful
     
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    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    2530
    N/A: como nunca controlamos a nuestros pendejos y las cosas se nos van de las manos en los momentos menos convenientes(? pasan estas cosas. So, esto es canon y ocurre luego de que la campana del receso suena y tal. Engancha inmediatamente después de este post, de hecho lo adapté para incluirlo en el fic. Me super toretticé, btw (? Amane HOLA
    Advertencia: contenido de escenas sexuales explícitas.




    I want and need your constant evil
    Ripping off your top that's see through
    Climbing up on top of me

    Oh God, you're being far from peaceful


    | Joey Wickham |
    | Alisha Welsh |

    .
    .
    .

    La campana se reprodujo desde algún punto de la Academia, su tono pausado y modesto indicando el regreso a clases. Su sonido se acercó y retrocedió producto de la brisa que soplaba en la azotea y no pudo importarme menos, mi cerebro lo arrojó a algún rincón oscuro apenas ingresó a su archivo.

    Oscuro.

    El sol brillaba con fuerza, pero definitivamente estaba oscuro.

    Lo único que se antepuso a la campana fueron los suspiros interrumpidos de Alisha, entre beso y beso. Su respiración pesada, alguna que otra risa ronca, los gemidos reptando por su garganta. Había clavado los dedos en su trasero y la jodida no tardó ni medio segundo en comprender la orden, ejecutando un hondo vaivén con sus caderas. Gruñí contra sus labios, fue áspero pero su lengua era jodidamente suave. La busqué una y otra vez, empujándola a veces, rozándola otras.

    Estábamos en la puta azotea de la escuela comiéndonos la boca sin una mínima pizca de decencia.

    Alisha me rodeó el cuello con las manos, extendió los pulgares y sonreí, mordiéndole el labio inferior con fuerza. Eso le arrancó un gemido ahogado y sentí la presión que ejerció en la zona por mero reflejo, seguramente. Entreabrí los ojos justo cuando volvió a lanzarse sobre mi boca, lo suficiente para repasar su expresión contraída y darme por satisfecho.

    ¿La cabrona se había echado un mañanero y ya estaba a toda máquina de nuevo?

    Joder, qué insaciable.

    Despegué la cabeza de la reja un par de segundos cuando Alisha se alejó de mis labios, fue un efecto imán que controlé de inmediato y volví a relajar el cuello, allí donde ella ya había aflojado las putas ganas de ahorcarme o algo. Ni que fuera a negarme si le apetecía montarse el rollo, seguro me ponía y todo.

    Cualquier mierda me pondría, dadas las condiciones.

    —¿Qué pasa, cariño? —me susurró encima, su voz se arrastraba un par de notas por debajo de lo habitual y sonaba agitada; coló las manos en la abertura del blazer para quitármelo y bueno, la dejé hacer—. Needy? ¿Hace mucho desde la última vez?

    Solté una risa ronca, meneando la cabeza y sin quitarle la vista de encima. Alisha lanzó el blazer por ahí y levanté una mano de sus glúteos sólo para enredarla entre la cascada dorada. Afiancé el agarre con cierta maña. La vi comprimir el gesto ante el chispazo de dolor, probablemente, y de inmediato le salió la jodida sonrisa de depredador.

    ¿Que había dicho? ¿Que a la mañana había sido rough?

    Oh, cariño, sabes que puedo redoblar la puta apuesta.

    —No voy a mentirte, Ali-chan —respondí en un tono pesado, mientras ella me desabrochaba los primeros botones de la camisa—. He estado fuera de juego un tiempo~

    Se lanzó a mi cuello sin demasiados preámbulos ni dejar de remover la prenda y yo me aferré a su cabello con más ganas, alzando la barbilla para dejarle todo el espacio que quisiera. Un suspiro denso me descomprimió el pecho, Alisha aprovechó la abertura de la camisa para continuar el reguero de besos hasta mis pectorales. Dejé caer la cabeza en la reja, suspirando, mientras la mano que había mantenido en su trasero comenzó a acariciar su muslo. Se detuvo, entonces, y busqué sus ojos.

    How can I do it, hm~? Puedo hacerlo de muchas maneras, ¿sabes?

    Hija de puta, sabía lo que me ponía hablar en inglés. Su azul opaco me sostenía la mirada desde ahí abajo, contra mi pecho agitado, y sentí sus movimientos en mi pantalón. Relajé el agarre en su cabello sólo para abarcar aún más cantidad, apretarlo y tensar la mandíbula casi en reflejo, sonriéndole de lado.

    Tell me what you want —agregó—, and maybe I’ll do it like that~

    La cabrona bajó el cierre y coló una mano dentro, presionándose contra mi entrepierna endurecida sin mayor problema. Me tragué un nuevo suspiro y, en su lugar, se me escapó una risa ronca. Me incliné hasta alcanzar su rostro y la obligué a alzar aún más la barbilla, jalándole del cabello.

    Suck it —demandé, en un susurro bajo y áspero.

    La jodida sonrió con tanto gusto que se asemejó a un auténtico felino. Tomó el impulso necesario para atrapar mis labios y volvimos a comernos la boca, ella no dejó de estimularme y yo también colé la mano entre nosotros para alcanzar sus bragas. Presioné su clítoris sobre la tela, lo froté rápidamente en círculos y luego en línea recta, sosteniéndola del pelo con tanta fuerza que no podía separarse ni medio centímetro. Tuvo que ahogar todos los jodidos gemidos contra mis labios, haciéndome perder la puta cabeza. Su boca abierta, húmeda, tan ruidosa y jodidamente excitante, buscando mi lengua por pura maña. Fue un deseo que no le negué hasta que la dejé ir de repente, jalándola hacia atrás, y en cambio la insté a bajar la cabeza.

    Bajarla y bajarla.

    Alisha no se negó. Ancló ambas rodillas a los costados de mi cuerpo, arqueó la espalda y sacó mi miembro por la abertura del calzoncillo. Lo siguió estimulando un par de segundos, de arriba hacia abajo, arrastrando las uñas de la mano libre por mi torso entero. Eran filosas y dejaron un camino enrojecido, serpenteante. Liberé un suspiro pesado, sin soltarle el maldito cabello, y le clavé los dedos en el muslo. La oí gemir y finalmente le dio una lamida pronunciada, desde la base hasta la punta. Repitió el movimiento un par de veces, sin dejar quieta la mano, hasta que se lo metió a la boca. La reja rebotó bajo el peso de mi cabeza y seguí soltando jadeos inconexos, con el pedazo de trabajo que estaba haciendo la hija de puta. Era húmedo, caliente y tan apretado. Su lengua jugó como le apeteció, presionándose sobre la cabeza, estimulándola, recorriéndolo de punta a punta.

    So dirty, Ali-chan~

    Y estábamos en la puta azotea.

    Podía aparecer cualquier imbécil en cualquier momento.

    Luego de un rato se separó, secándose la boca con el dorso de la mano y la sonrisilla divertida pegada al rostro. Había dejado ir su cabello sin darme cuenta, la miré a los ojos apenas un instante y enganché su cintura para pegarla a mí. Reaccionó con un gemido corto, mezcla de sorpresa y qué sé yo, que se convirtió en un suspiro extenso al hundirme en su cuello. Me aferré con los dientes, gruñí y succioné, marcándola aquí y allá. No dejé un maldito centímetro de piel sin besar, lamer o mordisquear. Desde la base, debajo de su mandíbula, luego la curvatura. Se quitó el blazer a toda velocidad y corrí la tela de la camisa, de por sí bastante floja de botones, para proseguir sobre la línea de su hombro. Fue arqueando la espalda, dejándome espacio, mientras bajaba. Me deshice de los últimos botones para lamer la loma de sus pechos y quitar uno de la copa del sostén, llevándomelo a la boca de inmediato. Alisha echó la cabeza hacia atrás y las puntas de su cabello me hicieron cosquillas entre los dedos, enterrados en su cintura. Rodeé el pezón, lo besé y estimulé con la punta de la lengua, de a movimientos rápidos y continuos. Los gemidos de Alisha ya se escuchaban por toda la azotea, jodida ruidosa que era, y se me escapó una risa breve al separarme lo suficiente para alzar el rostro y hablarle.

    —Shh —susurré, irguiéndome para obligarla a incorporarse conmigo del suelo—. Van a oírte, preciosa.

    Volví a enganchar la mano en su nuca y le devoré los labios, ella se presionó contra mí y me mandó de bruces a la reja, de la cual se sostuvo y que cedió brevemente al impacto. Busqué su lengua, me la concedió, gimió y me siguió besando. Busqué su pierna, la elevó sin oponer quejas y la choqué con mis caderas, recibiendo una respuesta similar. Busqué hacerme con un puñado de cabello, lo conseguí y tiré fuertemente. Estábamos tan puto desesperados que igual nuestros movimientos calificaban un poco de erráticos. Dejé ir su muslo así como lo había sostenido para colar las manos debajo de la falda y volver a enterrar los dedos en su trasero. Otro gemido, otro choque violento de caderas.

    Me la llevé en banda, inútil como tenía el cerebro, para presionarla contra la reja y meter la mano entre sus bragas. Estaba tan jodidamente húmeda que me anulé por completo y le enterré dos dedos dentro, bajando la cabeza hasta morderle el cuello. Alisha se aferró a mi cabello y profundizó el alcance, marcando un vaivén frenético que sólo me siguió enloqueciendo. La masturbé con una velocidad estúpida hasta que removí los dedos y la obligué a darse la vuelta. Enganché las manos en sus caderas, las alcé y le levanté la tela de la falda para darle una nalgada. El impacto resonó agudo y seco en el aire y Alisha gimió. Se había aferrado a la reja con ambas manos y busqué el condón que llevaba en los bolsillos del pantalón, hecho un bollo en el piso, entre mis piernas. Nuestras respiraciones agitadas se habían silenciado en una suerte de expectativa tácita. Volví a buscar sus caderas, alzándolas aún más, y le corrí la tela de las bragas a un costado.

    You like it rough, you say —solté en un tono extraño, bajo y áspero, casi amenazante—. Well, let’s see if that’s true.

    La penetré sin anuncio ni consideraciones, la mierda de que un imbécil había estado allí precisamente esa mañana me rayó el cerebro con una intensidad insoportable y la embestí como el condenado hijo de puta que era. Alisha gimió y gimió, moviéndose a ritmo para profundizar el contacto.

    Sí que le gustaba.

    Jodida cabrona.

    Enterré los dedos en sus caderas, le di una nalgada con toda la fuerza de mi muñeca y la seguí follando. Sentía las gotas de sudor corriéndome raudas por la espalda, el maldito calor asolándome el cuerpo entero, y sólo me inyectó una adrenalina insana. Tensé la mandíbula, tanto que dolió, y mis jadeos se entremezclaron con los sonidos de Alisha.

    Por un breve instante reparé en sus nudillos enganchados al entramado de la reja absolutamente blanquecinos y una sonrisa de lobo se expandió por mi rostro como el jodido cáncer. Ya había empezado a pedirme cosas en inglés.

    Yeah, Joey.

    Just like that.
    Keep going.
    C’mon, fuck me harder.

    Harder.

    Harder.

    Harder.

    La dejé ir, un poco de repente, me separé para tomarla por los hombros, lanzarla sobre la reja y volver a enterrarme en ella. Ella alzó una pierna y la cacé al vuelo, profundizando las embestidas. Ahora podía ver hasta la última de sus expresiones y mierda, qué puto talento para fundirme la neurona. Siguió gimiendo justo contra mi boca, entre los pedidos inconexos y la necesidad por oxígeno. Siguió soltando mi nombre y siguió empujándome al puto borde del risco.

    Me la estaba follando.

    Luego de haber pretendido hacerle daño.

    Me la estaba follando y, joder.

    Cómo lo estaba disfrutando.

    Sus manos se enredaron en mi cuello, usándome de soporte para impulsarse un par de centímetros más arriba y poder descargar sus movimientos con mayor ímpetu. La dejé hacer, enganchando la mano libre en su cintura, y mierda, no dejé de follármela ni un maldito segundo.

    Su puta madre la iba a soltar.

    Fue bastante largo, lo suficiente para dejarla inútil y hasta exhausta de gemir. La embestí y la embestí, Alisha comenzó a temblar entre mis brazos y sólo me detuve cuando sentí la jodida explosión sacudiéndome hasta la última terminal nerviosa del cuerpo. Ella ya había acabado.

    Aflojamos el agarre en torno al otro, desesperados por oxígeno. Había dejado caer la frente en su hombro y besé su pecho descubierto de pura maña una última vez antes de salir de ella y alejarme. Alisha soltó una risa floja, secándose aquí y allá, acomodándose el uniforme. Yo me encargué de lo mío en silencio.

    Bueno, muy romántico nunca había sido.

    Una vez me subí los pantalones, los abroché y empecé a abotonarme la camisa, busqué el móvil que había dejado tirado en el suelo y comprobé que tenía un par de mensajes nuevos. Era ese pedazo de cabrón, ¿verdad? Follándose a una mientras quedaba con otra.

    Sí.

    Siempre había sido ese cabrón.

    Era una respuesta afirmativa bastante concisa, de modo que le envié un sticker de un perrito y ahí quedó. Me corrí el cabello de la frente, suspirando con pesadez, y recorrí a Alisha con la mirada. Estaba… bastante presentable.

    Ahora que la calentura se me había bajado volví a ser capaz de enfocarme en toda la mierda podrida que llevaba encima.

    Well, well —murmuré, enganchando el blazer en mi brazo y enterrando las manos en los bolsillos—. Back in game, I think.

    Alisha me concedió una sonrisa satisfecha y asintió, prácticamente ronroneando.

    I can guarantee it~

    Me permití una risa floja, meneando la cabeza, y enderecé mis pasos de regreso a la escuela.

    You’re welcome~ —canturreé al aire, desapareciendo por la puerta.

    Hijo de puta.

    Sin importar cuántas veces lo pensara, daba igual.

    Sería real todas y cada una.

    Porque era un hijo de puta.
     
    Última edición: 17 Enero 2021
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    Amane

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    HOLA

    Ya sé que tengo que leerte los otros dos y comentarlos y LO HARÉ en vacaciones seguramente PERO ES QUE SABES QUE SOY JODIDAMENTE WEAK POR ESTOS DOS ESTÚPIDOS Y ESTO ME DEJÓ TAN JODIDAMENTE FANGIRL QUE TENGO QUE COMENTARTE. So hagamos como que esto va a parte y ya (????

    SO ANYWAYS.

    Dios, confirmo que NO controlamos a los pendejos sis CUZ yo de buenas a primeras iba a hacer que la pendeja se fuese, luego dije: venga, que se fume su cigarrillo y después se va, y luego iba pensando todo el rato que podría parar la estupidez PERO LUEGO ME PONÍA A ESCRIBIR y su horny ass me susurraba cosas y luego me dices: sabes, estos bien podrían no irse si suena la campana y yo así de: damn bitch sabes qué you so damn right Y ASÍ ACABÓ LA COSA Y OMO TE DIJE: ME LO ESPERABA? NO. ME ARREPIENTO? NI DE PUTA COÑA.

    I missed them being these kinky and horny asses también, no te voy a mentir. SO ANYWAYS, CITAS? CITAS.

    Es que their kinky asses. Aunque sabes? Estuve pensando anoche que en verdad me resulta raro pensar que no lo han ya alguna vez ahí. Bueno, a lo mejor follar directamente no porque les riega un poco la neurona, ¿pero comerse la boca? Lo veo habiendo pasado (?)



    Solo porque eres tú Lord Wickham, que puede echar todos los polvos que quiera y nunca llegarán a ser como los que se echa con él u///u so obvio se me iba activar en nada la jodida por culpa del estúpido, she is so weak for him lmao

    No sé por qué pero esta imagen me resultó bien sepsi and i cried, let's continue

    MIRA SIS cuando estaba haciendo el post y de repente la niña me susurró que quería rodearle el cuello a joey yo estaba así de: sorbito, cuz her chocking kink on fucking fire idek anymore. Y ENCIMA como sabemos que el otro se avienta a todos los kinks que ella tire y viceversa fue como: cero dudas de ponER ESTO VENGA



    OF COURSE WE KNOW *sorbito* por algo lo dijo la pendeja obvio (?)
    Nosotras: es que ali-chan es estúpida diciendo lo del alemán
    also yo: es cierto but at the same time siento que solo ha ganado (????

    Ah sí, casi se me pasa su jodido kink con el pelo. MIRA, bendito sea el champú que granny Rose le compra a la pendeja porque la fuerza que tiene ese pelo te lo puto prometo. Aparte de que me lo imagino todo suavecito y brillante, sabes? pero bueno, eso es otra cosa que nada que ver (?) the point is que es resistente y gracias a diosito (???

    SIS CUANDO LEÍ ESTO?????????????? LIKE NO ME LO ESPERABA BUT I WENT ALL FERAL Y OBVIAMENTE SABÍA LO QUE SE VENÍA Y MIRA. Also, es que akjdsakdba Ali-chan escucha el suck it con su acento y qué va a hacer???? pinches decir que no???? como si no estuviese perdiendo las bragas ahí mismo por eso.

    Como no me importa exponer en público todos mis kinks pues vengo a decir que esto especialmente me gustó porque:
    que se baje voluntariamente a hacer la felación: okey
    que él la tengo agarrada del pelo y la obligue a bajar a hacer la felación (obviamente cuz ella se deja, todo consentido): THAT'S FUCKING FINE.

    No sé, al caso, que le añade como más spice a la cosa y yo living cuando sucede, NO ME ESCONDO.

    Accurate and also me hizo pensar en la canción que has dejado y mira yo grito, cuz que no se note que otra cosa que me gusta mucho es la pendeja arañando a todo dios like sis why you so rough for??



    Que guarra es I LOVE HER.

    ALSO SÍ DIOS AJAJ yo pensé que like, bueno, estaban medio seguros porque se supone que nadie iba a subir a la azotea siendo que están en clases, pero ya sabemos como el sakura está lleno de pinches pendejos so hubiese sido gracioso (no) y tal PERO VENGA yo sé que los jodidos cabrones tenían la idea de que podía aparecer alguien y lo único que pasaba es que se ponían más cachondos porque es que encima muchas pruebas y cero dudas de sus exhibicionist asses.

    Nada, que va a acabar con el cuello que va a parece eso una paliza gitana AND IM IN.

    Es que no falla la estúpida. Que ya te digo, si es ruidosa de normal siempre gritando y así, pues obvio en el tema también se le escapa de las manos y qué, así la queremos, super obvia y ruidosa (?)

    Polvos que Ali-chan ha hecho in rol (roleados o fic): 4 / Polvos en los que a Ali-chan se la follan con la falda puesta: 3
    Que me encanta you know cuz idk, me parece kinda sexy cuando no se desnudan del todo no sé (?) pero igual me hace toda la puta gracia qué sé yo (? acabo de recordar que eso también lo comparte con anna a medias, tendré que añadirlo a la lista(?)

    Y luego la nalgada obviamente no podía faltar y yo living qué te digo. Wickham domíname la vida por favor im so weak for you idc

    Como si no lo puto supiese ya el cabrón JAJAJA si yo creo que él es el que más rough se lo hace siempre, por eso le gusta tanto (??

    Honestly c h i l l o. Cuz yeah, idk, igual ambos saben que son unas putas y se la pasan follando con todo dios pero el hecho de justo saber que hacía UNAS HORAS se la habían metido tbh i get it boy (?) recupera lo que es tuyo lord wickham (?? OKNO

    no sé por qué me recordó a cuando suzu en la follada le comió el coño o no sé y pensó que joey había estado ahí miles de veces y yo así de: well that's right pero también tantos otros (??



    Also añado que siempre me gusta cuando Pau insulta a Ali en sus posts o fics lmao but like cosas así de que estúpida o una hija de puta cuz it's true, y luego he pensado que igual no te he leído a ti haciéndolo o si lo has hecho ha sido poco y aquí sí que lo has puesto un par de veces y nada que yo feliz (???? QUE POCO QUIERO A MI HIJA AJAJAJAJ bah she deserves



    Im horny again wtf SIS es que me la imaginé, ME LA PUTO IMAGINÉ, y kajsdnas PORQUE ENCIMA es dios. Te acuerdas que yo os dije sobre los acentos que estudiaba de américa and so on?? Bueno pues en el sur de estados unidos tienen un acento un poco más parecido al británico, por no pronunciar las 'r' y todo esto, asumo que porque por esa zona pues estuvieron primero asentados los peregrinos idk, la cosa es que por la zona de chicago tienen acento de norte y ese es como mucho más americano, like pronunciar las 'r' y todo eso ENTONCES me hace mucha gracia haberla hecho de ahí y que su acento sea tan de puta gringa y TAN DISTINTO al de Joey y siento que se le saldría mucho en plena follada, cuz no pensaría mucho en hacer que sea comprensible (? Y nada, imagina ese harder con la r toda marcada, ugh im weak.



    Te lo prometo, no pensé que fuesen a volver a follar con normalidad después de todo, DE HECHO, no pensé ni que fuesen capaces de pasar el receso juntos con tanta normalidad pero then no sé como hicieron sus mierdas y míralos de nuevo ahí JAJAJA es que es lo que siempre ponemos en los posts, que lanzan sus mierdas ahí al puto fondo de nuevo y siguen como si nada Y MIRA sé que no es healthy en absoluto pero KINDA que me alegra que lo hayan hecho con esto también porque por jodido que sea, es como es su dinámica, y en realidad tenía miedo de que si no eran capaces de seguir con esa dinámica todo se iba a la mierda pero míralos, ali solo necesitaba un polvo y joey comerle la boca a kat para que volviesen al asunto lmao

    ANYWAS

    la blondie también lo ha disfrutado como una perra, eso lo puedo puto confirmar.

    es que encima tenían que tenerse unas ganas desde lo del lunes que no es ni medio normal sabes? i just feel it in my guts.

    aunque lo haga por pura costumbre y tal, la verdad es que me sigue pareciendo kinda cute idk, que no haya sido literalmente solo la follada idk cuz they still like each other (?)

    Lo que dijimos anoche, el pinche entró ya en su modo full fuckboy jugando a tres bandas y mira que está mal pero como lo puto adoro no es ni medio normal, i like seeing him in action (?) Al fin y al cabo, no es como si la otra no hubiese hecho lo mismo so (???

    WHAT THE HELL CON ESTA CONVERSACIÓN ME PARECIÓ TODA SEXY???? No sé pero yo creo que Ali en el fondo realmente está un poco proud de verlo decir eso. Que sé que igual no significa nada y que sigue en su mood de mierda y todo eso, y ella también se va a dar cuenta, pero still es como: mira, hemos echado un polvazo impresionante como lo de antes so la esperanza no se pierde o algo así (?)

    EN FIN

    PEDAZO DE RANT ME SOLTÉ PERO ES QUE SIS LO DISFRUTÉ COMO UNA ZORRA ISTG Casi tanto como Alisha disfrutó la follada en sí (??? Y mira, ya sé que hemos dicho que podemos vivir sin ellos y todo eso cuz well i know, no son ninguna clase de otp ni nada, al fin y al cabo son solo follamigos y en cualquier momento es podría irse a la mierda PERO LA COSA ES QUE luego los leo juntos y entro en un modo tan feral que no puedo explicar lo mucho que me gustan, idk. Se coordinan tan jodidamente bien, y ali no tiene la ira esa de kat que los lleve a un angry sex impresionante que todos adoramos, but still no siento que lo necesiten idk, no para ellos cuz van como aparte a todas las demás folladas. O igual solo soy yo que soy una biased por ellos.

    ANYWAYS

    Que Dios, de verdad que me puse toda contenta cuando los vi haciendo de nuevo el estúpido en la azotea y me hubiese quedado feliz solo con el teasing tbh PERO LUEGO nos controlaron sus horny asses Y ME DIJISTE QUE TE IBAS A AVENTAR UN FICAZO Y YO LEER UN FICAZO TUYO DE ELLOS ?????? I DIE EVERYTIME, TÚ LO SABES. Y gosh luego mi neurona decidió despertarme justo cuando lo aventaste y perder las bragas a las 7 de la mañana pues mira, woRTH. Y nada, lo que te dije, que dijiste que podíamos decidir si hacerlo canon y yo pensé: sis, hagas lo que hagas sé que voy a querer hacerlo canon wth. Encima like siempre manejas super bien a la estúpida y a su relación con el lord así que sabía que no iba a ponerte ninguna queja PERO ES QUE ENCIMA TE SALIÓ TAN PRECIOSO QUE YO QUE SÉ, LLORO? LLORO.

    Y yo que sé qué mas, que te adoro Y AAAA *c la come a besitos* que gracias por aventarte otro ficazo de los estúpidos, idk, i love it. Y te comentaré los otros, i swear

    *huye rodando* la pendeja no se va a poner a quejarse de las pruebas después de dos folladas sola (?)
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4304
    N/A: amazing, yo le estimaba a esto unas 2k y entre la tontería sORPRESA, 4K. No sé escribir poco smh. BUENO esto es canon y ocurre durante la noche del día ocho, oh yas.





    Tell the preacher not to pray
    There's no angels where I go

    Only pieces that I broke and scattered dreams across the globe
    I'm home

    | Anna Hiradaira |
    | Cayden Dunn |

    .
    .
    .

    Bueno, me caía de sueño. La cosa en el gimnasio había estado sorprendentemente tranquila, ni siquiera se había aparecido el dueño. Me eché gran parte de la tarde en el móvil, tanto que lo dejé sin batería. Es decir, de por sí funcionaba mal, así que a veces llegaba a veinte por ciento y se apagaba. Esta fue una de esas veces, de modo que lo enchufé mientras me bañaba.

    Como sea.

    Me pegué una ducha antes de dejar el gimnasio y me puse una muda de ropa simple que tenía en el locker porque mira, sudar como tal no había sudado en el trabajo pero antes había sido otra historia. Me sentía un poco sucia y no me gustaba hacer negocios sucia, había prioridades.

    Saludé a mis compañeros y me desaparecí por la puerta corrediza, envolviéndome dentro de la noche de Shinjuku. Había refrescado pero se estaba bien con los shorts y la sudadera, a decir verdad. Me separaban unos quince minutos de caminata de Kabukicho. Me coloqué los cascos y la música comenzó, como siempre, a un volumen estúpido. La brisa impactaba bastante fría en mi cabello suelto, todavía húmedo.

    Me aparecí en el bar del Krait sin más y eché un vistazo antes de acomodarme en un taburete sólo para confirmar si esa noche había caído alguno de los chicos, pero no había nadie. Hayato no tardó en aparecer, tampoco encontré nada nuevo en su expresión o sus pintas. Siempre estaba risueño y tranquilo, en ese sentido me recordaba mucho a Kakeru. Lo único, al Krait se lo creía un poco mejor, digamos.

    —¿Lo mismo de siempre, Hiradaira?

    —Por favor y gracias~

    —Lamento decepcionarte, pero esta vez tendré que cobrarte, ¿va?

    Se me escapó una risa floja y recargué la barbilla en mi muñeca, relajando el otro antebrazo sobre la barra. ¿Qué clase de empleado se disculpaba por recibir dinero de sus clientes? En serio, con todo lo que el Krait nos regalaba no tenía idea cómo no había agujeros del tamaño de cráteres en las finanzas del bar, pero bueno. También había oído que este sucucho del diablo no era más que un vehículo de la yakuza para lavar su dinero, así que poco debían importarles las cervezas que pasaran por debajo de la mesa.

    Además eso explicaba que Hayato trabajara ahí y se moviera a sus anchas, ¿verdad?

    —¿Me estás diciendo que tengo que pagar un vaso de ron con cola? —repliqué con una indignación claramente impostada—. Cómo te atreves, Fujiwara.

    —Lo sé, lo sé, es una falta de respeto~

    Un par de minutos después dejó la bebida frente a mí y ya que estaba le pagué.

    —¿Qué te trae aquí esta noche, por cierto? —preguntó, distraído contando los billetes—. ¿Tiene que ver con el contacto que te conseguí hoy al mediodía~?

    Le di un trago a mi vaso y una sonrisa ligeramente opaca curvó mis labios.

    —Huraño el niño, pero parece que se toma en serio su trabajo. Suficiente para mí.

    El Krait se mofó, puede que por haber tratado de niño a un tío que era hasta más grande que yo, pero bueno. Podía ser esa idiota toca cojones si me daba la gana, incluso teniendo dieciseis años y midiendo algo de metro cincuenta y cinco, no más.

    Había llegado a las nueve menos diez, siendo justos, así que maté el tiempo charlando de estupideces o simplemente viendo al Krait trabajar hasta que las agujas se alinearon, ni un momento antes ni uno después, y la mata de fuego de Dunn apareció por la puerta. El primero en verlo fue Hayato, quien se irguió y sonrió en su dirección. Yo me giré e hice lo mismo, aunque el coloradito no me devolvió el gesto. Le dio un manotazo al Krait, una especie de saludo, y se acomodó en el taburete a mi lado. Llevaba puesta la sukajan que le había visto el otro día en el patio, ahora que le prestaba mayor atención. Como Dunn había anclado ambos codos en la barra pude inclinarme ligeramente hacia atrás y repasar el bordado de la espalda.

    Cool —solté, regresando a mi posición original para beber de mi trago y sonreírle, girando la cabeza casi en noventa grados. Mi cabello ya bastante seco se desparramó en la madera—. ¿Todo bien, Dunn? ¿Cómo te fue con tus… asuntos?

    Ni siquiera me cuestionaba a esta altura por qué le sacaba conversación a la gente, a veces era una mierda que sólo me apetecía y ya. Charlar, generar contacto, vínculos, lo que fuera. Igual el niño seguía pareciendo preferir meter la cabeza en lodo antes que pasar el rato conmigo.

    So mean~

    —Bien, bien. —De todas formas su tono de voz adquirió cierta chispa de socarronería, incluso suficiencia, y se las arregló para reflejarlo también en su expresión; detallé su semblante cuando el muchacho alzó la vista a Hayato—. Un irish whisky, Krait.

    —Marchando~

    Pero bueno, si no sería un classy boy y todo, este carita de bebé. Me llevé el vaso a los labios y le di un trago largo, sosteniéndome la nuca con el dorso de la mano al girar el torso hacia él.

    —Eres de pocas palabras, ¿no?

    —Qué avispada.

    Fruncí los labios en una especie de reclamo infantil, aunque no tardé nada en relajar el gesto y soltar una risa floja, buscando a Hayato de reojo.

    —Como sea, ¿de dónde se conocen ustedes dos?

    Se miraron entre sí, Cayden se puso a juguetear con un sorbete entre sus dedos así que fue Fujiwara quien tomó la palabra, mientras sacaba un fino vaso de vidrio tallado y le vertía el whisky dentro.

    —Negocios —resolvió, risueño—. Ya sabes cómo funcionan las cosas aquí, en Shinjuku, Hiradaira.

    —Más de lo que desearía —admití, aunque el trago amargo se disimuló y todo por la liviandad con la cual lo solté; regresé mi atención al pelirrojo y lo señalé con la barbilla—. Bueno, cariño, estás haciendo esto muy aburrido, ¿sabías?

    ¿Buscaba provocarlo o sólo divertirme a su costa? ¿Quizá las dos? No lo sé, en la azotea también lucía harto de toda la mierda pero al menos me había mostrado cierta chispa de descaro, lo que fuera. Al escucharme soltó una risa nasal, meneando suavemente la cabeza, y recibí su ámbar de soslayo. Lucía de lo más extraño bajo aquellas luces azules, como un verde mezclado con resina.

    —¿Perdóneme, su Majestad? —atajó, bastante irónico—. No lo sé, ¿pensé que buscabas de mis productos? Pareciera que quieres hacer amiguitos.

    —Tus productos, dices. ¿De eso se trataba lo que tenías que hacer? Del uno al diez, ¿cuán ilegal fue?

    Había pasado por completo de la forma en la que me había hablado, que en otra circunstancia bien podría haber bastado para aflojarme los cables incorrectos. Pero estaba bastante relajada y, lo que quizás él aún no entendiera: esa era mi manera de hacer negocios.

    Ya lo vería, si es que funcionaba.

    Hayato le alcanzó el whisky y le dio un latigazo suave con el repasador en el brazo antes de alejarse. Cayden suspiró, realmente se asemejó más a un bufido que parecía haber estado conteniendo, y se repasó la nuca antes de girarse un poco mejor hacia mí. Sonreí sedosa al recibir la intensidad de su mirada, como si nada. Como si no estuviera percibiendo ni una pizca de su incomodidad, vamos. Podía ser esa cabrona egoísta si quería.

    —Diría que un diez bastante sólido.

    —Eh~ ¿De la primera o la segunda mierda? —Arrugó un poco el ceño, y chasqueé la lengua antes de aclarar—: Digo, de lo que me contaste que hacías.

    Le dio un trago al whisky con hielo, brindándome un buen ángulo de su perfil. Detallé el movimiento de su Nuez de Adán porque me vino en gana, por nada en especial, y lo imité al llevarme el vaso a los labios. Allí ahogué una sonrisa.

    Venga, si tan sólo fuera un poquitito más abierto.

    —La primera —resolvió, un poco a regañadientes.

    —Ah, mierda. —Una sonrisa amplia, lobuna, decoró mi rostro y me acomodé mejor en el taburete para cruzarme de piernas. Noté que seguía mis movimientos de soslayo, aunque parecía un acto reflejo antes que un intento por adivinarme las medidas o lo que fuera—. Bueno, bueno, cariño, eso sí que debe haber sido un espectáculo que ver. ¿En Chiyoda?

    Lo arrojé más que nada porque ya me había mencionado el Triángulo del Dragón y ese barrio era el más pijo de los tres, no era ninguna Sherlock segura de atinar así que una emoción hasta infantil me cruzó el semblante al verlo asentir. Seguí hablando.

    —Venga, ¿fue algo planeado con anticipación o vas en plan, pararte en una esquina y manos a la obra? —El chico ya ni se molestó en contener el suspiro, a lo que solté una risa nasal y recosté la cabeza ladeada en mi palma abierta—. Ni siquiera tienes que establecer una conversación, Dunn, sólo responder mis puñeteras preguntas.

    No lo había soltado con mala hostia, pese a la elección de palabras. Cayden era una mezcla extraña entre querer pasar desapercibido y ansiar ser el centro de atención, aunque en sí eso yo no lo sabía. ¿Lo intuía? Ni puta idea, jamás me enteraría. Lo cierto es que simplemente le iba sacando la información a tirabuzón porque, hasta el momento, jamás me había topado con un solo idiota que no quisiera ser alabado por sus logros o habilidades.

    Es decir, ¿a quién no le gustaba que le laman un poco las suelas?

    —Depende, esta vez sí lo había planeado —respondió por fin, entre trago y trago.

    Me mordí el labio al desviar la mirada, intentando visualizar el panorama o lo que fuera, y sonreí con ganas.

    —Eh~ Qué genial. Debes tener dedos veloces, eh, cabrón. —Regresé la vista a sus ojos, que me evitaron brevemente ante el contacto tan repentino—. Quién lo diría, con esas pintas de bebé. ¿Y bien? Del uno al diez, ¿cuán fructífera fue… la transacción?

    Creo que le molestó un poco lo del bebé, ni idea. Se mofó, masajeándose la mandíbula, y lo sopesó unos segundos antes de abrir la boca. Seguía pareciendo algo hastiado pero también había empezado a responder, digamos, con mayor naturalidad.

    —Diría que un nueve.

    Estoy segura que algo muy parecido al orgullo se reflejó en su semblante por un momento, y decidí colgarme de eso. Mi emoción se acopló a su ego amortiguado y solté una risa incrédula, concediéndole una atención ridícula.

    —Mierda, ¿en serio? ¿Tan alto? —Asintió casi de inmediato y volví a morderme el labio, meneando la cabeza—. Sí que debes ser bueno, eh~

    Se permitió una sonrisa, el idiota. Fue una mueca de plena autosuficiencia aunque intentó balancearla encogiéndose de hombros. Falsa modestia, ¿ah? ¿Acaso quería que siguiera jalando de esas cuerdas? No estaba muy segura en qué momento había encontrado el hilo del cual tirar, digamos que solía funcionar mejor en base a instintos y esa era una de las ocasiones donde no reflexionaba demasiado antes de actuar.

    —Oye, ¿me muestras? —le pregunté casi encima de lo último que dije, sin darle tiempo real a responder nada.

    Recibí su ámbar ligeramente confundido y entorné la mirada, deslizando las yemas sobre la madera en torno a la transpiración de mi vaso.

    —¿Mostrarte qué? —replicó.

    —Ah, ya sabes, cómo le haces. Quiero decir, ¿un nueve? No lo sé, chico, prefiero verlo con mis propios…

    Venga, ni siquiera tuve tiempo de acabar la oración. Se murió en mi garganta en cuanto el muchacho se sonrió triunfal y me mostró el aparato que llevaba entre manos. Era mi móvil. Se lo arrebaté de un movimiento seco, sumamente divertida, y solté una carcajada fresca.

    —Joder, Dunn, ¿cómo—? ¿En qué momento?

    Se había subido un poco al tren de mi emoción, puede que incluso sin ser plenamente consciente de ello. Regresó las manos a su espacio y balanceó los hielos del whisky en movimientos circulares.

    —No andaré revelando mis secretos porque sí, preciosa. Sería bastante estúpido, ¿no crees?

    No iba a refutar esa lógica ni en cien años. Además ya lo tenía donde quería, ¿verdad? No había necesidad de una gran apuesta que luego resultara en desastre. Le di un sorbo a mi bebida y regresé el rostro hacia él.

    —Venga, cielo, si tu hierba resulta ser tan buena como me la vendieron te tendré en cuenta para todo un abanico de mierdas que pueda necesitar.

    Me repasó de soslayo, casi como si hubiera puesto en tela de juicio la estupidez que acababa de alabarle, y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta hasta deslizarme sobre la barra una bolsita plástica. Ya sabía lo que había adentro, claro, y su sonrisa parecía hablar por sí sola.

    Juzgalo por ti misma, linda.

    —¡Eh, Krait! —llamé su atención, agitando el paquetito brevemente—. ¿Puedo?

    El chico enfocó su mirada en mí, arrugó el ceño y meneó la cabeza, cortando el aire con su brazo.

    —Qué va, Hiradaira, hazlo afuera. Ya conoces las reglas.

    Suspiré, resignada, aunque la sonrisa sedosa no se me despegaba del rostro ni de chiste. Deslicé los cuarzos hacia Cayden, guardándome la bolsita en el bolsillo, y recogí mis hombros hasta que el cabello me hizo cosquillas en el rostro. No me lo había peinado mucho ni nada, se había aireado a la intemperie y eso solía ondularlo bastante.

    —Bueno, ¿me acompañas? —lo invité, sonriendo inocente.

    Todavía no tenía pinta de estar en su salsa ni nada, pero lo cierto es que se acabó el whisky y carraspeó la garganta, incorporándose del taburete. Lo seguí con la mirada un poco confundida y al notar mi cara soltó un suspiro hastiado, ligeramente áspero.

    —¿Y bien?

    —¡Ah, perdona! —Me apresuré por imitarlo, acabé mi bebida y recogí mi mochila, encarando hacia la salida—. No sabía si ibas a marcharte, irte al baño o qué onda.

    Ni siquiera noté que yo también me había relajado bastante, ya ni enfocada estaba en toda la mierda de metérmelo en el bolsillo o rascarle un descuento. Entre la tontería me había dejado llevar por la conversación, su robo tan sneaky fue genial y acabé festejándole la hazaña sin un ápice de falsedad.

    Mi reacción le vino un poco en gracia, que volvió a sonreír y menear la cabeza como si estuviera tonta. Bueno, lo cierto es que casi pude oírlo diciéndomelo aunque no hubiera abierto la boca y ¿honestamente? No me molestó.

    Si en serio era tonta, qué sé yo.

    Kabukicho estaba algo vacío. Dejé la mochila en el suelo y recargué la espalda contra la pared del bar, buscando y manipulando las cosas sin demora para liar un porro. Cayden imitó mis movimientos y fue alternando su mirada entre la gente que pasaba y mi gran artesanía, con las manos enterradas en los bolsillos del jean. Coloqué la hierba a lo largo del papel, lo enrollé y humedecí su extremo con la punta de la lengua para sellarlo, luego lo enrosqué y ya quedó.

    —Un poco cargadito, ¿no crees?

    Chasqueé la lengua ante su comentario, rebuscando el encendedor en mi bolsillo.

    —Cada quien se mata como quiere, muñeco.

    Le guiñé un ojo, ya con el porro entre los labios, y el pequeño incendio iluminó mis facciones un par de segundos, concediéndole a mis ojos una chispa muy similar al fuego que pareció casi un delirio de fiebre. Fuego, como el cabello del niño bonito. Inhalé profundamente, me cargué los pulmones de humo caliente y eché la cabeza contra la pared, cerrando los ojos. Fue un pequeño instante donde el mundo entero se silenció, se diluyó y desapareció. Entreabrí los párpados, liberando la nube blanquecina poco a poco. Cayden permaneció en silencio a mi lado. Me relamí los labios, carraspeando la garganta, y le toqué apenas el pie con el dorso de mi zapatilla para captar su atención. Le estaba ofreciendo el porro.

    —Ah —murmuró bastante vago, y lo aceptó sin más.

    Guardé las manos en los bolsillos mientras le daba la calada. Mejor ni le pedía que me pasara el humo o algo, que seguramente se espantaba de mi existencia y huía. Pff, qué desperdicio.

    Hierba de calidad.

    Y un mocoso bonito.

    —Eh —solté un poco de repente, recibiendo el porro de vuelta, y seguí hablando antes de llevármelo a los labios—. Aún no te pagué, Dunn.

    Saqué un puñado de billetes de mi bolsillo y se lo alcancé sin realmente mirarlo ni nada. Lo oí contar los papeles y recién entonces deslicé la vista a sus manos.

    —¿Es suficiente? —tanteé, dándole otro jalonazo profundo.

    Joder, hacía varios días que no fumaba y de verdad me daba cuenta lo que me había venido en falta. Iba a tener que administrarlo mejor si no me quería quedar sin en un puto fin de semana.

    Oí la risa ligera que vibró en la garganta de Cayden y noté que me regresaba un par de billetes. No dije nada, sólo los acepté y los guardé en mi bolsillo, tragándome las putas ganas de sonreír como una cabrona.

    ¿Ves, cariño?

    Funcionó.

    Volví a ofrecerle el porro, era una tía generosa después de todo y me agradaban los negocios beneficiosos. Lo tomó, claro, y cambié el pie sobre el que estaba echando gran parte de mi peso. Alcé la vista a su perfil, los músculos de su mandíbula se tensaron al inhalar y entrecerró los ojos al retener el humo.

    —Qué carita la tuya, eh, muñeco —murmuré en un tono bajo, entre divertido y sedoso, y le quité el porro de entre los dedos—. ¿Cómo viene la organización de la fiesta? Oí de Al que le encargaste las invitaciones.

    Claro que había visto el sonrojo que le asoló el rostro, pero no me interesaba exponerlo tanto. Me quedé con la vista puesta en la gente incluso cuando empezó a hablar, sonó compuesto y todo. Como si nada. No se llevaba bien con los cumplidos repentinos, ¿eh?

    Pero si era un bebé de verdad.

    —Todo bien~ Mañana probablemente aparezcan unas sorpresas aquí o allá.

    Solté una risa suave antes de darle una pitada al porro, meneando la cabeza. El cabrón debía tener toda la mierda esquematizada en su cerebro con una precisión y gusto que te cagas. No sé, me daba la sensación. Me recordaba a otro idiota que conocía y oh, coincidencia, estaban trabajando juntos.

    —¿Y la mariposa qué onda, Swallowtail? —arrojé, inclinándome apenas hacia él para pronunciar su apodo con cierta intención melosa—. ¿Dices que los otros tres idiotas estarán contentos con tu ideíta?

    Al muchacho de inmediato se le notó la tensión, el desagrado, lo que fuera, así que simplemente regresé a mi espacio y él siguió sin complicaciones. Venga, si era transparente como el agua y más le valía agradecer que no me lo tomara personal, qué sé yo. Estaba bien feo sentirse así de rechazada.

    Digamos.

    ¿Acababa de vender a Al? Un poco, pero no creía que fuera a importar demasiado. Cayden enterró las manos en los bolsillos y se encogió de hombros, deslizando un zapato sobre la pared para flexionar la pierna. Soltó una risa nasal, bastante arrogante.

    —¿Amiga del trío?

    —No realmente.

    —Entonces ¿a qué viene la preocupación?

    —¿Preocupación? —repliqué, permitiéndome una carcajada fresca y una nueva calada al porro—. No, cariño, sólo quiero sumarme a la diversión, ¿sabes? Y se me hace que para disfrutar de este chiste vas a tener que explicármelo.

    Bajó la vista al suelo, carraspeando la garganta, y volvió a encogerse de hombros justo antes de mirarme. Su ámbar chispeaba en tonalidades opacas bajo las luces sucias de Kabukicho y le sonreí de inmediato, sedosa.

    —Sólo es una estupidez que se me ocurrió~

    —¿Eres de los que les das la mano y te muerden el codo, Cay? —Me permití el estúpido derecho de clavarle un apodo, que para la gracia lo pronuncié con toda la suavidad del mundo—. Eh, a ver~

    Palpé mis bolsillos hasta dar con mi móvil y se lo mostré, de paso lo desbloqueé sin mirar.

    —Al menos sigue aquí —agregué, bajando la vista al aparato. Revisé si tenía mensajes y ya que estaba me metí a Instagram—. Oye, ¿tienes Instagram?

    A esa altura no me preocupaba mucho por filtrar lo que se me ocurría decir, la verdad. A ver, no era por nada pero me había clavado una follada, había bebido un trago y estaba fumando un porro. La vida no podía mejorar, ¿verdad?

    Casi pude oírlo cuestionándose para qué quería su Instagram, pero igual me arrebató el aparato de las manos y se buscó a sí mismo.

    —Ahí tienes, cariño.

    Sus apelativos eran harto sarcásticos pero mira, me daba igual. Le di a seguir sin mucha vuelta y recién entonces bajé por su dash para chusmearle las fotos, incluso teniéndolo de pie junto a mí y todo. La cuestión es que casi se me cayó el porro de los labios por el arrebato de ilusión que ni me molesté en regular.

    —¡Gatitos! —exclamé como una cría que sólo se sabe tres palabras y alcé la vista hacia Cayden un segundo, emocionada, antes de regresar al aparato.

    Con toda la estupidez conseguí arrancarle una risa, puede que la más inocua hasta ahora, y se inclinó apenas unos centímetros para ver las fotos conmigo. Tenía un montón de sus mascotas, eran un gato negro y otro gris. Las iba abriendo una a una porque la verdad estaban muy bien sacadas y, no lo sé, ¡todas me daban vida!

    —¿Cómo se llaman? —le pregunté, con la misma emoción de siempre; me había dejado el porro entre los dedos y ya hasta se me había apagado.

    —Esta de aquí es Nyx —murmuró, señalándome a la gatita negra que aparecía panza arriba encima de un sofá—, y este es Cinis.

    Cinis se había dormido adentro de una vasija redonda y bueno, parecía una masa amorfa de pelos y grasa. Fotografías así de los pequeños había muchísimas, a patadas, y de inmediato supe que era uno de los míos.

    —¡Yo también tengo una gata!

    En sí no tenía idea si le interesaba aunque eso tampoco iba a detenerme, ¿verdad? Me fui a mi perfil y se lo mostré, instándolo a sostener el móvil para que fuera viendo las fotos de la minina.

    —Hay de varios gatos, pero la mía es Berta, esta que es color té con leche.

    Lo oí ahogar una risa en su garganta y lo miré, aunque Cayden siguiera con la atención pegada al aparato.

    —¿Berta? —replicó, algo incrédulo.

    ¡Venga, pero si ya sonaba igual que Altan! Fruncí los labios y le arrebaté el móvil de las manos, ofendida.

    —Ya no tienes derecho a conocer su belleza —afirmé, cruzándome de brazos—. ¡Por burlarte!

    ¿Cómo era que habíamos pasado de hacer negocios turbios, a prácticamente ligármelo para conseguir un descuento, a divertirme de verdad con él, luego chillar sobre gatos y entonces enfurruñarme? Ni idea, vaya, pero Cayden lucía bastante relajado y supuse que era algo bueno. Se sentía bien cuando los demás aflojaban las defensas a tu alrededor, ¿no?

    —Ya, ya, lo siento, enana. —Su respuesta a mi molestia fue una nueva risa que acompañó alzando las manos, en señal de derrota—. ¿Y todos los demás gatos qué onda?

    —Ah, son del barrio y tal —respondí como si nada, que igual el enfado nunca había ido a posta—. Como les doy de comer suelen venir mucho a casa.

    Volví a sacar el encendedor para reactivar el porro, jalarle una pitada y devolverlo a mi bolsillo, guardando también el móvil en el proceso. Le había echado un vistazo a la hora, ya que estábamos. Era tarde.

    Debería volver a casa, ¿huh?

    Qué pocas ganas de verle la cara a mamá.

    Fue increíble, sin embargo, cosa de pensarlo y sentir la vibración del aparato.

    —Ah, sí, suele pasar. —La respuesta de Cayden llegó a mis oídos pero no la procesé con mucha atención.

    Era un mensaje de mamá, decía que estaba cansada así que me dejaría la cena en la nevera y se iría a dormir. Le agradecí a todos los dioses existentes por aquel milagro y le aventé un sticker de gatito antes de alzar la mirada a Cayden.

    —Bueno, mejor ya me voy pateando para casa —anuncié, buscando la mochila del suelo para colgármela al hombro—. Un placer hacer negocios y hablar de gatitos con usted, Cay Cay.

    Increíble, ciertamente, que le hubiera clavado el mismo apodo que Kohaku. Bueno, compartíamos bastante neurona en eso de bautizar con estupideces a la gente. Le extendí el puño a Dunn para que lo chocara, no creía que fuera a tener problemas con eso y el muchacho correspondió al saludo, junto a una sonrisa relajada.

    —Nos vemos~

    La mierda había salido no como esperaba, pero sí mejor. Comencé a alejarme, fumando sin mucha prisa, por las calles oscuras de Kabukicho.

    —¡Saluda al Krait por mí! —exclamé, chequeando de soslayo que me hubiera oído.

    Lo vi regresarse al bar un poco después y simplemente seguí mi camino, alzando la vista al cielo. Había conseguido hierba y había hablado de gatitos, ¿qué más podía pedirle a la vida?

     
    Última edición: 28 Enero 2021
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    Gigi Blanche

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    2909
    N/A: LUEGO DE OCHENTA Y CUATRO AÑOS al fin logré aventarme un fic ;; Bueno, esto es canon y corresponde a la tarde del viernes, día diez de Gakkou, y eso (? Nada más que agregar, su señoría.



    My own mirrors can't break me down
    I can't trust my own reflection
    I'm not the one you say I am
    Can't walk in my own shoes, lost what I could lose


    | Sasha Pierce |

    .
    .
    .

    Bajé las escaleras a una velocidad bastante considerable y me maldije por ser tan jodidamente complaciente. A veces no sabía si era tan firme y resuelta como aparentaba, como creía, o si sólo eran fachadas convenientes que no me molestaba echarme encima cuando la mierda no me importaba del todo. Llevaba tres años cuidando mi maldita beca con la vida, no debería poner en riesgo mis esfuerzos por una simple y estúpida llamada telefónica.

    Así y todo ahí estaba, pitándome fuera de la escuela porque me necesitaban en el trabajo.

    Bueno, la paga extra tampoco vendría mal, la verdad. En casa el dinero extra nunca venía mal, el problema era que no podía ver la meta y tampoco estaba segura si alguna vez lo lograría. Es decir, ¿sabría detenerme en algún momento, cuando fuera suficiente? ¿O seguiría exigiéndome sin barreras ni resquemores hasta, no sé, descompensarme? Mi buena salud y energía me habían malacostumbrado pero puede que acabara jugándome en contra.

    Quién sabe.

    Preocuparme me echaba encima un humor de perros, lo sabía y ese día era un caso por demás especial. Tenía que hacer algo con respecto a Daute, tenía que ponerme al día con Física, coordinar el proyecto de clase, hacer las compras antes de volver a casa y la voz de Morgan a mis espaldas mientras almorzaba había estado zumbando en mi oído como una avispa molesta. Un poco aproveché la llamada para rajarme con una excusa y, cuanto menos, lo único capaz de aflojarme un poco el mal humor fueron las risas que detecté apenas abordé el pasillo. Alcé la vista y topé con una escena de lo más curiosa, reconocí a Altan y llevaba a la espalda una niña de mechas rosas. No tenía idea de nada y tampoco me interesaban los asuntos personales de los demás, pero verlo tan animado luego de ayer era ciertamente reconfortante. Me alegraba de todo corazón, así no lo conociera ni fuera a inmiscuirme en su vida.

    Me gustaba disfrutar de esas pequeñas bellezas de la vida.

    Los rebasé antes de llegar a las escaleras y les eché un vistazo rápido sobre el hombro, con toda la intención de captar la atención de Altan para sonreírle y seguir mi camino. Bajé los peldaños a trote, el cabello vino tinto rebotando aquí y allá, y cuando alcancé los casilleros no tuve mejor fortuna que chocarme de frente con alguien que justo venía doblando por la esquina. Bueno, al parecer aquel pequeño instante de felicidad se había ido tan pronto como llegó.

    —Ah, perdona —me apresuré en soltar incluso antes de alzar la vista.

    Porque apenas lo hice reconocí al muchacho, nunca había hablado con él pero iba a mi clase. Una chispa de hastío había cruzado su semblante como un relámpago, aunque no le costó casi nada regresar a su seriedad usual y reposar su mirada miel sobre la mía. Lucía… bueno, poco amigable.

    —Perdón, no te vi —retomé, acomodando el bolso a mi hombro, y le concedí una sonrisa simpática—. Shinomiya-kun, ¿verdad? Vamos a la misma clase.

    —Sí, te he visto.

    Su actitud no era desagradable como tal, aunque sí lucía algo incómodo o disconforme a secas con la interacción. Era un chico extraño, nunca lo veía hablando con nadie y se la pasaba con aquella cara de pocos amigos. Quiero decir, tenía toda la pinta del niño pijo prototípico que asistía a esa jodida Academia para continuar luego el negocio de su papi, y no le parecía faltar la confianza pero sí el… ¿carisma? ¿El interés en el mundo? Ni idea.

    —Bueno, nos vemos entonces —intenté despedirme con la actitud más casual que encontré, aunque no tenía la menor idea cómo hablar con alguien así—. Suerte~

    Me limité a rodearlo y busqué sus ojos un último instante para sonreírle. No se esforzó en devolverme el gesto, la verdad, a lo sumo asintió con la cabeza y cada uno siguió a lo suyo. Bueno, no iba a darle ni dos vueltas al asunto. No tenía ganas ni tiempo.

    Hice el cambio de zapatos, salí de la escuela y recorrí el camino boscoso hasta la estación de trenes que me escupiera en el corazón de Tokyo. Todo el rollo me tomaba algo de una hora, sólo esperaba que el estúpido de Taki lo tuviera en cuenta al echarme la bronca.

    Porque seguro encontraba alguna idiotez barata para hacerlo.

    Siempre lo hacía.

    El trabajo como tal en el café no era malo. Tenía muñeca para tratar con las personas, los años me habían enseñado a literalmente ignorar cualquier clase de comentario irrespetuoso o actitud desagradable, así que… bueno, operaba en piloto automático, supongo. Al menos no nos obligaban a usar ridículos trajes de maid ni nada parecido del rollo que a los japoneses les ponía tanto. Eran tan raros.

    Me acuartelé en la cocina durante mi descanso, como solía hacer. Éramos dos o tres camareros que nos llevábamos muy bien con los muchachos de atrás y pasábamos a matar el tiempo, además quizá conseguíamos algún pastelito gratis y cosas así. Me desplomé en un taburete y clavé ambos codos en la isla metálica, mientras Saki preparaba un bollo de pasta de arroz. Había otras cosas en la mesa, harina y eso, pero no le di mayor importancia.

    —¿Cansada, Pierce?

    Me encogí de hombros, dibujando círculos, estrellas y casitas en la harina de la superficie.

    —Oye, sí te lavaste las manos, ¿no? —agregó, con su ausencia de filtro usual.

    Solté una risa floja y asentí, recargando el rostro en mi puño.

    —Me llamaron para cubrir las horas de Yuki, tuve que salir pitando de la escuela y me perdí las clases de la tarde.

    —Eh, qué terrible suena.

    Rodé los ojos ante su claro sarcasmo y me quedé en silencio, observando los movimientos de sus manos porque sí. Siempre había pensado que debería quitarse su anillo de comprometida para amasar, pero ya qué. Saki nunca escuchaba a nadie.

    —¿Qué haces? —pregunté.

    —Daifuku, otra tanda.

    Me indicó una bandeja encima del horno con un movimiento seco de cabeza, yo le hice caso y sonreí.

    —Eh~ ¿Me guardas un par? —le pedí, ladeando la cabeza para batirle las pestañas—. A Danny le encantan tus daifuku, Saki-chan.

    La mujer suspiró como si mi existencia fuera la mayor decepción de su vida, pero así y todo siquiera hizo ademán de negarse a mi pedido. Era una señora extraña, parecía sacada de una guerrilla y nunca había entendido del todo cómo había acabado siendo maestra repostera, pero vaya. Los caminos de la vida. Al principio daba un montón de miedo y todo, pero una vez comenzabas a conocerla te dabas cuenta que en el fondo era bien suave y blandita. La mejor parte era su comprometido, en serio. Medía fácil quince centímetros menos que ella y era un amor de persona.

    —¡Thanks, hon! Eres la mejor~

    —Ya te he dicho que no me hables en inglés, Pierce. No te entiendo una mierda.

    Solté una risa cristalina y me quedé allí, haciéndole compañía en lo que duraba mi descanso. Un par de minutos después apareció Sengoku y arrastró un taburete junto al mío, uniéndose al grupo. Nos pusimos a conversar de cualquier estupidez y me levanté para calentar agua, ahora que había llegado el experto en té ¡estaba condenado! Siempre había sido más del café, pero Sengoku tenía un superpoder, algún antepasado milenario o algo así. Como si su tatara-tatara abuelo hubiera creado la primera infusión del mundo.

    Y probablemente debería haber agregado muchos más tatara, pero ya qué.

    Podía olvidarme. Podía sentarme allí, hacer estrellas en la harina, mordisquear un daifuku y apagar el cerebro un rato. Dejar de recriminarme que estaba faltando a clases, que estaba anteponiendo un miserable puñado de yenes a mi educación, que si papá se enteraba probablemente fuera a decirme algo. Intentaría disimular la decepción, lo conocía bien, pero siempre cazaba sus emociones al vuelo. El pobre tonto era transparente como el agua.

    Y muy en el fondo toda esta mierda le pesaba incluso más que a mí.

    Por eso no decía nada, había dejado de abrir la boca hacía ya un par de años y era un hábito… peligrosamente cómodo. Llegó un punto en que revertir la situación implicaba un esfuerzo titánico, largas horas de conversación como mínimo y no me apetecía. No me apetecía que me mirara y que por sus ojos se cruzara la más pequeña chispa asociada a la decepción o el desconocimiento.

    No quería que supiera que su hija le mentía.

    En cierto punto la conversación acabó desviándose a mi escuela y les mostré la invitación que aún no había sacado de mi bolso. Siempre terminábamos hablando del Sakura, no sé por qué les causaba tanta fascinación. Sólo era un edificio bonito con gente poderosa que había pagado por los ladrillos.

    —Uh, la, la —canturreó Sengoku, revisando la tarjeta por todos los ángulos posibles—. Estos sí que jamás oyeron decir que el lujo es vulgaridad, eh.

    Saki le arrebató la tarjeta de las manos y la revisó con la expresión adusta de siempre.

    —¿Irás? —cuestionó, posando sus ojos en mí.

    Fruncí ligeramente los labios y me encogí de hombros.

    —No sé, es con vestimenta formal y no tengo nada así. Además, tampoco tengo con quién ir.

    Hacía cosa de cuarenta y ocho horas me había emocionado un montón la idea de ir a la fiesta con Alisha, incluso arreglarnos juntas y divertirnos, pero ahora… bueno. Mejor no haberme llevado la decepción cuando doliera más, ¿verdad?

    Era un sentimiento horrible.

    —¿Nadie? —replicó Sengoku, cruzándose de brazos—. ¿Y el tío que suele venir los fines de semana?

    Ah, más explicaciones innecesarias. Me removí ligeramente en mi taburete y repiqueteé las uñas sobre la isla, puede que incluso de forma involuntaria. Ya estaba bastante hasta el coño de todo este tema y verlo así era harto necio, considerando que lo que más me jodía se enlazaba directamente con mi incapacidad de hacer algo de verdad. De plantarme frente a su casa y buscar respuestas, en vez de pretender seguir con mi vida como si nada.

    —No, no está —resolví con una clara intención de cortar el asunto allí.

    Por suerte Sengoku no era idiota ni demasiado metiche, que en cualquiera de los dos casos probablemente nuestra relación no habría pasado de los saludos de cortesía. Un silencio repentino se instauró entre los tres y tampoco me molesté demasiado en rellenarlo, nos quedamos allí mientras Saki comenzaba a envolver las frutillas en la pasta.

    —Yo tengo algo —dijo la mujer de repente. Alzó la mirada, encontrando mi expresión confundida, y aclaró—: Un vestido.

    Alcé las cejas, captando su hilo de pensamiento. Se me escapó una sonrisa ligeramente burlona que, aún así, no cargaba la menor cuota de malicia.

    —¿Un vestido formal? —enfaticé, a lo que Sengoku demostró la misma incredulidad.

    Era muy difícil imaginarse a alguien como Saki portando ropa así, pero ya había dicho que la mujer era un absoluto misterio.

    —Sí, y es precioso —destacó en el mismo tono plano de siempre—. Está guardado desde que tenía tu edad, Sasha, un poco más, y era alta como tú. Seguro te queda. También tengo un par de accesorios que te pueden servir.

    —Pero bueno, Saki-san, ¿qué son estas revelaciones? —preguntó Sengoku, relajando los antebrazos en la isla.

    Sabía que no iba a responder, así que hablé y ya.

    —No lo sé, cielo —murmuré, suspirando—. ¿Estás segura? Puede mancharse, le puede caer algo y arruinarse, y no sé…

    —¿Me ven cara de no conocer el concepto de fiesta? —replicó, aunque no se oía molesta ni nada; me miró—. Pásate por casa, mañana a la mañana. Veremos qué te sirve de todo lo que tengo. Y ve a esa fiesta, Pierce, te hará bien.

    Con Sengoku compartimos una mirada antes de regresarla a la mujer. ¿Qué bicho le había picado? Sabía que en el fondo era blandita y todo, pero era posiblemente la primera vez que demostraba por alguno de nosotros algo muy parecido a la preocupación y… vaya, qué cálido era. Ya no vi por dónde discutirle, incluso a través de su cara de poker me daba cuenta que estaba siendo totalmente honesta y, además, ¿ganarle a Saki? Un delirio de fiebre.

    Solté el aire por la nariz y asentí, esbozando una sonrisa amplia y sincera, cargada de afecto.

    —Bueno, mañana me tendrás por allá entonces. Thanks, hon~

    Sengoku estaba masticando un daifuku y Saki rodó los ojos, volviendo a suspirar como si fuera la mayor decepción de su jodida vida. Su reacción me arrancó una risa cristalina y le robé el dulce al muchacho, que se abalanzó encima mío intentando recuperarlo.

    —Que no me hablaras en inglés —insistió Saki, lanzándonos un daifuku a medio hacer por la cabeza—. ¡Y nada de peleas en mi cocina!

    —¡Ella empezó! —se quejó Sengoku.

    —¡Y acabas de arrojarnos un daifuku! —me uní al muchacho en repentina alianza.

    Saki alternó la mirada entre nosotros, severa, y luego le echó un vistazo al reloj de pared.

    —Va, moviendo el culo, niños. Su descanso ya acabó.

    Sengoku bufó, asumiendo la derrota, y le refregué mi victoria en la cara dándole un muy exagerado mordisco al daifuku frente a sus narices. Me hizo burla por lo bajo, enterrando las manos en los bolsillos del delantal, y se fue hacia adelante. Me reí al verlo y me relamí sutilmente la punta de los dedos, los daifuku de Saki eran los mejores. Joder, a veces podía ser super infantil, ¿eh?

    Well then —resolví incorporandome del asiento, la coleta alta acompañó el movimiento y Saki alzó la mirada hacia mí—, time to work. Bye, sweetie~

    Esta vez no suspiró, no sé si porque se había resignado o porque muy en el fondo realmente no le molestaba tanto. Me dedicó lo más parecido a una sonrisa que la mujer conseguiría nunca esbozar y me retiré, de regreso a la barra. El idiota de Sengoku se había quedado junto a la pared y me saltó encima no bien crucé la puerta, asustandome de un grito pelado. Di un respingo, llevándome una mano al pecho, y luego me pasé una mano por la cara.

    —Vale, vale. Esa fue buena —admití, luego de soltar el aire de golpe.

    Sengoku sonrió victorioso y se montó un pequeño bailecito extraño antes de irse a atender sus mesas. Seguí su recorrido, ajustándome el delantal a la espalda, y meneé la cabeza junto a una risa incrédula.

    Ese chico era todo un caso, ¿verdad?

    Bueno, puede que Taki fuera insufrible pero, como había dicho, el trabajo no estaba tan mal. Estar allí desde el mediodía hizo que se fuera especialmente pesado, en especial sobre la hora del cierre, pero ya estaba en el baile. El sol estaba acariciando el horizonte cuando abandoné el café, en dirección a la estación de trenes. La brisa soplaba tibia y me llené los pulmones antes de iniciar la caminata. Observé los colores sobresaturados aquí y allá, la gente al pasar, los sonidos habituales de la metrópoli, y una sensación extraña me revolvió el pecho.

    Fue bastante triste.

    No sé de dónde vino, tampoco hacia dónde fue, y saqué los auriculares del bolso para ponerme música. Para distraerme, como siempre hacía, porque era una jodida estúpida incapaz de darle un vistazo medianamente decente a sus propias emociones. Me concentré en mi objetivo, le apuré al paso y no me detuve hasta vislumbrar la estación, hasta pasar la tarjeta y subirme al tren. Era hora pico, estaba repleto de gente y le subí a la música, repitiendo en mi cabeza una y otra vez la lista de compras; para no olvidarme de nada, decía yo, aunque tranquilamente podría haberla anotado en el móvil. Para atender a mis responsabilidades, decía yo, para no decepcionar a los que dependían de mí. Para comprarle a Lulu los zumitos de manzana que le gustaban, para hacerle a Fanny las croquetas de espinaca que llevaba a la escuela. Y de vez en cuando, por qué no, volverme loca y agarrar un par de barras de chocolate. Sus sonrisas siempre lo valían todo, honestamente.

    Sí, pensar en eso espantaba la mierda. O la tapaba, vete a saber, ¿me importaba? No lo suficiente para hacer algo al respecto. Las luces se recortaban a gran velocidad entre los edificios y postes de alumbrado, el tren repiqueteaba y el sol lucía más cálido y fogoso que nunca. Como si el simple hecho de mirarlo fijamente pudiera quemar. Bañaba el vagón de una luz anaranjada, de lo más bonita, pero yo regresé la vista a mi móvil y me puse a repasar mi checklist diaria.

    Porque era esa estúpida.
     
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
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    40
     
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    N/A: Amane AAAAAAAAA FELIZ CUMPLEAÑOS, AMOR DE MI VIDA <33 Soy una estúpida que te soltó hace un par de días el pollo de que andaba escribiendo esto, el caso es que no eRA MI IDEA QUE FUERA TU REGALO DE CUMPLEAÑOS but then me enfermé and life happened y como tenía esto iniciado dije bueno, ¿por qué no lo hago super bonito y detallado y se lo dedico? uwuwuwuwu Es una biblia jsjs y tiene mezcladas un par de cositas que no están tan relacionadas a LAS NOVIAS THEMSELF pero vaya, honestamente disfruté muchísimo, pero muchísimo escribiéndolo y ojalá a ti también te guste <3 Ya sabes que amo a nuestras niñas, las amo con el corazón and if u ask me también creo que son una buena representación bien estúpida de nosotras (?

    Btw, si a Gabi le parece bien esto se consideraría canon para la tarde del sábado, antes de la mascarada <3

    Gosh, ojalá te guste, preciosa. Te quiero con todo mi corazón y te mereces todo lo bonito del mundo ♡







    Help me, it's like the walls are caving in
    Sometimes I feel like giving up
    But I just can't

    It isn't in my blood

    | Anna Hiradaira |
    | Emily Hodges |

    .
    .
    .

    El sábado parecía un día especial, se me asemejó desde el primer momento que abrí los ojos… lo cual fue bastante tarde, a decir verdad. La noche anterior me quedé despierta acabando una serie y mierda, ¿el cielo estaba clareando? Al menos mamá de vez en cuando se apiadaba de mis pésimos hábitos nocturnos y me dejó dormir cuando se fue a trabajar, aunque llamó al teléfono fijo incansablemente hasta que lo oí y bajé a atender. Eran algo de las dos y media de la tarde. Le respondí desde el más allá y soltó una risa floja.

    —Buen día, dormilona. El almuerzo está adentro del horno —me avisó antes de cortar.

    Seguí viviendo en piloto automático, me calenté la carne en el microondas y mastiqué a velocidad tortuga hasta que revisé el móvil como Dios manda. Recién entonces caí en la hora que era y di semejante respingo que la silla casi se me fue a la mierda. ¡Las tres de la tarde!

    ¡Emi venía en media hora!

    Me devoré la mierda recalentada y entré al baño como un rayo a ducharme, que seguía en mis pijamas de perrito. Los shorts tenían huesitos rojos y la camiseta llevaba un bulldog francés con un moño del mismo color. Muy maduro ¡y me encantaba!

    La siguiente parada fue mi habitación, subí las escaleras con los pies húmedos y casi morí dos veces. En la travesía por encontrar vaqueros limpios abrí el ropero de golpe y, no lo sé, estaba estúpida y demasiado apurada. Había olvidado que ahí había guardado el vestido o qué sé yo, el caso es que me detuve de golpe a observarlo una vez más. Seguía sin creerme que esa belleza fuera ahora mía.

    Y seguía sin creerme cómo lo había conseguido.

    Al final no pude reprocharle nada a mamá, honestamente, ni siquiera cuando el día anterior llegué a casa del colegio y me encontré a Jun muy cómodo en el sofá, con su vasito de refresco y la sonrisa de ángel. ¿Qué mierda hacía el hermano de mamá tan a sus anchas en el living de casa y por qué la tonta parecía no tener problemas al respecto? Bueno, de a poco lo fui descubriendo porque, claro, se quedó a cenar y todo. No saqué el tema de la beca en ningún momento de la noche, en sí había tenido un buen día y mamá se veía realmente… contenta con aquella puesta en escena. El estómago, sin embargo, se me dobló en dos. Parecía una casa de muñecas otra vez, como esas veces que Kakeru había venido.

    Tan falso.

    Cuestión que el cabrón de Jun sacó el tema de la fiesta, muy risueño. Mamá había visto la invitación en mi habitación y, no lo sé, ¿le pareció buena idea contárselo? Comencé a preguntarme, entre esa mierda y la de la beca, cuánto tiempo llevaban retomando la relación sin que yo estuviera remotamente enterada.

    No podía evitar sentirme un poco traicionada.

    —Ah, no sé si iré —resolví, empujando los guisantes con el palillo.

    —¿Cómo? —replicó Jun, sorprendido—. ¿Y eso por qué?

    Me encogí de hombros sin despegar la vista del plato y solté un suspiro leve. Otra vez, ¿por qué ese cabrón estaba en mi casa y se metía en mi vida?

    —No tengo nada que usar.

    —Ah. —El tono que empleó me resultó extrañamente meloso y tuve que alzar la mirada, frunciendo el ceño al topar con aquella expresión suya tan divertida—. Qué bueno que el tío Jun llegó al rescate.

    Ugh.

    Me lo quedé mirando a la espera de que se explicara a sí mismo, pero mamá no se contuvo la emoción y su risilla captó mi atención. A ver, me ponía contenta verla más animada, pero que la razón involucrara al imbécil de su hermano… Me revolvía las entrañas, para qué mentir.

    —Sube a tu habitación, cariño. Debajo de la cama.

    Después de todo lo que había hecho.

    Me quedaba un poco de comida pero igual no tenía apetito, así que obedecí y ya. Subí las escaleras, encendí la luz y arrastré sobre el suelo la caja que había escondida. Era… bastante grande. Cuando la abrí honestamente me quedé congelada en mi lugar. Estaba todo. Vestido, máscara, zapatos.

    Para qué mentir, era precioso.

    Mamá y mi tío aparecieron cuando me había puesto de pie para apreciar el vestido, sosteniéndolo con ambas manos. La situación en sí era una mierda y una parte de mí sabía que el cabrón sólo intentaba comprarnos con lo único que sabía hacer, pero así y todo no logré evitar la emoción de haber recibido semejante conjunto del cielo.

    Y el pensamiento apareció de un momento al otro.

    Que podía… llegar a ser una princesa.

    —¿Y bien? ¿Te gusta? —La nota tan impaciente en la voz de mamá me dio una idea de cómo debía lucir mi cara, pese a la emoción interna: tan sorprendida que aún no lo asimilaba.

    —Ah, vamos, Ema, no la presiones.

    Alterné mi mirada entre ambos y asentí, recogiendo el vestido contra mi pecho. Mamá parecía a punto de explotar de la emoción, me recordaba a mí cuando era un manojo de energía feliz e incontrolable. Saltó la caja para sujetarme por los hombros y arrastrarme hasta el espejo, entonces manipuló el vestido hasta acomodarlo sobre mi cuerpo. Mi propio reflejo me congeló el aliento en el pecho y oí su risa enternecida.

    —Mírate nada más —murmuró junto a mi oído, busqué sus ojos en el espejo—. Te ves preciosa, corazón.

    Casi me lo creí, digamos, creérmelo de verdad. Estuve a punto de sonreír con genuina felicidad cuando Jun apareció también en el reflejo, como una intromisión indeseada, y me obligó a bajar a tierra. La lengua me picaba, sabía que lo correcto sería rechazar todo ese montón de mierda sucia. Pero no pude evitar pensarlo.

    Que a Altan probablemente le gustaría.

    Y quería verme bonita para él.

    Estaba cayendo bajo, ¿no? Y podría considerarlo demente, pero una parte de mí estaba segura que Jun lo sabía. Sabía que jamás aceptaría regalos de su parte a menos que estuviera realmente desesperada, que aceptarlos era… una patada en mi orgullo, era agachar la cabeza y venderme. No lo sé, un montón de mierdas. Estaba segura, joder. Lo estaba.

    —¿Te gusta, Anna-chan?

    Y aún así…

    —La verdad que sí —cedí, fabricando una sonrisa—. ¿Me lo puedo probar?

    Patética.

    —¡Claro! —Mamá volvió a saltar como un trampolín y arrastró a Jun fuera de mi habitación—. ¡Pero estás obligada a bajar y mostrarnos cómo te queda!

    Me puse todo, ya que estaba. El vestido, los tacones, la máscara. En cuestión de diez minutos no conseguí reconocerme frente al espejo, tuve que mirarme y mirarme hasta que mamá me sacó del trance con el grito que pegó desde abajo.

    —¡¿Fuiste a probártelo a Narnia?! ¡Vamos, Anna!

    Poner a prueba mis habilidades con los tacones por primera vez bajando un montón de escaleras no fue mi idea más prudente aunque, siendo honestos, mis ideas solían dar asco. Fui con cuidado, sosteniendo la falda del vestido, y me paré frente a ellos como una muñequita en exposición. De repente me sentí sorprendentemente cohibida, como nunca en mi vida, y tuve el impulso estúpido de volver a esconderme dentro de mis vaqueros y sudaderas. Encima, joder, mamá parecía emocionada al borde de las lágrimas.

    Y la sonrisa de Jun me enfermaba.

    Tenía miedo que me pidieran de desfilar, dar una voltereta, sacarme fotos, subirme a la mesa o lo que fuera. Por suerte no pasó. La tortura fue modesta y rápida, y en cuestión de pocos minutos pude regresar a mi ropa usual. Fue… extraño. Me alivió pero también me molestó, como si estuviera desprendiéndome de algo que muy, muy en el fondo siempre había anhelado. Y me molestaba que me aliviara, hasta me molestaba molestarme. Era un desastre de emociones, como siempre.

    Pero bueno, al menos tenía un atuendo adecuado, ¿no? Ahora nada me separaba de la fiesta.

    Y la idea me emocionaba y aterraba a partes iguales.

    La cuestión era que el vestido estaba ahí colgado, en mi ropero, y seguía sintiéndose irreal. No podía esperar para mostrárselo a Emi. Me vestí a la velocidad del rayo, me cepillé los dientes y la chica apareció a la puerta de mi casa con una puntualidad aterradora. La recibí echándome la sudadera sobre los hombros y la empujé fuera, en dirección a la acera. Sólo le permití dejar la bolsa con todas sus cosas en la sala, la pobre no entendía nada.

    —Annie, ¿q-qué pasa?

    —¡Tienda! —Bueno, ¿esperaba que me entendiera comunicándome como simio?—. ¡Vamos a comprar porquerías y esas cosas!

    Mi plan había sido tener todo listo para cuando Emi llegara, pero ya se sabía que era un desastre incapaz de llevar a cabo un solo plan como la gente. Eso sí, me encargué de pagar todo sin importar cuánto insistiera en ir a medias.

    —¡No, señor! —me negué con tanta vehemencia que el empleado de la tienda dejó de pasar los productos por su aparatito para mirarme—. ¡Hoy eres mi invitada y yo soy la honorable anfitriona! Puedes decirme Lady Anna, ya que estamos~

    Al final le arranqué una risa con la tontería y agarré la bolsa llena de porquerías, enganchando mi brazo libre en el suyo.

    —¡Tengo planeadas tantas cosas para hoy!

    —¿Sí? —preguntó, emocionada, y asentí cual resorte—. ¿Como cuáles~?

    —Ah, ya verás, ya verás. ¡Paciencia, saltamontes!

    Apenas entrar lancé la bolsa por encima de la barra, total eran puras frituras, nada iba a pasarles, ¿verdad? Bueno, lo que no tuve en cuenta fue que chocaran contra un vaso, que chocó contra un bowl, que chocó en el secaplatos y empujó un tarro. Un tarro al cual la tapa se le aflojó en el impacto contra el suelo y se desparramaron todos los cereales por la cocina.

    Si es que la vida me odiaba, eh.

    Fue un segundo donde el tiempo, el mundo se congeló y con Emi nos giramos en cámara lenta para compartir una mirada y echarnos a reír. Las carcajadas llenaron el silencio de la sala.

    —Yo te ayudo, Annie —ofreció, quitándose la chaqueta y dejándola junto a su cartera sobre el sofá.

    Bueno, no había estado en mis planes iniciar la tarde recogiendo cereal a cereal el desastre de la cocina, pero era lo que había. Al menos invertimos el tiempo debatiendo qué película ver para bajarnos todas esas frituras, y acabamos descubriendo que éramos débiles por las mismas mierdas. Bueno, por Mr. Darcy, siendo específicos, aunque ella apelando a su lógica y coherencia prefería a Mr. Bingley y tampoco era quién para negarlo, el señor era un amor de persona. Al final nos quedaba uno para cada una, y eso nos convertía en Jane y Lizzie. La realización sólo nos arrancó más y más risas, y es que bromas aparte ¡era bastante acertado!

    Ninguna de las dos recordaba cuántas veces había visto ya esa película, pero honestamente tampoco nos importaba. Resulta que también coincidíamos en muchas más cosas. Bridgerton, Winx, Emily in Paris, Gossip Girl. ¡Si parecíamos idiotas separadas al nacer! Antes de lanzarnos al sofá, así de repente, recordé que la razón principal de esa reunión no era taparnos las arterias y chillar por personajes de ficción sino practicar a caminar con tacones, primero, y alistarnos después. Emi se había distraído preparando los aperitivos en varios bowls —mi idea había sido comerlos directamente de las bolsas pero ella por poco se horrorizó—, entonces aproveché la oportunidad y metí la nariz en la bolsa enorme que había traído. Alcancé a husmear los zapatos por encima y un poco la máscara, y empecé a reírme en voz baja como imbécil cuando me quejé al sentir algo cayendo justo sobre mi cabeza con cierta fuerza, así de repente. La sombra de Emily se irguió a mi lado y recortó la luz ambiente.

    —Annie —comenzó, sonaba casi pasivo agresiva y me hizo toda la gracia—, ¿qué haces~?

    Me erguí, recogiendo el bowl sobre mi cabeza, y arrastré la bolsa con el pie hasta su posición inicial. Estaba haciendo un esfuerzo titánico por tragarme la diversión.

    —¿No me ves? Estaba por llevar esto al sofá~

    —Ah, qué coincidencia, yo también iba hacia allá~

    —Qué cosas, eh~

    —De no creer~

    Sorprendentemente logramos montarnos el teatro un rato más. Nos sonreíamos como damas de alta alcurnia obligadas a socializar hasta que tuvimos todo desparramado a nuestro alrededor, las frituras y las bebidas, y recién entonces me incliné hacia ella. Tras un silencio prudencial murmuré:

    —Está super lindo, Em.

    Y eso fue todo, giró el rostro con genuina emoción chispeando en sus ojos y juntó las manos sobre su pecho, asintiendo.

    —¿Lo viste? ¿Te gustó? ¿Verdad que está super bonito?

    Me carcajeé, enternecida, y recogí sus manos entre las mías para bajarlas al sofá.

    —Sip. No puedo esperar a vertelo puesto, ¡ah! —Mi exclamación repentina la hizo abrir los ojos y solté el resto de la estupidez entre risas—: Necesitaré bragas nuevas.

    Se mordió el labio, riendo, y me propinó golpecitos suaves en el brazo mientras intentaba protegerme, aunque las carcajadas me aflojaban el cuerpo y convirtieron la defensa en un acto altamente difícil.

    —Por Dios, qué estupideces dices —fue lo último que soltó antes de que nos calmáramos y finalmente le diéramos play a la peli.

    Era Pride and prejudice, claro, ¡la de 2005! Íbamos a ir a una mascarada de gala y ¿qué mejor elección para entrar en mood? La película la disfrutábamos un montón pero igual también nos la sabíamos de memoria, así que entre tanto Berta se coló en el sofá y seguimos charlando de trivialidades. Todo lo que había pasado con Altan me seguía dando vueltas en la cabeza, pero sentía que si me emocionaba demasiado antes de tiempo podría… arruinarlo, o algo así. No lo sé, era una estupidez pero no vi por dónde sacar el tema.

    Cuando Emi le dio un sorbo al jugo comprimió el gesto, casi espantada, y al mirarme advirtió la sonrisa malévola que tenía impresa en el rostro. Eso fue más que suficiente para que comprendiera.

    —Annie, ¿qué le pusiste al zumo?

    —Eh, ¿yo? —tonteé, probándolo también. Tuve que contener la mueca que amenazó con copiarme la expresión de Emily porque, mierda, me había quedado más fuerte de lo que pensaba—. No le hice nada, ¿ves? Perfectamente bebible~ Soy como los catadores de veneno ¡y ya pasó la prueba! Nadie ha muerto.

    El drama histórico seguía corriendo de fondo y Emi me clavó la mirada sin piedad hasta que me ganó por insistencia. Suspiré y dejé caer las palmas en mi regazo, deslizando las manos entre mis muslos.

    —Vale, vale, sólo fue… ¿un pequeño retoque? —probé, sonriendo toda inocente, y me removí como una niña caprichosa—. ¡Venga, Em! ¿No va siendo hora de ponernos a tono para la fiesta?

    —¿A las cuatro de la tarde?

    —¡A las cuatro de la tarde, exactamente!

    Me siguió mirando un rato más hasta que suspiró, resignada, y le dio otra probada. Su gesto se comprimió pero soltó una sonrisa, que acabó convirtiéndose en una risa suave.

    —Bueno, está bien, supongo que sí es bebible. —Me vio festejar la victoria y agregó, apremiante—: ¡Pero ve a traer hielo! Así pasa de bebible a disfrutable.

    Bien por mí. Me estiré para estamparle un beso en la mejilla y literalmente la salté para corretear hasta la cocina. Llené otro bowl con unos cuantos hielos y al regresar eché un par en ambos vasos. Eh, entre las dos lograríamos crear el mejor destornillador del mundo, ¡estaba segura!

    —En Argentina le dicen jugo loco, ¿sabes? —comenté al aire, hundiendo la mano en las papitas—. Bastante acertado, si me preguntan.

    Debo decir que nunca antes se me habría ocurrido la idea de ver cómo Mr. Darcy confesaba su amor por Elizabeth con un vaso lleno de zumo y vodka en la mano, ¡pero la vida estaba hecha para sorprendernos! Bebimos bastante, lo suficiente para no reparar en el pequeño detalle de que arrancar una película de dos horas a las cuatro de la tarde había sido una mala idea. Estábamos muy entretenidas intentando acertar las papitas en la boca de Emi cuando, por esas fortunas del destino, la chica le echó un vistazo al reloj de pared.

    —¡Oh por Dios, Lady Anna! —exclamó en tono pomposo, incorporándose de un brinco—. ¡Son las seis menos cuarto!

    Ni con el apuro se nos quitaba lo pendejas.

    —¡Santo cielo, Lady Emily! ¡Debemos apresurarnos! ¡Vamos, vamos!

    Emi se zambulló en su bolsa y yo corrí escaleras arriba para buscar mis cosas y llevarlas abajo. Ahí había quedado, pobre Mr. Darcy, intentando proponerse al amor de su vida sin éxito alguno.

    Tuve la neurona de regresar todo a la caja donde había venido, de modo que mantuve el misterio hasta el último momento. Con Emi nos miramos, emocionadas, y tuvimos la misma idea.

    —¿A la cuenta de tres? —propuse.

    —¡Sí!

    Fue el conteo más estúpidamente largo del mundo, entre las risas y nuestro alcohol en sangre. De alguna forma conseguimos llegar a tres y desplegamos nuestros vestidos al mismo tiempo. Las risas se convirtieron en chillidos inteligibles y, venga, si no estaríamos por poco a punto de explotar.

    —¡Está divino!

    —¡El tuyo igual!

    —¡Podría verlo por primera vez miles de veces!

    —¡Pero ya lo habías visto, Annie!

    —¡Objeción! —Me detuve de golpe y la señalé, el dedo acusador giró y giró con elegancia hasta enganchar ambas manos en mis caderas—. Lo había vislumbrado.

    Ah, pero bueno, qué palabra tan fancy. De un segundo al otro regresamos a nuestro papel de damas de alcurnia y comenzamos a hablar con tono pomposo y a reír como un Santa Claus high pitched y en slow motion.

    Emi me contó con bastante detalle cómo lo había conseguido, la idea había sido empezar a vestirnos pero acabamos de regreso en el sofá, bebiendo y comiendo frituras. Nos perdimos en la conversación y, mierda va, mierda viene, acabé soltando parte de la información. ¿El alcohol me había aflojado la lengua? Quién sabe.

    —Al final ayer sí hablé con Altan —confesé, acariciando el lomo de una Berta más muerta que viva.

    La emoción chispeó en el morado de Emily y alcanzó mi mano para zamarrearla suavemente.

    —¿Y? ¿Qué tal?

    Le eché un vistazo al televisor y solté el aire por la nariz, dándole un trago al destornillador que ¿era yo o estaba cada vez más suave? La peli había acabado y se me ocurrió abrir YouTube para dejar corriendo música de Bridgerton. Aún parecíamos atoradas en una mierda de época.

    —Todo bien —resumí, sonriendo al regresar la mirada a ella—. Creo que… todo va a ir bien. Eso espero, bah.

    Bajé los ojos a nuestras manos y giré la mía para tomar la suya, presionarla con firmeza.

    —No lo sé, Em, nunca… —Arrugué el ceño, meneando la cabeza—. Creo que nunca me había sentido así por alguien. Me da un poco de miedo.

    Pude oírla sonriendo como sólo la estúpida sabía hacer, con aquella bondad y cariño tan enorme, tan genuino. Su mano se desembarazó de la mía, únicamente para buscar mi mejilla e instarme a encontrar su mirada.

    —Imagino que debe darlo —concedió, con aquel tono suyo tan cálido y maternal—. Pero me alegro mucho por ti, cielo. De verdad. Ya verás cómo todo va bien.

    No tenía idea, pero quería creer que sí y esa única esperanza me valía de momento. Asentí, esbozando una pequeña sonrisa, y Emily se removió antes de incorporarse. Había buscado mis manos, de modo que me arrastró con ella.

    —Además hoy van a verse, ¿verdad? —Se le notaba la emoción en la voz, había empezado a mecerse al ritmo de la música—. ¡Es un baile! ¡Un baile de máscaras!

    Me arrancó una risa breve y le seguí el rollo, así como nos habíamos puesto a bailar en los baños de la escuela por puro amor al arte. Busqué su cintura, una de sus manos, y comenzamos a mecernos por toda la sala. El alcohol también cumplía su parte, eh.

    —¿Qué hay de ti, Lady Emily? ¿Esperas encontrarte con alguien esta noche~?

    —¡Oh, pero qué cosas insinúas, Lady Anna! Si no soy más que una jovencita pura e inocente, aguardando fielmente al matrimonio.

    —Eh~ Pero, Lady Emily, si yo ciertamente sé una o dos cosas con respecto a su castidad que podrían considerarse… escandalosas~

    Repasé con cierta picardía el morado de sus ojos y luego la sonrisa que llevaba pegada al rostro. Era una mezcla de elegancia y condescendencia de lo más convincente, y me arrancó una risa breve.

    —Ah, querida, ¡no tengo idea de qué hablas! —respondió, lanzando su mirada a cualquier punto de la habitación—. Seguramente hoy has tomado mucho sol.

    La hice girar, recogí sus manos, nos alejamos y volvimos a encontrarnos. Mis dedos se deslizaron con mayor firmeza en torno a su cintura, atrayendo su cuerpo sutilmente. El tiempo seguía corriendo y ni siquiera habíamos empezado a cambiarnos, ¿eh? Si estaríamos idiotas.

    —Puedes fingir todo lo que desees, querida, pero tú y yo conocemos un par de nombres capaces de apoyar mis fundamentos. Por ejemplo… —La insté a dar una voltereta repentina que le arrancó una risa fugaz y, de paso, casi nos envió contra la mesa—. ¿Lady Akaisa?

    Sus ojos se abrieron apenas más de lo necesario y seguí girando y girando, arrastrándola conmigo. En serio, no sé qué ángel de la guarda nos mantuvo lejos de todos y cada uno de los muebles.

    —¡Ah, y una mujer, ni más ni menos! —exclamé a viva voz, entre nuestras risas y el cabello agitándose—. Mi queridísima Emily, ¡ciertamente eres una caja de sorpresas!

    —¡Ya para, Annie!

    —¡No puedo, se me averiaron las piernas!

    Más y más risas.

    —¡Annie!

    —¡Emi!

    —¡Hablo en serio, me estoy mareando!

    Es decir, obvio, ¿cómo hicimos para aguantar tanto en primer lugar? Al final, sin saber muy bien cuándo o por qué, acabamos de regreso en el sofá. Respirábamos como si acabaran de sacarnos del Pacífico y no podía cerrar los ojos o juraría que vomitaba. Tragué saliva, soltando una risa floja, y moví el brazo a tientas hasta topar con el de Emily. Ella reaccionó de inmediato y entrelazó sus dedos con los míos.

    —¿Estás bien, querida?

    Un instante de silencio y volvimos a estallar en risas.

    Luego de un rato debatiéndonos si por fin estábamos listas o no para incorporarnos sin morir, decidí ser la rata de laboratorio y mientras Emi gritaba por mi vida, intentando detenerme, me puse en pie. Un poco duro al principio, pero no tardé en recuperar el equilibrio y le sonreí triunfante, ofreciéndole una mano para ayudarla. Era un motivo de festejo, oye, ¿y qué mejor forma de celebrar que…?

    —Creo que deberíamos dejar de beber, Annie.

    Ahí estaban, ¡las peores palabras de la noche! ¡No, del mundo! ¡Justo frente a mis ojos! Me llevé una mano al pecho, profundamente dolida, y comencé a caminar hacia atrás. Emily se rió.

    —Annie…

    —¡No! —exclamé en español, cazando mi caja al vuelo, y desaparecí escaleras arriba cantando una canción de Los Pimpinelas—. ¡Por eso vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa, y pega la vuelta!

    —¿Te cambiarás arriba? —me preguntó en japonés, desde el nacimiento de la escalera.

    —¡Vete, olvida mis ojos, mis manos, mis labios que no te desean! —seguí cantando en español, a los gritos, desde algún punto indefinido de mi habitación.

    ¿Estaba borracha? Peor que eso: estaba borracha y contenta. Es decir, la peor combinación posible para cualquier pobre diablo que intentara coexistir de forma medianamente decente dentro de un radio de veinte metros a la redonda.

    Supongo que Emily asumió que mi respuesta era afirmativa y, como buena niña, procedió a cambiarse. Más tarde, cuando intentáramos recapitular la secuencia de hechos para definir el momento exacto donde nos graduamos de estúpidas y perdimos absoluta noción del tiempo, bueno, seguramente haya sido cuando, una media hora después, Emily subió a mi cuarto tras no recibir respuesta alguna por parte de mi estúpida, contenta y borracha persona. Vete a saber, ¡quizá me había muerto! ¡Ahogada en mis bilis! Allí arriba, donde no había reloj de pared y ambas habíamos dejado el móvil en la sala, se fue todo a la mierda.

    Ah, qué buena anécdota para nuestros nietos.

    ¡Y por mucho que así parezca no es nada subido de tono, lo aseguro! ¡Cómo sería apta para nuestros nietos, si no!

    —¡Annie! —La voz de Emily me sobresaltó de tal manera que el álbum depositado en mi regazo salió volando—. ¡Aún no te cambiaste!

    Alcé la vista de repente, lista para excusarme, pero allí estaba Em, completamente vestida, con su vestido, sus tacones y todo, y se me dibujó una sonrisa boba en el rostro.

    —Cariño —murmuré, sin quitarle la vista de encima ni por casualidad—. Por Dios, estás preciosa.

    Mi honestidad pareció ser suficiente para suavizar su molestia y, de hecho, juraría que un leve rubor se apoderó de sus mejillas. Desvió la mirada, enganchando una mano en el codo contrario, y sonrió.

    —Gracias, Annie. —Lentamente se atrevió a buscar mis ojos y, más confiada, agregó—: ¿O no que me queda genial~?

    —¡Sí! —exclamé al instante, brincando de mi lugar aleatorio en el suelo, y la jalé del brazo hasta sentarnos ambas al borde de la cama—. ¿Planeabas hacerte algo en el cabello?

    —Oh —soltó, más concentrada en lo que yo había dejado tirado—, de hecho sí. ¿Qué es eso?

    Se lo alcancé sin mayores complicaciones, sujetándola de los hombros para que me diera la espalda. En lo que buscaba un cepillo y tal comencé a hablar.

    —Es un álbum de fotos, la mayoría son de cuando vivía en Argentina. Me lo topé de casualidad y me distraje viéndolo, perdón~

    Regresé a la cama y comencé a peinar su cabello con movimientos lentos y delicados. Entre tanto, Emi había empezado a chusmear las fotografías.

    —¡Ah! —la oí exclamar, asomándome sobre su hombro presa de la curiosidad—. ¿Esta eras tú?

    —Sip —concedí, volviendo a mi labor tras comprobar de qué fotografía se trataba—. Esos somos mamá, papá y yo, creo que esa la sacamos en… Tres Arroyos.

    Le solté la información aunque sabía que para Emily no significaría nada, ¿qué importaba?

    —Eh, eras una cosita super tierna~

    —Oye, linda, ¿qué clase de peinado querías? —le pregunté.

    Despegó su atención del álbum un momento para verme de costado.

    —Ah, había pensado en una coleta simple con un par de trenzas. Tengo aquí el lazo. Había una foto en mi móvil, si me esperas voy y lo busco.

    —Eh~ —canturreé, deslizando el lazo entre mis dedos—. Creo que tengo una idea. ¿Me dejas improvisar un poquito, Emi-chan~?

    Le sonreí como angelito y luego de unos pocos segundos soltó una risa suave, regresando su mirada al álbum.

    —Confío en ti, cariño.

    Mi idea no se alejaba demasiado de lo que Emily me había planteado, digamos que sólo agregaba un par de trenzas en diferentes grosores y ataba la coleta con dos ligas invisibles, llevando el lazo al medio como un bonito y voluminoso moño. Mientras la peinaba, Emily siguió viendo fotos y yo, con la lengua suelta por el alcohol, le conté absolutamente de todo. Sobre mi trabajo en el circo, mi infancia errante, que vivíamos en una casa rodante y estábamos constantemente en viaje. Le conté de mi gran familia, uno por uno, sus nombres y peculiaridades. Era demasiada información para que cualquier ser humano promedio la incorporara, pero eso no era lo relevante. Emi me había escuchado de principio a fin, sin interrumpirme, demostrar aburrimiento o intentar cambiar de tema. Para cuando me di cuenta que había estado hablando como radio averiada acababa de atar el moño a su peinado. El sol había comenzado a arrastrarse cada vez más anaranjado dentro de la habitación, y nosotras ni siquiera nos dimos cuenta.

    —Lo siento, hablé un montón —me disculpé entre dientes y salté de la cama para llevarla al tocador y reflejar su cabello con otro espejo—. ¡Tadá!

    La sonrisa de Emily fue genuinamente maravillosa. Se llevó una mano al peinado, apenas rozando sus texturas, y buscó mis ojos en el reflejo.

    —Está precioso, Annie, ¡me encanta! Podrías dedicarte a esto~

    —Oye, sí, podría ofrecer trenzas en el receso y cobrarlas cien yenes cada una. ¡Mi propio negocio! De ahí a fundar la multinacional.

    Estaba ordenando lo que había utilizado cuando Emi se incorporó y se acercó a mi propia caja, concediéndome una mirada comprensiva. Mis movimientos se redujeron poco a poco hasta congelarse. Era… un poco extraño, ¿verdad? Como si… como si la hubiera estado evitando adrede, permitiéndome distraerme por las razones más estúpidas con tal de atrasar, atrasar y atrasar el asunto. Me quedé de pie junto al tocador, sintiéndome malditamente expuesta, y Emily se acercó para presionar los labios en mi frente. Sobre esos tacones endemoniados la jodida me sacaba un montón de centímetros.

    Me sentía tan pequeñita y vulnerable, Dios.

    Y tenía miedo.

    Estaba aterrorizada.

    —Te esperaré abajo, Annie —murmuró, acunando mi rostro entre sus manos—. Y esta vez hazlo de verdad, ¿sí? Yo sé que te verás preciosa.

    No me quedó más que asentir un poco a regañadientes, como un crío que sabe que llevan la razón y aún así le molesta oírlo. Emi me sonrió y finalmente se retiró, dejándome a solas con esa mierda que más me valía afrontar o, era muy probable, me arrepentiría el resto de mi vida. ¿Y qué si no me veía tan bonita como las demás? ¿Y qué si no cumplía la talla? ¿Y qué si me mordía la falda del vestido, o no sabía caminar con gracia o se me reían por las pintas de princesa barata?

    Quería ir a ese baile, ¿verdad?

    Quería ver a Al, bailar con él.

    Me lo había prometido, ¿no? Un baile.

    ¿Vas a dejar pasar esta oportunidad, Anna?

    No, mierda.

    No.

    No sé cuánto tiempo me llevó, puede que bastante. El día anterior me lo había probado sin problema pero ahora no parecía tener las neuronas alineadas para acomodar los lazos de la espalda sin enredarme como un embutido entre ellos. Me molesté, me dio calor, resoplé y maldije en español hasta que, finalmente, lo logré. Emi me tuvo una paciencia de mil santos, la verdad, ya que bajar las escaleras tampoco fue tarea fácil. El simple hecho de oír los tacones rebotando, de saber que estaba anunciando mi llegada, me enviaba pulsaciones horribles al cerebro. La ansiedad escaló y tuve que obligarme a contener el impulso de regresar corriendo mil y un veces, pero al fin y al cabo lo logré. Llegué a la sala. Emi había estado matando el tiempo con su móvil y, al alzar la mirada hacia mí, lo primero que apareció en su semblante fue un relámpago de sorpresa. Al instante lo reemplazó la sonrisa más bonita del mundo y se incorporó, estirando las manos hacia mí. Me ardían las mejillas como nunca.

    —Cariño —murmuró, dándome un apretón firme—. Te lo dije, ¿o no? Te ves absolutamente preciosa.

    Cada palabra sólo aumentaba más y más el bochorno. Puta madre, quería que me tragara la tierra. Me obligué a respirar para calmarme y en medio de mi pánico mental encontré una idea coherente.

    —¿V-vamos arriba a maquillarnos?

    Recién entonces me atreví a buscar sus ojos. Estaban llenos de ternura y me estampó un sonoro beso en cada mejilla, rodeándome para arrastrarme por las escaleras con energías renovadas.

    —¡No se diga más! ¡Hora de los retoques finales!

    Poco a poco me fui relajando, Emi se aseguró de darme conversación todo el rato e incluso había traído un vaso de la muerte consigo. No voy a mentir, bebí más de lo que debería pero es que literalmente me estaba muriendo de todo. De nervios, de miedo, todo. Emi se maquilló a sí misma y también se encargó de lo mío, ya que no confiaba en mi capacidad de trazar un delineado decente, dadas las condiciones. De todas formas no hicimos nada ostentoso, era liviano, sobrio y simple. Me gustó mucho su trabajo. Apoyó ambas manos en mis hombros y su sonrisa en el espejo me recordó a la de mamá ayer, cuando presentó el vestido sobre mi cuerpo. Mierda, ¿qué había hecho para merecer personas tan increíbles? La idea logró arrancarme una sonrisa genuina y Emi me apretujó cariñosa, meciéndonos un poquito de lado a lado.

    Poco a poco me comenzaba a sentir… bonita.

    Giré el rostro para verla de frente, estaba bastante cerca y francamente no me importaba. Tampoco sé de dónde salió el impulso ni por qué se sintió tan natural, el caso es que deposité un simple beso en sus labios. Fue casto, superficial y estaba lleno de cariño. Ella me sonrió y apoyó su frente en la mía. Cerré los ojos.

    —Gracias, cariño —susurré, de todo corazón—. Sin ti no habría podido.

    —Nada que agradecer, cielo, ya sabes que estoy aquí para lo que necesites.

    Permanecimos en aquella posición unos segundos más, hasta que Emily se irguió y me invitó a la sala. Acepté su mano y bajamos, la música aún sonaba desde abajo y fue como esos bailes de presentación en sociedad donde las debutantes deben bajar frente a todo Dios. Era una estupidez, considerando que la sala estaba vacía, pero todo estaba pintado de esos colores. Ni siquiera el atardecer lucía igual vestida así, con aquella música y Emi a mi lado, tan impecable y elegante.

    Deberíamos habernos ido de una puta vez, la verdad, pero de todos modos ya se nos había hecho tarde, así que media hora más, media hora menos no mataría a nadie, ¿verdad? Prefería emprender la marcha cuando no me sintiera a media bocanada de escupir los pulmones.

    Por eso, para seguir sumando retrasos a la lista, nos quedamos un rato conversando abajo. Charlamos, nos reímos, hablamos de la gente y nos bajamos más paquetes de frituras. Resulta que Emi había estado comiendo a solas con Kohaku y había conocido a un par de senpais que quería presentarme. Yo, por mi parte, le conté más al detalle la mierda con Altan y, vaya, por el brillo en sus ojos juraría que estaba leyendo una novela de Wattpad. Bromas aparte, todo eso me ayudó a relajarme y cuando se instauró un pequeño silencio entre nosotras miré la hora, me cargué los pulmones de aire y le marqué a la empresa de taxis. Emi alcanzó mi mano y la acarició suavemente, concediéndome una sonrisa cálida. A pesar de todo, todo lo que habíamos hablado, en ningún momento hicimos mención a mis estúpidos miedos y estaba bien. No hizo falta, no fue necesario, así y todo pude combatirlos. ¿Vencerlos? Aún no estaba del todo segura, pero algo era cierto.

    Sin Emily allí conmigo, ni en sueños habría sido capaz de juntar el coraje que necesitaba.

    Y estaba estúpidamente agradecida por todo su apoyo y compañía.
     
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    Amane

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    SO FIRST OF ALL TÚ ERES EL AMOR DE MI VIDA ¿VALE? I hope we got that straight.

    Tres párrafos y ya tenemos a messy Anna bien presente, adoro (?)

    A VER PERO QUERÉS QUE ME LA COMA A BESITOS O COMO VA LA COSA???

    CUANTAS VECES VAMOS A TENER QUE DECIRLE A ANNA QUE ES UNA PRINCESA??? CUZ IDC, SE LO DIRÉ LAS VECES QUE HAGA FALTA ISTG.

    La escena con el tío de Anna, gosh, me ha puesto añksjdan ni siquiera me he leído aun el colectivo como pendeja que soy y aun así sé que no me gusta y que me cae mal (?) Pero tbh, yo en el lugar de Anna aceptaba los regalos pero solo por, idk, aprovecharme de su dinero y seguir odiándole deep down, cuz that kind of bitch i am (?) Anyways, me alegra mucho que de una manera u otra aceptase el vestido cuz we all wanted her to be there at the party like a princess uwuwuw

    This is so sadly accurate (?)

    Dios, es que literalmente me logro imaginar esto con una facilidad estúpida JAJAJ la pendeja de Emi queriendo pagar a medias (y porque sabe que ni de coña podría pagar ella todo por ser la invitada) y Anna negándose vehemente hasta que al final consigue convencerla solo porque es una cabezona y Emi tampoco puede decirle que no (?)

    Dios es que cómo se puede ser tan pendejas que alguien me lo explique por favor lo pido JAJAJAJA

    THIS AAAA recuerdo cuando me lo dijiste y llegamos a la conclusión de que a ambas les pegaba mucho ser Lizzie y Jane con sus correspondientes intereses amorosos CUS THEY ARE JUST LIKE THAT a

    Pero si no seremos nosotras in real life babe 7u7 (?)

    Que me puto parto el culo JAJAJAJ las veo tan claramente siendo así, por dios, bromeando y pendejeando todo el rato. Es que están tan cómodas juntas que pueden montarse cualquier teatro y se lo pasan de putísima madre y por eso son NOVIAS.

    PERO LUEGO PASAN A LA SOFTNESS Y AAAA

    Y bueno, también a Anna avergonzando a Emi con sus comentarios, nada nuevo bajo el sol claro (?)

    JAJJAJAJA PENDEJÍSIMAS QUE SON POR DIOS Y MÍRALAS COMO HAN LLEGADO AHORA ES QUE NO PUEDO CON ELLAS. Pero es que por otro lado lo veo tan claro, que se emborrachen de antes para llegar con toda esa energía y, mira, no sé, me gusta mucho verlas tan alegres y animadas en la fiesta y de todo, siento que las hace brillar aun más de lo que brillan de por sí y living cuz it's so fuuun.

    El resumen de sus vidas (?)

    Es que ni fangirleando pueden dejar de ser estúpidas. Pero mira, es que me las imagino gritando como imbéciles y quedándose sin voz al verse los vestidos y es tan accurate que duele, son tan fangirls pls.

    Berta así de: no tiene sentido esperar nada de estas pendejas mejor me duermo -_- (?)

    ¿Quiero llorar? Please, they are so supportive of each other y yo creo que es lo que más me gusta de su amistad. Pueden tontear, pueden picarse, pueden... no sé, cualquier cosa, pero al final del día siempre siempre se van a apoyar mutuamente en cualquier cosa, se van a alegrar como nadie por la otra si algo sale bien, creo que de manera tan genuina que no sé, es simplemente precioso. Y me alegra tanto que se hayan encontrado, la verdad, se complementan de una manera tan bonita que quiero simplemente llorar ;; <3

    JAJAJA sure, pura e inocente fuiste, aproximadamente, durante un día (???)

    PENDEJÍSIMA. Emi así de: para qué le habré contado nada de mis aventuras? (?)

    Me encanta como Katrina es el punto débil de Emi en cualquier situación JAJAJ es que literal le sacas el hecho de que se ha crusheado con ella y le hA CORRESPONDIDO???? y le da tremendo cortocircuito, y corta todo el teatro porque no le da la vida ya(?) She is so stupid pls, como si no se hubiese metido ella sola ahí (?)

    Also mención especial a las pendejas evitando los muebles de puto milagro JAJAJ

    THEY ARE SO DOMESTIC PLS??????? ME ENCANTA ESTA ESCENA DE UNA MANERA IMPRESIONANTE CUZ IT'S JUST SO PERFECTLY THEM????? El hecho de que Anna se ponga a cantar en español (PIMPINELA OBVIOSULY!!!!), correteando por la casa, y Emily reaccione con esa naturalidad y le responda en japonés sin más, y encima luego se vista porque sabe que es lo que tiene que hacer, es que, idk, DE REPENTE ME LAS IMAGINÉ VIVIENOD JUNTAS GRACIAS A ESTA ESCENA SABES??? y te digo, miss, it would be a very chaotic house but very funny too (?)

    AJAJAAJJA *no me gusta* (?)

    Pls, se estaría muriendo ahí mismo de vergüencita ;; Seguramente ya lo he dicho alguna vez, pero lo repito again cuz idk, i can(????) pero por mucho que Anna piense que Emi es de categoría princesa y todo el rollo, lo cierto es que a Emi le pasa como a Anna y ni de coña cree que entre en esa categoría (?) Which is kinda stupid porque, por mal que esté que lo diga yo, cae en ese grupo de cabeza JAJ pero bueno, la cosa es que le costaría también un poco creerse los halagos aunque deep down los agradezca mucho y sí le den un poco de confianza de primeras uwu

    biatch no te escapas de tu destino (?)

    pls she would be so PROUD of her girlfriend, i just feel it in my guts.

    Son tan besuconas, que alguien las pare por favor (?)

    no te explico yo lo mucho que grité aquí. i mean ????????????????? im super weak por las comidas de boca y la horniness, pero tbh, TBVFH, este beso tan simple y superficial me hizo gritar más que ninguna otro beso más profundo. CUZ I FEEL IT'S SO SIGNFICATIVE AND IDK THEM??? No lo sé, sis, i just know i loved it like a freaking hoe.

    Y nada, que llora cinco litros de lágrimas me estás diciendo, ya veo.

    Oh god, cariño, he amado tantísimo este escrito y me hace muchísima ilusión que al final decidieses publicarlo por mi cumpleaños de regalo, significa un montonazo para mí <3 Quiero mucho a todos mis personajes, y cierta pendeja rubia ha acabado ganándose mucho cariño mío de la nada, pero Emi siempre será Emi, siempre tendré un lugar muy muy especial para ella en mi corazón y, no sé, es un poquito como Anna para ti. Quizás no taaanto porque yo tiendo a no attach myself demasiado a los personajes, pero si lo hiciese Emi entraría en la misma categoría que Anna, i just know it, y como tal me hace muchísima ilusión leer de ella, leerte a ti escribiendo de ella y por mi cumpleaños is such a fucking paradise, y encima leerlas a las dos es simplemente perfecto. Son nuestras niñas y lo dicho, me hace tan tan feliz que se hayan encontrado cuz creo que eran lo que necesitaban para muchas cosas, y me hace casi casi tan feliz como haberte encontrado a ti uwu y definitivamente son nosotras en plan pendejas and i just love it, i love every piece of their relationship. So, god, again, muchísimas gracias por regalarme esta maravilla, por ser mi amiga y todo lo que ella implica, porque nunca me cansaré de agradecerte eso y por tu existencia. Y nada, que me hiciste muy feliz, espero que lo sepas <3
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4679
    N/A: this is canon y ocurre justo luego de que Sasha se va de la fiesta. Es básicamente su fin de semana (?

    Disfruté muchísimo escribiendo esto, me ayudó a reconectar conmigo misma y siento que volví a encontrar una voz o algo así. I love this child with all my frickin heart. Anyways, thats it.





    The Fortitude
    | Sasha Pierce |

    .
    .
    .

    El pavimento bajo las ruedas del taxi era tan uniforme que por momentos, cuando me distraía, sentía estar levitando. El chofer, silencioso como una tumba, parecía no descuidarse ni al respirar y me daba bastante igual cuánta gracia le hiciera trabajar a semejantes horas, el caso era que una parte de mí habría agradecido recibir una distracción inmediata. Conversar del clima, que preguntara por mi extraño aspecto, contarle lo que había hecho esa noche, recomendarle el té que había descubierto hacía poco. Pero no tuve la suerte, se ve, de topar con un charlatán. Las luces del tendido eléctrico eran blancas y amarillentas de a ratos, se intercalaban entre sí y estimé que no seguían ningún patrón planeado de antemano. En un inicio habrían sido todas blancas o amarillas, y a medida que se quemaban las habrían reemplazado con lo que tenían a mano. Eso, o desde un inicio el pedido de bombillas vino fallado y las instalaron sin darse cuenta. Luego les habría dado pereza.

    Sabía que me esforzaba por concentrarme en razonamientos estúpidos con la pura intención de no pensar, era mi modus operandi usual. Lo hacía siempre porque me salía bien, porque no me costaba nada silenciar mis demonios y taparlos debajo de toneladas de razonamiento lógico, leyes físicas, listas de la compra o quehaceres rutinarios.

    Vivía en piloto automático, vivía en silencio y sin molestar a nadie. Vivía para lo que me había convencido tenía que vivir y era, sin falla o error, profundamente deshonesta. Por eso no me temblaban las manos ni me carcomía la ansiedad al no saber qué le había ocurrido a la abuela. Me había sido encomendada la tarea de cuidar a los niños y eso era todo lo que necesitaba en el cerebro ahora mismo.

    Era lo que tenía ser el pilar de la familia.

    Aún así, las luces del tendido eléctrico iluminaban mi vestido blanco ahora, amarillo después, y tuve que reconocer que me sentía un poco triste. El golpe de realidad había descendido sobre mí con la contundencia de un rayo y quizá, sólo quizá, se me podría haber permitido soñar un rato más.

    Que podía ser una adolescente normal.

    Llegar a casa significó reanudar la tormenta que me había esmerado manteniendo en silencio durante el camino. Las luces de la sala estaban encendidas y antes de alcanzar la puerta me rodearon los gritos de Danny, eran agudos y desesperantes. Parecieron emparejarse con una brisa invisible, se fusionaron en el aire, entre las grietas microscópicas de las aberturas, del marco de la puerta y las paredes. Rasgaron, perforaron, punzaron. Gritaba como si lo estuvieran asesinando, gritaba como si no entendiera nada de lo que ocurría y eso lo arrojara a una marisma insoportable de oscuridad e incertidumbre. Gritaba como un forastero perdido en medio de un desierto sin horizonte, como una chispa de luz a la deriva dentro del infinito negro, y eso era. Eso ocurría cuando manos frías y despiadadas lo arrancaban de su mundo.

    El mero intento de imaginarlo me partía el corazón, siempre lo había hecho.

    Lo encontré hecho un ovillo contra el espaldar del sofá, en el suelo, con Betty llorando a su alrededor. La perra no se estaba quieta, insistía en aproximarse y Danny la ahuyentaba una y otra vez con manotazos ciegos. De momento no había rastros de Fanny o Lulu, asumí que estarían en su habitación. Dejé las llaves y la cartera en la mesa de salida, me quité los tacones y me acuclillé frente a Danny. Sus gritos eran francamente insoportables, me perforaban los oídos y agravaron el comienzo de migraña que había sentido en la fiesta. Pensé que sería un milagro no haber despertado ya a todos los vecinos. Primero me concentré en calmar a Betty, la atraje hacia mí y le rasqué la cabeza hasta que comenzó a relajarse. El corazón le iba como loco y de un momento al otro pensé que ella tampoco entendía nada, que su pequeño mundo era Danny y Danny no conseguía escapar de su desesperación. Que quizá yo debería haberme angustiado como Betty al verlo así.

    ¿Había algo mal conmigo?

    Reducir la ansiedad de Betty pareció calmar un poco a Danny, poco a poco sus gritos fueron amainando y simplemente permaneció allí, envuelto en sí mismo, sollozando despacio. Intenté, intenté e intenté descifrarlo, leer su lenguaje corporal, comprender lo que ocurría frente a sus ojos. ¿Estaría oscuro? ¿Habría demasiada luz? ¿Mucho ruido o exceso de silencio? Un tenue sonido me alcanzó del pasillo y volví el rostro, notando que los mellizos estaban asomados por el marco de la puerta. Había una mezcla sórdida de miedo y confusión en los ojos de ambos. Les sonreí con una tranquilidad que por momentos me disgustaba y posé el índice sobre mis labios, a lo que ellos asintieron y se quedaron allí, obedientes. Dejé ir a Betty cuando intuí que no empeoraría la situación y, esta vez, Danny no la rechazó. La perrita empujó el hocico dentro del hueco que dejaban sus piernas flexionadas y Danny descubrió el rostro. No hizo contacto visual, como era lo usual, sólo me reconoció allí frente a él y abrió los brazos para envolver a Betty. Hundió la cara en el frondoso pelaje de su cuello y una parte de mí, comparable a la que logró relajarse, se amargó.

    Podía ayudarlo a regresar a su mundo, tenía las claves almacenadas en el cerebro. Podía asistirlo pero siempre sería a ciegas, siempre me forzarían a permanecer de este lado de la puerta.

    Jamás lo entendería.

    Fanny salió de su escondite y le extendí un brazo para invitarla junto a mí, Lulu la siguió poco después y los envolví a ambos. Estaban cálidos y me sentí horrible al haberlos dejado solos, en esas condiciones. Me sentí horrible y pensé que quizá fuera en vano soñar.

    Ya no era una niña.

    —Lo siento —susurré en inglés, presionándolos contra mí y observando la figura delgada de Danny—. Lo siento mucho.

    Fanny se removió apenas y me estampó los labios en la mejilla, el contacto me congeló los músculos y por un segundo creí que me rompería en mil pedazos.

    —Papá se fue con la abuela —me informó.

    Asentí, acariciando su cabello oscuro, y deposité un beso en su coronilla.

    —Lo sé, cariño. Hablé con él hace un rato.

    —¿Están bien? —inquirió, observándome con toda la ingenuidad y preocupación impresa en sus hermosos ojos azul terroso—. Papá estaba muy apurado.

    —Claro, amor. Sólo tuvieron que salir a hacer algo importante, por eso el apuro.

    —¿Y por qué Danny se puso así, entonces?

    Me cargué los pulmones de aire. No pretendía mentirle, pero ¿qué sentido tenía preocupar a unos niños de cinco años con cuestiones que ni siquiera serían capaces de comprender? Danny era un factor complejo frente a los mellizos, el chico percibía con una claridad aterradora lo que ocurría a su alrededor. Puede que muchas veces no lo pareciera, que no lo expresara, pero estaba segura que lo hacía. Entendía demasiado para un niño de su edad y eso los mellizos también lo notaban.

    Si a Danny le afectaba tenía que ser algo importante, era una lógica para nada errada.

    —Probablemente papá lo haya despertado medio de golpe y Danny se asustó —murmuré, conciliadora, sin dejar de acariciar la espalda de los mellizos ni un instante. Lulu seguía callado, aferrado a mi costado—. Es algo que ha pasado antes, ¿o no?

    No lucía del todo convencida pero tampoco siguió preguntando. Le eché un vistazo a Danny, seguía abrazado a Betty con la espalda contra el sofá y de repente sentí frío entre las aberturas del vestido.

    —Danny, ¿quieres ir a acostarte? —sugerí, en el tono suave que de por sí estaba empleando—. Te llevaré algo caliente para que bebas.

    No tenía sentido tocarlo, por mucho que habría deseado abrazarlo junto a los mellizos. El niño no emitió respuesta, simplemente se incorporó y Betty lo siguió en su camino por el pasillo. Intenté hacer lo mismo, entonces, Fanny retrocedió pero Lulu me envolvió el cuello con mayor ahínco y lo alcé del piso, intentando calmarlo. No sollozaba, no hacía un sonido, pero estaba allí y necesitaba abrazar a alguien.

    Y ni siquiera podía buscar ese consuelo en una madre.

    Era abrumador cargar con el peso de las emociones de tres niños, era una mochila que me hundía los hombros bajo toneladas de concreto y quizá fuera por ello que me había reseteado y reseteado hasta dejarme en piloto automático. Si no lo pensaba, no me ahogaba, ¿verdad?

    ¿Verdad?

    —¿Vamos a la cama? —le pregunté a ambos, y se sincronizaron con una precisión increíble para sacudir la cabeza.

    —No tengo sueño —respondió Fanny.

    —Yo tampoco —balbuceó Lulu, con la mejilla aplastada en mi hombro.

    Le eché un vistazo al reloj de la cocina, comprobando que ya casi daban las dos de la madrugada. Bueno, al menos mañana era domingo, podía hacer una excepción, ¿no? Yo tampoco tenía sueño, después de todo. Regresé a Lulu al piso, me mantuve acuclillada frente a él y le acomodé los rizos que se le habían pegado al rostro. Había estado llorando en un silencio tan absoluto que siquiera lo había notado y, otra vez, me pregunté si no habría algo mal conmigo.

    —¿Hacemos galletas, entonces?

    —¡Sí! —exclamó Fanny, correteando a la cocina—. ¡De chocolate!

    La seguí brevemente con la mirada para comprobar que no le pasara nada y regresé mi atención a Lulu. Le concedí una sonrisa dulce y le aplasté las mejillas, consiguiendo que su semblante se relajara un poco. Era una cosita preciosa y no toleraba bajo ningún punto de vista verlo tan triste.

    —Vamos, cielo, ¿o quieres que tu hermana se robe todo el crédito?

    Arrugó el ceño en respuesta y comenzó a andar tras sorber la nariz, habiendo buscado mi mano en el espacio entre nosotros. En sí no hacían la gran cosa al preparar galletas, eran demasiado pequeños aún, pero incluirlos en el proceso les divertía mucho y de paso les iba enseñando a valerse por sí mismos. Al fin y al cabo, de lo que más sabía era de autonomía y autosuficiencia.

    En algún momento mi madre había horneado galletas conmigo, pero los recuerdos se habían diluido hasta convertirse en un vaho impreciso e indiferente.

    Usualmente buscaba los ingredientes y los mezclaba para que luego ellos trabajaran la masa en lo que bajaba los moldes. El palo de amasar era muy pesado, así que lo manipulaba yo a menos que Fanny insistiera; Lulu tendía a quedarse a un lado, observando. En esos casos me colocaba detrás de ella, subida a su banquito, y aplicaba la fuerza por encima de sus manos. Era adorable ver la alegría en su carita cuando creía estar haciendo el trabajo. A Lulu le pedía que espolvoreara harina a medida que la masa se pegaba y de los moldes se encargaban ambos, mientras preparaba la fuente. Esa era su parte favorita. Usualmente funcionaban bien en equipo, se complementaban a pesar de sus claras diferencias de personalidad. Fanny conseguía que Lulu se abriera y relajara bastante, y la energía sosegada del niño calmaba el torbellino que ella tendía a ser.

    No eran galletas perfectas, muchas veces se les deformaban un poco al manipular la masa y se convertían en versiones extrañas de árboles, estrellas, corazones y muñecos de jengibre. No eran galletas perfectas pero sabían a casa, y esa era la felicidad que me llenaba el corazón. Las emociones de los niños a veces se asemejaban a una mochila en mi espalda, pero al final del día sabía que jamás sería capaz de vivir sin ellos.

    Eran lo mejor que tenía, lo más puro y lo más hermoso, y dependían de mí.

    Me necesitaban.

    Ellos eran los niños.

    Y ya no se me permitía soñar.

    En lo que Fanny y Lulu cortaban las galletas me encargué de preparar el chocolate caliente tras tener lista la fuente. Los niños las dispusieron como ya sabían hacer y las llevé al horno precalentado. Quién lo habría dicho, haciendo galletas a las dos de la madrugada en un vestido de gala. Cosas más extrañas debía haber visto el ser humano, pero aún así me causaba bastante gracia y de un momento al otro recordé lo que había pensado bien temprano. Observé a los niños con harina en las manos y la punta de la nariz, en sus pijamas y con la luz de la cocina reptando dentro de la oscuridad de la sala. Observé mis pies descalzos, el vestido que dentro del taxi se había fundido entre blanco y amarillo, y me di cuenta que había sido capaz de imprimirle cualquier cantidad de recuerdos. Algunos malos, otros buenos, pero estaba allí, haciendo galletas con los niños a las dos de la madrugada, y pensé que sin importar todo el resto de la mierda ese pequeño momento había logrado que todo lo demás valiera la pena.

    Tras quitarme las manoplas térmicas me giré hacia los niños y cacé a Lulu bostezando profundamente. El bostezo se le contagió a Fanny, que se me contagió a mí, y de repente sentí un indiscutible cansancio en cada hueso del cuerpo. Los tres nos miramos y Fanny soltó una risa floja, mostrando su hilera irregular de dientes de leche. Aquella luz cálida conseguía que sus ojos se asemejaran a dos pozos hondos, a pesar de ser azules.

    —¿Te divertiste en la fiesta, Sash? —me preguntó rascándose un ojo, como si hubiera sido capaz de leer mis pensamientos.

    La coincidencia me arrancó una sonrisa enternecida y comencé a verter el chocolate caliente en cuatro tazas. Me di cuenta que no albergaba dudas en mi corazón.

    —Sí —murmuré, olisqueando el vaho caliente que emanaba hacia arriba—. Me alegra haber ido.

    Los niños recogieron sus tazas y marcharon hacia su habitación, habían insistido un poco en permanecer despiertos hasta que las galletas estuvieran listas pero la realidad era que también tenían sueño y prefería que durmieran. Yo podría esperarlas sin problema. Tomé el chocolate para Danny y para mí, me asomé dentro de la recámara de los mellizos para desearles buenas noches y entorné la puerta. Sus voces suaves me siguieron alcanzando por el pasillo hasta desembocar en el cuarto de Danny. Todas las luces estaban apagadas y en el techo resplandecían tenuemente las estrellas fluorescentes que conformaban una versión miniatura bastante convincente del sistema solar. Ya se había acostado, Betty dormía al pie de la cama y decidí dejar la taza en su mesa de luz para no perturbarlo. Si le apetecía podría beberlo, y si no, no pasaba nada. Sólo era chocolate caliente.

    No esperaba que reaccionara a mi presencia, casi nunca lo hacía.

    —Sasha.

    Observé la silueta difusa de su rostro, los trazos eran vagos en la oscuridad pero adiviné que estaba prendado a las estrellas. Siempre le habían gustado mucho, desde pequeño se pasaba horas y horas observando el cielo nocturno, distraído con los documentales que echaban en la tele, o señalaba los escaparates de juguetes de ciencias y astronomía en las tiendas.

    —¿Sí, cariño?

    No me extrañaría que Danny fuera una especie de astronauta en su pequeño gran mundo, un aventurero que vivía y respiraba entre las estrellas del universo. Algo así como El Principito. Sonaba hermoso, inmenso y muy solitario también.

    —¿La abuela va a morir?

    Me preguntaba si la soledad de Danny se parecía en algún punto a la mía.

    —¿Por qué lo dices, cielo?

    Comprendía demasiado bien el concepto de muerte para ser un niño de siete años. Era irreal, crudo e injusto. Era inmensamente cruel.

    —Papá habló por teléfono, mencionó el mismo lugar donde mamá murió.

    ¿Cómo siquiera lo recordaba? En ese momento imaginé los retazos de memorias en su mente, las imágenes congeladas a través del tiempo como cianotipos prácticamente vivientes. El cielo encapotado, la brisa tibia anunciando la muerte del verano, las filas de ventanas interminables y el imponente cartel del Hospital Kōsei. Era una maldita caja de zapatos, era frío, inmenso y olía a desinfectantes.

    Y en lo que a nosotros concernía, la gente iba allí a morir.

    Acabé por inclinarme junto a su cama, descansé el antebrazo al borde del colchón y suspiré, alzando la vista al techo. No me sabía ni una sola constelación, pero estaba segura de que Danny podría mencionarlas todas. Vete a saber si le serviría de algo en algún momento, bastaba con que le ayudara a sentirse en casa.

    —La gente muere, Danny —susurré, deslizando los ojos entre las motas fluorescentes—. Somos seres en crecimiento o en constante descomposición, es una mera cuestión de perspectiva. La gente muere y hemos enloquecido tanto con la idea que tuvimos que inventar vidas más allá de la muerte. Es insoportable, escapa a nuestra comprensión y eso no lo toleramos.

    Sabía que estaba soltándole demasiadas mierdas a una pobre criatura de siete años, pero también sabía que Danny era especial y esa misma noción de incertidumbre aplicaba para mí y para él. No comprendíamos la muerte así como yo no comprendía el mundo de mi hermano, sus reglas, su lenguaje y sus límites. No era capaz de imaginar los colores que poseía, los aromas que de él emanaban, los seres que lo habitaban. Era una estrella perdida entre las miles de millones que uno veía en el cielo nocturno. Era y no era.

    —Las estrellas también mueren, tú lo sabes —agregué, en voz aún más baja. Me pareció verlo asentir—. Sólo no estamos lo suficientemente cerca para presenciarlo. Desaparecen de forma inadvertida y nosotros, para ellas, debemos ser lo mismo. No más que motas de polvo en medio de una inmensidad.

    ¿Quizás estábamos demasiado cerca? ¿Quizá lo ideal habría sido mantener más espacio para que nuestras explosiones no nos dañaran mutuamente? Pero cuando la luz se extinguía, ¿qué era lo que valía la pena? ¿Vivirnos a la distancia, no sentirnos en absoluto?

    —Somos impotentes, no somos nada y al mismo tiempo, desde que nacemos, nos obsesionamos con otorgarle un sentido a la existencia. ¿Tú lo entiendes, Danny? ¿Encuentras un sentido entre las estrellas?

    Se tomó un tiempo considerable, fue tan largo que pensé que no respondería en absoluto. Al final se me tensó el cuello y tuve que quitar la vista del techo, algo que él comprendió al vuelo y se corrió para dejarme espacio. Me eché en la cama, por encima del edredón, y la tela del vestido acarició mis piernas.

    —Encuentro cosas —murmuró, su voz siempre sería tan dulce como monótona. Era el niño más puro, abstraído en el páramo más desolado—. Personas. Olores, canciones, libros. Animales.

    —¿Las encuentras allí arriba? —Asintió—. ¿Son cosas que conoces?

    —A veces. —Otra pausa eterna, pero al final agregó—: Quizá la abuela llegue.

    Arrugué brevemente el ceño, sentí el leve escozor de las lágrimas tras mis ojos pero me forcé a detenerlo. La sonrisa de Eloise atravesó rauda mi mente, vino acompañada del color en su voz, incluso su aroma tan cálido. Vino junto a los tonos terrosos que encontraba tanto en el cabello como en los ojos de Danny. Era el cianotipo viviente de su madre.

    Dios, cuánto debía extrañarla.

    —¿Tu mamá está ahí? —inquirí, con un hilo de voz.

    Asintió.

    —Puedo verla pero jamás sentirla. Quizá la vida de las personas muertas esté junto a las estrellas.

    Un auténtico escalofrío me recorrió la espalda al pensar que entre aquellos puntos de luz insignificantes, que entre aquella fría inmensidad, de una forma u otra quizás estuvieran las personas que habíamos despedido para siempre. ¿Ese era el mundo de Danny? ¿Tendría acaso el poder de cobijar y darle refugio a quienes fueran expulsados de nuestro mundo? ¿Era siquiera posible o el niño sólo vivía alimentado de ilusiones, como todos los demás? No tenía idea y de sólo pensarlo creía enloquecer. Yo, que vivía en piloto automático y buscaba confort y seguridad en patrones, leyes y repetición. Yo, que me encerraba entre muros fríos e impenetrables con tal de que las mierdas no dolieran demasiado.

    Ni siquiera era digna de comprender la sensibilidad de Danny.

    Sonaba aterradora.

    Y los amaba, amaba a los niños con una locura estúpida pero en ese momento no pude quedarme allí. No pude seguir pretendiendo conocer a Danny, entenderlo, porque lo cierto era que no lo hacía en absoluto y posiblemente jamás lo hiciera. ¿Amar a alguien que no comprendes es también una ilusión? ¿Una gran conveniencia?

    Ahora sabía que había estrellas, pero seguía sin entenderlo.

    Me incliné en su dirección, le corrí el cabello castaño de la frente y presioné los labios sobre su piel. No atinó a moverse ni hablar, no hizo absolutamente nada y busqué sus ojos perdidos entre las estrellas para sonreírle.

    —Descansa, mi cielo.

    A pesar del cansancio arrollador que sentía en los músculos no dormí del todo bien. Tuve que esperar un rato a que se hornearan las galletas y mientras tanto maté el tiempo distrayéndome en mi móvil. Todo era una trampa, de cualquier forma. Adonde mirara, donde buscara, donde pretendiera esconderme, siempre habría un fantasma aguardando. Fuera mamá, fuera Eloise, Daute y ahora… ¿la abuela? Quizá la estaba matando demasiado pronto, pero nadie sabía mejor que yo la clase de esperanza que albergaba.

    Estaba podrida.

    Dejé las galletas sobre la mesada para que se enfriaran y me llevé una a la cama. Me quité por fin el vestido blanco, amarillo de a ratos, me eché encima la sudadera gigantesca con la que dormía y me asomé por la ventana para buscar el cielo. Lo recordaba limpio y brillante de la fiesta, pero ahora se había llenado de nubes densas. Pestañear me resultó pesado y le di un mordisco a la galleta, los chips de chocolate se desintegraron en mi boca. Era dulce, suave y me sentí más fría que nunca.

    A la mañana siguiente me desperté a eso de las nueve, mi cuerpo ya no sabía hacer otra cosa. Me dolía un poco la cabeza, maldije el alcohol que había mezclado en la fiesta y marqué el número de papá mientras decidía qué ponerme. Tenía un ligero presentimiento.

    —Hola, Sash.

    Su voz al otro lado de la línea me recibió con la dulzura usual y sonreí en reflejo.

    —Buen día, pa.

    —¿Qué tal están los niños?

    —Muy bien, siguen durmiendo. No creo que despierten hasta cerca del mediodía, si ayer nos pusimos a hornear galletas a las dos de la madrugada.

    —¿Qué? —Se carcajeó con suavidad—. Apuesto a que fue idea de Fanny.

    —Técnicamente fue mía, pero Fanny se encargó del resto, sí.

    Dejé unos vaqueros y una camiseta sobre la cama recién tendida y me senté al lado, enganchando la mano libre entre mis muslos cruzados. Se instaló un breve silencio.

    —¿Qué tal todo allá? —murmuré, balanceando la pantufla floja en la punta de mi pie.

    Y más silencio.

    —Van a trasladarla a Chiba. —Aún sonaba calmado, pero en cierta forma más… contenido—. Están preparando todo, iba a avisarte cuando estuviéramos en viaje.

    Inhalé hondo, pero no dejé que él lo oyera.

    —¿Llevo a los niños?

    Lo pensó y lo pensó, hasta que al final suspiró.

    —Sí, eso estaría bien. Hay dinero dentro del…

    —Sé dónde está el dinero, pa. —No sé cómo me las arreglé para sonreír—. Descuida, yo me encargo de todo. Por la tarde estaré allá, luego dame la dirección del hospital.

    —Está bien. Gracias por todo, cariño.

    —No es nada. Nos vemos.

    Lo demás transcurrió sin altercados. Danny se despertó a eso de las once, en lo que preparaba un desayuno-almuerzo para todos aparecieron los mellizos y la casa recuperó parte de la vida que parecía eternamente perdida. Fanny lo iluminaba todo, era una especie de faro y en ese momento particular se lo agradecía enorme. Como en el taxi, cuando había querido que el chofer me preguntara sobre el clima.

    Necesitaba distraerme.

    Comimos todos juntos, nos lanzamos al sofá a ver unos documentales que estaban echando en la tele, Lulu se durmió en mi regazo y para las tres de la tarde partimos hacia Chiba. La idea había sido llevar las galletas que preparamos, pero como una estúpida me las olvidé en la cocina. No vale la pena destacar lo mucho que ese pequeño desliz me lapidó, siendo el tipo de persona que era.

    Lo sentía, además.

    Me sentía.

    Perdiendo mi eje.

    El viaje hasta Chiba fue lento y monótono, sin importar cuánto buscara no lograba distinguir los colores del paisaje a través del parabrisas. Al menos tenía la autopista para concentrarme, podía ocupar la mente en algo. Conduje sin problemas y en vez de dirigirnos al hospital fui donde papá había reservado una habitación. Fue extraño, necesité llegar frente a las puertas del hotel para darme cuenta de toda la maldita situación. De que papá había decidido pasar la noche en Chiba, que mi abuela probablemente estuviera inconsciente en una habitación de hospital y que Danny encontraba a quienes amaba entre las estrellas.

    Las estrellas.

    No podía quedarme, era una idea tan arraigada que me había empujado a incluso no desearlo por momentos. No quería ser la quinta persona en una habitación de hotel, no quería someterme a ese tipo de agobio y definitivamente no quería estar allí para cuando el teléfono sonara.

    Utilicé el trabajo y la escuela como excusa, claro.

    Me despedí de los niños y de papá, me preguntó si pasaría a ver a la abuela y le dije que sí. Bajé por el ascensor, le dejé el coche y caminé hasta la estación de trenes, de regreso a Tokyo.

    Le mentí.

    No encontré colores en el paisaje a través de la ventanilla, el traqueteo del tren me sacudía de tanto en tanto y el cabello suelto me acariciaba los hombros. Un piano sonaba en mis auriculares, solapando la realidad con una capa grisácea como de… lluvia. Podría haber estado lloviendo, sí, en cierta forma lo hacía.

    Cuando llegué a casa ya era de noche, cerré la puerta a mis espaldas y observé la sala envuelta en penumbras. La atravesé, salí al pequeño patio que teníamos y me senté al borde del cemento, con los pies en el césped. Pensé que vivía en silencio, que no molestaba a nadie y que ahora tenía un montón de galletas con chips de chocolate amontonadas en la cocina, que eran dulces y suaves, que estaban deliciosas y también me daban unas ganas increíbles de llorar. Pestañeé y pestañeé, acostumbrándome a la oscuridad.

    Estaba sola.

    En esa casa siempre llena de luz y colores, estaba sola.

    Bueno, al otro día tenía escuela y también trabajo, como era lo usual. Debía hacerme la cena para repasar la tarea de química y estudiar algo de matemáticas antes de irme a dormir. A las seis treinta sonaría el despertador, me prepararía el desayuno, el almuerzo para llevar y saldría caminando en dirección a la estación de trenes. Estuviera soleado o nublado, lloviendo o ventoso, daría igual. Podía hacerlo, lo sabía. Era ese tipo de persona. ¿Se trataba de fuerza o de indiferencia? Quién sabe, quizás una necesitara un poco de la otra para existir como tal.

    El cielo seguía encapotado pero una luciérnaga salió de la nada y revoloteó a mi alrededor. Estiré la mano, intenté alcanzarla y no pude llorar. Pensé que una estrella había bajado del cielo esa noche.
     
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  10. Threadmarks: VIII. The Resilience
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    N/A: algo cortito que me sirve para conectar con el pollo del fin de semana, y de paso creo que es la primera vez que escribo con el Kohaku de Gakkou. This is canon, btw, ocurre entre el sábado y el domingo.




    Wide awake in this violet city where it washes over me
    .
    In a maze of my expectation I just feel so far away
    Holding on to these empty spaces as I try to find my way
    .
    Believe me, I'm beside myself.


    The Resilience

    | Kohaku Ishikawa |

    .
    .
    .

    Me quedé observando la columna de humo una cantidad estúpida de tiempo. Las luces de la ciudad más allá del cristal navegaban el horizonte sin mayor orden. Mutaban de azules a anaranjadas, de anaranjadas a rojizas. Mutaban y danzaban, manchando un lienzo oscuro que al parecer no sabía cómo dormir.

    —Te he dicho que no me gusta que fumes aquí.

    Su voz no sonaba molesta, sino adormilada y algo quejosa. Volví el rostro para verlo de soslayo y le dediqué una sonrisa de las de siempre, tranquila e inocente. Pude ver las luces del horizonte mutando en sus ojos transparentes y giró sobre su costado, regresando a su posición original para seguir durmiendo. Soltó algún improperio por lo bajo, estaba seguro de haberlo oído, pero no le entendí con exactitud y tampoco me molesté en preguntar. Me daba igual. Cuando la gente me cedía poder, cuando me permitían entrar, me acomodaba como me venía en gana y seguía un curso propio. Caprichoso a veces, egoísta otras. Podía fumar adentro aunque me hubieran pedido que no lo hiciera o marcharme tras recibir sentimientos imposibles de replicar. Eh, ¿cómo les decían a esos?

    —¿Fuckboy? —murmuré con una cuota de diversión ácida impresa en la voz, y sacudí la cabeza mientras inhalaba el humo caliente.

    Me quedé en la ventana hasta acabarme el porro. No solía fumar tanto, sabía que era anormal y aún así me importó tres mierdas. Me quedé viendo las luces, pensando que eran sinónimo de vida, de personas, de civilización. Pensé en las luces del tendido eléctrico, las recordé blancas y amarillentas de a ratos, y solté una risa insonora. ¿Cuándo me había habituado tanto a vagar de noche? No era una mierda triste como haberme lanzado a las calles luego de que Chiasa muriera, venía de antes. En cierta forma, los respiraderos de la ciudad siempre me habían soplado cerca de la nuca. Me gustaba mutar, cambiar de forma, era mi talento y lo había reconocido probablemente de pequeño. Me adaptaba a cualquier persona, me aceptaban en cualquier grupo social. Podía ir donde yo quisiera, pasar el tiempo con quien me apeteciera. El mundo era una caja, una enorme caja vacía y yo, aire. No ocupaba espacio, no implicaba un cambio de equilibrio ni un desbalance. Podía fragmentarme, viajar en las corrientes de viento, o podía condensarme y reflejar las luces que quisiera. Era silencioso y amable, era inofensivo. Inocuo. Inerme.

    Impotente.

    Incapaz de nada.

    Puta mierda, iban siendo las dos y tenía escuela a la mañana siguiente. Suspiré, dejando caer la colilla en la alfombra de la habitación, y deslicé los pies descalzos hasta la cama. Creía encontrar algo hermoso en la respiración de las personas dormidas. Era profunda, calmada, marcaba un ritmo similar al arrullo constante de un arroyo. Era un atisbo de vulnerabilidad, era cansancio y también confianza. Utilizaba la respiración de las personas dormidas y me valía de ese poder para intentar conciliar el sueño, similar a mantener las corrientes arremolinadas hasta sentirme no seguro, no en casa, pero sí al menos libre de amenazas. De todas formas nunca descansaba demasiado bien cuando no dormía en mi habitación.

    ¿Por qué me quedaba, entonces?

    Vete a saber.

    Me acomodé procurando no despertarlo, fui relajando el cuello hasta topar con la almohada y observé la piel de su espalda, su cabello negro desparramado. Las luces de la ciudad reptaban sobre mi propia silueta y lo alcanzaban. Eran azules y rojizas, danzaban, mutaban, pero encima suyo se amalgamaban. Pestañeé, negándome a alcanzarlo, y observé sus destellos violetas hasta quedarme dormido. Tuve que preguntarme la mierda que Anna me había soltado más temprano, cuando el desastre se había calmado un poco.

    Oye, Kohaku.

    ¿Cuál es tu lugar en el mundo?

    .
    .
    .

    Todo había ocurrido rápido que te cagas. Creía que la mierda con Cay había congelado el tiempo ahí afuera, que lo había reducido a una absoluta nada que jamás se atrevería a cambiar de forma. Creía que era un momento seguro, que tenía todo bajo control, pero el móvil vibró con semejante insistencia que ya no vi por dónde ignorarlo y tuve que revisar los mensajes. Quizá lo había sentido en el aire, vete a saber. Quizá me había olido que una mierda se había torcido y no me daba la puta gana tener que enfrentarlo.

    ¿Habría logrado quedarme dormido?

    Creo que quise saberlo.

    Era Rei, preguntaba si sabía dónde estaba Anna y me di cuenta que como un estúpido llevaba días sin hablarle. No fue necesario indagar, sus mensajes estaban apilados uno detrás de otro y habían esbozado un bosquejo de la situación con una ansiedad contagiosa que me trepó por la garganta. No quería irme, mierda. No me daba la puta gana y sólo lo hice por lo más parecido que tenía a la moral jodiéndome el cuerpo.

    Me encontré con Anna en el pasillo, prácticamente choqué con ella. Por el apuro que llevaba adiviné que habían logrado contactarla y no dije nada, sólo la seguí por el camino empedrado hasta la acera. Fue lejos de la música, lejos de las luces y del aroma a jazmines, donde reparé en el sonido doloroso de su respiración y la miré. Parecía a punto de caerse a pedazos o empezar un incendio, puede que ambas. Me acerqué, la envolví con un brazo y me sentí un jodido monstruo por haber dudado en buscarla. Detuve un taxi no mucho después.

    El viaje a Shinjuku fue eterno. Su ansiedad era terriblemente contagiosa y me quedé allí, contenido dentro de los gruesos muros que había levantado de la nada. No podía respirar como ella, no podía golpetear el pie, arrancarme los pellejos ni maldecir como ella. Mis ojos no podían llenarse de lágrimas, aunque absorbiera todo su dolor y toda su ansiedad como una jodida esponja y el coche se estuviera llenando de agua, de fuego y tierra, quitándome el aire para respirar.

    Todos los elementos eran un peligro para mí.

    Puede que sólo fuera una gran mentira, pero a nadie le importaban las razones al final del día. Nadie querría preguntar luego de ser ignorados, omitidos o despreciados, y eso era precisamente lo que hacía. ¿Qué iría a esperar del mundo cuando no ofrecía nada a cambio?

    Aún así, muchas noches decidía quedarme.

    No la miré mucho, no tenía idea cómo consolarla o si era posible a secas. Mantuve mis ojos en las figuras difusas a través de la ventanilla, en las luces blancas y amarillentas sucediéndose a velocidad. El silencio se agolpaba en mis oídos, era agobiante y no moví un músculo. No abrí la boca, no la miré. Hasta que lo hizo.

    —Oye, ¿todo bien?

    Preguntó.

    Había sonado algo hosca y apremiante, le pasaba mucho cuando estaba preocupada. No lo regulaba bien. Anna era un caudal imberbe de emociones, era una tormenta constante dentro de la cual no soportaba estar. A veces simplemente no sabía cómo lidiar con ella y me había aterrado la idea de quedar a solas con su incendio. Junto a su pregunta recibí una descarga de tensión que me paralizó el cuerpo y volví el rostro para mirarla a cámara lenta. Sus cuarzos rosados lucían opacos tras la penumbra general, bordeábamos Kabukichō y por un segundo juraría que fueron violetas.

    Pensé que estaba siendo desconsiderado, que su preocupación debía ser asfixiante y yo no estaba haciendo nada para aliviarlo. Pensé que era un insensible de mierda, que nadie podía contar realmente conmigo y que no tenía idea cómo lidiar con emociones ajenas. Pensé que nadie jamás entendería.

    —Sí, perdona —murmuré con suavidad, sonriéndole—. Me distraje.

    Y por eso nunca decía nada.

    Sólo quería poder quedarme dormido.

    Tenía demasiado encima como para preocuparse por mí en ese momento. Anna me observó un par de segundos más, fueron suficientes para detallar las lágrimas contenidas en sus ojos y regresó la vista al frente. Deslicé la mirada a sus manos, estaban arrugando la tela holográfica de su vestido y los destellos suaves se ahogaban entre los pliegues. Pensé que se veía increíblemente bonita y que se merecía haber disfrutado de la fiesta, pero allí estaba.

    Y no podía hacer nada al respecto.

    Cuando el taxi se detuvo me confesó en un murmullo que no llevaba tanto dinero encima. Le dije que no se preocupara y se bajó primero mientras le pagaba al chofer. Desde la acera noté las luces de la sala cuando abrieron la puerta, Rei vino hasta la reja y nos dejó pasar. Lo primero que hizo fue envolver la espalda de Anna con un brazo y la condujo adentro, yo los seguí a unos cuantos metros de distancia, a mi propio ritmo. Una parte de mí no quería meterse en esa casa, una parte de mí se sentía aliviada por haberse bajado del maldito taxi. Desde afuera divisé a quienes esperaban dentro, eran demasiadas personas y apoyé la espalda en una de las columnas del jardín, elevando la vista al cielo. Había un silencio insoportable, las estrellas no iluminaban una mierda y pensé… pensé que no era realmente necesario allí. Que nadie iba a notar mi ausencia si me iba.

    Nunca lo hacían, de todos modos.

    Hacía un poco de frío de repente y era una larga caminata de regreso a Chiyoda. Me cargué los pulmones de aire, pateé una piedrita y me fui. Sólo quería llegar a mi casa.

    Sólo quería poder dormir.
     
    Última edición: 9 Mayo 2021
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  11. Threadmarks: IX. The Wanderer
     
    Gigi Blanche

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    N/A: podría haber esperado un poco más para subir esto, pero no me apetecía and thats final (?
    -pero belu, no tiene más prioridad el desmadre que te montaste con los personajes que ya tienes in rol?
    -shhh

    Bueno, cuestión que SPOILER ALERT el martes voy a meter a este pendejo y estoy emocionada que te cagas porque hacía años AÑOS que no veía la oportunidad de volver a usarlo. Es el pandillero original y sí, ya hay muchos pandilleros, pero es el original (??

    Etihw HOLA AQUÍ ESTÁ EL BEBÉ

    Me di cuenta que no hay forma de imaginarlo y no quería spoilear también su cintita así que tiene cabello negro y ojos celestes. Y ya hablé mucho (?

    Esto es canon, btw, me monto tantos pollos que no escribir cosas canon es lava.





    The Wanderer
    | Haruhiko Sugawara |

    .
    .
    .

    Resoplé brevemente, pasándome la mano por el cabello cuando la mesa de imbéciles exacerbados gritó de la puta nada por décimo quinta vez. Era lo mismo de siempre, se colaban entre las grietas, me sacudían y automáticamente perdían su voz, sus colores, todo aquello que los volvía inestables, enfermos y estúpidos. Los observé envuelto en una seriedad estoica, detallé sus movimientos ralentizados por una extraña y hasta surrealista percepción del tiempo. Lo manipulaba a mi voluntad, era mi pequeño poder. Me servía para sobrevivir y para un par de vicios también.

    El empresario joven del traje grisáceo y la contextura delgada acababa de darse cuenta que estaba jodido.

    Se rascó la nariz, fingiendo soberbia, y el tipo escandinavo de enfrente lo notó de inmediato. Jugaría su mano.

    Pero el idiota con cara de bebé llevaba tres rondas esperando a que la tía de rojo cruzara las piernas por debajo de la mesa.

    Sus tacones se arrastraron por la alfombra, el croupier repartió la última mano y el flacucho estaba a salvo, pero el blanquito palideció aún más, si es que era posible.

    Pobre diablo.

    Un peso extra hundió el sofá a mi lado y el humo del habano empañó el espacio entre nosotros, arrancándome de mi ensimismamiento. Mi semblante permaneció inmutable al repasar su sonrisa amplia, de dientes descubiertos, y la cicatriz que ya me había acostumbrado a ver.

    —¿Y bien? —encuestó, relajando los brazos al borde del espaldar.

    Regresé la vista al frente, a la mesa de juego, y una sonrisa de pura suficiencia revoloteó en mis labios. El croupier había empezado a mezclar las cartas de nueva cuenta y el escandinavo seguía ahí, pese a todo. Vaya imbécil.

    —En el clavo, como siempre.

    La risa de Frank repercutió entre las paredes grisáceas del pequeño espacio y seguí el movimiento de su cabello rojizo al echar la cabeza hacia atrás. Era una tonalidad similar al vino tinto o a la borgoña. Mantenía el habano entre los dientes como si pretendiera masticarlo, el puto loco, y pensé que el cabrón llevaba todos los vicios encima de una u otra forma.

    —¿Con qué mierda te alimentaron a ti de niño? —masculló, sellando los labios para darle una calada y luego soltar el humo a medida que hablaba—. Me das puto miedo a veces, Yaboku.

    —¿Sólo a veces?

    Volvió a reír, su mirada transparente me analizó de soslayo y me alcanzó el habano. Fumé sin ningún apuro, entrecerrando los ojos para observar el flujo de la mesa entre la espesa cortina de humo acumulado a lo largo de la noche. Volvía a la habitación más oscura. ¿Cuándo mierda iban a cansarse de perder dinero?

    Bueno, no que a mí eso me importara. Al fin y al cabo, los primeros duros que logré conseguirme en Tokyo fueron gracias a idiotas susceptibles como el blanquito de ahí adelante. Ya eran varios meses de ese trabajo de mierda, pero los speech que me había montado de la puta nada y hasta el hartazgo aún reverberaban en mis oídos de vez en cuando.

    El trato es muy simple, hijo.

    Me traes a los jugadores y yo te sostengo en pie.

    —Oye, ¿mañana tienes la noche libre?

    La voz de Dubois me recordó devolverle el habano y repasé la agenda en mi mente antes de asentir, clavando los codos en mis rodillas.

    —Tengo un trabajito para ti, entonces.

    Lancé los ojos al techo apenas un segundo, rascándome la parte trasera de la cabeza. Me tomé un par de segundos hasta finalmente suspirar y volver el rostro hacia Dubois, dispuesto a escucharlo. Bueno, suponía que era mi culpa por haberle soltado que andaba buscando pasta extra. Su sonrisa divertida me recibió de lleno y me palmeó el hombro, sosteniendo el habano con la otra mano.

    —Empezabas en el Sakura, ¿no? Vas a toparte con Shinomiya. ¿Le dejarías algo de mi parte? Tienes que recogerlo mañana, en Suginami.

    Me había soltado toda la mierda desordenada pero lo dejé correr sin más, limitándome a asentir con la seriedad que tendía a caracterizarme. Frank soltó una risilla infantil y deslizó la mano por mi espalda hasta dejarla caer en el sofá. El recorrido me provocó un leve escalofrío.

    No sólo iba a toparme con Shinomiya en el Sakura.

    —Genial, genial, a la tarde te mando la ubicación, entonces.

    —¿No vas a estar en casa? —indagué, bastante porque sí.

    Me miró un instante antes de sacudir rápidamente la cabeza, alborotándose el cabello.

    —No, señor, ¡soy una persona muy ocupada!

    Lo dejé a solas con su estupidez y me incorporé de un movimiento seco, pasando junto a la mesa de juego en dirección a la puerta. Era invisible para esos enfermos, no veían nada más allá de las fichas, las cartas y el olor nauseabundo del dinero. La historia se repetía sin importar las regulaciones gubernamentales, el ámbito, el lugar o el medio. Las apuestas eran apuestas, la única diferencia radicaba en qué bolsillos se llenaban gracias a su patética adicción.

    Daba igual.

    La rueda seguía girando.


    Le di un golpe amistoso en el hombro al gorila de la puerta, me sonrió encima de sus pintas hoscas y me señaló la mesa con un movimiento de cabeza. Regresé el rostro en dicha dirección.

    —¿Y bien? —indagó, ya que al parecer mi pequeño poder era lo que mantenía entretenido a todo Dios en ese lugar alejado de su mano.

    Sonreí, entorné la mirada y me tomé un momento. Silencio. Allí estaba todo, sólo era cuestión de verlo.

    Ruido de vuelta.

    Busqué los ojos del gorila y le sonreí, llevando la mano al pomo de la puerta.

    —Mantente con la dama —murmuré en voz baja, reanudando mi camino—. No tiene desperdicio.

    Yaboku.

    Adivino de la noche.

    El establecimiento era pequeño pero funcionaba sin problemas. Ubicado en el corazón de Ginza, a la vista de todos, sólo era cuestión de bajar las escaleras correctas y saber llamar a la puerta. Era uno de los tantos negocios que Shinoda-san mantenía en el barrio luego de que absorbieran con éxito al Kokusui-kai.

    Fuera de la habitación sonaba un estándar de jazz suave, la acústica era agradable y se combinaba bien con el tintinear de los cristales. Me senté a la barra, saludando a Fujiwara con un simple asentimiento de cabeza, y clavé los codos en la madera.

    —Un whisky, Yuuji.

    El muchacho se dispuso a cumplir y le concedí un vistazo a Kakeru, bastante atento a la gran pantalla en la pared.

    —El 3A viene bastante bien —anotó, dándole vueltas a su vaso de cerveza.

    —Ella —corregí, recibiendo sus ojos de bronce en consecuencia, y me permití una ligera sonrisa—. Y sí, les está pateando el culo.

    —Ah, ¿vienes de ahí? —Le echó un vistazo a la puerta cerrada de la cual había salido, se lo notaba divertido—. Siempre quise colarme en alguna partida privada.

    —Tu novio podría llevarte a alguna, ¿no?

    Si en definitiva te tiene de acá para allá, como un puto perro.

    Arrugó el ceño, ligeramente contrariado, y soltó una risa nasal. No le causó gracia pero igual lo dejó correr, abocándose a su bebida. Llegó la mía, de paso, y le agradecí a Yuuji antes de darle un trago. Recién después volví a abrir la boca, vete a saber bajo qué criterio a veces me gustaba hablar y otras parecía un cúmulo de impaciencia y mal genio.

    Cuando olfateaba un leve resabio de poder, quizá.

    —No te he visto por Nakano últimamente. ¿Mucho trabajo?

    —Está algo concentrado en Shinjuku, sí. Irónicamente, tiene poca estabilidad.

    No estaba muy seguro a qué se refería con eso de la ironía, de plano era bastante nuevo en la ciudad y había muchos detalles que se me escapaban. No sabía una mierda de Kakeru, de su pasado como Red Boomslang y la crisis que habían sufrido gracias a los Lobos. A duras penas asociaba su apodo al del Krait, a los Fujiwara con el Sumiyoshi, y cuando me preguntaba qué mierda hacía un bebé de Shinjuku en el corazón de Ginza, pasaba a otro tema y le daba un trago a mi bebida. Parte de sobrevivir era no abrir la puta boca y en eso era experto.

    Jamás preguntaba.

    —Suena a coñazo —acoté, soltando una risa algo áspera dentro del vaso.

    Kakeru sonrió sin mayor gracia y se encogió de hombros, observando su cerveza. Los destellos ambarinos danzaban a medida que hacía girar el cristal sobre sí mismo.

    —Eh, Yaboku —me llamó Yuuji, al otro lado de la barra—. Me dice Tifón que te buscan en la quinta sala.

    El deber llamaba. Me acabé el whisky de un trago largo, le palmeé la espalda a Kakeru y él me despidió con un simple asentimiento. Aquí adentro no solía haber mayores problemas, manejábamos una clientela específica que rotaba conforme la semana corría y tendían a concentrarse entre el viernes y el sábado. Eran, digamos, los días fuertes del negocio. Llevaba un buen tiempo marcando una presencia sólida en el establecimiento, entre mi esfuerzo y mi pequeño poder había labrado aún más de lo que en un primer momento habría siquiera soñado. Sabía que gran parte del crédito se lo llevaba el lunático que había dejado en el sofá, claro, y aunque jamás se lo dijera lo cierto era que le debía mucho.

    Qué va, estaba agradecido con el enano de mierda.

    Llegué a casa siendo ya de madrugada, dejé caer las llaves en la mesita junto a la puerta y con el rastro de luz del pasillo advertí la silueta delgada de Kiro estirándose en mi dirección. Me agaché para rascarle la cabecita y el pequeño se presionó contra mi mano, cerrando los ojitos.

    —¿Cómo estás, muchacho? ¿Tienes hambre?

    Maulló como si hubiese entendido y, tras cerrar la puerta y encender las luces, se enredó entre mis piernas en dirección a la cocina. Clavé los codos en la barra, sacando el móvil del bolsillo, y le pegué una revisada rápida. El motor del refrigerador se perpetraba constante por encima del silencio.

    Supuse que Dubois no volvería esa noche si ya no lo había hecho, arrastré el dedo por la lista de chats y dudé un momento antes de bloquear el aparato, dejándolo boca abajo.

    No iba a hablarle a las tres de la madrugada.

    No iba a ser tan puto intenso.

    Kiro seguía maullando entre mis piernas y le puse comida en el plato, rascándole tras las orejas antes de erguirme. Lo oía ronronear desde ahí, siempre había sido un muchachito feliz. Normal, Aya se había encargado de darle todo el maldito amor del mundo.

    Dios, la extrañaba tanto.

    Sonreí, enternecido, y comencé a quitarme la chaqueta en dirección a mi habitación. Las penumbras me permitían trazar apenas el contorno de los objetos, rodeé la cama y fui hasta el alféizar. Las luces de la ciudad mutaban y danzaban en perfecto silencio.

    Rojas.

    Luego azules.


    Me senté allí un instante, el cristal estaba frío y pensé en lo mucho que todo había cambiado. Aún podía escuchar contra mis oídos el chasquido de las fichas entre sí, oler la débil esencia de las colonias caras. Podía ver la eterna cortina de humo y analizarlos incluso allí, sobre mis párpados cerrados. Pero no podía ralentizar el tiempo.

    No había manera.

    Y las cosas a veces se me escapaban entre los dedos.
     
    Última edición: 12 Mayo 2021
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4745
    N/A: belu está hecha una fábrica de ficazos. Ahora sí, con esto ya quedarían finiquitados todos los pollos que me monté durante el fin de semana yeeey. Ya estoy lista para todo el resto del drama (?

    Las lyrics que dejo son de otra canción de SYML (BLACK TEETH pa los curiosos aka nadie) que honestly ojalá le haga stripped version o algo, porque me iba perfecto para el ficazo pero el ritmo no tanto. Así que eso. Es canon, btw.





    I feel no shame
    It was an honest mistake
    You were an honest mistake
    Even if it don't hurt anymore, our past won't change
    You were an honest mistake

    We made an honest mistake


    .
    .

    The Wheel of Fortune
    s y m m e t r y

    .​
    . The Siren .
    . The Black Monster .
    .
    .

    | Anna Hiradaira |

    .
    .
    .

    La luz dolía. No era un dolor físico, de hecho la observaba fijamente como aquel necio desesperado por aferrarse al borde del abismo. Jamás cayendo, pero tampoco a salvo. Era mi cuerda floja, llevaba haciéndolo toda la vida y recién ahora, cuando no había peligro físico alguno, dolía como la mierda.

    Irónico.

    La luz dolía, pese a ser tan tenue. Las velas trémulas de la fiesta, el tendido eléctrico blanco y amarillo, los focos de las lámparas en el techo, en la sala de estar. Los Fujiwara vivían en una casa tradicional, era antigua pero estaba bien cuidada. Siempre me había gustado el sonido que hacía al caminar descalza y el resplandor vago de la luz del sol a través de las pantallas de papel. Cientos de veces me había echado allí mismo, en ese mismo suelo, con el cabello desparramado en todas direcciones y la tibieza diurna de las cuatro de la tarde. Era silencioso, era dulce y si abría los ojos aún podía ver a Kakeru. Un halo dorado empañaba su semblante adormilado, a veces, risueño otras. Le gustaba jugar con mi cabello aunque nunca hubiera sido capaz de hacer una trenza decente, le gustaba cepillarlo entre sus dedos y dejarlo caer bajo el peso de la propia gravedad. Le gustaba el rosa, decía, en especial bajo la luz del sol. Brillaba e incluso parecía que danzaba.

    Lo cierto es que jamás albergué duda alguna.

    De que ese idiota me amaba.

    Yo también lo había preferido siempre a la luz del sol, aunque nunca me dieron las neuronas para decírselo. Eran los pequeños momentos donde podía ser un adolescente ordinario, donde podía sonreírme y el halo dorado de junio bañarlo con algo muy parecido a la paz. Era el silencio, el piso de madera y las cigarras a lo lejos.

    Pero ahora era de noche, los focos de las lámparas lucían amarillentos y opacaban el semblante de todos. En la sala había una auténtica congregación de toda la mierda y todo lo bueno que me había pasado desde que llegué a Japón. Estaban los chicos, Rei y Subaru, acomodados en un sofá grisáceo de dos cuerpos. Justo como en el club. Estaba el Krait con los codos apoyados en la barra de la cocina, más serio de lo que alguna vez lo había visto. Estaba el Quebrantahuesos también, de pie contra la pared del fondo, apenas a centímetros de una puerta que conocía demasiado bien. Pero faltaba alguien.

    La luz dolía.

    El silencio también.

    El Krait fue quien abrió la boca. Alzó el rostro, encontró mis ojos y me dedicó una pequeña sonrisa.

    —Gracias por venir, Hiradaira.

    No tenía sentido reparar en el agobio que sentía en el cuerpo, los dientes negros aferrados a mis costillas. Era denso, insoportable y doloroso. Asentí apenas, repasando a los demás antes de enfocarme en Hayato. Había topado con el azul opaco de Rei y su voz reverberó en mis oídos a través de la línea telefónica.

    ¿Anna? Ven a lo de los Fujiwara, por favor.

    Es urgente.

    Es… es Kakeru.

    Otra vez, pensé.

    Pensé que no había puta escapatoria, que estábamos condenados por alguna clase de karma irrevocable. Pensé que una mierda tenía sentido y, Dios, estaba furiosa.

    —No quiere ver a nadie —prosiguió Hayato, señalando la puerta con un movimiento de cuello—. Pensamos que podrías hacer algo al respecto.

    —¿Qué pasó? —murmuré con una precaución estúpida, quizá porque una parte de mí no quería saberlo. Porque estaba harta de las malas noticias.

    Hayato desvió su atención al Quebrantahuesos. El pelirrojo soltó un suspiro contenido y habló sin mirar a nadie. La luz no lo alcanzaba tan bien como a los demás, se recortaba de su cintura hacia abajo y le manchaba el rostro de oscuridad. Era como si su cicatriz palpitara. No fue hasta entonces que noté los halos amarillentos alrededor de sus ojos, sobre el pómulo izquierdo.

    —Nos tendieron una trampa a las afueras de Ginza, podría haberme ido muy mal pero Kakeru intervino. —Se encogió de hombros, arrugando el gesto—. Al final la policía nos salvó el culo, no fue la gran cosa, sólo un par de golpes. El asunto es que algo más le pasó, no sé qué.

    —¿Algo más? —indagué, había avanzado hasta situarme a un costado del sofá y descansé una mano en el espaldar—. ¿A qué te refieres?

    —Eso pasó el miércoles —acotó Hayato, desde su posición—. ¿Has sabido algo de él desde entonces, Hiradaira?

    Meneé la cabeza a cámara lenta, sintiéndome culpable por tener que dar esa respuesta. Como si el chico fuera mi responsabilidad, como si lo supiera todo de él y aún así insistiera en ignorarlo. Miércoles… ¿había sido el día de las pruebas físicas?

    —Yo tampoco —intervino el Quebrantahuesos, esbozando una sonrisa amarga. Alzó un brazo y señaló la puerta a su lado, llevaba guantes negros en las manos—. No ha salido de ahí ni de casualidad.

    Miré al Krait, entonces, pero en sus ojos no encontré respuesta alguna.

    —Cuando papá viene me piro de aquí —resolvió sin mayor complicación—. Apenas volví hoy a buscar unas cosas, pensé que no había nadie hasta que escuché unos ruidos extraños. Parecía… que estaba llorando.

    Se me atoró la respiración en la garganta, la maldita luz amarillenta espiraló y los dientes negros apretaron contra el hueso. Profundo, violento. Hasta quebrar.

    Nunca había visto al Krait afectado por algo, realmente. Era esa clase de persona con semejante talento que incluso llega a convencerte de que no es humana. Pero en esa sala tenue sus facciones se habían endurecido como el diamante y frente a su estoicismo sólo se equiparaba su fragilidad.

    Castillo de naipes.

    —Y lo encontré —murmuró.

    Lo había encontrado.

    —Ahí, en su habitación, con el… con el maldito frasco de pastillas.

    Veinte de octubre.

    El canto de sirenas.

    El monstruo negro.

    Otra vez.

    Los dientes finalmente quebraron, mis costillas reventaron como esquirlas de cristal y me perforaron los pulmones. No sé en qué momento acabé en el sofá junto a Rei, no sé en qué momento me envolvió con un brazo ni cuándo comencé a recibir su voz junto a mi oído. Sólo sé que la luz dolía, que hacía mucho frío y su cabeza chocaba contra el techo, allí, junto a la puerta.

    Y me miraba.

    Las lágrimas ardieron tras mis ojos pero no lograron abrirse paso. Hayato avanzó hasta acuclillarse frente a mí y lo único que me forzó a recuperar algunas piezas fue la increíble vulnerabilidad que encontré en sus jades.

    —Sé que esto te trae recuerdos de mierda —murmuró, su voz se me asemejó a la vibración de la cuerda más grave de un violoncello—, pero, por favor, ¿podrías intentarlo de nuevo?

    Lo sabía, lo había pensado la semana pasada. Sabía que había estado siendo inmensamente injusta con él, una jodida perra, sabía que había jalado y jalado de una cuerda que, si se rompía, me devolvería el latigazo. Y me quemaría, se enredaría en mi cuello y me ahogaría. Lo sabía y, aún así, no moví un dedo.

    Lo había querido muerto, ¿verdad?

    ¿Y qué tal ahora?

    Me costó un poco incorporarme, me quité los tacones a la mierda con una evidente cuota de hastío y no busqué mirar a nadie. Avancé hasta la puerta, el Quebrantahuesos se apartó un poco y tomé mucho, mucho aire, todo el que se me permitiera. Me daban igual las costillas rotas, tenía que seguir respirando.

    Podía hacerlo.

    —No prometo nada, igual.

    Porque la respuesta era no.

    Alcé el brazo y golpeé suavemente una, dos veces. Había un silencio tan absoluto que era casi surrealista. Reparé en la madera bajo mis pies, la madera de la puerta, el picaporte opaco y volví a llamar.

    —¿Kakeru? Kakeru, soy yo. —Sí, era yo—. Anna.

    Era yo y no tenía el menor derecho de pretender salvarlo, pero ahí estaba, escarbando entre la tierra suelta hasta encontrar el puto pozo al que se había arrojado de nuevo. El canto de sirenas que había ansiado seguir. ¿Tan hermoso sería? ¿Tan malditamente seductor?

    ¿Dejaría de aferrarme al borde del abismo si también pudiera oírlo?

    Escuché algo, no supe bien qué. Fue vago, inconexo y su voz finalmente tomó forma al otro lado de la tierra.

    —Pasa.

    Le eché un vistazo a los muchachos por encima del hombro y el picaporte estaba frío bajo mis dedos. Allí no había luces amarillentas, allí sólo había oscuridad y me di cuenta que eso también dolía. Toda la maldita mierda dolía.

    La única luz que se colaba provenía de la ventana y el tendido eléctrico. Me permitió contornear el límite de los muebles, todo seguía justo como lo recordaba y la silueta de Kakeru se me asemejó a la de un niño perdido. Recordé a Altan, de pie bajo el umbral entre el blanco y el negro. Lo recordé y sus sollozos de cristal se fusionaron con los del chico frente a mí. Estaba sentado en el suelo, con la espalda contra la cama y las piernas estiradas. No buscaba protegerse ni encontrar refugio, ya no buscaba luchar.

    Estaba rendido.

    Caminé lentamente hacia él y la luz tenue rebotó en sus ojos vidriosos. Así supe que me estaba mirando.

    —Mierda —musitó, cansado—, ¿una princesa vino a verme? Qué honor.

    Me había olvidado por completo del maldito vestido que llevaba puesto. Le eché un vistazo, chispeaba a cada pequeño movimiento que hacía y vete a saber de dónde saqué la energía para esbozar una sonrisa tenue.

    —Sí, bueno, ya sabes. Me gusta hacer las cosas con estilo.

    Me acomodé junto a él, llevaba puesta ropa holgada que fácilmente podía calificar en pijama. En sus mejillas reconocí los surcos vacíos de lágrimas viejas y el estómago se me dobló en dos al conectar con su mirada. Estaba tan cansado.

    —¿Dónde estabas? —inquirió, carraspeando la garganta para recuperar cierta compostura. Igual sonaba bastante gangoso.

    —En una fiesta de máscaras. Ahora que lo pienso no sé dónde me quedó la máscara, pero bueno.

    Esbozó una sonrisa floja y observé su perfil, recortado entre las sombras. Había echado la cabeza sobre el borde del colchón y el flequillo le descubrió un poco la frente. No estaba segura de recordarlo tan pálido.

    —Suena pijo. ¿Dónde era?

    —Chiyoda.

    —Más pijo de lo que creía.

    —Y hubieras visto la mansión. Parecía sacada de una peli de época.

    —Putos ricos.

    ¿Cuál era el jodido sentido de tener una conversación cotidiana con alguien en esas condiciones? Vete a saber. Las personas siempre tenderían a esconder, disimular y opacar. Lo llevaban escrito en la sangre, era el núcleo del ego. Nadie quería ser un desperdicio de buenas a primeras, y asumirlo siquiera entraba en discusión.

    Nadie quería aceptar que había fallado.

    —Qué coñazo —murmuró de repente, y algo en su voz sonó diferente. Más ahogado—. Haber tenido que venir hasta aquí.

    Rebusqué en mi interior por las palabras correctas, escarbé y escarbé en la maldita tierra hasta lastimarme debajo de las uñas. Hasta que la sangre se mezclara y de una puta vez fuera mía. Pero no.

    Nunca,

    nunca,

    nunca era mi sangre.

    —No te preocupes por eso, cariño —susurré, sintiendo que el niño a mi lado había comenzado a desvanecerse lentamente, y me clavé un esfuerzo titánico por mantener la voz compuesta—. En serio.

    Su silueta se contrajo poco a poco, recogió las piernas y dejó los brazos colgando encima de sus rodillas. Se escondió, incapaz de aceptarse, se escondió y sus sollozos me partieron el corazón.

    Jamás lo había visto llorar.

    Me quedé allí unos cuantos segundos, congelada en el tiempo, intentando ordenar mi mente. Pero no hubo caso. Sólo había desesperación y la maldita ansiedad.

    —Háblame, cielo —le pedí, casi suplicante—. Por favor, háblame.

    Necesitaba saberlo, Dios. Necesitaba echarle todo el pegamento que tuviera a mano a los fragmentos esparcidos que fui incapaz de recoger. Era egoísta, era soberbio y aún así sentí que era el momento. Tenía que asomarme hacia el abismo, zambullirme si hacía falta, y traerlo de regreso.

    Era el maldito momento.

    —¿Qué ocurrió? Pensé… pensábamos que estabas bien.

    —Yo también —balbuceó, encerrado sobre sí mismo—. Yo también lo creía pero… no sé. No sé qué pasó.

    Si echáramos un vistazo al pasado, ¿seríamos capaces de encontrar el momento preciso donde todo iba a cambiar? La intersección equivocada, la puerta incorrecta. ¿Podríamos sujetar el hilo y nos conduciría hasta la raíz de la podredumbre? ¿O vivíamos suspendidos en una marisma interminable, en un cúmulo caótico de palabras y colores? ¿Teníamos algún maldito control sobre nuestras vidas o éramos no más que siervos esclavos? De los demás, del mundo, del jodido capricho universal, vete a saber.

    ¿Las sirenas surgían del abismo para cortar la cuerda o simplemente arrojaban una bomba al vacío?

    Y luego no entendías nada, luego agitabas el frasco de pastillas y decías “no sé”.

    No lo sé.

    La luz era débil pero, así como en el rostro del Quebrantahuesos, creí reconocer los colores atenuados de moratones viejos. Frente a mí apareció la mancha de sangre en su camisa, el halo oscuro alrededor de su escritorio y la sonrisa de lobo en el callejón. Escuché el viento arremolinarse contra mis oídos, olfateé el otoño y la luz blanquecina colándose entre el vaivén de las cortinas. Otro maldito veinte de octubre.

    Y la rueda seguía girando, con su perfecta y ridícula simetría.

    —A veces sólo… me voy —murmuró, sorbiendo la nariz de tanto en tanto—. Siento que me desconecto, olvido cómo hacer las cosas o la importancia que tienen. ¿Para qué levantarme de la cama? ¿Para qué comer? ¿Para qué ducharme o salir de casa? ¿Para qué buscar ayuda? Si no duele, si sólo hay calma y… y nada importa.

    Cada palabra que brotaba de sus labios era una aguja afilada enterrándose en mi pecho. Golpe, tras golpe, tras golpe. Era como verlo gritar hasta arrancarse los pulmones, pero en silencio. En perfecto, absoluto y simétrico silencio.

    —Me pasa hasta que vuelvo a conectarme, y la información cae sobre mí con una intensidad tan abrumadora que a veces no lo soporto y… remuevo el enchufe de vuelta. Y lo enchufo y desenchufo millones de veces, hasta que la mierda se desgasta y de un momento al otro descubro que ya no puedo conectarlo. Que lo rompí y no tiene arreglo.

    Había permanecido inmóvil hasta entonces, creo que una parte de mí se negaba a tomar el derecho de tocarlo. Pero mandé todo bastante a la mierda y estiré los brazos, rodeando sus hombros para atraerlo hacia mí. Su cuerpo era delgado, parecía de papel o de cristal, y no ejerció la más mínima resistencia. Pensé en la imagen de su silueta apenas entrar a la habitación, finalmente le brindé entidad y un escalofrío me recorrió la espalda.

    Cadáver.

    Parecía un cadáver.

    —No puedes seguir así, cariño.

    Fue decirlo y oír su respuesta tácita en mi mente.

    ¿Y si no quiero seguir?

    —Lo sé.

    ¿Y si no me quedan energías para seguir luchando?

    —Tenemos que hacer algo, tenemos que… buscar ayuda.

    Lo había acunado contra mi pecho y vete a saber cuándo había empezado a mecerme lentamente, de lado a lado. Sus brazos permanecieron en peso muerto hasta que se decidió a recogerlos y rodear mi cintura. Su respiración también, poco a poco logró regularse.

    Su respiración.

    Sus malditos latidos.

    Su sonrisa y su voz suave.

    Todo lo que Kakeru era.

    —No estás solo, cielo, ¿lo sabes? —susurré, con la mejilla pegada a su coronilla—. No estás solo y puede volver a brillar. Los colores pueden regresar.

    Tomé aire por la nariz, el cuerpo me tembló apenas al hacerlo y Kakeru se irguió para encontrar mis ojos, adivinando que seguiría hablando. Le sonreí con una dulzura estúpida, acomodándole el cabello lacio detrás de la oreja, y deslicé la yema de los dedos hasta regresar a mi espacio. Por favor, ¿en qué momento lo había visto tan magnánimo e irrompible? Era un maldito niño perdido, como los de Peter Pan.

    —Yo no… yo no sé si jodí tanto con el enchufe, pero de vez en cuando parpadeo y los colores simplemente desaparecen. Es como si se derritieran y se me escaparan por el desagüe. Y es una puta mierda, el mundo acromático. Es una puta mierda sinsentido.

    Kakeru pestañeó, repentinamente absorto en mi relato, y tragó saliva antes de hablar.

    —¿Tú también… lo oyes? —No necesitaba que completara la idea, pero aún así lo hizo, ligeramente avergonzado o vete a saber qué—: Al canto de sirenas.

    Bajé la vista a mis manos, que buscaron las suyas y comenzaron a acariciarlas con mimo.

    —No, pero veo un monstruo. Es alto, grande y oscuro, fácilmente choca el techo y el cuello se le dobla de una forma bastante fea. Tiene dientes negros que rechinan y ojos como de faro, son blancos y muy redondos. Aparece siempre que he alcanzado un límite, se para en algún rincón donde la luz no llega y no intenta dañarme, no intenta nada en absoluto. Sólo me mira. Sus ojos son lo único distinguible y en ellos veo todo perfectamente reflejado, los arrepentimientos que cargo, los miedos que me dominan, las preguntas que nunca hice. —Sorbí la nariz, permitiéndome darle vía libre al escozor de las lágrimas, y la voz se me quebró—. Lamento tanto no haber preguntado, cariño.

    Pregunta.

    Abre la puta boca y pregunta.

    Eso le había dicho a Altan, ¿no?

    Kakeru meneó la cabeza y removió las manos para envolver las mías, presionarlas con firmeza. Era pálido y delgado, su silueta se asemejaba a la de un cadáver pero estaba… cálido. Estaba malditamente cálido y un sollozo violento me sacudió el pecho. Cerré los ojos con fuerza.

    —Está bien, Anna. Yo lamento no haber sido honesto contigo, no haberte dicho lo que ocurría. Pensé… —Suspiró hastiado y sacudió la cabeza—. No sé cómo fui capaz de pensar que eso iba a protegerte. Fui tan estúpido.

    Entreabrí los ojos, la oscuridad estaba totalmente empañada por las lágrimas y pestañeé hasta quitarlas de en medio. Estaba llorando super feo cuando había sido Kakeru el que se lanzó al abismo, y pensé que era egoísta pero no vi por dónde detenerme. También pensé que podríamos echarnos la noche entera pidiéndonos disculpas por diferentes cosas, y que quizás era eso lo que deberíamos haber hecho desde un principio.

    Logré calmarme un poco y sorbí la nariz, secándome las mejillas con el dorso de las manos.

    —Perdóname por haberte tratado tan feo esa noche —murmuré, aún algo agitada—, cuando lo de la fiesta de Kou. Estuvo horrible.

    Me concedió una sonrisa automática, sentí que había brotado directamente de su corazón y sólo me dieron más ganas de llorar.

    —Perdóname por no haber estado ahí —susurró, conciliador, y me instó a levantar el rostro para quitarme las lágrimas del rostro; sus movimientos guardaban una suavidad inmensa—. Debe haber sido aterrador.

    Sí lo fue.

    —No tenías qué, me habías dicho que no fuera.

    —Sí, pero nunca te expliqué por qué, y no eres un robot que acatará órdenes sólo porque las reciba. Debería haberlo entendido mucho antes.

    Se me escapó una risa amarga y sorbí la nariz de nueva cuenta.

    —Esto parece un confesionario.

    Kakeru me imitó y la ligera liviandad fue disolviéndose hasta regresar al pesado silencio del comienzo. Podía interpretar todo esto como algo positivo, podía aferrarme a ello y seguir engañándome a mí misma. O podía tomar aire, ponerme de pie y hacer las cosas bien.

    Me removí, alejándome de su tacto, y sentí que estuve a medio paso en falso de ahogarme.

    Y lo dije.

    —Lamento no haberte amado.

    No noté lo mucho que me había tensado hasta que dejó caer la palma sobre mi cabeza y di un respingo, buscando sus ojos por reflejo. Me di cuenta que esos ojos siempre me habían mirado así. Incapaces de enfadarse, de ofenderse o conservar algún tipo de resentimiento. Incapaces de odiar. Como si lo hubiera perdonado todo, incluso antes de que lo hiciera.

    ¿Eso era el amor?

    —Yo lamento no haber sabido protegerte.

    Lo había arrastrado fuera de las trincheras aún siendo incapaz de amarlo, y él me había amado a pesar de no contar con el poder para regresarme los colores que había perdido.

    —Está bien —susurré, acunando su mejilla. Él cerró los ojos y se arrimó al contacto—. Lo importante es que ambos lo intentamos, ¿verdad?

    De verdad lo intentamos.

    Fuimos nuestro error más honesto.

    Kakeru asintió, entreabriendo los ojos, y se inclinó para besar mi mejilla. Luego recostó la frente en mi hombro y envolví su espalda, acariciándola de lado a lado.

    —Quédate, por favor —susurró, el sonido me alcanzó amortiguado—. Quédate conmigo esta noche.

    Asentí de inmediato, le besé el cabello y lo seguí meciendo hasta que su respiración se tornó pausada y profunda. Lo mecí hasta que la fogata logró chispear, entibiar su cuerpo y hacerlo sentir como en casa.

    Aunque no lo fuera.

    No podía serlo.

    —Vamos a la cama, cielo.

    Lo insté a incorporarse y abrí el edredón para envolverlo dentro. Tenía ese vestido de mierda, así que me tomé la libertad de robarle una camiseta y echármela encima en lo que él parecía quedarse dormido. Me detuve para repasar su rostro bajo la luz tenue del tendido eléctrico, los surcos de lágrimas seguían allí, los moratones también, pero al menos parecía haber encontrado un pequeño rastro de paz.

    Como las tardes de junio, el sol a través de las pantallas y sus dedos en mi cabello.

    Me colé dentro de la cama, toda la secuencia me arrojó encima una nostalgia inmensa y tuve que preguntarme si habría habido forma de enderezarnos. Si detrás de otro hilo, si inmersos en otra marisma, habríamos sido capaces de amarnos y protegernos.

    Probablemente jamás lo supiera.

    Me había dado la espalda, por la abertura del cuello asomaba lo que parecía ser un tatuaje nuevo y jalé suavemente para verlo mejor. Eran dos serpientes negras, enroscadas sobre sí mismas y mordiéndose la cola, en perfecta simetría. Creí que era un uróboros, pero en realidad se trataba de un wuivre celta.

    Le escribí una excusa a mamá y un mensaje rápido a Rei, para avisarle que todo marchaba bien y que me quedaría con Kakeru. No tardó ni un minuto en verlo y justo después me alcanzaron los sonidos débiles de los muchachos yéndose de la casa, al mismo tiempo que me quedaba dormida.

    Yo también estaba agotada.

    El domingo apenas despertar no entendí una mierda, por un instante no reconocí el techo y luego la realidad me bañó como una cascada de agua helada. Fue abrumador y me enroscó el corazón en el pecho, pero el cuerpo de Kakeru estaba tibio a mi lado y pensé que eso era lo único que importaba. Que ahora lo veía más claro que nunca.

    Quería salvarlo.

    Lo demás transcurrió con una liviandad extremadamente ajena al peso de los eventos. Cuando salí de la habitación, el Krait estaba en la cocina y se me rió por cómo tenía el cabello. Gruñí un improperio por lo bajo pero me senté a la barra y lo dejé ser, distrayéndome con la tortilla que estaba haciendo.

    —Gracias, Hiradaira.

    Su voz me alcanzó desde una dirección totalmente diferente.

    —Está bien, es lo que quiero hacer.

    Y no volvimos a tocar el tema.

    Por la tarde hubo lo que sería, digamos, una charla de familia. La mamá de los chicos no estaba, el viejo casi nunca, así que éramos ellos dos y yo. Fue un poco incómodo pero sabía que era lo correcto. Logré que Kakeru aceptara ver a un terapeuta, se me ocurrió contactar al mío que se había mudado a Minano, en Saitama. Él prefería eso antes que ir con un perfecto desconocido.

    Minano era un pueblo de apenas ocho mil habitantes, no tenía idea si el tipo trabajaría mucho o no, el caso es que le dije que era un poquito urgente y aceptó vernos al día siguiente para una sesión de prueba. Era un viaje de dos horas en tren y le ofrecí acompañarlo, a lo que aceptó. Un poco a regañadientes, pero aceptó.

    A media tarde finalmente regresé a casa, Hayato tenía que irse al bar así que me acompañó una buena parte del recorrido. Por suerte Kakeru no se quedaría solo en casa, ahora que su mamá había regresado de vete a saber dónde. Le pregunté si hablaría con ella y me prometió que sí. Decidí creerle.

    Cuando llegué a casa mamá estaba sentada a la mesa, tomando mate. Me alcanzó con el brazo extendido, me estampó un beso en la mejilla y sentí que iba a desmoronarme. Se rió también de mi cabello, ya no sé yo por qué, me acomodé a su lado y le acepté el mate. Amargo y caliente, justo como a ella le gustaba, y pensé que sabía a casa. Pensé en Altan, también, y en el refugio que habíamos construido en la azotea.

    Estaban echando un programa de juegos y mamá mechaba su atención entre la tele y sus incesantes preguntas sobre la fiesta. Pensé en contarle que había conocido a alguien, a un chico, pero había aún tanta mierda de por medio que preferí no meterme en ese tema de momento. Al final se aburrió de bombardearme, puso a calentar más agua y me eché un vistazo. Seguía con el vestido puesto.

    No había contactado a Altan para nada, tampoco sabía cómo decirle por teléfono todo lo que había ocurrido y menos quería mentirle. Lo mejor sería aguardar al martes para, otra vez, ponerme en pie y hacer las cosas bien. Que me llamaran precipitada o lo que fuera, sentía que ya era hora de que lo supiera.

    El nombre del monstruo y de los fantasmas que me perseguían.

    De paso se me ocurrió una estupidez enorme que estaba absolutamente dispuesta a hacer, eso y los cupones nuevos que me había pedido en la azotea. Muy bien, tendría que buscar los bolígrafos de gel que había usado la semana pasada, que no los veía desde entonces. ¿Qué más? Hablar con Kohaku, pedirle un favorcito y también al Krait. Seguro se me iba a reír hasta el siglo que viene pero era esa clase de estúpida por las personas que quería y valía la pena, sabía que sí.

    Porque había recuperado los colores.

    Y era gracias a él.

    Poco sabía yo que aún no había despertado de la pesadilla.
     
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  13. Threadmarks: XI. Licht
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
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    N/A: this isn't new por eso está en tercera persona, recordé un fic que hacía mucho mucho tiempo había escrito de ellos y como ahora por fin hemos podido volver a rolearlos, pensé ¿por qué vergas no volverlo canon? Así que lo adapté y acá va, un montón de softness de los sugatwins de sus tiempos viviendo juntos en Osaka <3 Etihw ya lo leíste en su momento pero te etiqueto cuz yes uwu




    You are loved, more than you know
    I hereby pledge all of my days to prove it so
    Though your heart is far too young to realize
    the unimaginable light you hold inside
    I'll give you everything I have, I'll teach you everything I know

    I promise I'll do better


    .
    .


    Licht



    .
    .
    | Haru Sugawara |
    | Aya Sugawara |

    .
    .

    —¡Vamos, Aya! ¿Qué haces?

    Haru detuvo sus pasos por enésima vez para soltar un suspiro y girar sobre sus talones, buscando la silueta de su hermana en algún punto del panorama. Las cigarras cantaban incesantes entre los troncos de los árboles, las briznas de hierba, los arbustos junto al río. El sol arrancaba fuertes destellos sobre el intenso verde esmeralda de la vegetación, la superficie cristalina del agua, incluso también de los buzones rojos, los tachos de basura oxidados, las simpáticas campanillas de viento tintineando junto a las puertas hogareñas.

    Era un perfecto día de verano, y Haru solo quería llegar junto a la comodidad de su aire acondicionado. Una brisa dulce y tibia sopló desde el río y logró divisar el vaivén de un cabello rosáceo meciéndose cerca del pavimento. Comenzó a caminar hacia él, quitando la mano del bolsillo para airearse un poco la camisa, cada vez más pegada a su pecho.

    —¡Haru! —exclamó Aya, una vez el muchacho se detuvo junto a ella—. ¿Qué deberíamos hacer?

    Haru frunció el ceño, observando a su hermana desde arriba.

    —¿Que qué deberíamos hacer? —repitió, alzando su maletín para cargarlo sobre el hombro—. Nada, Aya. ¿Por qué deberíamos hacer algo?

    —¡Pero, Haru! —se quejó, incorporándose casi de un brinco para ver directamente a los ojos celestes de su hermano—. ¡Es un cuchillo! ¡De cocina, encima! No podemos dejarlo… así, tirado.

    Haru aún intentaba comprender su hilo de pensamientos detrás de tanta seguridad. Las respuestas más ridículas fueron las primeras en aparecer como opciones, y el muchacho se obligó a apartarlas para evitar soltar una mueca divertida frente a toda la seriedad que Aya se traía encima.

    —¿Por qué no? —respondió sin más, sereno como el río a su izquierda.

    —¡Porque es un cuchillo! —enfatizó Aya, señalando el objeto cortante tirado sobre la acera. El sol arrancaba fuertes destellos plateados de su hoja; se lo veía nuevo e impoluto—. ¿Mira si un niño intenta agarrarlo? ¡O si un perro se lastima! Incluso alguien malo podría robárselo para…

    —¿Hacer cosas malas?

    —¡Haru!

    Aya vio al muchacho soltar una risa corta, tapándose brevemente la boca con el dorso de su mano libre, y solo pudo suavizar su expresión; eran pocas las veces que Haru reía, por lo cual todas y cada una de ellas valían el mundo para Aya.

    —Ya, lo siento —murmuró, alzando las manos en señal de derrota—. Tú ganas, Aya.

    La chica se vio contagiada por la pequeña sonrisa de su hermano y puso los brazos en taza, meneando la cabeza mientras él se agachaba y recogía el cuchillo dentro de su blazer, para guardarlo luego en su maletín.

    —Tú te encargas luego de explicarle a la Señorita Mayuru por qué hay un cuchillo extra en la cocina —anotó Haru, emprendiendo su ruta de regreso a casa.

    Aya agitó su mano, restándole importancia.

    —Tonterías. No es como si…

    —Sí, Aya. Créeme que los cuenta cada mañana. La he visto hacerlo.

    Ante la mirada confundida de la chica, Haru sonrió y prosiguió.

    —Ya sabes, cuando tú sigues despatarrada durmiendo y yo ya me levanté, fui al baño, me vestí, llegué a la cocina, unté mis tostadas con jalea de…

    —¡Ah, ya! ¡Ya entendí! —lo interrumpió, empujándolo suavemente hacia el costado.

    Haru volvió a reír y le echó un vistazo a la expresión enojada de su hermana: brazos cruzados, cachetes inflados, ligeramente ruborizados. Era de esas caras que sólo te incitan a seguir molestando; pero tampoco le gustaba burlarse mucho de su hermana, por lo que decidió calmarse.

    —En fin, la cuestión es que sí lo notará. Y, ¿sabes? Los cuchillos no suelen ser un regalo muy romántico, ni siquiera para una chef, por lo cual dudo podamos hacerlo pasar como regalo del Señor Takizawa.

    Regalo. La palabra pareció activar un interruptor en la mente de Aya y ésta dio un brinco repentino, girándose hacia su hermano, emocionada. Haru detuvo sus pasos al verla saltando por el rabillo del ojo al tiempo que Aya atrapaba sus manos entre las propias.

    —¡Un admirador secreto!

    —¿Qué? —replicó Haru, confundido.

    —¡Dejamos el cuchillo a la noche, junto a una nota de un admirador secreto!

    Haru inclinó la cabeza hacia el costado a medida que su ceño se fruncía. A ver, cómo decirle…

    —Aya —comenzó, con sutileza—, imagina la situación desde los ojos de la Señorita Mayuru. ¿Piensas que lo verá como algo romántico? ¿O como el obsequio de un acosador obsesionado, quizás hasta psicópata, que se coló en la casa solo para hacerle llegar… un cuchillo de cocina?

    Vale, la sutileza había muerto en las primeras tres palabras, pero no se le había ocurrido forma de endulzar su opinión. Aya frunció el entrecejo, no por molestia, sino de pensativa, y soltó las manos de Haru a medida que se concentraba.

    —Bueno, puede ser… algo inquietante, sí.

    —¿Verdad? —Haru soltó un suspiro leve y acarició la cabeza de su hermana, retomando su caminata luego—. Tú déjame a mí, ya se me ocurrirá algo… quizás. Lo importante de momento es llegar a casa, que te juro estoy… ¿Aya?

    Haru detuvo sus pasos por enésima vez para soltar un suspiro y girar sobre sus talones, buscando la silueta de su hermana en algún punto del panorama. Las cigarras cantaban, el sol brillaba, y aquella era la rutina que siempre se repetía cada vez que debían volver caminando de la escuela. Haru alzó la vista al cielo de verano y se encogió de hombros, resignado, cuando oyó una exclamación sorprendida de Aya.

    —¡Mira, Haru! ¡Un gatito!

    El muchacho volvió sobre sus pasos hacia donde su hermana estaba, de cuclillas sobre el césped, y le acarició la patita al minino que llevaba entre brazos.

    —¿Lo ves, Haru? ¡Tiene tus ojos!

    Haru rió ante el comentario y le rascó la barbilla al pequeño animal, obteniendo un ronroneo contra su dedo en respuesta.

    —¿Quieres llevarlo a casa?

    La expresión de Aya se iluminó aún más; si es que eso era posible, pensó Haru.

    —¿En serio?

    —¡Claro! —afirmó, contagiado por la emoción de su hermana—. Estoy seguro que papá no tendrá problema, y sabes que a mamá le gustan los gatos.

    —¿Oíste eso, Kiro? ¡Podemos llevarte a casa!

    Haru alzó las cejas, ¿ya lo había bautizado? Vaya, qué velocidad. Aunque, si lo pensaba detenidamente, era algo bastante típico de Aya. Ella jamás daba muchas vueltas en torno a las cosas.

    —¿Andando, pues? —inquirió, extendiendo su brazo hacia ella.

    Su idea original había sido ayudarla a incorporarse, pero Aya estrechó su mano con fuerza y no la soltó en ningún punto del camino. Cuando volvieron a casa, Haru le lanzó una mirada cómplice al Señor Takizawa y se encogió de hombros, recibiendo una mueca divertida del hombre en respuesta. Se reía del gato, y aún ni idea tenía del cuchillo de cocina escondido en su maletín.

    Pero ese era, sin miedo a exagerar, un día normal en la vida de los hermanos Sugawara.


    Buscando cómo titular el fic, ya que la canción es instrumental, primero pensé en Light de Sleeping at last. De hecho, de ahí salen las lyrics que hay primero. Pero llamarle Light me resultaba idk soso, así que seguí buscando y di con licht, que en escocés y alemán significa lo mismo. And so, de ahí di con Licht, una ópera compuesta por Karlheinz Stockhausen que engloba los siete días de la semana. Su título original, además, era Hikari, de ahí el kanji. El compositor habla de su obra como una espiral eterna ya que no hay principio ni fin en la semana, y me pareció muy adecuado para representar un día cualquiera en la vida de los sugatwins. Y hasta ahí llega mi essay, gracias por venir a mi lección de five shits :D
     
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  14. Threadmarks: XII. There's poison in the water and we deserve it
     
    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Drama
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    N/A: un pollo para llevar. Esto es canon y transcurre durante la noche del día trece, es decir, del martes, o sea, ayer (? Quizá luego me aviente otro porque me duele el alma por el niño, but who knows.

    No usar Futureproof hasta en la sopa es lava.





    Oh, hang on, did I mention you're on the hit list?
    Taking your intention, now it's irrelevant

    There's poison in the water, and we deserve it
    The future is a monster, and now it's turning

    .
    .

    | Anna Hiradaira |
    | Kohaku Ishikawa |

    .
    .
    .

    Si algo debía rescatar de todo el desastre era que el almuerzo con Al había ido bien. La comida era por demás simple, en especial para un niño rico como él, pero aún así pude darme cuenta que lo estaba disfrutando y eso me arrojó una calidez inmensa encima. No que fuera a hacerlo todos los días porque, honestamente, cocinar no entraba en mi top de hobbies, pero pensé que de vez en cuando podría sorprenderlo con alguna cosa sencilla. Valía la pena si él lo disfrutaba y ya estaba visto, me movía con mucho mayor empeño por las personas a quienes apreciaba antes que por mí. Eso último, de hecho, me había tomado meses y meses ¿y para qué? ¿Para acabar en desastre? Pues sí. Era lo que había, suponía. ¿Qué iba a esperar del mundo de sombras?

    Nunca traía nada bueno.

    El caso era que hundida ya estaba, y con ganas. Me había visto forzada a aprender cómo arrebatarle oxígeno al fango para no ahogarme, para sobrevivir en medio de aquella inmensa oscuridad. Era bastante probable que hubiera un camino de salida, uno que me alejara de buena vez y para siempre de toda la mierda que había comenzado a rodearme cuando los chicos se aparecieron en la cancha de baloncesto y me pasaron la pelota. Lo había, estaba segura. Pero ya me había hundido, conmigo personas a quienes quería, y no quedaba de otra.

    A veces había que combatir fuego con fuego.

    Depredadores con depredadores.

    Y si tomaba el camino de salida sería en otro momento.

    A duras penas me concentré durante las clases de la tarde, el cerebro ya se me había desviado en direcciones desagradables que inevitablemente me arrastraban de regreso a lugares donde nunca había pretendido volver, pero estaba dispuesta a hacerlo. Qué va, me importaba un coño. El fuego podría mantenerse latente, a la espera en la retaguardia, pero salía con la velocidad y fuerza suficiente para extinguir cualquier rastro de duda. Era sólo eso, como un sapo cazando insectos. Los lengüetazos de fuego se extendían, abrasaban y regresaban. Y nada aquí había pasado. El profesor hablaba de paralelogramos, creo, y yo agarré una hoja de papel para montarme un bosquejo rudimentario de cómo proceder. A ver, sabía que mis planes tendían a salir mal así que de momento me mantendría en el molde. Lo primero, por ende, era recabar información con gente de confianza.

    ¿Qué sabía de Taitō? Poco y nada, si acaso alguna vez había cruzado al barrio para, no sé, comprarme una soda. De lo que recordaba junto a los chicos no era territorio hostil como tal, al menos no al nivel de Shibuya, pero tampoco era tierra de nadie, similar a Nakano y su puente ensangrentado o Chiyoda luego de la dispersión de los chacales. Se asentaba en un gris que nos permitía cierta libertad de movimiento en tanto nos atuvieramos a las reglas del juego, similar a Minato e incluso Chūō. El caso era, claro, que Altan había irrumpido como Pedro por su casa para moler a golpes a un local. Razones aparte, había sido como pisar una trampa de osos y si lo pensaba con detenimiento, si un fulano se aparecía y dejaba medio muerto a uno de los chicos a las puertas de Kabukichō, podía comprender a los putos cabrones con una facilidad que daba miedo. No que me importara, de todas formas, y mucho menos iría a detenerme. Sabía que mi sentido de la moral estaba cagadísimo, si acaso podía decir que existía como tal, mutando y deformándose a su puta conveniencia. Uno podía argumentar que eran las reglas del juego, la ley de la selva, que para proteger a los tuyos debías convertirte en aquello que aborrecieras. Que no quedaba de otra. Cientos, miles de excusas, y seguiría siendo deplorable.

    Y me importaba una mierda.

    Necesitaba información y bajo ningún criterio la buscaría precisamente en Altan, primero para no perturbarlo y segundo, para no encender su cerebrito de niño genio. Había que ver nada más, si incluso me era de utilidad que se zampara más pastillas que comida por día. No lo disfrutaba, no lo disfrutaba en absoluto, pero de repente servía a mis propósitos y así, quisiéramos o no, acabábamos moviéndonos inevitablemente todos los pobres desgraciados hundidos en el fango. Tendría que ver de no alertarlo también luego, cuando anduviera más lúcido, pero ese sería un problema para el futuro. Tampoco pretendía engañarlo hasta el fin de los tiempos, no me creía semejante luminaria, sólo necesitaba comprar el tiempo para escarbar la información suficiente. Entre tanto, confiaba en mi fuego. Sabía que podía moldearlo, construir ilusiones con su calor y enceguecerlo. Podía sonreír, ser un chute de energía insoportable, llenarlo de besos y bailar a su alrededor como si nada. No sentía ser la misma pobre imbécil que había estallado el año pasado, que se rebeló contra Kakeru y acudió a la fiesta maldita, ni siquiera sentía ser la loca de mierda que se lanzó encima de Usui, de Shinomiya, apenas verlos. Era diferente, era más silencioso y me permitía razonar con mayor claridad.

    Una bomba de tiempo, quizá.

    Una explosión controlada, de esas que usan en la demolición.

    Calcular los riesgos,

    conectar la dinamita,

    y aguardar.

    Hasta presionar el botón.

    De la escuela tuve que pitarme al gimnasio, como todos los días. Entrené con unas ganas estúpidas, si mi pobre instructor acabó pidiéndome un break entre medio y como no me daba la puta gana detenerme me fui a los sacos de boxeo. Algo me cosquilleaba en la piel, una necesidad estúpida de contacto, y me deshice de los guantes para mantener únicamente las vendas tanto en manos como pies. Hacía tiempo no sudaba tanto. Cada golpe, cada patada, repercutió en mi cuerpo y me sacudió las entrañas en una mezcla extraña de dolor y satisfacción. No tenía rostros que imaginar, no tenía nada, pero aún así me las arreglé para quitarme de encima una cantidad ridícula de energía. Para moler sus huesos, mancillarles la carne y dejarlos hechos una maldita miseria sobre el pavimento oscuro.

    Para que el rojo de la sangre destellara bajo las luces de neón.

    Era perfectamente consciente de lo que estaba haciendo y seguí y seguí, hasta que los nudillos me dijeron basta. Me lancé a una de las duchas, agotada, y me tomé todo el tiempo del mundo para bañarme. Mierda, me ardía hasta la punta del cabello. No habría exagerado de afirmar que la jodida sangre me quemaba en las venas con una insistencia insoportable, como ríos de fuego fluyendo en todas direcciones.

    Estaba furiosa.

    Y me la iba a cobrar a como dé lugar.

    No me faltaba hierba como tal, aún me quedaba un poco de lo que le había comprado a Dunn la semana pasada, pero me vino de perlas para citar a Kohaku sin levantar sospechas. No tenía la menor idea de lo que el desgraciado estaba atravesando, nadie se había tomado la molestia de contarme la verdad con respecto a la jodida noche de Minato y por ende, una vez más, iba dando palos de ciego. Los cabrones no aprenderían nunca, se ve, la mierda de Shinomiya, la fiesta y Kakeru no había bastado para que comprendieran la moraleja de la historia. Si con eso no les alcanzaba intuía que serían estúpidos hasta el último de sus días y realmente me habría cagado en sus muertos de saberlo, pero me habían forzado a permanecer en el gris de la ignorancia. Otra vez.

    Ya me daba algo de vergüenza invadirle el bar al Krait tantas veces, así que lo arrastré a Deathmatch in Hell. Era un sucucho oscuro y amarillento, a lo sumo entraban diez personas y apestaba a hierba como pocos lugares. El señor que lo atendía, sin embargo, era super majo. Eso si soportabas charlar por encima del metal, claro, que vibraba en la madera y te revolvía el estómago. No creía que Kohaku fuera a sentirse cómodo allí, de modo que pedí las cervezas y nos fuimos afuera. Las callejuelas de Kabukichō, las del fondo, eran opacas y bastante silenciosas. Me había habituado tanto a ellas, a sentirlas parte de mí, que siquiera me inmutaba cuando pasaban los tíos de traje que apestaban a yakuza o los grupos de tres o cuatro imbéciles, con los resquicios de metal destellando entre las solapas de los abrigos. Kohaku y yo podíamos parecer corderos en matadero a ojos vírgenes, pero suponía que ya apestábamos lo suficiente para que los de la calaña detectaran el aroma a la distancia y nos dejaran en paz.

    Todo era parte de las leyes que los regían.

    —¿Al final te fue bien?

    Me había empinado el botellín en cuanto oí la voz suave de Kohaku a través de los residuos musicales. Lo miré, arrugando el ceño, y relajé el gesto al darme cuenta a qué se refería.

    —Ah, ¿lo del invernadero? Sí, todo bien. —Sonreí al recordarlo, la verdad ya no tenía remedio—. Gracias por jugarte el pellejo, oye, te debo una.

    Extendí el botellín en su dirección y lo chocó sin mayor complicación. Los cristales tintinearon, reflejaron la luz blanquecina del tendido eléctrico y el ámbar me resultó extremadamente sucio. Le di otro trago.

    —No fue nada, la verdad que en esa escuela dejan pasar un montón de cosas. No sé si son o se hacen.

    —Nah, son selectivos. Lo único que les interesa es mantener contentos a los ricachones que los financian, el resto les da igual.

    ¿Y qué onda? ¿Se suponía que yo entraba en esa categoría, ahora que el cabronazo de mi tío se encargaba de pagar la matrícula? La simple idea me dio asco.

    —Pues sí, viven en base a apariencias.

    —Oye, Ko —lo llamé con la vista pegada en mi zapatilla, empeñada en remover una goma de mascar vieja de la acera; la mierda me había recordado por qué había acabado en la oficina de la directora—. Shinomiya está en el Sakura, ¿lo sabías?

    No tuve forma de ver la tensión que le cayó encima y quizá fue algo bueno, al menos temporalmente. Quién sabe lo que habría ocurrido si decidía acorralarlo, si lo picaba con mi fuego y las neuronas me daban para conectar los puntos. Quién sabe si habría sido capaz de seguir manteniendo la correa ceñida en torno al incendio, a mis manos y mi propio cuello, de saber que el jodido hijo de puta fue quien apaleó a Kohaku. No era momento de perder la cabeza, no ahora que pretendía moverme con cuidado, así que sí. Hipócrita yo que lo dijera, pero quizá la ignorancia fuera necesaria a veces.

    —Lo vi hoy —respondió en voz baja, unos pocos segundos después. Su tono me resultó ligeramente contenido y alcé la vista hacia él, estaba serio—. Iba a decírtelo.

    Se me aflojó una sonrisa extraña, mezcla de amargura y suavidad. Me daba algo de ternura que se fijara en eso, aunque fuera perfectamente consciente de que más bien debería haberme preocupado la ligera cuota de miedo que reverberó en sus ojos. Fue sutil, lució indefensa y me recordó a la tensión que le había bañado el cuerpo cuando lo enfrenté por la mierda de Gotho.

    El pobre chiquillo andaba hecho un manojo de nervios y no hice nada al respecto.

    —Tranquilo, mini Ishi, no pasa nada —solté junto a una risa fresca, bebiendo de la cerveza—. No era por eso que te decía, aunque agradezco que quisieras contármelo.

    Kohaku me sonrió, creo que mi respuesta logró disolver parte de su tensión y eso eran buenas noticias. Se empinó el botellín, carraspeó la garganta y hundió la mano en su bolsillo, extrayendo una bolsita de las de toda la vida. Lo observé de soslayo, esbozando una sonrisa suave, y estiré la mano hasta hacerme con la hierba. La agité entre nosotros, risueña, y me la guardé antes de pasarle los billetes.

    —Un placer hacer negocios, como siempre —murmuré sedosa, y le eché mi peso a la pared, cruzando un pie encima del otro—. Al parecer es el Alfa ahora, ¿viste? No tengo idea cómo mierda pasó.

    Regresar sobre Shinomiya era algo que me daba igual, podía estar resentida con el cabrón pero eso no me impedía hablar sobre él. Volví el rostro hacia Kohaku, a la espera de su respuesta, y el jodido imbécil me la coló por completo con su sonrisa angelical.

    —¿En serio? ¿Así nada más?

    —Sep. El otro día vino y, vete a saber para qué, me informó que el Perro-Lobo se había largado de Tokyo y que Kurosawa podía quedarse tranquila, que ya no… Ah, espera, no tienes idea de quiénes estoy hablando, ¿verdad?

    Estúpida yo, seguía pisando minas en falso. Lo vi pestañear, inhalar aire por la nariz y liberarlo lentamente, tomándose el tiempo para beber.

    —Lo supe de un amigo. —Que, para la gracia, era nada más y nada menos que Dunn—. Es una larga historia pero… sí, sé quiénes son. Bueno, qué sé yo, Shinomiya parece más razonable que Tomoya.

    Se había encogido de hombros y en esa debía darle la razón, como mínimo el cambio de liderazgo eran buenas noticias para el mundo alrededor de los putos lobos. No que Kou fuera un santo, nos había traicionado y me había engañado hasta arrastrarme a su madriguera, pero no creía que estuviera loco de remate como el jodido de Hideki. Tampoco lo creía capaz de apalear a una pobre criatura por amor al arte, claro.

    Pero no tenía el Ojo de Sauron ni una bola de cristal.

    Ni amigos, digamos, inteligentes.

    —Sí, supongo. —Le di un trago al botellín y arrugué brevemente el ceño, apoyando la cabeza contra la pared—. Pero bueno, cuestión que está en el Sakura y… no sé, Ko, no estoy segura de que sea coincidencia, ¿sabes? No tengo idea qué, pero siento que algo planea. Y no me gusta.

    —No que podamos hacer mucho al respecto, tampoco.

    Lo miré de soslayo, repasé su perfil y solté el aire medio de golpe.

    —Más o menos. Podríamos asegurarnos una línea de defensa, al menos. —Recibí el ámbar frío de sus ojos y alcé ligeramente las cejas—. Tú eras un chacal, ¿cierto, Ko?

    Esta vez sí le llovió bastante tensión encima, la suficiente para saberse expuesto y desviar la mirada. Arrugué el ceño, confundida, y ladeé la cabeza en busca de su rostro. Asintió sin más, cediendo a la presión. Era eso y ni siquiera lo tuve a consideración.

    Lo estaba presionando.

    Dios, pobre chico.

    —Bueno, igual perdiste el contacto con ellos. —Regresé a mi posición y suspiré, balanceando la cerveza de aquí allá. El ámbar repiqueteaba y se lo solté sin más, sin venir a cuento de nada—. ¿Y sabes quién gobierna en Taitō?

    Era una jodida egoísta.

    Kohaku llevaba días, quizá semanas ahogándose, lo supiera o no. Lo había asfixiado en el taxi de camino a la casa de los Fujiwara, se había aislado y no volví a saber de él. Asumí que todo andaría bien porque siempre sonreía, siempre se veía malditamente igual, y yo era una estúpida que, cegada por la ira, no atendía a sutilezas. Arrollaba a la gente incapaz de seguirme el ritmo, los envolvía en un círculo de fuego y me alimentaba de ellos con tal de no extinguirme. Y lo hacía, muchas veces, sin darme cuenta.

    Estaba hundiendo a Kohaku, al pobre Kohaku.

    Lo seguía resquebrajando en silencio.

    —¿A qué viene eso? —cuestionó, cauteloso, y yo fingí indiferencia.

    —Oí que hubo unos problemas ahí el otro día y me di cuenta que no tengo idea quién anda por allá. Al parecer apalearon a un lobo.

    Se había vuelto a mirarme como si pretendiera analizar mis intenciones y, mierda, no me creía capaz de burlar el sexto sentido de Kohaku ni en mis mejores sueños. Pero la pobre criatura se quedó allí, suspiró y abrió la boca.

    En ese momento debería haberlo notado.

    —Lo conozco de hace unos años, era un chacal también. Hace mucho que no sé nada de él.

    Que Kohaku estaba fuera de su eje.

    —Hikari Sugino, se llama.

    Que en condiciones normales jamás podría habérsela colado.

    —¿Dices que estuvo involucrado en el incidente?

    Pero las llamas repiquetearon, ansiosas, y tuve que tragarme la sonrisa de mierda.

    Joder que la correa apretaba.

    —Pues sí, eso oí. Al parecer casi mata a alguien, debe haber estado bien feo. —Regresé la vista al frente y tapé la satisfacción cagada con el botellín—. Siempre donde hay un lobo, hay malas noticias. Qué puta plaga son.

    Probablemente le hubiera jugado en contra la preocupación por uno de sus antiguos compañeros, ni idea. Había muchas cosas de Kohaku que no sabía, y lo poco importante había sido fuente de terceros. Sobre su hermana había oído de Rei, lo de Yako provino del Krait. Los tornados se embravecían, sacudían la tierra alrededor de Kohaku y él permanecía quieto, en silencio. Absolutamente inalcanzable.

    E irremediablemente triste.

    No dijo más nada, adiviné que estaría pensando muchas cosas y con la información que había conseguido podía dar la noche por finalizada. Dejé caer una mano sobre su cabello de nubes, lo revolví apenas y empecé a caminar.

    —Bueno, gracias por la hierba. Nos vemos en la escuela, mini Ishi.

    Si hubiese sido su hombro, su brazo, su mano, probablemente habría sido capaz de percibir la tensión agarrotándole el cuerpo; y quizá, sólo quizás, habría preguntado. Pero elegí mal, no me quité la venda de los ojos y seguí a lo mío. Puede que fuera imposible salvar a más de una persona al mismo tiempo, vete a saber. Puede que los esfuerzos en torno a un objetivo generaran desequilibrios a su alrededor, alteraran el cauce de las cosas y provocaran más desastres que arreglar.

    Y así fuéramos, hundidos en un puto bucle.

    En el fango.

    En las sombras.

    Contaminándonos.

    Puede que en mi empeño por cobrarme el dolor causado en Altan sólo lo duplicara, triplicara o peor. Puede que la correa no resistiera el calor, se derritiera antes de tiempo y generara un auténtico desastre. Tantas, tantas cosas podían salir mal si me empeñaba en la puta venganza. Lo sabía. Así y todo, no veía por dónde detenerme.

    Porque dolía, ardía, me revolvía las entrañas, arañaba mi piel.

    Porque quería echarme a llorar y no podía.

    Y sólo me quedaba forzar el rojo sobre el mundo.
     
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  15. Threadmarks: XIII. The Resilience | to fall
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    40
     
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    N/A: llevaba mucho, mucho, muchísimo tiempo queriendo escribir algo con respecto a la vida de Kohaku. Lo que le pesa en el alma lo carga desde el primer día que puso pie en el rol, yo bien lo sé y aún así no encontré la voz precisa para hablar a través de él hasta hoy. Como me pasó con The Wheel of Fortune, necesité de un impulso de la vida, una mierda bien real para ser capaz de ponerme en la piel de mis personajes en sus peores momentos. Quizás hable más al respecto en un spoiler al final del fic, pero de momento mejor me callo.

    Escribir esto me resultó tan hermoso y doloroso como The Fortitude, el fic de Sasha, de hecho no me sentía tan... indescriptible desde entonces. A quien lo lea, sólo espero que disfrute tanto leerlo como disfruté escribirlo.

    Por cierto, es canon y transcurre durante el transcurso del día actual, o sea, jueves.





    the world just seems to listen to whoever shouts the loudest,
    and people who really need help seems to only manage to say it so quiet
    that maybe only the dogs can hear it,
    like those invisible sounds that humans can't even hear.

    .

    .

    The Resilience

    And I kept running for a soft place
    t o . f a l l

    .

    .

    | Kohaku Ishikawa |

    .
    .
    .

    He soñado con mi hogar hasta el cansancio. Las margaritas al pie de las escalinatas, el césped abriéndose paso entre las grietas de los bloques de piedra. Por encima está el cielo, usualmente de un celeste que sabe a tierna brisa, el rojo desgastado del torii, los árboles pintados de otoño, a veces, primavera otras. Sólo necesito subir, subir y subir, para saludar a mi abuela mientras barre la entrada, seguir caminando y encontrar a mamá en la sala. Estaría bebiendo té o leyendo algún libro desgastado, siempre le gustó la literatura clásica; es de esas personas capaces de girar sobre una historia dos, tres, cuatro, hasta cinco veces. Un lugar de añoranza, quizá, de melancolía o incluso reverencia. Como regresar a los páramos suaves donde fuimos felices, donde el cielo abriga las nubes de un celeste que sabe a tierna brisa. Volver, recostarnos y cerrar los ojos hasta quedarnos dormidos, mecidos por la ilusión de pertenecer allí. Un dulce engaño.

    Pues siempre querremos volver a donde fuimos felices, así pertenezcamos a donde no.

    Creo que nunca se lo dije, pero me da mucha calma verla leer. Hay algo extraño y ciertamente encantador en la forma en que ciertas personas encuentran las puertas para alejarse del mundo, como si dejaran su cuerpo allí, junto a la mesa, y extendieran las alas. La taza de té cabría entre mis manos, el vaho dulzón me haría cosquillas en la nariz mientras la veo sonreír, sorprenderse o arrugar el ceño, hundida en su pequeña ilusión de hojas resquebrajadas y tinta negra. Me preguntaría, entonces, qué habría frente a sus ojos en cada uno de esos instantes. Qué colores lograría imprimirle al mundo, qué aromas la rodearían, cuál sería la más conmovedora melodía que alcanzara su oído surgida de la amplia nada. ¿Le gustaría salir de allí? ¿No lo pensaría en absoluto? Quizá lo asumiera incluso sin ser consciente, que la ilusión está bien en tanto siempre regreses. Eso la vuelve lo que es, ¿verdad? Un pacto entre ella y el mundo. Pero ¿y si un día se descuida y cae? ¿Si cierra los ojos y ya no encuentra el camino de vuelta?

    Una vez, de hecho, creí que mamá nunca regresaría al mundo.

    Pensé una vez, entonces, que la vida era tan larga y tan corta, tan brillante y tan oscura, que temer era ridículo, y lo que hubiera más allá de ella realmente no importaba como tal. Sólo bastaba con recordar que estaba ahí, al final del camino, y que jamás sería su intención lastimarte. No es ningún monstruo, no se alimenta de tu miedo ni tu odio. Está ahí y espera en silencio.

    Y a veces, sólo a veces, espera muy poco tiempo.

    He soñado con mi hogar hasta el cansancio. Es el lugar donde uno regresa a lamerse las heridas, recostarse y cerrar los ojos hasta quedarnos dormidos. No queremos que sea una ilusión, no podemos permitirnos que lo sea. Es un pilar, decimos, son los cimientos donde nos ponemos de pie para enfrentar el mundo. Desde allí podemos soportar las inclemencias de la naturaleza, la oscuridad y las emociones que parecen moldeadas con demasiado fuego, o demasiada agua, o demasiada tierra. Desde allí podemos llenarnos el pecho de aire y dar el primer paso hacia adelante. Necesitamos nuestro hogar.

    Y mi hogar se había hecho trizas.

    Y sólo me quedaba soñarlo.

    Era donde la abuela barría la entrada, mamá sujetaba un libro entre sus manos y mis hermanos, como traídos por un vendaval, descongelaban el tiempo y pasaban corriendo a toda velocidad. El piso se sacudía bajo sus pies, pequeños y tan poderosos, sus risas se propagaban hasta el celeste del cielo y Chiasa iba por detrás, intentando mantener a raya el torbellino. Si acaso me alborotaban el cabello y desaparecían con la velocidad de un suspiro, en dirección al patio trasero. Los oía como si hubiera aprendido a oírlos de cualquier forma, desde cualquier lugar. Chiasa los regañaba mientras ellos buscaban tallos de agapanthus y fungían de espadas, dispuestos a batirse a duelo. Eventualmente mi hermana se rendía y volvía adentro, se desplomaba junto a mí y me echaba el peso de su cabeza en el hombro. A ella también le gustaba ver a mamá leer. Dejábamos que el tiempo corriera hasta que la abuela acabara de barrer la entrada, pasara al patio y amenazara a los niños con obligarlos a comer ajo crudo si no dejaban sus pobres agapanthus en paz. Papá saldría de su estudio de vez en cuando, depositaría un beso en la coronilla de mamá y ella pestañearía, poniendo en pausa su páramo de ilusiones.

    Un año había pasado y las cosas no habían cambiado demasiado.

    Exceptuando el peso sobre mi hombro.

    La ilusión se los había tragado a todos durante varias semanas. Los colores del cielo habían desaparecido, la primavera en el follaje también. Sólo habían quedado las hojas acumuladas en la entrada, los pétalos de cerezo arremolinados por la brisa y el amplio cartel al pie de las escalinatas declarando, bien claro y a viva voz, que el santuario permanecería cerrado por duelo.

    Habíamos perdido nuestros mil amaneceres.

    Y con ellos, mi hogar desapareció.

    Acabé convirtiéndome en los pilares sobre los cuales antes descansaba, desperté cada día dispuesto a alumbrarles el camino de regreso. Así tronara, helara o el viento fúrico me sacudiera el cuerpo, seguí renovando el aceite del farol. No permití que se apagara, no me recosté ni un maldito segundo hasta que la primera silueta se dibujó en el amplio, lejano horizonte. Ese fue papá. Empezamos a turnarnos, entonces, aunque éramos criaturas de hábitos y cuando tuve la oportunidad de cerrar los ojos descubrí que los monstruos no existían afuera, en los callejones oscuros y las sombras del pasillo separándonos de nuestra habitación. Los monstruos seguían danzando encima de mis párpados, así estuvieran cerrados, no había escapatoria y pensé que el miedo no tenía sentido. No había nada en temerle a la vida, era un cascarón vacío, un cajón dentro del cual apretujar cualquier cantidad de excusas. ¿Qué era la vida, de todas formas, sino nosotros mismos? Y aunque nos perdiéramos de vez en cuando, aunque la ilusión luciera demasiado tentadora y los monstruos vivieran dentro, ¿qué había en el miedo?

    Nada.

    La próxima en regresar fue la abuela, trajo a los niños de la mano. El santuario reabrió y el mundo pareció volver a la normalidad, así fuera un eufemismo. La circulación de turistas, el sonido constante de los obturadores y la voz monótona de las guías. Existían a unos pocos metros de la casa, el corredor era como un río separándonos del mundo real. Muchas veces permanecí allí, de pie, sobre la hendidura que recorrían los fusuma, observando lo que parecía tan ajeno a nosotros. Aún así, a pesar del sol inclemente y las cigarras de verano, sabía que si mamá volvía sería desde esa dirección. Tendría que seguir renovando el aceite del farol, aunque todo luciera tan brillante, para que encontrara el camino de regreso. Hasta que su silueta se dibujara en las escalinatas. De vez en cuando creía verla, eran delirios de fiebre de lo más inoportunos y me clavaban al piso con la contundencia de un rayo. Me obligaban a dejar de respirar, dejar de vivir y pestañear hasta que la ilusión desapareciera. Y a veces, sólo a veces, la ilusión era tal que a quien veía no era mamá.

    Era Chiasa.

    Allí, en lo alto de la colina sobre la cual había sido construido el santuario, en lo alto de las escalinatas. Su cabello de océano rodeándola como un arrullo, un manto protector, y el mechón de nieve danzando al ritmo de una melodía totalmente diferente. Sus manos ya no eran pequeñas, estaba creciendo y lo veía en sus ojos cada vez. Allí habitaba la luna, su suavidad y elegancia, aunque su cuerpo entibiara con la testarudez del sol y nunca entendiera cómo se las arreglaba para contener, abrigar y potenciar lo mejor de todo. Era un alma atípica, siempre lo había pensado, era brillante y me arrastraba fuera de la cueva sin excepción. Era mi farol al pie de la montaña, era el páramo sobre el cual me había recostado durante tantos, tantos años. En ella habitaba la ilusión y la realidad, en el peso de su cabeza sobre mi hombro y la dulzura de su voz, preguntándome qué estaba leyendo mamá. Era su sonrisa y su energía, los pétalos de cerezo depositándose en la punta de su nariz y sus ojos cerrados al rasgar las cuerdas de la guitarra. Siempre, siempre había estado a mi lado.

    Y ahora sólo me quedaba soñarla.

    Cuando desperté me encontré en una habitación oscura y desconocida. Poco tardé en advertir la pesadez de una respiración ajena y deslicé la mirada, reconociendo la silueta de Haru en el suelo, contra la cama. Recordé poco a poco. Se había dormido en una posición horrible y me estiré lo suficiente para despertarlo, así tuviera hasta el último de los músculos resentido. Balbuceó cosas inentendibles, gruñó y finalmente abrió los ojos. Lo hizo de golpe, como un perro salvaje que siente haberse puesto en peligro, y tragué saliva antes de hablar.

    —Ven aquí.

    La voz me salió gangosa y a duras penas entendible, pero me arrastré hacia una orilla de la cama y palmeé el espacio a mi lado, volviendo a relajar el cuerpo. Afuera era de noche, todo era negro, no había luz de luna y la sangre me bombeaba en la cabeza con una intensidad dolorosa. Haru accedió luego de vacilar un poco, su peso hundió el colchón y no sé cuándo volví a dormirme. Es, de hecho, el único recuerdo claro que conservo de muchas, muchas horas transitando entre el sueño, la vigilia y los espacios intermedios, allí donde todo se entremezcla, se revuelve y te arrastra a lugares donde no quieres regresar, otros que anhelas y muchos, la mayoría, que extrañas. Extrañas con toda la fuerza del corazón.

    Llevaba casi una semana sin volver a casa, sabía que era injusto para mi familia pero no podía. No podía regresar cuando el miedo había resurgido, arrastrándose desde los costados de mi mente, cuando el tiempo se había empeñado lentamente en congelarse y yo fui incapaz de notarlo hasta ahora. Era primavera de nuevo, la primavera me la había arrebatado, y sin importar cuántos faroles hubiera renovado, cuántos obturadores hubieran sonado, la ventisca seguiría arremolinando los pétalos de cerezo sobre la punta de su nariz. Seguiría al borde de las escalinatas, sonriéndome y alentándome a que la alcanzara. Seguiría allí, eternamente preciosa, y las estaciones no se renovarían nunca.

    Había caído en mi propia ilusión sin darme cuenta.

    Me había desconectado de la realidad.

    Y ahora siempre era primavera.
    Volví a despertarme con los movimientos de Haru en la cocina. Noté el sol colándose entre las hendijas de la persiana, pestañeé y el chico apareció por la puerta. Se sentó al borde de la cama y me acercó el termómetro, ayudándome a colocarlo debajo de mi axila. Era de los viejos, esos de mercurio.

    —Sé que te duele todo, pero intenta mantenerlo presionado.

    Llevé la mano contraria a mi brazo y obedecí, así Haru tuviera razón. La cabeza me estallaba, daba vueltas y tenía el estómago vuelto en dos. Olía asqueroso, sentía el frío de todo lo que había sudado pero el calor también. Me hervía la sangre, me temblaban las manos y ni siquiera me alcanzaba la energía para seguir siendo miserable. No podía ni con mi alma y quizá Haru creyera que estaría mejor en casa, rodeado de mi familia tan cálida y amorosa, esa por la cual había aguardado hasta que, uno a uno, volvieron a mí. Papá, la abuela, Itsuki, Hinata y mamá. Debía darles la oportunidad de construirme nuevos pilares, permitírselos y permitírmelo. Debía buscar el camino de regreso allí, donde lo había perdido en primer lugar. Pero en primavera, bajo los cerezos, todo estaba impregnado de Chiasa. La veía en mamá, en mi guitarra, en los agapanthus, los turistas y el cielo. Estaba su sonrisa en la sala, su tono molesto en el patio trasero, su dulzura encima de mi hombro.

    Estaba su sangre en las escalinatas.

    Y en mi ilusión, mi mundo trastocado, siempre era primavera.

    Haru regresó unos minutos después y frunció el ceño al comprobar mi temperatura. Me arropó bien, renovó el agua fresca de mi vaso y me dejó una muda de ropa limpia al pie de la cama.

    —Ve de ducharte si te da la vida, te hará bien.

    Siempre era así, hosco y de pocas palabras, pero había aprendido a reconocer la preocupación que sus acciones cargaban y aunque no sintiera realmente nada, aunque hubiera perdido el cable que me ceñía al mundo, no iría a desestimarlo. Estaba bien saberte cuidado de vez en cuando.

    Seguí durmiendo hasta pasadas las once o así, me había zampado unas pastillas y la fiebre aflojó, o al menos ya no la sentía tanto. Aproveché para bañarme y comer, así fueran unas galletas de agua. Necesitaba echarle algo al estómago o iba a descompensarme, pero de inanición. El agua caliente me había despejado un poco la cabeza y dejé la cama bien destendida, que las sábanas debían apestar pero no me daba la fuerza para quitarlas ni mucho menos cambiarlas. Arrastré los pies hasta el balcón, deslicé la puerta corrediza y la brisa tibia se coló por todos mis sentidos. Hacía un día precioso y sólo quería seguir durmiendo, apagarme, silenciar el mundo al que no pertenecía pero se empeñaba en rodearme. ¿Así se habría sentido mamá? ¿No se trataba de perderse en la ilusión, sino en un espacio intermedio? Allí donde nada existía, donde todo era gris, silencioso e inerme.

    Quería y no quería irme.

    Quería y no quería regresar.

    Pero ¿adónde?

    Si lo pensaba con detenimiento no era nada nuevo. Mi manía de arrancar los cables y perderme en el aire no había iniciado con Chiasa, había hecho lo mismo tras la muerte de Yako y quién sabe antes. Estaba allí, en el balcón del piso de Haru, el vidrio rebotó bajo mi peso y pensé que sólo era mi culpa. Que le arrebataba su entidad al miedo pero estaba aterrado, no de la muerte, sino de lo que quedaba después. De la necesidad de recoger los fragmentos rotos, pegarlos como sea y seguir adelante. Que lo hacía, sí, lo había hecho y lo seguiría haciendo, pero dejando en su lugar pedazos de mí en el proceso. Y así no funcionaba.

    Así me rompía.

    Creía haber cometido un error garrafal, no sabía exactamente cuál ni cómo, pero la sensación me cayó encima al instante en que Anna se fue. ¿Para qué quería el nombre de Hikari? ¿Habría ocurrido algo? ¿Tendría una mierda atorada en el cerebro y yo sólo le había facilitado el camino? Me había descuidado, bajé la guardia y no me di cuenta. Dios, no me di cuenta y debería haberlo hecho. La había cagado y ese fue el último hilo que arruinó la estructura entera.

    Y me caí a pedazos.

    No volví a pegar un ojo, así que el día siguió transcurriendo y a la tarde sonó mi móvil. Regresar a la cama ya me daba repelús, así que me había tumbado en el sofá a pasar canales con el cerebro desenchufado. Al revisar la pantalla leí el nombre de mi primo y acepté la llamada, un poco a regañadientes.

    —Hola.

    —Madre mía, hombre, hasta que das señales de vida. ¿Tienes idea lo preocupada que la abuela está por ti?

    Me tragué el impulso de suspirar y sólo me quedé allí, respirando a consciencia. No era nada que no supiera, pero el hecho de que me lo recordaran o, más bien, que lo pusieran frente a mi cara, me echaba encima un agobio con el cual no me apetecía lidiar, ahora menos que nunca. Me removí apenas, tragando saliva, y solté el aire por la nariz.

    —Les he dicho ya que estoy donde un amigo, no pasa nada.

    —Sí, claro, ¿te piensas que nacieron ayer? ¿Y por qué suenas así? Parece que te hubiera arrollado un camión.

    —Pillé algo, no sé, estoy medio enfermo.

    Me estaba comportando como un cabrón y lo sabía, pero no me daba la cabeza ni el cuerpo para lidiar mejor con la situación. Rei suspendió un silencio antes de contestar.

    —Vale, omitiré esa información para que a Aoi no le dé un patatús, pero Kohaku, por favor, vuelve al santuario. No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.

    Arrugué el ceño, la mierda me lanzó chispazos de dolor directo al cerebro y cerré los ojos, tapándome el rostro con la mano libre. Quería echarme a llorar como un crío.

    —Mañana habrá una ceremonia —prosiguió, mitigando el regaño en su voz—. Sé que es difícil pero, Ko, no puedes faltar.

    —No planeaba hacerlo —farfullé a tropel, con un hilillo de voz, y tomé mucho aire—. No planeaba hacerlo, ¿sí? Sólo… Mañana volveré, no se preocupen.

    —¿Mañana? —Murmuré un sonido afirmativo—. ¿Puedo decirle eso a la abuela así le regresa el alma al cuerpo?

    —Sí, díselo.

    Me estaba comportando repentinamente dócil y eso pareció descolocarlo, como si ya se hubiese preparado un speech de dos horas para convencerme. Lo oí suspirar, la campanilla de la tienda sonó a lo lejos y saludó a un cliente con ánimos renovados. Volvió a hablar con cautela en cuanto se dirigió a mí.

    —Bueno, te tomaré la palabra. Nos vemos mañana, entonces.

    —Sí, claro.

    —Y, ¿Ko? ¿Estás bien, hombre?

    La pregunta me arrancó una sonrisa floja, sin una pizca de gracia. No sabía si se refería a mi estado físico, al emocional o qué mierda, pero de todas formas no interesaba la distinción. Desde cualquier ángulo recibiría la misma respuesta.

    —¿Cómo te crees que estoy? —le solté encima, con una rudeza ciertamente ajena a mí—. ¿Cómo te crees que puedo estar?

    Mañana se cumple un puto año de ver a mi hermana morir.

    ¿Y me preguntas si estoy bien?

    El exabrupto casi me sacudió lo suficiente como para finalmente romperme, hacerme trizas, desmoronarme en cientos de pedazos y largarme a llorar. Casi lo logró, y por un segundo deseé que así fuera, pero no ocurrió. Pensé que había perdido la capacidad, que a duras penas la había llorado y que ahora el privilegio me había sido negado. Un castigo, quizá, una reprimenda.

    —Ya, perdona. Doy asco con estas mierdas, lo pregunté sin pensar.

    Y definitivamente Rei no cargaba con la culpa de nada.

    —Está bien, reaccioné mal. Lo siento.

    —Descuida. —Oí el ruido de unas bolsas cerca suyo y adiviné que un cliente se habría arrimado a la caja registradora—. Oye, tengo que seguir trabajando. Luego hablamos, enano.

    Murmuré otro sonido afirmativo y me quité la mano del rostro, clavando la vista en las manchas de humedad del techo.

    —Y perdona, ¿sí? —prosiguió, algo más apresurado—. Estoy aquí para lo que sea que necesites, ya lo sabes.

    —Sí, lo sé. Nos vemos, Rei.

    La llamada se cortó y dejé caer el móvil a mi lado. Había un silencio estúpido, si acaso notaba el motor de la nevera, los autos corrían a lo lejos y permanecí allí, mirando, mirando, mirando y mirando el techo. Permanecí allí, quieto, apenas respiraba y me di cuenta que estaba vacío. Era el mismo cascarón del miedo, me usaba para apretujar excusas sinsentido, me había llenado de aire y ahora sólo flotaba en los espacios intermedios. Lejos, lejos, y más lejos. Estaba lejos.

    ¿Y de qué servía que las personas quisieran ayudarme?

    Si jamás podrían alcanzarme.


    Lo que me cayó encima para poder escribir esto fue un revoltijo de emociones de lo más intenso y cagado. Recuerdo que para recibir el impulso que necesitaba para escribir Wheel of Fortune la hija de un amigo intentó suicidarse, y ahora... Antes de ayer el papá de una amiga falleció. Llevaba un tiempo internado, se suponía que iba mejorando y entre eso y el fin de semestre iba saltando entre estar bien, ansiedad e insomnios esporádicos como una campeona. Y todo venía bien, sólo tenía que estudiar y seguir la vida de siempre, y de repente me cayó el mensaje encima. Fue una puta mierda, la verdad, y sentí el impulso inmediato de ponerme en la piel de Kohaku. Fue una cosa rarísima, pero conseguí el impulso y quería aprovecharlo. Quizá sea retorcido o masoquista a secas, pero para mí las cosas siempre adquieren mayor sentido luego de poder volcarlas en palabras y ahora, pese a todo, siento una tranquilidad absurda.

    Total que ayer tenía examen y no pude ponerme a escribir, y hoy acabé dando con un video de Aurora donde habla de Runaway y explica el significado de las lyrics. Fue una cosa rarísima, otra vez, fueron once minutos donde el mundo literalmente se desvaneció. Aurora siempre me pareció un alma atípica, es absurdo todo lo que me transmite con su mera existencia, con sus canciones y la forma en que las canta. Recuerdo que la descubrí por el 2019, cuando estaba atravesando una depresión de la puta madre, y conservo una imagen clarísima de estar sentada en el sofá, viendo un videoclip suyo, y pensar sin venir a cuento de nada que esa chica genuinamente me estaba ayudando. Nunca me había pasado eso con un artista.

    La frase que hay al comienzo del post es de esa entrevista, por cierto, la dejo acá linkeada por si idk a alguien le interesa.

    Quizá no sea fácil, pero ojalá todos encuentren una persona en el mundo con la capacidad de darles paz. Una persona con la luz adecuada y las palabras necesarias, una persona a la cual admirar y respetar. Ojalá exista y ojalá no la pierdan. Y si la pierden, Dios, por lo que más quieran: salgan de ahí. No se paralicen, no se congelen. Salgan, rompan todo, lloren a gritos, lo que haga falta. Pero háganse escuchar. No se callen.

    Pedazo de essay, oh well. Buena vida a todos, ojalá sean felices <3
     
    Última edición: 18 Junio 2021
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
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    N/A: desde que escribí el fic anterior tenía ganas de escribir algo, bueno, más happy (? Créditos a Tokyo Revengers por algunas ideas que les robé descaradamente, ups.

    Me disculpo si hay OoC y eso, hacía mil años que no escribía con personajes que no sean míos.





    .
    .

    | Kohaku Ishikawa |
    | Cayden Dunn |

    .

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    M i r a g e

    .
    .
    .

    Ya el sol iba bajando, pero a pesar de cuán entrados estábamos en octubre el clima había decidido tenernos algo de piedad ese día. No soplaba una gota de viento y el cielo había permanecido despejado hasta el cansancio. En serio, casi que extrañaba las nubes. El follaje era lo único dibujando sombras negras encima de nosotros, nuestras sonrisas, los uniformes de la escuela y la conversación tranquila de las seis de la tarde. Llevábamos en el Hibiya unas cuantas horas y ya iba siendo hora de volver a casa, así no se nos antojara. Podían discutirlo, refutarlo y reírse en nuestras caras, pero de una u otra forma seguíamos siendo niños; algunos con toque de queda.

    Llevaba tanto echado en el césped que cuando me incorporé tuve que quedarme quieto hasta recobrar el equilibrio. Arata soltó una risotada ligeramente áspera, acomodado contra un tronco, y Hikari ocultó la sonrisa detrás de su cigarro.

    —A ver, manada de tontos, ¿nunca se marearon al pararse de golpe? —repliqué, sin verdadera molestia ni nada, mientras me palmeaba el pantalón negro del uniforme.

    —Sí, sí —respondió Shimizu, tragándose la gracia—, pero es que a ti parece que te soplan y sales volando, Ko-chan.

    Le sostuve la mirada un par de segundos antes de menear la cabeza, soltando el aire por la nariz. Tampoco podía contradecirlo, ciertamente. Aún no había pegado el estirón, era un enano delgaducho de cabello castaño y carita de cachorro. Ni siquiera pegaba que me andara juntando con tíos fumadores o con pintas de criminal a secas, pero la vida estaba hecha de sorpresas y entre ellos había encontrado una tranquilidad estúpidamente similar a la que disfrutaba en casa.

    Se había establecido un breve silencio luego del comentario de Arata, parecía que el tema había muerto allí pero bien equivocado estaba.

    —Por suerte no hay viento.

    Porque Cay intervino, con las piernas flexionadas en el césped, y lo soltó con semejante descaro que Arata se empezó a carcajear sin una gota de pudor. Incluso a Hikari se le contagió un poco la gracia y venga, ¿cómo se era inmune a un montón de idiotas que quieres riéndose? Recibimos un par de miradas, especialmente por la escena de Shimizu estampando la palma en el suelo en busca de aire. Fue cosa de unos cuantos segundos, nos fuimos calmando de a poco y suspirando, recobrando la compostura. El idiota de Arata se tuvo que limpiar unas lágrimas y todo y estiré el pie para tocar la espalda de Cayden, con las manos hundidas en los bolsillos del gakuran. Era el mismo uniforme que llevaba Dunn.

    —¿Te llevo? —le pregunté en voz baja mientras Shimizu volvía a agarrar a Hikari de punto para seguir riéndose y contarle no sé qué mierda del otro día, cuando robó no sé qué cosa de una tienda de conveniencia.

    La voz se le entrecortaba entre la risa y Cay y yo lo miramos un rato hasta que meneamos la cabeza prácticamente al mismo tiempo, regresando a lo nuestro.

    —Sí, dale.

    Retrocedí un paso y agarré nuestras mochilas en lo que se incorporaba, recogía la chaqueta que había usado para sentarse y la sacudía un poco antes de ponérsela. Le pasé la suya y se la colgó al hombro.

    —Nos vemos luego, Hii-kun, Akkun —me despedí.

    See ya, senpais.

    Ya nadie pensaba en ello, pero debía ser bastante gracioso ver a un mocoso de trece, catorce años tratando a aquellos dos como si fueran compañeros de clase inofensivos. Así había sido siempre, me tomaba las confianzas que quería y me lo permitían, bueno, ¿porque era yo? En eso nos diferenciábamos bastante con Cay pero, otra vez, ya nadie pensaba en ello. Éramos parte del paisaje natural, todos nosotros, con nuestras particularidades y diferencias. Arata y su culo inquieto, la cara de moco de Hikari, los malos y buenos días de Cay y mis ganas de ponerles apodos ridículos y cambiarlos cada dos semanas. Y no éramos más que una porción de la verdadera familia.

    De los chacales.

    Arata estaba tan metido en su anécdota, representando las voces de todos y gesticulando con ambos brazos, que apenas nos prestó atención. Hikari alternó su mirada entre nosotros y asintió, concediéndonos una sonrisa modesta.

    —Vuelvan con cuidado.

    —¡Hii-kun, te estoy hablando!

    El berrinche de Arata me alcanzó desde la espalda, en lo que levantaba la bicicleta y me acomodaba. Solté una risa suave y los miré por sobre el hombro, ya con ambas manos en el manubrio.

    —Akkun, ¿qué haces robándote mis apodos?

    Cay se subió detrás mío y afirmé la pierna derecha para mantener el equilibrio en lo que una de sus manos alcanzaba mi cintura.

    —Soy tu senpai, mocoso, puedo usar el apodo que quiera.

    Woah, scary —lo molestó Cay, a lo que solté otra risa.

    Arata le arrebató el cigarro a Hikari y nos concedió una sonrisa entre socarrona, llena de confianza y amistosa, vete a saber. Su expresión se empañó detrás de la cortina de humo que despidió al hablar.

    —Va, no manejen como locos y nos vemos mañana, que Yako quiere hablarnos.

    Asentí apenas con la cabeza, Cay alzó la mano libre y empujé el pedal, saliendo del Hibiya. Nos deslizamos sobre el césped, primero, hasta alcanzar el camino de grava y luego derecho por la vía para ciclistas junto a la autopista. Vete a saber la cantidad de veces que ya habíamos hecho ese camino, rodeando el palacio imperial hasta doblar en la avenida que desembocaba directamente en Shinjuku. El sol se ponía sobre los arbustos, primero, luego nos cruzaba hasta recortarse entre el horizonte de tiendas y rascacielos. Cay se afianzaba en mis hombros y nuestras sombras, largas y afiladas, nos acompañaban durante el recorrido entero.

    —¿De qué nos querrá hablar Yako mañana? —cuestioné al aire, iba pedaleando con bastante tranquilidad. Tampoco nos corría ningún diablo.

    No aún.

    Seguíamos siendo unos niños.

    —Hmm, vete a saber. ¿Algún negocio?

    Me encogí ligeramente de hombros y los dedos de Cay se presionaron apenas.

    —¿Dónde era? —inquirí.

    —Minato, donde nee-san.

    —Ah.

    Puede que Cay tuviera ojos biónicos o similar, su habilidad era bastante más certera que la mía. Yo sólo me movía en torno a sensaciones, lecturas imprecisas que se suspendían en el aire y me susurraban al oído en idiomas incomprensibles. Se imprimían encima de mi cuerpo, generalmente, y había necesitado bastante práctica para comprenderlos. El caso era que me olí lo que iba a surgir de mi respuesta tan vaga y cuando recibí la voz de Cay justo encima de mi oído siquiera me sorprendí.

    —Ko-chan —me llamó, claramente divertido—, ¿aún te da miedo nee-san?

    Bufé apenas, arrugando el ceño, y la brisa del recorrido siguió agitando suavemente nuestro cabello.

    —Es que está un poco loca —me excusé.

    La risa de Cayden sonó cantarina al erguirse, y no tuve dificultad alguna para imaginarlo con el rostro orientado al cielo y los ojos cerrados. Alcé la vista un par de segundos, detallando los colores encima de nuestras cabezas. Rosa, anaranjado, morado y más allá, entre los arbustos del palacio imperial, de un celeste oscuro cada vez más negro.

    —Me abrió la espalda cuando la conocí, ¿te había contado esa?

    —Y luego que por qué le tengo miedo —me quejé en un murmullo, con el tono de un niño.

    No sé si Cay llegó a escucharme, pero su pulgar igual se deslizó sobre mi hombro en una caricia vaga. Liviana, distraída, lo que fuera, seguía imprimiéndome un cariño estúpido que viajó directo a mi pecho y sonreí, con el paisaje urbano de Chiyoda justo frente a mí y Cayden a mis espaldas. Sonreí y pensé que no podía ser más feliz que en ese pequeño instante.

    —Ah, tengo que recoger algo en casa para llevarle a mi primo —recordé de repente, Rei vivía en Shinjuku así que me venía al pelo—. ¿Te molesta si nos detenemos un segundo?

    —Claro que no, Ko.

    Debería haber tomado otro camino, la verdad, pero no me había funcionado la neurona a tiempo. De la forma que fuera, sólo eran unos pocos minutos extra y ni tan horrible estaba siendo el recorrido. Lo dicho, había hecho un día precioso y el aire se seguía sintiendo tibio, incluso bajo los colores del crepúsculo.

    —A que no sabes qué videojuego me llega pasado mañana —dijo Cay, inclinándose cerca de mi oído para no tener que alzar la voz.

    Se le notaba la emoción al pelo y sonreí, viéndolo apenas un segundo de soslayo.

    —Se me ocurre uno, pero si ya te llega tendría que matarte y apropiarme de tu nombre.

    Otra risa cristalina, otro chispazo de calidez.

    —Hora de volver a la Commonwealth, hermano.

    —No —solté de inmediato, pasmado, y Cay se siguió riendo—. ¡Pero no sale hasta como dentro de tres semanas!

    Estaba indignado, indignadísimo, y me pareció que se encogía de hombros.

    —Lo conseguí en la preventa.

    Ah, maldito niño rico. Solté el aire por la nariz, relajando el semblante, y medio nos leímos la mente cuando él se inclinó y yo me giré para decirle algo. Nos miramos, parpadeamos y volvimos a reírnos. Dios, éramos tan felices y no teníamos idea. Quizá Cay cargara con mierdas desde antes, mierdas que le pesaban en formas que yo siquiera lograría imaginar, pero en mi vida no había fisuras, baches ni agujeros. No había perdido a Yako, no había perdido a Chiasa, y era tan diferente.

    Mi liviandad era real y era transparente.

    No pesaba nada.

    —¡Obviamente estás invitado a estrenarlo conmigo! —se atajó entre las risas, sus manos se habían aferrado con más ganas a mis hombros.

    —¡Más te valía! —exclamé en el mismo volumen, para que me oyera sin problema, y luego relajé un poco el cuerpo—. Así que pasado mañana me instalo en tu casa, cómprame una cama o algo, no sé.

    —Yo me encargo~

    Sacudí la cabeza, aún bastante sorprendido. ¿En la preventa? ¿En serio? Si no tendría suerte, el jodido cabrón. De haber sabido que Yako asociaría su cabello con la buena fortuna, mira, le habría dado la razón y todo.

    Los veinte minutos pasaron sin darnos cuenta. Dejé la bici al pie de las escalinatas, contra una columna, total sólo era un momento, y comenzamos a subir. Por un segundo había dudado si a Cay le apetecería poner pie en mi casa, de hecho era la primera vez que iba, pero siguió mis pasos con una naturalidad absurda y supuse que no había nada de lo que preocuparse.

    —¿En serio vives aquí? —comentó en voz baja, girando el cuello en todas direcciones hasta desembocar en los escalones de piedra—. ¿Y en serio tienes que subir esto todos los días?

    —Sip. Qué te digo, te acabas acostumbrando.

    —Y te salen piernas de acero, me imagino. Con razón pedaleas por toda la ciudad sin sudar una sola gota, lucky bastard.

    Me limité a reír con suavidad. No que fuera un experto en inglés, pero entre la educación que mi familia siempre había atendido en pagarnos y lo que mezclaba este cabrón ambos idiomas ya me había acostumbrado bastante a entenderle sin necesidad de intercambiar chips a consciencia ni nada.

    Habíamos subido con bastante calma pero igual Cay se veía ligera, ligeramente agitado. Pensé en fingir que no lo había notado, pero me pilló mirándolo con una sonrisilla divertida y arrugó el ceño, aflojándome la fuerza de voluntad. Me llevé una mano al rostro y solté el aire en una risa nasal. La paz duró de cero a cero coma cinco segundos.

    —¡Ko! ¡Ko, Ko, Ko! ¡Al fin llegas!

    Chiasa apareció desde quién sabe dónde, corriendo con la guitarra en mano. La llevaba fuertemente sujeta del mástil y era casi tan grande como de su torso a la cabeza. Le eché un vistazo a Cayden prácticamente de reflejo, si acaso había retrocedido un paso pero no lo notaba tenso en el mal sentido. Bueno, debía tener que ver con que ya había visto a Chiasa en la escuela un par de veces y la niña era ese desparpajo de energía fuera adonde fuera.

    La recibí girando el cuerpo hacia ella con calma, su cabello oceánico rebotó y rebotó hasta que se plantó frente a nosotros. Respiró con fuerza, quitándose unos pelos de la boca, y le sonrió ampliamente a Cay. Llevaba el mechón de nieve y un poco más sujeto de una hebilla con forma de mariposa.

    —Hola, senpai. ¡Ko! ¡Necesito ayuda!

    —Bueno, aquí estoy. —Le sonreí, Cay había asentido y hundí las manos en los bolsillos, indicándole la guitarra con un movimiento de barbilla—. ¿Cuál es la emergencia?

    —No entiendo cómo hacer el acorde de Fa, ya tengo los dedos todos chuecos.

    Me mostró su mano, era pequeñita y estaba enrojecida. Sonreí, ligeramente enternecido, y estiré el brazo para tomar la guitarra. Me eché la correa al cuello y la acomodé con la naturalidad de quien lleva años haciendo algo.

    —Chi-chan, te doy la bienvenida al temible mundo de la cejilla.

    Me estaba mirando como si hablara en arameo y procedí a explicarle a medida que le mostraba el posicionamiento de los dedos. El acorde de Fa requería utilizar el índice en el primer traste del mástil, cosa de que presionara todas las cuerdas, el dedo medio en el segundo traste, en la cuerda de Sol, y en el tercer traste tanto el anular como el meñique en La y en Re, respectivamente.

    —Lo más importante es que te acostumbres aquí, en el dedo índice, a no presionarlo con demasiada fuerza sino inclinándolo ligeramente. Tienes que valerte del pulgar detrás, también, y hacer como el movimiento de una pinza.

    Chiasa se la pasó asintiendo todo el rato y cuando tuve la mano entera posicionada toqué un par de acordes de la primera canción que recordé donde se empleara cejilla. Me salió sin siquiera pensarlo, como acercarle un sonajero a un bebé, y me detuve apenas recordé que debía llevar a Cay a su casa antes de que anocheciera. Busqué sus ojos, sólo para confirmar que se sintiera cómodo y eso, y los colores del atardecer rebotaron con fuerza sobre su ámbar.

    —Bueno, ahora sólo tienes que practicarlo. —Le sonreí a Chiasa, regresándole la guitarra—. ¿Están todos adentro?

    —Mamá salió a hacer unas compras y la abuela está tomando el té con su amiga, la americana. ¿Rose era? Creo que se queda a cenar. ¿Tú también te quedas, senpai?

    Noté de soslayo que Cay daba un respingo de nada y se apresuraba en sacudir la cabeza, de repente se me ocurrió que dentro de los bolsillos habría pegado las palmas a sus piernas o algo.

    —No, mamá me está esperando.

    —Oh, bueno. —Soltó un suspiro ligero, si acaso decepcionado, y comenzó a caminar en reversa—. ¡Nos vemos otro día, entonces! ¡Me voy a practicar!

    La seguí con la vista de pura manía, se sentó sobre una pared baja de piedra que lindaba con el pequeño bosque circundante al santuario y sus acordes nos alcanzaron débiles, traídos por la ligera brisa que se había levantado sin darme cuenta. Me llené los pulmones de aire sin prisa alguna, me giré hacia Cayden y le sonreí. Él reflejó mi expresión de inmediato.

    —Bueno, ¿vamos?

    Asintió, totalmente relajado de nuevo, y me echó un brazo a los hombros en cuanto nos dispusimos a bajar. El gesto se lo apreciaba, pero descender así era harto incómodo y creo que lo pensamos al mismo tiempo, cuando buscamos los ojos del otro de reojo y nos echamos a reír, separándonos.

    —Si quieres te tomo de la mano, Cay Cay~

    —Ah, por favor, no deseo otra cosa en el mundo.

    Le echamos prisa, recorrimos los escalones prácticamente al trote y Cay saltó los últimos tres, cayendo sobre ambos pies. Se giró hacia mí, sonriente, y me estiró el brazo como todo un caballero. Volví a reírme y le revolví el cabello, ese que gritaba buena fortuna incluso sin saberlo, antes de agarrar la bicicleta. Él se subió también, afianzó las manos en mis hombros y puse el pie en el pedal.

    —¡Espera! —exclamé de repente, recibiendo sus ojos desconcertados. La risa casi se me coló en la voz—. ¡Me olvidé lo que venía a buscar!

    Y al final fue él quien se rió, y me contagió la risa y me echó a patadas de la bicicleta.

    —¡Por amor de Dios, Ishikawa! ¡Tienes cinco minutos!

    Subí las escalinatas en tiempo récord, el suficiente para que incluso yo me agitara, y al volver con lo que debía llevarle a Rei en la mochila me detuve un instante, un ínfimo instante en lo alto del santuario. Cay estaba ahí abajo, recostado junto a la bicicleta, los colores del atardecer danzaban a su alrededor y nunca fui capaz de olvidar esa imagen tan simple, incluso cuando Yako murió y arranqué los cables de cuajo.

    Estaba ahí, esperándome, y pensé que me esperaría toda la vida si así lo necesitaba.

    Porque era ese estúpido.

    Porque tenía todo ese maldito amor para dar.

    Y porque era mi amigo.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    N/A: llevo una breve racha de días de mierda. Me siento agotada, emocionalmente drenada, incómoda dentro de mi propio cuerpo, incapaz de relacionarme con nadie. Me estuve presionando, también, hasta que se me vino todo encima y, como suelo hacer, decidí tomar todas estas emociones negativas y convertirlas en algo. Así, de paso, me las arranco del pecho. O al menos lo intento.

    Ahora me siento más tranquila.




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    The Fortitude

    Well, the streets are empty
    where we used to run

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    | Sasha Pierce |

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    Solíamos correr calle abajo, con la velocidad suficiente para que el viento cobrara vida. Algunas veces era más tibio que otras, podía oler a sal, a pavimento o agua. El mundo perdía su concepto, perdía los detalles, el mundo sólo intentaba seguirnos el paso y en el proceso dejaba de importar. Nunca temía caerme, topar con alguna imperfección del suelo y dañarme el cuerpo. No le temía al dolor, no lo suficiente para detenerme.

    Puede que jamás lo hiciera.

    Solíamos correr calle abajo hasta perder el aliento y mamá casi siempre ganaba, por lo cual decidía la cena. Nuestra casa yacía sobre lo alto de una pendiente de Sydney y desde sus ventanas el sol acariciaba el manto silente del mar, a lo lejos. La velocidad que tomábamos debía asemejarse a remontar vuelo y años después, cuando yo crecí y mamá dejó de correr con nosotros, reemplacé mis pies por una patineta. Puede que también la acabara reemplazando a ella. Antes de ser consciente el viento se había detenido, el mundo recuperó su concepto y encontró lugar sobre mis hombros. Había demasiados detalles, demasiada apatía que procesar. Demasiadas excusas y sonrisas vacías.

    Demasiada tristeza en los ojos de papá.

    El piso de la casa era de madera en algunas habitaciones, de cerámica en otros. Esa mañana que salí de mi cuarto para ir a la escuela y mamá, otra vez, no estaba, me distraje con los reflejos del sol en un portarretrato suyo y me enterré un pasador en el pie. Desvié la mirada de inmediato, molesta, y me di cuenta que ahora todo el piso parecía hecho de vidrio astillado. Que el sol sólo tenía el poder para derretirlo, reducir su grosor, y que cada movimiento era una amenaza en sí mismo. Su superficie era transparente, debajo no aguardaba nada y al parpadear acabé imprimiendo sobre ella, a cada paso, los detalles que me empeñaba en desdibujar. La fotografía de mamá en el portarretrato, la forma en que el sol incidía sobre sus ojos verde pálido, el cabello renegrido de papá, las sortijas de casamiento. El plato que muchas noches ya no poníamos en la mesa, el cepillo de dientes que eventualmente desaparecía del vaso. El lugar donde aparcaba su coche, incluso, bajo la parra virgen enrevesada entre la pérgola y las columnas de hierro.

    Esa mañana me enterré el pasador en el pie, me calcé los zapatos y cerré la puerta a mis espaldas. Me aferré a las tiras de la mochila, divisé el perfil de papá en el portón de entrada y tras alcanzarlo giré el rostro en su misma dirección. La calle se desplegaba como un extenso río negro, moría justo antes de alcanzar el mar y estaba vacía.

    —¿Recuerdas cuando solíamos correr aquí? —me preguntó, la nostalgia permeando el tono suave y dulce que siempre había poseído.

    No me atreví a mirarlo, agobiada por los detalles y la tristeza en sus ojos, y casi pude verme a mí misma, a él y a mamá, a punto de remontar vuelo.

    —Sí —murmuré, bastante ausente, y él sólo empezó a caminar.

    —Ya vamos, o llegaré tarde al trabajo.

    El piso siguió siendo de vidrio meses después, cuando la bomba cayó y la casa se llenó de agua. No hubo incendio ni explosiones, nunca tuve que encerrarme en mi habitación y subir la música hasta reventarme los oídos. Mamá no era así. Mamá era sobria, elegante, sofisticada y volátil, mamá era hermosa y se encargó de romper el corazón de papá lentamente, día tras día. Él sólo resistió y resistió, hasta que caminó sobre el suelo de vidrio con demasiada fuerza. Con todo el peso del mundo encima de sus hombros.

    Y lo rompió.

    En algún punto comencé a recolectar piedras. Grises, blancas, amarronadas. Grandes, pequeñas, suaves, porosas. Con ellas fui construyendo el suelo que había perdido, rellenando el espacio desde el mismísimo vacío. Las piedras eran sólidas y firmes, no se rompían sin importar con cuánta fuerza las pisara. También eran rígidas, frías y no reflejaban la luz del sol, pero dejó de importarme. Sólo necesitaba avanzar sin el constante miedo de caerme, ese que nunca antes había sentido y me encargué de no volver a sentir. Porque si no lo hacía yo, no lo haría nadie.

    Fue probablemente la primera vez que pensé así.

    Eloise era mucho más similar a papá de lo que mamá lo fue nunca. Dulce, atenta, amorosa, algo ingenua. A menudo encontraba en ellos, en sus ojos al mirarse, la esencia del niño que siquiera reconocía en el espejo. Pensé que, junto a la persona correcta, no había necesidad alguna de borronear el mundo. Que la absurda cantidad de detalles estaba allí para maravillarnos, para envolvernos y pertenecer. Eloise era ese tipo de persona, era el amor del mundo. Me amó a mí, amó a sus niños, amó a papá. Nos amó a todos.

    Pero el tiempo no la amó a ella.

    Llevaba unas pocas semanas asistiendo al Sakura cuando Eloise, en vez de regresar a casa, tomó un camino diferente y sonrió, casi traviesa. Yo la miré, confundida, y ella me lanzó apenas un vistazo en lo que viraba. El sol se colaba entre el follaje, por el parabrisas, y sus ojos miel chispearon con la emoción del niño pequeño que jamás permanecería sobre mi suelo de roca.

    —Descubrí un lugar secreto el otro día —confesó, soltando una risilla—. Y te brindaré el honor de conocerlo.

    De secreto no tenía mucho, realmente, pero el camino que conectaba con el lago desde el Sakura se veía algo agreste y era evidente que no se frecuentaba. Iba serpenteando entre la densidad de los bosques lindantes, allí donde se guardaban historias que Eloise, fiel a sus manías, ya había investigado.

    —Estos lugares de aquí pertenecen al Centro Ikimono Fureai no Sato, ¿sabes lo que significa? Un pueblo para conectar con criaturas. Hay varias exposiciones de flora y fauna autóctona y dicen que antaño habitaban cientos de yōkai en estos bosques, aquellos que buscaban alejarse del contacto humano. Pero un día descubrieron que si bajaban al lago eran capaces de ver el sagrado Monte Fuji, de suma importancia para ellos. Claro, eso también significaba topar con los aldeanos que descendieran en busca de agua, y así, con el paso del tiempo, el lago Sayama se convirtió en un punto de conexión entre el mundo espiritual y el humano, especialmente durante el crepúsculo. ¿No es hermoso el folklore japonés?

    Eloise hablaba con tanta dulzura que oírla siempre se me asemejaba a un arrullo. Trabajaba con niños, además, el cargo administrativo en el Sakura le quitaba bastante tiempo pero los fines de semana asistía ad honorem a una institución dedicada a pequeños con capacidades especiales. Decía que, además de llenarle el corazón, le ayudaban a comprender mejor a Danny. Siempre estaba pensando en ellos. La casa donde nos mudamos aquí, en Japón, tenía un ático que acabó convirtiéndose en una especie de oficina-taller. Allí Eloise tenía su piano, su escritorio y, desparramadas por doquier, las piezas del proyecto donde anduviera metida. Cuadros de cartón y papel maché, pequeñas figurillas de arcilla, los pinceles y acrílicos, estrellas, corazones y arbolitos recortados en papel satinado. Cada semana había un mundo diferente en el ático de casa mientras yo me quedaba abajo, por lo general estudiando u horneando galletas. Su música se colaba por las hendijas de las puertas, atravesaba gruesas paredes, y si no era su piano, era ella cantando.

    Papá no fue capaz de volver a subir nunca.

    Luego de serpentear entre los bosques finalmente desembocamos en la orilla del lago. La vegetación se despejó un poco de golpe y parpadeé, recibiendo de lleno la luz del sol en los ojos. Le faltaba poco tiempo para ponerse detrás del horizonte y el agua, en perfecta calma, estaba teñida de un anaranjado intenso. Eloise aparcó el coche debajo de un abeto y fui la primera en bajarme, sin despegar los ojos del paisaje. Tenía quince años.

    —Hermoso, ¿a que sí? —Su voz me alcanzó por la izquierda y seguí su silueta, llevaba una falda índigo a las rodillas y un saco de lana, color rosa viejo—. Una compañera del trabajo me lo comentó y la semana pasada vine a comprobar su existencia.

    Asentí, no se me ocurrió nada más que decir y Eloise giró el rostro hacia mí. El sol dibujó un halo cálido en torno a su silueta pequeñita, el cabello corto, color canela, y los ojos miel. Sentí que pertenecía a ese lugar, que probablemente fuera capaz de pertenecer adonde quisiera, pues poseía el amor del mundo y el poder de transmitirlo con una sola mirada, una sola sonrisa. Justo como estaba haciendo ahora.

    Me reuní con ella y nos sentamos a la ribera del lago. Enganché las manos debajo de las rodillas y me llené los pulmones de aire. Olía dulce y fresco, bastante más allá había una buena cantidad de gente reunida en torno al lago pero donde Eloise nos había llevado éramos sólo nosotras. Como un pasadizo secreto. Recordé la historia que me había contado en el coche, de los espíritus y los humanos durante el crepúsculo, y detallé la posición del sol. Casi a tiempo.

    —¿Pensaste traer aquí a los niños? —le pregunté, en voz baja.

    El agua se mecía casi con timidez a nuestros pies, iba y venía, acariciaba las piedras y repiqueteaba entre sí.

    —Sí, claro —admitió sin problema—. Quiero hacerlo cuando tenga un tiempito libre y el clima ayude. Probablemente en verano, que estarán de vacaciones.

    Asentí quedo y permanecí en silencio, aunque comenzó a incomodarme al cabo de unos cuantos segundos. Sabía que Eloise no tenía problemas conmigo y yo misma, de hecho, no tendía a preocuparme por detalles del estilo, pero todo seguía siendo bastante repentino si me detenía a pensarlo. Extraño, incluso, y lo quisiera o no… esa ya no era mi familia. No la que siempre tuve. Era la hija de papá, sí, pero no tenía idea cómo romper la barrera que me separaba de los demás, de los niños y de la misma Eloise. No sabía cómo sentirme parte cuando veía a papá con Fanny en hombros, riendo y correteando por el jardín. Alguna que otra vez pensé si no debería haberme quedado con mamá, ir a Francia con ella. Seguir siendo su copia de carbono.

    Había demasiado amor a mi alrededor.

    Y mis paredes de piedra eran demasiado gruesas.

    —Ayer Danny estaba pegado a la tele viendo documentales de luciérnagas —comenté al aire, junto a una risa breve—. Creo que ya encontró una nueva obsesión.

    Por qué era hija de mamá y no de Eloise, llegué a preguntarme.

    —Ah, ¿luciérnagas? No puedo comprarle peluche de eso.

    Por qué sólo yo no lo era.

    —No, pero en el jardín he visto un par de noche alguna que otra vez. Sobre todo en verano, creo.

    —¿Dices que podríamos intentar atraparlas? Me da un poco de pena, igual.

    —Sí, dudo que Danny quiera. Pero podríamos estar pendientes y salir afuera si las vemos. —Me quedé en silencio un par de segundos y luego agregué, sin correr los ojos del lago—: Están en peligro de extinción, ¿sabes? Por la iluminación artificial y eso, interfiere con su apareamiento. Y viven aproximadamente dos meses.

    Eloise entonó una risa suave.

    —Creo que no solo Danny se quedó pegado a la tele.

    Sonreí, ligeramente avergonzada, y me encogí de hombros.

    —Siempre me gustaron las luciérnagas —me excusé, alzando la vista al cielo—. Digo, ¿a quién no? Son como estrellas que bajaron del cielo. Eso lo decía mucho granny, hace ya años. Que las estrellas descienden a la tierra para pasar sus últimos momentos, y que por eso las luciérnagas viven tan poco.

    Me había emocionado un poco de repente, vete a saber por qué motivo, pero se sintió de lo más natural parlotear sobre luciérnagas. Eloise jamás me callaría, jamás callaría a nadie, de modo que siguió viéndome con ese eterno amor en la mirada mientras hablaba.

    —También aparecen a la hora del crepúsculo, como los yōkai de tu leyenda, y se ven pocas horas.

    —Tiene algo mágico, ¿verdad? —coincidió ella, y regresé a su rostro. Estaba contemplando el lago y sentí… cierta tristeza en su voz—. Cuando el sol cae, es como si el mundo se solapara y las fronteras se volvieran más delgadas. La luz incide diferente y pueden aparecer los espejismos, los juegos de sombras, y nos convencemos de que lo que vemos no es real. Pero ¿y si lo es? Narel es una mujer muy sabia, no desacreditaría sus creencias porque sí.

    Se refería a mi abuela, quien era descendiente directa del pueblo Koori. Había nacido entre ellos, de hecho, al sudoeste de Nueva Gales del Sur, y conoció a mi abuelo en Goulburn. Fue entonces que decidió mudarse a Sydney para conformar una familia, y entre sus humildes pertenencias había una maleta llena de historias, leyendas y creencias que adoraba contar.

    Apenas oír a Eloise pensé de inmediato en el tiempo de los sueños, ese en el cual creían los aborígenes australianos. Un tiempo más allá del tiempo, donde todos habitamos en esencia eternamente, desde antes de nacer y también después de morir. Siempre me había costado un poco comprender el concepto, y me llamaba la atención que para Granny fuese tan natural como respirar. Observé el lago, el crepúsculo, el viento me supo a agua y bosque y pensé en los yōkai, las luciérnagas, el suelo de vidrio y la calle vacía cuando entendí a qué se debía la tristeza de Eloise, manchando su siempre eterno amor.

    —Sashie, cariño, ¿recuerdas ese dolor en el costado por el cual fui al médico hace un par de semanas? Que dijeron que todo iba bien.

    Cuando entendí por qué me había traído al lago Sayama.

    —Bueno, había empezado a dolerme de nuevo así que busqué una segunda opinión y… y esta mañana fui a recibir los resultados. Por eso no me encontraste en la oficina.

    El agobio se asentó antes de tiempo, fue una piedra cayéndome directo al estómago y cómo no, si llevaba años obsesionada con ellas. Recolectándolas, puliéndolas, emprolijándolas para rellenar el suelo que transitaba, para olvidar la fragilidad del vidrio. Para protegerme del agua, la lluvia y el fuego, alzando paredes inmensas. Metros, metros y metros, apilándolas en absoluta ceguera, hasta bloquear incluso la luz del sol. Si dejé un ventanuco en mi torre fue gracias a Eloise, a los niños y papá. Fue porque, pese a todo, sabía que mi vida perdía mucho sin ellos. Perdía concepto, perdía detalle.

    Perdía todo su amor.

    Y, Dios, me desesperaba quedarme sin eso.

    —¿Es muy malo? —murmuré, viéndola a ella, al lago, al césped. Sin saber dónde mierda poner los ojos.

    Porque verla dolía.

    —Bastante, sí —reconoció, y noté cuánto se estaba esforzando por no llorar. Su mano alcanzó mi cabello—. El pronóstico es malo.

    La cabeza me iba a toda velocidad y me antepuse a ella, o al menos lo intenté. Por sobre el ruido, por sobre el miedo, intenté alzar la voz para ponerme en orden. Eran las facultades de mi rigidez, de mi eterna compostura, incluso de la frialdad que había heredado de mamá. Fue lo que me permitió tomar aire, mirarla a los ojos y fungir, probablemente por primera vez, de auténtico pilar.

    Y otra piedra cayó en su lugar.

    —¿Papá ya lo sabe? —encuesté, mi voz se quedó a medio camino entre la monotonía y la preocupación.

    Eloise negó.

    —Se lo diré esta noche. A los niños… —Suspiró, regresando el rostro al frente, y se lo tapó con una mano. Detallé la manicura tan delicada en sus uñas—. No sé qué hacer con ellos, Sash. No tengo idea.

    Y otra.

    —Son muy pequeños, no lo entenderían. Es delicado así que no te comas la cabeza con eso ahora mismo, no es de urgencia. Ya veremos cómo se los decimos.

    Y otra más.

    Sentí que la mujer frente a mí estaba a dos pasos de desmoronarse, romperse en cientos de pedazos imposibles de rearmar. Se veía más pequeña, más asustada que nunca, y siquiera pude imaginar cuán aterrador tenía que ser recibir una fecha de caducidad. Un pronóstico, le decían ellos. Era una mujer increíble, apasionada de su profesión, con verdadero entusiasmo y vocación. Era de esas personas que se levantan todos los días y realmente te convencen que aman la vida, que aman amar, con todo lo que eso implica.

    Pero el tiempo no la amaba a ella.

    Y su silueta se cristalizó.

    El vidrio aún no estaba muy astillado, pero allí donde llevó sus manos apareció la primera fractura y la atraje hacia mí sin pensarlo dos veces. Intenté mantener los fragmentos en su lugar, así fuera inútil, y seguí apilando piedras con tal de que nadie se rompiera.

    —Hoy estaré contigo cuando le digas a papá —murmuré, propinándole amplias caricias en su espalda, su bonito saco rosa viejo, y ella asintió—. Tranquila, no estás sola. Todos en casa te adoran.

    Y yo también.

    No lloró en ningún momento, si acaso derramó alguna lágrima que se perdió en mi uniforme, pero no lloró. No se estremeció, no soltó. Pensé entonces que Eloise poseía otro tipo de firmeza, una más asociada a la que existía en la naturaleza. En los árboles eternos, sus raíces gruesas y las copas densas. Allí donde habitaba la reverencia, el respeto y el latido lento, casi inadvertido pero constante, de la auténtica vida. Era una firmeza orgánica, no rígida.

    Y la admiraba infinitamente por ello.

    Desde ese día me limité a seguir apilando piedras. Sostuve su mano debajo de la mesa al decirle a papá, les preparé un té y seguí estudiando en mi habitación, así creyera oír los resabios de una conversación, de un inmenso dolor y cientos de lágrimas. Me puse a entero servicio de la familia, en un intento, quizá, de convencerme que no era una copia fiel de mamá. Mejoré mis habilidades de cocina, entretuve a los niños y subí el volumen de la tele cuando el piano de Eloise dejó de sonar. Acaricié la espalda de papá en la sala de espera, una y otra, y otra vez, durante las eternas sesiones de quimioterapia. Mantuve la vista al frente, la espalda recta, y me negué a llorar. Me negué terminantemente, en especial cuando él ya no lo aguantaba y se doblaba en dos. Sugerí adoptar un perro para Danny, esperé a que se cansara de gritar cuando papá y Eloise iban al hospital. Recorté con ella las estrellas de papel satinado, le imprimí las ilustraciones, armé los cuadros cuando no soportaba ya el cansancio.

    La acompañé a comprar los libros de cuentos, la vi acomodarlos en la repisa.

    Reí con ella en los buenos días, la abracé en los malos.

    Le prometí que cuidaría de los niños.

    Que le hablaría a los mellizos de ella.

    Le prometí también que les leería sus libros de cuentos, aunque nunca lo hice.

    La última noche de verano de ese año el crepúsculo se cernió sobre la ciudad, las luciérnagas titilaron en el patio y Danny extendió los brazos, intentando atrapar alguna. Pensé en las estrellas que bajaban del cielo, en los espíritus yendo hacia el lago y la puesta de sol sobre el Monte Fuji. En el tiempo de sueños, la calle vacía muriendo en el mar y nuestra existencia eterna. El sonido del teléfono congeló el mundo, se me asemejó a la última fractura de un vidrio antes de partirse y Danny bajó los brazos despacio, alzando la vista al cielo amoratado.

    El tiempo sólo la había amado cinco meses más.
     
    Última edición: 5 Septiembre 2021
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
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    N/A: woah no pensé que iba a acabarlo hoy pero me toretticé un huevo y medio. Dios, adoro esta canción. Me parece una puta maravilla, por mí copypastearía las lyrics enteras y cuando la recordé supe que era perfecta para narrar lo que llevaba ya un buen rato sin saber cómo abordar.

    Esto es canon y transcurre en la noche del pasado lunes. De paso agradezco a Gabi y Neki por leerme, como siempre <33





    .

    Under the stars, pull yourself from the tar
    Black lakes were glistening, use your hand to stop the rippling
    Now it's still again so we're setting fires

    Burn the rest, crawl on the pyre
    Watch the smoke fill the air
    The dark ain't going nowhere


    .

    .


    | Anna Hiradaira |

    .

    .


    La noche anterior había tenido un sueño, uno que genuinamente no recordé hasta que las luces de la acera se parcharon de negro. Había un agujero en la tierra, con el tamaño suficiente para hundir a cualquiera, y yo estaba de pie en medio. Parecía el claro de un bosque, la espesura de los árboles formaba una muralla alrededor y justo encima de mi cabeza, el cielo sin estrellas. La luna, mutando a velocidad vertiginosa. Fue al acariciar el cuarto menguante que sentí algo frío y espeso colarse en mis tobillos, dentro del calzado, y quise dar un respingo pero no pude. No pude despegar los pies del suelo. Lo intenté una, dos, tres veces, hasta resollar, pero el líquido se negaba a soltarme. Era negro y brillante, rezumaba de la tierra y sentí auténtico terror.

    Era alquitrán.

    Siguió elevándose, rellenando el agujero a ritmo constante. Mis intentos por huir perturbaban la superficie, la luna trazaba su reflejo entre el denso oleaje. Blanco y negro, estaba frío, estaba caliente y el aire comenzó a quemarme en los pulmones. Tobillos, rodillas, muslos, caderas, cintura. El alquitrán avanzaba y avanzaba y yo no podía moverme.

    Llegó el fuego.

    Las piras rodeaban el agujero, no sabía si habían aparecido o estuvieron siempre ahí pero cobraron vida una a una, como explosiones de pólvora. Sus chispas tintaron la oscuridad de un rojo vibrante, se acompasaron a las transiciones vertiginosas de la luna y como un ciclo sin fin, como un círculo vicioso o las manecillas de un reloj, fueron iluminando el agujero. Reemplazaron el reflejo blanco, ardieron, se elevaron al cielo y el alquitrán me rozó el pecho. Los hombros. El cuello. Alcé el rostro lo más que me fue posible, lloré y las lágrimas se sintieron frías. Espesas. Parpadeé, me mancharon los ojos y ardieron. Ardía, todo ardía.

    Desaparecí.

    Y el puñetazo en el rostro parchó la acera de negro, llenándome los pulmones de alquitrán.

    .

    .

    .

    Tras salir de la escuela el lunes, la rutina fue básicamente la misma de siempre. A la pasada le dejé la carta a Altan en los casilleros, de ahí al gimnasio y de ahí, el bar del Krait. No teníamos un día fijo para vernos pero medio habíamos asumido que, como mínimo, una vez a la semana caíamos un rato al anochecer para beber alguna mierda y charlar. Unas pocas horas y cada uno para su casa, y eso era todo lo que hacíamos. Nadie se creería que hacía menos de un año estos mismos imbéciles recibían dinero de profesores y adultos cualquiera para hundir el rostro en pura mierda, pero la vida tendía a correr a velocidades vertiginosas y sólo nos quedaba intentar seguirle el ritmo.

    Ese día no me tocó nada pesado y tampoco entrenar, así que no me hizo falta bañarme y me aparecí en el corazón de Kabukichō con la ropa deportiva de casi siempre, una sudadera extra para la caída del sol. La música me rebotó en el pecho, las luces se tiñeron en rojo y azul, violeta también, y me acomodé en los taburetes. Estaban Rei y Kakeru, sabía que Kohaku también iba a venir de no sé dónde, una mierda de sus negocios.

    —¿Y tu sombra, cielo? —le solté a Kakeru, a lo cual esbozó una sonrisa casi avergonzada y Rei se sumó a la gracia, porque si no molestas a tus amigos entonces no son tus amigos.

    —Creo que la vi pasar por aquí cerca, pero quizá no le gustan los bar under.

    —Qué va, si ya ha entrado.

    —Ah, pero yo se lo prohibí. —El Krait apareció con los botellines de cerveza y sonrió, socarrón—. Como los vampiros y el rollo ese, que necesitan permiso del dueño.

    —De qué te las das, idiota, no llegas ni a los talones del dueño —se quejó Rei con una risotada.

    Hayato se puso repentinamente serio y se inclinó por encima de la barra, viendo fijamente a Ishikawa. Lo miró y lo miró, Rei hizo lo mismo. Sabía que iban en coña pero aún así un velo de tensión cayó en el ambiente y todos nos quedamos en silencio, viendo el show.

    —¿Quieres que te eche a ti también? —murmuró de repente, y le guiñó el ojo con cierto aire seductor.

    —Ah, ¡ya bésense! —exclamé, riendo, y noté a Kakeru aliviado por haberse desviado los tiros lejos suyo—. ¡Eh, no creas que nos olvidamos de ti!

    El Krait se irguió, retirándose a tomarle un pedido a unos tíos que acababan de llegar, y Kakeru alternó la mirada entre Rei y yo con los aires de angelito que usaba para enmascarar la vergüenza o el miedo. O para vender el papel a secas.

    —¿Olvidarse de mí? Ya sé que no pueden hacer eso, Anna-chan.

    Le sostuve la mirada un par de segundos más, antes de menear la cabeza y empinarme el botellín. Jamás sería capaz de poner en palabras lo mucho que me aliviaba verlo siendo el cabrón de siempre, todo suavecito y jugándola de inocente. Después de haberlo presenciado tentando al vacío, de haber sostenido su cuerpo frío y de haber tenido que escucharlo diciendo que ya estaba cansado. Habíamos alcanzado un punto crítico, a medio pelo de destruirnos por completo, pero nos las arreglamos para regresar sobre nuestros pasos y desviarnos por un camino mejor. Aquí había más luces, el aire se respiraba liviano y la chispa de juventud que cualquier adolescente debería poseer había vuelto a sus ojos. Y, Dios, me hacía tan malditamente feliz.

    A Rei también lo notaba más sentimental o la mierda que fuera, supuse que entre el drama de Kohaku y el de Kakeru la había pasado bastante parecido a mí. Para el culo, quería decir. En sí guardábamos varias similitudes, ¿verdad? Tendíamos a ser los enérgicos del grupo (aunque él se echara medio tiempo de vida jugando videojuegos), buscando hacer sentir cómodos al resto y preocupándonos un huevo por sus culos evasivos o suicidas. Rei siempre había sido como el hermano mayor de la banda, y quizá no andara a los besos y los abrazos pero, joder, se le notaba en los ojos. Lo mucho que nos quería a todos, casi como si fuéramos familia.

    Bueno, en cierto punto suponía que lo éramos, al menos los chicos. Era amigo del Krait y de Subaru desde puto preescolar, y luego Kakeru vino medio de rebote por lazos sanguíneos. Entonces caí yo, la última de la camada. A Kou lo excluíamos, bueno, por razones obvias. Habíamos establecido una ley tácita y realmente hacíamos de cuenta que el cabrón jamás había existido, así fuera pura mierda. Nos servía para no revolver las heridas y estábamos bien con ello. Claro, excluyendo el pequeño detalle de que ahora debía tragarme su presencia en la escuela. Pero eso era arena de otro costal, nada que implicara directamente a los chicos y como tal, me preocupé por no traer el tema demasiado a colación. Sólo lo correcto, lo preventivo y ya.

    —Bueno, pero fuera coñas, ¿te sigues tratando mucho con ese rarito? —La pregunta de Rei cayó un poco en frío y solté una risa floja, detallando la expresión de Kakeru.

    —Venga, tampoco es tan weirdo el tío ese.

    Estaba pasando de largo como una auténtica campeona el pequeño detalle de habérmelo comido precisamente afuera de ese bar, pero en sí había tenido tan poca relevancia que no habría cambiado mi opinión. Además, el Quebrantahuesos no podía darme más igual. Aquí a quien pretendía cuidar era a Kakeru, sentí que la pregunta lo había puesto algo incómodo e intervine. Las razones me daban igual. De la forma que fuera, él encontró mis ojos y me sonrió, fue bastante sosegado y aplacó la chispa.

    Le dijo que no necesitaba hacer ignición.

    —Un poco menos que antes, supongo, pero sí —respondió en el tono apacible que lo caracterizaba, intercalando sus palabras con un trago de cerveza—. Hay lazos que no se cortan de un día para el otro, ya sabes.

    Aquello último lo había referido a Rei y me dio la sensación que se refería a Kou, pero no tuve forma de confirmarlo. Ishikawa se mantuvo en su lugar y se encogió de hombros, llevándose también el botellín a los labios.

    —Bueno, mientras no se aparezca aquí como si fuera su casa supongo que está bien.

    —¿Qué pasa, Ishi? —lo molesté, picándole el hombro para aliviar la tensión—. ¿No te tragas al coloradito?

    El chico clavó ambos codos a la barra y chasqueó la lengua, jugueteando con la tapita de chapa entre sus dedos. Había dejado la mano en su hombro y la subí a su mata de cabello rubio para acariciarlo suavemente, como si fuera un niño al cual le está costando abrir la boca. No me lo cuestionaba demasiado, eran mi manada y lo seguirían siendo hubiera club o no, fuéramos las putas serpientes o no.

    Además, ¿dejaríamos de serlo algún día?

    —Más o menos —dijo por fin, desviando la mirada a Kakeru—. No sé, hombre. No siento que seas el mismo desde que te juntas con ese enano.

    Le tenía la mano encima, así que noté la tensión que le agarrotó los músculos al soltar aquello. Liberé el aire por la nariz a consciencia, desviando la mirada hacia Kakeru. El muchacho llevaba en el rostro la sonrisa serena de toda la vida, esa que volvía tan jodidamente difícil saber qué mierdas le estarían cruzando la cabeza. Era exasperante, pero era Kakeru.

    —Me dio un lugar, Rei. —Su voz sonó suave, pese a todo, y no percibí cuota alguna de rencor u ofensa en sus ojos bronce; bajo las luces del bar se me asemejaron a un agujero en la tierra y ciertas imágenes parpadearon fugazmente—. Y le estoy agradecido.

    Pensé en el nuevo tatuaje que llevaba encima, de todas formas, la clelia negra enroscándose en su nuca como una wuivre celta, y me di cuenta que no, nunca dejábamos de ser serpientes. Quizá nos reinventáramos, cambiáramos la piel y mutáramos, pero el núcleo permanecería. El Krait había sido el primero, su puto nombre lo decía, y ahora Kakeru. Uno a uno. ¿Lo había logrado, entonces? ¿Desprenderse de la sombra de su hermano? Se suponía que era algo bueno.

    ¿Por qué, entonces, lo encontré hecho un saco de huesos en su habitación?

    Rei no vio por dónde discutirle, probablemente no lo vio necesario o relevante, y por el rabillo del ojo noté que Subaru y Kohaku habían llegado. Quité la mano del cabello de Rei, a lo cual reaccionó como si se hubiera habituado plenamente al contacto, y se detuvo en mis ojos un instante antes de reparar en los demás. No hizo falta más que la llegada de los rezagados para que la tensión se diluyera y pasáramos a otras estupideces de menor relevancia. El Krait les acercó las cervezas, luego otras. Al final Subaru, el calladito del grupo, se zampó tres botellines y el cabrón de Kohaku quiso alentarlo a pedirse un cuarto, pero Rei lo regañó como buen primo mayor y las aguas se calmaron. Kakeru no era el alma de la fiesta en grupos grandes, se podría decir que pasaba bastante desapercibido, y esas cosas no cambiaban. Incluso Kohaku llegaba a tener más intervenciones, en especial allí, donde se le notaba la confianza estando en compañía de Rei y quizá yo, que entre ambos no juntábamos una neurona funcional.

    Todo fluyó con la tranquilidad que poseíamos desde hacía un par de meses. El Krait se apareció un par de veces para charlar, hacer el tonto o compartir algún chusmerío, y cuando la fiesta parecía estar acabando fue que cayó la primera disrupción de la noche.

    —Eh, Hiradaira —me llamó desde el otro lado de la barra, colocando unas botellas en su lugar. Su voz no denotó nada extraño—. ¿Te quedarías un momento? Me gustaría hablarte de algo.

    A todos nos llamó un poco la atención, para qué mentir, pero nadie vio oportuno intervenir o externalizarlo. Yo me quedé en mi lugar unos pocos segundos hasta que asentí y regresé a mi taburete inicial. Me cayó encima cierto nerviosismo, qué va, ni que estuviera acostumbrada a pasar tiempo a solas con el puto Krait de Shinjuku. Además recordaba algún que otro intercambio no del todo agradable, no del todo lejano en el tiempo. Como cuando el Quebrantahuesos se apareció y yo le caí con la mierda de mi ira. ¿Qué me había dicho?

    Que no tenía ni puta idea de nada.

    A Rei fue a quien más se le notaron las dudas, pero en definitiva todos se despidieron y se fueron. Yo les sonreí y cuando sus siluetas desaparecieron por la puerta, cuando me supe sola de aquel lado de la barra, me sentí jodidamente pequeña y repiqueteé las uñas contra la madera. Pretendí distraerme en los reflejos ambarinos de la cerveza, así se vieran por demás oscuros bajo aquellas luces. El líquido lucía espeso y, otra vez, sentí arrastrarse el resabio de una imagen no del todo desconocida, pero tampoco familiar.

    El Krait se había ido a entregar unas bebidas y cuando volvió, me dedicó una sonrisa amigable que reflejé por inercia. El cabrón seguro me olía los putos nervios, de avispado como era, y eso sólo me agobió aún más. Crucé los tobillos sobre el travesaño del taburete.

    —¿Qué tal va la escuela, Hiradaira? —me preguntó, apoyando el dorso de ambas manos al borde de la barra—. Me comentó Kakeru que siguen cayendo lobos del cielo.

    La estupidez me cayó en el estómago con el peso del concreto y que me dijeran paranoica, bruja o loca de mierda, pero me olí la cagada a cien metros de distancia y quise huir a toda la velocidad que me dieran las piernas. Como si el suelo se deshiciera a mi paso y fuera el diablo quien me perseguía.

    Un auténtico demonio.

    O el cachorro de uno.

    —Lengua suelta, el cabrón —solté con una cuota de ironía, rodeando el botellín en una de mis manos—. Sí, se transfirió Shinomiya hace poco. De casualidad no tienes idea los motivos, ¿no?

    —Qué va, ojalá supiera la mitad de las mierdas que me gustaría saber. Son las desventajas de pretender jugar limpio. —No tenía idea a qué se refería con exactitud, pero tampoco vi por dónde inmiscuirme—. Pero bueno, llevar y traer información son uno de los pocos puntos a favor de atender un mugroso bar en las entrañas de Kabukichō. Se oye cualquier cantidad de historias aquí, aunque muchas llegan incompletas, ¿sabes? De a retazos.

    Había paseado la vista por el establecimiento y aproveché el momento para pasar saliva, hasta que sus ojos de jade se fijaron en mí y un chispazo de frío me corrió por la columna. No necesité más. Se lo vi en la puta cara.

    —Así que me gustaría entender, Hiradaira —tanteó, inclinándose hasta apoyar los antebrazos, y sus facciones oscurecidas entre el rojo y el azul me congelaron la respiración—. ¿Qué coño hacías con Shinomiya el jueves, en el Paraja?

    Le sostuve la mirada, así se me estuviera yendo a la mierda la compostura, pero a veces para disimular me coronaba y ya tenía un historial gordo pretendiendo no ser la mocosa caprichosa que me sentía a ojos del Krait.

    —¿Tus ojos llegan hasta Minato? —repliqué, en tono monótono, y él esbozó una sonrisa que no supe descifrar.

    —Mis ojos llegan mucho más lejos de lo que podrías imaginar. Tenlo en cuenta para dejar de clavarte cagadas.

    —Era un tema mío —me atajé, frunciendo ligeramente el ceño—. Nada que te importe.

    —No, no, ahí te equivocas. —Se removió, negando con el dedo índice, y se inclinó más cerca para bajar la voz—. Me guste o no eres una boomslang, tienes la puta serpiente tatuada en la espalda y Kakeru decidió aceptarte. Pero no soy un derroche de lealtades y amabilidad, tengo mis límites, tengo mis prioridades ¿y adivina qué? Tú no estás entre ellas. Así que si tenías en mente seguir contando con un mínimo de protección, te sugiero que dejes de jugar y abras la boca.

    Solté el aire de golpe, sin correrme de sus ojos ni un instante, y supe que me había acorralado. Vete a saber las consecuencias que acarrearía no darle lo que esperaba, ¿y mentir? Ni siquiera me funcionaba la neurona a la velocidad suficiente para elaborar una mierda decente en semejante tiempo récord.

    —Quería información —dije por fin, con una mala hostia de antología—. Habían matado a golpes a un tío en Taitō y quería información de los agresores. Supe que había habido un lobo involucrado y pensé que Shinomiya sería capaz de ayudarme.

    —¿Y qué te importaba a ti todo eso? —replicó casi de inmediato, me dio la sensación de que el cabrón sólo había pretendido que mi versión coincidiera con la suya y agradecí no haberme ido por la mierda de mentirle—. ¿Para qué querías esos nombres?

    Me encogí de hombros, maldiciéndome mentalmente por saber que le daría una respuesta de mierda. Dios, me sentía tan, tan pequeña. Era exasperante.

    —No sé, quería cobrarme la mierda o algo.

    —¿Querías venganza? —Algo en su tono cambió, sonó más sedoso y me dio mala espina—. ¿Por el imbécil apaleado?

    Detallé sus ojos, pero sin importar cuánto lo intentara me resultaba imposible leerle nada. En lo que a mí respectaba, este hijo de puta podía tener ya hasta el grupo sanguíneo de Altan.

    —Sí —respondí sin rodeos, y una chispa de intensidad se me coló en la mirada—. ¿Algún problema?

    El Krait parpadeó sin prisa, su sonrisa se amplió y meneó lentamente la cabeza, alzando las manos un momento antes de regresarlas a la barra.

    —Tranquila, fiera. Me dan igual tus amigos, tus broncas o tus causas. No son mías hasta que cruzas esa puerta y, sea por la razón que sea, tú nunca buscas ayuda aquí.

    —¿Vas a culparme? —repliqué a la carrera, espetando las palabras con mayor firmeza que antes—. ¿Para qué voy a pedirle ayuda a alguien que nunca me tragó?

    —Eh, eh, ahí te equivocas. —Me detuvo casi indignado, llegó a fruncir el ceño y todo—. No me caes mal, Hiradaira. Eres una buena niña y de hecho te estoy muy agradecido por varias mierdas que hiciste por Kakeru, ya lo sabes. Yo no meto en mi casa a cualquier imbécil y el otro sábado fue mi idea pedirte ayuda. Pero eso no quita que también, con todo lo bueno, fuiste una mala decisión.

    Una mala decisión.

    Todo el momento de calidad se fue a la mierda, solté el aire en una risa floja que no me molesté en contener y me removí, algo inquieta. Ni siquiera le dejé terminar de hablar.

    —Ya, ¿por qué no lo dices? Que fue mi puta culpa lo que pasó.

    —No, esa mierda estaba condenada desde el principio. Shinomiya también fue una mala decisión. Es decir, ¿confiar en Shinjuku a un puto cachorro de Shibuya? Joder, Kakeru tenía que estar en medio de un viaje en ácido, me da igual el tiempo que llevaran siendo amigos.

    —¿Para qué coño dejaste entonces el club en sus manos? Si ibas a criticar cada maldita decisión que tomara.

    Era eso, realmente. Kou y yo habíamos sido las decisiones de Kakeru y ambas, una detrás de la otra, fueron las bombas que detonaron los cimientos de los boomslangs. Puede que no fuera a admitirlo ni loca allí, frente al Krait, pero una parte de mí siempre lo había pensado. Qué va, todos lo veían.

    Kakeru nunca debería haber liderado la pandilla.

    —Me gradué, Hiradaira, y el centro del club estaba en la escuela. ¿Qué sentido habría tenido pretender coordinarlo desde afuera? Además surgieron otras mierdas.

    Otras mierdas, decía.

    Seguro la escalera había sido demasiado tentadora.

    —Pero ¿por qué Kakeru? ¿Vas a decirme que no previniste todo esto?

    La incredulidad se le pegó al rostro y soltó una risa nasal, irguiéndose un poco.

    —Joder, niña, que no soy Nostradamus. Y por ese entonces era un puto crío de dieciocho, no me pidas milagros.

    La tontería fue dicha al pasar, pero se imprimió con la fuerza suficiente para obligarme a dimensionarlo todo en unos pocos segundos. No estaba descubriendo América, pero muchas veces lo olvidaba y en ese preciso instante fue una jodida bofetada de, no sé, realidad.

    Aún éramos niños.

    Todos nosotros.

    —Como sea —agregó, luego de suspirar bastante exasperado, y ya sonó más calmado—, no sé qué mierda habrás hecho con la información de Shinomiya pero te sugiero parar. La cabeza de Taitō no es nadie para andar jugando y a Kakeru le darían veinte venazos si se entera que quisiste, no sé, enseñarle una lección o algo al cabrón de Sugino.

    —Ya sé —mascullé, bastante a regañadientes, desviando la mirada—. Ya descarté todo eso, no hace falta preocupar a Kakeru.

    —Ahora no —anotó, y busqué sus ojos—. Pero ¿la semana entrante? ¿En dos meses? Anna, tienes que centrarte de una puta vez. Kakeru no puede correr detrás de tu culo irascible toda la vida, y yo no puedo correr detrás de ambos para limpiar los desastres que dejen. Eres la punta de hilo, es un lugar de mierda pero es lo que toca. Tendrás que aprender a centrarte y asumir las responsabilidades que implica.

    Pensé que ya no iba a decir nada, pero de repente agregó algo y se me atoró el corazón en la garganta.

    —Y definir tus lealtades también.

    —¿Lealtades? —espeté, algo molesta—. ¿De qué mierda hablas, Krait?

    —Del tablero, Hiradaira. —Su voz cargó una frialdad inusitada y me quedé quieta, el jade se me asemejó a los ojos de una auténtica serpiente—. ¿O el apaleado no es de Chiyoda?

    Y su siseo me congeló el cuerpo.

    —¿Qué dices? Altan no tiene nada que ver con estas mierdas.

    —¿Ah, no? —El Krait se irguió, casi como si se estuviera regodeando en el sabor del momento, en mi expresión de cordero perdido, y esbozó una sonrisa torcida—. Bueno, eso ya es tu problema.

    Volví a sentir en el cuerpo el chispazo capaz de activarme, de incendiarme también. Era el mismo que había aparecido antes y no supe cómo sentirme al advertir que su puto combustible coincidía. Decidí obviarlo de momento, asumí que la conversación había acabado y me bajé del taburete. Ni siquiera me despedí, qué va, y el Krait no hizo ademán de detenerme. ¿Cuánto había pasado? ¿Media hora? Daba igual, por culpa del cabrón era tarde y ya quedaba poca gente en Kabukichō. Tampoco me dio la gana gastar dinero en un taxi.

    Debería haberlo hecho.

    Recorrí el barrio tomando las calles más transitadas, pero una vez fuera no me quedó más que apurar el paso y estar atenta a los alrededores. El aire cortaba con la frialdad de una navaja, sobre mi cabeza se dibujaba una luna en cuarto menguante y al parpadear, por alguna razón, me pareció que su fase mutó.

    Fue entonces que el hijo de puta apareció, surgido de la mismísima nada.

    Iba todo de negro y llevaba un pasamontañas en el rostro. Me empujó contra la pared, los ladrillos se me enterraron entre los huesos y apreté los dientes. Me cayó encima una oleada de genuino terror, los peores escenarios se agolparon frente a mis ojos y el aire me ardió en los pulmones. Cientos y cientos de pensamientos intrusivos me rayaron la mente, me anularon los sentidos. Sólo su voz se antepuso al bloqueo.

    —El móvil —demandó, apremiante—. Dame el puto móvil.

    Dios, no podía reaccionar. Tenía su cuerpo presionando el mío, era enorme y me sentí más pequeña que nunca antes en la jodida vida. Estaba resollando y ni siquiera lo había notado, el cuerpo aún no me respondía y el tipo, impaciente, volvió a golpearme contra la pared. Otro quejido.

    —¡Dame el puto móvil!

    Llevé una mano a mi bolsillo, una imagen fugaz del alquitrán se me coló en la mente y los dedos me temblaron en busca del aparato. El hombre estaba realmente impaciente y por alguna razón que no llegué a comprender pude hablar.

    —No me hagas nada —le pedí, con un hilo de voz—. Por favor, no me hagas nada.

    Finalmente di con el relieve del móvil, lo alcé entre nosotros y todo se sucedió a una velocidad vertiginosa. Una pareja apareció por la esquina, sus voces captaron la atención de los dos y el tipo se apresuró en huir, ya habiéndome quitado el aparato. Pero yo también me moví, lo hice sin un motivo concreto y trastabilló con mis pies. Se volvió hacia mí, fue el único instante donde lo vi a los ojos y encontré tanta ira allí que el miedo más irracional de todos me bañó el cuerpo.

    Fue genuino.

    Me grabó la palabra al centro de la mente.

    El hijo de puta me lanzó un puñetazo que me mandó de bruces al suelo y estuve a medio pelo de perder la consciencia. Las luces de la acera se parcharon de negro, mis sentidos se embotaron y el estómago se me volvió en dos. Recordé el sueño, recordé el alquitrán llenándome los pulmones y el calor del fuego en el rostro. La sensación fría, espesa, la luna en cuarto menguante y las piras elevándose al cielo. Estuve a medio pelo de vomitar y la pareja que había doblado en la esquina se me acercó, preocupada, pero no procesé una palabra de lo que me dijeron.

    Me tomó un par de minutos recuperar el equilibrio, al final me ayudaron a incorporarme y me acompañaron las pocas calles que me separaban de casa. Se los agradecí, claro, retomaron su camino y yo me colé en la sala. Las llaves tintinearon entre mis dedos, el metal se sentía frío y observé la quietud, la oscuridad de la casa. Mamá ya se había acostado.

    Estaba sola.

    Subí las escaleras en piloto automático, lo hice lento para no marearme de vuelta. La luz de luna se colaba en mi habitación por las hendijas de la persiana y tomé aire, quitándome la ropa para ponerme el pijama. Luego bajé, encendí la luz del baño y me vi al espejo. Y quise llorar. Por un breve segundo, realmente deseé que todo se detuviera.

    Que ya no doliera.

    Muerte.

    Lo había pensado, ¿verdad?

    Lo vi en sus ojos.

    Me enjuagué el rostro, busqué algo de hielo en la cocina y subí para meterme a la cama. Estaba agotada, Dios, y aún así el cuerpo todavía me temblaba. Sentí la ausencia del móvil al darme cuenta que no podía escribirle a nadie y me abracé a la almohada, enterrando el rostro ahí. El negro parecía alquitrán, el ojo me palpitó y ahogué el llanto. Lo ahogué, ahogué y ahogué.

    Ni idea cuánto tiempo.

    Hasta dormirme, quizá.
     
    Última edición: 22 Septiembre 2021
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    Heyo :D Seguro que no te esperabas esta alerta, ¿verdad? Pues SORPRESA TEEHEE. Dios, quería comentarte la colección desde hacía meses, pero nunca encontraba la energía de hacerlo y pues justo ahora ando algo libre y con ganas de ello so let's go :D Eso sí, como soy una egotistic bitch no me sale comentar tan en profundidad los de otros personajes (aparte de que son unos cuantos) así que me disculpas porque igual es más general akjdnas

    Diosito, hay aquí ficazos desde la mascarada AND BOY SE SIENTE TAN LEJANO ASKDJA vale so, creo que empezaré por comentarte sobre los fics de Anna porque es tu niña protegida número uno y creo que es de la que más fics tienes Y SIS NO RECORDABA QUE PASABAN TANTAS COSAS FFS. El primero me dio muchísima pena en su momento, porque ya sabes que yo a Annie la quiero un mundo y medio y saber que ha estado sufriendo tanto tiempo en silencio me rompe el alma, y ahora ni siquiera puedo echarle la culpa a Kakeru porque me cae bien alv (?? Y HABLANDO DE KAKERU, SÍ, HABÉIS OÍDO BIEN, NOW I LIKE HIM SEÑORES Y SEÑORAS. Es que me disculpan, pero el ficazo en el que Anna va a hablar con él y se dicen las cosas siendo sinceros y SE ABREN EL UNO CON EL OTRO Y MIRA ESTABA LLORANDO???? Y tú ya sabes que yo adoré ese escrito, que justo hablamos hace poquito de ello también, pero es que lo que te dije, tuve un mal presentimiento cuando sacaste a Anna de la fiesta y como que, idk, te prometo que pensé que había sido Kakeru intentándolo again y luego resultó ser??? so estaba kinda stressed out PERO SALIÓ BIEN AND I WAS SO HAPPY??? cuz ambos se merecían closure e indiferentemente es obvio que se tienen mucho aprecio so tenían que arreglarlo, y lo dicho, que al final me gusta mucho Kakeru ni modo, encima es mini-Krait y una es como débil a la carne idk (?? ANYWAYS el fic con Cayden lo recuerdo un poquito menos, pero estaba Anna siendo bitchy right? Anna bitchy me encanta, sorry not sorry (?) AH Y LUEGO EL DE CON KOHAKU ME ROMPIÓ EN DOS TWO CUZ LA AMISTAD DE ESOS DOS TÚ SABES QUE YO LA STANNEO DESDE EL MINUTO UNO Y NO PODÍA VIENDO QUE UNO ESTABA MAL Y LA OTRA ESTABA MAL Y NINGUNO SE ESTABA DANDO CUENTA DE QUE EL OTRO ESTABA MAL Y AAAA *rompe todo* ¿y qué más? Creo que ya me queda el último que AGAIN POR QUÉ TE GUSTA TANTO METERME EN DISTRESS?????? i was kinda happy cuando la vi reuniéndose con sus amiwis en el bar, un poquito menos happy con la conversación con el krait (aunque especialmente happy por el krait 7u7) y THEN LE PEGARON A ANNITA ISTG al menos el robo de ali fue sin violencia (aun (?????) PERO ESTO??? AY MI NIÑA YO LA QUIERO ACHUCHAR Y PROTEGER DLE MUNDO POR QUÉ ME LO PONES TAN DIFÍCIL?????

    Ahora, los ficazos de tus segunda ahijada aka Sashie o ginger para las enemigas. ¿Sabes que me pasa con sus fics? No sé si alguna vez te lo dije, seguramente sí, pero me resultan muy tristes y a la vez muy bonitos y es una cosa de lo más extraña. Bueno, esto viene más por los últimos que hiciste, obviamente el fic en el que está con Maze o el de antes de la fiesta no tienen nada que ver, y es que siento que la trama es bastante triste, ¿casi melancólico? Pero a la vez lo expresas todo de una forma tan bonita y se nota que le pones tanto cariño que me resultan, pues eso, bonitos. Creo que en gran parte tiene mucho que ver con Sasha herself, porque no es un personaje que se quede en lo malo y siempre intenta seguir adelante, así que es un poco más fácil ver lo bueno o lo bonito en sus historias a pesar de que no lo sean estrictamente. Creo que esto no te lo he dicho nunca, y es una fumada muy grande, pero creo que más o menos desde el relato en el que se fue de la fiesta Sasha em recuerda a una especie de hada. Idk, cuando recuerdo la descripción que hiciste al principio, me hace relacionarla como si fuese un ser que crea luz en un bosque oscuro o algo por el estilo, y pues me causa mucha ternura pensarla así. Y siempre te lo digo, le tengo mucho aprecio a ella y me gusta como personaje, aunque ngl a veces me fusiono feo con Ali y pasas cosan. Pero eso, que de verdad me gusta mucho y tal uwu <3 ALSO gracias a diosito por ese último fic porque me estaba haciendo lío feo con su familia (??

    AHORA KO-KUN que antes de nada tengo que mencionar que dios, soy terrible, porque lo estaba pasando fatal con todo su arco y de verdad que he sufrido con sus fics, pero es que cuando leí lo de fuckboy sí que me hizo gracia JAJAJ es que me lo imaginé diciéndolo y no sé, me resultó algo funny (?) PERO DICHO ESO WEEEE YA BASTA BELU DE HACERNOS SUFRIR. En fin, que no tengo demasiado que decir porque POR SUERTE ya todo ese drama se pasó, pero chale mi niño precioso que yo lo quiero mucho independientemente de la ship con emi y de verdad que quiera que sea feliz y deje de encerrarse tanto en sí mismo :((( creo que empatizo especialmente con Ko por eso de ser ambos five, lo de encerrarnos en nosotros mismos, adaptarnos a los demás y todo el rollo. A veces sirve de protección, pero la mayoría de veces es un jodido asco, vaya. Anyways, recuerdo cuando my shipper senses se activaron y sospeché que era Haru con el que se estaba liando y LUEGO REUSLTÓ SER Y JEEEE i kinda ship them, ngl, pero eso lo sabes tú bien. Ah, y el ficazo con Cay y los chacales de pequeños es super cutie y como un oasis en el desierto del sufrimiento, PERO MAY I MENTION QUE SIGO CHILLANDO AL RECORDAR QUE MENCIONASTE A GRANNY ROSE QUEDANDO CON GRANNY ISHIKAWA???? I LOVE THEM MOM THEY ARE MY GRANDQUEENS AAA also granny rose róbate algo de hierba para tus dos nietos o algo, no? sé que quieres 7u7

    Dios el ficazo de Haru, recuerdo que pensé que era un tipo super sepsi y luego vi que seguro es un six/five o por ahí ronda y pues seguí pensando que era sepsi pero que mejor no lo decía porque se ponía awkward (??? y el fic con haru fue de lo más lindo, la verdad se nota mucho que quiere a su hermana y eso es algo que me gusta mucho de su personalidad <3 No hemos podido leer mucho de él tho, and tengo que decirte que tengo ganas de verlo más porque me resulta muy interesante y encima está metido en todos estos rollos con el quebrantahuesos y ahí hay mucho salseo que me interesa 7u7

    Mención especial a los ficazos de las novias y el jolisha que no te comentó porque ya lo hice en su momento pero que releo every now and then, especialmente el jolisha porque soy una cerda, y los disfruto demasiado god, no me canso de leerte cariño. Y... ¿me falta algo? Dios, no sé si me falta algo pero se me va a morir la neurona so si me salté lo que sea lo siento, sabes que no fue a propósito askjba

    Lo dicho, disfruto muchísimo leerte todas las jodidas veces, amo a tus personajes casi tanto como a los míos y simplemente no me canso de leerte porque escribes precioso, tus fics me resultan comforting de alguna manera (aun si sufro como perra) y siempre intento leérmelos lo más pronto posible porque... bueno, en gran medida porque me sale hacerlo. Espero que te haya gustado este messy comentario que te debía y a ver si no me vuelvo a dejar veinte mil fics por comentar tbh (?

    Te quiero un montonazo, mi vida <3
     
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  20. Threadmarks: XVII. You know it's your blood that I bleed
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    3849
    N/A: más de un mes del último fic? holy moly, el bloqueo me duró más de lo que pensaba. Bueno, llevaba mucho tiempo queriendo ahondar un poco en la relación de algunos de mis personajes con sus familiares directos, la verdad, tenía esta idea en mente desde hace una semana y pico creo pero con la neurona seca su puta madre iba a conseguir darle forma. Al final ayer kinda agarré el impulso leyendo los últimos fics de Pau y bueno, here we are. Seguro luego aviento una segunda parte que también tengo planeada pero que no metí acá porque iba a quedarme super largo.

    Esto es canon para la tarde del día 19 (miércoles) y la mañana del día 20 (jueves, duh).





    .

    you know it's your blood that i bleed
    and now i'm stuck on one day for the rest of my life


    .

    .


    | Anna Hiradaira |

    .

    .

    Cuando salí del Sakura me di cuenta realmente cuánto habían cambiado las cosas. En ese momento debería haber podido pillar el tren, hundirme en Kabukicho y matar el tiempo con mis amigos hasta que el sol cayera, incluso después. Debería haber arrancado los cables, reído de los chistes internos y jugado piedra, papel o tijera para no ser yo quien fuera a la máquina expendedora. Fumado algo de hierba, quizá, haberla mezclado con cerveza o refresco. Debería haber generado todo el ruido que me fuera posible para sobrepasar el de mi cabeza, para no pensar en nada y llegar a casa lo suficientemente entumecida para seguir el mismo cauce sin demasiado problema. Debería haber hecho un montón de cosas así no dolía tanto, pero no podía. Porque esas cosas habían cambiado, porque nos habíamos ido a la mierda.

    Y no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto.

    Kakeru seguiría en la escuela, Rei detrás del mostrador en la tienda de su padre y Subaru en la universidad o la biblioteca, siempre había sido el más inteligente de todos. Cada uno iba a lo suyo, más o menos entumecidos, más o menos felices. Porque nos habíamos ido a la mierda y así el Krait tuviera razón, así el tatuaje no fuera a desaparecer nunca, el castillo se había derrumbado. Los naipes seguían desperdigados en todas direcciones y nadie se había esforzado lo suficiente para volver a juntarlos en un mismo lugar. Quizá no les interesara o quizá doliera demasiado.

    Quizá seguían manchados de sangre.

    Para la gracia ni siquiera tenía el móvil. Lo pensé en el tren, cuando aún así tuve el impulso de sacarlo del bolsillo y escribirle a alguno de ellos. La mierda me picó en la punta de los dedos, en el cuerpo entero, el tren traqueteó y pasé saliva. El ojo me palpitó con una especie de dolor sordo.

    ¿Y ahora qué?

    Volví a casa, lo hice en piloto automático y agradecí que mamá no estuviera. No tenía ganas de lidiar con nadie, de fingir para nadie, por algo había rechazado a Altan apenas una hora antes. Me quité los zapatos con los pies, subí las escaleras y la madera fue quejándose a mi paso. Dejé la mochila por ahí, los llaveros tintinearon y me quedé de pie. No me sentía cansada pero tampoco tenía energía, no me apetecía hacer nada pero tampoco echarme a dormir. Los ojos de jade del Krait, el cuerpo frío de Kakeru, las luces amarillentas en la acera, el sabor espeso del alquitrán. El balón en mi mano, el balón en la cara del chico aquel, su molestia y las miradas de todos. En el Sakura, en mi escuela anterior, los susurros y el club vacío, cerrado por el director. Los ladrillos contra mi espalda, clavándose entre las costillas, el miedo y las manos del tipo a punto de quebrarme como un mondadientes. Las manos de Kou, en la fiesta, abrazándome por los hombros. Las manos de la hiena, encontrándome en la escuela. Las del Quebrantahuesos, por alguna razón, afianzándose en mi cintura.

    Las imágenes, quisiera o no, se agolparon en mi mente y me pregunté si estaría bien. Si tenía derecho. Podía seguir y seguir, pero al final del día sólo llegaba a quedarme quieta y suspirar, preguntándome adónde se habían ido las lágrimas.

    Si tenía derecho a algo en absoluto.

    Si no merecía todo lo que me pasaba.

    Bajé y encendí la tele, puse la serie que estaba viendo y me distraje con una facilidad absurda. Me pegué a la mierda, ni siquiera comí y cuando quise acordar me llegó el sonido de las llaves. Mamá deslizó la puerta, estiré el cuello para saludarla y a la pasada me estampó un beso en la cabeza. No había luces prendidas, dejó las bolsas en la barra y siguió derecho a su habitación. Observé su silueta recortada por los reflejos azules de la tele hasta que desapareció.

    —¿Ya comiste? —me preguntó desde allá, en español. Siempre hablábamos así en casa.

    —¡No!

    Mamá tenía sus días, pero en general lograba conservar el buen humor. Así había sido siempre, sólo que ahora me daba la sensación que lo había convertido en su coraza de defensa. Para fingir que no pensaba lo que pensaba ni sentía lo que sentía. Que no notaba lo que notaba, porque así era mucho más fácil. Bien lo sabía yo.

    Se había quitado las medias, que las odiaba con el alma, pero se dejó la falda tubo y la camisa blanca. Llevaba el cabello negro corto, por el largo se le formaban unos bucles pequeñitos cerca del rostro y le quedaban hasta adorables. No era tanuki como yo, pero casi. Se fue para la cocina con el mismo envión que había llegado, a la pasada me sonrió y la luz se encendió a mis espaldas, recortando sombras aquí y allá. Yo seguí pegada a la tele. No me nacía preguntar, pero sentí que tenía qué.

    —¿Te fue bien?

    —Sí, amor. Como siempre. ¿Querés pollo o pescado?

    —Me da bastante lo mismo, la verdad.

    Como siempre, decía, y no me creía que encontrara ni una chispa de felicidad sentada atrás de un escritorio más de ocho horas al día, pero bueno. Ni que fuera a cuestionar la casita de muñecas en la que llevábamos años viviendo.

    —Pollo, entonces, que lo conseguí en oferta y capaz para mañana se pone feo. ¿Qué estás viendo?

    —The 100. Es más larga que la mierda, pero ya la empecé y nobleza obliga.

    —¡Ah, la estás viendo! ¿Y está buena?

    —Sí, es entretenida. Pasa de todo.

    Vivían a los tiros, así que me valía. La conversación murió ahí, mamá se quedó en la cocina y de vez en cuando murmuraba alguna canción. No eran ambientes separados, sólo que desde el sofá no podía verla, pero aún así me recosté en ella. En su voz baja tarareando, en el ruido de las ollas y la puerta del horno. En el motor de la nevera, el grifo de agua y las puertas de las alacenas. Me recosté en la seguridad de estar ahí con ella y deseé que eso fuera todo lo que necesitaba para estar bien. Para sentirme bien.

    Pero no me alcanzaba.

    Quise revisar Instagram pero, otra vez, el puto móvil. Bufé bajito, reajustando la posición en el sofá, y Berta apareció por las escaleras cuando mamá sacó su frasco de comida. Me rebasó como colectivo lleno, obvio, y escuché cómo mamá la saludaba. Sonreí, pese a todo, sonreí y mantuve la casa de muñecas en pie. Porque podría haber preguntado qué tal la escuela, podría haber notado que en la nevera había exactamente la misma comida que ayer, ni platos o tazas sucias. Podría haberse preguntado por qué había llegado antes que ella o por qué llevaba el uniforme deportivo. Podría haber reparado en mil detalles.

    Y así, quizá, fuera más fácil hablar.

    Pero jamás preguntaba.

    Al final sí lo hizo, preguntar por la escuela, pero le solté la respuesta de manual y se llevó otro bocado de comida a la boca. Habíamos dejado un programa de juegos en la tele, estos cutres que echaban a la hora de la cena y que todas las noches rellenaban el silencio. Nos pegamos ahí, si conversamos fue en base a eso y cuando se levantó para llevar su plato a la cocina me acarició la espalda. No tenía idea si lo hacía en piloto automático o si era la forma que había encontrado para acompañarme, no tenía idea y honestamente tampoco me importaba ya.

    Porque no me servía.

    Dejó las mierdas y avisó al aire que se iba a bañar, como todas las noches, junto a la advertencia bastante poco amenazante de que me terminara la comida. Yo me quedé juntando la mesa y me até el cabello antes de lavar los trastos, como todas las noches. No terminé la comida, dicho sea de paso, y dejé las sobras en la nevera. De milagro había pasado algo de pollo y arroz para disimular, pero tenía el estómago cerrado a cal y canto. Mamá era un puto culo inquieto, siempre se duchaba a la velocidad del rayo y antes de que te dieras cuenta ya salía. No me preguntó si me había acabado la cena, no husmeó dentro de la cocina en absoluto. Sólo fue y vino un par de veces, preparándose para dormir, y justo antes de que entrara al baño me atajó en la sala y me dejó un beso en la mejilla.

    —Buenas noches, Annita. ¡No te acuestes tarde, eh!

    No le quedaba vida fuera del trabajo así que tampoco me ponía demandante. Lo cierto era que ella tampoco me decía nunca nada, ni de cuán cansada estaba ni de los problemas que llegaran a surgirle fuera de casa. Me dejaba afuera de todo, yo tampoco preguntaba mucho y, bueno, ¿realmente podía esperar algo diferente?

    Me duché y seguía sin sueño, aunque el peso del día me cayó en el cuerpo. Con el agua corrió el maquillaje y cuando regresé al baño para secarme el cabello, el vapor se había ido y pude verme en el espejo. Seguía teniendo el ojo bastante morado y me di cuenta que eso no era nada, que a Altan prácticamente lo habían matado. Aún así, no lograba quitarme de encima la sensación de los ladrillos y de las manos.

    No quería ni imaginar lo que Al debía haber pasado.

    Su anillo seguía colgado de mi pecho, realmente no me había molestado en ocultarlo y me di cuenta, otra vez, que mamá tampoco había preguntado al respecto. Cerré la puerta para encender el secador, cosa de no ir a despertarla, y por encima de ese ruido se me llenaron los ojos de lágrimas. Fue una mierda rarísima, no escaló a ningún lado y apenas apagar el aparato regresé a mi casilla inicial. Al silencio, los cables arrancados y el mundo gris.

    No tener el móvil era una jodida tortura, con lo habituada que estaba a matar tiempo en la cama hasta que me diera sueño. No subí, no quise subir a rodearme de monstruos, así que dejé la tele con el volumen lo más bajo posible y rogué que mamá no lo escuchara. Eventualmente dejó de importarme y me quedé allí, entumeciéndome en la estática hasta que, se ve, me dio sueño y caí redonda. Vete a saber qué hora era.

    Me despertó la alarma de mamá, no era muy ruidosa pero me dio que había dormido liviano a cagar. Fue una mierda, me sobresalté y noté que seguía tirada en el sofá. La luz matutina se colaba por las ventanas, era de un gris denso y la realidad entera me cayó encima de un segundo al otro. Que mamá estaba por levantarse, que me iba a regañar por no haber dormido en mi cama. Que iba a preparar el desayuno y tendría que ir a la escuela.

    Tenía que ir a la escuela.

    El cuerpo se me tensó como pocas veces, fue genuino y sentí tal agobio anudándose en mi garganta que quise negarlo todo. El mundo entero, mi vida, las responsabilidades que tenía. Quería esconderme debajo de las sábanas, desaparecer y que nadie me buscara. Dios, no quería nada. Nada de esto.

    No pensé mucho nada, me levanté de un salto y casi tiro a la mierda a la pobre Berta, que se había hecho un rollito a mi lado. La movida tan brusca me mareó, pero me las apañé para subir las escaleras antes de que mamá conectara neuronas. Entorné la puerta, me colé dentro de las sábanas y me di cuenta que el corazón me latía con una fuerza estúpida. También me di cuenta que no podía y que no sabía qué mierda decirle. Ya me había dejado faltar a la escuela el martes, ¿con qué excusa iba a ausentarme ahora?

    Quería desaparecer, Dios, necesitaba hacerlo y no sabía cómo. Seguí cada uno de los sonidos en planta baja y el cuerpo se me volvió a tensar cuando empezó a subir. Me sentía cobarde, me sentía patética y quería una excusa. La quería desesperadamente. Que me doliera el estómago, la cabeza, que tuviera fiebre, sarpullido, vómitos, lo que fuera. Me daba igual. Necesitaba aferrarme a algo concreto, o de lo contrario no parecía real.

    El miedo no era excusa suficiente.

    Menos en una casa de muñecas.

    —Arriba, Anna —dijo mamá, su voz sonaba pastosa y medio adormilada—. Levantate o vas a llegar tarde.

    Se inclinó encima de la cama para subir la persiana de la ventana y yo me quedé inmóvil, rogando que no insistiera. La luz grisácea se coló dentro de la habitación y solté una especie de gruñido para indicarle que estaba despierta. Se dio por satisfecha, bajó y el cerebro me siguió funcionando a una velocidad tan insoportable que no conseguí sacar nada en claro. Lo único que sabía era que no podía salir de esa cama, no podía ir a la escuela y enfrentarme a todos.

    Era paralizante.

    Y quería desaparecer.

    Permanecí inmóvil, enredada en mí misma y con el calor de mi respiración entibiándome el rostro. La luz del baño, la cadena del inodoro, el agua hirviendo. No sabía si quedarme allí o bajar y montarme el teatro del siglo, no sabía nada en absoluto y seguí paralizada hasta que, cosa de diez minutos después, la madera volvió a quejarse. Sus pasos se oían más pesados que antes.

    —Anna —me llamó desde la puerta, y la impaciencia en su tono me agarrotó peor los músculos—, ¿vas a levantarte o no? Dale, te dije que no te acostaras tarde.

    —Ahora voy —solté de mala gana, ni siquiera sé por qué lo hice y, de hecho, me arrepentí al instante.

    No daba con una sola idea decente, el cerebro no me funcionaba y recurrí a la carta de emergencia con el apuro de quien se estampa la mano en la cara para deshacerse del mosquito. Porque picaba, porque dolía y no quería ninguna cicatriz.

    Porque no sabía cómo lidiar con esto.

    —Dale —insistió una última vez—, el desayuno ya casi está listo.

    No bufó, no suspiró ni evidenció molestia real, pero de alguna forma me convencí que sólo lo estaba conteniendo y apreté los dientes, tapándome el rostro con ambas manos. Lo cubrí con las palmas enteras y presioné. Presioné, presioné y presioné, ni idea por qué. El ojo palpitó, lo sentí entre mis dedos y cuando retiré las manos, dejé en ellas el miedo. Lo dejé allí para abrirle espacio a lo único que sabía reemplazarlo.

    Pateé las sábanas lejos, alcanzaron el suelo y me incorporé. Los talones rebotaron en la madera y bajé con prisa. Ni siquiera miré a mamá, que venía de la cocina, sólo giré y me encerré en el baño. ¿Para qué? Ni yo sabía bien, pero ya que estaba hice lo que tenía que hacer. Al salir pretendí regresar a mi habitación pero su voz me detuvo.

    —¿Te pasa algo, Anna?

    —Me duele la panza.

    —¿Te tomaste algo? —No respondí—. ¿No vas a comer nada? No podés ir a la escuela sin desayunar, Anna.

    Giré el rostro hacia ella, sentada a la mesa con el desayuno para dos dispuesto en la mesa, y me sentí absolutamente desagradecida. Una mocosa malcriada sin problemas reales.

    —No tengo hambre —espeté, la mala hostia se me coló en el tono plano que había pretendido mantener—, y no voy a ir.

    Sabía que le estaba echando leña al fuego, que mamá era tan o más intensa que yo y que si habíamos construido la casa de muñecas fue probablemente para no dañarnos entre nosotras. Que habíamos reemplazado toda la madera por metal, toda la calidez por silencio.

    —¿Cómo que no vas a ir?

    Que ahora mismo sólo era una llama medio muerta.

    —A la escuela, mamá, no voy a ir.

    Y que su fuego me quemaba.

    —Anna, ya faltaste el martes, no podés- ¡Anna!

    Subí la escalera con fuerza, cerré la puerta a mis espaldas y exhalé de golpe. El cuerpo me picaba, la energía de mierda serpenteó y sentí que acababa de meterme en una cámara de contención o algo así, que todo podría llegar a ir bien en tanto me permitieran quedarme encerrada con mi puto desastre. Al fin y al cabo, una parte de mí jamás dejaría de preocuparse a muerte por el resto del jodido incendio, por los coletazos y la onda expansiva. Esa parte de mí prefería hundirse miles de metros al fondo del océano y estallar ahí, donde no pudiera dañar a nadie.

    Sólo sabía reemplazar al miedo con ira.

    Pero mamá también era fuego.

    No entró de forma agresiva ni nada, pero estaba lo suficientemente irascible para reaccionar al menor estímulo. El sonido del pomo girando volvió a tensarme el cuerpo y alcé la vista. Me había sentado al borde del colchón, sobre las sábanas desperdigadas, y una gota pesada de miedo amenazó con tragarse de un bocado la poca energía que me mantenía en movimiento, esa directamente nacida del rojo. Lo amenazó apenas reparé en ella, en su silueta pequeña que de repente lucía demasiado grande.

    —¿Te parece bien dejarme hablando sola?

    —Mamá, no-

    —No, ahora vos escuchame a mí. —No se movió un centímetro, no se acercó pero tuve que inhalar con fuerza porque estaba consumiendo el oxígeno de toda la habitación—. Ya faltaste a la escuela el martes, no podés faltar también hoy. No podés hacer lo que te dé la gana, Anna, no funciona así, y menos con esos modos.

    Regresé la vista al suelo, a mis pies descalzos, y una frustración horrible me cayó encima. Porque no quería ir a la escuela, sólo ansiaba desaparecer y que nadie me buscara, pero también sabía que tenía razón. Que no podía huir de cada batalla, que el miedo no era excusa y que debería ser lo suficientemente fuerte para enfrentarme a la mierda. Que no podía arrastrar, arrastrar y seguir arrastrando los fantasmas del pasado.

    Que era débil.

    Una puta mocosa débil y malagradecida.

    —Pero me duele —reclamé apenas en un murmullo, sin levantar la vista, y el miedo se me atoró en la garganta.

    —¿La panza?

    Todo.

    Asentí quedo. Le estaba mintiendo como los grandes y tampoco me mortificaba demasiado en ese momento, no cuando me sentía tan pequeña y sólo buscaba el camino para sobrevivir a su temperamento sin ir a asfixiarme en el proceso.

    —No podés faltar por un dolor de panza, Anna —puntualizó luego de suspirar, noté que buscaba ser más diplomática que antes y relajé apenas el cuerpo—. Ya sabés el sacrificio que hacemos tu papá y yo para mandarte a esa escuela, vos también tenés que esforzarte un poco. No es fácil para nadie.

    Y luego que por qué nunca le decía nada, de verdad. Quizás estuviera siendo una típica adolescente pero jamás sentía que mamá fuera capaz de entenderme y, Dios, lo que extrañé a papá en ese momento no tenía nombre. Él había sido el soplo de aire fresco mi vida entera, fue él a quien recurrí cuando todo se me fue de las manos y decidí que no podía pasar otro año en esa escuela sin envenenarme el cuerpo entero. Y los ataques de asma, y Kakeru, y su cuerpo frío y el veinte de octubre. La realidad era que sólo seguía revolviéndome allí, ¿verdad? En el mismo otoño, el mismo día.

    El miedo visceral que había sentido.

    Y los monstruos que nacieron de su costilla.
    No era fácil para nadie, decía.

    —Ya sé. —Mi voz apenas se escuchó y carraspeé, una cuota de resentimiento surgió de las entrañas—. Ya lo sé, mamá.

    ¿Qué pensaba? ¿Que me creía con el derecho de sentir lo que sentía?

    —¿Vas a ir a la escuela, entonces?

    Las piedras regresaron a su lugar, se enredaron en mis tobillos y me jalaron al fondo del puto océano. Y allí dentro, en la maldita oscuridad, entre la densidad del agua y los latidos retumbando en mi cuerpo, la llama medio muerta chisporroteó.

    —No. —Alcé la cabeza por fin, erguí el cuello y la miré directamente a los ojos—. No voy a ir.

    Ya déjame desaparecer.

    Por favor, te lo pido.

    Sobre sus ojos oscuros crepitó algo muy parecido a la ira, lo sabía, pero no la liberó. Probablemente una parte de ella también se preocupara a muerte por la onda expansiva. La encerró dentro, bien dentro suyo, tomó aire y lo soltó en un suspiro de absoluto hastío. Cansancio también. Yo lo sabía, claro.

    Que estaba agotada.

    —Hacé lo que quieras —resolvió, volviendo el cuerpo en dirección a las escaleras—. Nunca se puede hablar con vos.

    Cerró la puerta detrás suyo, no fue agresivo y ya no le presté atención a los sonidos en planta baja. No podía sentirme mal, no cuando lo único que necesitaba era encerrarme en mi propio desastre y que nadie me buscara. Quizás al otro día cambiara de opinión, en un rato incluso, pero en ese momento sólo acomodé las sábanas y me deslicé dentro. Bajé la persiana, cerré los ojos y volví a respirar cuando el sonido de las llaves me alcanzó. Cuando supe que se había llevado su incendio a otra parte.

    Y como siempre ocurría con el mundo pintarrajeado de gris, los monstruos no volvieron a visitarme.
     
    Última edición: 19 Octubre 2021
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