Ciencia ficción La Dinastía Lightkiller

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Andy Lightkiller, 1 Septiembre 2020.

  1.  
    Andy Lightkiller

    Andy Lightkiller Un sucio soñador

    Géminis
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    Título:
    La Dinastía Lightkiller
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
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    2
     
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    El último Lightkiller.

    Samanth, hermano mío, lejanos son los días en que desenvainar nuestras espadas era poco más que un simple recreo, a lo sumo, los cimientos de una venidera rivalidad. Después de todo, el destino nos hizo nacer gemelos, y en pos de refutar nuestra semejanza externa, dio lugar una competitividad en nosotros que nos hizo destacar en distintos ámbitos. No obstante, ha sido mi superior destreza como guerrero el que me ha dado, también, el favor de nuestro padre, Patriarca de la Orden Luzbeliana. ¿Pero qué somos nosotros, los paladines de la Orden, si no tenemos a Luzbelia para conducir nuestros pasos en el sendero umbrío? Cuando perdimos a Luzbelia, me resigné a emplear los métodos de la oscuridad para servir a la luz… servir a la luz en un mundo cada vez más contaminado.

    Lo cierto, Samanth, es que Mythoria difícilmente llegue a ser lo que fue en su día, encabezada por nuestra voluntad, la de los paladines, y es por eso que hago llegar a ti esta misiva. Tal parece ser que finalmente nuestras sospechas se hicieron realidad. Los elfos gélidos nos han traicionado, a mí, y a la hueste que me acompañaba. Sin Luzbelia, sin el amparo de un Patriarca, los paladines estamos condenados a un inminente ocaso. Llevas, innegablemente, la sangre de un Lightkiller ardiendo en tu pecho como el fuego de las lunas rojas. Te buscarán, hermano, y lo harán porque en tu memoria guardas los valores que nos legó nuestro padre, nuestra virtud, y por compartir también esta sangre que muchos otros verían como una maldición.

    Los elfos gélidos, estirpe ingrata, nos temen por ello, porque saben que sin importan qué tan degenerado se haya vuelto este mundo, los paladines permaneceremos estoicos ante la adversidad. Podrían poner sobre mi cabeza diez mil cañones de luz y moriría defendiendo los ideales de la Orden. Ellos manejan este mundo, su entretenimiento, sus industrias, su manufactura. Esclavizan a nuestros hermanos con placeres inmediatos, y todo porque vivimos en un mundo que finalmente ha perdido su fe…

    He de ser honesto respecto a un asunto y muy seguramente te habrás preguntado sobre el mismo desde que comenzaste a leer. Sí, tal y como sospechabas, estoy escribiendo esto con una herida bajo las costillas. Mi armadura blanca terminó por agrietarse, mancillando la última defensa que tenía más allá de la lealtad de mis compañeros, en paz descansen. Di de mí hasta mi último grito de guerra, hasta que caiga el último de esos bastardos, pero ciertamente, consiguieron lo que se les fue encomendado. La lucidez se me escapa de los dedos como si tomara a un dragón por las patas, pero es necesario que tengas este último recuerdo de mí. Sé que nunca me has guardado la mayor estima de todas, que me has envidiado, y muchas veces viste en nuestros períodos de competitividad una inmensa frustración, pero también sé que por encima de todo aquello, que me amabas. Somos familia, y pese a todo, lamento tener que dejarte tan grande revelación y una nula oportunidad de hablar de hombre a hombre, pero parece ser que me iré tal y como se ha ido nuestro padre, sin saber que aquel día en que fue nuestro último encuentro sería tal.

    No quiero que sientas arrepentimientos de tan lejana ocasión, que sientas remordimientos de no haberme abrazado cuando pudiste, o de haber enseñado tu afecto de la manera correcta, porque yo lo sabía. Entendía tus sentimientos, aunque hayas decidido guardármelos, y está bien, siempre ha sido parte de tu carácter. Las murallas de tu corazón siempre parecieron una fortaleza inexpugnable tanto para la familia como para los pocos amigos que logramos hacer. Incluso las doncellas, veían imposible comprenderte, pero yo te comprendía, hermano. Aunque hayamos querido renegarlo, al parecer, a expensas de todos nuestros intentos de dar a entender lo contrario, siempre seremos parecidos, sea éste uno de los millones caprichos del destino, y yo podía entender muchas cosas de ti que todos veían como indescifrables, incluso nuestro padre.

    Recuerdo aquella ocasión, cuando llegaba nuestro cumpleaños número dieciséis, y nos batimos a duelo en presencia de Luzbelia. Sus ojos luminosos partieron mi corazón, y volvieron impoluta mi alma con el esbozo de una mera sonrisa. Ése fue el día en que supe que iba a dar mi vida por su voluntad, mientras tanto tú, evitabas mirarla a toda costa, la viste una vez y enseñaste los dientes. No querías que nada te distraiga de la batalla, y aunque cualquiera pensaría que eras indiferente al aura que emanaba nuestra doncella de luz, yo entendía que simplemente querías permanecer en la totalidad de tus sentidos para humillarme en su presencia. Querías ser el más grande de los hijos de Rubbin ante los ojos de Luzbelia, y más tarde enseñar la transparencia de tu corazón. Quizás, ese día fue decisivo para nosotros dos, puede que desde entonces me haya vuelto el favorito entre los nuestros y visto como el mejor, mientras tú hayas decidido solidificar esa de por sí dudosa transparencia…

    ¿Por qué gasto mis últimos minutos de vida en plasmar todos estos pensamientos? Porque es mi manera de decirte que sé lo que hay detrás de ti. En el fondo, tú crees en lo que yo creo, sientes disgusto por ver en los que se ha convertido nuestro mundo, sufres al ver toda la degeneración y falta de virtud en Mythoria.

    Ésta es la única realidad, Samanth, ya no quedan paladines. Nos mandaron a una misión de rescate totalmente falsa y artificial, y ahora somos un moribundo vestigio, tomando la forma de ti. Tú eres el último de nosotros, aunque hayas permanecido distante de la orden todos estos años… Te cedo el legado de nuestra voluntad. Ficard, mi cuervo blanco, dejará para ti esta carta, y también la Voluntad de los Patriarcas, el arma digna de un Lightkiller, tú, Samanth, eres el último paladín, el último Lightkiller.

    Quien velará y rezará por ti desde el Cielo Blanco,
    Tu hermano y confidente, Firion Anders Lightkiller.​
     
  2.  
    The Condesce

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    ¡Hola!

    Debo decirte que me llevé una sorpresa bastante agradable leyendo tu relato. Por el título pensé que sería un pobre intento de fanático de vivir alguna clase de fantasía self-insert.

    Pero tu narración es impecable y el uso de palabras prólijo. En algunos puntos se antoja un poco cursi y pretencioso, pero la verdad es que en general es congruente con el personaje que planteas y muy expresivo. Las emociones que describes, la relación de sus personajes y las personalidades que les delineas, son aspectos que están muy bien logrados.

    Aún así, creo que el punto más flojo del relato es en sí la trama de la historia. La Orden de los Paladines, "Luzbelia", y los "elfos gélidos", el apellido "Lightkiller", me hace sentir que estoy leyendo una imitación de Star Wars y el Señor de los Anillos, o tal vez de las películas de Thor.

    En sí el concepto de un linaje de sangre superior de guerreros, etc, etc, sí me vuelve a sugerir la sensación que mencioné al principio de una fantasía maculina self-insert.

    En fin, no cabe duda de todos modos que tu estilo narrativo es buenísimo.

    Sigue escribiendo!
     
    Última edición: 2 Septiembre 2020
  3.  
    Andy Lightkiller

    Andy Lightkiller Un sucio soñador

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    Agradezco con toda sinceridad tu reseña. He de confesar que hay un "motivo" por el cual parezca que es un self-insert. Supongo que sí, se sienten mucho mis influencias, algunas de las cuales podrían notarse un tanto inesperadas si las menciono jajaja, pero al menos puedo decirte que no todos los elementos son una simple extracción de obras ya establecidas. ¡Un abrazo!

    Mi amada doncella.
    Han sido ya tres meses, y todavía no tengo noticias sobre Anders. Se supone que debíamos encontrarnos la semana pasada para darle el informe sobre la situación en Inkea. En parte, y con un poco de culpa, siento un ligero ápice de regocijo de que sea así, ya que pensar en confrontar al recto de mi hermano con malas noticias, sólo me genera disgusto y pereza. En el último informe, casi pierde la compostura y se abalanza sobre mí como una fiera, no tanto por la mala situación, sino, quizás, por mi negligencia. Sinceramente, no encuentro ya deseo suficiente en seguir siendo un paladín, me pregunto acaso si Mythoria necesita a una Orden que perdió el sentido de su nombre, cuyos feligreses no son más sino meros arrastrados vagando sin rumbo en los años que le queden de vida, pero ¿quién soy yo, acaso, para juzgarlos, siendo que en buena medida yo sigo por ese camino?

    Tuve la oportunidad de abandonar la Orden cuando tenía diecinueve años, junto a los demás, el día que la encontramos desfallecer en el Templo Arcano. Su sangre era de plata, sus ojos luminosos finalmente se apagaron dejando para los testigos unos globos oculares tan apagados como una noche desierta de estrellas. Los llantos ese día no faltaron, creíamos que Luzbelia era nuestra mesías, quien nos ayudaría a encontrar la luz, quien nos permitía creer en algo más allá del conocimiento de los mythorianos; algo que no entendíamos, algo que quisiéramos comprender.

    Falkir, Haram, Wilmart, Gadwick… Uno a uno fueron saliendo del Templo Arcano, depositando su Voluntad al pie de la entrada. Algunos la arrojaron con total desprecio, como si su vida hubiera perdido todo sentido; muchos otros la depositaron con cuidado y delicadeza, en memoria de Luzbelia. ¿Qué habíamos hecho mal? No había modo de que nada en este mundo pudiera haberla lastimado, pasara por nuestros ojos y no nos hubiéramos dado cuenta. El círculo de curanderos hizo su propia disección, y no encontraron nada que despejara nuestras dudas, era como si la luz divina que la mantenía viva simplemente se hubiera apagado, como si el fuego de su alma hubiera dejado de crepitar.

    Luzbelia era preciosa, tenía la belleza de una señorita joven que había preservado su castidad, pero la sabiduría de una mujer que llevara mil años desentrañando los hábitos crueles del Hombre. Su pelo blanco era límpido y sedoso, su piel era como la nieve y carecía de toda impureza. Era como la luz misma, y el único día que no brilló fue el último día que tomé la osadía de sujetar su frágil mano. Su muerte dolió lo que no dolieron las muertes de mis mejores amigos en el fulgor de la Guerra, ni siquiera la muerte de Rubbin Lightkiller, mi propio padre, porque su partir significaba desesperanza.

    Ese día sujeté mi arma con tanta fuerza que se sacudía entre mis dedos. La Voluntad de los Leales, dada a mi persona por la misma Luzbelia, un cañón de luz que reaccionaba al ímpetu, parecería una mofa de poca gracia, pero mi interpretación fue que, cuando ella me la dio, simplemente estaba intentando darme algo con lo que podría aprovechar mis defectos por un bien mayor. Y en ese momento, yo, simplemente tuve la tentación de arrojarla y atravesar el umbral del Templo, libre de las ataduras de un paladín para siempre, como lo hicieron gran parte de mis compañeros. Pero entonces la recordé, esa sonrisa tan dulce, que me tranquilizaba de toda la pesadumbre, y… admito que sollocé desconsoladamente, como si fuera un niño en el cuerpo de un adulto. Si dejar de ser un paladín significaba renunciar a la Voluntad que me concedió Luzbelia, entonces no valía la pena dejar de ser un paladín.

    Creo que a Anders le hirió peor que a mí, aunque haya querido mantener la compostura, pese a que siempre fue el más afectuoso de nosotros, en ese momento no podía permitirse simplemente derrumbarse. ¿Era su orgullo como Lightkiller, o solamente se atenía a los valores que promulgó nuestra doncella todas estas décadas? Sólo unos pocos nos quedamos junto a mi hermano, velando el sepulcro. Al día siguiente hizo como si nada hubiera pasado, y trato el asunto como si tuviera menor importancia. Tuve el impulso de despedazarle la mandíbula de un puñetazo, pero me presté a la moderación, muy a mi pesar. Así que simplemente nos asignó labures puntuales, y nos “condecoró” por permanecer fieles. Incluso me ofreció la Voluntad de los Santos, en privado, cuando todos se marcharon, pero me rehúse. Supongo que él entendió mis razones sin necesidad de decírselas, no lo sé, siempre actuó como si realmente supiera que hay detrás de mi corazón sólo por ser gemelos.

    Y aquí estoy, varado en Inkea, una ciudad tachonada de furcias y borrachos, hombres dispuestos a apuntarte con un cañón de luz por un par de monedas, adictos a la tecnología, a su escapismo. Una ejemplificación altamente gráfica de todo lo que está mal con nuestro mundo, Mythoria, en los días corrientes. Por paradójico que pueda sonar tras todo lo escrito, difícilmente pasa nada nuevo. La gente ya… no me respeta, a ninguno de nosotros, nos ven como payasos, como un sinsentido. Tengo que sincerarme al respecto y decir que últimamente no he respetado a rajatabla los principios de la Orden. Ya no creo que algo más allá de mí vigile mis acciones, así que no veo el motivo para hacerlo, pero mi hermano no tiene por qué enterarse de ello. A veces, romper un par de costillas es más efectivo para apaciguar a un delincuente que predicar los valores de uno.

    Es, quizás, gracioso y triste. La Voluntad de los Leales… se llama así porque incluso un individuo repleto de ira y dolor, podría seguir recto en el camino de la luz si estaba convencido de su propia honradez. No todos lo saben, pero para poder utilizar una Voluntad y ser un paladín es necesario renunciar también a ciertos placeres. No todo es por virtud, sino por conveniencia, de otro modo nuestras armas dejarían de respondernos, como si fuéramos tristes extraños. Curiosamente, siento lo más cercano al placer cuando amenazo a un desagradecido con la muerte próxima, y, aun así, permanezco reacio a mi lealtad, aunque significado no tenga ya, mi amada doncella, Luzbelia.
     
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