Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Había vuelto en menor medida, el ruido blanco. Intenté enfocarme en la pequeña margarita que acababa de arrancar con una intensidad estúpida, aunque la conversación de mis amigos se siguiera reproduciendo en segundo plano. ¿Qué pretendía? ¿Que me ignoraran? Sabía que no iban a hacerlo, pero aún así tuve la necesidad de... ¿qué? ¿Acaso buscaba llamar su atención o realmente quería encogerme hasta volverme transparente y desaparecer?

    ¿De verdad los quieres empujar lejos, Anna?

    ¿Esa eres tú?

    ¿Esa fuiste tú?

    Seguía los movimientos de los chicos un poco por oído, otro poco por lo que alcanzaba mi visión panorámica. Noté la sombra de Altan depositándose a mi lado, grande y oscura, y no reaccioné cuando me picó el brazo. Identifiqué su aroma, a lo sumo, gracias a la brisa y supe que había estado fumando mucho menos de lo que se habría arruinado durante el fin de semana. A la mañana lo había abrazado y eso pero no lo había pensado. Como fuera, me di cuenta que se seguía removiendo y seguí a lo mío hasta que tuve que alzar los brazos, recibiendo su cabeza sobre mi regazo. Me pilló desprevenida y no me quedó más remedio que verlo directamente a los ojos, fue un instante antes de desviar la mirada. Algo de color me subió al rostro, por la sorpresa más que nada, y los brazos que se me habían congelado en el aire descendieron poco a poco. La mano donde conservaba la margarita se depositó sobre su cabello sin permiso alguno, y lo acarició.

    No tenía remedio.

    Me di cuenta que cargaba tensión encima tras soltar el aire de golpe y vi que Emily me dejaba una manta a mi lado. No vi cómo no sonreírle en agradecimiento, el gesto fue pequeño pero genuino, y reparé en que Kohaku le respondía a su pregunta sobre las clases. El mundo seguía girando y mi mano no había dejado de acariciarle el cabello, suavemente, como si fuera un gatito enrollado en mi regazo. Entonces lo oí a él, su voz se solapó con el ruido blanco y bajé la mirada hasta sus ojos. Parecía tener mucho sueño.

    No respondí a su primera gracia, a lo sumo le sonreí un poco y seguí los movimientos de mis dedos. Le aparté el flequillo oscuro, peinando su cabello hacia atrás, y acaricié su frente con el dorso del pulgar antes de regresar a la melena carbón. Murmuré un mero sonido afirmativo.

    —Emily me preparó el almuerzo —le conté, en voz suave, a un volumen que prácticamente sólo él podría oír—, y el bento quedó vacío~

    Una sombra de orgullo atravesó mi semblante antes de regresar a lo usual, estaba un poco inclinada sobre él y el cabello se me derramó sobre los hombros. Lo quité de en medio para que no le molestara y reanudé las caricias.

    —¿Y tú? ¿Comiste bien?

    Kohaku.png

    Altan se había ido con Anna y no le encontré sentido a interrumpirlos o meterme, la verdad. Seguí los movimientos de todos durante un rato y acabé por enfocarme en Emily, quien repartió las mantas y se acomodó a una distancia casi hilarante. Nos habló desde allí y no logré contener la sonrisa divertida, ligeramente burlona, que se me plantó en el rostro al mirarla y palmear el césped a mi lado.

    —Ven, Hodges-san, te juro que no muerdo~ —Recogí las piernas entre mis brazos y le eché un vistazo a la manta que me correspondía, alzándola del suelo; era increíblemente suavecita y me distraje acariciándola al responder su pregunta—. Estuvieron bien, sí, lo normal. Aunque me da mucha pena tener que encerrarme en un aula con un día tan precioso.

    Había alzado el rostro al cielo y sonreí como, bueno, sabía sonreírle a la naturaleza, por muy cursi que sonara. Abrí los ojos y los enfoqué en Emily.

    —¿Vas a quedarte hasta que toque la campana o te volverás delincuente como nosotros~?
     
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    Amane

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    Emily Hodges

    Tuve que parar la búsqueda en el maletín y levantar la vista en cuanto procesé lo que el chico me dijo, haciéndome soltar una especie de resoplido que intentó hacer las veces de risa o algo así. La verdad es que me daba un poco de vergüenza que se hubiese dado cuenta pero ni modo, supongo que había sido demasiado obvia.

    Al menos comenzaba a saber disimularlo, o eso creía. Como fuese, tampoco me puse especialmente nerviosa y simplemente me levanté para dirigirme hacia la zona de césped que me había indicado con la mano, sin apartar la manta de mis piernas en ningún momento. En cuanto me senté, desistí de seguir buscando en el maletín y lo dejé a un lado, estirando las piernas en el proceso.

    —¿Uhm? Ser una delincuente suena bastante tentador, sí —murmuré, con la vista hacia el cielo y una ligera sonrisa—. Pero alguien tiene que ser responsable de los cuatro, ¿no crees~?

    Dejé escapar una risilla antes de echarme hacia atrás por completo y tumbarme sobre la hierba, con el pelo desparramado por de aquí para allá y los brazos estirados hacia arriba.

    >>Ah, pero tienes razón en que es una pena. ¿A quién se le ocurrió poner clase por la tarde, justo después de comer? Debería ser delito.
     
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    Zireael

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    Era una jodida estupidez pero una parte de mí todavía sentía una cuota de miedo bastante sorda, apagada pero insistente. Como si temiera que desconectada como me había parecido, con los cuarzos opacos y sucios, no fuese siquiera a reaccionar a mi presencia, pero sus ojos conectaron con los míos un momento y aunque se congeló, pronto sus brazos descendieron y, fuera automático o no, me acarició.
    Dejé salir el aire que había contenido sin darme cuenta despacio, para que al menos no diese la sensación de que se me había olvidado respirar en lo que ella reaccionaba o qué sé yo, aunque ella sí lo soltó de golpe.

    Cerré los ojos unos segundos, solo unos pocos para no ir a caer redondo sin haber escuchado su respuesta y para cuando me habló ya había vuelto a abrirlos. Ya el cuerpo no me pedía permiso para muchas cosas en realidad, así que sonreí al escuchar que había dejado el bento vacío.

    Me alegro, mi niña.

    Asentí con la cabeza ante su pregunta y giré un poco el rostro para buscar con la vista la caja de bento que había dejado sobre el césped en alguna parte. Contuve el impulso casi infantil de señalarla y volví a acomodarme para poder mirar a Anna.

    —Vacío también. —Le respondí casi en el mismo tono, como si de repente estuviéramos soltando confidencias o vete tú a saber qué, pero no vi necesidad de hablar más alto. Estiré la mano para hacerme con un mechón de su cabello, detallé el tono rosa chicle y vibró un instante por encima del gris del mundo, lo dejé ir solo para posar la mano en su mejilla un momento, dedicándole una caricia—. Me asustaste en la mañana, cuando me dijiste aquella mierda rara y te fuiste.

    No lo solté como un reclamo, ni siquiera alcanzó ese tono, fue más una confesión. Como si tuviese que decirlo para sacármelo de encima y poder seguir con la vida.

    ¿Había perdido la puta cabeza? Sí, porque se me acababa de ocurrir una estupidez de dimensiones colosales que no me molesté siquiera en detener. Saqué el móvil, abrí el chat con ella pues porque era el más reciente y escribí a velocidad para luego extender el móvil con la pantalla en su dirección, contuve un poco el movimiento porque casi podría habérselo estampado en la cara si no.

    Estaba en caracteres japoneses, obviamente, en parte porque no sabía ponerlo en español para ella y también porque los jodidos americanos eran un montón de estúpidos que usaban una sola palabra para el cariño.

    Te quiero, tonta.

    Le di el tiempo suficiente para leerlo antes de regresarme el móvil al bolsillo, girarme a mi costado y recostar entonces la mejilla en su regazo. Me ardía toda la puta cara de vergüenza porque se lo había dicho, sí, pero estaba dormida ya y no debía haberme escuchado, pero no sé sentí que era... Correcto dejárselo saber.

    Sentí que lo necesitaba.
     
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    Gigi Blanche

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    Emily me hizo caso bastante rápido y la vi acercarse, dejando su maletín a un lado. Había estado escarbando dentro pero parecía haberse rendido, me preguntaba qué era lo que buscaba. Su comentario me arrancó una risa suave y asentí, encogiéndome de hombros.

    —Cierto, cierto. Bueno, Hodges-san, espero que cuides bien de estos tres idiotas~

    Y si lo pensaba con detenimiento, aunque me camuflara bastante bien entre cualquier grupo de adolescentes normales, la verdad era que Emily estaba en efecto rodeada de delincuentes. Bueno, no tenía pruebas concretas con respecto a Altan pero algo me decía que se movía por los mismos círculos que Anna y yo, y esas costumbres, tarde o temprano, pasaban factura.

    La seguí de reojo mientras se tumbaba en la hierba, cómo su cabello se desparramó aquí y allá. Era bastante oscuro y el sol le arrancaba reflejos casi violáceos. Decidí imitarla y me tapé con la mantita, removiéndome debajo de ella por el mero impulso de disfrutar la sensación de la tela. La oí con los ojos cerrados y giré apenas el rostro para verla de soslayo al responder.

    —Es que está mal, te digo yo —afirmé, repentinamente serio—. Los ritmos circadianos existen y a esta hora no estamos diseñados para usar el cerebro. ¿Te imaginas que hubiera un tiempito de siesta legal? Ah, sería hermoso~

    Estaba sumamente relajado y se me ocurrió una estupidez, bastante de la nada. Volví a mirarla, una sonrisa pícara danzando en mis labios, y me eché la manta encima para que me cubriera la cabeza.

    —Es un poco translúcida —hablé desde abajo, y luego la levanté desde el extremo que daba con ella para verla—. Los colores danzan y el verde del árbol se entremezcla con el cielo. Además la calidez es diferente y... se siente seguro, ¿no? Como los refugios que nos construíamos de pequeños con sábanas y palos. También debemos parecer momias, pero bueno, detalles~

    Anna dark mode.png

    Nunca había sido una persona a la cual se le dificultaran las confianzas, habiendo nacido al otro lado del charco y en un ambiente tan distendido, libre de convenciones sociales y prejuicios. Luego la mierda se había torcido un poco, primero con las burlas, el aislamiento y entonces, los lobos. Sólo tras varios años era capaz de ver las cosas que había perdido, que me habían arrebatado de a cuentagotas. Habían cortado uno a uno los hilos que me mantenían sujeta al mundo, habían estado a medio pelo de romperlos todos y dejarme remontar por el viento, inerme, sin orden ni dirección. Como un cometa a la deriva.

    A la deriva.

    Fuera de mi eje.

    Y justo un instante antes de perder hasta el último hilo, aparecieron ellos.


    No era capaz de poner en palabras lo mucho que me aliviaba volver a verlo relajado, sin el peso del puto mundo sobre los hombros. La frialdad, la distancia y quizás el rencor de la enfermería se habían evaporado, y ahora el niño sobre mi regazo era sumamente cálido. Seguí su línea de visión hasta dar con la caja de bento y se me escapó una sonrisa, incapaz de detener el movimiento de mi mano. Se puso a jugar con mi cabello, sus dedos me hicieron cosquillas en la mejilla y arrugué apenas la nariz, enganchando la margarita detrás de su oreja. Solté una risa floja, casi sin sonido, y seguí cepillando las plumas de cuervo. Venga, si le quedaba de lo más bonita.

    Me asustaste en la mañana, cuando me dijiste aquella mierda rara y te fuiste.

    Tomé aire lenta y profundamente y asentí. No encontré las palabras de inmediato, aún debía armar la idea con las neuronas chamuscadas por el ruido blanco y mi tren de pensamiento se interrumpió al verlo sacar el móvil. No fue voluntario ni tampoco pretendía husmear, pero me generó curiosidad y me mantuve en silencio mientras tipeaba algo. Supuse que le habría llegado un mensaje importante o qué se yo, no esperé que casi me estampara el aparato en la cara. Amagué a retroceder y al enfocar la pantalla, la sonrisa floja en mi rostro desapareció.

    Te quiero, tonta.

    Pestañeé una y otra vez, empujando lejos el ardor tras mis ojos, y me di cuenta que mi jodido corazón se había omitido un par de latidos. No buscó mi reacción, se limitó a quitar el móvil y girarse sobre su costado. Repasé su perfil aún algo desencajada, el pobre tenía la cara hecha un tomate y me di cuenta que su voz sonaba aún en mis oídos, aunque no lo hubiera dicho per se, y entonces lo recordé; creí hacerlo, al menos.

    Ya se lo había dicho, ¿no? Ayer, en la enfermería.

    Y él... él había respondido, ¿verdad?

    Llegaba a mí como un sueño olvidado, un delirio de fiebre, pero su voz diciendo esas palabras sonó tan clara y familiar en mi mente que de repente tuve la certeza de que no podía habérmelo inventado. Tampoco fui consciente de que el ruido blanco había retrocedido prácticamente hasta el borde cuando regresó, unos segundos más tarde; lo hizo con menor intensidad, de todas formas. Las mejillas me ardían un poquito, pero no me importó en lo absoluto. Además él seguro estaba mucho más sonrojado que yo, ¿verdad?

    Era tan lindo.

    Se me dio por echar un vistazo alrededor y me di cuenta que el idiota de Kohaku se había tapado con la manta y parecía un cadáver. Era gracioso y me dio una idea, entonces agarré la manta que Emily había dejado a mi lado y se la puse encima a Altan, sobre la cabeza, para luego colarme dentro y removerme lo suficiente hasta alcanzarlo. Presioné los labios sobre su cabello, cerca de la sien, y en el mismo lugar apoyé la frente. El corazón me latía un poquito deprisa.

    —También te quiero, Al —susurré, y fui consciente de que todo allí adentro lucía y se oía diferente.

    Como un refugio seguro.

    Retrocedí tras un par de segundos, que igual desde afuera se debía ver más raro que la mierda y hasta indecoroso. Saqué la cabeza de la manta y devolví la espalda al tronco, pero dejé la tela ahí para que Altan hiciera lo que le apeteciera con ella. Desvié la vista al cielo y me di cuenta que estaba sonriendo.

    —Perdóname por lo de hoy —empecé a hablar, un poco al aire, aunque seguía siendo en voz baja—. Fue mi idea llamarte, en un primer momento pensé que sería lo mejor pero luego cobré dimensión de la mierda, te vi y me di cuenta que... te estaba arrastrando a más mierdas ajenas, como si ya no lo hubiera hecho que da gusto. Me sentí culpable, me dio vergüenza, miedo, y todo eso se revolvió con... bueno, todo.

    Solté el aire medio de golpe y tragué saliva. El ruido blanco había regresado pero era una disculpa que le debía y estaba bien, aunque el cuerpo se me hubiera tensado un poco.

    —Sé que no era el momento y fue egoísta, pero lo que dije, lo dije en serio, Al. Vas a tener que cuidarlas, al menos hasta que el cachorro vuelva. Si te metes en la mierda y alguien intenta herirte, ¿adónde crees que irán?

    Jez.

    Kurosawa.

    No una idiota que conoces hace una semana.

    —Como sea, sé que lo harás incluso sin que yo te lo diga y por eso fue... absolutamente innecesario. —Me encogí de hombros, algo nerviosa, y dudé un par de segundos antes de seguir hablando—. Ya te dije, fue egoísta y creo que te lo solté porque... me sentía fuera de lugar, como si no perteneciera o sobrara, y como soy una idiota me dio miedo y te eché la mierda encima.

    Venga, ya había perdido toda la dignidad, ¿no? ¿Qué mal iba a hacer perderla un poquito más? Las inhibiciones seguían flojas y probablemente me arrepintiera luego, pero en el momento sentía que era lo correcto ser honesta.

    —No quería irme, en verdad, sólo quería que... tú me detuvieras. Pero vamos, que fue una estupidez y mira que pretender cosas así en semejante momento. —Solté una risa floja, las mejillas me ardían un poco y me pasé la mano por el rostro; aún no veía por dónde mirarlo sin morir de vergüenza, pero me las apañé para buscar sus ojos al menos un instante—. Así que no te preocupes, ¿sí? En serio, ahora me doy cuenta que esas mierdas no me hacen falta. Que no significan nada.

    Porque acabas de decirme que me quieres, y ya me lo habías dicho antes.

    Y eso es todo a lo que debería aferrarme.

     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Solté un risa floja al escuchar la repentina seriedad que había adoptado para responderme y lo miré también de reojo, sin ser capaz de imitar su expresión y acabando por dedicarle otra sonrisa ligera.

    —Sí~ Pero entonces tendríamos que usar el cerebro después de la siesta, y eso sí que sería imposible, que a mi me cuesta mucho recuperarme después de una —argumenté, con el ceño ligeramente fruncido ante la idea—. Así que, en definitiva, tendrían que dejarnos volver a casa después de las clases de mañana —sentencié, con convicción, como si aquella conversación fuese un debate real o algo así.

    Pero al final recuperé la sonrisa y observé sus movimientos con curiosidad, sin poder evitar el gesto enternecido que volvió a apoderarse de mí al descubrir lo que estaba haciendo. Escuché lo que decía con atención, sin apartar la vista de él, y después de unos segundos imité sus pasos, extendiendo los brazos para alcanzar la manta y extenderla por encima de mi cabeza.

    Me quedé cerca de un minuto en silencio, mirando hacia el cielo a través de la manta, con la mente prácticamente en blanco. Un lugar seguro, ¿no? Como si aquel trozo de tela pudiese protegernos de todo lo que se estaba desmoronando alrededor.

    Acabé por girarme hasta encararlo, solo levantando una parte de la manta con el brazo para poder mirarlo mejor, y le dediqué una nueva sonrisa ligera de ojos cerrados.

    >>Es muy lindo, la verdad~ Bueno, menos lo de las momias. A ver si vamos a preocupar a alguien si nos quedamos demasiado rato así —acabé por decir, a modo de broma, con una risilla.

    El resto de alumnos viéndolos así de: k onda wey
     
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    Zireael

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    ¿No había remedio, cierto? El cuartucho oscuro había servido para un montón de mierdas más allá de una descarga de hormonas. De alguna manera había sido como lanzar un salvavidas al mar abierto y quizás como una suerte de epifanía sirvió para que saliera a la luz que éramos, en resumidas cuentas, un par de estúpidos que no nos podíamos quitar las manos de encima.
    Ni siquiera reaccioné al hecho de que me dejara la margarita detrás de la oreja, como había hecho también con la prímula en el invernadero, solo la dejé ser... porque era un poco lo que había que hacer siempre con ella, ¿no? Dejarla ser. Arrasar con el bosque, hacer de fogata, consumirse unos instantes y luego reavivarse.

    La violencia con que la sangre me había subido al rostro casi me estaba dando calor, había que ver, por eso no encontré por donde buscar sus reacciones. No era ni siquiera que pensara que fuese a reaccionar mal ni nada, sabía que no, pero no era de andarle diciendo a la gente que la quería... Solo los quería en silencio, las cosas que hacía daban por sentado que los otros se dieran cuenta de que era así.

    No me iba la palabrería, vamos.

    Su regazo era estúpidamente cálido y era posible que si me hubiese dicho que me apartara o lo que fuese hubiese protestado como un chiquillo. Podía quedarme ahí toda la tarde, durmiendo como una puta piedra. Noté que me echaba la manta sobre la cabeza entonces, no tenía ni idea de qué se supone que iba a hacer de primera entrada hasta que empezó a removerse y alcé la cabeza apenas para dejarla acomodarse.
    Presionó los labios en mi cabello y cerré los ojos por reflejo, si la sangre me había empezado a bajar del rostro eso la detuvo antes de que pudiera continuar retrocediendo hasta regresarme el tono normal.

    Y me lo dijo de nuevo, ya sin estar más dormida que despierta. Joder, había que ver lo débil que era a esa tonta nada más. No era ni medio normal.

    Corrí la tela porque no quería hacer las de Kohaku y parecer un cadáver, pero me la dejé sobre los brazos ni idea de por qué si no tenía frío, pero era un poco la manía de estar tapado si tenía una manta cerca.

    Perdóname por lo de hoy.

    Fue mi idea llamarte.

    Mantuve la vista en ella ahora que me había vuelto a recostar boca arriba y la escuché con una atención estúpida, como si no sé, me estuviera soltando información gubernamental. Me soltó mierdas que ya sabía, que eran las que me habían contenido más o menos a medias hasta el momento; la consciencia de que si me revolvía de forma evidente con las sombras, con las manadas de Tokyo, estaba arriesgando a otras personas además de a mí mismo.

    Pero ya era tarde para eso, habían llegado sin siquiera avisar una mierda los hijos de puta.

    Era posible que incluso si Anna no hubiese llegado en el momento del meltdown de Shiori, hubiese terminado en la puta enfermería de todas maneras porque si Kurosawa despertaba era capaz de buscarme sabiendo el poder que podía ostentar, sabiendo la ira que me cargaba encima de por sí y por el simple hecho de que, al final del día, éramos unos jodidos cómplices.
    Que me hubiese llamado quien fuese no era lo que me jodía, era la situación general en la que me iba a terminar revolviendo quisiera o no, porque Kurosawa no tenía ningún otro contacto en las sombras que le fuese de utilidad pero tampoco era estúpida y sabía que no podía sola contra nadie, pero no me iba a poner a soltarle ese montón de mierdas a Anna. No había necesidad.

    Sólo quería que... tú me detuvieras.

    Pero vaya tonta estás hecha, cariño.

    Me enderecé entonces, dejando su regazo a pesar de que había pensado que podía quedarme allí todo el día, y arrastré la manta conmigo y la pasé por encima de mi cabeza, hasta apoyar la mano en el tronco del árbol. Bueno, así al menos no estábamos a la vista de todo el mundo, ¿o sí? Aunque la mitad de la gente del patio debía estar preguntando qué pasaba con esa manada de estúpidos haciendo y deshaciendo con las mantas de la enfermería.
    Le dediqué una sonrisa que debió ser bastante parecida a la que le había tirado encima a Kohaku, la que hizo que el idiota me dijera que parecía un gatito, y antes de darle demasiado permiso de nada estampé mis labios contra los suyos incluso a costa de que me soltara un golpe o algo. Llevé la mano libre a su mejilla, acunándola con mimo, y estaba hecho un imbécil porque la besé con el mismo cariño que la estaba acariciando.

    Me separé aunque antes de quitar la manta le dejé un beso en la frente, sobre el flequillo.
    Sentí de repente el impulso o más bien el deseo casi incontrolable de recostarme en su pecho, que me acunara allí como había hecho el día que la idiota de Kurosawa se le fue encima y yo me le solté a llorar como un crío, pero de nuevo había libertades que no sabía si tomarme a la vista de todo Dios así que regresé a su regazo, recostándome sobre mi costado nuevamente y froté la mejilla contra sus piernas.

    —Bueno te envié mensajes todo el almuerzo como un jodido intenso, podemos fingir que eso fue como haberte detenido a tiempo —murmuré mientras le echaba el brazo encima de las piernas también—. Y aquí me tienes, como un gato.

    De nuevo.

    im not cryin u cryin

    algún día dejaré de cambiar las cintas? no
     
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    Gigi Blanche

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    Kohaku.png

    Ah, la verdad que tenía su punto, no lo había pensado así. ¿Qué sería peor, tener clases luego del almuerzo o de una siesta? Las dos opciones lucían inhumanas, en definitiva, y asentí cargado de seriedad ante su última sentencia. Era divertido que se hubiera subido a la broma con tanta ligereza.

    —Me parece una idea brillante, Hodges-san, a ver cuándo la elevamos al Consejo para que la debatan.

    Poco logré contener la risa, para nada burlona o irónica, era simplemente la gracia compartida de estar haciendo el idiota junto a alguien. Nos quedamos en silencio un rato, de cierta forma supe que me había hecho caso y se había echado la manta encima. Cerré los ojos, disfrutando los sonidos y los colores danzando sobre mis párpados, y cuando la sentí removerse también alcé la tela. Era como si estuviéramos dentro de una pequeña carpa.

    Preocupar a alguien, decía. Reí casi en voz baja y estiré un poco más el brazo para mantener arriba tanto el extremo de mi manta como la suya, y ahorrarle el trabajo. Los colores se veían más cálidos allí dentro, ligeramente oscuros.

    —¿Y si apostamos cuánto tarda en venir alguien a ver si nos morimos? Yo digo igual que nos dejarán ser, a lo sumo nos toparemos con alguna foto de "las momias del Sakura" por las redes. —Solté una risa nasal y liberé el aire medio de golpe en el movimiento, relajando mi semblante—. ¿Qué tal estuvo el almuerzo?

    Y me picaba demasiado, así que abrí la boca.

    —¿Cómo notaste a la enana?

    Anna dark mode.png

    Sólo había que vernos. Lo había pensado, ¿cierto? Cuando ese cabrón me ponía una mano encima ya no veía por dónde apartarme. El contacto humano en general me resultaba reconfortante, pero me había echado tantos meses temiéndole, en especial el de cualquier hombre, que aceptar a Altan sin ninguna clase de preocupación fue mucho más de lo que él o cualquiera sería capaz de comprender. Me había devuelto una porción de alma el viernes, en la enfermería, y se había encargado de mantener a raya esos miedos. Puede que los demás aún se escurrieran dentro de mi cuerpo pero ese, al menos, había atracado; y me di cuenta, una vez más, del color de toda esta mierda.

    Gratitud.

    No deuda.

    Aún no tenía idea cómo recuperar la alegría, cómo ser la estúpida capaz de abrazar a todos sus amigos en medio minuto, de hacer cupones, de organizar un club y sacarle sonrisas a a gente, pero junto a ellos, junto a Al, el mundo no se sentía tan vacío y eso... era un comienzo, suponía.

    Lo seguí con la mirada apenas sentí que se erguía, y no le quité la vista de encima en una extraña mezcla de preocupación y expectativa. Prácticamente se cernió sobre mí, con la manta y eso, y cuando comprendí que iba a besarme el corazón me dio un vuelco. Creo que las mejillas se me colorearon un poco, no estaba segura, y había que ver la gracia de ruborizarme como una cría luego de que el cabrón me hubiera tenido casi desnuda ayer. Sentí que cerré los ojos a cámara lenta y que con la misma sutileza alcanzó mis labios, rozó mi mejilla. Su calor me rodeó, era oscuro pero jodidamente reconfortante, y el ruido blanco desapareció del puto mundo. Le correspondí con la misma suavidad que él estaba usando, a lo sumo jalé de los extremos de la manta para atraerlo un poquito más hacia mí y besarlo con cierta profundidad, pero de cualquier forma fue tierno y dulce. Breve, también, pero entendía que estábamos en medio del patio y no pintaba marcarnos una escenita. Buscó mi frente y entreabrí los ojos, absorbiendo su aroma. Aún no percibía rastros de mi fuego pero la tormenta había amainado.

    Estaba más tranquila.

    Había mantenido los dedos enredados a los extremos de la manta, y cuando él se alejó tuve que dejarla ir prácticamente a regañadientes. Volvió a recostarse en mi regazo y lo miré desde arriba, su cabello me hizo cosquillas en las piernas. Fue extraño y me di cuenta que ese tipo tenía la capacidad de, posiblemente, reactivar hasta la última célula de mi cuerpo. Llevé las manos a su cabello mientras hablaba, y un poco sin razonarlo empecé a trenzar algunos mechones delgados. Era suave y algo esponjoso.

    Y aquí me tienes, como un gato.

    Me robó una risa suave.

    —Bueno, me encantan los gatos. —Mantuve la trenza a medio hacer con una mano, mientras la otra sacaba mi móvil y buscaba una carpeta de fotos para pasárselo a Altan—. No preguntaste, pero te presento a Berta. Tiene dos años y medio, es la única que sobrevivió de una camada de cinco que un buen día apareció en mi patio. Es algo que pasa bastante, de hecho, los gatos callejeros ya me tomaron de punto y como soy débil siempre les doy de comer. Mamá ya se resignó a que me patine el dinero en alimento para gatos.

    Acabé la primera trenza y la dejé ahí, desarmándose lentamente, para comenzar otra.

    —Así que Berta es mi gata, digamos, pero igual hay un montón de gatos que están casi todos los días en casa o aparecen en algún momento, para comer o echarse una siestita. —Me incliné hacia adelante para buscar sus ojos, fue un momento antes de regresar a mi posición—. ¿Tú tienes mascotas, cielo?

    Cielo.

    Vaya.
     
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  8.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido biblical gakkouer

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    No buscaba poner sus piezas en orden de la noche a la mañana, esas mierdas no funcionaban así y quizás no creía siquiera tener el poder de hacerlo, yo de entre toda la gente, pero al menos lo intentaba, devolverle el brillo a los ojos, y ya eso era mucho más de lo que había hecho por casi toda las personas que conocía. Confiaba en que aunque no sería hoy podía volver a ser la estúpida de siempre, la culo inquieto que casi me sacaba de quicio pero quien era realmente.

    Con todo ese maldito amor que darnos.

    A Emily.

    A Jez.

    A Kohaku.

    Y a mí.

    No entendía por qué venía a ruborizarse ahora cuando ayer nos habíamos montado un desastre de proporciones bíblicas pero tampoco podía hablar demasiado, si a mí también se me había subido el color al rostro y hasta con más violencia que ella con toda la tontería de decirle que la quería. ¿Planeaba silenciar su propio ruido blanco, el sonido de su hoguera apagándose? No lo sé, no tenía ni puta idea y tampoco importaba demasiado.

    Besarla se había sentido tan correcto como dejarle saber que la quería y eso me bastaba.

    Cuando volví a recostarme no tardé en sentir sus dedos en mi cabello de nuevo e intuí lo que estaba haciendo, dejándola estar otra vez. La verdad es que Jez a veces lo hacía también y me daba un sueño del carajo.

    Bueno, me encantan los gatos.

    No shit, darling.


    Tomé el móvil cuando me lo extendió y no sé por qué, pero casi lo sentí, el chispazo de energía casi infantil que me debió cruzar por los ojos cuando vi la foto. Era débil pero con ganas a los gatos, de hecho solía distraerme cada vez que me encontraba alguno en la calle o en la puerta de alguna casa.

    —¿Berta? —Había pasado algunas fotos de la carpeta, confianzudo como podía ser a veces, y se me escapó una risa que amenazó con ser una carcajada al escuchar el nombre de la gata—. Cariño, ¿en qué mundo Berta parecía un buen nombre para una gata? Suena a nombre de abuelita. Granny Berta.

    Siguió con las trenzas, lo sentí, y solo se inclinó buscando mi mirada para preguntarme algo antes de regresar a su espacio. Otra cuota de sangre me subió al rostro, bastante más tenue eso sí.

    Cielo.

    Qué pedazos de idiotas estábamos hechos.

    Volví a frotar el rostro contra sus piernas, todavía mirando las fotos de Berta con aquella ilusión casi infantil y negué suavemente con la cabeza.

    —Pero también me gustan mucho los gatos, sería bonito tener uno. Ya me lo vi y todo, sería mi compañero de siestas —solté con cierta diversión en la voz antes de regresarle el móvil—. No sé por qué a mis padres nunca se les ocurrió tener una mascota, la verdad. Boooring~
     
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  9.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La verdad es que no pude ver la emoción hasta pueril que le cruzó el semblante como un rayo al toparse con las fotos de Berta, y de haberlo hecho... no lo sé, me habría muerto de amor o algo. Era muy probable que nunca, jamás dejara de darme ternura cuando ese grandulón, con su estatura de basquetbolista, el tamaño de armario empotrado y las pintas hasta de emo gótico, se comportaba como el niño que podía ser. Perdido, quizá, cagado hasta las patas y lleno de inseguridades, pero un niño en fin, capaz de ilusionarse y de atesorar hasta los detalles más pequeñitos del día a día; una capacidad perdida por muchos y que él, irónicamente, aún conservaba. E iba a protegerlo.

    Dios, me creía absolutamente capaz de arrancar brazos y piernas con tal de protegerlo.

    De repente comprendí a Kurosawa con una claridad hasta aterradora.

    ¿El impulso nacía del más puro altruismo o del egoísmo de la peor calaña? La verdad, poco me importaba.

    Sonó por demás incrédulo al repetir el nombre y arrugué un poco el ceño cuando largó la risa. Venga, sí, sabía que no era el mejor nombre del mundo pero tampoco hacía falta que vinieran a recordármelo. Sólo una persona podía burlarse de mis elecciones de bautismo y esa era yo.

    Cariño.

    —¿Has oído hablar de la subversión de expectativas? Qué va, si seguro hasta te sabes teorías al respecto, niño genio. —Dejé su cabello en paz y resoplé sin mucha fuerza, entrelazando las manos sobre mi estómago—. Como sea, sólo tenía ganas de ponerle algo que se pegara a la memoria, no lo pensé demasiado. Ya sabes, no soy de pensar demasiado las cosas... por lo general. Además mi nombre es tan común que preferí ahorrarle esa desgracia.

    Y era verdad, al menos lo había sido mientras viví en Argentina, pero todo era cuestión de perspectiva y ahora nadie en kilómetros a la redonda se iba a llamar Anna, ¿eh? Un ofertón.

    Como sea, no duré mucho con las manos quietas y me puse a hacerle mimos a lo largo del brazo, por encima del uniforme. Observé su perfil mientras veía las fotos y alcancé a pescar apenas una chispa de su emoción, lo cual me arrancó una sonrisa enternecida.

    —¿Y por qué no les dices? —cuestioné en voz baja, aceptando el móvil de vuelta—. Mira, o les dices o un día de estos caigo a tu casa con un gatito dentro de una caja y ya. Básicamente tú eliges si será con o sin anestesia, porque no conseguirás que cambie de opinión y te aviso, a las gatas les encanta venir a parir debajo de mis agapanthus.

    Solté una risa nasal bastante floja mientras me devolvía el aparato al bolsillo y entonces los rocé, recordando que también era la estúpida capaz de llevarlos encima a todos lados. Les eché un vistazo de reojo, sin que Altan se diera cuenta, y los repasé con el pulgar. Los tres colores diferenciados, pese a la sombra grisácea que les había arrojado al imprimirlos.

    Celestes.

    Rosas.

    Morados.

    Separé uno violeta del resto, devolví el puñado al bolsillo y sin demasiada reflexión o filtro pasé el brazo encima suyo para ponerle el cupón justo frente a la cara. Por una opinión sincera. Bueno, iba a torcer un poco su propósito original pero me valía madres.

    —Si pudieran cumplirte un solo deseo ahora mismo, ¿cuál sería?
     
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  10.  
    Zireael

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    Escuché su explicación del nombre de la gata mientras trataba de contener un rescoldo de risa, porque es que de verdad sonaba a nombre de señora madura ya pero ahí estaba la pobre gata con nombre de abuelita, tan pancha. Estuve por protestar cuando sentí que dejó mi cabello, justo como un gato cuando dejas de acariciarlo, pero al final me callé porque no tardó en volver a acariciarme, esta vez el brazo.

    Ya lo había pensado, no podíamos tener las manos quietas.

    Bueno la verdad es que solo me faltaba ronronear.

    ¿Qué por qué no les decía? Sentía que había gastado mis tres deseos del genio mágico que podía ser mis padres con la cuestión de la transferencia al Sakura, quizás, por otro lado la verdad era que para ser un jodido niño rico pedía poquísimas cosas en comparación a las que podía exigir como buen niño de papá y mamá, en parte por eso me tenían la cuenta casi a mis anchas. ¿Confianza estúpida por parte de mis padres o una forma de mantenerme quieto? Estaba casi seguro de que era la primera.


    —Solo por ver la cara de mamá cuando aparezca de repente una enana con un gatito me tienta la opción sin anestesia —respondí sin más. Realmente tampoco creía que se pusieran en muchos peros, si era honesto, la gracia era ver a mamá perdiendo la cabeza como cinco minutos para luego resignarse, mientras papá seguro se mantenía ahí al margen esperando que no explotara una bomba nuclear.

    No mucho después me atravesó algo en el campo de visión, un poco como había hecho al ponerle el móvil en la cara, y me costó enfocarlo unos segundos porque estaba adormilado. Uno de los cupones, de los violeta, ¿la tonta los cargaba consigo? Bueno, yo los había dejado en la mochila en vez de dignarme a dejarlos en casa.

    Si pudieran cumplirte un solo deseo ahora mismo, ¿cuál sería?

    Puse un pie en el borde del jodido pozo, lo sentí. Porque lo primero que me pasó por la cabeza fue desear que se acabara la mierda de Shibuya de una vez, que el estúpido cachorro de Shiori estuviera como nuevo y todo volviese a su sitio, que el idiota de Tomoya desapareciera definitivamente del Sakura. Un montón de mierdas asociadas a eso, la que fuese que nos regresara un rastro de normalidad. Lo pensé todo pero la calidez del regazo de Anna, de sus caricias y las fotos de Berta me ayudaron a enviar todo eso a segundo plano.

    Además, la tonta estaba usando mal el cupón pero no era un día para reclamar por eso.

    Podía ceder.

    Le coloqué la mano en el muslo, sin ninguna intención rara realmente, y le acaricié la piel suavemente.

    Vamos, jodido cerebro de archivo.

    No es momento de quedar en blanco.

    Dejé de acariciarla para girarme sobre el otro costado, enredar los brazos en su cintura y prácticamente enterrar el rostro en su abdomen. Se me había ido de las manos ya el modo gato, sin dudas, pero no encontraba por dónde bajar el interruptor. No me habría montado la escena de besarla a ojos de todos en el puto patio, pero muy diferente no era en realidad.

    —Que hubieras sacado un cupón rosado en vez de ese. —Se me escapó una risa y negué con la cabeza, frotando el rostro contra ella en el proceso—. Mentira, bueno no sé, tómalo como quieras. Supongo que el deseo de verdad sería que pronto consigamos traer al tanuki culo inquieto de regreso, pero voy a tomar todo esto como una victoria momentánea.
     
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  11.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Emily Hodges

    Llevarlo al Consejo, ¿eh? Bueno, ahora que íbamos a tener una nueva presidenta en algún momento por qué no intentarlo. Oye, me daba a mi la sensación que Kohaku podría ser muy convincente si se lo proponía y todo.

    Sea como fuere, dejé que se hiciese con el borde de mi manta también y bajé el brazo para juntarlo junto al otro, pasando ambas manos por debajo de mi cabeza a modo de almohada improvisada.

    Solté el aire por la nariz, en una risilla.

    —Somos un poco fríos, ¿verdad? Los japoneses —dije, en voz baja, como si tuviese miedo de que alguien me escuchase decir algo malo sobre tantas personas—. Podríamos estar realmente muertos y a nadie le importaría. Así que supongo que tienes razón, como mucho habrá fotos por ahí~

    Aunque ojalá digan lo de las momias y no cualquier otra cosa, que pensándolo bien nuestra posición se tenía que ver bastante rara desde fuera.

    Sin darme mucha cuenta, detallé sus facciones mientras hablaba, porque lo cierto es que estábamos demasiado cerca y tampoco había mucho a lo que mirar, y no sé cómo pero logré contener el impulso de extender la mano y jugar con su pelo... aunque se veía tan suave que fue bastante complicado aguantarse.

    Que la conversación se desviase hacia Anna, al menos, me permitió concentrarme y volví a buscar su mirada con algo más de seriedad.

    >>¿Sabes lo que ha pasado? Bueno, en realidad yo tampoco sé mucho pero... —saqué un poco la cabeza para intentar buscar a Anna, ahí detrás de Kohaku, pero solo pude distinguir que seguía con Altan y volví a mi posición original con un suspiro—. No lo sé, estoy un poco preocupada. El almuerzo no fue mal, la verdad. ¿Sabes? Si la miras así de primeras a los ojos da un poco de miedo porque no hay nada, ni una chispa, y parece que ya no hay vuelta atrás. Aunque... quizás peque de optimista, pero creo que muy en el fondo lo está intentando, recuperar a la Anna de siempre. Comió todo el almuerzo, estuvimos hablando con normalidad y me dejó que la abrazase y todo, y mírala ahora, con Sonnen-senpai parece que está más tranquila. Así que quiero pensar que con algo de tiempo no la perderemos del todo.

    Aunque dudaba que lo que fuese que hubiese puesto así a Shiori nos fuese a dar tiempo para recuperarnos así que solo quedaba desear que de lo peor, sucediese lo mejor.

    >>¿Qué tal el almuerzo con Sonnen-senpai? Él también estaba un poco perturbado esta mañana pero ahora parece mucho más animado~
     
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  12.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —¿Eh? —arrastré la sílaba como una queja floja, y con la misma pereza lo zarandeé un poco del brazo—. ¿Esa es la primera imagen que quieres que tu mamá tenga de mí? Qué mal pinta.

    Vaya, realmente no lo había considerado ni por un segundo porque bueno, lo conocía hace una mísera semana y nadie se detiene a pensar en los viejos de los demás así como así, pero de repente me vi presentándome a la puerta de Altan como si nos conociéramos de toda la vida y supe que la Anna dormida ahí dentro sería totalmente capaz de hacerlo, aunque le pegara el venazo a la pobre señora y luego tuviera que hacer buena letra con, no lo sé, mis dotes de simpatía o algo así.

    Igual, de plano la idea de conocer a los padres de Al se me hacía un poco extraña.

    Sentí su caricia en el muslo y entrecerré los ojos un momento, limitándome a disfrutar la sensación. Había que ver lo confianzudos que podíamos ponernos y en ese sentido nos parecíamos mucho. Bastaba con una autorización, ¿verdad? Una ligera autorización para que nos fuéramos encima de la gente a ser los pesados e intensos de mierda que podíamos ser, y si la cosa era entre nosotros mismos... bueno, nada que hacerle.

    Quitarnos las manos de encima se me hacía hasta descabellado.

    Se lo pensó un rato al deseo y honestamente no sentí ni el impulso de apresurarlo, estaba tranquila y era probable que fuera a esperarlo todo el maldito tiempo que hiciera falta. Tampoco tenía mi fuego, de cualquier forma, así que el culo inquieto me había bajado unas cuantas revoluciones. Bajé la mirada hacia él en cuanto lo sentí removerse y despegué la espalda del tronco lo suficiente para permitirle rodearme la cintura; no lo pensé siquiera, fue un movimiento reflejo nacido de su demanda, porque probablemente fuera a cumplir cualquier estúpida demanda que Al me presentara. Se arrimó a mi abdomen y una vez más, sin reflexión alguna, cubrí su cabello con una mano y la espalda con la otra. A lo sumo eché un vistazo alrededor para corroborar si teníamos algún ojo curioso encima aunque de tenerlo igual no habría cambiado nada. No lo habría apartado.

    Que hubieras sacado un cupón rosado en vez de ese.

    Sabía que iba a broma y que su respuesta seria no sería esa ni de coña, pero igual consiguió arrancarme una sonrisa liviana y los dedos sobre su cabello se reactivaron, cepillándolo suavemente. El idiota se frotó como si fuera un gato y tensé un poco el estómago, me había hecho cosquillas. Ya ni necesitábamos los cupones rosas y él bien debía saberlo, a lo sumo para montarnos alguna gracia interna pero en lo que a la práctica refiere, íbamos a abrazarnos la estúpida cantidad de veces que quisiéramos. Con o sin los papelitos.

    Supongo que el deseo de verdad sería que pronto consigamos traer al tanuki culo inquieto de regreso.

    Permanecí en silencio, sin interrumpir mis movimientos y la vista perdida en algún punto del césped, que poco a poco se fue desenfocando. Aún no sentía rastro alguno de lágrimas reales, de hecho era tan seco y compuesto que comenzaba a asustarme, pero así y todo tuve que tomar una bocanada de aire.

    Una parte de mí no quería creerle, ¿verdad? Que ese fuera su puto deseo.

    Porque si hablaba en serio... ¿qué mierda me quedaba, más que caer rendida a sus pies?

    Imbécil.

    ¿Te olvidas de Jez?

    —¿De verdad? ¿No quieres la Play 5? —bromeé con la voz ligeramente ahogada, y no tardé mucho en sorber por la nariz y suspirar—. Sería lindo, de todos modos, no volver a la Anna del pasado.

    No necesitaba ningún máster ni años de introspección para darme cuenta que había comenzado a transitar el mismo camino de antes, ese que me arrojó al maldito vacío, al silencio y el mundo gris. Pero ahora las cosas eran diferentes, ¿verdad? Tenía a estos estúpidos que parecían tan, tan empeñados en no permitirme saltar, y puede que ahora mismo fueran lo único que me mantenía en pie.

    Y eso... eso era aterrador.

    Pero no veía por dónde apartarme.

    Cerré los ojos con fuerza y me removí, buscando enganchar las manos bajo sus axilas para obligarlo a erguirse. En la voz se me reflejó un poco el esfuerzo físico de mover a ese grandulón.

    —Vamos, ven aquí. Mueve el culo, Al.

    Estaba medio adormilado así que se asemejó a manipular un saco de papas. Una vez más o menos lo acomodé a mi lado me le eché encima, le pasé los brazos por la espalda y enterré el rostro en su cuello. Inhalé, quieta por un par de segundos.

    —Aquí tienes tu cupón rosado —susurré, y observé el patio de soslayo antes de separarme lo suficiente para verlo a los ojos—. Y aquí uno rojo que me acabo de inventar.

    La última palabra la ahogué contra sus labios, de todos modos. Busqué su boca y me hundí en ella no con ansiedad, pero tampoco fue un besito inocente. Presioné las palmas que aún mantenía en su espalda y me pegué a su torso, estrechando los hombros; fueron un par de segundos porque igual seguíamos a la vista de todos, bajo el sol del mediodía, pero no me faltaban ganas.

    De besarlo todo lo que se me puto antojara.

    Cuando me obligué a separarme permanecí cerca de su rostro y le di un toquecito en la punta de la nariz con la propia, soltando una risa suave. Busqué sus ojos como hacía siempre, porque no sé qué tenía con verlo a los ojos pero me resultaba reconfortante, y desenredé las manos de su espalda para echarle los brazos al cuello y usarlo de soporte.

    —No puede ser tu deseo, Al, si eres tú quien lo está cumpliendo, ¿no crees?

    Idiota.

    ¿Quién piensas que me está manteniendo fuera del pozo?

    Kohaku.png

    Que éramos fríos seguro, pero tampoco sabría decir si era eso algo malo. Cuanto menos, nunca lo había pensado con seriedad hasta que conocí una o dos personas extranjeras en la calle, y luego a Anna. Emanaban una calidez distinta, quizá, o serían las confianzas que se tomaban con todo Dios y que a mí me resultaban imposibles de siquiera considerar. Aunque, una vez más, era un poco hipócrita de mi parte considerando las... cosas que había hecho de noche.

    Recobré la seriedad en cuanto empezó a responder a mi pregunta, aunque probablemente nunca perdiera aquella tranquilidad en el semblante que parecía indicar que nada me importaba o afectaba lo suficiente. Es decir, no estaba serio que te cagas pero tampoco transmitía indiferencia. Era un equilibrio que bien había puesto en práctica hasta convertirlo en mi cara de todos los días.

    Asentí sin más ante su primera pregunta, Altan me había comentado lo que pasó y me limité a no abrir la boca porque no estaba seguro si me concernía o no la decisión de involucrar a Emily. Puede que sólo fuera, como siempre, mi rechazo a meterme en mierdas ajenas, pero qué se yo. No lo sentía del todo correcto.

    Seguí asintiendo, porque estaba de acuerdo con todo lo que decía y sí, a mí también me daba miedo ver sus ojos así de opacos. Verlos así de nuevo. Pero ahora Emi y Altan estaban para ella, también había más personas, y eso me dejaba la tranquilidad de que no todo era como antes. Estaba seguro que la mantendrían a flote. La idea se me reflejó en el rostro, en la sonrisa, lo supe y no me molesté en contenerla.

    Gracias, Hodges-san.

    ¿Qué tal el almuerzo con Sonnen-senpai?

    Asentí, encogiéndome ligeramente de hombros. Venga, que seguíamos bajo las mantas y ni nos habíamos dado cuenta. Había surgido como una idea estúpida pero nos habíamos habituado bastante, ¿eh? Además Emily lucía cómoda con mi cercanía y eso me agradaba.

    —Bastante parecido, de hecho... —Dudé un poco pero no pasaba nada si se lo confiaba a Emily, ¿verdad?—. Estaba un poco preocupado porque a la mañana Anna me pidió que almorzara con él, sin decir más nada. Luego lo entendí, entre verle la cara y que me contó lo que había pasado, pero hablarlo pareció ayudarlo a quitarse algo de peso. Me alegra mucho que hayas conseguido lo mismo con la enana. Quizá no podamos brindar mucha ayuda real en la mierda que tienen encima, pero al menos aportamos nuestro granito de arena fijándonos que coman bien y prestándoles un oído, ¿verdad?

    La sonrisa me estrechó los ojos y extendí el puño libre hacia ella, con una diversión casi infantil.

    —Somos buenos cuidando niños, ¿a que sí~? Siempre se la dan de protectores pero al final somos nosotros los que les salvamos el culo.
     
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  13.  
    Amane

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    Emily Hodges

    Lo escuché con la misma atención que él me había puesto a mí, asintiendo con la cabeza de vez en cuando y más o menos seria. Quiero decir, intenté estarlo pero no pude esconde el alivio que se apoderó de mi expresión en cuanto super que también le había ayudado hablarlo. No creía que mi parte hubiese pasado lo mismo porque Anna no me había dicho nada del problema directamente pero al menos algo la había distraído y también me valía.

    Solté una risa floja cuando terminó de hablar y no tardé en responderle al gesto, sacando una de las manos para cerrarla en un puño y chocárselo con delicadeza.

    —¿Verdad? Seguro que en sus cabezas es como que nos tienen super protegidos pero, en realidad, ¿qué harían sin nosotros~? —me encogí un poco de hombros y negué con la cabeza, así como pude desde la posición en la que estaba, con un expresión de suficiencia en mi rostro.

    Solté después el aire en una especie de suspiro y entorné ligeramente los ojos, sin poder aguantarlo mucho más. Al final utilicé la mano había sacado para extenderla y revolverle un poco el flequillo. Fue un gesto fugaz y rápidamente devolví la mano debajo de mi cabeza.

    >>¿Pero quién nos cuida entonces realmente a nosotros? —murmuré—. Quiero decir... si alguna vez lo necesitas, también me gustaría escucharte, senpai.

    Porque escuchar siempre a los demás también agota, ¿verdad? Y aunque no lo pareciera, también nosotros teníamos que desahogarnos.
     
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  14.  
    Zireael

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    No lo había pensado realmente, el que esa fuese la primera imagen que mamá se llevara de Anna pero ahora casi me daba risa y de todo. No solía llevar gente a casa, de hecho la única que se pasaba con frecuencia era Jez, luego creo que Kurosawa nunca había puesto un pie dentro y el imbécil de Arata mucho menos, así que quizás más la fuese a sorprender el hecho de ver a Anna como tal que el que se apareciera con un gato.

    Quizás se alegraba incluso.

    ¿De qué realmente?

    Por lo mismo que se había alegrado Shiori.

    Porque había ampliado mi mundo gris.

    Había reaccionado a mi movimiento, me facilitó la tarea de rodearle la cintura y sus manos fueron a parar de nuevo a mi cabello y a mi espalda, no me di cuenta pero solté un suspiro algo pesado a la vez que se me relajaba todo el cuerpo. Nunca iba a terminar de entender qué tenía esa tonta, pero toda la tensión que solía cargar se iba a la mierda cuando me tocaba.
    Lo del cupón rosa era tontería ya en cualquier contexto, no hacía falta y ambos lo sabíamos, pero pues por decir algo antes de soltar la pseudobomba era que lo demás.

    Se me escapó una risa floja cuando soltó lo de la play y negué con la cabeza a pesar de que ella sabía la respuesta. Presioné un poco mi agarre en torno a su cuerpo cuando la escuché sorber por la nariz antes de añadir algo más.

    No vamos a dejarte.

    Ni de puta coña vamos a dejar que seas esa Anna de nuevo.


    Antes de que pudiera decirle algo o reaccionar más la sentí removerse, venga, era un jodido tanuki, ¿qué hacía buscando moverme? Algo de gracia me hizo, pero obviamente no la dejé cargar con todo mi peso así porque sí, pero un poco sí que me dejé arrastrar por la gracia y porque Dios, qué puto sueño me cargaba. Se me echó encima y los brazos me respondieron en automático, rodeándola también.

    Aquí tienes tu cupón rosado.

    Serás tonta.

    Y aquí uno rojo que me acabo de inventar.
    Bueno, no era eso lo que estaba buscando pero tampoco me iba a quejar. Tan estúpido no era.

    Recibí su boca, el tinte que llevó consigo el beso y quisiera o no se me escapó un suspiro que fue a morir a sus labios cuando se pegó a mí. Fue más breve de lo que hubiese querido, la verdad, pero seguíamos a ojos de todo Dios y ya habíamos hecho demasiado el imbécil realmente. Ni siquiera me había molestado en recordar que apenas unos metros más allá estaba Dunn y podía haberse tirado todo el numerito.

    Tampoco era que interesara.

    Dunn era como Kohaku, no abrían la boca.

    Cuando se separó y me dio el toquecito en la nariz cerré los ojos un instante, antes de volver a abrirlos y sonreírle mientras deshacía el agarre en torno a su cuerpo solo para poder llevar las manos a sus mejillas. Volví a dejarle un beso en la frente, otro en la punta de la nariz y el último en los labios de nuevo, porque no tenía remedio.

    —Eso es porque los deseo son mierda. Haces las cosas por ti mismo o no van a pasar. —Le estrujé las mejillas como si fuese una chiquilla—. Pero me alegra saber que está resultando, cielo.

    Pero de verdad, ni una barra de mantequilla dejada a pleno sol de mediodía estaba así de derretida, ¿qué cojones?

    Jodido tanuki, ¿qué hiciste conmigo?


    oh woah im so wasted rn
     
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  15.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Emily había aceptado mi puño y compartimos, una vez más, la gracia que nos habíamos montado. Bueno, no era que me sorprendiera mucho, era una chica muy maja y desde que nos conocimos en la cafetería habíamos cuajado bien. Puede que en medio hubiera aparecido algún que otro bache, pero nada iría a tener el poder suficiente para tambalear lo que sea que hubiéramos construido hasta el momento y yo, mejor que nadie, lo sabía. Por eso me había tomado el altercado de ayer con ligereza, en verdad no era nada por lo cual perder la cabeza y, siendo honestos, por cosas mucho peores antes no me había tensado ni avergonzado.

    Era el ambiente escolar, si se quiere, lo que me hacía contenerme un poco.

    Como si estuviera programado para comportarme bajo un código a rajatabla según fuera de día o de noche.


    Si la estupidez se la hubiera montado bajo las luces sucias de un parque público, rodeados de idiotas y siendo otro tipo de chica, mi reacción probablemente hubiera sido por demás diferente.

    —Probablemente morir a los veinticinco o algo~ —solté, con una ligereza bastante descabellada para lo que acababa de decir.

    No me lo vi venir, la verdad, como tampoco me había visto venir su jugada de ayer, probablemente porque, en resumidas cuentas, nunca esperaba cosas así del ambiente escolar y las personas que conociera ahí. Emily estiró el brazo y me revolvió el cabello antes de que pudiera procesarlo del todo; pestañeé, sin romper el contacto visual, y me di cuenta que no me había tensado ni ruborizado. La verdad, sólo fue una caricia amistosa y ya. Bueno, tampoco habría tenido mucha cara para rechazar algo tan inocente luego de haber estado haciendo el idiota con Altan hacía cinco minutos, ¿no?

    Aunque él se fundía mejor con las sombras, incluso bajo el sol del mediodía.

    Me limité a sonreír luego de que regresara la mano a su espacio, al fin y al cabo volvió a hablar de inmediato y sus palabras absorbieron mi atención por completo. Quién nos cuidaba a nosotros, ¿eh? Bueno, nunca me había considerado un cuidador, la verdad, menos con mi tendencia a apartarme de los problemas que no me concernieran; lo cual, en una suerte de círculo vicioso, conseguía que ninguna mierda pareciera mi responsabilidad y así, como quien no quiere la cosa, me lavaba las manos todo el jodido tiempo.

    Quiero decir... si alguna vez lo necesitas, también me gustaría escucharte, senpai.
    Pero entendía su punto, en especial porque ella sí parecía una genuina cuidadora y seguramente ya estaría preocupándose por mí o algo similar, la muy tonta. Me cargué los pulmones de aire y lo solté poco a poco, recuperando cierta chispa de picardía al sonreírle y guiñarle un ojo.

    —Muy bien, ¿qué te parece si me preguntas algo y luego yo hago lo mismo? Prometo cien por ciento de honestidad~ Es una oferta bastante limitada, eh, te lo digo yo.

    Anna dark mode.png

    Su cuerpo ya reaccionaba al mío con la misma naturalidad y simpleza que yo reaccionaba al suyo, lo cual era bastante extraño y hasta hilarante considerando que llevábamos una maldita semana conociéndonos. Eso y que él no era el rey de la simpatía, quiero decir, para el público en general. Yo tampoco había caído en su radio con la mejor de las actitudes, pero de una forma u otra acabamos sacando cosas increíbles del otro.

    Y pensar que todo fue gracias a que le escupí en la puta cara a Usui.

    Qué cosa la vida.

    No necesitaba el fuego usual ni demasiada chispa de energía para que no sólo mi cuerpo reaccionara al suyo, sino que los malditos interruptores se aflojaran. No lo necesité para besarlo ni mucho menos para que un sutil escalofrío me recorriera de punta a punta al percibir su suspiro contra mis labios. No me dio mucho la gana de moderarme y cuando nos separamos, cuando él escaló hasta mi frente, me mordí el labio en una suerte de reclamo contenido, al menos hasta que volvió a alcanzar mi boca y mis manos viajaron a sus hombros, a los bordes de la camisa abierta, para colar apenas la punta de los dedos y alcanzar su piel. Era jodidamente cálido.

    —Alto ahí, vaquero —murmuré y mi voz se revolvió con una especie de risa áspera, una mezcla de gracia y advertencia—. Si seguimos con el numerito no podré hacerme cargo de las consecuencias~

    Como si sigues jalando de la cuerda, te arrastro a cualquier lado para comerte la boca, imbécil.

    Pero bueno, igual me jaló de las mejillas como si de repente fuera una cría de preescolar y fruncí el ceño, soltando un gruñido bajo parecido a una queja floja mientras, de cualquier forma, lo dejaba hacer. ¿Que los deseos son mierda? Pero claro, si sabría yo de eso. ¿Cómo iba mi estúpida lista de deseos, antes de que toda la mierda comenzara?

    Hacer amigos.

    Dar mi primer beso.

    Clavarme alguna cagada de antología.

    Venga, ya.

    Cartón lleno.

    Al final me saqué sus manos de encima jalándolo de las muñecas y le eché una pierna por encima, acomodándome en el espacio de césped entre las suyas. La margarita vete a saber adónde había ido a parar, pero me puse a arrancar briznas de hierba con cierto aire distraído.

    —Eh, agree. Si quieres algo bien hecho, pues tienes que hacerlo tú mismo. Quizá debería aplicar eso para Biología más seguido. —Solté una risa floja y coloqué las manos en cuenco para soplarle encima el césped suelto, justo a la cara. La risa adquirió algo más de magnitud y volví a llevar las manos a sus hombros, jugando con el cuello de la misma entre los dedos—. Ah, que te habías hecho un tatuaje~

    Recordar eso me arrojó otra porción de información que había absorbido, sí, pero ni de coña había logrado recuperar hasta ahora. Mis cuarzos, opacos y todo, se entornaron y chispearon con cierta picardía al ladear la cabeza y buscar su mirada, deslizando un dedo por la línea de su mandíbula apenas.

    —Eh, ahora que lo pienso... ¿Cómo era eso de este chico y la comida de boca? Ah, cómo le dijiste... ¿Arata~?
     
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  16.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Me sacó una carcajada bastante genuina ver que le había sorprendido el gesto y lo cierto es que hubiese recuperado la expresión llena de cariño si no hubiese sido por su reacción posterior.

    Alcé una ceja y escuché su propuesta con verdadero interés, soltando un ligero "mmm" que no pude evitar. ¿Cualquier cosa, eh? Me llevé un dedo a la comisura del labio, alzando un poco la mirada en un claro gesto pensativo.

    Era un poco difícil, en realidad, porque apenas lo conocía de una semana así que no había manera de que supiese que pregunta era más provechosa. Aunque por otro lado, con lo poco que sabía pues cualquier pregunta era provechosa, ¿no? Tenía algunas opciones aun así, porque mi alma de cotilla simplemente no podía estarse quieta pero, al final, era simplemente inevitable que no saliese aquella en concreto.

    —¿Por qué decidiste vender... bueno, hierba? —dije prácticamente en un susurro, aunque era bastante probable que nadie estuviese ahí ni que se nos escuchase demasiado—. ¿De dónde salió la idea? ¿Necesitabas dinero o cómo? ¿No es muy peligroso? ¿Y llevas mucho tiempo haciéndolo?


    Me paré en seco después de aquella última pregunta porque en un momento de lucidez me di cuenta que había comenzado a acribillarlo a preguntas y que lo estaba mirando con una intensidad que bien podría ser algo intimidante. Aparté la vista algo avergonzada.

    >>B-bueno, eso...
     
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  17.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido biblical gakkouer

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    Al 1-1.png
    Bastó apenas el roce de la punta de sus dedos para enviarme una cuota de electricidad por el cuerpo que me llegó al cerebro y atenuó el archivo, de por sí bastante inutilizado desde hace rato. Aún así también bastó eso para arrojarme a la cabeza, como el flash de una cámara, imágenes del jodido cuarto oscuro y así como Kurosawa sentía las llamas lamerle la piel, yo casi sentí al océano comenzar a picarse.

    Venga, bastaba un poquito de nada para desatarme.

    Se me escapó una risa ronca, bastante baja en tono, parecida al ronroneo de un gato al escuchar su intento de advertencia y si me contuve fue por seguir a la vista de todo el mundo, no porque necesariamente me interesara hacerlo. No es que las consecuencias fuesen a ser malas ni ninguna mierda así, es más puede que me las estuviera buscando a posta como siempre.

    Tensando cuerdas.

    Alzando interruptores.

    Hasta conseguir una reacción.

    Como fuese la dejé hacer, sacarse mis manos de encima y acomodarse en el espacio entre mis piernas. La vi arrancar las briznas de césped casi igual de distraído que ella, atontado todavía, que ahora que lo pensaba igual no tenía el archivo funcionando a capacidad por eso más que por cualquier otra cosa.
    Sacudí la cabeza casi como un perro luego de que me echara el césped encima, sentí sus manos de nuevo en mis hombros mientras lo hacía y luego en el cuello de la camisa. Fue un poco involuntario pero en los labios me bailó una sonrisa diferente, más parecida a las del cuartucho oscuro.

    No tenía ni puta idea de qué le había lanzado esa cuota de picaría a los ojos pero de cualquier forma no tardé en averiguarlo. El roce de su dedo en la línea de la mandíbula me erizó la piel y suspiré con pesadez.
    Me acerqué a su oído entonces, pues porque ya estaba paseándome de forma extraña por el borde del pozo.

    —Primero, si sigues jugando con la camisa seré yo el que no se hará cargo de las consecuencias, mi vida. —De nuevo el jodido ronroneo pero retrocedí, un poco atándome la correa a mí mismo, y eché la cabeza sobre el tronco del árbol—. Lo de Shimizu, pues nada cosas que pasan a mitad de la noche. ¿Qué pasa con ello? ¿Celosa~?

    Si me daba un golpe me lo estaba ganando a pulso.

    Y de nuevo, había que ver la capacidad que tenía para soltar ciertas cosas sin siquiera alterarme.
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kohaku.png

    Me daba gracia y hasta cierta ternura verla pensándose tanto la pregunta, como si hubiera recibido la oferta del siglo o algo así; bueno, probablemente lo fuera. No estilaba abrir la boca sobre mierdas personales, menos porque sí o por rellenar conversación casual. En ese sentido era bastante parecido a Anna, quizá, aunque ¿Emily no se asimilaba en esa categoría también? Más allá de conocerla hace poco tiempo y tal, realmente no sabía nada de ella por fuera de lo evidente.

    Bueno, igual era partidario de tomar las cosas con calma e ir conociendo a las personas sin necesidad de aventarles un interrogatorio de buenas a primeras, pero una pregunta de tanto en tanto no venía mal.

    No estaba nervioso ni nada, no creía que fuera capaz de tocar alguna fibra realmente sensible y si lo hacía, pues vaya, mala suerte. Al final se decantó por las mierdas que, supuse, le causarían mayor curiosidad, y me contuve a consciencia de no sonreírle con demasiada ternura o algo.

    —Bueno, digamos que me empecé a revolver con círculos sociales relativamente... indeseados a eso de los trece años. No lo sé, sólo pasó, en la escuela media me hice los amigos que conseguí y resultaron estar más conectados de lo que habría pensado con ese mundillo. Una cosa llevó a la otra, probé y ya de por sí me iba mucho la jardinería, así que uno de mis amigos lo sugirió y al principio no le di mucho crédito, pero se podría decir que ¿me picó el bichito de la ambición? Algo así, y decidí darle una oportunidad. Me di cuenta que tenía mano bastante diestra para manejar un negocio así y bueno, el resto es historia.

    Parecía casi un delirio de fiebre pensar en esos tiempos, ciertamente, cuando di con los chacales de Chiyoda y Yako me aceptó bajo su ala como si fuera su propio hermano o algo. Luego todo se fue a la mierda y nos dispersamos, establecimos nuestros propios circuitos comerciales y nos las apañamos para sobrevivir en la medida de lo posible. Cosas de la vida, supongo.

    ¿Que si era peligroso?

    —Bueno, supongo que si lo comparas con atender una tienda de conveniencia y ayudar en un santuario los fines de semana sí, es peligroso, pero no es algo que ponga en riesgo mi vida cada día ni nada parecido. —Me permití una risa suave porque no quería preocuparla, tampoco—. Me muevo entre círculos muy definidos de ciertos barrios, que tampoco son muchos, y con esa clientela fija me alcanza y sobra. Ya aprendí un poco por las malas que pretender expandir el negocio sin demasiado cuidado es casi como echarte gasolina encima. Eso sí que es peligroso. Digamos que mientras conozcas tu lugar y tengas la astucia suficiente, o los contactos también, para ver venir los riesgos de lejos y poder tomar cartas en el asunto sin que la línea de fuego te toque, bueno, ya tienes casi todo cubierto. El resto es no descuidar los cultivos y ofrecer un producto de calidad.

    Le ofrecí una sonrisa casi orgullosa, como si no acabara de soltarle un montón de mierdas que probablemente jamás hubiera oído en su vida. Pero bueno, ella ya sabía que vendía hierba así que no iba a espantarse, ¿verdad? Además de que, quisiera o no, se había rodeado de pandilleros. Puede que fuéramos dentro de todo de la mejor calaña, pero seguíamos revolviéndonos en las sombras con una facilidad ridícula.

    Yo, un chacal.

    Anna, una serpiente.

    ¿Altan? Ni idea, pero probablemente no tardara en averiguarlo.

    Como fuera, a la larga suavicé mi expresión y le regalé una sonrisa de ojos cerrados, comprensiva y hasta cálida, como si estuviera dando una charla sobre cosas de adultos a niños de primaria. Era justo lo que había pretendido evitar al principio, pero luego de semejante tormenta de información sí que me entró la necesidad de contenerla o qué se yo.

    —¿Algo más que te gustaría saber, Hodges-san~?

    Anna dark mode.png

    Me dio gracia y hasta ternura verlo sacudir la cabeza como un perro, y no pude evitar ayudarlo a quitarse las briznas sueltas cuando dejó el movimiento pero igual algunas le quedaron enredadas al cabello. Tenía las piernas estiradas a cada lado de su cuerpo y del tronco, valiéndome de la jodida flexibilidad que poseía, y tampoco me había hecho mucho problema por la mierda de llevar falda o porque mis muslos se estuvieran presionando contra los suyos, cosa de la cual fui repentinamente consciente cuando identifiqué la oscuridad en su sonrisa.

    Venga, guapo.

    Un toquecito de nada y ya te me vienes en banda.

    Igual era puro teatro, que ni siquiera podía culparlo tanto si estaba desde hoy toqueteándole la camisa aquí y allá. Al menos podría agradecer que me había contenido de no alcanzar su corbata, aunque ganas no me faltaban y menos al bañarme con la calidez de su cercanía cuando se arrimó a mi oído para hablarme de aquella forma que había usado hasta el hartazgo en el cuarto oscuro. La jodida piel del cuello se me erizó o qué se yo, a lo sumo una descarga similar a la inicial encontró camino por mi columna y me chispeó en los dedos, acentuando el agarre en sus hombros casi por reflejo de prensión.

    Qué putas ganas de seguir tensando cuerdas.

    Como la suicida que podía ser.

    Volvió a echarse sobre el tronco y conecté con sus ojos, reflejando su expresión sin problema alguno. Mis manos, hasta ahora quietecitas y todo, volvieron a navegar su silueta bastante como se me antojara a medida que hablaba. ¿Que si estaba celosa?

    —¿Hmm? ¿Debería~? —repliqué, sedosa, detallando el contorno de sus brazos antes de ascender y trazar la línea de su mandíbula de un único lado, para sostener su barbilla y rasguñar apenas hacia abajo, la nuez de Adán y el espacio entre sus clavículas—. De todos modos no te preocupes, cariño, que sé a lo que te refieres.

    La mierda con el Quebrantahuesos chispeó en mi mente y mi sonrisa se amplió con una cuota de malicia. Había ido siguiendo el recorrido de mis propias manos con la vista y recién entonces regresé a sus pozos oscuros, al alcanzar el nudo de su corbata, jalar sin aflojarlo realmente y deslizar las yemas sobre la tela, poco a poco hacia abajo.

    —Lo de cosas que pasan a mitad de la noche, y eso~
     
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  19.  
    Zireael

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    Tanta mierda y al final el numerito nos lo estábamos montando de todas maneras, pero en fin era porque estaba fluyendo así y no tanto porque lo hubiésemos hecho adrede de primera entrada.
    Me había venido en gracia sentir el ligero aumento de presión en su agarre pero no lo demostré, no era tan jodidamente suicida, al menos no ahí a la luz del día.

    Inhalé aire con algo de fuerza al sentir que a pesar de todo seguía tensando un poco las putas cuerdas, atilintando hilos como si estuviera afinando un instrumento. Fue un pensamiento rarísimo, me arrojó encima la sensación que me había quemado la piel cuando la estúpida de Gotho me tocó, esa mierda de ser usado pero la pateé al fondo de mi mente como si nada.

    Ya, jodido loco.

    Es Anna.

    Solo es Anna.

    —No sé. ¿Lo estarías? —Le regresé la pregunta con cierta diversión en la voz a pesar de que su tacto, que el recorrido de sus uñas me había arrojado otra corriente de electricidad encima.

    Solté un suspiro eso sí y pasé un poco del resto de sus palabras porque ya lo sabía de sobra, las sombras en las que Anna se fundía, los caminos que recorría, la habilidad casi innata de tensar cuerdas como una desquiciada de mierda.
    Conecté con sus cuarzos cuando regresó a mis ojos, sentí su tacto en la corbata y el resto de sus movimientos; tragué grueso sin darme cuenta realmente y solté otra risa ronca.

    —Eh~ ¿Debería yo estar celoso entonces? —Ni de coña, habría sido como celar a la tonta de Kurosawa si se le hubiese a travesado liarse con otra persona mientras hacíamos el tonto, pero bueno por fastidiar podía soltar ese tipo de mierdas.

    Volví a estirar la mano para hacerme con un mechón de su cabello con aire distraído. Ganas de besarla de nuevo no me faltaban, ciertamente, pero no estaba muy seguro de poder contenerme demasiado ya así que mejor dejar el culo quieto, al menos un poco. Dejé ir su cabello, llevé la mano a su mejilla y luego deslicé los dedos a sus labios, fue apenas un roce de nada.

    Estaba en eso cuando noté movimiento por el rabillo del ojo y al seguir la silueta, separando la vista de Anna, noté el dragón dorado en la tela satinada.

    Era casi una puta bandera de guerra.


    Cay 2.png
    Cuando me terminé la lata de café busqué con la vista un basurero para tirarla, tuve que estirar un poco el cuerpo para finalmente ver uno del lado contrario a donde nos habíamos sentado. Me excusé con Asteria para levantarme y avanzar hacia el contenedor, al hacerlo vi la escenita al otro lado un poco por encima. Había dos bajo una manta que vete a saber de dónde habían sacado y luego detecté con el rabillo del ojo el cabello rosa chicle junto a la silueta de sombras.

    Sonnen.

    No giré el rostro siquiera, seguí mi camino aunque tuve que pasar cerca de los que estaban bajo la manta para alcanzar mi objetivo, lanzar la lata y regresar sobre mis pasos. En ese momento sí hice contacto visual con Altan, fue cosa de unos segundos y lo dejé estar.

    Encima, ese cabello rosado me sonaba de algo, aunque fuese de haberlo visto de pasada pero no sabía yo nada y tampoco me iba a molestar en averiguarlo. Me daba bastante igual lo que cada persona hiciera o dejara de hacer, lástima que no podía decirse lo mismo de Sonnen porque su voz detuvo mis pasos cuando estaba por rebasar el árbol de regreso a la mesa.

    —Hombre, ¿no te estás cagando de calor? —soltó con el ceño ligeramente fruncido.

    Me encogí de hombros en respuesta, con cierta cuota de diversión en la mirada, porque lo cierto es que era su charlita de mierda era la que me había impulsado a ir a buscarla al casillero. Seguí el camino sin decirle nada, totalmente ajeno a que Kohaku era el idiota bajo la manta, de haberlo sabido posiblemente me le hubiese ido encima como un jodido crío pero bueno las cosas no funcionaban así. De hecho en la mañana, saliendo de la 3-3, le pasé prácticamente al lado pero ni enterado. Bueno como era para evitar el contacto visual no lo había visto siquiera y él seguro tampoco, porque otro imbécil casi se lo había llevado en banda, que de todas formas no lo hubiese reconocido de buenas a primeras con el cabello de otro color.

    Shibuya estaba metiéndose en un lío bien jodido, porque de repente se habían metido en un nido de chacales y ni nosotros mismos lo sabíamos pero no tardaríamos en averiguarlo y joder, como le hicieran algo más a la hermana de Yako íbamos a salir hasta de debajo de las putas piedras, porque él nos había acogido bajo su ala y ahora se lo debíamos.

    Se lo debíamos y por eso Yuzu nos había hecho jurarle lealtad para cuando apareciera alguien digno de tomar el trono vacío en Chiyoda.

    Mientras caminaba de regreso a la mesa me saqué el móvil del bolsillo para tipear un mensaje.


    Heyo, big sis.
    ¿Puedo pasar por tu casa cuando salga de la escuela?
    Necesito que hablemos unas cosas.


    El contacto estaba guardado como Masaru, una alteración masculina del nombre de Yuzuki. No tardé nada en recibir una respuesta.

    Claro, cielo.
    Avisa cuando bajes en la estación para poner a hervir el agua.

    sE ME FUE LA PUTA PINZA TAMBIÉN y pos como tenía a Cay atascado ahí pues aproveché el bug (??

    Ko-kun en ti está ver el sneak peek o no (?
     
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  20.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Emily Hodges

    La atención que le puse a todas sus palabras tenía que ser digna de ver, seguramente ni a los profesores los miraba con todo ese interés. Era un poco extraño, si lo pensaba detenidamente, porque yo solía pecar de juzgar un poco a la gente por ese tipo de cosas y ahora... ¿qué? ¿Siendo amiga de puros pandilleros? Que tampoco hacía falta mucho para imaginar con qué clase de gente se juntaba Anna, no era tan tonta.

    Tampoco es que me molestase, si tenía que ser sincera, y ya hacía bastante que habían despertado la chispa de mi curiosidad... así que les iba a tocar lidiar con eso.

    Y venga, que lo que me estaba contando era interesante y... ¿alguna vez lo había visto hablar tanto como en ese momento? Pues no, y no iba a desaprovechar eso ni de lejos. Asentí con la cabeza de vez en cuando, totalmente inmersa en la historia y, por muy extraño que estuviese siendo, acabé sonriendo de nuevo totalmente enternecida cuando terminó el relato con tanto orgullo. Al final del día, si decía que no ponía en riesgo su vida y en realidad le gustaba hacerlo, no me quedaba más que fiarme.

    Solté una risilla y negué ligeramente con la cabeza.

    —Así está bien. Vamos a soltarnos los trapos sucios poco a poco mejor, ¿no~? —claramente lo dije con un tono de broma—. Gracias por responder, senpai. Te toca a ti pero... —me interrumpí a mitad de frase para sacar el móvil de mi falda y mirar la hora, con una mueca de ligera molestia—. Supongo que te doy tiempo para pensarlo, no queda mucho de receso~

    Dejé escapar un suspiro mientras devolvía el aparato a su lugar y le dediqué otra sonrisa mientras apartaba la mano que tenía sobre las mantas con delicadeza, haciéndome con ellas para bajarlas y volver al mundo real.

    >>Eso fue divertido~ —canturreé, incorporándome ligeramente hasta acabar sentada, y acabé por estirarme al hacerlo—. Supongo que ahora puedo afrontar mejor las clases...

    Cada uno se miente como puede, huh.

    Que ayude con el delirio dise
     
    Última edición: 14 Diciembre 2020
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