Aventura Expedición al Mar Bóreo

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por jonan, 5 Diciembre 2019.

  1.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

    Capricornio
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    Saludos

    Aquí un consejo, cuando se dice algo y luego se especifica a quien se habla, se separa con una coma el nombre del resto de la oración. Como en ese ejemplo y doy más ejemplos inventados.
    Oye, Pierre.
    Ten cuidado, amigo.
    Cuidado con el camino, jefe.
    No me hizo gracia, Bertans.

    La historia del pasado de Sigmund dice un poco más sobre su personalidad.

    La cueva misteriosa se me hizo intrigante. ¿Quién o qué la hizo y por qué motivo?

    Y terminar con la aparición de esos zombis gigantes de otro mundo (tal vez) que incluso el espíritu del casco teme, es un gran material para esperar al próximo capítulo.
     
  2.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
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    24º Capítulo: “Las praderas de la eterna caza”

    Gamal, colgado de la espalda del Wendigo, apoyó sus dos pies sobre la espalda del otro, sintiendo que ésta no estaba bajo el musgo, solamente era un duro costillar. Entre el verde, el shilí observó que el hombro se giraba sin resistencia alguna, pudiendo girar el húmero completamente. A punto de ser atrapado, se tiró hacia atrás, logrando sacar su cimitarra a duras penas, partiendo parte del omoplato que había cercenado y cayendo de espaldas.

    El animal abrió la mandíbula para gritar de dolor, sus ojos se abrieron con fuerza, pero su boca no liberó sonido alguno. Se giró rápidamente e intentó agarrar a Gamal con su enorme mano con dedos acabados en afiladas garras. Éste, en el último instante, lo esquivó dando una voltereta hacia atrás, escondiéndose después tras un árbol. Viendo que se había dejado su cimitarra detrás, sacó los dos cuchillos que guardaba en su cintura.

    –¿Qué es eso? –preguntó Pierre sin perder de vista la densa niebla morada que salía de sus ojos.

    –Es Wendigo. Todo aquel que vive de los excesos y la codicia se le es maldecido hasta convertirse en esta criatura. –explicó Mirlo Rojo.

    –¿Y cómo lo matamos?

    –Siempre se ha hablado de un rito, pero creo que es una broma de las ancianas.

    –¿Cómo?

    –Meterle una comadreja por el culo dudo que sea una opción. –dijo la mujer, preparando su larga espada. –Así que tendremos que ir despedazándolo.

    Pierre hizo lo mismo, sin entender muy bien lo que ocurría, y preocupado por el carácter de aquella criatura.

    Aprovechando que la criatura iba a por Gamal, los dos se abalanzaron, cada uno a una de las piernas. El Wendigo, sin perder el tiempo, lanzó su brazo izquierdo hacia atrás a la vez que su columna vertebral daba la vuelta entera, golpeando fuertemente a Mirlo Rojo con el puño cerrado, haciendo que ésta saliera despedida contra Pierre.


    *****​


    Reptante, una monstruosa serpiente iba directo hacia los carruajes. Bertans y Sigmund veían como los pinos y robles caían de vez en cuando ante la criatura de desgastado color azul turquesa.

    –Voy a disparar. Les alertaré de que eso viene antes que los dos gigantes del fondo. –dijo Bertans, preparando su mosquete.

    –Han visto a los gigantes y se están preparando para su llegada. En cambio, no han visto a la serpiente.

    Bertans abrió la recamara, colocó la bala, la pólvora y la cerró a toda velocidad. Finalmente, echó atrás el cebador y cogió posición de disparar. Esperó en busca de un tiro limpio y disparó, dando en el cuerpo de la criatura, la cual ni se inmutó, aunque si alzó su cuerpo.


    *****​


    El grupo de Alphonse fue alertado, quienes vieron que una gran serpiente azulada se levantaba sobre el bosque. Imparable y ahora algo malhumorado, se lanzó contra la caravana. Ahora con la cabeza al descubierto, vieron como aquella criatura tenía los ojos en llamas, pero también liberaba un ligero humo morado, sus fauces eran grandes y retorcidas, al igual que los dos cuernos que asomaban sobre su achatada cabeza. Tras ésta, tenía una peculiar joya morada.

    –Si eso llega a nosotros estaremos perdidos. –dijo Alphonse en busca de un plan.

    –No puede ser… –susurraba Gato Marrón. –Es Unk Hula, la ferocidad incontrolada.

    –John, deberíamos despistar a la criatura, llevarla hacia Sigmund y Bertans. Tal vez puedan abatirla a tiros. –dijo el martinico desde su carruaje.

    –Pero estás herido. Ya iré yo.

    –Anda calla. –El martinico se levantó de su sitio sin apoyar el pie, y se subió al caballo de John cuando éste se acercó. Después, partieron hacia la cabeza del grupo.

    –Vamos a ganar tiempo, intentaremos que los tiradores lo maten. –explicó John.

    –La joya tras su cabeza es su punto débil. –explicó Gato Marrón. –Las leyendas cuentan que es la única forma de matarlo.

    Alphonse miró a la criatura, observando la gruesa piel escamosa del animal. Después, giró la cabeza hacia el carro donde Sigmund guardaba sus armas y tuvo una idea.

    –John, Dhalion, coged las armas de Sigmund y llevádselas. Las flechas de acero y la cuerda elástica. Tal vez tengamos una oportunidad.

    –¡Esperad! –gritó Gato Marrón. –Esa criatura es Unk Hula. Si queréis matarlo debéis golpear a la joya que hay tras su cabeza. Cuenta la leyenda que Animikii lo mató arrancándosela con sus garras.


    *****​


    Junto al rio, rodeados por Gran Lucio y Gran Cuerno, por un lado, y Horne y Herschel por el otro, se encontraban dos criaturas humanoides de negro color, no mucho más altas que un martinico y siempre tenían su cola en alto. Éstas tenían cabezas alargadas y estiradas hacia el cielo y sus rostros no tenían nada más que cuatro ojos laterales que se alargaban hacia atrás con la misma textura de dos perlas negras y una pequeña mandíbula de la que se observaba una pequeña boca llena de dientes torcidos. Sus espaldas estaban encorvadas como las de un gorila, sus esqueléticos brazos llegaban hasta el suelo y la piel que lo recubría era muy viscosa.

    –Apartaos, son Karkallih. –ordenó Gran Cuerno mientras cogía con fuerza su lanza y extendía su brazo para hacer retroceder a Gran Lucio.

    –Gran Cuerno, debemos luchar los cuatro, no hay otra opción.

    Herschel no dudó, sacando su sable a relucir con la mano izquierda, y colocando en el mismo costado sus dos cuchillos para poder cogerlos con la derecha. Después, estiró la misma mano hacia la espalda, donde tenía una pistola preparada.

    –Horne, prepárate. Hoy te toca luchar. –le alertó el joven, sacando inmediatamente su sable y colocándose en posición de combate.

    Uno de los dos Karkallih, al ver que Horne, se colocaba en su posición, decidió lanzarse hacia los dos extranjeros. Herschel, al ver el ataque, agarró su pistola y disparó a la criatura en la cabeza. Cayó desplomada, pero en el suelo aún se removía, momento en el que tanto Horne como Herschel se abalanzaron contra la criatura. Ésta, con sus agiles extremidades intentó huir, pero los dos llegaron a tiempo para clavar sus armas en el pecho del viscoso ser.

    En ese momento de debilidad, el otro Karkallih se lanzó contra el dúo, pero Gran Cuerno no lo permitió, lanzándose con su lanza contra él. El humanoide, quien vio el ataque con sus extraños ojos, pegó un fuerte salto con el que esquivó el ataque, logrando apoyarse en un árbol. Acto seguido, rebotó y se lanzó contra Horne, quien se vio sorprendido por la rapidez. Solamente pudo reaccionar poniendo su brazo izquierdo protegiendo su rostro y cerró los ojos.


    *****​


    Los dos gigantes que llevaban viendo desde hace rato no iban solos, lo que el grupo de Alphonse observó con tiempo. La criatura era más grande que un humano, pero no tanto como los gigantes, no llegando a sobresalir en el bosque. Aquella extraña sombra no se apreciaba, pero su enorme cabeza y su terrible olor a podredumbre se sentían de lejos.

    –¿Qué más necesitamos ahora? –comentó Nicolas Moll preocupado, sin perder ojo de la gran serpiente que se había desplazado por su izquierda.

    –Nicolas, tal vez debamos hacer lo mismo que Dhalion y John, entretener a la criatura y si es posible acabar con ella. –El cartógrafo miró fijamente al moreno y comenzó a pensar. Giró su cabeza a un lado, donde estaba la serpiente gigante, y después al otro.

    –Tal vez en el río tengamos una oportunidad. Los caballos lo atravesarán más rápido que esa criatura.

    –Pues vamos. No tenemos tiempo que perder.

    El dúo se lanzó al interior de bosque, cada uno sobre su corcel, hacia donde se encontraba la misteriosa bestia. Esquivando las verdes hojas y galopando sobre el fresco suelo, llegó el momento en el que se vieron obligados a detener los animales. El olor era insoportable, llegando casi a crear nauseas.

    Sabir no se detuvo, sacando un pequeño bote lleno de un líquido blanquecino y cogiendo unas hojas de los árboles. Las hojas las machacó con sus manos, para después empezar a hacer una bola con ellas. Derramó cuatro gotas y creó cuatro pelotillas de un olor fuerte, pero a la vez neutro.

    –Toma esto. –le dijo Sabir a Nicolas Moll, ofreciéndole los tapones. –Es sazopecia, detendrá el olor. Póntelos en las fosas.

    –Ya viene. –respondió el cartógrafo mientras se tapaba la nariz.

    Aquel ser de siete pies de alto y tez blanca, tenía todo su cuerpo cubierto de asquerosas pústulas y sangrantes costras. Con cabeza amorfa y absurdamente grande, chepa pronunciada y robustas extremidades, llevaba una gran maza de piedra en sus dos manos.

    –Parece que tiene la viruela. –dijo Sabir.

    –No sé lo que tendrá. Pero no pienso tocarlo.

    Los caballos se removieron de su sitio al ver a la criatura, obligando a los dos hombres a agarrar con fuerza sus riendas. Nicolas Moll cogió su pistola de pedernal y la cargó. Acto seguido apuntó al cabezón del animal y disparó. La esférica bala de plomo se clavó en una de las pústulas, haciendo que saliera negra y viscosa sangre mejilla abajo.

    –Creo que ya hemos llamado su atención. –dijo Moll, sacudiendo las riendas y cogiendo la dirección hacia el río.

    –Cuidado. –alertó Sabir, viendo cómo el gigante alzaba su maza mientras él también tomaba el rumbo.

    Los caballos, a todo galope, arrancaron, esquivando el tremendo golpe vertical que pegó la maza contra el suelo. El suelo tembló, pero sorprendentemente la maza de piedra no se rompió. Volvió a reunir el mango en sus dos manos y comenzó a caminar tras los dos hombres.


    *****​


    –Alphonse, los arqueros están listos. –dijo Gato Marrón.

    –Esperad un poco, no podemos permitirnos perder un tiro. –Alphonse miró como una decena de hombres estaban en línea, con una rodilla en el suelo, el carcaj en su espalda y la sangre de gusano al lado.

    –¿Crees que funcionará el plan?

    –Según tú, son Nichii y Gisii, la tormenta y el frío invernal. Al menos intentaremos ganar tiempo hasta reunirnos todos. En el peor de los casos, huiremos.

    –¿Sabes que nos enfrentamos a demonios del mundo de abajo?

    –No sé a lo que nos enfrentamos. –Alphonse miró la joya morada de su espada, observando que fluctuaba con fuerza–. Pero si pueden morir, los mataremos.

    –Esperemos no acabar el día en las praderas de la eterna caza.


    *****​


    –Dhalion, te dejo al mando del caballo. –dijo John cogiendo las armas de Sigmund. –Debes despistar a la criatura en lo que tarde en subir.

    –¿Tienes el arma cargada?

    –Toma. –John le entregó una pistola al martinico. –Me voy.

    John pegó un salto del caballo y se tiró a la verde hierba, donde dio un par de vueltas sobre sí mismo para aliviar el golpe. Acto seguido, corrió tras un árbol. Sin poder contener su agitada respiración, se asomó para ver a la criatura, que lo había visto todo y se dirigía directo hacia él.

    –¡Bestia! –gritó Dhalion a varios metros, sin lograr la atención de la enorme serpiente azulada. –A ver si puedes ignorar esto.

    Apuntó la pistola al gran ojo en llamas del animal y disparó, tiro fácil por el tamaño del globo ocular. El animal, sin embargo, ni se inmuto, ya que la bala no tenía un ojo donde clavarse.

    –Mierda.

    El martinico sacudió las riendas e intentó interponerse entre el monstruo y John. Éste último comenzó a huir, pero no era lo suficientemente rápido. Los árboles caían y se quedaba sin lugares donde esconderse, más aún cuando veía que una pared rocosa se encontraba frente a él.

    Miró a su bolsillo y metió su mano, observando un vial de un muy oscuro granate líquido. Su temblorosa extremidad no se atrevía a levantarse, pero al alzar su cabeza vio que Unk Hula estaba encima y Dhalion no llegaba a tiempo. Su mano se alzó y con la otra mano quitó el pequeño corcho que cerraba el recipiente.

    –¡Hola bichejo! –dijo una voz sobre John. Éste miró arriba, viendo que, sobre un saliente en un lateral, Bertans se encontraba con su arma preparada. Sin esperar, disparó a la brillante joya de su cabeza.

    La bala golpeó de lleno y aunque el cristal ni se movió, el animal se vio muy molesto. La bala, clavada, provocó un importante sangrado. Giró la cabeza hacia el origen del tiro, haciendo que Bertans, de repente, se encontrara una enorme cabeza diabólica mirándolo fijamente.

    –Dhalion, es tu turno. –susurró Bertans nervioso.

    John corrió hacia un lado, colocándose a la altura de Sigmund, quien asomaba en busca de sus útiles. Del lugar comenzó a escalar pared arriba.


    *****​


    El fuerte puño cerrado del Wendigo atacó a la cabeza de Pierre, quien lo detuvo con la espada que asía con la mano derecha y apoyaba el filo con la izquierda. El arma temblaba, haciendo que el phínico no supiera cuanto aguantaría.

    De repente, Mirlo Rojo apareció con su espada dando un golpe vertical que intentó asestar con todas sus fuerzas en la pierna del demonio. Pero éste, siendo mucho más ágil, liberó esta pierna del suelo y la uso para pegar un fuerte golpe en la tripa de la mujer, mandándola a volar.

    Gamal, aprovechando que el Wendigo estaba a los otros dos, cortó el brazo izquierdo con su cimitarra. El huesudo y largo brazo cayó al suelo dejando una pequeña aura morada que se desvaneció. Gritó de dolor de nuevo, aunque no tuviera cuerdas vocales para emitir sonido, momento que aprovechó Pierre para agacharse, esquivar el puño derecho del monstruo dejando atrás su espada, y pegar un puñetazo en la rodilla que acababa de volver de dar el empujón a Mirlo Rojo. La rodilla no aguantó el golpe, separando ambas óseas partes de la pierna. El pie, la tibia y el peroné, al igual que el brazo, perdieron su magia inmediatamente.

    La criatura cayó hacia atrás por su propio peso, pero en el suelo no se detuvo. Gamal quiso rematarlo golpeando su cabeza, pero éste cogió el mismo brazo cercenado con la mano derecha y lo usó para golpearlo en la cara. Pierre, quien estaba cara a cara con las piernas del Wendigo, recibió un fuerte golpe en la cara con el extremo del fémur que lo tiró al suelo.

    –¡Pierre! –gritó Gamal preocupado desde el suelo al ver que no se levantaba.

    –Parece que solo tenemos que despedazarlo. –dijo Mirlo Rojo, quien se levantaba del suelo, a varios pies de distancia, y con un pequeño rio de sangre saliendo de su boca que limpió con su mano.

    El Wendigo alzó sus brazos girando la articulación por completo. Apoyó las palmas en el suelo y de un empujón se levantó, apoyado sobre una pierna. Gamal y Mirlo Rojo lo rodearon, caminando poco a poco, intentando alejarlo de Pierre, quien estaba en el suelo inconsciente.


    *****​


    Horne abrió los ojos, viendo un Karkallih colgado a poco de él, atravesado por una lanza, e intentando que sus largos, delgados y desagradables brazos pegajosos atacaran al inventor. Éste, del susto, se echó atrás para atrás y vio que Gran Cuerno lo había salvado con su lanza.

    –¿Por qué no muere? –preguntó el inventor aterrado.

    –No sé cuál es su punto débil. –dijo Gran Cuerno.

    –Pero hemos matado al otro. –respondió Herschel a pocos pies de ellos.

    Gran Cuerno arrastró su lanza por el aire y lo volvió a clavar en el suelo, aunque el enemigo no se detuvo, llegando a arañar la pierna del Wapahaska. Exclamó de dolor y retrocedió, oportunidad que Horne aprovechó para clavar el pecho del Karkallih. La criatura liberó un estridente sonido de dolor, pero no moría. Movía sus extremidades con fuerza, lo que lo obligó a retroceder.

    –Herschel, abre el torso de la criatura con tu espada.

    –¿Qué?

    –Descubre qué ha matado al otro. Si vemos el órgano dañado, sabremos cómo matarlo.

    De repente, la criatura negra se levantó del suelo arrastrando la lanza que atravesaba su cuerpo por un costado. Con uno de sus brazos se la arrancó para, después, partirla por la mitad golpeándola en su fina rodilla y tirar ambas partes.

    Miraba fijamente a Gran Cuerno y Horne, los que tenía en frente, aunque no perdía de vista a Herschel, quien se encontraba hacia un lado. Gran Cuerno, ahora desarmado, sacó uno de sus cuchillos y agarró una posición de combate. Horne lo miró de reojo, por lo que empezaron a caminar de lado tanteando el terreno, sin perder de vista al enemigo, pero moviendo las armas para que la criatura no les perdiera de vista.

    Herschel, siguiendo la idea de Horne, corrió hacia el cuerpo del otro Karkallih y pegó un fuerte espadazo en el torso. La jugosa carne negra embadurnada en gelatinosa y sucia grasa se partió con facilidad, y ayudado de un cuchillo en su otra mano hizo palanca para abrir el cuerpo, notando al momento un nauseabundo olor que le obligó a cerrar los ojos. Sin detenerse, suspiró y continuó con su trabajo, abriendo finalmente la caja torácica.

    La otra criatura, inesperadamente, gritó de dolor y miró atrás. En su espalda un Tomahawk sobresalía, arma lanzada por el joven Gran Lucio. La criatura, furiosa, decidió lanzarse contra el joven, viendo que se encontraba solo. Herschel intentó interceptar al animal la espada en mano, pero lo esquivó de un salto por encima, directo a Gran Lucio, quien sacó su otro Tomahawk.


    *****​


    Bertans miraba fijamente a la criatura, quien olía a su presa con detenimiento. Unk Hula respiraba con fuerza a través de sus fosas nasales, liberando un inmundo olor y haciendo que el corto cabello de Bertans se removiera. El segundo al mando miró de reojo, observando que John estaba entregando los útiles de Sigmund.

    –Gato Marrón ha dicho que debéis dar en la gema tras su cabeza para matarlo. –susurró John antes de partir hacia abajo.

    –Lo había supuesto…

    La enorme boca se lanzó contra Bertans, quien esquivó el ataque lanzándose hacia un lado, a traces del saliente rocoso, rematándolo con una voltereta. La criatura mordió la roca, llevándose parte de ella. Se giró hacia un lado para escupirla, acto seguido recibiendo otro tiro, esta vez en el entrecejo.

    Unk Hula miró que Dhalion, sobre el caballo, lo había disparado y sin dudarlo se lanzó contra él. Dhalion sacudió las riendas y el caballo comenzó a galopar entre los árboles, obstáculo que la serpiente se quitaba con facilidad.

    –¡Bertans! ¡Ayúdame! –gritó Sigmund, quien estaba atando su elástica cuerda a dos rocas. –Tenemos que tirar con mucha fuerza.

    –¿Qué demonios haces? –dijo Bertans mientras corría hacia el phínico. Este último, tras asegurar la cinta, preparó una de sus largas y afiladas flechas negras de hierro. –¿Esta es la flecha que usaste en Askar?

    –Tenemos que tensar muy bien la cuerda entre los dos y reventar esa puñetera gema.

    John llegó abajo y sin pensárselo dos veces se lanzó a ayudar a Dhalion, quien intentaba tantear con la inmensa criatura. El hombre corría sin descanso, aunque sintiera que su pecho fuera a resquebrajarse, debía ayudar al valiente martinico. Miró a su derecha, viendo como las azuladas escamas reptaban entre los árboles, sintiéndose más pequeño aún.

    Continuó corriendo hasta que, de repente, Dhalion pasó frente a él en el caballo.

    –¡Súbete estúpido! –le gritó. John le obedeció inmediatamente, subiendo casi de un salto, aunque Unk Hula estaba casi encima.

    Arriba, en el roco saliente, Bertans y Sigmund apuntaban. El primero, sentado delante, tiraba con todas sus fuerzas mientras que sus pies agarraban en suelo con todas sus fuerzas. El otro, sentado tras el cuerpo con cuerpo, apuntaba la saeta, aunque el movimiento del enemigo complicara el tiro.

    Unk Hula, gracias a que Dhalion se había detenido, tenía a los dos a mano. Para que no huyeran comenzó a reptar solo la parte trasera de su cuerpo, girándolo alrededor de la pareja con idea de no dejar escapatoria.

    –Esto no me lo esperaba. –dijo Dhalion, ya con John sobre el caballo.

    Sigmund, en aquel momento liberó la negra flecha, la cual cruzó el cielo como si de una diabólica negra sombra se tratara. Dhalion y John escucharon el sonido de un cristal rompiéndose, pero no podían esperar, Unk Hula se caía sobre ellos. El martinico azotó las riendas del caballo con todas sus fuerzas, haciendo sangrar al mismo corcel, y en el último instante se escaparon por el último resquicio que les quedaba.

    Miraron a la criatura, la cual no se levantaba, y tras rodearla a una distancia prudente, vieron como la saeta estaba clavada tras la cabeza de Unk Hula y había roto la gema en numerosos pedazos. Éstos liberaron un último destello morado, antes de apagarse por completo.


    *****​


    Nicolas Moll y Sabir habían cruzado el río y esperaban la llegada del gigante Mamakizi, cada uno con dos mosquetes preparados. Al fondo, observaron como la gran serpiente Unk Hula cedía ante la flecha y caía desplomada. Se miraron mutuamente y Sabir liberó una breve mueca.

    –Tal vez sea un símbolo de esperanza. –dijo el cartógrafo.

    Entre dos robustos pinos la desagradable criatura apareció y sin inmutarse, comenzó a cruzar el río. Puso su primer pie dentro del agua y el líquido se ennegreció al instante, liberando un hedor a podredumbre y muerte que no tardó en llegar al dúo. Rio abajo se llenó de aquella substancia, haciendo que los caballos se movieran nerviosos.

    –¡Ahora!

    Ambos apuntaron con sus mosquetes a la cabeza y dispararon. Una de las balas pegó en la mejilla y desgarró toda la carne de la cual cayó un oscuro chorro de sangre coagulada. La segunda dio de lleno en el ojo, pero la criatura ni se inmutó. En su paso impasible se adentraba en las aguas, que cada vez cubrían más, haciendo que el caminar se ralentizara.

    Cogieron sus segundos mosquetes y repitieron el tiro, esta vez apuntando al corazón. Las balas impactaron en el pecho, hundiéndose en la blanda carne blanquecina llena de pústulas y heridas. Pero no funcionó.

    –No funciona. –dijo Nicolas Moll.

    –Tendremos que pasar al cuerpo a cuerpo. –Sabir sacó una pistola y comenzó a cargarla.–. Deberías cargar una. No lo matará, pero parece que un tiro a bocajarro puede pararlo un instante.

    –¿Tienes un plan? –El cartógrafo obedeció al instante.

    –Precauciones antes del combate. Esa substancia negra que emana al pisar el agua puede que sea peligrosa. Voy a comprobar que no sea peligrosa. Creo que no debemos iniciar el combate hasta que esté a punto de llegar a este lado del rio. Apenas cubre, pero lo justo para que le pesen los pies.

    –Es un monstruo lento, tendremos que aprovechar esa ventaja.

    Sabir arreó su caballo y se alejó del rio, dejando solo a Nicolas, quien lo miraba sin saber muy bien lo que iba a hacer. Con el arma en la mano bajó del caballo y lo miró fijamente. Analizó detenidamente su robusto y pálido cuerpo y cuando se encontraba a unos cuarenta pies de distancia, tuvo una idea. Se metió en el río, apuntó con el arma y disparó en la rodilla. Sin detenerse, cogió del caballo unas balas y la bolsa de pólvora, cargó el arma y volvió a disparar en el mismo lugar.

    Mamakizi, al fin, reaccionó a los ataques, viéndose con ligeras dificultades de avanzar con su rodilla. Nicolas no pudo evitar suspirar.

    –Se puede matar. –susurró pensativo, para después volver a cargar su arma.


    *****​


    Sabir, tras haberse alejado en su caballo, avanzó rio arriba lo justo como para volver a cruzar el rio sin ser visto, aunque con cuidado de no encontrarse con ninguna otra bestia. Al fondo se veía el lento pero destructivo paso de los dos gigantes que cada vez resonaba más en el suelo e, incluso, creando ondas en el curso del río. Su mirada pronto se separaría al escuchar disparos del lugar donde había dejado a Nicolas Moll.

    Volvió rio abajo hasta colocarse tras Mamakizi, a bastante distancia, llegando a escuchar por el camino un tercer y cuarto disparo. Llegado al lugar, comenzó a fijarse en los árboles que había tirado por el camino. No parecían sufrir ningún tipo de daño más allá del físico, por lo que dejó atrás su corcel y se aventuró a atacar a la bestia por detrás.

    Llegó al agua sigilosamente, viendo como la criatura estaba a punto de llegar al lugar de combate, esa zona donde cubría lo hablado, pero ésta ya había sido herida. Su pierna izquierda no respondía bien, la arrastraba, por lo que sus andares eran aún más lentos.

    –Bien hecho. –susurró Sabir viendo cómo Moll ahora apuntaba a la otra rodilla.

    Sabir retrocedió hasta su caballo para aprovisionarse de balas, coger el mosquete y ambos comenzaron a acribillar la otra rodilla a disparos. Cada disparo desgarraba más la carne llegando a verse la rótula, no muy diferente a como había acabado la otra.

    Mamakizi miró atrás, pero Sabir estaba muy lejos, prefería continuar a por Nicolas. La distancia era grande, por lo que Sabir tubo que pasar a usar el mosquete. Aunque tardara más en cargarla, la precisión era necesaria en aquel momento.

    El cartógrafo retrocedió y salió del agua. La criatura estaba demasiado cerca y podría sacudirlo con la maza. Disparó una vez más, bala que falló y acabó en el agua. Ésta asustó a unos descuidados salmones que rápidamente se agitaron, huyendo hacia el agua turbia. Casi al instante, éstos quedaron flotando en la superficie siendo arrastrados por la corriente.

    Sabir se metió en el agua para tener un mejor tiro, lo que alarmo a Nicolas Moll.

    –¡Cuidado con el agua! –gritó desesperado al ver que un pequeño remanente aún quedaba por la zona donde estaba Sabir.

    –¿Qué?

    –¡Ha matado a unos peces! ¡Casi al instante!

    Sabir, viendo que el agua turbia aún estaba cerca, corrió hacia atrás de forma torpe, llegando a tropezarse por el agua. No tardó en llegar a la orilla.

    Mamakizi, en ese momento, pasó al ataque aprovechando el descuido de Moll, quien hasta el momento no había estado tan cerca. Asiendo la maza con su mano derecha la levantó, para después hacer dar un golpe lateral al agua, de forma que aquella agua enturbiada salpicó hacia adelante.

    Nicolas Moll, en un intento desesperado, escapó pasando bajo el caballo, quien recibió el agua. El hombre, con la respiración agitada, se miró el cuerpo en busca de una gota que pudiera caer. Al ver que se había librado por muy poco, resopló de alivio. Miró tras el caballo, viendo que Mamakizi estaba a punto de salir del agua a pesar de que continuaba arrastrando la pierna. Intentó cargar su arma de nuevo, pero ya no le quedaban balas de pistola, solo de mosquete.

    De repente, su caballo tosió. Lo miró y vio como la criatura escupía sangre con cada tosido. Se giró, viendo la parte afectada por el agua, y observó como habían salido numerosas pústulas casi al instante, llegando a abrirse y liberar sangre y pus. El caballo se desangraba, agonizaba, y Nicolas Moll solamente pudo retroceder a ver el terrible final de la criatura. Enseguida el animal se desplomó rodeado por un charco de sangre.

    Sabir, viendo la impotencia de Nicolas y que Mamakizi llegaba a tierra, volvió a su corcel y evitando el agua sucia, se lanzó para ayudar a su compañero. El cartógrafo se veía perdido, solamente tenía una espada para enfrentarse al gigante que ni siquiera podía tocar. Se sentía como si solo tuviera un palo para luchar.

    Moll, con absoluto cuidado, se acercó al caballo muerto y cogió el mosquete. Con la poca pólvora que quedaba cargó el arma y disparó de nuevo a la rodilla. La bala dio de lleno, reventando parte del hueso haciendo que cachitos salieran volando. Por un segundo la bestia se tambaleó, pero no fue suficiente. Ante el fracaso, solo quedaba huir.

    –¡Sabir! ¡Huyamos!

    –Esto no ha acabado compañero. –Sabir, quien había cargado su mosquete, disparó a la rodilla por detrás, esta vez rematando el trabajo.

    La criatura, llevado por el peso de su maza, se desplomó hacia adelante. Cayó seco, levantó una breve polvareda y estiró los brazos para levantarse. Liberaba un gruñido grave en un tono bajo, aunque no se podía distinguir si era de enfado o de dolor. Apoyó ambas manos, levantó su torso y miró hacia arriba, viendo como Moll venía hacia él con espada en mano.

    El cartógrafo no se demoró y con cuidado de no salpicar, hundió el sable en la cabeza de Mamakizi, finalmente acabando con su vida.


    *****​


    Una voz llamaba a Pierre con fuerza, aunque éste sintiera que no podía levantarse del suelo.

    –¡Úsame! ¡Sálvate! –resonaba en la cabeza del hombre.

    –Cállate hijo de puta.

    –¿Qué? –dijo Gamal extrañado, sin saber a quién le hablaba, aunque a la vez aliviado de ver que volvía a recomponerse.

    Mirlo Rojo miró a la pierna entera que le quedaba al Wendigo y sin dudarlo, cogió el Tomahawk de su cintura y lo lanzó a la pierna con todas sus fuerzas. La diabólica bestia, solamente apoyando con una pierna, pegó un salto hacia su izquierda, pero todos vieron que el apoyo no era tan bueno y que necesitaba dar algunos saltitos para mantener el equilibrio.

    –Ataquemos a la vez. –ordenó Mirlo Rojo

    Los tres se lanzaron con sus armas, Gamal y Pierre por un lado y Mirlo Rojo por el otro. Wendigo saltó con todas sus fuerzas y para cuando se dieron cuenta se encontraba tras la futura hunga. Ésta, con el sable en mano, se giró con todas sus fuerzas intentando cortarlo en dos, pero recibió un fuerte puñetazo en la cara que la estampó contra el suelo.

    Seguido llegaron los otros dos, a lo que Wendigo retrocedió de golpe. Al caer se tuvo que recomponer, momento en el que Gamal, quién no se había detenido, atravesó su curvado filo por el radio y el cubito, lanzando éstos por los aires. Giró sobre sí mismo agachándose y volvió a hacer otro corte limpio en la pierna que le quedaba. La criatura, emitiendo un grito insonoro, cayó al suelo.

    Pierre, tras haber ayudado a Mirlo Rojo a levantarse, se incorporó al combate, cogiendo un largo cuchillo del suelo y tirándose sobre la criatura. Después, clavó el cuchillo en la pelvis con todas sus fuerzas, llegando a partir parte de ella, pero logrando amarrar el cuerpo de la criatura al suelo. Acto seguido, se lanzó hacia atrás para que el resto lo rematara.

    El Wendigo movía desesperadamente lo que quedaba de sus cuatro extremidades en busca de un apoyo, intentó girar completamente las articulaciones, pero Gamal quiso finalizar el combate cortando su cabeza. Con un golpe vertical dio en su cuello, partiendo dos vertebras.

    El cráneo liberaba un ligero humo morado y seguía mostrando caras de dolor, aunque sin emitir gemido alguno. Su mandíbula se abría y chocaba al cerrarse, sonando como una castañuela, y de vez en cuando algunos de sus podridos dientes reventaban y salían disparados.

    Mirlo Rojo, con la cara ensangrentada por el último golpe recibido, no tubo compasión alguna y pisó el cráneo con todas sus fuerzas.


    *****


    Gran Lucio atacó a la cabeza del Karkallih sin soltar el Tomahawk de su mano incrustándoselo en su cabeza. La oscura criatura fue empujada hacia abajo, pero en cuanto la cuchilla dejó de hundirse en su cráneo, ésta se lanzó contra el joven. Ambos cayeron hacia atrás, forcejeando, mientras que la ensangrentada cabeza de la bestia intentaba morder a Gran Lucio.

    Horne llegó al lugar, pero se vio incapaz de lanzarse en la ayuda del otro. Su mano temblaba con fuerza y era incapaz de reaccionar. En un momento quiso reaccionar, pero la espada se cayó de su extremidad. Tras unos breves segundos, el Karkallih salió despedido hacia un lado gracias a un fuerte empujón.

    –¡En el centro del pecho tiene algo parecido a un corazón! –gritó Herschel viendo que el tenía algo similar a un pequeño corazón en el centro del pecho.

    La criatura estaba boca arriba, intentando levantarse, pero Gran Cuerno, quien venía corriendo tras la macabra bestia con su largo cuchillo en mano, clavó el filo en el lugar indicado por Herschel. Gritó de forma ensordecedora, obligando al hombre a retroceder y taparse los oídos, mientras temblaba ligeramente en el suelo. Tras unos largos segundos, la vida del Karkallih finalizó.

    El compañero de la hunga sacó el arma de la victima y lo limpió en la hierba. Sin perder de vista al inerte ser, finalmente suspiró aliviado.

    –Gran Cuerno. –dijo Gran Lucio con la voz temblorosa. Todos lo miraron, viendo un sangrado importante en uno de los costados.

    Salieron corriendo e inmediatamente lo atendieron. Gran Cuerno alzó la cabeza del muchacho mientras que Herschel abría su ropa para ver la herida. Era un feo mordisco que no paraba de liberar una oscura sangre. Horne, quien al fin reaccionó, se arrancó unos ropajes que Herschel presionara la abertura.

    –Duele. –susurraba mientras que su rostro se empalidecía.

    –Eh, eh. Gran Cuerno, escúchame. Te pondrás bien.

    –No me mientas. –decía con la mirada perdida y su voz cada vez temblaba más. –Me ha dado en el riñón. En nada estaré con mis padres. Al fin podré verlos. –Sus ojos, ahora mirando fijamente al claro cielo, se volvieron cristalinos.

    –Hoy cenarás en las praderas de la eterna caza con ellos. –El otro tampoco pudo evitar derramar una lágrima. Estiró sus brazos y lo abrazó con fuerza.

    –Herschel. Siento abandonarte así, buena suerte.

    –Lo siento. –dijo el muchacho con la garganta cerrada, sin poder contener sus lágrimas.

    –No os preocupéis. Decidles que no se sientan culpables de nada, sobre todo a Miskoasiginaak. Será una gran hunga. Y a ti, Mamaangiwine, gracias por todo. Por cuidarme cuando perdí a mis padres, por enseñarme todo.

    –Siempre te recordaré compañero. Fuiste como un hermano pequeño para mí.

    La mirada de Gran Cuerno se perdió, liberando su última bocanada de aire.
     
    Última edición: 25 Noviembre 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos
    Un par de cosas que noté.
    Esa oración está cual la cité. No se sabe qué escuchó. De esa u hace un salto al próximo párrafo, dejando la oración incompleta.

    Lo otro es que Hershel revisa al Karkallih muerto y dice que el punto débil está en el pecho. Pero no dice expresamente que está en el medio del pecho, a pesar de eso, pones que Gran Cuerno, que descansa en las praderas de la eterna caza, le da con un cuchillo desde atrás (entendí que estaba tras las criatura) en el punto correcto. Atravesando la columna para ello.

    Esperaba una pelea tipo raid contra los enemigos del final del capítulo anterior. Pero esto fue mucho mejor. Cuatro peleas diferentes, contra cuatro clases de poderosos enemigos. Los Wendigos, genial pelea, los Karkallih incluso mataron a Gran Cuerno, el Mamakizi fue algo decepcionante por ser un peso muerto que atacaba con poca presición y lento. Me encantó el Unk Hula, estupendo enemigo serpiente con un serio caso de talón de Aquiles, cayó muy rapido para haber sido el más llamativo de todos.

    La muerte de Gran Cuerno le da un mayor impacto al capitulo. En espera del próximo.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Buenos días Dark RS

    En primer lugar, muchas gracias por estar siempre ahí apoyando el escrito, más esta vez que ha sido ciertamente un capítulo difícil de escribir. Las correcciones ya están realizadas. En la segunda, he modificado el texto ya que el Karkallih se encuentra boca arriba y, como bien has dicho, le dice que clave el puñal pero no el lugar en específico. Siento el descuido :piplup:. En cuanto a "las praderas de la eterna caza", en los próximos capítulos se explicará de que se trata.

    Por otra parte, me alegra que te haya gustado el capítulo, más cuando me ha costado tanto escribirlo. Es más largo de lo habitual, por lo que he intentado buscar más dinamismo, aunque en un principio no esperaba que fuera a prolongarse tanto. Una vez más, mostrar mi gratitud por animarme a continuar con la historia, traeré el siguiente en la mayor brevedad posible.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Título:
    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
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    Palabras:
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    25º Capítulo: “Un jarro de agua fría”


    Los gigantes Gisii y Nichii avanzaban hacia el grupo de Alphonse y no les faltaba mucho para alcanzarlos. Gisii, un enorme gigante cubierto de un blanco pelaje corto y sin rostro alguno, era el objetivo de la decena de arqueros que tenía Alphonse a su derecha. Nichii, junto al otro, era un gigante algo más corpulento y su cuerpo era de un negro que parecía moverse constantemente sobre él. Cuando los gigantes estaban cerca se dieron cuenta de que aquel movimiento eran miles de insectos recubriendo su cuerpo.

    –Ya están muy cerca. –alertó Gato Marrón.

    –Aún no disparéis. –ordenó Alphonse, mientras alzaba su brazo para indicar la orden. –A mi señal. Preparad las llamas. –Gato Marrón tradujo las órdenes a los Wapahaska y estos embadurnaron las puntas en la sangre inflamable.

    Nichii, el frío invernal, al fin avanzó su pierna derecha fuera de la arboleda. Alphonse descendió su mano de golpe, haciendo que la decena de arqueros lanzaran sus flechas. Éstas dieron en la rodilla, haciendo que la criatura liberara un helador vaho de su cuerpo con fuerza, como si fuera una respuesta a su dolor.

    –¡Recargad! –dijo Alphonse, siendo traducido por Gato Marrón al momento. –¡Disparad!

    Nichii, de nuevo, avanzaba su pierna izquierda mientras que su derecha soportaba el peso de su cuerpo cuando recibió la segunda carga. Ésta, más dolorosa que la primera, obligó al gigante a doblar la rodilla hacia delante, cayendo su peso hacia la derecha, hasta chocharse contra Gisii. El gigante de la tormenta apartó con su mano izquierda a Nichii, empujándolo con fuerza hacia adelante y tirándolo al suelo.

    El gigante cayó al suelo con fuerza levantando una gran polvareda y un estruendo que se escuchó en todo el valle. Confusa, la criatura se intentó levantar. Cuando su cabeza volvió a separarse del suelo, giró ésta y sintió como Mirlo Rojo, Pierre y Gamal estaban a poca distancia de él.


    *****​


    –Debemos ayudar al resto. –dijo Mirlo Rojo, la cual avanzaba hacia la salida del bosque con un paño en el corte de su cara. Un repentino retumbar paralizo su paso, lo que obligó a los cuatro a mirar a su alrededor, sin éxito.

    –Estoy de acuerdo, pero primero debería mirarte esa herida. –se ofreció Pierre.

    –No eres médico. –dijo Gamal extrañado, volviendo su mirada hacia él.

    –Pero sé de gente muerta. –respondió el phínico con sorna. –Déjame mirarlo, solo será un momento. –Pierre se acercó a la mujer y levantó el paño, viendo la sangrante herida. –Me lo temía… hay que ponerte unos puntos de sutura.

    –No te preocupes, Pierre. Estoy bien.

    –¿Qué es esa sombra? –preguntó Gamal, de repente, mirando hacia el cielo.

    Los otros dos miraron al cielo, viendo cómo una gran figura azulada se caía a cierta distancia de ellos, en lo que parecía ser la salida. Nichii cayó, entre los árboles, levantando una heladora polvareda que se lanzó con fuerza contra el trío. Éstos se taparon la vista con el brazo mientras se agachaban ligeramente, escuchando el crujir de la madera rompiéndose mientras esperaban a que el frío y fuerte viento sucio se detuviera.

    –¡Nichii! –gritó Mirlo Rojo viendo el rostro sin ojos y boca del gigante.

    Gamal, con el único ojo que pudo abrir, miró a su alrededor, viendo como un árbol caía a poca distancia del trío. Sus hojas salían volando y chocaban contra ellos hasta que la gélida ventolera se calmó.

    –¡Cargad! –se escuchó a lo lejos, reconociendo todos rápido la voz de Alphonse. A la vez, los andares del otro gigante continuaban avanzando.

    Se recompusieron y vieron al gigante intentando levantarse. Giró la cabeza y sintió como los tres estaban cerca. El fuerte respirar de la bestia se notaba a pesar de la distancia. Mirlo Rojo, Gamal y Pierre, inmóviles, no sabían qué hacer ante aquella criatura sin facciones.

    De repente, una tercera carga de flechas llameantes cayó sobre la cabeza de Nichii, haciendo bajarla hasta el suelo de nuevo, haciéndolo liberar de nuevo un viento polar que obligó a correr a los tres hasta refugiarse tras unos árboles. Cuando el ataque se detuvo, se dieron cuenta que el suelo afectado por el viento se había cubierto de escarcha.

    –¡Cargad! –se escuchó de nuevo a lo lejos.

    –¡Tengo una idea! –dijo Gamal agachado tras un pequeño pino roto. La parte superior del árbol estaba junto a él, la cual empezó a cortar sus ramas con un cuchillo y la ayuda de sus pies.

    –¿Qué haces? –preguntó Mirlo Rojo nada más llegar.

    –Rápido, empalemos a la criatura con esto.

    –¿Qué? –dijo Pierre, mientras que la futura hunga sacaba su Tomahawk y limpiaba las ramas más gruesas. –¿Estás loco?

    –Con la siguiente carga de flechas aprovecharemos para clavarle el tronco. Mirlo Rojo, intenta afilar más el madero.


    *****​


    Alphonse, una vez más con el brazo en alto, esperaba a que los Wapahaska prepararan el siguiente tiro. Cuando se encontraba a punto de volver a atacar la cabeza de Nichii, el otro gigante, Gisii, a pesar de que no tuviera boca, rugió con fuerza desde el interior de su cabeza, haciendo que algunos insectos que cubrían su cuerpo despegaran. Aquella negra columna comenzó a volar directamente hacia ellos.

    –Mantened el tiro. –ordenó, siendo traducido al momento.

    Agachó el brazo y la descarga de flechas salió despedida. Algunas se cruzaron con los insectos, matándolos, pero todas acabarían llegando a su objetivo, la cabeza de Nichii. Los bichos continuaron su trayecto, llegando a lanzarse de forma suicida contra el grupo.

    –Son langostas. –dijo Alphonse, viéndose obligado a agacharse por el ataque de los insectos. Sin perder tiempo y valiéndose de un tarro de sangre de gusano, untó sus dos espadas y le prendió fuego, usándolas para apartarse de las criaturas.


    *****​


    Mirlo Rojo, Gamal y Pierre agarraron el tronco con los pocos salientes restantes y se lanzaron contra el rostro del gélido gigante. Con todas sus fuerzas clavaron el afilado extremo del tronco en la cabeza de Nichii, la cual empezó a congelarse de inmediato mientras que la herida liberaba una sangre de un oscuro color violeta. La madera comenzaba a resquebrajarse, rompiendo en pequeñas astillas congeladas.

    –Vamos. –exclamaba Pierre al ver que el tronco no avanzaba más, empujando con todas sus fuerzas.

    La rama que agarraba Gamal se rompió, llegando a tropezarse. Detrás de los otros dos, puso su hombre contra la parte trasera del tronco y empujó con todo su cuerpo, logrando al fin que la bestia fuera empalada.

    –¡Cuidado! –gritó Mirlo Rojo al ver que el tronco comenzaba a temblar y a la vez se congelaba más rápido.

    Mirlo Rojo y Pierre cogieron como pudieron a Gamal y salieron corriendo a ocultarse de nuevo tras los árboles. Nichii cada vez temblaba más y más, llegando a hacer que el suelo se moviera, hasta que liberó una fuerte onda heladora. El trío, en el último instante, la evitó al ocultare tumbados tras un grueso árbol.

    Tras esperar unos segundos, miraron al gigantesco cadáver, viendo como la onda había helado todo a su paso, a la vez que el blanco pelaje se empalidecía hacia un tono amarillo, para después tornar en uno negruzco.


    *****​


    –Están en problemas. –dijo Nicolas Moll al ver que las langostas no dejaban en paz al grupo de Alphonse.

    –Coge una rama gruesa y algo húmeda e impregnar en un paño la sangre de gusano. –respondió Sabir sin perder tiempo, cogiendo un pañuelo sucio del bolsillo.

    –¿Qué tramas?

    –Vamos a hacer antorchas que suelten humo para ahuyentar la plaga. Intenta hacer dos o tres. –El cartógrafo lo siguió inmediatamente, mientras Sabir agitaba con fuerza el pedernal contra una vara de hierro–. Si la madera está algo más húmeda el humo será mayor.


    *****​


    –¿Qué hacen esos locos? –dijo Dhalion desde su caballo al ver que Sabir y Nicolas Moll se lanzaban con sus antorchas a ayudar a Alphonse.

    –Creo que quieren usar el humo para alejar a los insectos. –respondió John.

    –Deberíamos hacer lo mismo. –continuó Sigmund, quien asió una rama y se rasgó parte de la manga para preparar una antorcha. Bertans, mientras tanto, preparaba un fuego donde prender.

    –¿Habéis pensado alguna forma de vencer a esa cosa gigante? –El martinico, viendo el impasible avance de Nichii e incapaz de moverse por su herido pie, simplemente preparaba un mosquete para el combate.

    –Vamos por partes, tendremos otros ataques como el de las langostas. Deberíamos prepararnos para eso o no podremos luchar. –dijo el sicario.

    –Cuando acabará este infierno. –susurró Bertans, ya algo exhausto por los intensos combates, pero sin detenerse.

    Los tres prepararon sus antorchas, las encendieron y soplaron para que las llamas prendieran con fuerza. Con la mano dominante desenvainaron sus espadas y se dispusieron para el combate. Dhalion, se colocó a la par, con las riendas en una mano y el mosquete en otro.

    –A tus órdenes Bertans. –dijo Sigmund.

    –¡Vamos!


    *****​


    –¡Alphonse! –gritó Nicolas, entrando en el enjambre y agitando su tea. – ¡Usa la antorcha!

    –El humo ahuyentará a las langostas. –dijo Sabir, mientras sacudía el fuego alrededor de Gato Marrón, liberándolo rápidamente de los insectos.

    –Tenemos que recomponer la línea. –dijo Alphonse, quien al fin pudo dejar de estar agachado, para después girarse y ver que Nichii había avanzado.

    En aquel momento Dhalion, John, Bertans y Sigmund llegaron al grupo, ayudando a calmar la plaga de insectos. Gato Marrón tradujo las órdenes de Alphonse y los Wapahaska poco a poco fueron preparando sus posiciones según iban siendo liberados. Prepararon sus arcos inmediatamente y el grupo, en medio de aquella nube de molesto humo, ya estaba listos para continuar la lucha.

    –¿Habéis matado a Unk Hula? –preguntó Gato Marrón extrañado. –¿Y a Mamakizi? –Ambas partes le asintieron, dejándolo sorprendido.

    –Preparaos. –dijo Alphonse sin perder el tiempo. Gato Marrón, aún incrédulo, agitó la cabeza volviendo en sí y traduciendo las palabras del líder.

    El gigante se había acercado hasta casi salir del bosque. Las negras piernas de la criatura eran visibles entre los pocos árboles que aún quedaban en pie. La cabeza, a pesar de no tener rostro, hacía sentir que los miraba fijamente en su avance. De repente, la criatura se detuvo y dobló su brazo izquierdo hacia arriba, con la palma abierta, hasta casi tocarse el hombro del lado contrario. Sin esperar, volvió a soltar el miembro con todas sus fuerzas, chocando contra el aire y lanzándolo contra los protagonistas. Cuando su brazo recorrió el golpe, volvió a dar otro con la otra extremidad

    Éstos, sin poder preparar sus armas, agacharon de nuevo la cabeza para protegerse del fuerte viento que llegó a lanzar por los aires todo su equipamiento. El viento era tan fuerte que apenas se escuchaban sus palabras de alerta y sus llorosos ojos apenas les permitía ver las ramas que se chocaban contra ellos.

    Cuando el viento amainó

    –Agarrad los arcos con fuerza. –ordenó Bertans al ver que algunos arcos y carcajes habían salido despedidos.

    El gigante reanudo su marcha, aunque mantenía los brazos en posición de ataque, listo para lanzar un nuevo golpe de fuerte viento. El grupo, recomponiéndose, se desorganizó por completo, intentando recoger las armas y munición. Cuando Nichii se dispuso a atacar, entre los protagonistas y el bosquejo, se escuchó un disparo.


    *****​


    –¿Estás loca? –dijo Pierre al ver que Mirlo Rojo había conseguido llamar la atención del gigante. La mujer había apuntado al ojo, errando el tiro y dándole en la cara. –Nos va a matar. –Mirlo Rojo guardó la pistola que previamente había cogido al phínico sin que se diera cuenta.

    –Corred. –dijo Gamal iniciando la marcha mientras veía que el gigante lanzaba su puño hacia ellos.

    –¡Separaos! –gritó Pierre corriendo desesperado hacia el grupo de Alphonse que ya no estaba tan lejos.

    Nichii, más molesto por el chispazo del disparo que el impacto de la bala, retrocedió su brazo preparando un puñetazo. Lo lanzó, decidiéndose por Mirlo Rojo al ver que los tres se separaban.

    –¡Cuidado! –gritó Gamal, quien sentía como aquel fuerte puño liberaba una fuerte ventolera.

    En el último instante Mirlo Rojo pegó un fuerte salto que, ayudada por el viento, se lanzó hacia adelante como si de una mosca se tratara. Nichii, ligeramente agachado, pegó contra el suelo provocando un fuerte temblor que se notó en todo el valle. Además de la marca del puño hundido en el suelo, varias grietas salieron del lugar, llegando a desequilibrar a Pierre, haciéndolo caer al suelo.

    –¡Cargad! –gritó Alphonse, quien apenas estaba doscientos pies.


    *****​


    Sigmund, raudo y veloz, preparó una flecha, la prendió y apuntó a la espera de órdenes. El resto, algo más lento, volvía a recomponer el grupo. Bertans, Dhalion y John preparaban sus mosquetes para apuntar también al objetivo.

    –Vamos. –susurró Alphonse quién veía que los otros tres aún no llegaban, aunque realmente se encontraba pensando en un plan.

    Miró la flecha de Sigmund durante unos segundos, llameante con una fluctuación hipnotizante, hasta que vino algo a su cabeza.

    –Tal vez lo hayamos planteado mal. –dijo el líder muy serio. –Atacamos con llamas, cuando tal vez debamos impregnarlo antes. Quemarlo vivo como una cosecha infestada.

    –Queda suficiente sangre de gusano. –dijo Sigmund, observando los tarros. –¿Pero cómo se lo echamos por encima?

    –Tu ave nos vendría bien ahora. –comentó Bertans.

    –Si le hacemos caer al suelo con tirárselo desde lo alto de un árbol sería suficiente. –resolvió John.

    Alphonse observó tras de sí que el bosque se volvía algo más denso a una corta distancia, llamándole la atención dos árboles que parecían robustos. Miró de nuevo adelante, viendo como Mirlo Rojo y Gamal llegaban. Al poco llegó el alto Pierre, exhausto y algo más pálido de lo normal, sin entender muy bien como seguían los tres vivos.

    –Rápido, retrocedamos. –ordenó el jefe de expedición. Después, se acercó donde Sigmund. –Necesitamos tu ayuda.


    *****​


    En un hueco tras dos gruesos árboles se colocaron los arqueros, con las saetas llameantes sujetas en el arco y a la espera de la orden para disparar. El gigante, al ver la distancia aumentada, dejó de atacar, pero a su vez avanzaba más despacio, desconfiado.

    Sigmund escondido tras uno de los árboles, sujetaba su elástica cuerda, la cual de sus manos salía a través del suelo hasta llegar al otro tronco, donde estaba fuertemente atado. Tras él se encontraba John, listo para tirar de la soga.

    –¿Crees que funcionara? –susurró el neoalbeniense. Tras unos largos segundos, el phínico respondió.

    –Siendo francos, no tengo muchas esperanzas.

    Bertans, junto al caballo de Dhalion, preparaba unos pequeños viales de sangre de gusano aprovechando el láudano de John. Vaciando algunos y llenándolos hasta arriba, pronto tenían una decena de ellas que repartieron al momento.

    –Arqueros, usad el menor número de sangre posible. –alertó Bertans, viendo como los grandes tarros bajaban el nivel.

    Nichii, quien sintió de nuevo al grupo cerca, se dispuso a atacar de nuevo. Comenzó a retroceder su brazo, pero Alphonse no se lo permitió.

    –¡Soltad!

    Las llameantes flechas sobrevolaron el cielo hasta impactar en la cabeza de la criatura. El atacante brazo se detuvo en el aire para caer en seco, colgando, haciendo que muchos insectos cayeran de su cuerpo. Las que dieron en la cabeza reforzaron sus llamas, obligándolo a levantar a su cabeza, dando la apariencia de que liberaba un grito mudo al cielo.

    –El fuego funciona. –susurró Gato Marrón.

    –No hay tiempo que perder. –dijo Alphonse.

    –Cargad de nuevo. –dijo esta vez Mirlo Rojo en su lengua materna.

    –¿Y si lo enfadamos? –propuso Dhalion, lo que a Alphonse no le pareció mala idea. Alphonse giró la cabeza hacia Mirlo Rojo y se miraron unos segundos fijamente, finalmente recibiendo una confirmación que tardó en llegar. Esperó a que los hombres cargaran de nuevo y la futura hunga reiteró la orden.

    Aquella lluvia ígnea volvió a clavarse en la cabeza de Nichii, la cual llevó hacia atrás por el impacto. Volvió a enderezar su espalda y con la mano derecha se frotó la cara para quitarse alguna de las flechas. Después, sin dar tiempo a que los hombres cargaran, este soltó su brazo otra vez, liberando una nueva ventolera que los detuvo.

    La expedición se agachó para mantener la posición cuando se dieron cuenta que habían sobrepasado el límite de Nichii. Este último salió corriendo hacia ellos y a su vez envió todos los insectos que rodeaban su cuerpo a por ellos.

    –Es mi hora. –dijo, de repente Sabir, con dos antorchas llameantes en mano.

    Escondido tras el otro árbol comenzó a soplar, a lo que le siguió Nicolas Moll. En pocos segundos se levantó una pequeña pero oscura humareda que ocultaba la cuerda y poco a poco el entorno a los dos árboles, disuadiendo a los bichos. Los pisotones del gigante cada vez eran más cercanos, por lo que todos huyeron hacia los lados salvo Sabir, Moll, Sigmund y John, quienes en el último instante tensaron la cuerda con todas sus fuerzas. El tobillo del gigante se chocó contra la elástica soga, la cual cedió hasta el punto de crujir los troncos.

    –Vamos. –exclamaba Sigmund, tirando con todas sus fuerzas para que el árbol no partiera antes de que el gigante se cayera.

    Nichii, quien venia lanzado, cayó hacia delante de morros, dejando su cabeza casi incrustada en el suelo y levantando un gran estruendo y polvareda que tardó varios segundos en disiparse. Antes de que esto ocurriera, Bertans apareció con el resto y comenzaron a tirarle los viales llenos de sangre de gusano en la cabeza.

    Sigmund, aprovechando su rapidez, impregnó una flecha, la prendió, cargó y disparó, incendiando de esa forma la sangre de gusano que poco a poco comenzaba a recubrir su cabeza. La criatura comenzó a retorcerse, lo que obligó al resto a apartarse, pero no por ello dejaron de incendiar la substancia por las partes que no había prendido.

    La monstruosidad se puso boca arriba y seguía retorciéndose, pegando puñetazos y taconazos al suelo, creando un gran estruendo, mientras que su cuerpo se disolvía como si su interior fuera hueco. Intentaba levantarse, pero todo era en vano. Millares de insectos huían despavoridos de su cuerpo, al fin libres, acabando todo en una negruzca mancha liquida.

    La muerte fue eterna, haciendo que los protagonistas no pudieran relajarse en ningún momento hasta confirmar la muerte. Cuando aquella mancha líquida se quedó esparcida en unas pequeñas manchas y sin ningún solo bicho se acercaron desconfiados para, al fin, poder suspirar aliviados.

    –¡Hemos vencido! –gritó Alphonse, haciendo que el resto gritaran de alegría. Mirlo Rojo, acto seguido, gritó un peculiar grito de guerra Wapahaska.

    Los Wapahaska comenzaron a cantar una serie de extrañas palabras aparentemente alegres a la vez que alzaban sus armas al aire. Alphonse se giró, recibiendo un fuerte abrazo de Gato Marrón, un gesto de afecto por parte del frío hombre que alegró aún más al líder.

    –Buen trabajo. –extendió Sigmund su mano a John.

    –Eso debería decirlo yo, hombre. –El otro le devolvió la mano, dándose un fuerte estrechón de manos.

    –No me esperaba menos de vosotros. –dijo una tercera voz. Era Bertans, quien venía a felicitar a los dos hombres. Poco después se unieron Sabir y Nicolas Moll.

    Los Wapahaska se acercaron a Dhalion que, sobre su caballo, no paraba de recibir gestos de afecto y valor.

    –Pero si no me han visto hacer nada del otro mundo. –gruñía el martinico algo agobiado por la gente.

    –No se esperaban que un memegwesi herido se fueran a lanzar con su caballo frente al gran Unk Hula. –le explicó Mirlo Rojo.

    –Oye, Miskoasiginaak. –le interrumpió Gato Marrón. –¿Dónde están Mamaangiwine y Gichihinoozhe?

    –Es cierto, también faltan Herschel y Horne. –añadió Gamal.


    *****​


    Todos salieron en busca de los cuatro que faltaban por reunirse. Habían juntado los carruajes, reunido el material usado para el combate y retrocedieron hacia el lugar donde habían pasado la noche.

    De repente, Mirlo Rojo observó como Gran Cuerno aparecía entre los árboles con algo en brazos. Su rostro, cabizbajo, de pronto se levantó, dejando que todos vieran que sus ojos no paraban de llorar. La futura hunga miro a los brazos viendo aquello que estaba tapado por un abrigo, percatándose de que era el inerte cuerpo de Gran Lucio.

    –No. –gimió como pudo. Un nudo en la garganta se le hacía, no dejándola respirar. – Gichihinoozhe.

    La mujer salió corriendo hacia Gran Cuerno y tras ella hizo lo mismo el resto. Con la respiración ágil, llegó y destapó el rostro del joven, al cual no pudo evitar acariciar en el pelo. Mamaangiwine, entre sollozos, intentaba pronunciar algo.

    –¿Qué ha pasado?

    –Lo siento. –dijo Gran Cuerno en su lengua como pudo.

    –¿Qué ha pasado? –volvió a decir ella, desesperada.

    –Nos enfrentamos a dos Karkallih. Uno de ellos le hirió. No pudimos hacer nada. –dijo un Herschel que apareció tras Gran Cuerno, con la mirada totalmente desencajada. Su hermano mayor se le acercó y lo rodeó con sus brazos. Le dio un fuerte abrazo, poniendo su mano tras la cabeza mientras la acariciaba con suavidad.

    Algo más atrás se encontraba Horne, quien respiraba mal, como si no tuviera aire, y se llevaba las manos al corazón. Sabir, imaginando lo que podía ser, de su bolsa de cuero sacó unas pequeñas hojas y la bota de agua y se las sirvió.

    –Tranquilo Horne, respira. –dijo el moreno, poniendo su mano sobre su espalda y agachándose a su par.

    –Esto es horrible. –balbuceó entre respiraciones entrecortadas. –Me voy a morir. Me lo merezco.

    –Toma esto, te tranquilizará, pero tienes que respirar más despacio.

    –¿Qué es?

    –Valeriana. Te calmará.

    Bertans, quien se encontraba junto a Alphonse, miró atrás, donde se encontraba el resto del equipo. Todos se encontraban cabizbajos.

    –Ahora descansará en el Teilalá. –susurró Dhalion, recordando a su viejo compañero caído en Askar.

    –Ha luchado hasta el final de su vida. Solamente le esperan todos los honores de la otra vida. –dijo Gamal.

    –Que Hierón lo tenga en su gloria.


    *****​


    –Mamaangiwine. –dijo Gran Lucio caminando por los montes adyacentes a su poblado, exhausto, junto a Gran Cuerno.

    –No hables, no podrás seguirme el ritmo.

    –Dicen que pronto vendrán unos aventureros. –continuó casi sin aire. –He hablado con Miskoasiginaak.

    –Ya me lo ha dicho. –respondió el mayor en un tono serio.

    –¿Te has enfadado? Por no consultártelo. –El otro liberó una mueca y se detuvo. El joven aprovechó para descansar y se sacó la bolsa de cuero llena de agua.

    –¿Por qué quieres acompañarnos en el viaje de la futura hunga?

    –Por lo mismo que tú. Sabemos que Mirlo Rojo nos llevará a la gloria. ¿Por qué no vamos a ayudarla?

    –Para ser tan listo a veces eres demasiado sentimental.

    –¿Y me lo dices tú hablando de Miskoasiginaak? –El pequeño le devolvió otra mueca que sonrojó a Gran Cuerno.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    26º Capítulo: “La despedida”


    El grupo decidió detenerse en el mismo lugar por unas horas por petición de Mirlo Rojo, quien quería despedirse del muchacho. Alphonse no entendió muy bien lo que querían hacer, pero tras un pequeño gesto de John, decidió ofrecer toda su ayuda. Los Wapahaska se dividieron, algunos mirando a los árboles, mientras que otros preparaban unos tablones de madera con la ayuda de sus Tomahawk. Los extranjeros inmediatamente ofrecieron su ayuda.

    Alphonse se separó del grupo con Bertans hacia el abrigo bajo roca donde habían pasado la noche. Armados y desconfiados, caminaron valle arriba viendo los destrozos de los combates. Arboles aplastados, congelados o podridos, tierra y rocas removidas con brutalidad y sangre de colores oscuros que desprendían un olor nauseabundo a podredumbre.

    –Esperad. –dijo una voz tras ellos. Era Pierre, quién venía acompañado de John y Sabir. –Queremos ir.

    Los cuatro llegaron al lugar donde mayores destrozos había, la zona contigua al lugar de descanso. La entrada de la cueva estaba considerablemente dañada, además de ser el lugar donde la tierra más removida estaba. Después aparecían las pisadas y una gruesa profundidad que se alargaban por la destrucción del bosque.

    –Está claro que salieron de aquí. Primero la serpiente y luego los gigantes avanzaron reptando por la cueva hasta levantarse por aquí. –dijo Bertans.

    Se dispusieron a entrar en la cueva, pero el hedor era insoportable, mucho más de lo que habían sentido hasta el momento. Pierre comenzó a empalidecerse, hasta el punto de casi vomitar.

    –Poneros esto en la nariz. –dijo Sabir, mientras preparaba unos tapones nasales con las pequeñas hojas de un arbusto. –Es sazopecia, ayudará a soportar el olor. Si no es suficiente derramaros un par de gotas en la lengua. –Pierre, ante la indicación, se echó dos gotas al instante.

    Preparar cuatro antorchas y entraron en la cueva, observando como las paredes estaban llenas de la sangre de aquellos animales, la roca de las paredes totalmente suelta y el suelo ahora era más profundo. No tardaron mucho en llegar a donde estaba antes la pared, ahora casi inexistente.

    –Se supone que aquí había una pared rocosa con una perla de color marrón. –dijo Alphonse.

    –Pensé que sería algún tipo de llave geomante. –añadió Sabir.

    –¿Has visto alguna? –dijo Bertans.

    –No, pero he escuchado que los antiguos faraones lo usaban para cerrar sus tumbas.

    –Pues creo que estás en lo correcto. –interrumpió John, agachado, observando las rocas. –Hace años me contrataron para saquear una tumba y vi este mismo método. Aunque quien hizo esto no sabía muy bien lo que hacía. Al mínimo golpe se ha roto. ¿No le darían ayer de forma accidental? –Del bolsillo sacó una de los cristales de Unk Hula que previamente había cogido y, a escondidas, observó que sus colores parpadeaban con fuerza, pero sin llegar a emitir luz.

    –De ser así nos habrían atacado durante la noche. –respondió Alphonse.

    –La puta comadreja. –interrumpió Pierre.

    –¿Qué? –respondieron Sabir y Bertans a la vez.

    –Al amanecer, tras la tormenta una comadreja ha salido corriendo. Pudo entrar asustada por la tormenta y nuestra presencia y joder el muro.

    John a la cabeza, intrigado por el fondo de la cueva, continuó caminando por aquel pasillo a oscuras unos pasos más hasta que vio una zona en la que el techo se levantaba algo más. Tanto a izquierda, como a derecha, tenía tres puertas a cada lado, las cuales parecían haber estado selladas hasta hace poco.

    –Era una cárcel. –dijo al ver que le resto se acercaba.

    –Alguien excavó la cueva y encerró a las Aberraciones con un artefacto geomante. –añadió Alphonse.

    –¿Pero quién? ¿Los Wapahaska? –dijo Bertans.

    –Son los únicos que llegan a estos territorios. Tal vez fueran ellos. –dijo Pierre. –Han sabido lidiar muy bien con las Aberraciones.

    –No lo creo. Sino jamás habríamos venido a este lugar. –respondió John. –Solo se me ocurre pensar que en esta zona vive alguien más. Alguien con la fuerza suficiente como para encerrar a seis Aberraciones.

    –El viaje de Mirlo Rojo consiste en vencer a sus propios miedos. Tal vez sea literal. –continuó Alphonse, cambiando el rumbo de la conversación.

    –¿Por qué tengo la sensación de que todos sabéis de lo que estáis hablando? –dijo Sabir en un tono sarcástico, al no poder seguir el hilo.

    –Existen unos seres llamados Ancestrales Prístinos en este mundo. No se sabe mucho de ellos, pero si que hay algunos menores, lo más conocidos, que tienen la capacidad de recrear tus miedos, de traerlos a la vida. A esas criaturas se les llama Aberraciones. –explicó el líder.

    –¿Habéis enfrentado alguno? –Bertans estaba extrañado de ver cómo John y Pierre sabían del tema.

    –En mis primeros años de contrabandista. Existía una famosa bestia en los humedales que había hundido centenares de barcos. Vino un investigador de Matrice a matarlo y me pidió que le llevara en mi barca. Cuando le pregunté a ver qué era aquello me dijo que su hipótesis hablaba de una Aberración, que más tarde confirmaría.

    –¿Y luchaste contra la Aberración?

    –Solo al principio. Mi embarcación acabó destrozada, me quedé inconsciente y encima el muy cabrón ni me pagó.

    –¿Y tú John?

    –Solamente he conocido historias. Tengo entendido que en este continente no son tan habituales esas apariciones, pero al sur de Nueva Albeny, en Cénans, parece que ha habido algunos sucesos relacionados.

    –Entonces. –dijo Pierre. –Nosotros no nos toparemos el peligro, pero es muy probable que Mirlo Rojo se dirija a la boca del lobo.

    –Todo apunta a ello. –finalizó el jefe de expedición.


    *****​


    –¿Habéis visto la cueva? –dijo Herschel muy nervioso, sentado junto a una hoguera y a algunos metros del carruaje en el que habían dejado el cuerpo de Gran Lucio, cubierto por una sábana.

    –Las aberraciones salieron de allí. Un objeto geomántico parecía que cerraba la puerta, tal vez una comadreja la tirara abajo.

    –¿Entonces confirmamos lo del Ancestral?

    –Sí, pero no te preocupes de eso ahora. Todavía no te has recuperado de lo ocurrido.

    –Estoy bien.

    –No. –El hombre suspiró sin saber muy bien por dónde empezar. –Las primeras veces que alguien cae no suele ser fácil. Más cuando te apegas tanto a alguien.

    –¿Ese ha sido mi error? ¿Hacer amistad con Gran Lucio?

    –Creo que te estas obcecando demasiado en ser un buen agente de campo, como si fuéramos autómatas. –El hombre se sentó junto a su hermano–. La realidad es que somos personas y nuestro trabajo hace que conozcamos a mucha gente. Es imposible no sentir algo con algunas, ya sea amistad, admiración, amor, odio o deseo de venganza.

    –¿Entonces? –El joven miró fijamente a los ojos del otro.

    –La cuestión está en saber dejar de lado esos sentimientos y seguir adelante. Ya en el cómo hacerlo, cada persona es un mundo. No te puedo ayudar.

    –Pude haberlo salvado.

    –Tal vez. Pero ésta es la realidad. –El hombre se levantó y acarició el hombro de Herschel. –Está bien despedirse de los caídos por el camino, pero jamás olvides continuar tu camino.


    *****​


    Gran Cuerno, solo, se acercó al cadáver de Unk Hula, quien yacía inerte en medio de la destrucción dejada por él mismo. Tras rodear y mirar bien a la bestia, se dirigió a la cabeza, donde dos enormes ojos abiertos miraban a la nada. Cuando acabó de admirar a la mítica criatura se aproximó a la boca y sacó un cuchillo con el que comenzó a desgarrar la encía de uno de sus grandes colmillos.

    –¿Te ayudo? –Gamal apareció tras él–. La carne de serpiente suele ser muy dura.

    –Sí, por favor. ¿Puedes sacar el otro colmillo?

    El shilí obedeció al momento y sacó su cuchillo. Ambos comenzaron a rasgar la carne, debilitando la encía, a la vez que tiraban del diente hacia afuera para sacar el colmillo.

    –¿Vas a llevártelos?

    –Solo uno. El otro quiero que sea una muestra del valor de Gichihinoozhe, lo dejaré junto a su tumba.

    De golpe y porrazo, el largo colmillo salió de la encía, haciendo que de la fuerza Gran Cuerno se cayera hacia atrás de culo. Dobló las piernas y se quedó ahí sentado unos segundos hasta que Gamal logró desencajar el otro diente. Volvió a donde el primero y dejó un colmillo junto al otro, quedándose de pie mirando a Unk Hula.

    –Hace unos cuantos inviernos nuestros padres no os hubieran hecho caso y ya habríamos despedazado a la serpiente. Sería todo un festín. Duraría días y noches, hasta que se acabara todo.

    –Yo tampoco entiendo muy bien lo que ocurre, pero si mi hermano lo dice será por algo. La verdad que las otras bestias eran bastante desagradables, peor que un ghoul. Tampoco me fiaría.

    –Gracias por la ayuda. –dijo Gran Cuerno, estirando su brazo para que Gamal le ayudara a levantarse del suelo.

    –No hay de qué. Solo quería decirte que siento mucho lo ocurrido y que para cualquier cosa que necesitéis ahí estaremos. Las cosas no tendrías que haber pasado así.

    –Gracias Gamal. –Sus ojos comenzaron a coger un tono cristalino que intentó ocultar agachándose y cogiendo los dientes–. Tenemos el consuelo de que ahora estará en las praderas de la eterna caza, al fin con sus padres.

    –Os he oído hablar de esas praderas. –Ambos iniciaron el camino hacia el campamento a la par de la larga cola azulada.

    –Tras finalizar nuestro viaje por esta vida seremos recompensados con una segunda vida eterna. Búfalos por todas partes, bosques llenos de abundancia, pastos que se pierden en el horizonte y ríos cristalinos en los que poder pescar de forma insaciable. Salvo los que acaban corrompidos, castigados a vivir bajo tierra, todos nos reuniremos allí.

    –Seguro que han tenido un bello reencuentro. Su honorable lucha será gratificada.

    Gran Cuerno, con los ojos llorosos, miró fijamente a Gamal, para después darle un fuerte abrazo. Gamal, liberó una mueca, devolviéndole el abrazo.

    –¿Esto es lo que hacéis en vuestra tierra no?

    –Bueno, más bien en la tierra de Alphonse o Sigmund. –Ambos hombres se rieron.

    –Espera. –dijo Gran Cuerno de golpe. –¿Qué es eso?

    Gran Cuerno se acercó a Unk Hula, hacia un extraño brillo que se había clavado entre dos escamas. Dejó el colmillo y sacó su cuchillo de nuevo, usándolo para hacer palanca y dejar caer el objeto, siendo éste el artefacto geomante que habían visto en el interior de la cueva. Sin saber si podía cogerla, miró a Gamal, quien se acercó y vio la perla. Asintió levemente, haciendo que el otro la cogiera.

    –¿Esto es lo que mantenía a los demonios encerrados?

    –Sí, es una magia que puede empujar o atraer objetos.

    –Entre las mancias es de las más poderosas. –respondió Gamal, dejando a Gran Cuerno pensativo.

    –Mañana que Mirlo Rojo y Alphonse decidan qué hacer. Pero si es tan peligroso, lo mejor será que os lo llevéis vosotros.

    –Es una opción. Mañana lo hablaremos. –Gamal cogió los enormes colmillos del suelo–. Deberíamos volver, nos esperan.


    *****​


    Horne cortaba un tronco según lo indicado un Wapahaska. De lado y ligeramente descendente, pegó un hachazo, el cual se le clavó inmediatamente en la madera. Con la ayuda del pie y haciendo palanca logró sacar el filo, para volver a pegar otro golpe. Las dos manos lanzaron el hacha con fuerza, de nuevo de forma lateral, esta vez rebotando hacia atrás, quedándose colgada de una de las manos.

    –Tienes que pegar un golpe descendente. –dijo Sigmund, quien se acercaba tras ver el desastre. –En diagonal, para ir haciendo una cuña. Luego ten cuidado de que no se te caiga encima.

    –Gracias por venir, Sigmund. –El hombre tenía la mirada perdida–. El resto dudo que vaya a acercarse.

    –¿Qué dices?

    –Pude haberlo salvado. Pero no. Simplemente me quedé quieto, inmóvil. –Los ojos rojos de Horne se ponían llorosos.

    –No puedes pretender correr sin saber andar.

    –No por ello me siento mejor. –Sigmund suspiró, mientras pensaba en unas palabras para el joven. Llevó su mano a su bolsillo, sacando una pequeña bolsa de cuero empapada en un líquido de olor fuerte. Con la otra mano cogió un percebe de color morado y se lo enseñó a Horne.

    –¿Un percebe?

    –En su lugar de origen lo llaman Amalaki de mar. Son muy preciados, tanto por hombres, como por las criaturas. Son crías de una criatura que desconocen, son el inicio de un camino. Sube el nivel del agua y, en vez de ahogarse, inician su viaje. Muchos hermanos caen, la mayoría sin empezar el viaje, pero aun así continúan su viaje hacia las profundidades. ¿Acaso crees que inicié mi viaje lejos de casa sabiendo comandar ejércitos, matar de forma sigilosa o amaestrar un Rukh?

    –Lo sé, pero me van a culpar por su muerte.

    –Horne, estate tranquilo. Todos saben que hiciste todo lo que pudiste. Debes seguir adelante. ¿Acaso no quieres volver?

    –Yo solo quiero ser libre.

    –Pues la muerte no es la ruta hacia la libertad.


    *****​


    –Este es el árbol idóneo. –dijo Mirlo Rojo frente a un alto árbol, de unos cien pies de altura, verde y frondoso, dando una gran sombra en la que habían crecido todo tipo de helechos. Su tronco tenía una rugosa corteza blanquecina que se separaba en gruesas ramas, cubiertas por redondas hojas acabadas en punta y de basto color verde.

    –Es un hermoso álamo.

    –Mi abuela decía que estos grandes árboles nos protegen de las enfermedades y demonios. No hay mejor lugar para alguien caído en lucha contra un demonio.

    –Me repito, pero estamos para todo lo que necesitéis.

    –Gracias Alphonse, no tendrías por qué hacer nada y es, más bien, al contrario. Mi pueblo os estará siempre agradecidos.

    –No digas tonterías. Sin vosotros, a estas alturas a saber que sería de nosotros. –Ella no pudo evitar liberar la primera mueca del día.

    –Deberíamos subir.

    Prepararon dos sogas, una pequeña caja llena de clavos y dos tablones entre todos los que habían preparado. Entre los dos cargaron con los materiales, atando los tablones a su espalda, y comenzaron a escalar poco a poco el tronco. Dieron los primeros pies de ascensión con cautela para no resbalarse, luego subiendo más rápido con la ayuda de las ramas a la vez que cortaban algunas que estorbaban. Continuaron hasta una altura de unos veinte pies, donde Mirlo Rojo hizo un gesto para detenerse.

    –Ata un extremo de la cuerda a la rama dónde estás sentado y pásamela. –dijo la mujer. Alphonse obedeció y cuando la mujer cogió la cuerda la pasó por encima de dos ramas, finalmente atando el otro extremo en su lado. –Sobre estas ramas colocaremos los tablones, por eso las sujetamos bien.

    –Para que cuando volváis el año que viene Gran Lucio siga aquí.

    –Es la idea. Vuelve a hacer lo mismo con la otra cuerda, más o menos a esa distancia. –La mujer indicó con el dedo un pequeño saliente a unos cinco pies. El líder de expedición se arrastró para volver a repetir la acción.

    –¿Piensas que todo esto es tu prueba no? –Ataba la cuerda, para luego pasársela otra vez.

    –Quiero pensar eso, aunque hay momentos en los qué no sé qué creer. Lo siento mucho por Gran Cuerno. El joven Gran Lucio era como un hermano pequeño para él. Por fuera intenta ser como una roca, pero es un cacho de pan.

    –Es la voz de la razón que necesitas en ocasiones. Aunque más bien ahora él te necesita a ti y tu voz.

    –¿Debería hablar con él?

    –¿Tenéis muchas cosas por hablar?

    –Me gustaría tenerlo a mi lado, apoyándome. Ser una mujer hunga no será nada fácil y sé que su lealtad irá hasta el final.

    –¿Su lealtad hacia la hunga o hacia Mirlo Rojo? –A Mirlo Rojo se le escapó la cuerda de las manos, cogiéndola al instante y volviendo a hacer el nudo. Ella se mantenía en silencio–. ¿Alguna vez habéis hablado de estas cosas?

    –No.

    –Tal vez sea la hora.

    –Tal vez tengas razón y deba estar con él. –Sacó la caja de clavos y colocó el tablón de su espalda de rama a rama.


    *****​


    Gran Cuerno, con los ojos aún llorosos, cerró con delicadeza los de Gran Lucio. El cuerpo recientemente limpiado, tenía un ligero olor a lavanda. Gato Marrón se acercó con una sábana y entre los dos la extendieron bajo el joven, para luego, con cuidado, envolverlo en ella. Finalmente, Mirlo Rojo cogió una de las plumas de su cabeza, la de águila, y la colocó sobre el cuerpo.

    Bajaron el valle abajo en uno de los carruajes. Gran Cuerno, a la par de los caballos y tirando de ellos, tenía el rostro cubierto de ceniza. El resto, en el más absoluto de los silencios, acompañaron la travesía. Cuando el árbol empezó a divisarse al fondo, Mirlo Rojo inició a cantar una solemne elegía en la que se repetía el nombre de Gichihinoozhe una y otra vez.

    Llegaron al hermoso Álamo en el que dos Wapahaska estaban listos para tirar de dos amarres que levantarían un tablón. Bertans, Sigmund, Gamal y Pierre se acercaron a ellos, estirando sus brazos para pedir el relevo. El carruaje se detuvo y Mirlo Rojo, Gran Cuerno, Gato Marrón y tres Wapahaska cogieron el tablón en el que el cuerpo yacía. En una marcha solemne, se acercaron a un lugar junto al tronco y ataron las cuerdas al tablón. Mirlo Rojo continuaba con su funerario cántico. Hizo un gesto para que tiraran de la cuerda.

    Mirlo Rojo y Gran Cuerno subieron al árbol siguiendo la lenta ascensión de Gran Lucio. Una vez llegado a su sitio, apoyaron la tabla en la zona preparada, para después anclarla bien con unos clavos. Cada uno con una piedra las clavaron, siendo junto al agua el único sonido que se escuchaba en el valle.

    Bajaron del árbol y frente al tronco, el hombre hizo un pequeño agujero donde clavó el colmillo de Unk Hula. Después, ambos se miraron. Gran Cuerno no pudo evitar soltar una lagrima que Mirlo Rojo recibió con un cálido abrazo.
     
    Última edición: 7 Diciembre 2020
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    27º Capítulo: “Fuerte Mishtadim”


    A la mañana siguiente no esperaron para iniciar el viaje. Dejaron la entrada del valle atrás, protegida por el alma del joven Gran Lucio. El viaje inició en silencio. Solamente se escuchaba el fluir del agua, la fuerza de la brisa mañanera y los graznidos resonando en las paredes.

    Alphonse y Mirlo Rojo iban a la cabeza y tras ellos iba Bertans, aunque no acompañado por Gran Cuerno, que decidió ir en uno de los carruajes.

    –Alphonse, gracias por acompañarnos en este luto. –inició Mirlo Rojo. –Pero no tenéis que dejar de comer y beber por nosotros.

    –He hablado con ellos y están de acuerdo. Quieren apoyaros. No nos costará anda reducir el alimento una semana. –Ella le devolvió una mueca–. Aunque creo que se les hará difícil la parte de no mostrarse enfadados o alegres.

    –Es normal que se les escape en algún momento. Recuerdo que de pequeña mi padre me llegó a dar un buen golpe en la cabeza al reírme. Estábamos de luto y mi hermano se tropezó. No pude evitarlo. –Mirlo Rojo, nostálgica, tenía la mirada perdida en la crin de su corcel.

    –¿Cómo es qué tu acabaste siendo una guerrera? Luchar no es algo que se aprenda de la noche al día.

    –Mi hermano y Gran Cuerno siempre habían tenido una gran rivalidad, por lo que mi hermano necesitaba entrenar con alguien. Todas las noches practicábamos. Quería ser un gran hunga, por lo que no podía ser derrotado. Cuando murió, yo quise tomar el testigo, en parte por hacer feliz a mi padre, pero no fue nada fácil. Ni siquiera mi padre estaba con los ánimos para apoyarme.

    –¿Y al final cómo lo lograste?

    –No me detuve hasta conseguirlo. Hasta vencer en combate a Gran Cuerno.

    –¿Y tu padre al fin lo aceptó? Tu decisión.

    –Le costó, pero al final, con ayuda de nookomis, entendió que no podía estar protegiéndome toda la vida. No se qué le diría, pero fue cuando mi padre decidió que nadie más bebiera alcohol.

    –¿Os lo prohibió?

    –A raíz del asesinato de mi hermano empezó a pensar que embriagarnos era maldición para nuestros pueblos. En la festividad de la larga noche tiene pensado dar dos importantes golpes. Primero, quiere hacer que los demás Dagugichiyabi sigan el ejemplo de los Wapahaska y dejen de consumir alcohol.

    –¿Y el segundo?

    –Tengo que regresar a tiempo para poder anunciarme como la futura hunga.


    *****​


    El hunga Miskajidamoo, desde una gran roca de la que se veía el basto paisaje al sur de su poblado, miraba maravillado por el horizonte. Su lanza, clavada a un lado, de repente se movió. Miró a su derecha, viendo a su madre, Gookooko'oo Waabijiiyaa.

    –Mirar al horizonte no hará que venga antes. –dijo ella con una amplia sonrisa.

    –Soy una deshonra para mi Dagugichiyabi y nuestros antepasados. Tenía que haber dejado lugar a Miskoasiginaak mucho antes.

    –Te lo dije aquella vez y te lo digo hoy. Eres un idiota. –La mujer, con el culo de la lanza, pegó un golpe en la cabeza del hunga–. El que hayas tomado una decisión y no la vayas a pasar por la lanza no quiere decir que sea una deshonra.

    –Padre no hubiera actuado así.

    –Y eso te hace aún más sabio.

    –Pero aquí seguimos, exiliados, lejos de la tierra donde nacimos.

    –Tu padre fue un buen hunga, pero su temperamento lo llevó a las Praderas de la Eterna Caza. Casi lo matan, le obligaron a firmar ese estúpido tratado y finalmente acabó ahorcado. Miskajidamoo, eres más sabio que tu padre y Miskoasiginaak acabará siendo más sabia que tú. Es el curso de la vida.

    –Es difícil admitir la sabiduría cuando significa sumisión.

    –Difícil sería no hacerlo cuando la roja sangre de nuestro acabará en los arroyos.

    –Pronto Miskoasiginaak tomará esas decisiones.


    *****​


    –Mirlo Rojo. –dijo uno de los dos Wapahaska que volvían de hacer la ronda. –Hemos llegado a la Roca del Caballo.

    –¿Qué significa eso? –preguntó Alphonse.

    –Hemos llegado al Lago.

    Era ya por la tarde y el sol comenzaba a dar un color rojizo a las montañas. Tras una pequeña abertura del bosque, a mano derecha, vieron una roca que sobresalía en el monte, un curioso saliente con la forma de una cabeza equina.

    –Allí veréis más caballos. –explico la futura hunga. –Son unas auténticas bellezas, además de fuertes y agresivos. Son espíritus protectores del lago.

    Rodearon el lugar, llegando a un lugar donde las montañas se distanciaban. En medio se encontraba un inmenso lago al que no se le veían los límites. Rodeado por helechos, también se apreciaban unos extraños pinos muy verdes, aunque Bertans se quedó intrigado por sus piñas de color morado.

    En el agua vieron dos blancas grullas de afilado pico mirando al agua, en busca de alimento. Una de ellas hizo un graznido, alertando a la otra de la presencia de los hombres, para después extender sus alas e iniciar el vuelo.

    Tras una breve caminata junto al río llegaron a una roca tallada y clavada en el suelo. El monolito, de planta cuadrada, tenía una altura de unos doce pies.

    –¿Esto lo habéis puesto vosotros? –preguntó Dhalion a Gran Cuerno.

    –Es probable. Las abuelas cuentan que fueron puestos por las hadas de este lago, aunque lo mas probable es que fueran nuestros antepasados para orientarse. Creo que hay once rodeando el lago.

    –Lo tendremos en cuenta. Deberíamos seguir la marcha en un lugar donde detenernos.

    –¿Estáis seguros de querer montar un fuerte? –preguntó algo escéptica.

    –Nicolas Moll ha dicho que, aunque llevamos algo menos de la mitad del viaje, a partir de ahora avanzaremos mucho más rápido. Es por eso que sería bueno instalar un fuerte por esta zona. A la vuelta no sabremos con las dificultades que nos encontraremos, por lo que un refugio puede venirnos bien.

    –¿Y necesitaréis mucho tiempo? Yo no debería retrasarme mucho más y mi gente debe volver para ir preparando es festival, además de avisar de la muerte de Gran Lucio.

    –Miskoasiginaak, no te preocupes. Tu pueblo ya ha hecho suficiente por nosotros. Estaremos unos días más, vosotros podéis continuar cuando queráis, sin problemas.


    *****​


    Un pequeño risco junto al lago llamó la atención de Alphonse, un lugar visible y con una posición defensiva. Era una zona de pasto en la que unos bisontes comían tranquilamente, ignorando que los hombres se acercaban, aunque no muy lejos iniciaba de nuevo el bosque. Por orden de Alphonse, rápidamente iniciaron a cortar algunos troncos para hacer una estructura exterior al fuerte, mientras que otros hacían una serie de agujeros donde clavarlos.

    Horne, quien finalmente había aprendido a cortar troncos adecuadamente, llevaba ya dos reunidos y a punto de tirar uno tercero. El pelado tronco estaba a punto de caerse, cuando dio un aviso al resto.

    –¡Tronco va! –El hombre pegó un último hachazo, haciendo que el tronco comenzara a cascarse hasta comenzar a caer.

    –Tranquilo hombrecito. Ese tronco no mataría ni a una hormiga. –dijo Gamal, quien se encontraba cerca.

    –¿Qué insinúas? –preguntó Horne nervioso.

    –Nada, nada. No he dicho nada. –respondió marchando a por otro árbol.

    Atados a los caballos, comenzaron a arrastrar los troncos pelados hacia el lugar donde se iba a poner el fuerte, metiendo los troncos en los agujeros y reforzándolos con piedras y tablones. Poco a poco fueron rellenando una planta cuadrada, aunque la noche llegó antes de poder acabarla y tuvieron que detenerse y alojarse en un campamento provisional.


    *****​


    Alrededor de una fogata, huyendo de la heladora brisa nocturna, hablaban Alphonse, Bertans y John a la vez que comían unas raíces que Sabir había encontrado. La tripa de Bertans rugía, pero todos se habían acordado respetar las tradiciones Wapahaska. Éste último, intentando engañar al estómago, cogió la corteza de un arbusto y comenzó a mordisquearla.

    –¿Crees que no deberían llevarse el colmillo? –dijo Bertans, quien miraba a su mano temblorosa.

    –¿Qué crees que ocurrirá cuando en el festival de dentro de mes y medio digan que mataron a uno de sus demonios del inframundo? –respondió con otra pregunta John. Éste se sacó el paquete de tabaco y se encendió un cigarro con una ramita que incendió en la hoguera. Miró al paquete, viendo que le quedaban catorce para todo el viaje.

    –Podríamos cargarnos su tradición, el peregrinaje. –dijo Alphonse, de repente, mirando al fuego, pensativo.

    –¿Y qué les decimos? ¿Qué hay un Ancestral Prístino al final del viaje? ¿Qué solamente busca debilitarlos para huir y conquistar el mundo? –Bertans agarró los bordes de su abrigo y se lo apretó aún con más fuerza–. No creo que debamos hacer nada, dejémosles con sus ritos.

    –Pero algún día ese Ancestral escapará. A saber de lo que es capaz. ¿Acaso no te acuerdas de qué enfrentamos hace dos días? Debemos avisarles.

    –Tal vez debamos tomar una postura más intermedia. Explicarles la situación y nuestras preocupaciones. Ellos serán los primeros preocupados en mantener sus tradiciones.

    De repente, al fondo, apareció Mirlo Rojo, quien tenía a Gran Cuerno y Gamal a cada lado. Los tres se sentaron alrededor de la hoguera, siendo Mirlo Rojo la que puso encima de una piedra el fluctuante artefacto geomante recuperado.

    –¿Qué ocurre? –preguntó John intrigado.

    –Ayer Gran Cuerno y Gamal lo encontraron incrustado en el cuerpo de Unk Hula. –explicó la mujer.

    –Sí, estábamos al tanto. –respondió Alphonse, refiriéndose a Bertans.

    –Lo he estado pensando y creo que es mejor que os lo llevéis. Tal vez mi abuela sepa qué hacer con ella, pero algo me dice que me aconsejaría deshacerme de ella. Es por eso que preferiría que vosotros decidáis qué hacer con ella. Es una magia que conocéis mejor.

    –No parece peligroso, aunque tampoco sabemos del todo bien cómo usarla. –dijo Alphonse mientras la cogía y la observaba bien con la luz de la hoguera. –Pero si os tranquiliza el perderla de vista, lo haremos con gusto. –El hombre le devolvió una amable sonrisa.

    –¿Estáis seguros de que no es peligroso? –dijo Gran Cuerno. –El encontrarla donde estaban esos demonios no me... –No le salieron las palabras.

    –¿Reconforta? –acabó Bertans.

    –Eso.


    *****​


    A la mañana siguiente, según Moll, 2 de noviembre, continuaron con la obra, ya iniciando una pequeña casa de piedra y vigas de madera en el centro del muro que habían iniciado anteriormente. Volvían a comer esas raíces junto con un poco de agua hervida con unas hierbas, una dieta preparada por Sabir que decepcionó a la mayoría de los expedicionarios, aunque todos se mantuvieron firmen en silencio.

    Alphonse y Gamal se separaron un momento del grupo para mear, cuando el segundo vio media docena de peculiares caballos negro pálido al fondo. Extrañado por la apariencia de éstos, propuso acercarse para asegurar sus sospechas.

    –Tienes razón, Gamal. Es un caballo cimarrón. –dijo Alphonse, a una distancia en la que no asustar a los animales. –Mirlo Rojo me dijo algo, pero no me imaginaba esto.

    –Aunque este caballo parece más del Viejo Continente. Me recuerda a una vieja raza Siberniana.

    –¿Los Wapahaska habrán perdido algún caballo?

    –Es probable que sea eso. Si son los únicos que andan por aquí, aunque me sigue pareciendo raro.

    –Creo que Mirlo Rojo está organizando al grupo para seguir con la obra. –dijo el líder, al ver en lo alto del fuerte a la mujer rodeado por el resto, la mayoría de ellos con el hacha en mano.

    Ambos caminaron al futuro fuerte, uniéndose de inmediato a las obras. Horne inició preparando unas poleas para levantar todo, mientras que el carpintero Dhalion clavaba bien los tablones del día anterior y Bertans ataba los troncos fuertemente con una soga y varios nudos de marinero.

    –Alphonse. –dijo la futura hunga, la cual se acercó nada más llegar. –He decidido partir mañana.

    –¿Al amanecer?

    –No me corre prisa, pero me gustaría hacerlo antes del mediodía. Debería ir preparando algo de alimento.

    –No se diga más. –respondió Alphonse amablemente. –Cualquier cosa que te podamos ofrecer o ayuda que necesites no dudes en pedirla. Os estamos muy agradecidos y queremos apoyarte. –Ambos iniciaron la caminata hacia el interior del muro de troncos.

    –Esta noche he estado pensando. Tal vez este refugio sea una buena idea. A mi regreso un cobijo me vendrá bien, cuando la nieve ya haya cubierto estas tierras.

    –Podemos dejar algún encendedor, hojarasca algo seca y algún cuchillo. Cuando volvamos, si no has llegado aún, podríamos dejarte algo de comida.

    –Para ello tengo que volver. –La mujer miró al enorme lago, para después fijarse en las montañas que tenía detrás, con sus blanqueadas puntas. Comenzó a mover su mirada hacia la izquierda, hasta observar el nevado y rocoso valle que tenía que continuar.

    –Todos estamos seguros de qué lo harás. –Ella, al escuchar las palabras, no pudo evitar sonreír y mirar al suelo–. Aun así, para que sepas que estamos bien y cómo nos ha ido, te dejaremos una carta.

    –Eso si no soy yo la que lo escribe.

    –Esa es la actitud.

    Ambos llegaron a donde Horne, quien ya con dos poleas preparadas, intentaba subir un tronco tirado por dos caballos guiados por Pierre y Sigmund. El madero, en horizontal, fue ascendiendo hasta que el inventor dio la orden de detener los corceles. En ese momento, ágiles, dos Wapahaska ascendieron para anclar bien lo que pronto sería la entrada al fuerte.

    –¿Habéis pensado algún nombre para el lugar? –dijo Mirlo Rojo.

    –Había pensado en llamarlo con un nombre Wapahaska. ¿Cómo se dice caballo?

    –¿Fuerte Mishtadim?

    –Fuerte Mishtadim. Me gusta.


    *****​


    Dos Wapahaska, Sigmund, Pierre, Herschel y John salieron a cazar con sus arcos y mosquetes, introduciéndose en el basto bosque. En absoluto silencio, solamente se escuchaban algunos pájaros que, de vez en cuando, huían al sentirse en peligro. Al rato, al no ver nada, John hizo un gesto para dividirse.

    Se separaron en tres parejas, los hermanos O´Sullivan yendo por la izquierda. Pronto saldrían del bosque, llegando otra vez al borde del lago, a una zona algo pantanosa. Verdes hierbajos y secos arbustos sobresalían del agua, pero nada se movía cerca. Solamente se escuchaba el leve oleaje de la laguna desapareciendo en la costa.

    –Hermano. –dijo el joven. –¿Han caído muchos en el camino?

    –Más de los que quiero admitir. –El hombre se detuvo, en silencio, mirando bien a su alrededor–. ¿Jamás te habías topado con la muerte tan de cerca?

    –Bajo las órdenes de White Camel eso era constante. Ni quería, ni podía encariñarme con nadie. Encontrarte fue una salvación para mí.

    –No sé si podría llamarlo así. Ésta no es la mejor vida, pero al menos es una.

    De repente, entre la húmeda vegetación, se escuchó un chapoteo que llamó la atención de los dos. Sigilosamente se acercaron, viendo cómo un lince de color pardo perseguía un castor a toda velocidad, en paralelo a la orilla. Sin esperar, ambos apuntaron sus mosquetes y dispararon, primero el joven y luego el mayor, con un segundo de diferencia.

    Herschel bajó su arma, viendo que tanto la nutria como el lince se encontraban tumbados, liberando una tenue mancha de sangre en el agua. Miró a su hermano, pensando que también había apuntando al lince, para luego comprender lo sucedido. Rápidamente se metieron al agua antes de que los difuntos animales fueran arrastrados por el agua. Sus botas de cuero se hundieron en el barro, llegando a ser dificultoso andar, finalmente llegando a las dos piezas de carne.

    –¿Y has tenido que matar a un compañero? –preguntó Herschel, nervioso. Acto seguido, tras una pausa, continuó. –Con tus propias manos.

    –Por suerte, una única vez. La que te conté. –John se miró su antebrazo derecho.

    –Por suerte.


    *****​


    Sigmund y Pierre, quienes continuaban por el bosque, se detuvieron al escuchar los disparos.

    –Han sido los hermanos O´Sullivan. –dijo Sigmund.

    –Si vuelven a disparar deberíamos acercarnos. No sea que se nos escape un búfalo.

    Esperaron en silencio a más disparos, pero éstos nunca llegaron. Decidieron continuar la caminata, pero enseguida llegaron a un claro que se conectaba al borde del lago mediante un arroyo.

    –Es el lugar perfecto para huir de todo. –dijo Pierre, admirando la belleza de aquel lugar virgen. –Incluso para ti sería un buen lugar. Vivir con tu familia. En el culo del mundo.

    –La verdad que no me importaría ver crecer a mi familia en un lugar así. Esperar unos años a la caída del Emperador y… –Las palabras de Sigmund se cortaron de golpe.

    –¿Qué ocurre?

    Sigmund se sacó un pequeño catalejo del interior de su chaqueta y lo desplegó. Luego apuntó sobre la charca, fijándose en una peculiar ave que la sobrevolaba hacia el sur.

    –¿Desde cuando tienes un catalejo? ¿Y qué ocurre? –preguntó Pierre perdido.

    –¿Ves ese pájaro blanco de cabeza negra? De un tamaño mediano y sobrevolando solo el agua. –El hombre ajustaba el artilugio, observando detenidamente al objetivo.

    –¿Qué le ocurre?

    –Es un charrán hiperbóreo, aunque los científicos lo llaman Sterna hiperboreae. Una extraña ave que vive en los polos, migrando dos veces al año de uno a otro.

    –¿Y qué tiene que ver la ornitología en tu cara de asombro?

    –En invierno migra al sur, por lo que no tiene sentido que esté aquí. A no ser que se le de otro uso. Uno humano. Fíjate en su pata antes de que desaparezca entre los árboles. –Sigmund pasó le catalejo a su compatriota, observando el animal con rapidez–. Durante la revolución phínica utilizábamos una vieja técnica neoalbeniense para enviar mensajes. Esos pájaros, correctamente amaestrados, pueden enviar viajes a distancias enormes.

    –Tiene un rollo de cuero atado a su pata, tiene un mensaje. Eso solo puede significar dos cosas.

    –O hay alguien más aquí, cerca del valle.

    –O hay un traidor entre nosotros.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Palabras:
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    28º Capítulo: “Los diferentes caminos”


    El carpintero Dhalion fue indicando al resto cómo bajar las diferentes partes de la embarcación para unirlas sobre el lago. Cojeando todavía, se metió en el agua, encajando y clavando bien la estructura a una velocidad que sorprendió a Horne y Pierre.

    –¿Te encuentras bien? –le dijo el inventor al phínico. –Te veo un poco ausente. El otro exclamó, girando su cabeza hacia Horne.

    –Sí, sí, estoy bien, perdona. Estaba con la cabeza en otra parte.

    –¿Pero va todo bien?

    –Claro. Pensaba que gracias a tus mejoras no tendré que preocuparme tanto de los rápidos, de encontrarnos claro.

    Llegó la hora de comer y tanto el fuerte como la barca iban cogiendo forma. Alrededor del fuego se sentaron todos, comiendo un pequeño trozo de hogaza de pan. Los últimos en incorporarse fueron Moll y Gato Marrón, quienes venían con todos los materiales cartográficos del primero.

    –¿Estás haciendo un buen estudio del lago? –preguntó Alphonse.

    –Ser el primero en cartografiar esta zona puede cambiar el rumbo de este lugar. Me gustaría hacerlo bien y, de momento, va todo viento en popa.

    –¿Puedo ver la carpeta? –preguntó Bertans, intercambiando la carpeta por un cacho de pan. Gamal, curioso, entregó otra hogaza a Gato Marrón y, después, se acercó a ver los dibujos.

    –Están muy bien. –dijo el shilí.

    –Te haces mayor. –comentó Bertans en un tono burlón. –Hace unos años habrías dibujado algo más en una mañana.

    –Hay que tener cuidado, el papel puede mojarse.


    *****​


    Mirlo Rojo, quien hizo la ronda tras comer, pensó en llevarse a Sigmund de acompañante. Con sus arcos en mano, se adentraron en el bosque en el que habían talado algunos árboles.

    –¿Así que mañana mismo marchas? –preguntó el phínico, haciendo que los dos se detuvieran.

    –Tengo que continuar con mi viaje.

    –Vas a pasar mucho tiempo sola. ¿Nerviosa?

    –¿Estas preocupado? –dijo ella burlona. –Ahora es cuando mi viaje inicia de verdad. Estoy entusiasmada. Ha sido un largo camino hasta poder lograr esta oportunidad. –Sigmund, quien la miraba fijamente, reanudó el paso.

    –Creo que es lógico preocuparse. Ya hemos visto que son tierras peligrosas.

    –Al final va a ser cierto.

    –¿El qué?

    –Que te recuerdo a tu hija. –Sigmund, incomodo, se mantuvo en silencio, mirando al frente y teniéndola perdida entre los árboles–. Vuelve con ella, no seas como mi padre, luchando por sí mismo con la excusa de que lo haces por los demás. Está claro que lo deseas y pocas cosas se interpondrán en la voluntad de un padre. Al amor.

    –Me tendría que enfrentar a todo un imperio.

    –Solo tienes que recuperar a tu mujer y a tu hija, escapa lejos. Entre los Wapahaska te admitiríamos. Nadie tiene por qué resignarte a la infelicidad.

    –Ese hombre, el emperador. Es un degenerado, nos perseguirá hasta el fin del mundo. Conozco su secreto, es invencible, y hasta silenciarme del todo no se detendrá.

    –Tienes amigos, conoces gente. Busca la forma. No soy la única que va a hacer un viaje de aprendizaje. ¿Hace cuánto que no entablabas relación con alguien por tanto tiempo? –Sigmund no pudo evitar mirar a la mujer.

    –Hace años. Cuatro o cinco.

    –Sois un grupo peculiar, lleno de secretos, y la verdad no entiendo como habéis llegado tan lejos. Pero ninguno volverá como vino. Es lo que tienen estas tierras. Y estoy segura de que algo estará cambiando en ti, sino lo ha hecho ya.

    Un largo silencio se hizo, para nada incómodo. Se escuchó un graznido y el bosque volvió a estar en silencio hasta que Sigmund lo rompió.

    –Gracias Miskoasiginaak.

    Ambos continuaron andando un rato, saliendo del bosque y llegando a un largo pastizal, con una hierba de cierta altura y con un calmado río en medio. El húmedo verde, que llegaba hasta las rodillas, escondía a dos glotones de pelirrojo cabello que Mirlo Rojo y Sigmund vieron, pero ignoraron cazar.

    De repente, a lo lejos vieron a Gran Cuerno y un Wapahaska haciendo la ronda también. El primero alzó su brazo para saludar, gesto que devolvieron Sigmund y Mirlo Rojo, tomando ambas parejas rumbos diferentes.

    –Tienes suerte de tener a Gran Cuerno como mano derecha. Siempre que lo necesites ahí estará.

    –Ahí está la cosa, Sigmund. No lo necesito, pero me gusta tenerlo ahí. Y creo que a él también.

    –Nunca os habéis planteado… –cortó la frase Sigmund, dándose cuenta de su indiscreción.

    –¿Qué? –dijo Mirlo Rojo con cara de sorprendida. –¿Estoy hablando con Sigmund o con Pierre?

    –Te has puesto nerviosa.

    –No quiero hablar de ese tema. –La voz de la mujer temblaba ligeramente–. A la vuelta de mi viaje lo más probable es que mi padre y mi abuela intenten buscarme un marido, como forma de afianzar mi posición como hunga. Pero no quiero.

    –¿Te hace sentir que tu persona no es lo suficiente para ser hunga?

    –¿Acaso sabes cómo se pide matrimonio? –dijo ella, en un tono que pasaba del nerviosismo a un progresivo enfado.

    –No. –respondió el phínico en bajo, arrepintiéndose de haber hecho la pregunta.

    –Vestida para la ocasión, me tengo que sentar en frente del tipi de mi madre, estando dentro tanto mis padres como demás sabios Wapahaska. Después, los hombres hacen cola y van pasando de uno en uno, haciendo ofertas e intentando convencerme de ser un válido marido. Luego, mis padres, quienes están escuchando todo, deciden con quien casarse.

    –¿Y quién abandona su hogar?

    –Siempre el hombre. Las propiedades, la casa son de la mujer.

    –Entonces aún tal vez te quede una posibilidad para poder decidir tú sobre tu futuro.

    –¿Cuál?

    –Habla con tus padres. Convénceles que tus deseos son la mejor opción. No creo que te sea difícil.

    –No tendría por qué hacerlo.

    –Pero al menos de esta forma serás tú quien tome las decisiones, como la hunga que serás. –La mujer suspiró no muy convencida. Optó por cambiar de tema.

    –¿Vendréis al festival?

    –Me gustaría poder ver como vuelves de tu viaje como la nueva hunga.

    –A mí también me gustaría ver que volvéis sano y salvo.


    *****​


    Mirlo Rojo volvió con Sigmund al bosque del principio, encontrándose a unos cuantos de ellos cortando algunos árboles más. En un momento, vio que Sabir estaba cerca, decidiendo acercarse a él.

    –Sigmund, déjame un segundo a solas con él. –dijo ella, haciendo que él se marchara y Sabir clavara su hacha en un tronco caído.

    –En que te puedo ayudar, Miskoasiginaak. –dijo él, sentándose en la misma madera donde había apoyado la herramienta.

    –Hace tiempo que me fijé en el colgante que llevas. ¿Es algún tipo de magia? No parece que contenga un agua normal. –El hombre le respondió con una mueca.

    –Eres joven, pero inteligente. ¿Cómo lo has sabido?

    –Bueno, tuve ayuda de mi abuela. Creo que lo vio en su piedra mágica.

    –¿Piedra mágica? ¿Una mesmerita tal vez? Qué raro.

    –¿Por?

    –Esta agua también se le llama Abono Mágico. Un regalo de mi amigo Sabir, para una emergencia. Pero no es tan potente como para ser percibido con una mesmerita.

    –Me dijo que lo usarías para contrarrestar algo en tu interior, pero en verdad no entendí muy bien a que podría referirse.

    –No te preocupes, mujer. Seguro que todo está bien. Lo único, quería preguntarte algo. –La mujer frunció el ceño–. ¿A qué se debe ese sobrenombre? ¿Vieja Nutria? –Ambos sonrieron, ella sentándose junto a él.

    –Es una vieja leyenda, sobre una nutria y una grulla. Ésta última tuvo que abandonar a su hijo durante el invierno, pero antes de eso pidió ayuda a la nutria para que la defendiera del frío. La nutria se sacrificó y logró que la cría sobreviviera al frío, logrando reunirse con su madre en la primavera. En gratitud, la madre recompensó a las nutrias con la capacidad de sobrevivir a los duros inviernos, a pesar de vivir en el agua.

    –¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

    –No se que vio mi abuela en ti, lo dicho. Tal vez se equivocó y otro de vosotros tiene que pelear contra el duro invierno. Tal vez otro sea la Vieja Nutria.


    *****​


    –Mirlo Rojo, al fin estás aquí. –dijo Alphonse, en un tono serio, y acompañado de Bertans. La mujer, quien ayudaba a encender unas antorchas de cara a la próxima noche, se levantó y se giró hacia ellos.

    –¿Qué ocurre?

    –¿Podemos hablar a solas? –continuó Bertans, mientras Gran Cuerno se acercaba. –Con los dos.

    –Claro.

    Los cuatro se separaron a una zona junto al lago, cercana al lugar donde Dhalion, Horne y Pierre preparaban la barca, dando uno suaves martillazos con el que unir bien todas las partes. –¿Qué ocurre? –preguntó Gran Cuerno, extrañado.

    –Queríamos discutir una cosa con vosotros. Sobre el colmillo de Unk Hula. –inició Alphonse. –No podemos obligaros a hacer nada, pero creemos que no deberíais llevároslo de vuelta.

    –Imagino que tendréis una buena razón. –respondió Mirlo Rojo.

    –Son esas criaturas. Vimos algo raro en ellas.

    –Y tal vez el saber que habéis matado a vuestros demonios no es la mejor idea. –acabó Bertans las palabras del líder.

    –Os estáis saltando información. –dijo Gran Cuerno, algo molesto.

    –Es difícil de explicar y que vuestro pueblo lo sepa tal vez sea peligroso. De verdad, lo decimos pensando en vuestro pueblo y tradiciones. –respondió Alphonse al Wahapaska, intentando calmarlo. Después, todos miraron a Mirlo Rojo, esperando una repuesta.

    –Quiero saber qué es eso tan peligroso. Yo decidiré luego qué hacer. –Los dos exploradores se miraron mutuamente, para luego dejar hablar a Alphonse.

    –Creemos saber qué hay al final de tu viaje. Y saberlo acabaría con vuestro peregrinaje. –Mirlo Rojo, en silencio, se quedó pensativa.

    –¿Qué vamos a hacer? –dijo Gran Cuerno, no del todo convencido. –Volver con ese logro reforzará tu posición como hunga. Nadie dudará de tus capacidades.

    –Gran Cuerno. –La mujer giró su cabeza hacia él–. Tienes toda la razón, pero si nuestros compañeros están en lo cierto, perderemos parte de nuestra identidad.

    –¿Estás segura?

    –Quiero que entierres el cuerno. A mi regreso, tomaré una decisión.



    *****​


    Dhalion, Horne y Pierre finalizaron su trabajo, ya llegada la noche. Calentados e iluminados por dos antorchas, se acercaron hacia el fuerte ya bastante finalizado. En su interior descansaban todos, bebiendo un pequeño brebaje caliente preparado por Sabir que engañara sus estómagos durante la noche.

    En su caminata, casi llegando a la pequeña cuesta que subía al edificio, Dhalion se detuvo.

    –¿Aun te duele la pierna? –le dijo Pierre, volviéndose los dos hacia él.

    –No, no. Bueno, me duele, pero no me he detenido por eso.

    –¿Qué pasa? –preguntó Horne.

    –¿No os sentís observados? Desde que llegamos siento que algo nos mira desde el pasto.

    –Serán las alimañas, intentando rascar nuestros deshechos. –respondió Pierre, escéptico, aunque los tres miraban a su alrededor.

    De repente, el verde pasto contiguo al lago se movió con rapidez, sonando con fuerza y alejándose oculto por la hierba, hasta finalmente dejar de escucharse. Los tres se miraron extrañados.

    –Parece que nos han escuchado. –bromeó Pierre, aunque los otros dos se quedaron muy en silencio, anonadados por la casualidad.


    *****​


    Al día siguiente Mirlo Rojo finalizó los preparativos para no dejarse nada. Con una enorme bolsa a la espalda, pronto partiría hacia el oeste. Todos trabajaban con todas sus fuerzas para acabar la obra cuanto antes cuando la mujer pasó uno por uno despidiéndose. Primero con sus Wahapaska, pasó por todos hasta donde Gran Cuerno, quien prefirió hablar a solas con él.

    –Te echaré de menos. –dijo él. –Ahora que me había acostumbrado a tus regañinas.

    –Idiota. Cuida bien de esta gente.

    –No te preocupes por eso. Tu preocúpate por volver. Ojalá llegues a tiempo para el festival.

    –Lo daré todo. Te prometo que volveré a tiempo para traer orgullo a nuestra gente.

    –Oye, Miskoasiginaak. Hay algo que me gustaría decirte. –El hombre bajó su mirada al suelo y su voz bajó el tono–. Sabes de sobra lo que ocurrirá a tu regreso, en el festival. –Ella liberó una mueca.

    –¿A la pedida te refieres?

    –Quería proponerte…

    –Mamaangiwine, para. –interrumpió ella. –Cuando llegue el momento lo hablaremos. –La mujer llevó su mano a la mejilla de Gran Cuerno, alzando la cabeza y ganándose la mirada del hombre–. ¿Vale?

    –He quedado en ridículo. –respondió él en su lengua, sin perder de vista los ojos de Mirlo Rojo.

    –Hay valor en tus palabras. –Ella, sin soltar su mano de la mejilla del hombre, le lanzó una sonrisa.


    *****​


    Todos se acercaron a donde la futura hunga. Gran Cuerno le acercó su caballo, mientras que Gato Marrón le ayudó a ponerse la gran mochila. Sabir se acercó con dos buenos pedazos de carne sazonada cubiertos por un paño. La mujer acercó su nariz y olió aquel s fuerte olor a hierbas.

    –Cuando acabes el ayuno come, te dará fuerzas. –dijo el hombre.

    –Muchas gracias.

    El siguiente en despedirse fue Gamal, quien metió su mano en el abrigo de piel y le entregó una piedra para afilar cuchillos, envolviendo las manos de la mujer con las suyas.

    –Recuerda tener siempre tus cuchillos preparados. Que no te pillen desprevenida.

    –¿Aún sigues queriendo un combate?

    –No es necesario.

    –Si vienes al festival de la larga noche te concederé ese combate.

    –Entonces iré con mucho gusto.

    –Allí nos veremos. –dijo Sigmund, a la vez que se acercaba. Mirlo Rojo dio un cálido abrazo al hombre, pillándolo por sorpresa. –Veremos cómo te hacen hunga.

    –Gracias Sigmund.

    –Gracias a ti.

    El resto se despidió, llegando finalmente a Alphonse y Bertans, quien le devolvieron un abrazo cordial.

    –No os perdáis. Espero que lleguéis cuanto antes a ese dichoso mar.

    –Dejaremos una nota, aunque Sigmund y Gamal estarán en persona para contártelo todo. –dijo el bonachón Bertans.

    –Sentimos mucho el que todo no haya salido bien, pero mi gratitud hacia tu pueblo es infinita. Cualquier cosa que esté en nuestra mano…

    –Alphonse, está todo bien. Suficiente habéis hecho. Si no llega a ser por vuestra presencia, solo el gran dios sabe lo que nos habría pasado.

    –Ha llegado la hora. –Se acercó Gran Cuerno, dándose un último abrazo, uno fuerte y largo. Se separaron, sin soltarse los brazos, continuando él–. Te toca partir.

    –Sí. –Ella le devolvió una última sonrisa.

    Miskoasiginaak se subió a su corcel y miró una última vez al grupo, quien la miraban fijamente, entre gritos de ánimos y sonrisas. Sacudió al caballo, arrancando su marcha rampaba abajo, para después girar a través del bosque. A todo galope, pronto llegaría al río que tendría que seguir para continuar el camino hacia el oeste, dando así inicio a su propio viaje.


    *****​


    A la mañana del día 4 de noviembre los aventureros ayudaron a preparar todo lo necesario para los Wahapaska. Dejada a su futura líder en camino, solamente les quedaba el camino de regreso. El nublado día apenas dejaba entrar unos breves haces de luz, pero estos se agradecían otorgando un breve momento de calidez. Cuando todo estaba prácticamente listo, uno de estos les dio una tregua para poder despedirse.

    Alphonse decidió ceder uno de los carruajes, como gratitud por la ayuda ofrecida. Sabir preparó más comida para el grupo con idea de que para el final de su luto pudieran alimentarse bien. De la misma manera, Gamal y Horne, sin hablarse, pusieron a punto las armas para que no hubiera ningún susto, el primero las armas blancas y el segundo las de fuego.

    –Os he puesto los mosquetes a punto. –dijo Horne a Gran Cuerno. –Pero deberéis administrar bien la pólvora.

    –Muchas gracias joven sabio. –le respondió Gato Marrón, quien probaba el arma sin cargar. –Va mejor que nunca.

    –Estaban a falta de algo de mantenimiento, pero nada que no se pueda arreglar.

    –Espero que no tengáis que usarlas. –dijo Gamal, quien enseñaba los cuchillos afilados al itaca.

    –El regreso será más rápido y ágil. No creo que tengamos muchos problemas. –dijo Gran Cuerno.

    Los siete Wahapaska se subieron a sus caballos y al carro, todos tras Gran Cuerno, quien no pudo evitar pensar que nueve habían salido de su poblado. Alphonse se acercó, dándole un último estrechón de manos.

    –¿Te veremos en el festival? –pregunto Gran Cuerno. –Sería un honor veros allí.

    –No os lo puedo asegurar. –respondió el líder. –Este viaje me dará muchas obligaciones. Pero si puedo sacar un hueco encantado lo haré. De no ser posible, tendréis noticias mías. –Alphonse miró a Sigmund y a Gamal–. Os lo aseguro.

    –Buena suerte, compañeros de viaje. Y recordad, si respetáis al valle él os respetará a vosotros. –De repente, el hombre cambió de lengua a la suya–. ¡Compañeros! ¡Es hora de volver a casa!

    Gran Cuerno agitó con fuerza las riendas del caballo, iniciando la marcha del grupo hacia su hogar. Los once aventureros restantes se despedían desde su sitio. Aquella corta caravana fue serpenteando desde el paisaje que se atisbaba desde el fuerte, el cual en silencio se quedaron mirando hasta darse cuenta del gran silencio que se vivía en aquel lugar, escuchándose con suerte el agua rompiendo suavemente contra la orilla o una brisa más fuerte de lo normal.

    –Caballeros, volvamos al fuerte. –dijo el líder. –Nuestra aventura también debe continuar.
     
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    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Más capítulos ligeros. Desde la lucha contra esas abominaciones han estado muy tranquilos.

    Lo preocupante es que esas despedidas parecen apuntar a que el grupo de Mirlo Rojo ya no vuelve con vida.

    ¿Esa gema no debería quedarse con los locales? ya saben, es una especie de sello, según entendí. ¿No es posible que aparezcan nuevas criaturas, y la gema selle su camino? No me pareció fuera algo negativo.

    Por lo menos este arco ya acabó y seguirán su camino.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    29º Capítulo: “Cacería feérica”


    Al otro lado del lago, en una zona lejana al Fuerte Mishtadim, los Skreela seguían su rápida marcha. En fila, corrían a una increíble velocidad, gracias a sus largas y robustas piernas, mezcla de un cánido y una persona. De repente, el alfa, quien iba algo rezagado respecto al grupo, gritó con fuerza, llegando a resonar en aquel valle.

    La fila se detuvo, dos de ellos inmediatamente separándose para rastrear la zona. En un calmado y elegante andar, el alfa se reunió con su grupo, iniciando una conversación a base de gruñidos con la Skreela de blanco pelaje, la beta.

    El grupo vestía ropajes para el frío invierno, además de calzado con el que no dañarse sus finos pies. El alfa, por encima de su grueso pelaje, llevaba una piel de bisonte y, cubriendo su espalda, una bella capa dorada. Al igual que el resto, llevaba pantalones y camisas adaptadas a su cuerpo, además de piezas metálicas rectangulares que protegían sus antebrazos y corvejones inferiores, estando estas últimas bien atadas con gruesas cuerdas de cuero.

    Uno de ellos reunió unos palos algo secos y hojarasca, para después iniciar a hacer un pequeño fuego. Otro de ellos preparaba una serie de hermosas piezas de carne de cerdo que cocinar, colocándolas sobre cuatro ramas cruzadas, algo más gruesas, evitando que se mancharan con el suelo. Cuando la fogata cogió forma colocaron una parrilla sobre ella, donde comenzaría a cocerse la carne.

    El alfa volvió a dar una orden, haciendo que cuatro de ellos se acercaran al lago, dejando sus espadas, cuchillos y mosquete a mano y agachándose de frente para beber una gran ingesta de agua. Tras un largo rato, éstos volvieron a recomponerse y volvieron a coger sus cosas. En ese momento, tras otra orden del lobo gris, otros cuatro Skreela hicieron lo mismo.

    A su regreso, el cocinero alertó de que la carne estaba lista, todos acercándose a su alrededor. Poco a poco fue repartiendo la carne en diferentes platos, mientras que la loba blanca sacaba una botella de vino, la abría y le pegaba un trago, para después pasársela al siguiente. Dos piezas de carne quedaron, guardadas para los dos Skreela que hacían la ronda.

    Estos dos últimos aparecieron de repente, algo alarmados y con la respiración algo agitada. El alfa preguntó algo, recibiendo una respuesta al momento de uno de los antropomorfos. El otro le entregó un catalejo, cogiéndolo al instante y, tras caminar un poco por el bosque colindante, apuntó con el artefacto desde la orilla, al fondo observando una edificación de la que salía una chimenea de humo. Era el Fuerte Mishtadim.

    La criatura, curiosa, observó bien el entorno y luego pasó el artilugio a la loba blanca, quien analizó bien el sitio. El alfa, tras unos segundos pensativo, miró a la loba blanca, a continuación, lanzando una amplia mueca que desconcertó a la otra.


    *****​


    Dhalion, desde lo alto del muro del fuerte, llevaba observando los pastizales un largo rato. Horne, subiendo las escaleras que llevaban al altillo, rompió su concentración.

    –¿Sigues pensando en lo que pasó ayer?

    –No me quito esa sensación de no estar solos.

    –¿Y si mañana vamos de caza y nos escondemos en el pasto?

    –¿Entre los dos?

    –Intentamos hacerle una pinza y que vaya hacia el bosque, donde el pasto no lo proteja.

    –La idea del inventorucho. –dijo Gamal, quien también subía por las escaleras. –Al menos si queréis ver eso que se os escapó.

    –¿Te has enterado?

    –Me lo ha contado Pierre. Me parecía raro que estuvieras tanto tiempo mirando a la nada y le he preguntado. Dice que estáis paranoicos.

    –Realmente fue raro. Más que nada quiero asegurarme. –Dhalion cogió su mosquete, apoyado contra el muro.

    –¿Y si fueron las hadas que mencionaron los Wahapaska? –dijo Horne, siendo ignorado por los otros dos.

    –Vayamos de caza. –finalizó Gamal.


    *****​


    –¿Necesitas a Dhalion o Horne? –preguntó Alphonse a Pierre quien, montado en la embarcación, comprobaba que estuviera todo a punto.

    –De momento no. Han hecho un gran trabajo. Mañana mismo podremos partir. –Pierre se bajó del pequeño embarcadero que habían montado junto a la orilla, en una zona donde poca vegetación sobresalía del agua y la profundidad era algo mayor.

    –En dos semanas deberíamos estar ya en nuestro destino. –Ambos iniciaron a amarrar el largo bote con dos robustas sogas–. Si no es menos.

    –Siempre y cuando no nos encontremos el hielo.

    –Hasta bien pasado el estuario no creo que nos lo encontremos. Mira toda esta gran bolsa de agua. Los lagos, con agua más caliente que en el Mar Bóreo, evita que se congele tan pronto. –Tras comprobar los amarres iniciaron su viaje hacia el fuerte.

    –Mucho trabajo de investigación te llevó preparar esta expedición. ¿Meses? ¿Años?

    –Casi un año hasta preparar todo. Posibilidades para llegar al Mar Bóreo, perfiles de los expedicionarios, buscar alguien que lo financiara, entre otras cosas.

    –¿El ser una persona cercana a la monarquía te habrá ayudado? –dijo el phínico, haciendo que el jefe liberara una mueca.

    –Mi amistad con el rey siempre es una ventaja. Más teniendo en cuenta su apio ser…


    *****​


    Tumbados en la hierba boca abajo, ocultos por el verde, Horne y Dhalion esperaban con sus armas, mientras que Gamal esperaba en la rama de un árbol. En silencio, llevaban buena parte de la tarde esperando a que algo pasara, aunque solamente hubieran visto un pequeño castor que dejaron marchar.

    El aburrimiento y el sueño pisaban con fuerza, pero el martinico estaba convencido de que alguien los vigilaba. El sol iniciaba a adentrarse entre las montañas cuando Gamal, desde arriba, notó un leve movimiento en la hierba. Con un breve movimiento de mano alertó a los otros dos, agudizando sus miradas al momento.

    De repente, Gamal saltó del árbol, estirando sus brazos para asir a la pequeña criatura que se había acercado. Pero ésta, mucho más ágil, pegó un salto evitando así las dos manos del hombre, cayendo sobre su espalda y dando otro salto. Horne, desde el frío suelo, también saltó intentando llegar al punto donde aquel ser iba a caer, pero se quedó corto.

    –¿Qué es eso? –se preguntó el inventor al ver cómo esa criatura de un pie de altura huía. Ésta llevaba una pequeña máscara blanca de forma alargada ocultando su rostro.

    Dhalion salió de su escondite con el mosquete en mano y, asiendo el arma por el cañón, intentó golpearlo. De nuevo saltó, esquivando así el ataque.

    –¡Vamos tras él! –dijo Gamal con otro mosquete en mano.

    –Cargad las armas. –continuó Dhalion, iniciando la carrera.

    –¿Quieres acaso matarlo? –respondió Gamal.

    –Disparemos para cambiar su rumbo y llevarlo hacia el lago. Ahí adelante hay una turbera en la que poder rodearlo.

    A través del bosque, esquivando los árboles, Gamal apuntó con su arma y disparó cerca de la criatura, haciendo a ésta girar hacia su derecha, en dirección al lago. Acto seguido volvió a cargar el arma. Dhalion disparó, clavando la bala a la derecha y orientando el rumbo hacia la izquierda.

    –No queda nada.

    El trío salió del arbolado, acercándose a la orilla del lago, una zona húmeda, llena de turba marrón y cubierta por vivos colores verdes y rojizos. Pero el enano se resistía a entrar en aquella fría tierra cubierta de musgos.

    –A la vez. –dijo Gamal. Los tres apuntaron a la izquierda, disparando de nuevo y, al final, obligándole entrar en la zona fangosa.

    Dio cuatro pasos hasta que se quedó su pie atascado. Logró sacarlo con fuerza, pero dos pasos más tarde volvió a quedarse atrancado. Miraba atrás, nervioso, viendo como los tres captores cada vez estaban más cerca. Gamal, en ese momento, inició a desenrollar una cuerda.

    Poco a poco, hundiendo su calzado en el húmedo barrizal, el trío se adentró hacia la enmascarada criatura dejando algo de hueco entre ellos. El shilí, en medio, fue quién hizo un nudo corredizo y estando a pocos metros lo lanzó. El hueco del lazo corredizo entró por la cabeza hasta sus bracitos y tiró con fuerza, amarrando con fuerza sus extremidades al cuerpo.

    –Malditos. Soltadme. –dijo el ser, intentando escapar y sorprendiendo a los tres. Dhalion y Horne se miraron mutuamente.

    –Puede hablar… –susurró el inventor.

    –¡Concentraros! –gritó Gamal, quién pasó el resto de la cuerda por sus piernas haciendo un segundo nudo. Finalmente, cogió de el trozo de cuerda que iba de un nudo a otro y levantó con total facilidad a la criaturilla del suelo. –¿Qué demonios eres?

    –¿Y por qué hablas nuestra lengua? –preguntó Horne.

    –!No soy un demonio! ¡Hierón nos enseña el camino de la luz!


    *****​


    Atado con otra segunda cuerda y sentado en el borde de una mesa, el grupo rodeaba al enmascarado ser. La alargada máscara de marfil tenía una forma cónica, iniciando en una amplia boca de afilados dientes. Subiendo tenía dos ojos grandes, aunque en proporción no lo eran tanto como su boca y éstos estaban algo ladeados por la estrechez de la cabeza. La cabeza continuaba algo más, hasta llegar a una punta curva que miraba hacia atrás, como si de un sombrero puntiagudo se tratara. Su tez era negruzca, su cuerpo delgado y alargado y sus extremidades seguían el mismo patrón. Sobre el cuerpo, hecha con una piel de nutria, llevaba un pequeño abrigo muy bien cuidado y sobre él, a la altura del cuello, un colgante con un imponente colmillo de puma.

    –Dejadme irme. Yo no os he hecho nada. –decía la criatura.

    –¿Qué eres? –preguntó Alphonse, curioso, agachado frente a la criatura.

    –Soltadme. Iré por mi lado y tú por el tuyo.

    –¿Quieres comer? –preguntó Bertans, acercándole un cacho de carne. El enano apartó la cabeza.

    –Yo no como. –Bertans se comió el trozo.

    –No queremos hacerte daño. Solo queremos saber por qué nos vigilabas. –continuó el líder, en un tono de voz calmado.

    –Si un murciélago entra en tu casa tienes cuidado de que no se lleve a tus vecinos. –Todos se miraron entre ellos.

    –¿Los murciélagos se llevan a vuestros vecinos? Nosotros no somos murciélagos. Solo estamos de paso.

    La criatura se quedó en silencio, agachando su cabeza. Alphonse se volvió hacia el resto con Bertans, mirándolos de uno en uno en busca de una idea.

    –Jamás había visto algo así. –dijo Gamal. –¿Le levantamos la máscara? –La pequeña criatura miró fijamente al shilí.

    –¿Los Wahapaska no hablaron de nada así? –preguntó Sabir, junto a su hermano, antes de pegar un largo trago de agua.

    –Recuerdo que me hablaron de los Teelah. –explicó Alphonse. –Algo similar a un hada. Decían que ellas habían construido la cueva de las bestias. –De repente, la mirada del ser pasó de Gamal a Alphonse, para después fruncir el ceño.

    –¡Ostia! –dijo Herschel, quien no había dejado de mirarlo en todo momento.

    –¿Qué ocurre?

    –Ha arrugado el ceño.

    –¿Y? –dijo Gamal.

    –Que lo ha hecho su máscara.

    Alphonse y Bertans se acercaron de nuevo, mirando la cabeza de marfil de la criatura muy detenidamente. El segundo al mando estiró su brazo y con dos dedos intentó tocar la supuesta máscara, aunque el otro apartó el rostro. Manteniendo ambos dedos intentó empujarla, viendo que estaban equivocados. Aquella extraña pieza de marfil era su cabeza.

    –¿Qué demonios eres? –preguntó el segundo al mando.

    –Quien te crees que eres para llamarme demonio. –respondió el Teelah molesto.

    –Sé más de sobra que es un demonio. Y tú te pareces a uno.

    –Tal vez en un origen lo fuéramos. Pero seguimos el sagrado libro de Hierón para poder un día entrar en la otra vida que logró gracias a su sacrificio.

    Bertans en ese momento se quedó blanco. Lentamente enderezó su espalda sin perder la vista del hada. El resto estaba igual de confuso.

    –¿Qué?

    –¿Qué has dicho? –preguntó el bonachón, descolocado y con la voz tensa.

    –Seguimos los mandamientos del Sagrado Libro de Hierón.

    –Honrado sea su sacrificio.

    –Agradecida y purificada sea nuestra fe.

    Todos se encontraban en silencio, sin entender nada y saber por qué pregunta empezar.

    –Esto tiene que ser una broma. –susurró Bertans, algo que todos escucharon por el silencio del fuerte Mishtadim.

    –¿No eres el único? ¿Tienes un pueblo? –preguntó Alphonse.

    –No diré más. Soltadme.


    *****​


    Alphonse, Bertans, Gamal y John entraron en la caseta del fuerte con el Teelah. Este último se negaba a hablar, solamente repitiendo la misma oración. Sentado en un pequeño tocón de su tamaño, cabizbajo, ignoraba a los otros cuatro que hablaban en un círculo cerrado.

    –Santo Hierón, dame fuerzas para honrar tu sacrificio y ser merecedor de tu gracia.

    Los cuatro, tras un largo rato de murmullos, se separaron. John se quedó en la puerta, la única salida en aquella cabaña sin ventanas. Alphonse, recibiendo una mirada disconforme de su mano derecha, se acercó al pequeño y comenzó a desatarlo.

    –¿Qué haces?

    –Un gesto de buena fe. No hemos empezado bien, pero queremos conocerte.

    –No es necesario. Ir por vuestro lado y yo por el mío.

    –Podemos hacerlo, pero queremos saber algo de ti. Solo eso, hablar.

    Finalmente, se soltó al pequeño, pegando éste un pequeño salto con el que se puso de pie sobre la madera.

    –¿No tengo escapatoria no? –dijo mirando a John junto a la entrada.

    –Nos has dado un misterio, solo queremos respuestas. Luego te dejaremos ir. –dijo el de la puerta, sin perderlo de vista e, incluso, analizándolo.

    –Hace doscientos doce años unos hombres vinieron. Nos enseñaron la lengua y nos dejaron el sagrado libro de Hierón. ¿Eso queríais saber no?

    –He conocido centenares de criaturas a lo largo de mi vida. Pero ninguna como la tuya. –dijo Gamal.

    –Vuestra lengua, el culto, la medición del tiempo, no lo concebimos posible en este lugar. Entiende nuestras dudas. –completó John.

    –Hace mucho nos enseñaron a no confiar. Permitid mis dudas. Solo queremos seguir con nuestra vida y aspirar a un futuro mejor.

    –¿Cómo te llamas? –preguntó Alphonse, ofreciéndole un vaso de agua.

    –No bebo. –El pequeño hizo un gesto con la mano para negarse–. Mi nombre es Saulo. Como no teníamos nombres, nos inspiramos en las sagradas escrituras.

    –¿De dónde venís? –preguntó Bertans. –¿Desde cuándo vivís en estas tierras?

    –¿Si os respondo me dejaréis ir? –John miró a Alphonse.

    –No veo por qué no. –El Teelah suspiró antes de responder.

    –No sabemos desde cuándo existimos, pero esos hombres nos enseñaron a medir el tiempo, la semana, el mes y el año. A saber desde cuando existiríamos. Creemos que tendremos un siglo o dos más de lo que sabemos.

    –¿Desde cuándo existís? –preguntó Bertans preocupado.


    *****​


    Sigmund tallaba un palo con su cuchillo, dejándolo bien pelado y con una cuña en un extremo, lugar donde iba a insertar una punta de pedernal, previamente tallada a golpes con un canto rodado. Cogió un pequeño cordel y lo embadurnó en un poco de brea que había sobrado de la construcción del barco. Después, lo usó para atar ambas partes, dando lugar a una lanza para el Teelah.

    –¿Crees que la va a querer? –preguntó Horne, recuperando el tarro de brea.

    –Ni siquiera ha querido un poco de agua. Dudo que quiera nada de nosotros. –dijo Herschel.

    –Ha sido idea de Alphonse. Parece que ha tenido una corazonada.

    –Dhalion. –dijo Pierre, de repente. –¿No tendrás alguna idea? Tu altura igual nos propina un nuevo enfoque.

    –Son estos momentos en los que me apetece desollarlo vivo. –respondió el martinico, mientras jugaba con su cuchillo entre sus dedos.


    *****​


    –No ha tenido que ser fácil sobrevivir en un lugar como este. –dijo el líder, observando el colgante del ser. –¿De qué es?

    –Lo llamamos Gahan. Cuando nos enseñaron la lengua no habían visto nunca algo así.

    –Nosotros lo llamamos Puma. –dijo John.

    –En dos siglos no habéis visto personas. No puede ser que no necesitéis nada. –dijo Bertans, molesto por la indiferencia del pequeño.

    –Mi compañero quiere decir que algo deberíais necesitar. –continuó Alphonse, intentando paliar el tono desagradable del segundo al mando. –¿No hay nada que quieras saber?

    El ser se quedó pensativo unos segundos, para después mirar al shilí. Repasó a Gamal y su tostada tez marrón. Jamás había visto una piel tan oscura. Aquello le dio una idea.

    –El hombre de afuera, el más pequeño de todos. ¿Es un hombre?

    –Es un martinico. Son gente que viven al otro lado del mar, algunos de ellos entre nosotros incluso.

    –Eso habría que verlo. Quiero conocerlo.


    *****​


    La puerta se abrió, saliendo Alphonse tras el Teelah Saulo. Todos, en silencio, miraban al pequeño fijamente, algunos sintiendo todavía curiosidad por la criatura, otros a la espera de un intento de huida.

    –Dhalion. Quiere hablar contigo. –dijo Sigmund. El martinico se levantó de su sitio, clavó el cuchillo en la pared y caminó hacia los otros dos.

    –¿Va todo bien?

    –Me han dicho que eres un martinico. Nunca me habían hablado de hombres de tu altura.

    –Para ser francos yo tampoco había visto nada parecido a ti.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
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    Aventura
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    30º Capítulo: “El Dios de la Montaña”


    –¿Y cómo os tratan los hombres? –dijo Saulo, sentado junto a Dhalion frente al fuego, fuera de los muros del fuerte.

    –Bueno. Por suerte, no todos son iguales. Algunos nos ven como una raza esclava, sirviente de los humanos. Incluso los sibernianos nos conquistaron nuestro hogar a la fuerza, siendo muchos expulsados de nuestro propio hogar.

    –Sibernianos. Como aquellos hombres que vinieron hace dos siglos.

    –Por lo visto esos hombres fueron amables con vosotros. Pero cuando un reino entero se te lanza encima… -El martinico dudó por un momento como continuar-. Solamente se tienen en cuenta los deseos del rey. Y de nadie más.

    –Lo siento. –dijo el Teelah, dando paso a un breve silencio. –¿Y por qué trabajas para ellos? –Señaló a Bertans, Gamal y John, quienes miraban desde arriba, en el borde del muro.

    –Ya te he dicho que no todos son iguales. No tenía un hogar, por lo que decidí vivir aventuras. Mis compañeros no son mala gente y, la verdad, no me arrepiento de haberme venido a esta parte del mundo. Es todo tan diferente a lo visto.

    –¿Y tu hogar? ¿No lo echas de menos?

    –Todos los días.

    –Pues regresa.

    –No se puede volver al pasado. Esa tierra ya no es mi hogar. –El martinico suspiró–. ¿Tú no deberías volver con los tuyos?

    –Lo haré. Seguramente mañana. –El Teelah, de repente, removió su cabeza y volvió al tema de antes–. ¿Por qué te tratan como algo inferior? A ti y a todos los martinicos me refiero. Con esta gente parece que tienes paz, pero el mundo os trata como una autentica mierda.

    –Tu pueblo no es que tenga la delicadeza muy practicada.

    –Pero dime. –Dhalion suspiró ante la insistencia del pequeño, hasta que sus ojos se abrieron como platos. Se acordó del Sagrado Libro de Hierón.

    –Si Saulo, somos los Nanus que aparecen en el sagrado libro. ¿Eso querías saber?

    –No Dhalion, ya suponía que eras uno. Lo que quiero saber es por qué os tratan como seres inferiores. ¿Acaso si mi pueblo se abre al mundo nos espera el mismo destino?

    –Desgraciadamente, es lo más probable. Os capturarían y os usarían como atracción.

    –No sé qué es eso último, pero no suena nada bien.

    –A mi tía la capturaron durante la conquista de mi pueblo y pasó nueve años encerrada en una jaula de un circo. –La cabeza de marfil del Teelah frunció el ceño–. Estuvo encerrada en un espectáculo itinerante. Sin nada con qué lavarse, con solo un cuenco donde mear y cagar, la gente la veía como un monstruo, un ser deforme al que tirar piedras.

    –Qué monstruosidad… ¿Y al final qué pasó con ella?

    –La busqué y la salvé. –El martinico agachó la cabeza–. En parte me sentía responsable de lo ocurrido…

    –¿Y por qué tanto odio?

    –Pues porque un sacerdote de hace ocho siglos dijo que los martinicos habíamos sido concebidos servir al hombre. Los Nanus no es que tengan una buena representación en el Sagrado Libro de Hierón.

    –¿Tan solo eso? ¿Unas palabras?

    –Este mundo es cruel y a menudo más simple. Siempre hay un interés. El rechazo de mi pueblo hacia las escrituras simplemente fue la excusa para conseguir esclavos y enriquecerse a costa de nuestra miseria. Mira arriba, al moreno, Gamal. –Ambos lo miraron, haciendo que el shilí se extrañara–. Él y su hermano tienen otras creencias, pero la realidad es que no se les odia por ello, sino que los reinos que abanderan sus ritos tienen intereses contrarios y lo justifican extendiendo el odio por su territorio.

    –¿Entonces estamos mejor sin que el mundo sepa de nuestra existencia?

    –Estoy totalmente seguro de ello.


    *****​


    –¿Qué demonios hablan esos dos? –preguntó Gamal a ver que los dos se miraban.

    –No entiendo nada de lo que ocurre. –respondió Bertans un poco cansado.

    –Alphonse. –dijo John, quien miraba hacia atrás. En las escaleras se encontraba el líder de la expedición, observando la mesmerita del mango de su puñal. –¿Va todo bien?

    –Sí. Solo quería comprobar una cosa. –El hombre subió las escaleras incorporándose a los otros tres.

    –¿Has visto algo?

    –No estoy seguro. Puede.


    *****​


    –Mañana mismo partiremos río abajo. De saber que hay en nuestros próximos días de viaje, nos serías de gran ayuda.

    –¿De verdad existe un mar helado al final?

    –Esperemos que sea helado, pero seguro que habrá un mar.

    –Hemos ido río abajo varias veces, dos o tres días a pie, no mucho más. –Hizo una breve pausa, haciendo un esfuerzo por recordar–. Existe una zona de aguas rápidas nada más salir del lago, pero después de ello se ensancha, convirtiéndose en un viaje muy tranquilo. Una vez, persiguiendo un ciervo, llegamos a alargarnos cinco días, pero el camino no avanzó mucho más.

    –Gracias Saulo. Nos será de gran ayuda para navegar por el río.

    –Os he visto trabajar en el bote ese. Jamás habíamos visto algo así. No tenemos mejores cosas que unos tablones atados con cuerdas.

    –Si nuestro recorrido te viene bien podríamos acercarte a tu hogar y entre Horne, Pierre y yo enseñaros a construir botes.

    –Está claro que no quiero poner en peligro a mi pueblo.

    Tras otro breve silencio, Dhalion se quedó pensativo, mirando a una insignificante piedra, pensando en algo que ponía aún más nervioso al Teelah.

    –Mi hogar antes de que llegaran los sibernianos era un lugar complicado. Pueblos algo diferentes en sus conocimientos, y no en costumbres, nos unimos y lo compartimos para protegernos.

    –¿Pero no has dicho que la entrada de los sibernianos destruyó todo eso?

    –Lo que me gustaría que entendieras que compartir eso nos unió y ayudó. Nos destruirían, pero la unidad que tuvimos en ese momento fue más fuerte que nunca. Muchas vidas se salvaron gracias a ello. No somos sibernianos invasores, somos unos amables vecinos que queremos ayudar.


    *****​


    Dhalion y Saulo volvieron al fuerte, haciendo bajar de las escaleras al cuarteto y recibiendo algunas miradas de desconfianza a pesar de la amable conversación que parecían mantener. El resto, trabajando alrededor de la caseta o dentro haciendo la comida, también se incorporaron.

    –Hemos llegado a un acuerdo. –dijo Dhalion en un tono serio, molesto por el mal recibimiento de sus compañeros. –Además ya sabemos que el viaje será tranquilo los primeros días.

    –Vivo con mis compañeros en una cueva cercana a la salida del lago que buscáis. Tenéis que ir en esa dirección. –El pequeño apuntó hacia el oeste–. Entre dos montañas muy altas hay un gran valle verde por el que baja el agua.

    –Nos llevará con mucho gusto.

    –Lo único, nos gustaría aprender a hacer botes y así poder movernos más rápido.

    –Me parece justo. –dijo Alphonse.

    –¿No sabéis navegar? –preguntó Bertans, extrañado.

    –Hacemos unos botes atando algunos tablones, pero no nos valen para remontar río arriba. Si pudierais enseñarnos mi pueblo os daría comida y un lugar cálido donde poder descansar. –Las amables palabras del Teelah sorprendieron a Bertans, quien decidió callarse.


    *****​


    Sigmund se acercó a Saulo cuando miraba extrañado un mosquete. Intentaba cogerlo con ambas extremidades, pero el peso era demasiado grande. El phínico llevaba la pequeña lanza en su mano.

    –¿Nunca habías visto un mosquete?

    –Sí. Tenemos uno en nuestro hogar, pero está oxidado. Lo intentamos cuidar bien, pero tiene como doscientos años.

    –Por suerte, en estos siglos, estos mosquetes han sido mejorados. Ahora si apuntas a mucha distancia es más fácil que aciertes en el objetivo.

    –¿Más fácil? Pues vaya avance. Un seguramente me hubiera dicho más.

    –Bueno, viendo cómo el avance se está revolucionando tal vez sea mejor. Por cada vez que la alquimia, la filosofía o la astrología destapan algo nuevo el hombre logra darle una forma bélica.

    –Existen más ciencias, Sigmund. –interrumpió Horne en un tono burlón, uniéndose a la conversación. –Y no esas artes del pasado.

    –¿A eso te dedicas no?

    –Sí, desde mi más temprana juventud. Pero bueno, Sigmund no ha venido a eso.

    –Quería tener un detalle contigo. –respondió Sigmund ofreciéndole el arma. El otro, curioso, la cogió y la empezó a mirar con curiosidad.

    –Es preciosa. –Comenzó a agitarla con rapidez, haciendo florituras que poco a poco lo hacían sentir más cómodo con ella–. Muchas gracias. Seré la envidia entre los míos. -Tras ver el equilibrio del arma, comenzó a mover la yema de sus dedos a través del suave palo tallado.

    –Me alegra ver que te gusta.

    –No podíais haber escogido mejor regalo. ¿De quién ha sido la idea?

    –De nuestro jefe de expedición. Tenía una corazonada.

    –¿Corazonada? –El pequeño seguía entretenido con la lanza–. Creo que entiendo por qué es vuestro líder. Y tengo mucho que aprender de vosotros.


    *****​


    Bertans pasó la noche sin poder dormir. Cubierto por las pieles y cerca de la hoguera, no entendía qué le ocurría. No tenía frío, si en cambio sueño, pero este último no lo atrapaba. Aburrido primero y nervioso después, comenzó a dar vueltas lentamente, intentando no despertar al resto.

    –¿Estás bien? –susurró Nicolas Moll, de repente.

    –Si. Es solo que no puedo dormir.

    –Pégale un trago al wiski. Eso te ayudará.

    –Queda muy poco, intento que aguante unos días más.


    *****​


    A poco de amanecer el grupo ya se había levantado para los últimos preparativos. Subieron todo lo necesario a la barca, equilibrando bien el peso y asegurándose que las diferentes partes estaban bien unidas. Horne, tras calentar los últimos restos del alquitrán, se unió a Dhalion y comenzaron a repasar las uniones para evitar que el agua entrara. Mientras tanto, Alphonse, Bertans y Pierre pensaban en cómo distribuir el peso sobre el largo bote.

    Sigmund, acabando de tallar el pequeño venablo, observó con detenimiento que el palo estuviera bien pulido, sobre todo por la zona en la que elaboró un mango para asir mejor el arma. Después, se acercó al Teelah, quien observaba como Dhalion y Horne trabajaban.

    –Este detalle es para ti. –Sigmund se agachó para entregarle el arma–. Espero que te sea de agrado.

    –Es una lanza muy bonita. Lástima que no encontremos un pedernal de color tan bonito en esta zona. –respondió el pequeño mientras deslizaba sus dedos por el filo de la punta.

    –¿Hay pedernal cerca de aquí?

    –Cerca no, pero sí del río cercano a este lugar camináis durante un día a través de las montañas se llega a una zona plana, algo boscosa, en las que salen como si fueran alargados cantos rodados. Cuando necesitamos armas acudimos a esa zona.

    –¿Para hacer fuego también os será necesario no?

    –No creas.

    De repente, el cartógrafo Nicolas Moll apareció arrastrando un enorme baúl. Sigmund inmediatamente se acercó para ayudarlo, cogiéndolo por el asa del lado opuesto.

    –No te preocupes. –dijo Moll. –Primero que vean dónde meterlo.

    –¿Pesa mucho? –preguntó Pierre.

    –Bastante. El instrumental de cartografía no es que ocupe poco.

    –Los caballos de mi carruaje al subir iban ahogados de tirar de ese peso. –dijo Dhalion en la relativa distancia.

    –Tendremos que hacer algo de hueco. –Pierre se agachó y abrió el arcón.

    –Cuidado. –dijo Moll acercándose a donde Pierre, estirando sus brazos. El phínico lo abrió de par en par, viendo una serie de carpetas llenas de papeles, instrumental de cartógrafo y, a un lado bien sujeto, una caja metálica cubierta de cuerno con varios agujeros.

    –¿Qué es esta caja?

    –Es para dejar secando los mapas. –respondió arisco. –De otra forma podrían agitarse y la tinta correrse.

    –Pesa bastante. ¿Es de vital importancia llevarlo? –Pierre miraba fijamente a Moll.

    –Si queremos avanzar sin parar sí. Trabajaría más rápido.

    –Deberíamos colocarlo un poco más atrás de la zona central. –dijo Alphonse, notando tensión entre los dos.

    –Si no hay más remedio. –dijo el hombre tras suspirar.


    *****​


    Finalmente iniciaron el viaje a mitad de mañana. Midiendo bien no cargar el peso en uno de los extremos y separados por parejas para remar, el bote iba guiado por Pierre. Éste, sentado atrás del todo, sujetaba el timón en todo momento mientras que Saulo le indicaba la dirección a seguir. Hora y media remando fue suficiente para divisar el río por el que el lago se desaguaba.

    Acercaron la embarcación a la orilla de la derecha y entre todos tiraron de ella para meterla unos pocos pies adentro, en una zona cubierta por unos frondosos arbustos de pequeñas bayas rojas. Finalmente, clavaron dos estacas en el lugar y lo amarraron fuertemente con cuerdas.

    –No tenéis de qué preocuparos. Nadie os robará la mercancía. –dijo el Teelah.

    –Por precaución dos se quedarán aquí. –ordenó Alphonse. Miró al resto, indicando a Pierre y John con un gesto de cabeza.

    Siguiendo al pequeño se adentraron en el bosque, dándose cuenta de que una de las grandes montañas que rodeaban al río estaba cerca. Miraban al cielo, observando entre los huecos de los árboles un gran gigante rocoso que les cubría el sol, notando una mayor frescura.

    –No falta mucho para llegar a la gran entrada. Es la única por la que cabéis.

    Tras un breve camino se encontraron ante una pared rocosa con una amplia entrada de la que salía un gran calor. La entrada, un agujero rectangular de bordes curvos y dos decenas de altura, hacía sentir pequeños a los hombres. A varios pies de altura sobre ésta se veían unas grietas de las que emergían algunas finas chimeneas de humo que rápidamente se disipaban.

    –Saulo. –dijo una voz aguda, proveniente del interior. –¿Te has vuelto loco?

    –He hecho un trato. Son buena gente, no nos harán daño. –respondió el Teelah, mientras que Dhalion se acercaba a su lado.

    –¿Y qué es esa criatura que te acompaña? –dijo otra voz del interior, una algo más rasgada. –¿Es un hombre que ha comido poco?

    –Es un martinico. –La respuesta provocó una serie de murmullos.

    –¿Y eso qué es? ¿Y a qué han venido esos hombres?

    –Quieren conocernos. A cambio nos enseñarán a navegar por el río y a pescar.

    De repente, de la oscuridad del gran zulo unas pequeñas siluetas aparecieron, una un poco más grande que el resto y todas las demás por detrás. La más alta se quedó a la vista, mostrando una criatura muy parecida a Saulo, pero con una cabeza de marfil tallado mucho más imponente, con los bordes más pronunciados y las puntas más afiladas. En su mano llevaba una bella lanza con una punta de metal y decorada con blancas plumas de grulla. Su vestimenta también estaba muy elaborada, con un vestido de coloridas plumas pardas, rojas, blancas y negras y un colgante de colmillos de diferentes tamaños, siendo el más grande el que llevaba en medio.

    El resto de los Teelah aparecieron tras él, una veintena, cada uno con una cabeza diferente y con vestimentas muy elaboradas, cada uno con su propio estilo y sin superar en ningún momento la elegancia del primero. En sus manos llevaban las lanzas preparadas e, incluso, algunos de ellos tenían unos finos arcos casi tan altos como ellos.

    –¿Estás seguro de que podemos confiar en ellos? –dijo el jefe de los Teelah.

    –Solo estarán hasta mañana. Después, continuarán su camino.

    –Estamos dispuestos a enseñaros a construir botes y enseñaros a navegar. –dijo Dhalion.

    –¿Y tú nos vas a enseñar?

    –Soy carpintero, yo trabajo la madera. Mi amigo Horne os enseñará las posibilidades que tenéis. A su vez, el resto os enseñarán la pesca.

    –¿Y realmente qué queréis a cambio? ¿Por qué ese interés por conocernos?

    –No pensábamos…

    –Calla. –interrumpió al martinico. –Tu pareces ser el líder. El del largo pelo blanco recogido. –El jefe miró a Alphonse.

    –No pensábamos encontrar ningún pueblo en esta zona. Solo queremos saber cómo sobrevivís en este lugar. No queremos haceros ningún daño.

    –Tampoco queremos que nadie os haga daño, de verdad. –continuó Dhalion. –Tras el día de mañana no diremos nada de vosotros. Nos encargaremos de que el mundo no sepa nada de vosotros.

    –Sigo sin ver por qué deberíamos confiar.

    –Porque a pesar de capturar a Saulo vigilándonos, quisimos tener un buen gesto de voluntad. Lo hemos traído aquí en nuestro bote.

    –¿Y si él no tuvo más remedio?

    –De verdad, jefe Yohanan, me han tratado bien.

    –Con respeto. –cortó Bertans. –Entiendo vuestras dudas y miedos, en desconfiar por mantener lo vuestro, pero deseo apelar a la hospitalidad de Hierón. Como fiel, no quiero una pelea.

    –Santo Hierón, dame fuerzas para honrar tu sacrificio y ser merecedor de tu gracia.

    –Evita que el mal nos desvíe del sendero y nos arrastre al Sheol. –respondió el segundo al mando. El jefe Yohanan parecía estar algo más tranquilo. De repente, este último se dio media vuelta y caminó hacia el interior de la cueva.

    –Haced un lugar en la gran plaza para los invitados. –dijo no muy convencido mientras se volvía al interior. Los hombres miraron a Alphonse, quien les devolvió un gesto para entrar. A continuación, miró a Dhalion para que Saulo y el martinico entraran por delante.

    Rodeados por los curiosos Teelah entraron a la caverna, la cual parecía tener unas paredes sucias, negras, además de estar suavemente pulidas. Se introdujeron en la oscuridad, una que no duró mucho, ya que de repente se vieron en una enorme galería cilíndrica llena de pisos y puertas del tamaño de aquellos seres. Los hombres sentían un gran calor que parecía provenir del suelo, lo que hizo que todos miraran abajo, algunos sin disimular, otros simplemente mirando de reojo.

    –¿Estamos en un volcán? –preguntó Dhalion a Saulo, quien le devolvió una mueca.

    Muchos Teelah los miraban desde arriba, algo escondidos en la posición que les otorgaba la altura. Los pisos superiores estaban alumbrados por pequeñas antorchas colocadas en las paredes, rodeando éstas las numerosas entradas que tenía el lugar. Arriba del todo, junto al techo, la luz entraba a través de unas grietas. Los hombres se colocaron en el centro de la sala, junto a una pequeña hoguera, y vieron cómo el ligero humo de ésta subía hasta esas grietas para salir.

    –Es un lugar increíble. –dijo Dhalion, viendo que aquel lugar había sido tallado por ellos. –¿Cómo habéis construido este lugar?

    –Bueno, con los siglos hemos trabajado bien la montaña. Aquí tenemos todo lo necesario. Calor, cobijo, recursos...

    –Saulo, saldremos a cazar algo para los invitados. –dijo un Teelah con un ceño mucho más fruncido que el resto y con un vestido de piel marrón atado con un cinturón de cuero.

    –No, por favor, no hace falta. –dijo Alphonse. –Ya tenemos suficiente.

    –Salomé, estate tranquila y disfruta. –Saulo hizo con la mano un gesto, invitándola a la reunión.

    Se sentaron junto al fuego, Bertans y Gamal sin dejar de mirar arriba por temor de una emboscada. Moll intentaba aparentar calma, pero se le notaba inquieto, algo que Sabir notó.

    –Nicolas, en un rato me acompañas a por la comida. –le dijo el moreno, pillando desprevenido al otro.

    –Claro, sin problema.

    Herschel se sacó el paquete de tabaco de su hermano y se encendió un cigarro, a lo que un Teelah se le quedó mirando fijamente, uno que no había abierto la boca ni un solo momento. El joven pegó una calada y habló a la criatura.

    –Hola, soy Herschel. ¿Cómo te llamas? –El otro pegó un bote.

    –Soy Natanael.

    –Encantado. Acércate, por favor. –Tras un andar algo nervioso, se sentó junto a él–. ¿Sabes qué es?

    –No.

    –Toma. –Se sacó el cigarro de la boca y se lo entregó al Teelah, quien lo cogió y se lo llevó a la boca.

    –¿Ahora qué hago? –dijo con el artefacto humeante en la boca.

    –Aspira y traga el humo.

    –Pero si nosotros no respiramos.

    –¿Qué? –dijo Herschel, sorprendido. –¿Estás bromeando no?

    –A diferencia de vosotros no necesitamos respirar. Ni comer, ni beber.

    –Fascinante. –El joven intentaba mostrar sorpresa e interés, aunque por dentro sentía que estaba frente a un monstruo. –¿Entonces por qué cazáis?

    –Pues necesitamos herramientas y vestirnos para no pasar frío. Que no sintamos hambre o sed no quiere decir que no pasemos frío. –interrumpió Salomé, de repente.

    –Parece que tienes mala cara. –dijo Saulo a Alphonse, quien lo pilló mirando la mesmerita de su sable.

    –Solo me encuentro impresionado. En todos mis viajes nunca había visto nada parecido.

    –¿Pero cuántos años vivís? –dijo el muchacho, haciéndose la misma pregunta que el líder de la expedición.

    –Tenemos unos cuatrocientos años. –dijo Yohanan, quien aparecía de una puerta que tenían frente a ellos, acompañado de otros dos. La entrada tenía el suficiente tamaño como para entrar una persona. –Aunque contamos los años desde que los hombres nos enseñasteis el calendario, por lo que tenemos doscientos doce años.

    –Eso es imposible. –dijo Dhalion. –Algunos de vosotros seréis más jóvenes. –El jefe de los Teelah le devolvió una muesca.

    –¿Está todo listo? –preguntó Saulo a Yohanan, quien asintió. –Dhalion, Alphonse, venid con nosotros. Queremos enseñaros algo. –El resto de los hombres lo miraron fijamente, desconfiados–. Me gustaría dejaros entrar a todos, pero en esa sala no hay tanto espacio.

    –Tranquilos, caballeros. Volveremos pronto. –dijo Alphonse, iniciando la caminata detrás de los Teelah junto a Dhalion. Este último, en silencio, no entendía nada.


    *****​


    Cruzaron la puerta y se adentraron por un oscuro pasillo sin iluminar. La tenue luz de un fluctuante fuego les indicaba el camino, siendo el reflejo de ésta la única forma de diferenciar los bordes del camino. En silencio, despacio, avanzaban, los Teelah por delante y Alphonse y Dhalion detrás. Varios goteos se escuchaban y cuanto más cerca estaban del final más se oían, pero estos se convertían en el sonido de la ebullición. Los dos cada vez notaban más calor, obligándoles a quitarse el abrigo de piel y, más tarde, desabrocharse algún botón de la camisa.

    Llegaron a la sala final, una con una vieja escotilla metálica frente a ellos. De ella, de sus bordes, salía la luz, la igual de algunas piedras pesadas que parecían cubrir algunas grietas.

    –¿Qué es este lugar? –preguntó Alphonse.

    –El interior del volcán. –respondió Saulo. –Acercaos.

    Ambos se acercaron y asomaron las cabezas, mientras que Yohanan se subía a una roca para poder llegar a levantar bien la puerta. Los otros cuatro Teelah esperaban tras ellos, en el caso de Saulo incluso liberó una muesca.

    –Disfrutad del Dios de la Montaña. –dijo el pequeño.

    –Lo abriré durante un instante y acto seguido la cerraré. Estad atentos. –avisó el líder.

    Abrió de golpe la escotilla, haciendo que los dos asomaran la cabeza. Tras un túnel rectangular de unos treinta pies de largo se apreciaba una gran bola llameante, la cual fluctuaba con fuerza. Ni siquiera había pasado un segundo, cuando ésta comenzó a expandirse hacia ellos, como si un brazo retorcido se tratara, a una velocidad vertiginosa. Los dos se echaron atrás, viendo como el fuego parecía formar un redondo rostro, antes de que la metálica puerta se cerraba frente a ellos.
     
    Última edición: 21 Febrero 2021
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
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    Aventura
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    31º Capítulo: “Ciencia y mancia”


    Horne de Saint George miraba arriba, preguntándose cómo habían tallado tal lugar en la roca. Se acercó a una de las paredes, tocándola con la yema de los dedos y después observando al fuego que estas se ennegrecían.

    –Me recuerda a la cueva de los monstruos. –dijo Gamal, de repente. –Las paredes de allí también manchaban las manos.

    –¿Crees que puede haber una relación?

    –No lo sé. El valle está demasiado lejos.

    –Oye, Natanael. –El nervioso Teelah pegó un bote a causa de la voz del inventor–. ¿Cómo habéis tallado la roca?

    –Pues con picos de asta y cuñas de madera. –Su voz aún temblaba–. Bueno, y fuego y agua. Aunque tenemos que tener cuidado porque la montaña, a veces, sangra plateado.


    *****​


    –¿Qué era eso? –preguntó Dhalion.

    –¿Un elemental? –dijo Alphonse, con un sudoroso rostro blanco reflejado por la luz proveniente de la escotilla. Descolocado, miró a Yohanan en busca de una respuesta.

    –Una o dos décadas antes de que los hombres llegaran a estas tierras esa criatura apareció en el valle. Furiosa e incontrolada, destruía todo a su paso, haciendo que el bosque ardiera durante días. Una y otra vez. Viendo que traería el final del valle, intentamos enfrentarla en numerosas ocasiones, pero solo nos trajo muerte. Alguna vez habíamos visto hombres de piel oscura y pensamos en pedirles ayuda, pero no llegamos a encontrarlos. Nos veíamos perdidos.

    –Hasta que llegaron los hombres de piel blanca. –dijo el martinico.

    –Cuando Fernando de Torrequemada y su equipo llegaron, a pesar de un inicio difícil, logramos unir fuerzas, hacer amistad y aprender muchas cosas. Sorprendentemente, tenían el poder mágico suficiente como para combatir al dios y encerrarlo en esta montaña.

    –¿Fernando de Torrequemada estuvo aquí? –preguntó Alphonse, extrañado.

    –¿Lo conocéis? Él fue el increíble hombre que nos ayudó. –respondió Saulo.

    –¿Un siberniano usando mancias? –dijo Dhalion muy extrañado.

    –U otra magia. La historia está llena de secretos. –opinó Alphonse en voz alta. –¿Entonces la expedición continuó su viaje río abajo?

    –No. –El jefe de las hadas se quedó en silencio durante un breve momento–. Desde que aparecimos en este mundo en unas lejanas tierras del oeste, ocasionalmente hemos sido atacados por criaturas de todo tipo, casi todos provenientes del mismo lugar. Todos salvo uno, el Elemental. Fernando no sé qué vio, pero cuando se enteró de esto, de un día para otro, cambió de opinión y decidió ir a aquel lugar donde surgimos. –Los dos se miraron mutuamente, ambos pensando en Mirlo Rojo–. Pero bueno, la expedición nunca volvió, así que seguramente perecerían en el camino.

    –¿Nunca habéis vuelto a ir hacia el oeste?

    –Fernando nos recomendó no hacerlo. Nos aconsejó quedarnos aquí y que hiciéramos nuestra vida. Si ellos, capaces de encerrar al Dios de la Montaña, no pudieron con lo que había allí, por qué nosotros íbamos a tener alguna oportunidad de volver con vida.

    –Parece que para tener tantos años os habéis aferrado bien a la vida. –dijo Dhalion.

    –Ellos nos enseñaron las sagradas escrituras, nos dieron un sentido a nuestra vida. Nos lo dieron todo cuando ni siquiera sabíamos lo qué esperar del mundo.

    Se abrió un silencio en la sala, uno que solo tenía de ruido de fondo el llameante Elemental de dentro de la escotilla, a veces chocando contra ésta. Los dos extranjeros se distanciaron un poco de los Teelah, mirándose brevemente el uno al otro, para después, pensativos, ordenar la información en su cabeza.

    –¿Y en los últimos años qué habéis hecho con esas criaturas? ¿Matarlas? –dijo el martinico.

    –Cuando podíamos sí. Pero no pocas veces teníamos que dormirlas y encerrarlas en un lugar al sur del lago, en una cueva cavada por nosotras y guardada por una gema que nos ofrecieron los hombres. –Los dos se miraron otra vez, haciendo que Alphonse metiera su mano en el bolsillo, sacara la bolsita de cuero en la que guardaba la gema geomante y la enseñara.

    –¿Esta gema?


    *****​


    Alphonse y Dhalion salieron de la sala y volvieron con el resto. El grupo los vio algo descolocados, pero se quedaron en silencio a la espera de unas palabras del líder. Tras ellos salió el jefe Yohanan, seguido por el resto de Teelah.

    –Bertans, Nicolas, Herschel y Horne, volver con Pierre y John y traed lo necesario para pasar la noche. –El hombre de blanco pelo hablaba sin separar los ojos del suelo, muy pensativo–. Dhalion, vete preparando todo para enseñar a nuestros anfitriones. Cuando Pierre y Horne estén libres que te ayuden. ¿Por cierto, dónde están Horne y Gamal?

    –Se han ido con Natanael. –respondió Bertans. –Decía Horne que había visto algo que podría ser importante.

    –Alphonse. ¿Podemos salir a hablar? Aún hay muchas cosas que quiero saber del mundo.


    *****​


    Dhalion y Saulo caminaron a una zona algo alejada del resto, una pensada por el Teelah tras la descripción de la madera que necesitaba Dhalion. En dirección opuesta al río y bordeando la gran pared rocosa que seguía durante un par de millas, continuaron hacia el norte para luego desviarse hacia la derecha por un valle bastante verde y soleado. Nada más entrar la espesura cambió por completo, dejando atrás los altos y separados pinos, para adentrarse en un frondoso bosque de abedules. Éstos eran altos, rondando los setenta pies de altura, y su corteza era blanca, con algunas cicatrices negras u otras dejando al descubierto el color salmón de la madera del interior. El contraste del tronco con su copa era fuerte y a la vez hermoso, con unas hojas de amarillo oscuro desgastado y acabados en punta, aunque su borde tuviera pequeñas denticulaciones.

    En busca de los árboles más altos se dieron unas vueltas, bordeando un arroyo pequeño que a veces ni se apreciaba por las montañas de hojas caídas. Dhalion caminaba con precaución, intentando no hacer ruido al pisar el barro del lugar. El agua era el único ruido que se escuchaba, hasta que este fue interrumpido por un intermitente golpe que se daba contra la madera.

    –Tranquilo. Será un Alce comiendo, no hacen daño. –dijo Saulo, a lo que Dhalion puso una cara de extrañado.

    Lentamente se acercaron para ver a la criatura, más por curiosidad del martinico que por necesidad. No tardarían en apreciar como un cérvido de gran tamaño raspaba la corteza de un abedul para comérsela, tirando de ella con aquellos grandes dientes que salían de aquel morro curvo y alargado. De pelaje color pardo, gran chepa tras la cabeza, largas orejas y ojos pequeños, llamó la curiosidad del martinico. Curioso, intentó acercarse un poco más, pero su ligera cojera le hizo pisar una rama que alertó al animal y no dudó en huir.

    –Era como un ciervo… –dijo Dhalion, volviendo hacia el Teelah. –Pero no tiene cuernos.

    –De hecho, era una hembra. Los machos sí que tienen cuernos, unos bien grandes, que solemos usarlos para hacer picos. ¿Nunca habías visto un alce?

    –No, nunca había visto un ciervo tan extraño. La verdad que con pocos mamíferos he lidiado. En mi tierra natal teníamos grandes reptiles. Aunque por aquí la fauna encontrada ha sido mucho más rara.

    –¿Por los monstruos encerrados en la cueva?

    –Y más. –dijo el martinico llevándose la mano a la pierna y acariciándola.

    –¿Por eso cojeas?


    *****​


    Los dos líderes caminaron en dirección opuesta, hacia el lugar donde se encontraba la embarcación. Yohanan, lleno de preguntas, no dudó en aprovechar la presencia de Alphonse, resolviendo sus dudas sobre la historia del mundo, los descubrimientos que se habían hecho o qué nuevos territorios se habían conocido en el mundo. La conversación no tuvo pausa, ni siquiera cuando los hombres se cruzaban con ellos, hasta que el pequeño vio la larga barcaza llena de cajas en un entorno algo fangoso.

    –¿Y todo este peso aguanta sobre la madera? –dijo Yohanan, intrigado.

    –Hacer una barca no es difícil, pero si se controla bien el peso pueden soportar grandes cargas. Incluso con un moderno timón y un hábil timonel se pueden recorrer grandes distancias en poco tiempo.

    –¿Quién es vuestro timonel?

    –Pierre. –llamó el líder. –Acércate un segundo.

    –¿Éste es? Es alto, pero no parece muy fuerte.

    –Qué agradables seres. –respondió el phínico, sarcástico como siempre, recibiendo una puntual mirada furtiva de su líder de expedición.

    –¿Estás dispuesto a enseñarnos? –dijo el hada. Pierre movió sus ojos hacia Alphonse, quien asintió discretamente.

    –Claro. Horne y Dhalion os enseñarán el cómo construir. Os aconsejo que los escuchéis muy bien, saben mucho. Por mi parte, me encargaré de que no acabéis en el fondo del lago.

    –Eso espero, porque nuestros pequeños y delgados cuerpos no son muy buenos para nadar. Aunque por suerte, no tenemos la necesidad de respirar. –dijo Yohanan en un extraño tono burlón que desconcertó a los dos hombres y parecía imitar al de Pierre.

    John y Herschel pusieron una caja en los brazos de Pierre y marchó, dejando de nuevo solos a los dos. Alphonse, quien llevaba un rato queriendo preguntar algo, no perdió la oportunidad, interrumpiendo forzosamente al Teelah.

    –Yohanan, con todo respeto. ¿Por qué no me has pedido el artefacto?

    –¿Si te lo pido respetuosamente me la entregaréis sin resistencia? Te recuerdo que este mismo amanecer ni siquiera nos conocíamos.

    Alphonse metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsa, lanzándosela al pequeño, quien la cogió al vuelo.

    –¿Así sin más? –dijo el pequeño extrañado.

    –Creo que está claro que vosotros la necesitáis, mientras que nosotros ni siquiera sabemos cómo usarla correctamente.

    –¿Un gesto de buena fe para ganar nuestra confianza?

    –También. –Los ojos de Alphonse lo miraron fijamente.


    *****​


    –Tras enfrentar todos esos peligros en el camino… –decía Saulo a Dhalion–. ¿Por qué este parón? El invierno y la oscuridad se acercan, y son duros.

    –Curiosidad y necesidad. Toda información nos es importante.

    –Entonces por qué tengo la sensación de que habéis tenido un cambio de parecer similar al de Fernando.

    –No te entiendo.

    –Cuando Fernando supo sobre nuestro origen decidió partir hacia otro lugar.

    –Te aseguro que no es nuestro parecer.

    –Tal vez el tuyo. –Los ojos del Teelah fueron directamente a por el martinico, quien se sintió sin escapatoria–. ¿Pero el de Alphonse?


    *****​


    El grupo comía en la sala central unas hogazas de pan duro que empezaba a revenirse. Por orden del segundo al mando, necesitaban quitárselas de encima. En ese momento llegó Alphonse de su charla con el líder, notando el primero un extraño ambiente en el entorno.

    –Toma tu pan. –dijo Herschel muy amable.

    –Por favor, acompañarlo con la carne que tenemos. –dijo Yohanan, haciendo un gesto a dos de los Teelah que acompañaban al grupo. Éstos arrancaron por unas escaleras y subieron dos pisos. Al poco bajó un grupo con carne con la cual cocinar en el centro. –Disfrutad de nuestra ofrenda.

    –Yohanan, disculpa, le puedo hacer una pregunta. –dijo Horne, levantándose de su sitio.

    –Dime, joven.

    –Antes Natanael me habló de unas rocas sangrantes y he querido verlas.

    –¿Qué ocurre?

    –Me gustaría poder llevarme un poco. Creo que es Cinabrio, una roca que podría sernos útil. ¿Sería un problema?

    –¿En qué estás pensando? –dijo Alphonse.

    –La mezcla esa que preparó Johann Howard, según lo que recuerdan Bertans y Sigmund, tenía mercurio. Tal vez pueda reproducirla y crear más pólvora fugaz. Pero solo si hay murciélagos en la zona.

    –¿En serio? ¿Y por qué murciélagos?

    –Su orina y excrementos, mezclados con el agua que baja por las paredes de la caverna, pueden dar origen a aqua fortis.

    –No sé de qué estáis hablando, pero aquí suelen entrar unos murciélagos de gran tamaño, por lo que suelen haber excrementos de sobra en los pisos superiores. El fuego central es para que salga por esas grietas de arriba y no entren. No es la primera vez que un murciélago se lleva a uno de nosotros.

    –¿Pero cómo de grandes son? –preguntó Horne, con cara de preocupación.

    –Tienen nuestra altura, más o menos. –respondió, tranquilizando al inventor.

    –Pues si es posible y los Teelah están dispuestos, por mí no hay problema. ¿Necesitarías algo más?

    –Una de las botellas de wiski de Bertans para destilar spiritus vini.

    –Pues habla con él. No creo que le vaya a quedarle mucho.


    *****​


    Poco después, Alphonse cogió un trozo de carne y se sentó con sus hombres para comer y charlar, acercándose Pierre nada más llegar.

    –¿Es cierto? –dijo nada más sentarse junto a su líder. –Alphonse. ¿Habéis visto un Elemental?

    –¿Quieres ir a verlo? Tú podrías confirmarlo. –El líder giró su cabeza para mirar fijamente al phínico.

    –¿Qué quieres decir? –respondió Pierre, disimulando su nerviosismo, hasta que finalmente agachó la cabeza. –Vale, lo sabes. Pero cómo es posible.

    –No lo sé. –El líder siguió hablando bajo–. John dice que los grupos cómo los Wahapaska son bastante poco tolerantes con algunas prácticas. Pero la idea de un Elemental es descabellada. ¿Tienes algo que aportar? –Pierre se quedó unos segundos en silencio, pensando en si continuar o no.

    –Hace años leí la base teórica del elemental, pero no el mecanismo de producirlo. Hierón bien se encargó de eliminar del todo esos pocos conocimientos que quedaban tras la Guerra de los Golem. La cuestión es cómo han perdurado esos conocimientos en este continente.

    –Yohanan dice que cuando la criatura llegó a este valle se comportaba como una bestia incontrolable, destruyendo todo a su paso. Eso no es lo que se cuenta de la Guerra de los Golem.

    –Eso significa que cuando se traspasó el alma al elemento no se hizo bien. –De repente, Pierre se quedó pensativo.

    –¿Qué ocurre?

    –Si estoy en lo correcto, existen dos posibilidades. Igual fue un desastre y solo es un alma, sin conciencia alguna, que funciona como combustible perpetuo. Pero si el proceso salió de forma ligeramente mejor, esa alma tendría conciencia, pero no control sobre su propio cuerpo de fuego. Significaría que lleva encerrado siglos.

    –Una cárcel eterna. Siendo consciente de que no puede hacer nada por escapar.

    –Peor en este caso. Una doble cárcel, una para su alma y otra para su cuerpo. Todo esto incapaz de sentir nada.

    Los dos se quedaron en silencio, sin comer ni hablar. La idea era heladora y ni notaban la calidez de la hoguera, siendo ahogados por la humedad.

    –Debemos advertir a los Teelah. –susurró Pierre sin disimular la fuerza de sus palabras.

    –No sé si serviría de nada. Es parte de su forma de vivir y no sabemos cuán sensibles son a estas percepciones. Tienen muy interiorizada la desconfianza hacia el mundo, es probable que no nos escuchen.

    –¿Y pretendes no hacer nada?

    –Para empezar, pretendo que no hagas una locura.


    *****​


    Alphonse apenas comió sin mediar palabra, a pesar de las conversaciones amigables que empezaron a haber entre hombres y Teelah. Tras ello, se ausentó con la excusa de mear, saliendo de la caverna. No muy alejado, en el bosque, se detuvo en una pequeña colina desde la cual se vislumbraba el lago rodeado de pálidos colores verdosos y rojizos.

    Llevó la mano a la cintura y asió su espada para sacarla, pero fue detenido por los firmes pasos de alguien.

    –¿Qué te ha dicho el forense para dejarte tan frío como las aguas del lago? –Era John.

    –Nada relevante. Pero pienso en el origen de estos seres.

    –Dudo que no te haya dicho nada relevante. Pero haz lo que ibas a hacer. Mira la mesmerita de tus espadas.

    Alphonse desenvainó el arma y puso el mango a la altura de los ojos para observar bien la fluctuación de la morada gema.

    –Está claro el resultado. Solo la gema podría llevar a error. –dijo Alphonse tras un rato.

    –Sabes leerla de sobra. La perla geomante no debe tener la fuerza suficiente como para afectar a la lectura entre tanto ser de origen Ancestral.

    –¿Y qué debemos hacer? ¿Cuál es la moral de todo esto?

    –Los Teelah no creo que sean el problema. Ni hacen, ni quieren hacer daño a nadie.

    –¿Y el Elemental? Creo entender que sabes algo de las mancias. –Las palabras de Alphonse dejaron algo inquieto a John.

    –Es el nivel superior de esas prácticas. La transmutación del cuerpo en uno material. ¿Te preocupa la moral de que en esa masa de fuego haya un alma?

    –Eso no puede estar bien, no es natural.

    –¡Venga! –dijo inesperadamente el neoalbeniense, volviendo de seguido a un tono tranquilo. –Seme sincero. ¿Qué te ha dicho Pierre? –Alphonse, por un segundo, pensó en el desacato que suponían sus palabras, pero sabiendo que el hombre sabía más de lo que decía, siguió con la conversación.

    –La cuestión no es el alma, sino su propia consciencia. Esa alma podría estar sufriendo una condena perpetua, sin escapatoria alguna.

    –¿Lo has hablado con Yohanan?

    –No.

    –Creo que es lo mejor. La realidad es que no sabemos nada. Dejémoslo estar o tendremos problemas.

    –¿Y no te preocupa esa vida?

    –No sabemos la historia del hombre que sufrió ese destino, si se merecía o no convertirse en ese ígneo ser. Tampoco sabemos cómo tratar con una criatura así. No sabemos nada, no podemos tomar una decisión.

    –Bueno, veo sensatez en tus palabras. Me alertaron de que eras concienzudo con el trabajo, que lo llevabas a cabo a toda costa. Pero por suerte o por desgracia hay alguien que se preocupa por esa vida.

    –¿Pierre? –Alphonse respondió asintiendo ligeramente–. Estaré atento.

    –Tranquilo, John. A pesar de su impulsividad, no es un mal hombre. No quiero un conflicto innecesario con él.


    *****​


    Natanael miraba curioso a Sabir, el cual construía una caña de pescar adaptada al tamaño de los pequeños. Saulo se acercó con un arpón de hueso, un largo fémur animal tallado con punta y en un lado una serie de incisiones para que el saliente resultante tuviera forma de gancho.

    –Usamos estos arpones para pescar. Nos acercamos a los ríos poco profundos que desembocan en el lago. –Le mostró el Teelah. Sabir inmediatamente pensó en el tiempo y esfuerzo que suponía trabajar un grueso hueso como ese.

    –Pues con eso no necesitaréis ir tan lejos, ni pasar tanto tiempo elaborando una herramienta. –respondió el moreno, acercándoles la vara de madera. –¿Qué hacéis con los peces?

    –Usamos sus espinas para hacer agujas o las escamas para los vestidos. La verdad es que este lago tiene muchos tipos de peces. –explicó Saulo.

    –Pues haré unas cañas, cogeremos las que tenemos en la barca y pasaremos la tarde pescando. ¿Os parece bien?

    –Seguro que esto acabará en competición. –dijo Natanael.


    *****​


    –Oye Herschel. –dijo un entusiasmado Teelah, algo más pequeño y con una peculiar hacha de piedra en mano. Junto a él venían otros dos. –Tu hermano nos ha dicho que nos cuentes un cuento.

    –¿Cómo? –El muchacho alzó la mirada en busca de John, pero solo vio su espalda alejarse muy lejos.

    –Queremos conocer cuentos nuevos. Historias que nos entretengan.

    –Entregarles un poco de entretenimiento mientras nosotros preparamos las cañas. –dijo Sigmund llevando una pequeña caja en la mano, con una mueca sonriente y golpeando con la otra mano el hombro del joven.

    –¿Qué? ¡No! –El muchacho suspiró, pensando en que le pedirían una historia tras otra–. Está bien.

    –¿Qué nos vas a contar? –respondió otro de los Teelah.

    –Un día Quic, hija de uno de los señores del inframundo, se enamoró del Señor de las Sombras. La mujer quedó embarazada de gemelos, pero este nacimiento no gustó nada en el Inframundo, ya que el padre no era un ser del submundo. Por eso, un día en el que los gemelos jugaban en el bosque, éstos fueron atraídos al otro mundo para matarlos, pero fueron astutos e hicieron llamar al Gran Señor del Inframundo para hacer un trato. Evitaron su muerte, pero a cambio de la servidumbre.

    –¿Y los padres fueron a por sus hijos? –preguntó Petro.

    –No. El Señor de las Sombras abandonó a Quic, quien se puso muy triste al perder a sus hijos.

    –¿Y esa es la historia? –preguntó otro Teelah.

    –No, no. Impacientes. –Herschel no pudo evitar reírse–. La princesa Flor Preciosa, quien paseaba por las afueras de su ciudad, se encontró a un hombre malherido al que curó con sus conocimientos. El hombre le confesó ser un Nahual, un brujo capaz de cambiar de forma. Flor Preciosa era la hermana del futuro heredero de la ciudad, por lo que ésta salía de la ciudad para que no la vieran curar al amable brujo. No tardaron en enamorarse, pero lo que Flor Preciosa no sabía era que el Nahual realmente era el mismo Señor de las Sombras. Quic, quien vagaba por el mundo en busca de sus hijos, un día se dio cuenta de que el Señor de las Sombras se había enamorado de otra mujer y, al ver que era amor verdadero, llena de celos, asesinó a Flor Preciosa.

    Algunos Teelah se habían unido al relato, atentos y en silencio, mirando fijamente al joven.

    –El Príncipe de las Flores, hermano de Flor Preciosa, al enterarse de su muerte, rezó a los dioses para recuperarla. El Gran Señor del Inframundo le respondió, proponiendo un trato. Si cuida de dos hermanos durante veinte días tendría a su hermana de vuelta. Al día siguiente, aparecieron los gemelos y fueron cuidados como auténticos dioses. Pero el día veinte la madre apareció frente a los gemelos, haciendo que el príncipe se diera cuenta de que había cuidado de los vástagos de la mujer que había matado a su hermana. Llevado por la ira, el día veintiuno, el príncipe sacrificó a los gemelos ante su madre. Al haber pasado el día veinte y no haber incumplido el trato, el Señor del Inframundo le otorgó una Flor de Vida azul para resucitar a su hermana. Quic, quien lloraba por los hijos que acababa de recuperar, llamó al Gran Señor y le pidió intercambiar su vida por la de los hijos, recibiendo la Flor de Vida naranja. Los amados seres volvieron a la vida y Quic abandonó a sus hijos para volver al inframundo, pero no todo fue felicidad. La princesa Flor Preciosa no era la misma, ya que dentro de su cuerpo había un mal creciente quien la estaba convirtiendo en bestia. En ese momento el Príncipe de las Flores entendió que aquel mal había surgido por él, había corrompido la Flor de la Vida con su ira.

    Los pequeños miraban al hombre en silencio, a la espera de más.

    –¿Os ha gustado?

    –¡Queremos otra! –decía uno.

    –¡Cuéntanos más! –saltó Petro.

    En aquel momento Herschel se dio cuenta del terrible error que había cometido.


    *****​


    Dhalion, Alphonse, Saulo y Yohanan lanzaron su bote hacia el lago, los Teeelah siendo intrigados por la plana superficie en la que se sostenían. Acostumbrados a flotar sobre un simple tronco, sentían que debían aprender a navegar. Incluso el jefe Yohanan, mirando al centro del lago y sin darse cuenta de la belleza del paisaje que tenía de fondo, sus ojos mostraban un temor por la profundidad de aquella agua cristalina. Recordaba una vez que del tronco flotante cayó al abismo, sin miedo a hundirse, sino impotente ante sus pequeñas manos que no le ayudaban a avanzar en el líquido.

    –Dependiendo del cebo tendremos un resultado u otro. –dijo Yohanan dispuesto a preparar su caña.

    –Así es. –respondió Alphonse mientras apartaba una cúbica red de pesca construida con algunas ramas y fino cordel. Después, cogió la caja con los diferentes cebos. –Es por eso que he pedido a Sigmund que prepare esta cajita con diferentes cebos.

    –Yo probaré con una sanguijuela. –dijo Dhalion curioso, metiendo dos dedos en un pequeño tarro de cristal, cogiendo uno de los bichos y empalándolo en el azuelo.

    –Yo usaré un grillo. –continuó Alphonse.

    –Yo creo que usaré este pequeño cangrejo. –decidió el jefe de los Teelah.

    –Con un cangrejo de río seguramente capturarás una presa mayor. –explicó el otro líder, añadiendo el insecto al anzuelo. El Teelah hizo lo mismo. Finalmente, lanzaron sus cañas. –Ahora solo queda esperar. –susurró, haciendo que todos se quedaran en silencio.

    –¿De dónde las ha sacado? –preguntó el martinico, observando la sanguijuela hundida en las profundidades.

    –Creo que Sigmund se las ha pedido a Sabir.

    –La verdad que no quiero ni saber todo lo que tiene ese hombre en su bolsa.

    –Esperemos no necesitar una hirudoterapia, aunque mejor tener y no necesitar, que necesitar y no tener.


    *****​


    Horne, cargando un saco lleno de rojo cinabrio al hombro y acompañado por dos curiosos Teelah, caminó escaleras abajo hacia el lugar donde se encontraban las cajas amontonadas, en una pequeña sala contigua a la sala principal. Entró acompañado de las hadas, quienes le preguntaban por su reputación como inventor.

    –¿Y qué es lo más grande que has construido? –preguntó Petro, quien iniciaba a dejar atrás su timidez.

    –Una vez hice los planos de un galeón de oro. La Condena de Midas lo bauticé.

    –¿Y era para la guerra?

    –No. –respondió en un tono apagado. –Era un barco más para ostentar el poder del hombre que me contrató. El único capaz de pagar un proyecto así y además regalárselo a su rey.

    –¿Por qué alguien haría algo así? ¿Se supone que el oro es de gran valor en el mundo no?

    –A veces la vanidad de los hombres es mayor que todo el oro del mundo junto.

    En el interior se encontraba Bertans tomando un trago de wiski, visión que detuvo la conversación de los Teelah.

    –¿Vienes a por mí wiski? –dijo el segundo al mando, quien seseaba ligeramente. –Alphonse me lo ha dicho. Espero que no desperdicies mi brebaje.

    –Tranquilo. Usaré lo justo, una botella.

    –¿Una entera?

    –Si. ¿Queda no?

    –Si, sí. Hay otra botella además de esta, pero… –Bertans se acercó con un dudoso andar. –¿No podrías limitarte a media?

    –Podría apurar tres cuartos, pero no sería seguro. ¿No puedes aguantar con algo menos? No es para tanto.

    –¿Y tú qué sabrás? –El tono del bonachón empeoraba–. El agua con las semanas se contamina. Esto no. –El hombre alzó la botella y la movía en círculos.

    –Bertans. Eso es una estupidez. Estamos en medio de un continente lleno de ríos de agua dulce. –Horne comenzaba a ponerse nervioso, transmitiéndoselo a los Teelah.

    –¿Quién es el segundo al mando? ¿De quién recibes órdenes? –Bertans se colocó cara a cara con el inventor, pegándole un fuerte trago.

    –Deberías dejar de beber, creo que es suficiente…

    –¿Osas contradecirme? –interrumpió aumentando el tono. –¿Estás desarrollando tus agallas?

    –Ya basta. Estás borracho.

    –¿Tengo que aleccionarte? Si esto fuera la armada de su majestad.

    –Pero no lo es. No puedes condenarme a la horca.

    Bertans comenzó a remangarse la camisa, aunque a duras penas lo lograba al no querer soltar el wiski.

    –¿Qué demonios ocurre aquí? –dijo una nueva voz tras ellos. Era Sigmund con un tarro de gusanos venenosos en la mano.

    –Nada. –dijo Horne.

    Bertans cerró la botella y la dejó en su sitio. Acto seguido marchó malhumorado hacia fuera, refunfuñando.

    –¿Estás bien? –preguntó el sicario phínico, asintiendo el otro.

    –Sólo estaba algo borracho.

    –¿Por qué discutíais?

    –No quería darme parte del wiski.


    *****​


    Según el anochecer iba apretando, la pesca empezaba a ser más fructífera. Alphonse, usando unos pececillos como cebo, capturó uno alargado y de casi tres pies de largo, duro de pescar, necesitando la ayuda de Dhalion lograron sacarlo del agua. Los dos Teelah miraron sorprendidos a aquella criatura de la que perfectamente podrían ser presa, a la vez que el líder detenía el aleteo clavándole un cuchillo en el lomo.

    –Es un lucio. –dijo Dhalion.

    –Así es. –De repente, Alphonse miró a los dos pequeños–. Por el vuestro bien evitad pescar con este cebo o podría arrastraros al fondo.

    –Creo que se me están quitando las ganas de pescar. –dijo Saulo, preocupado, sin perder de vista su caña.

    El rojo sol, escondido tras pequeñas pero incontables nubes que cubrían el cielo, iniciaban a esconderse tras las negras montañas. El magenta cielo enamoró a los hombres, quienes no recordaban muchas panorámicas tan bellas.

    –Algo ha picado. –dijo Yohanan, nervioso, llamando la atención de un despistado Alphonse.

    –No parece muy pesado, mantente firme. –dijo Dhalion, desde su sitio.

    El Teelah tiró con fuerza, a lo que Alphonse reaccionó. El pez intentaba luchar, dando círculos bruscos.

    –Tienes que tirar constante y si haces más fuerza que sea progresivo.

    Yohanan obedeció inmediatamente y poco a poco fue aumentando la fuerza. La sombra del pez cada vez era más nítida, observándose un pez algo más pequeño que el mismo Teelah. Cuando el pez se encontraba casi en la superficie, Alphonse le habló.

    –Ahora.

    Con todas sus fuerzas tiró del palo, alzando el pez a varios pies de altura. Alphonse se alzó y lo cogió al aire, evitando que se fuera más allá de la barca, sorprendiéndose de la fuerza del pequeño. Entre sus manos el pez revoloteó hasta que Yohanan detuvo al animal con un pequeño cuchillo de piedra.

    –Al fin he tenido suerte. –dijo observando su trofeo.

    –Que pez más peculiar. Parece un Cisco, pero nunca había visto algo así. –continuó Dhalion, quien había abandonado su lugar para acercarse al Teelah.

    –La verdad que sí. –respondió Saulo. –No había visto nunca algo así.

    –Es muy similar a un Cisco, pero tiene la mandíbula más alargada. –dijo Alphonse. –¿Nunca habíais pescado algo así?

    –No. –dijo Yohanan, contento, observando las grises escamas del pez que tornaban a un color beige en su lomo.

    –Tal vez sea una especie rara. Cerca de desaparecer. –dijo el líder, aún pensativo.

    –Pues como nosotros, Alphonse. –dijo Saulo.

    –¿Cómo? –preguntó Dhalion.

    –No tenemos la capacidad de procrear. –continuó Yohanan. –Nacimos en un islote sin saber nada, cerca de unos seres a los que soléis llamar Skreela. Tras ello, solamente tuvimos una opción, vivir hasta que llegue el fin de nuestro grupo. Podremos vivir mucho, pero el día que desaparezcamos, no habremos dejado nada en este mundo.


    *****​


    Tras una fructífera jornada volvieron a la caverna, aprovechando los últimos rayos de luz. En los recovecos que había entre las nubes se vislumbraban algunas estrellas, aunque rápidamente desaparecían por el fuerte viento. Alphonse, admirando el hermoso cielo nocturno, observó la Hoz en el cielo de forma muy nítida, la cual era la constelación más brillante. Compuesta de once puntos y dispuestas con la forma de la herramienta, éstas señalaban el norte durante todo el año en el hemisferio norte. Tras unos largos segundos, las estrellas desaparecieron tras una nube.

    –Parece que hemos perdido el norte. –bromeó John.

    Se adentraron en la caverna, donde Sabir ahumó el pescado capturado para cenar, técnica que llamó la atención de las hadas, aunque estas no comieran. Limpiaron los pescados y los dejaron en un lugar contiguo para evitar que el mal olor se extendiera. Finalmente, los hombres cogieron las pieles y se despidieron. Era hora de dormir.

    –Nosotros no dormimos, no lo necesitamos, pero podéis estar tranquilos. Vigilaremos el lugar. –dijo el jefe Yohanan.

    En la noche Pierre se encontraba incapaz de dormir, motivo por el que alertó a los Teelah de que iba a darse un paseo por la caverna. Aprovechando un momento en el que nadie vigilaba la entrada a la sala del Elemental, éste se adentró en ella de forma sigilosa. Lentamente entró por el pasillo, observando que dos Teelah, Salomé y Petro, vigilaban el lugar.

    –¿Has venido a ver al Dios de la Montaña? –le dijo uno de ellos.

    –Sí. Me quita el sueño que algo así pueda existir.

    El phínico avanzaba observando bien esas rocas que impedían que el ser huyera, dándose cuenta de que el fallo de una podría liberar a la criatura.

    –¿Siempre vigiláis para evitar que suceda una desgracia?

    –Así es. Si alguna parte se agrieta la cubrimos rápidamente con rocas que tenemos previamente preparadas.

    –Abridme la escotilla. –dijo Pierre en un tono serio, acercándose lentamente a la puerta metálica.

    Los dos pequeños se subieron a unas rocas contiguas para alcanzar la escotilla y poder levantarla, a la vez que el hombre asomaba su cabeza. Durante un breve instante vio como aquella llama se lanzaba contra él, retrocediendo un paso atrás, pero no tan sorprendido como Dhalion y Alphonse. Al contrario, estaba muy reflexivo.

    –Tu cara es diferente. –dijo Salomé.

    –Es cierto. –continuó Petro, extrañado, dando un paso al frente. –¿Está todo bien?

    –Sí, sí. Es solo que me he quedado un poco helado. Esa cosa… –Pierre no sabía cómo continuar sin ofender o parecer sospechoso–. Esa cosa tiene que ser muy peligrosa.

    –No sabemos cómo destruir esta cosa, por lo que es mejor tenerla encerrada. –explicó Petro frente al hombre. –¿Y vosotros tampoco sabéis cómo hacerlo no?

    –Pero también lo usáis en vuestro beneficio para no pasar frío.

    –¿Y qué importa eso? –respondió Salomé, algo molesta. –Cuando nuestros amigos encerraron la criatura hace doscientos años nos hicieron conscientes del peligro que supone esto para el todo. Como agradecimiento nos quedamos aquí, en nuestro hogar, a pesar de tener que soportar tremenda carga.

    –No sabemos el número, pero piensa durante cuantos días y cuantas noches habremos vigilado este lugar en doscientos años.


    *****​


    Pierre salió de la sala a toda velocidad, aventurándose en el pasillo a oscuras que daba a la sala central. En la penumbra, solamente observaba los colores rojizos que salían de la llama central, la cual parecía más débil que durante el día. De repente, alguien se movió a su alrededor, deteniendo su paso.

    –¿Lo has visto? –dijo la silueta de Bertans, quien movía la botella de forma anárquica, haciendo que la luz se reflejara en ésta, con menos de un par de tragos en ella.

    –Ah, eres tú. Me has asustado. –Pierre reinició su marcha, siendo seguido por Bertans dos pasos por detrás, aunque con un andar menor firme.

    –Más debería haberte asustado lo de dentro. ¿Ha ido todo bien?

    –Quería verlo con mis propios ojos. Nunca pensé que algo así existiría.

    –¿Pero sabías que podía existir no? Desde el primer momento no has ocultado tu conocimiento por las mancias. Tu pasado delincuente, el asesinato en Matrice, la pelea contra Gaskins… Incluso me ha parecido haberte visto hablando solo alguna vez. ¿Por qué será que tengo la sensación de que nos ocultas algo grave?

    –De verdad, Bertans, no hay nada raro. Había escuchado cosas sobre los elementales, sólo quería comprobarlo con mis ojos. ¿Acaso quién no ha escuchado sobre la Guerra de los Golem?

    –¿Entonces qué es eso que Alphonse y tú habéis estado hablando antes y no quiere contar? John no se fía de ti y yo ya tampoco.

    –Creo que estás exagerando. Has bebido y entiendo que como seguidor de Hierón no te guste el uso de las mancias.

    –Que sepa solo he visto conocimiento, no uso. Sabes a la perfección que tolero bastante bien las mancias, salvo una. ¿Por eso lo dices? –Bertans se lanzó contra el phínico, quedando cara a cara.

    –No sé a qué te refieres.

    –¡Confiésalo!

    –¡El qué!

    –¡Qué eres un nigromante!
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
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    32º Capítulo: “Entre el bien y lo correcto”


    En los últimos días de octubre de 1784, un veinteañero Pierre comenzaba a vestirse tras unos setos, junto a su amiga de la infancia Clementine. En aquella colina entre los bellos pueblos de Hanuntz y Alabak, a cuatro días de la Madeleine, ambos se besaron por última vez, sin él ser consciente de ello.

    –¿Cuándo partirás hacia la capital? –preguntó el muchacho sin darle la cara a la mujer, queriendo guardar su intimidad. Desde aquella altura se veían unos verdes campos redondeados, como las rojas mejillas de la mujer. En ellas unas pequeñas casas sobresalían por su iluminación, reforzando las anaranjadas paredes y rojizos tejados en aquel verde paisaje.

    –Mi hermano Marcel volverá mañana. Al día siguiente partiremos. –Un breve silencio se abrió entre ellos, aunque a lo lejos empezó a sonar una campana que Pierre no notó. Su cabeza estaba en otra parte.

    –¿No hay otra opción? ¿Tu padre te tiene que vender a algún noble?

    –Pierre. –La mujer, solamente tapada por un camisón, se acercó a Pierre y le miró a los ojos sonriente, alzando su mano y acariciando sus patillas con suavidad.

    –Siempre supiste que este momento tarde o temprano llegaría. Este mundo no está hecho para nosotros. Una mujer de una repudiada aristocracia y un lechero que a duras penas puede alimentar a su madre. Conformémonos con haber tenido una feliz juventud.

    –Teníamos que haber dejado todo atrás.

    –No digas tonterías. Amamos a nuestras familias, ni fuimos, ni seremos capaces de hacerlo. Príncipe de nariz robusta, este cuento no puede tener un final feliz. Hace tiempo que lo sabíamos.

    Pierre suspiró, quedando ambos en silencio. De repente, notó el sonar de la campana, la cual cada vez se escuchaba más fuerte. Miró al origen, observando que pequeñas luces de lámparas y antorchas se movían hacia allí.

    –¿Por qué has decidido venir aquí? –preguntó Pierre extrañado.

    –Antes de marchar quería enseñarte el secreto de nuestro hogar.

    Ambos partieron hacia el origen de los sonidos. Ella remarcó ir en silencio, haciendo que ambos se encorvaran y fueran caminando con cuidado, evitando causar ruido alguno. Gracias a la luz de la luna llena en aquella fresca noche llegaron a una colina en la que anaranjados tonos se reflejaban.

    Finalmente llegaron, tumbándose en el frío pasto y asomando sus cabezas con mucho cuidado.

    En medio de una planicie escondida por las montañas de alrededor se había formado una gran hoguera en la que una treintena de personas bailaban a su alrededor. Éstas, algunas semidesnudas o con los ropajes sucios y caídos, danzaban de forma anárquica al ritmo de unos tambores que cogían fuerza, tapando la campana que un hombre hacía sonar al ritmo de su baile.

    –Brujas. –pronunció ahogado el joven.

    –Y brujos.

    –¿Pero esto qué es?

    –Es un antiguo rito a Diane, diosa de la luna y la fertilidad. –susurró la muchacha. –Es la noche perfecta para recordar a los que ya no están.

    De repente, una anciana señora apareció de entre las sombras, desnuda y con un pequeño hueso en sus manos.

    –Es la viuda, Marie des Douleurs. –comentó él en voz baja. El hombre tiritaba, por lo que el tiempo avanzaba mucho más despacio.

    Pierre reconoció una figura entre los presentes. Una mujer delgada y de largo pelo negro, suelto, que era atizado por el fuerte baile. Era su madre.

    Pierre se quedó atónito, algo que Clementine notó al instante.

    –Tu madre no es la única. –El joven miró a otra persona, Pierre reconociendo a la madre de ella.

    –No entiendo nada. –respondió, intentando negar la realidad.

    –Durante tres milenios los pueblos han hablado con sus muertos. No de forma egoísta, sino para poder despedirse de aquellos con los que no pudieron hacerlo en condiciones.

    –Pero esto es brujería, las quemarán a todas.

    –Pero esto es lo que son. Las madres llevan transmitiéndolo a sus hijos, durante tanto tiempo… –La mujer se detuvo, pensando en cómo explicarse bien. –Usar las mancias para traer a los muertos en vida es horrible, impensable. Pero que sus almas puedan venir durante un instante para poder despedirse. ¿Por qué deberíamos privarnos de esa oportunidad?

    El hombre se mantuvo en silencio. No sabía qué responder, pero tampoco podía dejar de ver el espectáculo.

    Un macho cabrío apareció entre los espinosos setos acompañado de otros siete, pero a diferencia de ellos, el primero tenía majestuosos andares. Lentamente, con tiempo entre paso y paso, pero dándolos con fuerza, avanzaba hacia el centro del círculo. Acercándose a la hoguera central, su cuerpo empezó a metamorfosearse.

    Las estrechas patas se volvían cada vez más gruesas y extensas. La espalda se alargaba, cada vez creando un arco cóncavo mucho más cerrado. Sus vértebras y articulaciones crujían, llegando a escucharse desde donde Pierre y Clementine se encontraban. El animal gritaba un balido que cada vez se asemejaba al grito de dolor de una persona, a la vez que su cabeza se aplanaba, escuchándose cómo los huesecillos del morro del animal penetraban en el rostro hasta dar la imagen de una persona.

    Incluso Pierre, quien en un primer momento no quiso mirar, volvió a girar su cabeza para ver aquella imposible situación. No podía dejar de mirar. Aquel macho cabrío iniciaba a andar en dos patas, mientras el pelo se le caía del cuerpo y desnudo, empezaba a emanar ligeros ríos de sangre por su cuerpo.

    Las mujeres de alrededor, sin detener su baile, cogían cosas de su alrededor, como ropas que habían despojado, amuletos u objetos del hogar. Después, de forma simétrica entre ellas, avanzaban hacia el centro, dejándolos alrededor del fuego y el hombre que había salido del macho cabrío. Éste, alzaba sus brazos al cielo, a la luna, mientras parecía liberar una sonrisa de alivio.

    Cuando las ofrendas habían finalizado, las mujeres volvieron al círculo del baile, momento en el que la vieja viuda avanzó hacia el hombre. Éste la miró, bajando sus abiertos brazos, dando la posición de otorgar un abrazo. Cuando la mujer llegó, ella se dispuso sobre su pecho, aceptando el abrazo y liberando una lágrima. El hombre llevó su mano hacia el cabello de la mujer, acariciándola cálidamente. El baile continuó, intensificando su sonoridad, al igual que el ritmo del baile. Más y más, hasta que de golpe se detuvo, dejando el ruido de la noche como protagonista.

    El hombre hizo un gesto a uno de los bailadores, quien acto seguido se detuvo y en línea recta, firme, trajo un cáliz de plata de hermosos grabados que Pierre no podía distinguir. Una música, de ritmo diferente y mucho más suave inició. El resto volvió a bailar, pero esta vez de forma mucho más lenta y suave.

    Cogido el vaso, comenzó a recibir una compañía de gente que poco a poco le otorgaba objetos, sobre todo hierbas y algunos pedazos de huesos molidos, quien los iba mezclando en el cáliz. Después, estos pasaron a sustancias líquidas, las cuales fueron rellenando un mejunje líquido con algunos tropezones. La vieja, nerviosa y a su vez excitada, miró al hombre con los ojos cristalinos.

    Él la habló en un lenguaje inteligible que curiosamente calmó a la viuda, la cual miró al cáliz y sonrió. Después, lo alzó, mostrándolo a todos antes de beberlo de golpe. Cinco golpes de tambos fueron los que tardó la mujer en beberlo. Otros cinco antes de que cayera desmayada, no dándose un golpe fuerte gracias al hombre macho cabrío, quien la cogió y la bajó con suavidad al suelo.

    –¿La ha matado? –susurró Pierre. Ella no respondió.

    Sobre el cuerpo de la mujer una azulada niebla apareció, la cual no parecía tener una forma fija, pero a su vez recordaba ligeramente a la de la mujer. Ésta simplemente miraba a la luna.

    De repente, una segunda niebla rojiza apareció, una con la aparente forma de un alto hombre firme. Las dos masas gaseosas parecían mirarse en medio de aquella lenta música. La azul extendió un brazo al rostro del rojo, quien le respondió con un fuerte abrazo. Después, volvieron a separarse, dando la impresión de que entablaban una conversación que nadie podía oír.

    –Son… –Las palabras de Pierre no salían. –¿Son fantasmas?

    –Son dos almas que se han querido durante décadas y se siguen amando, despidiéndose. –dijo Clementine, atendiendo a Pierre con una mirada triste.


    *****​


    –¿Lo sabías? –se acercó Bertans donde Alphonse, a gritos, despertando de paso al resto. –Lo de Pierre.

    –Vamos a hablar a la entrada. –respondió el líder de la expedición, dejando a un lado una piel y dirigiéndose a la entrada. Bertans le siguió por detrás.

    En la entrada a la caverna se detuvieron, cara a cara, Alphonse muy serio y con los brazos cerrados, mientras que el otro estaba con las manos en la cintura.

    –¿Qué ha ocurrido? –inició el de pelo cano.

    –¿Lo sabías? ¿Qué Pierre es un nigromante? –Alphonse se quedó en silencio unos segundos.

    –Sí.

    –Por Hierón… –empezó a exclamar. –Un forense nigromante. Si es que era tan evidente…

    –Cálmate Bertans. –dijo el líder, firme.

    –Me lo has estado ocultando Alphonse. –interrumpió el bonachón. –Tu antes no eras así. ¿Qué te está pasando?

    –Si realmente fuera un peligroso nigromante no hubiera contactado con él. Simplemente, él tiene su propia moral. Deja que se explique.

    –No. Simplemente estás amargado. Ya ni siquiera confías en tus propios amigos. Eres la sombra del hombre que fuiste una vez.

    –Cuidado con lo que dices. Seguimos siendo hombres del Rey.

    –Así es. Servimos a ese al que decepcionarás. Una misión fácil, llegar, recoger el objetivo y volver. Fallarás, porque yo no pienso seguir con esto.

    En aquel momento Pierre apareció, intentando hablar con Bertans. Éste, simplemente se adentraba para evitar a los dos hombres.

    –Bertans, no es lo que piensas. Esto es mucho más profundo y no todo es tan amoral.

    –Ya lo he dicho. No pienso continuar con alguien que juega a ser dios de forma tan indecente. Suerte tienes de que yo no sea el líder de esta expedición. Sino te ejecutaría aquí y ahora.


    *****​


    –¿Qué es ese alboroto? –preguntó Gamal, mientras se levantaba, despertando a su hermano.

    –Parece que es Bertans un poco ebrio. –dijo Sabir, mientras intentaba abrir los ojos.

    De repente, Bertans apareció, refunfuñando y en dirección al lugar donde se encontraban los carros.

    –¿Qué te pasa ahora? –preguntó Gamal.

    –Pierre. Es un nigromante.

    –¿Cómo? –dijo el shilí, realmente afectado e iracundo. –¿Hemos tenido un monstruo frente a nosotros todo este tiempo?

    Alphonse, de la oscuridad, apareció a toda velocidad detrás de Bertans, pero se detuvo al escuchar el comentario de Gamal. Quiso acercarse para calmarlo, pero el otro ya había desenvainado su cimitarra y se dirigía hacia un Pierre que salía de la penumbra. Para cuando se dio cuenta, la cimitarra estaba a la altura de su garganta.

    –Baja eso. –dijo Pierre.

    –Agradece que no te haya matado, maldito resucitador de demonios necrófagos.

    –Yo no hago esas cosas. De hecho, ni sé hacerlo, ni quiero saberlo.

    –Hermano. Tranquilízate y baja el arma. –intentó apaciguar Sabir. –Se que te has enfrentado a muchos Ghoul, pero deja que se explique. –El arma se separó un poco de su cuello, pero Gamal no tenía intención alguna de bajarla.

    –He practicado nigromancia, pero no he mancillado ningún cuerpo de esa forma. Simplemente se puede hacer que dos personas puedan despedirse. Los hijos de un caído en batalla, la mujer de un asesinado o los padres de un joven que ha sufrido un accidente.

    –Todo eso son patrañas. No puedes robar las almas de los jardines celestiales de Hierón. –dijo Bertans, tras ellos, apuntando con su arma cargada.

    El resto del grupo ya se había despertado y se habían acercado, preocupados de que Pierre estuviera siendo amenazado por dos armas.

    –Creo que deberíais calmaros. –dijo John, acompañado de Herschel. –Tú estás bebido y tú estás demasiado airado.

    –De verdad, Gamal. –Pierre lo miraba fijamente a los ojos–. No soy uno de esos nigromantes que traen de vuelta a los muertos para crear sus aberraciones. Y no sé qué será un Ghoul de esos. –Pierre, sin dejar de mirarlo con esa mueca casi engreída, señaló con su índice a Sabir. –Pero podría enseñarte a como liberar esas pobres almas.

    –Tranquilo. Ya tenemos nuestras formas. –respondió Gamal, muy serio.

    –Bien. Creo que ya no tengo mucho más que hablar. Haced lo que queráis conmigo. Me voy a dormir.

    Pierre, ignorando la hoja de su cuello, dio un paso atrás y caminó hacia la sala donde se encontraba el carruaje, mientras todos lo miraban. Bertans lo apuntaba con su tembloroso pulso, a la vez que miraba a Alphonse en busca de una reacción.

    –Volved todos a dormir. –ordenó el líder.

    –¿No vas a hacer nada? –replicó el bonachón. Alphonse simplemente lo miró malhumorado ante la desobediencia, sin decir nada. –Cabrón mentiroso.


    *****​


    –Hijo, llevas ya unos días muy raros. –dijo la madre de Pierre en la pequeña cocina de su hogar.

    –¿Por qué lo dices?

    –Porque hoy es la segunda vez que vas a ordeñar a la vaca. ¿Es por Clementine?

    –Sí, bueno. Ha sido todo tan repentino… –El joven apoyó el cubo que llevaba en una esquina, para después sentarse alrededor de la mesa. –Pero creo que ya lo voy asimilando. Acabar juntos era imposible.

    –¿Y solo te ocurre eso? –La mujer se puso a lavar unos platos, de espaldas al joven.

    –¿Cómo?

    –Ayer estuviste dando un paseo por la colina del este. El nieto mayor de los Dubois te vio por allí. ¿Qué hacías? –El joven alzó la cabeza, nervioso, mirando a una inmóvil madre.

    –Pues lo dicho, dar un paseo.

    –No me mientas. Eres tan buen tramposo como tu padre, pero ya os conozco demasiado. –La mujer apoyó el plato que estaba secando con un trapo y se giró, para sentarse junto al muchacho–. Pensarás que es antinatural, una aberración, pero por qué debemos privarnos de ello, no hacemos ningún mal a nadie.

    –¿La señora se despidió de su marido?

    –Así es.

    –¿Y tú lo hiciste de papa?

    –No. –La mujer liberó una mueca–. Cuando tu hermana fuera un poco más mayor, pensaba en dejaros hablar con él. Como la bruja Mery de Duranga nos enseñó, traer a sus almas por un momento es un privilegio, y como la suerte que nos fue concedida, no debemos abusar de ella.

    –¿Decidiste esperar por nosotros?

    –Eso es. –La mujer abrazó la cabeza del joven acercándola hacia su pecho y acariciando su oscuro pelo de forma suave y cálida.

    –Ya ni siquiera recuerdo su rostro. –Su voz se atragantaba.

    –No te sientas culpable. Es algo normal, eras muy joven.

    –Y cuando podamos hablar con él, ¿qué le preguntaremos?

    –Podrás decirle lo que quieras. Tienes tiempo de sobra para pensarlo.


    *****​


    Un año después, en una noche de luna llena parecida a la del primer ritual, un grupo de cabras se presentó en una pequeña y vieja caseta maloliente a las afueras del poblado. Pierre, su hermana Sophie y su madre Denise esperaban dentro con una pequeña caja y el cáliz, siendo alumbrados por la tenue luz de una vela. De repente, empezaron a escuchar gritos acompañados del crujir de los huesos, lo que les alertó de la llegada del nuevo invitado.

    La puerta se abrió, pudiendo al fin verse al hombre del año anterior, cubierto de sangre y pelos. A diferencia del año anterior, esta vez venía con una bolsa de cuero colgando de su cuello.

    Éste entró para abrazarlos, uno a uno, de forma cariñosa y con una amplia sonrisa. Después, la mujer se agachó y cogió una pequeña caja con algunos pedazos de comida, la cual entregó como ofrenda. El hombre estiró su brazo, negando el regalo.

    –Tranquila. –dijo mientras se agachaba y cogía la misma copa que Pierre había visto un año atrás.

    –Chicos, ¿estáis seguros? –preguntó la madre, por última vez.

    –Sí. –dijo Pierre. La mujer giró la cabeza, viendo como la hermana pequeña también asentía.

    El hombre inició a sacar lo necesario para el ritual de su bolsa, siguiendo la receta del mejunje con mucho cuidado.

    –¿Tienes la reliquia? –dijo el hombre, haciendo que la mujer sacara un pequeño vial de cristal con un trozo de hueso en su interior. El hombre, aprovechando una mesilla, sacó un mazo y comenzó a destrozar el trozo hasta convertirlo en polvo.

    La mujer se vio apartó la mirada incapaz de ver cómo lo hacía, mientras que los niños no podían evitar cerrar los ojos momentáneamente con los golpes. Tras unos minutos, el hombre lanzó el molido a la copa, para finalmente echar unos líquidos extraños. Al acabarlo, lo colocó sobre la mesa, delante de la familia.

    –¿Quién será el primero?

    –Sophie, creo que será lo mejor.

    –Sí. –exclamó la joven, intentando sacar valor.

    La muchacha cogió el cáliz y pegó un desagradable sorbo que se obligó a tragar, notando en su garganta un sabor a ceniza. Luego, miró a su madre, quien le dijo con la mirada que se lo diera a su hermano, obedeciendo acto seguido. El hombre caminó despacio hasta colocarse tras la niña, la cual cayó casi al momento, y la recostó tranquilamente en el suelo.

    Pierre, quien se quedó unos segundos mirando a su hermana, no se lo pensó dos veces y le dio otro trago. No pasó mucho tiempo hasta que sus ojos empezaran a adormecerse, hasta que, de golpe, su cuerpo se apagó. La nada.

    Pierre no sintió nada, ni oír, ni ver, pero era consciente de que algo no iba bien. Espera, tenía consciencia de algo. Era una sensación no terrenal, pero notaba que había algo similar a su alrededor. Exactamente otras tres sensaciones como las suyas a su alrededor.

    –Esto no es la cabaña. –dijo sin voz, resonando en su cabeza y siendo escuchado por el resto, notando una perturbación en sus formas.

    –Cuanto tiempo, hijo. –dijo una voz que no reconocía.

    –¿Papa? –notó que decía su hermana.

    –Aquí estoy. Han sido casi veinte largos años, pero al fin podemos estar.

    –Cariño… –No pudo evitar decir Denis, lanzándose contra la figura espectral de su marido.

    –Gracias por esperar para volver a vernos. –dijo el hombre.

    –Aurelius, es lo mínimo que podía hacer. Que tuvieran un buen recuerdo sobre ti.

    –No ha tenido que ser fácil para ninguno de vosotros. Lo siento mucho.

    –¿Qué dices idiota? –La voz de la mujer se airaba, pero en un tono cómico, pero sin poder notar lágrimas en sus ojos. El hombre alzó su fantasmagórico brazo y recogió la lágrima, guardándola en el bolsillo. –Te mandaron a esa maldita guerra y no sobreviviste. No tienes porqué disculparte. Por nada.

    –La verdad que tengo pocos recuerdos de ese día. Solo sé que íbamos a negociar con unos hombres que iban en contra de su peshwa y, de repente, fuimos emboscados.

    –Calma, no hace falta que lo revivas. –dijo la mujer. –Esa Guerra de los Tres Mares fue un infierno, nadie del pueblo volvió… –La mujer se dio cuenta de que no estaba dejando tiempo para sus hijos, haciendo un gesto con la cabeza a Aurelius.

    –¿Sophie? Ya eres toda una mujer. –dijo él, sorprendiéndola. Él se acercó a abrazarla, aunque ella se quedó helada. Tras un segundo, reaccionó, devolviendo el abrazo.

    –Papa. Al fin puedo escucharte, sentirte… o eso creo.

    –Es una situación extraña para vosotros, no estáis en el otro plano, pero yo puedo veros enteros. Tal y como os habéis dormido. Me alegra ver que todos estáis bien.

    –¿Cómo es la muerte? –dijo Pierre nervioso, al fín. Noto una mueca en su padre.

    –No tenéis nada que temer. Pero de verdad, intentad disfrutar lo que os queda en vuestro plano. Aquí las cosas son diferentes.

    –¿Estás en las tierras de Hierón? –Ante la pregunta del joven, hubo una pausa.

    –No puedo decir mucho, pero dejémoslo en que muchas religiones tienen su parte de verdad. –El hombre decidió cambiar de tema, feliz y sonriente, liberando una gran carcajada–. Aún nos queda tiempo, por favor, contadme cómo ha ido todo por el mundo de los vivos.


    *****​


    Abril de 1786. El joven Pierre, tras un juicio de cuatro meses, desnudo, torturado, y sin fuerzas de vivir, fue liberado al no tener pruebas de su culpabilidad por brujería. El sol estaba a punto de salir, cuando fue empujado a un charco de barro. Tras él, los hombres que lo habían sacado del calabozo se reían de él, sin entender qué demonios ocurría.

    No podía evitar llorar, ni tenía fuerzas para moverse. Simplemente quería morir ahí. No le quedaban uñas, muelas o pelos en los muslos, más allá de las quemaduras del hierro al rojo vivo. Intentaba pedir que lo mataran ahí, pero de su garganta no salía nada. Los hombres lo miraban como si fuera el mismísimo diablo, uno de ellos acercándose a él y pegándole una patada en la tripa que le hizo vomitar coágulos de sangre acumulados durante meses.

    Notó alguien que lo arropaba por la espalda, pegando un codazo fuerte y volviendo a llorar. Pero la otra persona no se rindió y alargó una cálida manta de lana. Miró por el rabillo del ojo, percibiendo que aquella silueta era la viuda.

    –Ven conmigo. Lo que se viene no será agradable.

    –¿Dónde está mamá? ¿Dónde está Sophie? –dijo con una boca seca y la voz ronca.

    –Anda ven. Tienes que curarte esas heridas. –dijo la anciana que, ayudado por un vagabundo del barrio, lo intentaron llevar hacia su hogar.

    La señora intentaba que el joven no escuchara la noticia que se avecinaba. El veredicto del juez, que iba a ser presentado delante de todo el pueblo inmediatamente. La anciana y el sucio hombre lo intentaron llevar a todo correr, pero el pueblo entero se lanzó hacia allí al ver que los soldados salían de la cárcel, cerrando el paso.

    Uno de los soldados se adelantó un paso y abrió un largo pergamino sellado, el cual empezó a leer frente a un pueblo que se acercaba más y más a la cárcel. Tras él, una veintena de soldados lo acompañaban, cargados con sus mosquetes.

    –Hoy, 13 de abril, por orden del juez Jacques Couthon, se condena a morir en la hoguera, a las siguientes treinta y nueve mujeres. –El pueblo empezó a murmurar, horrorizado. Algunos incluso empezaron a lanzar comida a los soldados. –Agatha Laye.

    –¿Por qué me querías llevar a tu casa? –dijo el joven, mientras lograba no caerse agarrándose al pecho de la mujer. –Por qué…

    –Amelie Suzanne. –sentenció el soldado, haciendo que un hombre junto a ellos rompiera a llorar desconsolado, abrazando a una pequeña niña que no entendía nada.

    –Pierre… van a ejecutar en la hoguera a tu madre y a tu hermana por brujería. –dijo el hombre, intentando que no se cayera el joven.


    *****​


    –Debemos aprisionarlo. Es un peligro. –dijo Bertans al grupo.

    –¿Pero qué problema puede suponer? No ha hecho nada malo. –dijo Horne, sudoroso, extendiendo sus brazos.

    –Es un nigromante, a saber de lo que es capaz. –respondió John. –deberíamos tener cuidado hasta saber de sus intenciones.

    –En lo que llevamos de viaje no ha hecho nada malo, tal vez debamos darle el beneficio de la duda. Ya ha dicho que no es un nigromante de esos… –intentó defenderlo Sabir.

    –Creo que deberíamos calmarnos todos o vamos a despertar a los Teelah. No quiero que este problema trascienda más de lo que está yendo. Vamos a dormir y yo me encargaré de Pierre.

    –¿Qué vas a hacer? –preguntó Herschel.

    –Tenerlo vigilado. Y espero que vosotros no hagáis ninguna tontería.

    –Y si tan vigilado lo tienes… –respondió John, acercándose a Alphonse. –¿Ahora mismo dónde está?

    Todos miraron a la puerta por la que Pierre se había adentrado, dándose cuenta de que la luz se había apagado. John miró fijamente a Alphonse para después correr hasta allí, observando que no estaba. Resignado, John y Bertans miraron a Alphonse, quién no dudó. Desenvainó su arma y se dirigió hacia la sala del Elemental, no sin antes dar una orden.

    –Nicolas, Sigmund, Horne. Sacad los carruajes a la calle. No sé lo que ocurrirá, pero debemos detener a Pierre a toda costa.



    *****​


    –No abras esa compuerta. –dijo Alphonse, al ver a Pierre a punto de abrir la puerta metálica. Miró como todos lo observaban, Bertans apuntando con su mosquete y Sigmund con su arco. Las manos del phínico se alejaron un poco, muy despacio.

    –Si haces eso, nos matarás a todos. –añadió John, preocupado. –Separa las manos de esa puerta. No tiene por qué haber más sangre.

    –Salid todos ahora, avisad a los Teelah si queréis. Pero esta pobre alma no tiene por qué seguir viviendo en las llamas.

    –Estás loco. –dijo John.

    –¿Acaso no sabes lo que es estar encerrado? Meses sin comer ni beber, solamente recibiendo golpes e insultos. –A Pierre se le escapaba una pequeña lágrima–. Esta alma puede ser liberada.

    –Hazlo. –resonó en su cabeza, haciéndole cerrar levemente un ojo.

    –Pierre, tienes buenas intenciones, pero esta no es la forma –le dijo Dhalion, dando un paso adelante.

    –Vamos a hablar las cosas bien, Pierre. Si abres esa compuerta nos matarás a todos. –dijo John.

    –Debe haber otra manera. –dijo Gamal. –No tengo ni idea de lo que pasará si abres esa compuerta, pero no parece buena idea. Detente.

    –Gamal, tú sabrás bien lo que es estar encerrado. O lo que es morir en el calor del fuego. Eso es lo que esta pobre alma lleva sufriendo durante siglos. ¿Y tú, Dhalion? Cuando te atraparon los Cabeza Aguijón, cómo te sentiste.

    –Te entendemos, idiota. ¿Pero no creés que este no es el modo?

    –Hazlo de una vez. Abre la compuerta antes de que el gordo te dispare. –susurró la voz dentro de la cabeza.

    Corriendo, en ese momento aparecieron Horne, Sigmund y Nicolas. Sigmund se colocó junto a Alphonse, rodeado por Sabir al otro lado, y apuntó con su arco.

    –No quiero tener que hacer esto. –dijo Sigmund. –Has pasado por mucho como para quedarte aquí.

    –A ver, estáis todos gilipollas. Bajad las armas, y tú, apártate de esa compuerta. –dijo Nicolas, cansado de la situación.

    –Qué hables así no ayuda. –le respondió Horne.

    –¿Qué pasa si abre la compuerta? –susurró Sigmund a Sabir, consiguiendo la respuesta de John, quien estaba al lado del otro.

    –Si abre la compuerta y el Elemental sale de su prisión arrasará con todo lo que encuentre a su paso.

    Dhalion avanzaba lentamente, sin perder la mirada de Pierre. Este último lo miraba también, nervioso.

    –Quieto martinico. –le decía, viendo que se aproximaba demasiado. Mientras tanto, el resto intentaba ganar pasos de cercanía.

    –Bertans, Sigmund, John. Entre los cuatro lo derribamos. –susurró Alphonse, valiéndose de un despistado Pierre.

    –Pierre. –dijo Sigmund, destensando la flecha y bajando el arco. Éste le hablaba en un tono calmado, a la vez que ganaba unos pasos. –Estuviste en la quema de brujas de Madeleine, ¿no? ¿Mataron a alguien cercano a ti?

    –Cállate.

    –¡Ahora! –gritó el líder, haciendo que todos se lanzaran contra él.

    Inesperado para Pierre, dio un paso atrás como acto reflejo, apoyando una de las manos en la escotilla. Sin salida, intentó escapar, pero solamente veía como estaban cada vez más cerca.

    –Ábrela. –escuchó Pierre, antes de pegar un fuerte empujón a la escotilla.

    Sigmund fue el primero en placarlo, para tirarse Alphonse de seguido ante los ojos de John y Bertans, quienes llegaron después. Los dos hombres, encima de Pierre, miraron a los otros dos, viendo cómo se habían quedado pálidos. La escotilla estaba abierta.

    John se lanzó a la puerta para intentar cerrarla, pero una gran llamarada salió con fuerza, lanzándolo hacia atrás. Bertans lo recogió y lo tiró hacia atrás, sacándolo de la llamarada, a la vez que Alphonse y Sigmund hacían lo mismo con Pierre. Aquel chorro ígneo que pegaba contra el techo iluminando las paredes en un rojo vivo se calmó, cogiendo la forma de un brazo que, de repente, se apoyó en el suelo con fuerza, lanzando un achicharrador calor hacia los aventureros.


    *****​


    –¡Pierre! ¡No vayas! –intentó detener la viuda al joven. –Aún estás malherido.

    Pero Pierre hizo caso omiso y se dirigió hacia las afueras del pequeño pueblo, en una pequeña colina donde se amontonaba la gente alrededor de treinta y nueve pilas de maderas.

    Las mujeres, malheridas, y atadas con grilletes, caminaban en una marcha fúnebre. Solamente se escuchaba el metal de las esposas al andar hacia su final. Los soldados fueron ordenándolas de una en una, liberándolas y dejando sus muñecas ensangrentadas para volver a apresarlas con cuerdas al mástil que sobresalía de la pila de madera.

    El juez, un hombre viejo y calvo, de barba cana, cojeando y con negras ropas que cubrían todo su cuerpo, hizo acto de presencia rodeado por una veintena de soldados, algunos de ellos con las antorchas listas. Caminó unos pies hasta acercarse a la primera pila, iniciando la ejecución ante la mirada perdida de la primera mujer, una treintañera desnutrida que ni siquiera tenía fuerzas para tenerse en pie.

    –Con objeto de poner fin a la constante violación de las sagradas escrituras y la vejación de la misma vida, garantizando así el bienestar del reino y la comunidad de Madeleine y las villas de su alrededor. Yo, el juez Couthon, como representante judicial de nuestro rey Henri XII, sentencio a las siguientes mujeres a morir en la hoguera por sus crímenes.

    Pierre llegó cuando el juez empezó a citar la misma lista de nombres que se había escuchado por la mañana. El muchacho corrió entre las pilas en busca de su familia, pero era demasiado tarde. Junto a una familia que ofrecía leche a la madre, encontró que estaban encendiendo la de su querida hermanita Sophie, la cual tenía la cabeza agachada, como si ya se encontrara muerta.

    –¡Sophie! –gritó el joven, pero la muchacha no respondía. –Sophie. –volvió a decir acercándose a la hoguera. Ella alzó ligeramente su cabeza, con los ojos entrecerrados, buscando la voz.

    –¿Pierre? ¿Estás bien? Cómo me alegro… –dijo con los ojos llorosos. –Lo siento hermanito, pero no me queda mucho. Pronto me veré con papa.

    –¡Malditos! –dijo el alto muchacho, lanzándose contra la hoguera, y rápidamente detenido por dos soldados.

    –Joven, detente. –le decía uno. –Si sigues resistiéndote no acabarás bien.

    –Pierre, pequeño. –escuchó de repente, a dos hogueras. Era Denise, la madre, la cual se mantenía firme en la hoguera a pesar de la visible paliza.

    –¡Madre!

    –Pierre, no pierdas el tiempo. Coge el cántaro y tíralo al fuego.

    Todos se quedaron extrañados, incluso el mismo Pierre, que no entendía lo que pretendía su madre. Acaso pensaba que con algo de leche iba a apagar el fuego. Sin entenderlo, decidió hacer caso y corrió para coger el cántaro de leche que había traído la familia de al lado y lo tiró al fuego, partiendo el recipiente cerámico y desparramando la leche por las llamas que empezaban a acercarse a los pies de Sophie.

    –Te quiero hermanito. –se despidió la muchacha, la cual regaló una mueca, antes de que los soldados volvieran a abalanzarse contra él, lanzándolo hacia atrás de nuevo y dejándolo en el suelo de un golpe de mosquetón en el estómago.

    El líquido empezó a desparramarse entre los tablones ardientes, liberando un gran humo blanco que cubrió a la niña. En ese instante de dolor, Pierre lo entendió.

    –¿Qué has hecho estúpido? –dijo el padre de familia al que había robado la leche, quien no podía parar de llorar.

    –He aliviado su sufrimiento. –intentó pronunciar el joven en el suelo.

    –¿Qué?

    –El humo hará que se duerma. No morirá con dolor.

    Pierre, en ese momento fue agarrado por los militares y alzado, logrando ver una última vez a su madre. Ésta le lanzó una mueca y la miró con orgullo, Pierre no pudiendo evitar llorar.

    –Te quiero, hijo mío. –leyó en los labios de la madre, antes de ser llevado otra vez al calabozo, aunque dándose cuenta de que los pueblerinos habían difundido la idea de Denise de crear humo para aliviar la muerte de sus familiares, a disgusto del mismo juez y soldados, quienes pedían refuerzos con urgencia.
     
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Ya llevabas un buen rato sin publicar. Me alegra ver siguieras.

    Voy a comentar sobre este capítulo. Honestamente no entiendo a Pierre. Sé que vivió un tragedia, pero él mismo sabía que eso ocurriría en cualquier momento. En el primer flashback lo deja en claro.

    Entiendo más a los demás. La nicromancia, por más que Pierre defienda no ser de esos, igual está el potencial de ser usado para dañar.

    Si el elemental no resulta ser un espiritu vengativo que lo engañó para escapar y matar a los Teelah quedaré muy decepcionado. Esa voz que le habla a Pierre no se comporta como una sufriente.

    Sin mencionar que, suponiendo sobreviva, la relación del grupo se quebrará. Ese secreto no es algo que puedan solo hablar y arreglar. El miedo a la nicromancia, que supongo es eso lo que sienten al escuchar sobre ese arte, no desaparecerá fácilmente.

    Bueno, aguardaré al siguiente a ver qué ocurre.
     
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