One-shot Horror Ajeno [Limbo] (CreepyGaming)

Contenido oculto: Limbo

He hecho cosas abominables. Hemos hecho cosas abominables. Ignoramos cómo fue que llegamos aquí (mucho menos desde cuándo), ni quiénes somos. No tenemos nombres ni una manera parecida de identificarnos, porque no hace falta. Solo vivimos el momento, inmersos en este mundo de tinieblas. La oscuridad predomina por sobre la luz, que es excesivamente escasa. Hemos aprendido a vivir sin ella, se podría decir que ya no la necesitamos. El concepto de noche y día es prácticamente inexistente, porque no hay ningún tipo de transición lumínica sobre esta superficie hostil. No somos los únicos que habitan este paraje lúgubre y silencioso; hay una gran variedad de criaturas peligrosas, como tarántulas de un tamaño descomunal o gusanos gigantes. También hay infinidad de trampas, pero desconocemos quiénes las han puesto ni con qué fin. Sin embargo, sabemos muy bien que no debemos ir más allá de la fábrica que contiene máquinas letales.

Nosotros sí que somos capaces identificar nuestras propias trampas. Las colocamos por todas partes para capturar a los niños de los ojos brillantes. Ellos son diferentes a nosotros, porque se empeñan en huir de aquí, quieren dejarnos atrás. Nos dedicamos a impedirlo a toda costa. Si nosotros no podemos salir, ellos tampoco podrán. Ya hemos atrapado a muchos de ellos, tantos, que no sé decir exactamente cuántos. Los golpeamos en todo el cuerpo hasta que fallecen, les damos con piedras y lanzas, los colgamos del cuello con una soga, los ahogamos, los quemamos, los torturamos de las maneras más viles, crueles y despiadadas. Otros han logrado eludirnos para ir hacia la fábrica, y entonces ya no sabemos si han podido abandonar esta realidad o si en cambio han perecido de una manera aún más violenta. Todos esperamos, en todo caso, que sea lo segundo.

Atravesar la fábrica es la única salida, pero está llena de cadenas, armas que disparan fuego y sierras circulares muy filosas. Se accionan solo con estar cerca. Varios de nosotros ya han intentado vencer a esas malditas máquinas, pero sin éxito. Por todas partes se hallan manchones de sangre, vísceras desparramadas, huesos rotos o pulverizados, cadáveres en estado de descomposición y prendas tiradas en el suelo, como si sus antiguos dueños hubieran desaparecido de repente, así sin más. Como ya lo he dicho, solo vivimos el ahora. Apenas si hay frutos para alimentarnos, por lo que nada más esperamos la muerte sin decir nada, mirando hacia un punto perdido, en todo momento. Es un infierno mudo y triste, donde no es posible siquiera la esperanza de una existencia mejor. Ya sea en los bosques, pantanos, cavernas, lagos, montañas, desiertos o ciudades abandonadas, el peligro acecha constantemente. Siempre aguarda por nosotros.

A veces tengo algunos recuerdos muy detallados. Son momentos extraños que me dan la impresión de haberlos vivido antes. Me encuentro en una especie de sótano húmedo, sin iluminación. Tengo grilletes en los tobillos y en las muñecas, que están unidas a unas cadenas que se fijan en la pared. Suelo oír el sollozo desconsolado de unos infantes, niños y niñas por igual. Creo que tienen mi misma edad. La mayoría somos huérfanos. Nada más se empeñan en llamar a sus madres o a balbucear algo inentendible mientras lloran hasta poder tragarse sus propias lágrimas. De vez en cuando se abre la puerta de arriba y unos pasos apresurados bajan por las escaleras para llevarse a uno de ellos. Cuando se resisten, son golpeados hasta que se desmayan. Y nunca vuelven. Puede pasar mucho tiempo, y jamás volvemos a saber nada de ellos. Solo nos queda rogar por no ser el siguiente en la lista.

Por más que hubiera querido evitarlo, finalmente llega mi turno. Un hombre fornido vestido de gris viene y abre mis grilletes. Me toma del cuello y sujeta uno de mis brazos para hacerme caminar a tropezones, casi arrastrándome. Me trasladan a otra habitación y es entonces cuando por primera vez en mucho tiempo (quizás un año o más) puedo volver a ver la luz. La transición se da de manera tan intensa y abusiva, que debo cerrar los ojos por el ardor que siento en mis pupilas. Me sientan en una silla y me sostienen firmemente, me doy cuenta de que me están rapando el cabello, y solo allí soy consciente de mi delgadez extrema y las magulladuras o moretones que hay en todo mi cuerpo. Luego emplean algo muy caliente para quemarme el costado de la sien. Me visten con una bata blanca y me atan a una camilla. No puedo gritar, tengo la boca sellada con una cinta.

La camilla es trasladada a lo que sería un laboratorio clandestino. Está lleno de elementos de vidrio, frascos con líquidos de colores opacos, aparatos extraños y más camillas con niños inconscientes. Al igual que yo, están con la cabeza rapada, y tienen un código alfanumérico dibujado al costado de la cabeza. Ninguno se mueve, pero permanecen conectados a un montón de tubos que se introducen en sus antebrazos, pechos o hasta detrás de sus cráneos, a la altura de la nuca. Algunos tienen la piel de color negro, tan oscuro como el carbón; es como si fueran las de sombras de sí mismos. Al ver semejante horror, quiero gritar, pero no puedo. Una enfermera de aspecto desgarbado se me acerca, sosteniendo una jeringa. Aplica su contenido en mi antebrazo izquierdo. Espera unos segundos, observando su reloj de pulsera para chequear el momento preciso en que ha de hacer efecto. Es como si ya estuviese acostumbrada a hacer esto. Me descubre la boca, pero aun así no puedo gritar ni decir nada. Mi voz se ha apagado, las cuerdas vocales no me responden. Me sacudo descontroladamente, intentando zafarme.

Pero es inútil, me es imposible escapar de mis ataduras. Mi vista se va nublando muy lentamente, no quiero dormir. Tengo mucho sueño y estoy aterrado, no sé qué me harán después de perder la conciencia. Me agito nuevamente, la desesperación ha poseído cada uno de mis sentidos, aunque es todavía peor sentir el amargo sabor de la impotencia. Tiemblo demasiado, hace frío. Cada fibra de mi cuerpo duele, y mucho. Un doctor se pone frente a mí para observarme, pero solo distingo su sombra. Veo que en su mano sostiene un escalpelo. Se nota que está tan ansioso por cumplir con el procedimiento como yo con mis ganas de no estar allí. Luego, alcanzo a percibir vagamente que apunta su instrumento a la altura de mi pecho, y entonces me desvanezco. Es allí cuando concluye la evocación. Cada vez que despierto para ver la oscuridad, es como si volviera a nacer. No logro discernir quién fui ni quién soy. Tampoco sé si esos recuerdos son pesadillas… o si lo es este desgraciado lugar.